Por Pablo Pérez Álvarez– Diario El País
Como hace cinco siglos, cuando la llegada de los europeos a América provocó la muerte de miles de indígenas que no tenían anticuerpos para las nuevas enfermedades importadas desde el otro lado del Atlántico, en los últimos años ha llegado un virus a varias regiones indígenas de la Amazonía peruana para el que no estaban culturalmente preparados y que ya se ha cobrado un número indeterminado de víctimas mortales: el VIH.
Las primeras señales de alerta saltaron hace unos nueve años en Condorcanqui, una provincia del norte del país, fronteriza con Ecuador y habitada por las etnias wampis y, sobre todo, awajún, pertenecientes al aguerrido grupo etnolingüístico de los jíbaros, celebres por su antigua tradición de reducir las cabezas de sus enemigos. Hasta entonces, debido al aislamiento de esta y otras áreas indígenas amazónicas, se considera que los casos de sida allí eran excepcionales y muy aislados. Pero Unicef, en el marco de un programa de salud materna que tiene en la zona, comenzó a aplicar las nuevas tecnologías de pruebas rápidas y se llevó la sorpresa de que el virus estaba más extendido de lo que se creía.
Poco a poco se vio que el fenómeno se reproducía en otras partes de la Amazonía, pero Condorcanqui ha sido tomada como modelo de referencia por el gobierno peruano para diseñar la estrategia para el VIH a seguir con poblaciones indígenas, ya que, por sus condiciones geográficas y culturales, está siendo la más afectada por el problema.
Esta provincia está conformada por las cuencas de tres afluentes del río Marañón (el Cenepa, el Nieva y el Santiago). El año pasado se terminó de asfaltar la única carretera que llega hasta su capital, Santa María de Nieva, con unos 5,000 habitantes, y la dejaban a unas seis horas de viaje en coche desde Bagua, la ciudad más cercana, siempre y cuando las lluvias no hagan impracticable el camino. Al resto de los poblados, diseminados a lo largo de un territorio selvático de unos 18,000 kilómetros cuadrados (una superficie parecida a la de la provincia de Cuenca) sólo se puede llegar por río. Acceder a algunos de ellos desde Nieva puede llevar más de un día, además de resultar muy oneroso en una zona particularmente castigada por la pobreza.
A partir de 2012 se iniciaron campañas de detección del sida más amplias y las alarmas se dispararon con la multiplicación de casos detectados. El porcentaje de infectados respecto al total de población analizada ha oscilado en los últimos cuatro años entre el 1.32% y el 2.1%. Muy por encima del 0.23% de la prevalencia general de Perú, que se mantiene en los parámetros de la región latinoamericana, y más cerca de los valores de un grupo de riesgo como es el de las trabajadoras sexuales (entre el 1% y el 2%).
El coordinador nacional de la estrategia para el VIH del Ministerio de Salud peruano, Carlos Benites, indica que están utilizando una tasa del 2% como valor programático para sus previsiones, pero reconoce que el porcentaje puede variar conforme aumente el número de personas a las que se les hace la prueba. “No creemos que en ningún caso tengamos indicadores mayores del 5% de positivos, pero tampoco creemos que es una proporción como la de la población general”, admite.
Zebelio Kayap, presidente de Organización de Desarrollo de las Comunidades Fronterizas del Cenepa, la cuenca con mayor incidencia del virus en la provincia, cree que éste pudo entrar por varias vías, como el ingreso regular de comerciantes mestizos que venden sus productos en las comunidades de las orillas de los ríos o la llegada de profesionales de otras partes del país para trabajar como sanitarios, trabajadores de la construcción y, sobre todo, profesores. También apunta a los crecientes contactos con los indígenas achuar, del lado ecuatoriano de la frontera, con mejores vías de comunicación que los awajún, y con soldados de una base militar situada en el río Cenepa.
Por último, añade el líder indígena, “salen muchos jóvenes a trabajar, a estudiar a (ciudades como) Chiclayo, Jaén, Lima. Incluso hay señoritas que están trabajando en los bares de pueblos cercanos. Esos jóvenes regresan de la ciudad y nadie controla cómo lo hacen”.
Aunque Kayap no lo menciona, entre estos emigrantes retornados también hay muchos awajún homosexuales, que cada vez son más aceptados en la zona.
“Hay una fuerte presencia de hombres que tienen sexo con hombres en comunidades indígenas amazónicas, pero estas comunidades se resisten un poco a aceptar ese tema”, advierte Benites. Algunos incluso practican el sexo con hombres sin ser homosexuales a cambio de dinero o algún regalo, algo que en la cultura awajún no es considerado prostitución. Así pueden quedar infectados y luego le trasmiten en VIH a sus parejas heterosexuales.
Pero este no es el único factor que está contribuyendo a que se extienda la enfermedad entre los awajún. El Ministerio de Salud ha hecho estudios que han encontrado que estas poblaciones indígenas amazónicas tienen una serie de conductas de riesgo para adquirir enfermedades de transmisión sexual, afirma Benites.
En la cultura amazónica, señala, hay “un inicio sexual muy temprano: desde los 10 u 11 años” y “culturalmente es aceptado tener múltiples parejas sexuales”. En el caso concreto de los awajún, un hombre puede tener incluso más de una mujer. Pero más importante todavía, destaca Benites, en estas comunidades todavía no se ha podido hacer llegar a entender la importancia del uso del preservativo, que es muy escaso”.
Este caldo de cultivo, idóneo para la expansión del VIH, ha obligado al Ministerio de Salud a tomar medidas como la de realizar la prueba rápida a todas las mujeres gestantes, empezar a medicar a los pacientes en cuanto den positivo en dos pruebas rápidas, sin esperar a la confirmación del análisis definitivo y llevar el tratamiento a los puestos de las comunidades. Hasta 2012, el único centro de tratamiento estaba en Bagua, a más de un día de viaje de la mayoría de los poblados, lo que disuadía a muchos pacientes.
Pero la geográfica no es la única barrera que está propiciando el avance del VIH-sida. “Estas poblaciones no sólo no hablan nuestro idioma, sino que no comparten nuestra forma de hacer salud y tienen una cosmovisión totalmente diferente de la nuestra”, subraya Benites.
El contacto de los awajún con la civilización occidental ha sido a menudo traumático y está plagado de malas experiencias. Por ello, predomina entre ellos el recelo frente al Estado. Los trabajadores sanitarios encuentran complicado generar confianza en el sistema de salud occidental entre los awajún. Muchos de ellos prefieren recurrir a su medicina tradicional, basada en el uso de plantas de la selva, o rechazan los diagnósticos de los centros de salud.
Milagros Osorio, coordinadora de la estrategia contra el VIH de la red de salud de Condorcanqui, trabajó durante unos años como obstetra en el puesto de salud de Kusu Kubain, una comunidad a orillas del Cenepa donde se concentra el mayor número de casos de sida de la provincia. En muchas ocasiones su trabajo chocó con las diferencias culturales. Por ejemplo, tuvo que aprender a asistir al parto vertical, tradicional en la zona, y calcular cuándo las mujeres están listas para dar a luz por el calor de su cabeza, dado que no se dejaban tocar en sus partes íntimas.
Asegura que cuando se comenzó a detectar casos del virus “había personas, incluso profesores, que no quería aceptarlo y rechazaban someterse a tratamiento”. “Decían que era brujería y se resistían a someterse a tratamiento. Tenían otras relaciones y contagiaban a más gente”, lamenta.
Para los awajún es difícil entender una enfermedad como el VIH, que aunque se puede controlar, no tiene cura, y que alguien lo puede tener y no presentar ningún síntoma. Es por ello por lo que para mucha gente de esta etnia es menos complicado atribuir los síntomas, cuando se presentan, a la brujería, a conjuros atribuidos a algunos pobladores por envidias o algún otro tipo de animadversión personal contra sus vecinos.
Pero a la fuerza ahorcan y en los últimos años han comenzado a aceptar la existencia de la enfermedad al aumentar las muertes por sida sin que las plantas medicinales ni los curanderos puedan hacer nada. “Ahora hay gente que cumple bastante el tratamiento. Se están dando cuenta de que si lo dejan empeoran y han visto cómo personas cercanas de sus familias han fallecido. Entonces tienen miedo”, explica Osorio.
Es el caso de Esli Kantuash, de 32 años y su esposa, Amanda Ugkush, de 20, de Kusu Kubain. Ambos fueron diagnosticados con VIH el pasado mes de abril, cuando ella se quedó embarazada y acudió al centro de salud. Esli estuvo trabajando varios años en grandes ciudades como comerciante y como guardia de seguridad antes de regresar a su pueblo en 2008. Está convencido de que fue en este periodo cuando contrajo el virus, que luego transmitió a su mujer.
“Cuando me dijeron que tenía VIH/sida me sentí muy mal, pensé en morirme, en separarme de mi mujer”, recuerda. “Pero la doctora nos dijo que los que tienen sida viven tomando pastillas y cambié de idea. Ahorita estamos tranquilos”, cuenta mientras sostiene a su hijo Juan, de apenas dos meses de edad.
“Queremos estar vivos, por eso estamos acudiendo al puesto de salud cada mes y estamos al tanto con nuestro tratamiento. Desde que nos diagnosticaron tomamos pastillas y estamos normales”, comenta.
“Se ha avanzado mucho, pero hay que seguir trabajando en la zona”, reconoce Osorio. Basta con hablar con algunos líderes locales para comprobar la ardua tarea a la que se enfrentan las autoridades sanitarias.
Uno de los problemas a la hora de hacer comprender el problema es la confidencialidad que por ley se aplica a los casos de infectados de sida.
Saúl Sejekan, viceapu (autoridad local elegida en asamblea comunitaria) de Huampami, la capital de la cuenca del Cenepa, cuenta un caso reciente de un joven fallecido. Extraoficialmente ha sabido que tenía sida, pero sus familiares aseguran que ha muerto a causa de la brujería.
Como en estos casos, el poblado se reúne y decide expulsar a la persona que supuestamente le ha causado el daño (usualmente identificada porque la víctima soñó con ella antes de enfermarse). Sejekan considera que el acusado en esta ocasión es inocente, pero no puede oponerse a la decisión popular. “Yo quiero que el médico nos dé el diagnóstico a las autoridades para que tratemos de hacer comprender a las personas”, dice.
El otro gran problema en la estrategia contra el sida en Condorcanqui, reclama Kayap, es la prevención. En el centro de salud de Huampami, cuartel general de la microrred de salud del Cenepa, no se ve ni un cartel alertando del sida o promoviendo el uso del preservativo.
Los médicos entregan condones a los jóvenes y a los padres de familia y les dan orientación de planificación familiar y charlas, pero no parece que esta labor tenga mucho éxito.
La Defensoría del Pueblo peruana ha denunciando la situación y exige la aplicación de una política de salud intercultural para avanzar en la integración de las etnias indígenas en el sistema sanitario público. Dicha política fue acordada mediante un proceso de dos años de consulta previa entre el Ministerio de Salud y representantes de los pueblos originarios de todo el país. Entre sus aspectos más importantes están el reconocimiento de su medicina tradicional y su articulación con la occidental.
No obstante, Daniel Sánchez, jefe del programa de Pueblos Indígenas de la Defensoría, denuncia que desde hace más de un año se espera que el presidente peruano, Ollanta Humala, emita el Decreto Supremo que permita su implementación. “Esa política ya pasó por todos los canales de consulta y aprobación, pero no se sabe por qué el presidente tiene el Decreto Supremo en sus manos y todavía no lo rubrica”, lamenta.
Carlos Benites asevera que ya han elaborado un plan de comunicación, elaborado por un grupo de antropólogos, para concienciar a la población awajún sobre el problema del VIH y la importancia de la prevención. “El plan es que tiene fases donde lo que queremos es que se genere material comunicacional desde las mismas comunidades. No solamente folletos, sino dramatizaciones, teatro, pintado de murales…”, argumenta.
Pero la Defensoría del Pueblo reclama medidas de largo plazo que abarquen a todos los pueblos originarios, como que se cree una Dirección de Salud de Pueblos Indígenas y que se le destine un presupuesto adecuado.
VIH golpea Amazonía peruana
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