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¿Está Monseñor Castillo empeñado en destruir la Iglesia de Cristo en el Perú?

Por Luciano Revoredo– LaAbeja.pe
El arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo, ha significado, desde el día de su consagración, un desastre para la ciudad, una traición para los fieles y el inicio de la demolición de la iglesia católica en el Perú.
Su labor es negativa en todo sentido. Apenas llegado al trono de Santo Toribio nos dio una muestra de su extravío nombrando como jefe de comunicaciones del arzobispado a una feminista que promovía el aborto en sus redes sociales. De no ser por una denuncia de La Abeja la mencionada señorita seguiría en el cargo.
Luego ha inducido al error a su feligresía tratando con desprecio a Jesús presente en las sagradas formas al señalar que “nadie se convierte ante el Sagrario”.
En otra de sus alocuciones, dirigiéndose a la hermandad del Señor de los Milagros les dijo que no había que cristianizar el mundo como si se tratara de borrar todos los esfuerzos y búsquedas de los seres humanos, sino que, se les acepte con libertad y se les abra las puertas inclusive con sus propias costumbres, credos, ideas e ideologías. Cortó de un solo golpe con la tradición misionera de la iglesia. Mostró una vez más su desprecio por la doctrina cristiana, poniéndola por debajo de costumbres, creencias e ideologías.
Para ser coherente con su condición adversa a la fe. Cerró las iglesias siete meses. Y seguirían cerradas a no ser que los propios fieles no se hubieran manifestado logrando el anuncio de su apertura.
Como buen marxista cultural ha introducido el lenguaje inclusivo en la liturgia de la iglesia. Alterando incluso el Canon de la Misa. En una de sus últimas arengas se dirigió a los “jóvenes y jóvenas” en un extremo de ridiculez sin precedentes para luego decir “No le dejemos a nuestros jóvenes el legado de una generación vieja, angurrienta, encerrada en sí misma, apolillada y llena de hongos por la gran cantidad de plata que tiene y no comparte”. Estas palabras de desprecio al prójimo, cargadas de resentimiento no son propias de un pastor de la iglesia.
Pero lo más lamentable es la seria responsabilidad que tendrá que asumir por haber azuzado a los jóvenes a salir a las calles en los peores momentos de las recientes manifestaciones. Convirtiéndose en un instigador más y a su vez en co-responsable de los destrozos y hasta de las muertes ocurridas.
¿No es lo que corresponde a un pastor predicar la paz? ¿Es propio de un obispo de la iglesia católica convertirse en un agitador más y propiciar el enfrentamiento y la violencia en su pueblo?

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