Herencia espiritual

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Herencia espiritual

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Cómo actuar frente a los problemas de la vida y cómo comportarse en tiempos de bonanza, es lo que nos enseña el evangelio de hoy (Lc 12,13-21). Y nos lo enseña mediante dos ejemplos tan actuales hoy como en tiempos de Jesús, y que, aunque no lo parezca, están interrelacionados. El primero es un pleito entre hermanos por causa de una herencia, pleito en el que Jesús no desea intervenir. El segundo es una parábola sobre un hacendado que se hace millonario por un golpe de suerte (una buena cosecha). En la parábola Jesús habla del buen uso que hay hacer de la riqueza y de cómo el dinero no es lo principal en la vida.  De paso da a los hermanos en pleito las pautas para resolver ellos mismos su problema: huir de toda codicia, que desdice de la condición humana y tener en cuenta que el ser (la vida) es superior al tener (la vida no se compra con dinero).
En ambos casos, el consejo de Jesús apunta a algo muy importante: es un necio quien atesora riquezas materiales para sí y no se enriquece en orden a Dios (Lc 12, 20-21). Es decir, realizándose como persona, ayudando y promoviendo al prójimo en necesidad, colaborando al bien común y poniendo cuanto tiene al servicio de la causa de Dios. Como dice Jesús en otra parte, es la manera evangélica de atesorar para el cielo.
¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre ustedes?, es la respuesta de Jesús a quien le pide que diga a su hermano que reparta la herencia con él. Me pregunto cómo se habrá sentido aquel hombre ante esta respuesta. Y pienso en cómo nos sentimos nosotros cuando pedimos algo al Señor, y parece no responder. Lo que Jesús dijo, su actitud frente al problema, arroja luces sobre millones de situaciones parecidas. Simplemente no se siente obligado a tomar parte directa en la solución de problemas parecidos.  Y esto porque nos ha dado y tenemos o debiéramos tener los recursos y talentos suficientes para resolver por nosotros mismos esos problemas y situaciones.
No es razonable que pidamos milagros para resolver las cosas que nosotros, como individuos, familia y sociedad, previniendo y esforzándonos, podemos resolver. Es aplicable a muchas de nuestras peticiones el caso del estudiante flojo que, a la hora de los exámenes, pide a Dios que le ayude a salir bien cuando durante todo el año lo pasó holgazaneando. Es también el caso de la mayor parte de nuestros problemas legales, como el del pleito del evangelio, o de salud, laborales (los sin trabajos y los explotados), de educación, de vivienda, etc.  Olvidamos que Dios y Jesús  no son un deus ex maquina, es decir componedores de entuertos o unos arréglalo todo.
 Claro que hay que acudir a Dios pidiendo su ayuda, pero sólo en aquellas cosas que exceden nuestras posibilidades presentes o se trata de emergencias humanamente imprevisibles o insolubles. Para el resto y como dije, Dios nos ha dado los recursos y los talentos suficientes para realizarnos como personas, para convivir civilizadamente en sociedad y para transformar racionalmente el mundo.

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