Por Armando Nieto Vélez SJ
El Padre Francesco Interdonato Santisi (1924-1991) nació en Sicilia el 1 de diciembre de 1924. Vino al Perú en los años de la segunda guerra mundial, y vivió un tiempo en el Callao. En un retiro espiritual decidió su vocación religiosa e ingresó en el noviciado San Estanislao Kostka, de la Compañía de Jesús, el 28 de febrero de 1948. Al cabo de un bienio de noviciado hizo los primeros votos e inició los estudios de Humanidades Clásicas (Juniorado) en 1950. En ese tiempo fue bibliotecario del Juniorado y al mismo tiempo ayudante del Bibliotecario de la Casa de Formación de Miraflores.
La Etapa siguiente fue la filosofía. Fue enviado a Cotocollao (Quito), donde fue un aplicado estudiante. Inteligente y agudo, intervenía en debates de Metafísica y Psicología. Era ávido lector de Filosofía y Literatura.
En el paréntesis trienal antes de Teología, Francesco fue destinado al colegio limeño de la Inmaculada, donde enseñó diversas asignaturas, alternando con clases de Religión para alumnos de escuelas fiscales de los barrios de Maravillas y Malambito.
Los estudio teológicos los realizó en el Teologado jesuita de Ciudad de México, que funcionaba bajo el título de “Instituto Libre de Filosofía” (ya que los jesuitas no tenían autorización estatal) de Río Hondo, desde 1958 a 1961. Fueron para él años de intenso estudio y reflexión. Sus compañeros admiraban la penetración y profundidad de sus intervenciones en clase.
Fue ordenado sacerdote en México el 27 de octubre de 1961, al terminar el tercer año de Teología. La tercera probación, prevista por San Ignacio de Loyola para los recién ordenados, la realizó en la Ceja (Colombia). Regresó al Perú en 1964. Enseñó en el Seminario Mayor del Cuzco. Luego los jesuitas del Ecuador lo invitaron a dar cursos de Filosofía en San Gregorio. Un trienio regresó al Perú para enseñar otra vez en el Cuzco a los estudiantes teólogos. El 15 de agosto de 1965 hizo la profesión solemne de 4 votos. A partir de 1968 hasta su muerte ejerció ininterrumpidamente la docencia de Teología en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, y varios años también en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Colaboró asiduamente en la Revista Teológica Limense. Fue autor de varios libros y muchos artículos de temas teológicos, como su excelente tesis doctoral sobre el ateísmo en el Perú.
Los últimos siete años de su vida los pasó en la residencia jesuita de Miraflores (Fátima). Gran deportista, no dejaba de ir diariamente a la playa donde competía en natación y “frontón” con elementos juveniles, que admiraban su vigor y resistencia.
Los médicos le descubrieron un cáncer pulmonar. Continuaba sin embargo empeñosamente sus clases y la redacción de artículos y libros. Fue un religioso fiel a la oración y al espíritu de Ignacio de Loyola; apasionado y vehemente cuando se tocaban puntos de doctrina de fe o moral. Falleció el 4 de julio de 1991 a los 67 años de su edad.
Testamento del Padre Interdonato
“Pido perdón a todos los que haya ofendido. Mi fe es firme, confío en el Señor y he aceptado su voluntad. Quiero que sepan que siempre he sido fiel a la Iglesia y a mi sacerdocio. Quiero que sepan que lo que más he querido siempre ha sido poder enseñar, y que me duele mucho que en la plenitud de mi lucidez y pensamiento deba renunciar a este anhelo. El Señor así lo ha querido: ese es el sacrificio que ahora ofrezco. El recuerdo mío para ustedes es éste: Aunque nadie sabe los estragos de la enfermedad, la decisión existencial que uno toma frente a Dios abarca el pasado, el presente y el futuro; tiene carácter definitivo e irrevocable. Uno no puede prever el curso de la enfermedad pero nada debe alterar la actitud delante de Dios y de la Iglesia. Lo que soy ahora, como creyente, como sacerdote e hijo de la Iglesia es lo definitivo y único que puede caracterizarme, suceda lo que suceda por el curso de la enfermedad y de su poder destructor. El punto al que ha llegado es irreversible. Agradezco a todos los alumnos la receptividad y la apertura. Para mí ha sido una fuente de gozo dictar clases. Si hubo mérito, gran parte ha sido por el anhelo y acogida que uno veía en los ojos de los alumnos. Ver tanta avidez era enorme prodigio de satisfacción; siempre he querido poner de manifiesto todo lo que en la tradición teológica y eclesial era necesario que conocieran. Creo que la materialidad de la explicación o de mi enseñanza como profesor no subsistirá; pero el anhelo y el impulso hacia ese saber que creo que he dejado en muchos, por el camino que Dios sabe, cada uno lo alcanzará. Quiero por último, que ustedes sean capaces de continuar algún día lo que yo he dejado y se mantengan siempre fieles al Magisterio y a las enseñanzas de Cristo”.
Transcripción de José Gálvez Krüger.
Fuente: Enciclopedia Católica on line.