Quinto domingo de Pascua 2024

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Evangelio según San Juan 15,1-8.
Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador.
El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié.
Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer.
Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos».

Homilía del Padre Paul Voisin CR de la Congregación de la Resurrección:

En la película ‘La Sombra del Halcón’ hay una pareja joven y un guía nativo que están escalando una montaña. Al cabo de un rato, la mujer se desploma en el suelo y dice que no puede dar un paso más. ¡Está completamente agotada! El joven la levanta, pero ella continúa diciendo que no puede continuar. El guía le dice: “Mantenla cerca de tu corazón. Deja que tu fuerza y tu coraje fluyan de tu cuerpo al de ella”. Él hizo esto y después de unos minutos la mujer sonrió y dijo que ahora podía continuar.*
Vi el tema de esta historia reflejado en nuestro evangelio de hoy (Juan 15:1-8). Jesús nos dice “Yo soy la vid, vosotros sois las ramas”. Así como las ramas reciben su vida de la vid, así también nosotros –los seguidores de Jesús– recibimos nuestra “vida” de Jesús el Señor. ¡Separados de Él nada podemos hacer! Qué hermosa imagen nos presenta Jesús para ayudarnos a reconocer cuánto lo necesitamos. En nuestra vida con Cristo sólo podemos dar el fruto que él nos pide en la medida en que compartamos su vida. Esa vida comenzó en nuestro bautismo, pero necesita ser nutrida y crecer todos los días. Los pámpanos reciben su vida de la vid constantemente, sin interrupción. El desafío para nosotros, como discípulos de Cristo, es permitir que la vida de Jesús fluya en nosotros y a través de nosotros todos los días. No podemos limitarlo a la hora que pasamos juntos aquí en la Eucaristía, o a nuestros momentos de oración personal y lectura de las Escrituras. No podemos limitarlo a los momentos que identificamos como nuestro servicio a Dios y a los demás. ¡Debería ser por siempre y para siempre!
En el evangelio Jesús habla de la “poda”. Dice que somos “podados” por él para que “damos más fruto”. No sé mucho sobre el cuidado de los árboles, pero sé que normalmente los árboles se podan con regularidad. A veces recuerdo haber visto árboles podados tan radicalmente que dudaba que alguna vez volvieran a florecer y producir. ¡Pero lo hicieron! ¿Qué es esta poda de la que habla Jesús? Esta poda es un acto de la mente, el corazón y la voluntad que corrige nuestras faltas y nos une más estrechamente a Jesús. Digo la mente, porque Jesús nos ilumina para reconocer su llamado al cambio y a la conversión. El cambio nunca es fácil y a nadie le gusta que lo corrijan, pero para que Jesús nos pode debemos reconocer nuestra necesidad de Él y de Su gracia. Digo el corazón, porque se suele hablar del corazón como el centro de nuestra existencia. Esta poda no puede ser un ejercicio intelectual, sino que debe estar arraigada en nuestras palabras y acciones, en todo lo que hacemos y somos. Digo la voluntad porque esta poda implicará determinación y resolución para permitir que el Señor haga Su obra en nosotros. No puede obligarnos, debe ser un acto libre de la voluntad. Esta poda de Jesús, para unirnos más a “la vid”, puede ser dolorosa y difícil, pero el resultado valdrá la pena –“llevando mucho fruto”– el “fruto” del reino de Dios. La vida de Cristo en nosotros –como la vid y los pámpanos– dará testimonio de nuestro amor a Dios y de nuestro fiel seguimiento de Él.
La Segunda Lectura de la Primera Carta de Juan (3:18-24) habla muy bellamente sobre esta vida en Cristo. Juan nos dice que debemos amar “no (sólo) de palabra o de palabra, sino de hecho y en verdad”. Nuestro amor debe ser sincero y reflejar verdaderamente el amor de Dios por nosotros. ¡Sólo ese amor puede sanar y salvar! ¡Solo ese amor puede transformarnos y darnos nueva vida! Juan retoma el tema del corazón, tal como en mi historia al principio. Dice que “pertenecemos a la verdad y tranquiliza nuestro corazón ante él”. Así como el hombre de la historia compartió su fuerza y coraje con la mujer al sostenerla cerca de su corazón, Jesús el Señor comparte su fuerza y coraje con nosotros mientras nos sostiene cerca de Su corazón. De hecho, Él “tranquiliza nuestro corazón” de que está con nosotros. Juan continúa diciendo que “tenemos confianza en Dios y recibimos de él todo lo que le pedimos, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada”. Esto habla directamente de nuestro tema de la vid y los pámpanos porque no dudamos –no debemos– dudar de que si buscamos fervientemente la gracia de Dios, Él nos dará Su gracia y vida. Esa vida para nosotros, las ramas, es vida abundante, generosa y plena. Si “guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada”, esa vida fluirá abundantemente a través de nosotros. Nuestra unión con Él será real y tangible, “de hecho y en verdad”, y no sólo de “palabra”. Esa es la voluntad de Dios para nosotros, y se logrará si nos dirigimos sinceramente a Él y nos abrimos al “Espíritu que él nos dio”. Dios está esperando nuestro movimiento de la mente, el corazón y la voluntad, para que Su vida pueda fluir en nosotros y a través de nosotros.
La imagen que Jesús usa se vuelve más dramática cerca del final de este evangelio cuando nos cuenta lo que les sucede a los pámpanos que no obtienen su vida de la vid. Ellos “serán desechados… y se marchitarán”. Los “arrojarán al fuego”. ¡Muy escalofriante! Fuera de la vid los pámpanos no tienen vida. Son inútiles. Sin Jesús el Señor no podemos “dar mucho fruto y ser sus discípulos”.
Nuestra presencia aquí hoy da testimonio del hecho de que reconocemos nuestra necesidad de Dios: de “la vid”. Con amor Jesús nos recuerda que para que esa vida crezca será necesaria una poda. ¡Aún no ha terminado con nosotros! Dejemos que Jesús nos lleve a Su corazón, “tranquilice nuestro corazón” –para darnos fuerza y coraje– para que seamos “ramas” más fieles de la “vid” –Jesucristo- y que de hecho “llevaremos mucho”. Fructificad y sed sus discípulos”.
*Desconozco el origen de esta historia, ya que no pertenece a mis dos fuentes habituales.

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