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Por Martha Meier Miró Quesada- Diario Expreso.
Los caminos de la vida nos llevan a personajes excepcionales, ubicados en las antípodas de nuestro propio pensamiento político. Pese a las diferencias, florece la amistad y la confianza. Pueden ser comunistas, socialistas, anarquistas, cuyas vidas guardan coherencia con su prédica. Como todo mortal, trabajan esforzadamente para ganarse el pan.
A contra mano del rojo de verdad, en el Perú –específicamente en Lima- existe una pequeña cofradía: la “izquierda caviar”, una argolla bullanguera que parece tumulto y que se ha autoproclamada la reserva moral nacional. Hay quienes sudan la gota gorda para integrarse a la “caviarada”. Vano intento.
No se gasten, tienen más reglas que el Club de Tobi. No basta ser anti “apro-fujimorista”, profesar la corrección-política, promover el aborto y los derechos humanos de los terroristas, aplaudir a los chapetones gais en la puerta de la Catedral, deslizar la especie de que todo sacerdote católico es un potencial pedófilo, escupir sobre el heroísmo de las Fuerzas Armadas, repudiar al Cardenal Cipriani, y otras cosas por el estilo. Aspirantes a “caviar” entérense: todo lo anterior y más, no basta.
El caviar tiene que ser un niño o niña “bien”, de familia con arraigo en la historia del Perú y vínculo sanguíneo con otras del mismo corte. El caviar es blanco y se casa con blanca. El hombre debe ser guapo, bien plantado y vestir bien. Las mujeres caviares han de tener buenos modales, andar un paso detrás de su marido, no decir palabrotas, ser amable y sonriente en todo momento.
El caviar es limeño y si no, es porque nació en alguna cosmopolita capital del mundo mientras su papi representaba a algún gobierno aristocrático pre-velasquistas, trabajaba en una empresa trasnacional y, si por casualidad nació en provincia es porque su mamá visitaba la hacienda de amigos o parientes.
Para ser caviar hay que tener, lo que en la huachafa Lima llaman “buen apellido” o “apellido conocido”, de preferencia compuesto y que alguna calle ya lleve ese nombre. Es necesario tener familiares millonarios y haberlos envidiado toda la vida. De paso hay que admirar al terrorista Che Guevara, haber paporreteado a Marx, Gramsci, José Carlos Mariátegui, Rosa de Luxemburgo, Lenin, Chomsky, Mattelart, Leonardo Boff y al padre Gutiérrez, entre otros.
Se debe tener grado universitario, aunque sea conseguido tardíamente gracias a los amigos bien ubicados. El caviar no tiene sangre en la cara, se acomoda con todos los gobiernos para luego despotricar de ellos en los mejores restaurantes de Lima. Si eres de butifarra y cerveza, no encajas y eso es lo mejor que te puede pasar.
Gracias, Alejandro Toledo Manrique
¿Qué camino lo llevó a ser hoy el más buscado?
Por Miguel Santillana– www.politico.pe
Alejandro Toledo Manrique se hizo conocido ad portas de la elección de 1985. Pepe Mejía (hoy ligado a Fernando Zevallos), entonces operador de medios del APRA, lo contactó con los canales de TV para divulgar la “heterodoxia” económica, novedad que traía un joven Alan García Pérez (AGP) que se había deshecho de la vieja guardia del partido utilizando el caso Langberg (narcotráfico).
ATM había regresado hacía poco al país para participar del equipo de Alfonso Grados Bertorini en el Ministerio de Trabajo.
Se presentó al público como economista graduado en Stanford, cuando en realidad había estudiado en la Facultad de Educación, para ser profesor de Economía (así como hay docentes de matemática que no necesariamente son matemáticos o profesores de geografía que no son geógrafos). No importaba si sabía o no de qué estaba hablando; las puertas de los medios de comunicación se le abrían y los periodistas (ayer como hoy, con poca preparación) lo consideraban un gurú económico. AGP ganó las elecciones y aplicó la “heterodoxia” con los resultados conocidos. No se olvidó de agradecer el apoyo de Toledo y lo nombró en directorios de bancos estatales.
Cuando trabajaba en Caretas, mi primera comisión fue hacer una nota sobre las minidevaluaciones. Para entonces, Toledo había sido “invitado a irse” de la Universidad del Pacífico por apropiarse de las ideas de otros investigadores, y fue asimilado por ESAN como Jefe de Investigación. Cuando lo llamé para saber su opinión sobre tales mini devaluaciones, me pidió que lo vaya a entrevistar al Club Villa y que no me olvide de llevar al fotógrafo. Me indicó que lo encontraría sentado junto a la piscina…
Desde siempre quiso ser aceptado por el establishment limeño, aunque fuera como el “exótico” de la fiesta… y quién diría que fue un peluquero de sociedad el personaje clave para abrirle las puertas, pero también para esconder su patrimonio mal habido y ser finalmente vilipendiado.
En ESAN, Toledo era el encargado de organizar seminarios internacionales y editar las ponencias como libros, a los cuales él les hacía un prólogo. Recuerdo un evento en el auditorio del Hotel Crillón donde expuso Roberto Zahler (graduado de la Universidad de Chicago, profesor de la Universidad de Chile y presidente del BCR de su país en el período 1989-1996). Ni bien terminó su disertación, Toledo se acercó y delante de todo el mundo le dio dinero en efectivo y le hizo firmar un recibo. Tacto, le dicen.
Toledo se hacía conocer en todos los ambientes. Es así que entabló amistad con Carlos Manrique, el dueño de CLAE. Fue este personaje quien le pagó los gastos que irrogan ser “visiting scholar” en Harvard (para entonces unos US$ 75 mil). Ante la debacle de la pirámide de CLAE, Carlos Manrique lo nombró como parte de su “dream team” de economistas que salvarían a la institución (otro que recuerdo es Hernán Garrido Lecca). CLAE era una gran estafa en la que él y sus hermanos tenían enormes cantidades de dinero nunca explicadas.
En las elecciones presidenciales de 1995, aparece como la novedad política. Nadie me puede quitar de la cabeza que fue una creación de Vladimiro Montesinos para distraer el voto de Javier Pérez de Cuéllar. Cuando a Montesinos ya no le era útil, lo destruyó (ver entrevistas con Nicolás Lúcar).
Fue mi profesor en ESAN luego del fracaso de su primera candidatura. Se las daba de gran intelectual y amigo de autores contemporáneos. Un día me vio con un libro de Robert Reich (secretario de Trabajo de Bill Clinton en 1993-1997, profesor de políticas públicas de la Universidad de California en Berkeley) para contarme que era su pata del alma, su “causa”. Por supuesto, no le creí.
Para probar el conocimiento en materia económica, del cual se jactaba, recuerdo que le pregunté cuál era la diferencia entre la teoría del valor en la economía clásica y las nuevas propuestas de valor de las teorías financieras. Me respondió como ha respondido toda su vida: chamullo sazonado con referencias a “sus amigos”. Me cambié de curso, y no sé cómo algunos sí se quedaron para escuchar a este charlatán. ESAN fue su centro de campaña electoral para el 2000 y 2001. La institución sufrió y varios profesores renunciaron.
Su presidencia fue su fiel reflejo: menos que mediocre. Si el Perú necesitaba una reconstrucción de las instituciones y una limpieza moral, lo suyo fue la francachela, las prebendas para la familia y una hipócrita reivindicación de lo indígena que nunca fue más allá del disfraz. En sus raros pálpitos de lucidez, supo escoger un equipo de gobierno que le haga el trabajo (el trabajo sucio también), pero fue finalmente un malagradecido.
Para Navidad del 2010, se sentía ganador y adelantó el festejo en su balneario favorito: Punta Sal. Por supuesto fue con sus amigotes, que ya se repartían cargos y embajadas. Perdió las elecciones por su soberbia, pero arrastró a los demás en su derrota (destruyó a su partido, alejó a sus más leales colaboradores).
Se sintió el “salvador del Perú” y el único que podría evitar un “salto al vacío”. Tuvo el cuajo de pedir, a través de intermediarios, la renuncia de los otros candidatos a su favor. No fueron los diablos azules lo que lo hicieron proclamar “Todos a mí”, sino su miedo a los compromisos y promesas ya realizadas. Para salvar su crítica situación personal, ahora endosó la candidatura de quien decía era “un salto al vacío”.
Gracias por tu coherencia, Alejandro Toledo Manrique.
Pero como buen hipócrita supo reciclarse. Se sumó como garante de la Hoja de Ruta a cambio de protección judicial. Con la “pareja presidencial” tuvo protección cuando se destapó el caso Ecoteva y usó su facilidad para mentir. Se paseó por la Fiscalía y el Congreso clamando su inocencia. Tuvo la raza de decir que si le descubrían corrupción dejaría la política. El mismo trato pusilánime recibió su carismática esposa (y sobre esa condición se tendría que revisar los papeles, pues mis fuentes me dicen que son arrejuntados nomás: se divorciaron luego de una rotunda catana fruto del alcohol).
Como es cínico, se presentó al reciente proceso electoral. Como “cholo terco”, perdió la inscripción pues nadie le creyó. No le quedó otra que refugiarse en Stanford diciendo que es profesor. Mentira.
Alguien ha pagado US$ 100 mil para que sea un “visiting scholar”, vale decir, tiene derecho a biblioteca, a una oficinita, a ir a seminarios/clases pero nada más. Quien tiene contrato hasta setiembre en el centro de estudios latinoamericanos es Eliane. Con el reciente escándalo, nadie los quiere en Stanford. Son unos apestados, peligrosos para el prestigio de la universidad.
Ahora sabemos la verdad. Sabemos que no tiene escrúpulos para mentir y meter en sus actos corruptos hasta a su anciana suegra. Los días con Fujimori en el Fundo Barbadillo prometen ser nada aburridos.
Álvarez Rodrich, la ‘idiotez’ y el género
Por Javier Gutiérrez- InfoCatólica.
Es particularmente extraordinario el baile del periodismo peruano. No sé si es falta de creatividad o que muchos periodistas creen en esa frase nazi de que «una mentira dicha mil veces se transforma en verdad». Bueno, en palabras de Álvarez Rodrich sería «ideas idiotas que, de tanto machacarlas, pueden ser creídas por algunos» (Sí, lo siento, este periodista es incapaz de citar una frase conocida por todos sin meter una mala palabra de por medio, sólo para darle un toque suyo).
Por eso, cuando en la mayoría de medios nacionales se da cabida a tantos artículos con exactamente el mismo fondo, me huele raro: me huele a prensa mala. Y ahora en el Perú lo que se ha puesto de moda es que todos digan ilustradamente que no existe eso que llaman ‘ideología de género’ y que, además, no está presente en el Currículo Nacional de la Educación Básica.
Permítanme un ejemplo: Cuando en el cine vemos que espontáneamente un grupo de desconocidos se pone a bailar en sincronía al son de una música que surge mágicamente de nadie sabe dónde, un espectador híper realista y un tanto aguafiestas podría decir: ‘¡Bah, eso está orquestado! En la vida real eso no pasa’. Y lo más probable es que queramos callarle porque preferimos entrar en la ilusión de la historia. Sin embargo, eso no significa que el espectador no tenga razón. Así es: en la vida real lo espontáneo y natural se opone a lo artificialmente sincronizado.
Puede que alguien diga que peco de suspicacia o que soy un aguafiestas, pero yo prefiero pensar que soy este espectador híper realista. Ése que, sólo por un momento, sale del embrujo, suelta la canchita y la gaseosa, mira a sus vecinos con ojo crítico y dice: ‘este periodismo no es genuino’.
Un modelo magistral de lo que aquí comento es el mismo Augusto Álvarez Rodrich, quien en sus artículos «La idiotez de la Ideología de Género» y «La ‘Ideología de Género’ de Cipriani & Cía» habla textualmente de la «paparruchada del Cardenal Cipriani y de su grupo de atacar a eso que llaman la ‘ideología de género’». Y que, «a diferencia de lo que dice este cardenal, el currículo nacional no hace mención a ninguna ideología», sino que «eso solo está en la cabeza alucinada de este cardenal retrógrado e intolerante».
Más allá de que sea curioso que mencione la intolerancia quien habla de ‘idiotez’, ‘cucufatería nacional’, ‘yugo inquisidor’, ‘mangoneos’, ‘paparruchadas’, ‘cabezas alucinadas’ y ‘retrógrados’; lo más interesante es que, como todos los otros periodistas que afirman lo mismo, es alguien tan ocupado que ni siquiera tiene tiempo para revisar la RAE antes de escribir un artículo. Bueno, por si a alguno le sobreviene un espíritu de responsabilidad periodística, aquí les ahorro el trabajo de buscarlo en el diccionario:
«Ideología: Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.»
Mastiquémoslo un poco: una ideología no es un documento formalmente redactado que inicia diciendo «Los aquí firmantes suscribimos que la ‘ideología de no sé qué’ es tal y tal». Una ideología no requiere un testamento oficial, pues es un «conjunto de ideas». ¿Esto qué significa? Que si Zutano cree que el proletariado está sometido por la burguesía, que por medio de la revolución se alcanza la superación, que el Estado debe velar por todos los medios por una igualdad material absoluta y que la propiedad privada es un mal que ha de ser eliminado; entonces, con toda razón, se puede decir que la ideología política de Zutano es comunista. Así no existiera ningún manifiesto comunista, Zutano lo seguiría siendo, porque una ideología es un conjunto de ideas, no es tinta sobre papel.
Y además, si volvemos a la definición, este conjunto de ideas caracteriza el pensamiento de alguien o de algunos. No es que sea necesario que Zutano haga profesión de su ideología para que ésta sea real. Por mucho que se encuentre mañana ante un juzgado fascista y afirme no ser comunista una y mil veces, su verdadero pensamiento (no lo que dice de boca para afuera) lo caracteriza e identifica con el Comunismo, así que sigue siendo comunista. Una persona tiene ideología comunista cuando cree en el Comunismo, como una ministra tiene ideología de género cuando cree en el género, por mucho que diga que no una y mil veces ante el juzgado de la opinión pública.
Pero, entonces, ¿cuáles son esas ideas que en conjunto identifican a alguien lo suficiente para que se pueda decir que tiene ideología de género? Básicamente, lo principal es el concepto mismo del género. El diccionario panhispánico de dudas asegura que «las palabras tienen género (y no sexo), mientras que los seres vivos tienen sexo (y no género)». En cambio, lo que identifica a la ideología de género va completamente en otra dirección: para ésta las personas, además y por encima de su sexo datado biológica y objetivamente, tienen un género, es decir, un rol subjetivo, adquirido y socialmente construido que no tiene por qué ser acorde con su sexo biológico, y que eso está bien.
Eso es lo esencial, luego se puede ir más a fondo como se puede ser más o menos socialista, pero el hecho mismo de aceptar ese concepto, esa idea, ya da pie a que se pueda hablar de ideología de género. Los géneros podrán ser dos (masculino y femenino), cinco (incluyendo transexuales) o cincuenta y seis, como algunos sostienen.
Esta idea clave suele además ir acompañada de otros dos paradigmas: la denominada liberación sexual y la desestructuración de lo que llaman patriarcado, que es la familia natural. En aras de estas dos ideas se desprenden el uso y reparto gratuito de anticonceptivos, la regulación de parejas homosexuales, el aborto como un derecho y el adoctrinamiento estatal de la sexualidad.
Por eso, es más que suficiente que un documento formule el principio básico de la ideología de género para que ésta se pueda identificar. Y el Currículo Nacional de la Educación Básica lo hace tal cual cuando tiene un numeral llamado «Enfoque igualdad de género» en el que dice que «Si bien aquello que consideramos ‘femenino’ o ‘masculino’ se basa en una diferencia biológica-sexual, estas son nociones que vamos construyendo día a día, en nuestras interacciones».
Miren, señores de la prensa peruana: líquido, blanco, en vaso, y salido de la ubre de una vaca. Nieguen lo que quieran, pero sigue siendo leche. Dénselo a un intolerante a la lactosa diciéndole que es agua con colorante blanco, a ver si por eso va a dejar de hacerle daño.
Porque me parece encontrar aquí una doble moral: que si el Currículo no menciona textualmente el término «ideología de género» y si la ministra dice que no la hay, entonces lo que importa es lo que dice, no lo que es; pero que si Chávez y Maduro dicen que el gobierno venezolano no es dictatorial, lo que ellos digan no importa porque priman los hechos. Que se le puede llamar a alguien «retrógrado» por mucho que él diga no serlo, pero no se puede hablar de «ideología de género» porque ésta no existe. Que insultar a diestra y siniestra es un derecho de libertad de expresión, pero hablar de naturaleza es un atentado de discriminación, y un largo etcétera.
Señor Álvarez Rodrich, su «idiotez de la ideología de género» parece no ser tanto un «invento de la cucufatería nacional», como usted afirma, sino una realidad evidente y demostrada. Usted dice que quien habla de ‘ideología de género’ «genera confusión» y «apela al miedo». No vaya a ser que quien «genera confusión» es aquel que dice que no existe lo que sí lo hace, y que quien «apela al miedo» es aquel a quien no le queda otro recurso que el insulto y la grosería para hacerse escuchar.