¡Dios mío, ten piedad de mí!

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Evangelio según San Lucas 18,9-14: 
Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
“Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.
El fariseo, de pie, oraba así: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.
Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas’.
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!’.
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”.

Santo Toribio Romo

En algún momento a comienzos del verano de 1973, Jesús Gaytan y dos amigos empezaron su camino hacia el norte, hacia Estados Unidos. Su plan era pasar a hurtadillas la frontera y encontrar trabajo como peones de campo. No les importaba dónde, sólo querían -necesitaban- trabajar.
Una vez en la frontera, sus planes fueron rápidamente desbaratados. Los localizó una patrulla fronteriza y, temerosos, corrieron de vuelta a México.
Jesús se separó de sus amigos y empezó a deambular por el desierto. No tenía ni idea de dónde se encontraba. Después de varios días de caminata, sin rumbo ni comida ni agua, Jesús estaba seguro de que su muerte estaba próxima.
Mirando el inhóspito paisaje, con los ojos fijos a través de las ondulantes olas de calor que se elevaban desde el suelo, vislumbró una camioneta que iba en su dirección.
Como desconocía quién se le podía estar acercando, al instante se sintió aterrado al tiempo que aliviado.
La camioneta paró y de ella salió un hombre joven de piel pálida y ojos azules. Sonrió a Jesús y le ofreció comida y agua. Luego le condujo a una granja cercana donde necesitaban trabajadores.
También dio a Jesús unos cuantos dólares para que los guardara en su bolsillo. Jesús le dio las gracias profusamente y le preguntó cómo podría devolverle el dinero.
El hombre le dijo, en un perfecto español: “Cuando por fin tengas trabajo y dinero, búscame en Santa Ana de Guadalupe, Jalisco. Pregunta por Toribio Romo”.
Y así la historia, años más tarde Jesús Gaytan por fin pudo hacer ese viaje a Santa Ana de Guadalupe. A su llegada, preguntó dónde podía encontrar a Toribio Romo. Le dirigieron a una pequeña iglesia cercana.
Colgado en la pared exterior de la capilla había un gran retrato. Jesús lo miró ojiplático. Toribio Romo era aquel hombre del desierto.
Jesús había llegado al santuario de Toribio, donde se conservaban sus restos. Quedó impactado al descubrir que el hombre que le había ayudado en el desierto hacía 20 años había sido beatificado por el papa Juan Pablo II en 1992.
Quedó doblemente impactado ante la noticia de que su rescatador había sido asesinado en 1928 durante la Guerra Cristera. Jesús Gaytan se dio cuenta entonces de que había sido salvado por un hombre enviado del Cielo.
Luciano López relata que, en su camino hacia Colorado para encontrar trabajo, se perdió en el sofocante calor del desierto de Arizona.
Luciano recuerda haber visto una figura “borrosa” de pie junto a lo que parecía ser un océano. Cuenta que aquella persona le saludó con la mano y empezó a caminar y, de esta forma, le guió hasta una área de descanso con comida y agua, salvándole la vida.
De vuelta en México, cuando le contó a su mujer lo sucedido, ella respondió: “El que te condujo a lugar seguro fue san Toribio, patrono de los migrantes. Le estuve rezando por tu bienestar”.
Toribio Romo nació un 16 de abril de 1900 en Santa Ana de Guadalupe, Jalisco, México. Con permiso del obispo, fue ordenado sacerdote a la joven edad de 22 años.
Su edad no importaba a las autoridades. La Constitución antirreligiosa de México había sido promulgada en 1917, así que Toribio, de inmediato, fue objeto de vigilancia gubernamental. Y entonces llegó el fatídico año de 1927.
En ese año, el presidente de México Plutarco Elías Calles, que detestaba a los católicos, ordenó a sus soldados imponer de forma estricta la Constitución antirreligiosa de 1917.
Además de celebrar misa en la clandestinidad, atender a los enfermos y escuchar en confesión, el padre Toribio también había estado enseñando el catecismo tanto a niños como a adultos.
Ahora le habían ordenado que se confinase en su residencia y que no dijera el Rosario en público ni celebrara más misas.
El joven sacerdote se refugió en una antigua fábrica cerca de una ciudad llamada Agua Caliente. Desde allí desafió a las autoridades seculares, celebrando misas y cumpliendo su ministerio lo mejor que podía.
El 22 de febrero de 1928, el padre Toribio empezó a organizar su registro parroquial. Terminó el 24 de febrero.
El padre Toribio sabía el peligro que corría y tenía miedo. Rezaba diariamente por la gracia y la fuerza de Dios, pero no dejaría que sus miedos le impidieran hacer su trabajo.
El 25 de febrero a las 4:00 a.m. el joven cura se fue a la cama a dormir un poco. Una hora más tarde, tropas del Gobierno asaltaron el lugar y penetraron en el cuarto del sacerdote. Un soldado gritó:“Encontré al cura. ¡Mátenlo!”.
El padre Toribio dijo: “Estoy aquí, pero no tienen que matarme”.
Los soldados lo ignoraron. Uno de ellos disparó y el sacerdote, herido, se levantó de nuevo y empezó a caminar hacia los soldados. Después de unos pocos pasos, abrieron fuego y el padre Toribio cayó muerto.
La historia del martirio del joven sacerdote se difundió rápidamente y su popularidad subió como la espuma.
Muchos mexicanos que tomaron el camino hacia el país norteño cuentan inspiradoras historias sobre cómo la intervención del padre Toribio salvó sus vidas.
En el año 2000, el papa Juan Pablo II canonizó al padre Toribio y a otros 24 mártires asesinados a causa de su fe durante la Guerra Cristera.
Hoy, santo Toribio Romo es venerado como el santo patrono de los migrantes mexicanos, los “mojados”, los inmigrantes clandestinos.
Santo Toribio Romo, reza por nosotros.

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