Psicoanálisis

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Por Patricia Wiesse– Directora de la Revista Ideele y Gerardo Saravia– Editor de la Revista Ideele.
Podría estar disfrutando de su jubilación, atendido por un mayordomo en una casa con piscina, y salir a pasear con su chofer cada vez que lo desee. Pero la decisión que tomó Jorge Álvarez Calderón, hace muchos años, llevó su vida a un camino sin retorno: la opción por los pobres desde el sacerdocio. Hoy vive en un asilo regentado por monjas, y se dedica a su pasión: la formación de laicos. Hablar con él es recorrer la historia de la teología de la liberación en el Perú.
¿Cómo nació tu inclinación religiosa?
Mi madre fue una mujer muy religiosa, pero también tenía muchas inquietudes sociales. Nosotros vivíamos en Miraflores, y ella organizó ahí una comisión de ayuda social. Recogía alimentos y medicinas para la gente pobre de Miraflores y de Surquillo. Era muy devota y solía decir: “yo no quiero entrar en beaterías“.
Por otro lado, en la iglesia que se encuentra en el Parque Kennedy el párroco creó el Centro Católico de Miraflores, que era para laicos. Ahí mi hermano, que era cuatro años mayor que yo, se vinculó con los obreros de Surquillo. Eso me provocó ciertas inquietudes. Después, cuando yo tendría unos 15 años y era el fin de la segunda guerra mundial, entré a la Recoleta. Ahí un curita francés a cargo de segundo de media quería convocar a un grupo de chicos con una formación cristiana más profunda para hacer ser algo así como civiles de nueva vida. Eso me hizo pensar en lo que me dijo mi madre. Yo tampoco quería beaterías, sino una vida cristiana preocupada por los demás.
¿Y quién influyó en tu madre para que desarrolle ese tipo de pensamiento?
Tengo la impresión de que viene de mi abuela que era de la oligarquía pura y había tenido un hermano que murió muy joven. Ella tenía ese sentimiento de servir en forma paternalista. También, por esa época, visitaban mi casa los cooperadores salesianos. Ese tipo de cristiano servidor fue lo que me marcó.
Pero cuando postulaste a la Universidad Agraria no tenías en mente ser cura.
No, quien iba a ser cura era mi hermano. Durante sus tres años de universidad se decidió. Él estudió Filosofía y Derecho en la Universidad Católica. Él era de ese tipo.
¿Cómo de ese tipo?
Filósofo y legalista; yo no era ni lo uno ni lo otro.
¿Cómo eras tú?
Yo tenía un garabato en la cabeza. Pero fue en la UNEC (Unión Nacional de Estudiantes Católicos) que encontré a ese grupo de universitarios de diferentes universidades con quienes compartí las mismas inquietudes religiosas y sociales.
¿Por qué estudiaste en la Agraria?
Como me gustaba el campo me metí a Agronomía. Si les decía a mis padres que quería estudiar filosofía iban a sospechar porque yo no tenía cualidades de filósofo. Llegué a hacer tres años, pero dónde más aprendí fue en la UNEC. Era la época del presidente Bustamante, quien dio testimonio de un nuevo tipo de político: servidor. A los 18 años eso marca.
¿Cómo te definías políticamente en esa época?
Yo estaba aún dormido.
¿Y tu familia?
Ahh, de ultraderecha.
Pero Pardo, que fue un familiar tuyo, fue un presidente interesante, civilista.
Mi abuela guardaba la camisa ensangrentada de Pardo; a partir de eso yo le tenía una especie de simpatía. Pero su hijo, José Pardo, fue más bien conservador.
¿Qué te dejó el gobierno de Bustamante?
Descubro en él a otro tipo de político. Cuando cayó, entró Odría, y más tarde vino la revolución. Yo me acuerdo que el sitio donde estaba la UNEC quedaba a una cuadra de la Plaza San Martín donde habitualmente habían manifestaciones, y nosotros íbamos a ver.
¿A ver o a participar?
A ver, a ver. Y ahí se fortaleció mi inquietud social.
¿Y tu mamá no les decía nada? ¿O ustedes no le contaban?
(Ríe) Creo que no le contábamos.
¿Cómo se relacionaban con sus padres?
Con mi madre teníamos más relación. Todo lo que se enteraba mi padre era por lo que nosotros le contábamos a ella. Él era un excelente contador de cuentos. Nos metía a su cama y nos quedábamos horas escuchando sus relatos; pero no conversábamos de otras cosas.
¿Y tu hermana María?
La pobre ha sido víctima de la época en que vivió. Cuando ella terminó el colegio quería estudiar medicina, pero mi familia no se lo permitió por ser mujer. “Cómo te vas a meter con cholos“, le decían. Mi hermana se aburría en la casa. Ha sido muy doloroso ser mujer, sobre todo en la oligarquía. Cuando se casó, se buscó un enamorado ultraconservador que felizmente nunca se metía con nosotros.
Continuemos con tu “camino de Damasco”.
Cuando estaba en tercer año de la universidad me decidí. Pero yo no quería ser cura de parroquia. Yo quería ser cura para formar laicos, y esa idea la he mantenido hasta ahora.
¿Cuándo estudias en Lovaina?
Mi director espiritual, y el de mi hermano, había sido formado en Francia, en Lyon. Ahí fue donde comenzó todo el movimiento de renovación eclesial. Estamos hablando de 1952-1953 del siglo pasado. Él fue quien habló con el cardenal Guevara para que nosotros no fuéramos a Roma, porque ese era el esquema: el que se iba a Europa se iba a Roma. Él quería que nosotros fuéramos a Francia, y eso el cardenal nunca lo iba a aceptar. Pero mis padres, que eran ricos, dijeron: “nosotros pagamos”, y ahí recién nos dieron la libertad de ir.
¿Cómo tomó tu familia la decisión de sus dos hijos hombres de optar por la vida religiosa?
Para mí fue un problema porque mi hermano entró antes y yo, siendo muy unido a él, nunca le había hablado de mi vocación, ni cuando él me confesó que quería ser cura. Esa noche no pude dormir. Me preguntaba cómo iba a ser ahora conmigo, porque mi padre era muy machista. Me fregó. Aún me acuerdo del día en que mi padre me invitó a caminar por el malecón. Resulta que mi viejo había hecho todo un plan para mí. Me dijo: “Tú quieres ser agrónomo y estoy contento con eso. He calculado cuándo vas a terminar y quiero que cuando lo hagas tengas la hacienda de Pisco. Después de tres años de trabajar ahí, tendrás la madurez suficiente para ocuparte de la otra que tenemos en Huacho”.
¿Cómo fue que se enteró de tu opción?
Me acuerdo de que un domingo, después de almuerzo. Le dije a mi papá que quería conversar con él. Creo que sospechó porque no me llevó al malecón, sino a su cuarto. Se echó en un sofá y me pidió que me sentara. Como me moría de vergüenza, me senté de tal manera que yo lo veía, pero él no podía verme. Después que terminé de sincerarme me dijo que nunca se iba a oponer a mis decisiones. Sólo me puso como condición que esperara a ser mayor de edad. En esa época era a los 21 años y sólo me faltaban algunos meses. Y yo, obviamente, acepté.
Tu papá pensaría: ¿quién va a administrar todo lo que tengo?
Ha debido de ser un golpe muy fuerte. Éramos dos hijos hombres y los dos nos íbamos. El final de su vida ha debido de ser muy duro, pero nunca se opuso.
¿Entonces te retiraste de la Agraria?
Si, recuerdo que fui a ver al rector y me dijo: ¡Pero si estábamos tan contentos contigo!
Nunca te llegó a gustar la carrera, ¿no?
No, la verdad yo fui un poco para esconderme. Ellos tenían idea de que era muy buen estudiante. La verdad es que era chancón.
Cuando tú hablas de que en esa época te gustaba el campo, ¿te refieres a tus haciendas?
Sí, pero nosotros nunca hemos vivido en las haciendas, sólo íbamos de vacaciones, de visita. Era más una cuestión romántica. Me gusta el campo, pero ¿de ahí a ser agrónomo? Para mí la universidad ha sido la UNEC.
¿Qué recuerdos tienes de la UNEC?
Recuerdo un hecho en especial. Un día llegaron un grupo de religiosas invitadas por un sacerdote jesuita. Mi director espiritual, el padre Alarco, me pidió que las llevara a conocer las invasiones en la camioneta que me dieron mis padres. En es época yo ni sabía que había barriadas. Las Hermanitas de Jesús eran muy interesantes. Conocimos el cerro San Cosme: el comienzo de lo que fue después La Parada. Yo nunca había visto algo así. Mientras subíamos el cerro, las monjitas preguntaron: ¿no habrá un sitio donde podamos vivir nosotras? Entonces se realizó una asamblea en la que leyeron el proyecto de las monjitas. La gente les dijo: “Ustedes no se van, se quedan acá de todas maneras y este sitiecito es para ustedes”. Eso a mí me convirtió. Pensé que el evangelio de Cristo no está sino en los pobres. El ver la alegría de los más pobres al recibir a las monjitas e inmediatamente darles un sitio fue para mí una conversión. Ya después en el Concilio se habló de la opción por los pobres.
Jorge Alvarez Calderon¿Dónde te envían cuando sales del seminario?
En esa época Dammert, quien era obispo auxiliar en Lima, y había sido uno de los tantos asesores interesantes que habíamos tenido, llamó a mi hermano para preguntarle dónde me podían poner, y como Carlos era radicalón y jodido le dijo: “No lo mandes a Lima porque en Lima Jorge va a ser un burgués. Mándalo a una barriada”.
Y te mandan a la barriada.
Así es. Dammert habló con el arzobispo y de esa manera me convertí en el único sacerdote diocesano en las barriadas. Después de años me di cuenta de que así como yo fui enviado a Lyon porque mis padres tenían plata, también me enviaron a las barriadas porque tenía plata. (Ríe). Cuando llegué casi todos vivían en chozas. No sabía qué hacer. Una familia Checa, más o menos cristiana, me prestó una casita por el fondo del Malecón Checa, en Huachipa. Era una casita que no tenía ni agua ni luz ni nada. Ahí me fui con otro sacerdote francés que había llegado. Los domingos iba a visitar a mi familia. Yo les llevaba una cantidad de ropa para que me la laven y ellos me daban alimentos para la semana.
¿No te chocó cuando saliste de tu mundo de Miraflores a vivir a un asentamiento humano? Era como salir de un palacio.
Yo le llamaba “salir de mi burbuja”. ¿Qué cosa era sino la casa del Malecón Armendáriz? Estaba escondido; ni sabía lo que era Lima. Yo tenía 13 años cuando mis padres nos llevaron a Huancayo a ver a una tía que era Hija de la Caridad en Tarma. Como buenos oligarcas, teníamos un vagón solo para cinco personas. Yo nunca había visto campesinos y campesinas vestidos con sus trajes típicos, con sus polleras. Fue para mí una experiencia bella: mi primer conocimiento de la sierra.
Has escrito que cuando regresaste a Perú, luego de tu viaje a Francia, te fuiste a vivir a un lugar humilde: “a los pocos días encontré una casita y traté de arreglarla lo más simple posible, respetando mis debilidades”. ¿Cuáles eran esas debilidades?
Un día, en una reunión que había organizado el cardenal con todos los misioneros de diferentes congregaciones, conocí a un cura francés que se había instalado por ese lugar. Le conté que yo estaba en una barriada y le pedí su consejo acerca de cómo hacer para vivir ahí. Él me dijo: “No te hagas problemas, anda al mercado y busca unas cuantas esteras y palos. En una semana tuve mi casa así”. No quería tener una casa burguesa, pero tampoco irme al otro extremo. Entonces me fui a hablar con un jesuita, el padre Toledo, quien me dijo: “Jorge, yo te conozco y sé que si te decides lo vas a hacer, pero la consecuencia de eso es que te vas a sentir muy orgulloso de que un Álvarez Calderón esté en una choza, y eso no te va a hacer bien”.
Claro, porque te iba a envanecer.
Claro, me convertiría en santo. Me dijo también: “Tú tienes que ser algo sencillo, pero según tus posibilidades. Tú eres un burgués y la gente se da cuenta de eso, y nunca te van a juzgar. Intenta de ser lo más cercano posible”. Eso me liberó. Esa misma semana encontré una casita que tuve que mejorarla un poco. Mandé a hacerle algunos arreglos con un arquitecto de la Acción Católica. Cuando estuvo lista, invité al cardenal para que la bendijera: era la primera casa de sacerdotes diocesanos en barriadas. En algún momento escuché el comentario de una vecina que me impactó: “¿Han visto? ¡Qué belleza! Tiene una especie de closet con puerta”.
Lo que para ti era rustico, para los vecinos era un lujo.
Claro, no había agua, tampoco desagüe; solo una acequia.
¿Qué era lo que más extrañabas de tu vida burguesa?
Nada. Era la época de la radicalidad, así que estaba feliz.
¿Ni la comida?
No, porque encontré a una señora que cocinaba riquísimo.
¿Tu mamá fue a visitarte alguna vez?
Una vez. Hice una tontería horrible: mi madre y mi padre fueron en un carrazo, con chofer y todo. Me daba mucha vergüenza. Me acuerdo que vieron mi casa un ratito y luego fuimos a ver la iglesia del pueblito de San Juan de Lurigancho. Por suerte los llevé con el carrito que me habían regalado ellos. Llegamos allá, les enseñé un ratito la capillita y les dije que me tenía que ir porque tenía una reunión, y zas, me escapé. Fui un bruto. Los dejé solos ahí. (Ríe).
¿Te seguían dando plata?
Yo vivía de lo que me daban ellos, pero no me daba cuenta. Solo recuerdo que mis padres me pidieron que abriera una cuenta y de ahí sacaba, pero nunca hablaba de plata con ellos.
Para tu padre fue un golpe. ¿Y para tu madre?
Yo creo que en el fondo estaba orgullosa.

Lucha de clases

¿En qué momento comenzaste a cuestionar tu situación privilegiada?
Eso lo descubrí ahí también. Una de las haciendas que visitaba era la de la familia Palacios, que eran muy amigos de mi familia. Un día sus trabajadores me contaron cómo los explotaban. Los puse en contacto con un sindicato católico. Al enterarse los dueños me prohibieron la entrada y también dejaron de contribuir con la parroquia. Yo le dije a la gente que no podía dejarlos sin la eucaristía, así que les propuse dárselas en el campo. Ahí fue donde descubrí la lucha de clases. La teoría que yo sabía a través de mi hermano la vi en la práctica. Por esa época, comenzó también el Concilio Vaticano II y la opción por los pobres de Gustavo Gutiérrez. Todo se juntó en esa época.

Neocapitalismo

Para retomar el tema de la teología de la liberación, ¿qué tan vigente consideras que es? El mundo ha cambiado muchísimo.
Claro, pero también hay que darse cuenta que ahora el neocapitalismo es más deshumanizante y los partidos políticos están en una crisis horrible. Hay que reconstruir la sociedad, liberarla.
¿Cuáles son los nuevos retos de la teología de la liberación?
El tema es cómo ser profeta hoy. Cómo hacer recordar los grandes principios cristianos y cómo ponerlos en práctica. Cómo ser un abogado de los más pobres; cómo ser un maestro de los más pobres.
Y cómo actuar en un contexto en que la iglesia evangélica gana cada vez más terreno.
Creo, más bien, que lo que hay que plantear es cómo ayudar al ecumenismo. Los creyentes en Jesucristo no deben de estar en pleito. Lo que hay que tratar es de encontrar qué cosas buenas hay en uno y otro lado.
Buscar puntos de convergencia, pero, ¿cuáles son los límites? Muchos de esos grupos son excesivamente conservadores.
Claro, pero ese es el drama que tenemos nosotros con Cipriani. Juan Luis Cipriani y Carlos Castillo son dos mundos distintos.
Quizás Castillo encuentra mayor convergencia con un luterano que con Cipriani.
Si, ese es el drama que tenemos ahora. Juan XXIII tuvo tres objetivos para el Concilio: primero, cómo ser fieles el cristianismo en el mundo capitalista. Segundo, cómo ser fieles a Jesucristo en el mundo subdesarrollado. Tercero, cómo llegar a una unión entre cristianos: el ecumenismo. El papa Francisco fue elegido, en gran parte, porque América Latina fue la que mejor asimiló el Concilio. Lo que quiere francisco es promover iglesias regionales que sean la luz del mundo en cada región, y eso me parece muy rico.
¿Cipriani le ha hecho mucho daño a la Iglesia católica?
Claro, con los cristianos de “Con mis hijos no te metas”, a nivel político y eclesial. Para mí es una gran alegría ver que se está retomando lo que yo viví en mis primeros años. Tuve la suerte que justo cuando iba a entrar Cipriani se produjo la división de las diócesis y yo opté por la de Lima Este. Yo siempre digo que lo que más me salvó es estar al otro lado del río. Y eso fue la diócesis de Chosica.
¿Él nunca intentó controlar su trabajo?
Nunca, porque yo estoy en otra diócesis y él estaba en la de Lima.
¿Y como arzobispo?
El arzobispo es arzobispo de esa parte de Lima.
¿A quién tenías tú?
Al monseñor Norberto Strotmann. Cipriani nunca pudo entrar ni a Lurín, ni a Chosica, ni a Carabayllo, ni al Callao donde había alguien peor que él.
Qué difícil para ustedes.
Hemos estado aislados.
¿Cuál es tu diferencia con el movimiento “Con mis hijos no te metas”?
Ellos tienen una visión muy cuadrada que se basa en Adán y Eva. Literal: hombre-mujer. En esa época no se sabía que la homosexualidad no es una opción, sino que es genética. No se les puede aislar. En ese punto nos separamos de Cipriani y compañía. Por suerte, la sociedad hoy día está aceptando nuestra posición.
¿Cómo ves a Francisco?
No lo conocía, tenía mucho miedo por todo lo que se decía. Ahora he descubierto que uno de los motivos de su nombramiento fue que lo obispos se dieron cuenta de que la única iglesia regional en el mundo es la de América Latina, que es la que mejor ha asimilado el Concilio. Toda esa primera gran aventura la inicia el Concilio, pero Juan Pablo la deshizo.
¿Cómo fue el pontificado de Juan Pablo II?
Juan Pablo tenía dos facetas muy distintas: por un lado era el Papa que salía a los viajes. Sus discursos en los diferentes países eran muy buenos; pero, por otro lado, deshizo la organización eclesial. Hay un teólogo que dice que los grandes concilios en la Iglesia católica han demorado 50 años antes de ser asimilados. Precisamente, Francisco viene 50 años después del Concilio.
Destruyeron todo el trabajo de la iglesia del sur andino, ¿cómo lo hicieron?
El nombramiento venía de Roma. Los sectores conservadores han estado apoyando a los opus, a los sodalicio y a los neocatecumenales que están en el Callao. Ahora Francisco está deshaciendo eso.
La iglesia está atravesando una crisis tremenda por la cantidad de casos de pederastia que se están destapando.
A lo largo de todos mis años, no había conocido de estos casos. Sí sabía de curas que han estado con mujeres, pero de pederastia no. Eso me ha impresionado mucho. Cuando yo veo cómo son formados los seminaristas, pienso que se puede esperar cualquier cosa de estos muchachos. Miren, en una diócesis como la nuestra la mitad de los seminaristas ordenados se han ido. Tú no puedes meter en una abadía todo el tiempo a sacerdotes que van a ser del mundo. No pueden estar enjaulados.
¿Los seminarios están condenados a desaparecer?
Los seminarios nacen en una época en la que el clero y los obispos estaban en una decadencia terrible. Los obispos eran los señores feudales y los curas hacían de las parroquias su lugar de negocio con tierras. Cuando se comienzan a hacer las reformas, se hizo el esfuerzo para que existieran otros tipos de curas, y se tomó la decisión de fundar los seminarios. Éstos tenían la forma de convento de monjes: los metían en una casa y ahí los tenían ocho o nueve años. Ese esquema funciona más o menos así hasta ahora: una especie de convento para gente cuya misión es trabajar con el pueblo. Pero los curas no son monjes. Un diocesano está hecho para estar con la gente, y si tu formación de jovencito la haces entre cuatro paredes, viene la tentación de la mujer, la tentación del dinero. Para mí lo mejor es que los curas sean primero universitarios u obreros y que cuando tengan 25 o 30 años, entren a formarse.
Que vivan antes.
Claro, que vivan y que su opción sea a partir de esa vida.
¿Piensas que se deberían revisar aspectos como el voto de castidad?
Claro.
¿Estás de acuerdo con que un sacerdote se pueda casar y tener hijos?
Yo creo que a eso va Francisco: a que hayan sacerdotes que opten por el celibato y otros sacerdotes que no. Por ejemplo, hay un proyecto que se llama “Sacerdotes de Barrio” y me parece muy lindo. Los sacerdotes de barrio son un señor o una señora que tienen familia, con un trabajo afuera y que cumplen un papel religioso, pero no en una parroquia. Pueden dar comunión, bautizar y otras tareas más. Eso todavía no está hecho, pero están llegando ese tipo de propuestas al Vaticano.
¿Y sobre las mujeres?
También. Antes eso era impensable porque había una cultura machista, pero ahora ya no. En Alemania he asistido a un culto luterano que era una maravilla. Vimos a una mujer que dirigió la liturgia dominical.
¿También mujeres obispos?
También, claro. Todo eso va a venir.
¿Y temas como el aborto?
Yo no he estudiado mucho ese tema, pero para una mujer a la que han violado debe ser horrible tener un hijo. Pienso que todo hijo tiene derecho a tener un padre y una madre, aunque no estén juntos. Pero que sea voluntario, no con esa barbaridad.
Francisco debe de tener oposiciones terribles dentro de la jerarquía católica.
Yo admiro en Francisco el coraje que tiene de vivir en un sitio ultraconservador.
¿Has estado en el Vaticano?
Nunca estudié ahí. He ido de visita. He estado en el palacio del Papa y yo pensaba: “qué terrible debe ser vivir acá“. Los papas anteriores vivían solitos ahí. Este Papa se metió a la casa de Santa Marta y está viviendo una vida más normal.
¿Llegaste a renunciar a tu herencia?
No, yo la recibí, pero he creado una especie de fundación llamada “Amelio Plascencia” para ayudar a la gente comprometida de la iglesia, sea laica o religiosa. Nuestros recursos salen precisamente de una playa de estacionamiento que recibí como herencia.
¿A ustedes les expropiaron sus haciendas en la época de Velasco?
Si, aunque quedaron reducidas al mínimo. Por ejemplo, la hacienda Cavero.
Podrías estar ahorita en una casa atendido por un mayordomo. ¿No extrañas ese tipo de vida?
No. Este es el sentido de mi vida. Por ejemplo, a veces me invitan a la casa de mis sobrinos, y yo voy ahí solo para no pelearme. Ellos no tienen la culpa de ser como son.
¿Cuándo conoces a Gustavo Gutiérrez?
En la época de la UNEC. Nos conocimos en las reuniones que Dammert hacía en el palacio arzobispal.
¿El Concilio influyó en la teología de la liberación o corrieron en paralelo?
Gustavo ya tenía esas preocupaciones, y también tenía contacto con los teólogos que estaban asesorando en el Concilio. Fue una etapa de muchos cambios.

Romeo Luna Victoria SJ

Muy mala formación

¿Cómo fue ese proceso de cambio en el Perú?
Fueron cambios muy fuertes también en el Perú, muy cercanos al golpe de Velasco. Hubo un sacerdote jesuita, junto con unos sacerdotes diocesanos mayores, que hicieron un primer llamado para analizar cuál iba a ser nuestro papel en esos cambios. Ahí es que se fundó el grupo ONIS (Oficina Nacional de Información Social). Uno de los curas, el padre jesuita Romero Luna Victoria, tenía mucha inquietud pero muy mala formación. Él, en el fondo, lo que quería era hacer una célula de la Democracia Cristiana y Gustavo se opuso. Lo nuestro es profético, no político. Gustavo decía: “No queremos ser el brazo eclesiástico de un partido político“.
Como sí sucedió en Colombia y Argentina.
Exactamente. A Gustavo su formación teológica es lo que le permitió tener claridad. Una vez lo invitaron a dar una charla sobre teología del desarrollo. En ese momento, desarrollo significaba desarrollo capitalista nativo. Él dijo no, y de ahí le puso teología de la liberación, que es lo contrario. Así comenzó. Esta teología nace con gran cantidad de misioneros. Los únicos curitas que teníamos algo de formación éramos Gustavo, Carlos y yo, porque Felipe Zegarra todavía no estaba.
Pero, ¿cuál era su idea de un sistema de económico y político diferente al capitalismo?
Para Gustavo el partido debía de salir del laicado. O sea, los laicos tenían que definir cuál era su opción. Creía en una especia de socialismo, pero no la Democracia Cristiana.
En esa época ustedes ya tenían una definición ideológica clara. ¿Nunca estuvieron en la disyuntiva de optar por la vía armada como Camilo Torres en Colombia?
Ahí quien ayudó mucho fue Gustavo. Conocí personalmente a Camilo Torres cuando vino a consultarle a Gustavo. Fui testigo de esa conversación. Él ya estaba metido, pero quería conocer su opinión.
Obviamente Torres no le hizo caso.
Así es, él ya estaba muy metido. Gustavo le hizo ver que una cosa era el compromiso político y otra el compromiso profético, pero él ya estaba con el compromiso político. Fue muy doloroso.
¿Cómo se entiende el compromiso profético?
En base a la opción por los pobres: debe ayudarse a la gente a tomar opciones sin darles consignas. Nosotros les dábamos principios teológicos.
Pero se les acompañaba en su lucha.
Claro, nosotros tenemos que ver cómo se puede hacer un desarrollo sociopolítico en base a los principios cristianos. Gustavo hizo esa distinción: tenemos la opción por la justicia social pero no damos la receta de qué organización integrar. Los laicos deben de buscar eso.
En esa época ya estaba en debate el tema de la lucha armada.
Claro, y nosotros no estábamos de acuerdo porque justamente implica matar al otro. Tenemos que llamarle la atención, tenemos que promover que las víctimas se reúnan y hagan una sociedad.
Pero, ¿creían que se podía pasar de un modelo capitalista a uno socialista sin una revolución?
No, con una revolución.¿Pacífica?
Éramos conscientes que era muy difícil hacer una revolución pacifica. Por eso tenía que haber una opción por los pobres, y eso implicaba no aceptar el capitalismo explotador. Lo que teníamos que buscar era una hermandad y un compromiso político que la promueva.
Pero una revolución significaba que iba a haber muertos. En esa época se pensaba así.
Bueno, pero Gustavo no entraba en ese tema. Él sabía que no debíamos, y lo decía; pero también decía que era importante pensar en una organización política que ayude al ser humano a que llegue la justicia, la dignidad, la solidaridad. Cuando había marchas de los trabajadores, yo me turnaba. Un rato estaba con los de Vanguardia Revolucionaria, otro rato con los de Patria Roja; y así pasaba por las diferentes organizaciones para que no digan que tenía preferencia por alguna.
¿Tu familia sabía que estaban en las marchas?
No, nunca se los dije. Ellos también fueron lo suficientemente discretos como para no preguntar.
¿Tuviste muchas discusiones sobre este tema con ellos?
Una vez con mi padre. Habíamos hecho un comunicado que salió en el periódico y él me increpó por las partes con las que no estaba de acuerdo. Me llegué a distanciar de mi familia, aunque seguía visitando a mis padres una vez por semana.
De todas maneras, tu padre era bastante abierto. Otro te hubiera dicho: “no te quiero ver más“.
Recuerdo que una vez mi papá iba a tener reunión con otros ricachones, y como lo vi muy solo decidí acompañarlo. Sufrí como no tienen idea.
O sea, nunca hubo discusión con tirada de puerta.
No.
¿Y tus amigos?
Recuerdo que una vez me llamaron para dar una conferencia en la Parroquia de Fátima en Armendáriz. Ahí me encontré con uno de los antiguos amigos de Carlos que se paró en medio de la conferencia y se fue en contra de mí. Para ellos yo era un comunista. No me volvieron a invitar. Yo también tomé distancia. Solo iba a Miraflores para ver a mi papá y mi mamá los domingos, y a veces donde mi hermana. Nada con el resto de la familia.
En todo este tiempo, ¿nunca te pesó haber optado por este camino?
Nunca. El haber podido hacer realidad mis grandes opciones fue para mí una salvación. Cuando he estado más triste fue la vez que me tocó ser párroco de una parroquia grande en San Juan de Lurigancho..
Pero también era un lugar pobre.
Claro, pero ya estaba bastante urbanizado.
¿Tu hermano Carlos dónde estaba?
Era asesor de la Juventud Obrera Católica (JOC), vivía en Lima. Mi hermano, que era muy inteligente y muy buen orador, reunía a todos los misioneros que llegaban a su oficina que quedaba cerca a la iglesia San Pedro. Ahí íbamos una vez por semana y él nos mostraba toda la reforma teológica del Concilio. La teología la recibía en la JOC con los misioneros.
Dices que Carlos era bastante radical, ¿nunca discutiste con él por esa razón?
Al contrario, él me alimentaba a mí. Yo sentía que Gustavo y Carlos eran como mis hermanos mayores. Carlos tenía una gran inteligencia y era un excelente orador. Pero era loquito.
¿Cómo así?
Tenía la misma enfermedad que Alan García, y por eso tuvo que dejar el sacerdocio.
¿No lo dejó por su compromiso con Nelly Evans?
No, él lo dejó por su problema. Carlos podía ser muy radical, pero también sumamente escrupuloso. Vivía entre una religión opresora y un deseo de liberación.
¿En qué sentido era escrupuloso?
Él creía que todo lo que hacía era pecado.Era como un profeta para otros y un dictador para sí mismo. Eso lo hacía sufrir mucho. Le vino una crisis horrible. Yo dejé mi parroquia para acompañarlo. Él se había peleado con mis padres. En realidad, yo mismo le dije que debía de cortar con mis padres. Cuando él almorzaba con ellos, lo hacía en silencio, no les hablaba. Entonces le dije; “Carlos, un día tú vas a matarlos”. También lo animé a entrar a una terapia, y yo también lo hice. Por un tiempo compartimos el mismo psiquiatra.
Entonces Carlos renuncia, pero no recupera sus privilegios.
No, fue una tortura horrible. Los escrúpulos lo fueron deshaciendo, y en un momento dado el cuerpo no lo aguantó. Fue una pena, porque era un hombre brillante. Se le recuerda mucho por sus discursos en los retiros. Lo seguían muchas personas.

Sendero Luminoso

¿Cómo fue la relación de Carlos con Nelly Evans?
Al inicio estuvo bien porque Nelly había sido católica. Él la había conocido como monja y luego militó en Vanguardia. Carlos se enamoró de ella. Tuvo la suerte que cuando la toman presa, él estaba internado en una clínica debido a un cuadro depresivo.
¿Ellos seguían siendo pareja?
Si, pero ya estaban muy alejados. Carlos vivía entre la atracción y el rechazo.
¿Carlos vivía con la culpa de haber dejado de ser cura?
Algo de eso. No saben cuánto he pensado en Carlos durante todo el problema de Alan García. Ellos tenían la misma enfermedad, pero García tuvo la posibilidad de consumir litio. Mi hermano, en cambio, lo rechazaba. Nunca pudo tener tratamiento. Me pregunto qué sería de su vida si hubiera podido consumir litio.
¿Le chocó mucho el apresamiento de Nelly?
Es que ya estaban muy separados. Lo que le hizo sufrir mucho fue que tenían a sus hijos adoptivos. En realidad quien los tuvo que educar fue Carlos a pedido de Nelly.
¿Qué fue de los chicos?
Felizmente los chicos fueron acogidos por unas amigas profesoras que había tenido Nelly. Cuando la llevan presa, ellas se ofrecieron.

Organización criminal

¿Has tenido contacto con Nelly?
En una época cuando estaban juntos sí, después no. Cuando estaba presa la fui a visitar dos o tres veces. Ahora voy a tener que ir al mismo sitio por Susana Villarán.Eres amigo de Susana Villarán, ¿no?
Si, desde la época del movimiento de profesionales católicos. La conocí con su pareja, tuvimos muy buena amistad. Nos íbamos de vacaciones a Huacho con sus hijos. Soy padrino de uno de los chicos.
Fue muy duro lo que ha pasado con ella.
Claro, todo su proyecto de vida se le vino abajo. Termina sola, incluso sin el partido que ella fundó.

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