Muñeca brava
Por Alberto Vergara– Diario El Comercio.
Alguien dijo que en el Perú todo es difícil, pero nada es imposible. En política es cada vez más cierto: era sumamente difícil que el fujimorismo, rechazado por medio país, obtuviera el 56% del Congreso y no fue imposible que el candidato más votado en San Isidro ganara la elección presidencial. Que levante la mano quien anticipó ese combo. En el Perú siempre es muy probable que ocurra lo improbable. Aunque hay causas, no hay leyes. Debemos recordarlo ahora que afloran diagnósticos tajantes y vuelve a profetizar el gurú estrábico: la historia está abierta y sus actores solo poseen un peso relativo y pasajero.
Los mismos que le sugerían a PPK no polarizar la elección (o sea, que le recomendaban perderla) ahora lo convocan a que se entienda o cogobierne con el fujimorismo. La justificación: la primera vuelta la ganó el modelo económico. Que la segunda –que es la importante, por eso ocurre después de la primera– la ganase una coalición en favor del Estado de derecho excluyendo explícitamente al fujimorismo debería ser obviado (en los mundiales esta gente debe emocionarse más con las semifinales que con la final). Además, como PPK sería irremediablemente débil en el Congreso, debería entregarse al fujimorismo cuanto antes. Es una interpretación válida y una propuesta legítima. Pero ya que quienes la sugieren son los mismos que le recomendaban a PPK perder la elección, lo razonable es seguir obviándolos.
Ahora bien, encontrar una alternativa a esto no será fácil porque sospecho que PPK tiene el corazón partido. Viene de un longevo y feliz matrimonio con la derecha, pero en el último mes descubrió el ‘thrill’ del centro y la izquierda. ¿Luego de la aventura loca debe regresar al matrimonio pausado y recuperar su mandil de Ppkeiko? ¿O debe abandonarlo todo e irse a disfrutar la segunda juventud? Como esta no es una columna del corazón, responderemos incorrectamente: dupletea, PPK. Para pensar esta alternativa hay que regresar un momento a la campaña.
PPK y su equipo deben tener claro el recorrido precario que hicieron de enero a junio. La eliminación de Julio Guzmán fue una transfusión de sangre para un PPK que ya volaba bajo. Cuando parecía que Verónika Mendoza lo superaría en la meta, Gregorio Santos le robó unos votos decisivos al Frente Amplio y barnechéveres asustados le dieron dos o tres puntitos vitales a PPK. En segunda vuelta, medio país se puso el alma cuando despuntó un fujimorismo aceitado con plata dudosa y dispuesto a manipular evidencias y medios. En resumen, ni en primera ni en segunda vuelta, PPK logró seducir votantes. Mal podría disfrutar de una luna de miel presidencial cuando nunca existió enamoramiento.
Ese enamoramiento en política se llama legitimidad. La urgencia de PPK es mucho más construir la legitimidad que vincula al presidente con los ciudadanos, que construir la gobernabilidad que descansaría en la relación entre Ejecutivo y Legislativo. Kuczynski será presidente pero, por un rato, no puede dejar de ser candidato. En las grandes ciudades del norte, PPK fue rechazado contundentemente y las sureñas lo apoyaron con indisimulado desgano. Es necesario que el presidente electo vaya pronto al norte a convencer a esos ciudadanos de que será el presidente de todos los peruanos y que dejará la piel en solucionar sus problemas, en especial el crimen. Y debe peregrinar por las ciudades del sur, agradeciendo a pecho abierto, pues sin ellas no habría tenido siquiera la posibilidad de ser presidente. En un país sin mediaciones políticas, establecer la empatía entre presidente y ciudadanos es largamente más necesario que una foto con Alan García, Luis Bedoya o reunirse con Keiko Fujimori. El candidato gris necesita convertirse en un presidente con respaldo propio.
Un presidente medianamente popular podrá arreglárselas con un Congreso ajeno. Tres cuartos de los peruanos condenan el trabajo del Legislativo. Este repudio es una de nuestras pocas constantes. Sin usar probabilística avanzada, de los próximos diez escándalos congresales, los fujimoristas protagonizarán seis o siete. Con algo de fortuna y otro poco de virtud, emergerán los disidentes del fujimorismo. Se podrá hacer lo que han hecho todos los presidentes de la última década y media: negociar cada ley con distintos congresistas impopulares y amateurs, sin alianzas permanentes. Una por una. Finalmente, un presidente medianamente popular podrá, llegado el caso, jugar de manera verosímil la carta de la disolución del Congreso y, así, mantenerlo a raya.
En resumen, la debilidad principal de PPK no está en el Congreso, como tantos mencionan, sino en la sociedad. Si resuelve la segunda, aligera la primera.
Ahora bien, edificar esa vinculación con la sociedad implica quitar grandilocuencia a varios lugares comunes de estos días. Primero, “el país está dividido en dos”. Por favor, para bien y para mal, a los peruanos nos interesa poco la política. La agitación y el insulto ocurren entre los directamente interesados en el resultado electoral. No inventen un país partido donde ha habido una elección ajustada. En segundo lugar, dejar de magnificar al fujimorismo y al Frente Amplio. Ni el primero es necesariamente una aplanadora naranja en el Congreso, ni el FA “domina la calle”, “podría levantar el sur”, ni tanta monserga referida a un movimiento nuevito por el cual nadie pensaba votar hace seis meses. En el país de los enanos políticos, todos detectan a Gulliver en el equipo contrario.
Gobernar en el Perú pos-Fujimori ha sido, sin excepción, el ejercicio por el cual un presidente despilfarra en cinco años la legitimidad recibida al ser elegido. PPK necesita recorrer el camino inverso. Y, honestamente, lo más probable es que fracase y se convierta en otro presidente con 20% de aprobación lamentando que “no comunica bien sus logros”. Pero hay un país que acaba de votar por PPK que reclama ser representado, respetado, y que es una potencial base para el gobierno.
Esta posibilidad implica relativizar otro lugar común: triunfó el antifujimorismo. Visto con la lupa de la campaña, es innegable. Pero observado con unos lentes más amplios, el antifujimorismo no es solo un rechazo. Es, sobre todo, la afirmación recurrente de una voluntad democrática clamando por representación. A PPK y a su equipo debería quedarles claro que no han ganado porque tuvieran mejores propuestas económicas, sino porque triunfó la preocupación por el Estado de derecho, por las instituciones. Quienes lo han respaldado son ciudadanos huérfanos de líderes, partidos, pero que no se resignan a vivir en un país chacra. Una demanda que existe con prescindencia del fujimorismo. Se los ve cuando César Acuña se desploma tras los plagios; emergen para salvar a Susana Villarán de la revocatoria. Y reconocen que el narco es un peligro: castigan a Lourdes Flores por la vinculación con Cataño, liquidan a García por los narcoindultos, le niegan la confianza a Keiko. Son “ciudadanos sin república”, como los llamé en un libro hace un par de años. Barrer esta constante preocupación por las instituciones de un sector considerable de la sociedad debajo de la alfombra del “antifujimorismo” es degradar o relegar su dimensión afirmativa y positiva.
Hay, entonces, una agenda institucionalista por explotar, que el fujimorismo, por definición, no puede avanzar. Y me temo que sin la experiencia de la segunda vuelta, PPK tampoco notaría su existencia. Desde reformar el Poder Judicial hasta respaldar la unión civil, pasando por una sólida agenda anticorrupción, hay un abanico de iniciativas que, sin poner en riesgo su marca de defensor del modelo económico, le permitiría construir una agenda progresista, así como una base de apoyo medianamente consistente.
Cuentan que una vez el generalísimo Franco le sugirió a un atónito interlocutor: “Haga como yo, no se meta en política”. Si PPK no se mete en política, va muerto. En la campaña entendió tardíamente que debía hacer política, es decir, tomar la iniciativa, pelearse, no arrugar ante el “ruido político” que horroriza a lo más fino de Lima. Ahora tiene que entenderlo como presidente. Necesitará muñeca con la sociedad, muñeca en el Congreso, muñeca en la calle, muñeca con su pasado. Vamos, una muñeca brava. Los peruanos estamos largamente acostumbrados a buenos candidatos que se transforman en malos presidentes. A ver si PPK estrena la lista de los malos candidatos que se hicieron buenos presidentes.