San Justino de Jacobis CM

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San Vicente de Paul

Giustino Pasquale Sebastiano Battista Muccia nace en Fele, Lucrania (Italia) el día 9 de octubre de 1800. Sus padres Giovanni Battista y María Giuseppa Muccia tuvieron 14 hijos -nueve murieron de pequeños-, de los cuales Justino fue el séptimo. La familia Battista Muccia era sencilla pero con un nombre de prestigio y de fuerte tradición católica.
A los catorce años, se traslada con su familia a Nápoles. Allí conoció a Mariano Cacace, sacerdote carmelita que se convierte en su director espiritual y acompañante vocacional. Este sacerdote orientó a Justino, después de haber discernido sus inclinaciones vocacionales, a buscar una comunidad de vida esencialmente activa, que es a lo que respondía a las inquietudes del joven. Es así como el 17 de octubre de 1818 ingresó a la Congregación de la Misión.
Transcurrido su noviciado emitió los votos en 1820 y continuó con sus estudios de teología. En 1823 es trasladado a Oria, donde recibe en poco tiempo las órdenes menores, el subdiaconado y el diaconado ordenándose sacerdote el 12 de junio de 1824. Durante 15 años misiona con el celo apostólico de San Vicente, por el sur de Italia, en Oria (1824-1829), en Monopoli (1829-1834), superior en Leche (1834-1836), Director del Seminario Interno en Nápoles (1836-1838). Fue asombroso su comportamiento en la epidemia de cólera que asoló la comarca en 1836 durante la que se desvivió en la atención y cuidado de los enfermos.
En 1839 es enviado como Prefecto Apostólico a la misión de Etiopía. Por aquél entonces, se llamaba Etiopía a toda la región al sur de Egipto, que comprendía el Sudán y Somalia. Era un pueblo de entre 8 y 10 millones de habitantes y eran los únicos que en todo África creían en Cristo, veneraban a la Virgen y tenían una aparente jerarquía eclesiástica. Justino gran devoto de la Virgen, fue el primero en llevar la Medalla Milagrosa acuñada pocos años antes a África.
El cristianismo abisinio era una mezcla de creencias y tradiciones paganas, judías y musulmanas. El reto del misionero era preservar la fe católica. En su predicación desarrolló el método vicentino, que consiste en hablar con sencillez, persuasión y familiaridad más que con gran elocuencia y erudición. Su capacidad de adaptación y comprensión le llevó a hacerse todo a todos, pobre con el pobre, abisinio con los abisinios. Vestía el hábito de los monjes de la iglesia abisinia, para dar ejemplo al clero local y mantenía su casa como una clausura. No podía hacer proselitismo abierto, ni rezar ni celebrar misa, pues corría peligro de muerte si lo hacía en público. Fue ganándose un círculo de conocidos, con mucha paciencia y bondad y con el tiempo se atrevió a invitarlos a una instrucción religiosa. La cita fue para el 25 de enero, conversión de San Pablo y aniversario de la fundación de la Congregación de la Misión. Acudieron 10 personas y les habló sencillamente de temas del catecismo.
Las reuniones fueron haciéndose periódicas, los domingos, y poco a poco fueron siendo más nutridas. Les hablaba abiertamente del Catolicismo, les hablaba de la Iglesia, unida en un principio y ahora dividida. Las predicaciones se repetían cada vez con más frecuencia y a ellas asistían sacerdotes y monjes de la iglesia copta en gran número. Entre estos se encontraba un deftera copto llamado Ghebra Micael, monje instruido de vida recta y búsqueda sincera de la verdad.
Este joven siguiendo un camino sincero de reflexión, llegó a desear abrazar la fe católica. Justino le pidió esperar y junto con él repasaron toda la doctrina, llevándolo a mayor claridad. El 2 de mayo de 1844, se adhirió a la fe católica. Ghebra era muy conocido y tenía ascendiente entre la clase eclesiástica abisinia, por lo que, al conocer la noticia, muchos monjes le siguieron al igual que Ghebra y este se pasó a ser compañero inseparable de Justino De Jacobis con un grupo de conversos construyen en Guala el primer colegio o seminario llamado de la Inmaculada Concepción. Se inaugura en 1844 y se inicia con 20 jóvenes formándose para el sacerdocio.
Este colegio difundió sobre todo la devoción a la Medalla Milagrosa, que él repartía a todo el mundo y que fue muy bien acogida por los abisinios. Por este hecho, la gente comenzó a llamarle abba Yakob Mariam (Padre Jacob de María). Al mismo tiempo Justino comenzó a fundar casas que, eran como estaciones de descanso y centros de operaciones para sus viajes apostólicos. El 6 de julio de 1847 el Papa Gregorio XVI expidió la bula de nombramiento para Justino como obispo titular de Nilópolis y vicario apostólico de Abisinia.
La hostilidad del nuevo abuma (obispo) Salama recién nombrado en Alejandría se manifestaba abiertamente hostil, declarando excomulgado a todo aquel que se relacionara con el abba Yakob. Comenzó así una atroz persecución contra la Iglesia Católica. El ras Ubié, jefe de la región, aunque era favorable a Justino, para evitarse problemas, le pidió que se retirara fuera de su jurisdicción, y esperase a que se calmaran los ánimos. Justino dejó Guala en octubre de 1848 para no poner en peligro a sus fieles y a cuanto habían construido, retirándose a Massaua donde estuvo esperando unos meses. Pero al recibir noticias de las detenciones y peligros que sufrían sus fieles, decidió regresar a Guala.
Mientras Ghebra Micael había seguido instruyéndose y Justino decidió conferirle el sacramento del orden sacerdotal. Ese mismo año el abuma Salama dictó un ataque abierto contra todos los católicos, y como no podía detener a Justino por su condición de extranjero, decretó su expulsión de Etiopía y sus guardias arrasaron las misiones arrestando a los fieles. A pesar de ello, Justino no abandonó a sus fieles y el 15 de julio de 1854 fue apresado junto con todos sus compañeros. Todos fueron maltratados y torturados y victima de la tortura, murió Ghebra Micael. La prisión duró cuatro meses y en noviembre fue enviado con una escolta hasta la frontera Egipcia
Justino siguió en la costa, visitando algunas comunidades y pensando regresar al interior en cuando se dieran las condiciones. La ley abisinia, permitía que un reo pudiera rescatar su vida por dos medios: pagando cierta cantidad, o encontrando a otro que muriera por él. En 1860 le causó tal compasión la situación de un condenado, que ofreció a la familia agraviada pagarles la correspondiente suma, lo cual no aceptaron. Entonces se ofreció para morir en su lugar. Esto si lo aceptaron inmediatamente quizá por aversión que sentían hacia Justino. Fue tal la conmoción que este hecho causó en el pueblo, que al momento fue liberado por la multitud, impidiendo su muerte.
A la llegada de un nuevo misionero el Padre Delmonte, el Padre Justino decide acompañarlo. Por el camino muchos salían a saludarlo y él bendecía a todos. Después de un agotador viaje y victima de la disentería que padecía, en el Valle de Aligadé, entregó su alma a Dios a las tres de la tarde del día 31 de Julio de 1860. Su santidad, pronto cruzó las fronteras de Etiopía. La fama de su vida y de su trabajo todavía perdura entre los cristianos etíopes y aún entre los musulmanes.
El 25 de junio de 1939 fue beatificado por el Papa Pío XII; siendo canonizado por el Papa Pablo VI, el 26 de octubre de 1975.

Fundador de la nueva generación católica y formador del clero nativo de Eritrea y Etiopía

Por Abba Iyob Ghebresellasie CM
Mientras historiadores y arqueólogos andan buscando testimonios fehacientes de los primeros asentamientos cristianos cerca de la ribera oeste del Mar Rojo, no resulta difícil hallar alusiones bíblicas a la llegada del cristianismo a nuestras tierras:… Al mismo tiempo un etíope, hombre de confianza y ministro de Candace, reina de los etíopes, y encargado de todos sus tesoros que había ido a Jerusalén en peregrinación (Hech 8,27).
Según los etnólogos, el nombre Etiopía se atribuye a aquellas gentes que tienen la misma lengua y cultura que viven todavía en el Cuerno de África. Y aunque todavía no concuerdan los historiadores sobre el lugar de residencia de la Reina Candace o sobre los límites de su territorio, existen narraciones de historiadores nativos que nos pueden servir, de alguna forma, de fuentes. Sobre la base de estas referencias bíblicas y relatos tradicionales, podemos afirmar que la fe cristiana fue introducida en las tierras costeñas de Eritrea durante los primeros siglos del cristianismo. Orígenes, el padre de la Iglesia Egipcia, escribe: “No se cree que haya sido predicado el Evangelio a todos los etíopes, en especial a aquellos que vivían más allá del río” .
El cristianismo en el siglo IV en Eritrea y en otras regiones fronterizas de Etiopía
No existen dudas de que la fe cristiana llegó al reino axumita a través de los territorios costeños de Eritrea cercanos al actual puerto marítimo de Massawa, y con toda probabilidad, a través del antiguo puerto de Adulis. Y desde Adulis hasta Axum, existen muchas ruinas antiguas en Eritrea como Quohaito, Tokonda, Abba Meta y Metera, que presentan pruebas históricas de la antigua presencia cristiana. Si bien los arqueólogos comenzaron las excavaciones en algunos de estos lugares en la segunda mitad del siglo 20, sus trabajos se vieron interrumpidos por la guerra de los 30 años por la independencia de Eritrea.
Tanto Eusebio como Rufino, historiadores de la primitiva Iglesia, confirman la llegada del cristianismo a Eritrea/Etiopía. San Frumencio fue consagrado obispo en el siglo cuarto, por Atanasio, Patriarca de Alejandría, quien “le mandó volver al lugar de donde procedía”. Un antiguo Martirologio Ghe’ez nos da más detalles sobre la misión y ministerio de Frumencio como Obispo de Etiopía. San Frumencio sirvió de instrumento para la evangelización de las llanuras meridionales de Eritrea así como de las cercanas regiones del norte de Etiopía.
Misioneros posteriores trataron de restablecer la fe católica en las montañas de Eritrea y en las vecinas regiones de Etiopía
C. Conti Rossini, escritor e historiador explica cómo la Iglesia etíope, desde sus comienzos, fue seguidora de la ortodoxia católica, como lo fue la alejandrina de la que dependía. La herejía monofisita fue aceptada por la Iglesia de Alejandría, y como Etiopía recibía sus obispos de ella, la Iglesia etíope, en contra de su origen, se hizo monofisita (tal vez inconscientemente). Dejando a un lado el asunto de cómo la Iglesia etio-eritrea se hizo monofisita, muchos misioneros católicos emprendieron la recuperación de sus seguidores para la Iglesia de Roma.
El emperador Zarajacob de Etiopía, respondiendo a la invitación del Papa Eugenio IV, envió al Abad Andrés, del Monasterio de San Antonio en Egipto, y a un diácono llamado Pedro como delegados al Concilio de Florencia de 1441 .
De 1555 a 1632, muchos misioneros jesuitas fueron enviados a Etiopía para restaurar la unidad de la Iglesia Católica. Por desgracia, estos misioneros poseían escasos conocimientos de la cultura y costumbres eclesiásticas y litúrgicas de la Iglesia etio-eritrea, y todos fueron finalmente expulsados del país. Hay que decir que, durante su presencia en el área, ganaron muchos miembros nuevos para la Iglesia Católica. Estos nuevos católicos fueron también perseguidos, y muchos buscaron refugio en regiones apartadas a fin de conservar su fe católica. Sorprendentemente, lograron resistir durante más de dos siglos, aunque privados de la asistencia de sacerdotes.
– De 1637 a 1642, los frailes capuchinos trataron de ir a Eritrea y Etiopía. Pero fueron detenidos y asesinados por las autoridades civiles en el lugar por donde habían entrado.
– Otros misioneros franciscanos volvieron a intentarlo de 1700 a 1714. Fueron encarcelados, también, y apedreados hasta morir cerca de Gondar.
– La Iglesia de Roma no abandonó nunca. Un Etíope, Ghiorghis Ghebreigziabher, fue nombrado obispo con el nombre de Tobías. Era estudiante de Propaganda Fide en Roma. Fue enviado como obispo de Adulis y llegó a Eritrea con su acompañante. Trabajaron firmemente para establecer la Iglesia Católica de nuevo. Sin embargo, también esta vez, Abuna Tobías fue obligado a dejar el país y a huir El Cairo en 1797.
La llegada de Justino de Jacobis a Eritrea y Etiopía y sus éxitos en la fundación de la Iglesia Católica
Justino de Jacobis, misionero de altas dotes de santidad y comprensión, aprendió de su fundador, San Vicente de Paúl, una lección básica: seguir la Providencia de Dios. Fue la Divina Providencia la que le enseñó cómo tratar a la gente a él confiada en su nueva misión. Sabía muy bien que durante siglos los misioneros católicos habían hecho cuanto estaba en sus manos para establecer la Iglesia Católica en ambos países, pero sin éxito alguno. Justino pidió a Dios que le inspirara interiormente cómo conquistar los corazones y las mentes del pueblo etíope. Y la Divina Providencia respondió, concediendo a Justino una notable visión de la cultura y tradiciones del país que era su nueva misión. En más de un aspecto, se estaba anticipando, en casi cien años, a la visión del Vaticano II de la cultura y su importancia. En su tiempo resultaba con frecuencia difícil a los misioneros extranjeros aceptar y vivir la cultura de su territorio de misión. La Providencia fue abriendo el camino a San Justino, nuevo Prefecto Apostólico, hasta abrazar las tradiciones y cultura de la gente, y anunciarles así el mensaje del Evangelio.
De esta forma, abriéndoles su corazón, pudo Justino no sólo ganarse a muchos de ellos, sino también ayudarles a abrir sus corazones a la palabra de Dios. A partir de este punto la Iglesia Católica iría echando raíces profundas en las tierras de Eritrea y Etiopía, y pronto ofrecería mártires por la fe. Todo se debió en gran parte a la profunda visión de San Justino y a su santidad. Mantuvo la esperanza y trabajó por una Iglesia Católica con un rostro etio-eritreo. En esto, él tuvo éxito donde otros habían fracasado. Razón por la que se nos permite afirmar que San Justino de Jacobis es el fundador de la nueva generación católica. Porque él, al asimilar todo el valor positivo de su país de adopción, logró edificar la estructura de la Iglesia Católica sobre sólida base. Esta pequeña comunidad habría de sufrir acoso y persecución. Pero resistiría y sobreviviría.
En su misión de evangelización, San Justino viajó de pueblo en pueblo. Cuando decidió establecer puestos de misión, confiaba su administración a sacerdotes y seminaristas, mientras él iba a nuevos lugares a evangelizar a nuevos pueblos. Al llegar a un lugar, Justino alquilaba uno o dos “hidmos” (pequeñas residencias locales) para él y para la gente que le acompañaba. Luego invitaba a los pobres y gente sencilla a visitarle, hablar con él, y a rezar con él también.
Como verdadero hombre de Dios, predicaba el Evangelio de manera tan sencilla que le entendía la gente, y les gustaba. Su vida era un ejemplo vivo para ellos, y esto contribuía a cambiar, poco a poco pero con seguridad, la imagen que tenía la gente a menudo de la Iglesia Católica y de los propios católicos.
Durante los veinte años de predicación del Evangelio en Eritrea y Etiopía, San Justino recorrió miles de kilómetros visitando poblados grandes y pequeños. Adonde iba, predicaba la Buena Nueva con palabras y hechos, y animaba a las pequeñas comunidades que fundaba a llevar vida de integridad y de fidelidad a sus creencias. Así, sus continuadores se ganaron una buena reputación y el respeto del común de creyentes ortodoxos. Debido a las continuas persecuciones de las autoridades civiles y religiosas, no se ganó muchos discípulos. Pero fue muy bien recibido en todas partes por su gran respeto a la gente.
La primera fundación de la comunidad católica en Adwa
Los años de 1769 a 1855 son conocidos como la “Edad de los Príncipes”, en la historia de Etiopía. No existía ninguna autoridad gubernativa central en la parte norte del país. Sólo había varias autoridades provinciales y regionales. En este contexto, Adwa era un centro administrativo y comercial. Y Ubie era su príncipe regional, cuya residencia no distaba mucho de la ciudad de Adwa. Hacia finales de 1839, Adwa había sido elegida como residencia del recientemente nombrado Prefecto Apostólico, Justino de Jacobis. Fremona, a las afueras de Adwa, había sido un centro de los misioneros jesuitas unos dos siglos antes de la llegada de Justino.
De Jacobis predicó el primer sermón en enero de 1840. Sus primeros esfuerzos suscitaron opuestos sentimientos a la vez que la admiración de la gente y del clero ortodoxo de Adwa. Abrió también la posibilidad de reunir en torno a él la primera comunidad católica. Pero durante la ausencia de Justino de Adwa en 1841, Abuna Salama, el recién consagrado obispo ortodoxo de Egipto, se propuso destruir esta pequeña comunidad católica excomulgando a todos sus miembros y simpatizantes. Algunos de estos recién convertidos, temiendo la excomunión que les privaba automáticamente de los sacramentos ortodoxos y de funeral en la Iglesia, abandonaron la fe católica y se volvieron formalmente a la Iglesia ortodoxa. A pesar de este revés, los fieles de la nueva comunidad católica continuaron creciendo sin interrupción. Lo cual era bien conocido de las fanáticas autoridades eclesiásticas ortodoxas. Al Prefecto se le negó el acceso a todo espacio de culto público y tenía que celebrar la santa misa y conferir los sacramentos del bautismo, confirmación y confesión en secreto, en lugares ocultos.
Las autoridades ortodoxas consideraron que la presencia de Justino era un escándalo y un sacrilegio. Él y la comunidad católica fueron denunciados ante el obispo ortodoxo, Abuna Salama. Por suerte, el príncipe local Ubie respetaba mucho a Justino y por ello sus enemigos ortodoxos no pudieron llevar acabo sus planes de expulsar al Prefecto y de destruir la pequeña comunidad fundada por él. Ubie concedió a De Jacobis Enticio, un pequeño centro que incluía unas pocas aldeas a su alrededor. Ésta fue la recompensa por el servicio que prestó a la delegación que fue a Egipto para pedir un nuevo obispo para Etiopía.
Adwa estaba también cerca de Addi Abun, residencia del obispo ortodoxo. La presencia de la comunidad católica tan cerca del Obispo resultó intolerable. Las demás autoridades ortodoxas continuaron también su oposición. Trataron mal a De Jacobis y a sus compañeros, y amenazaron a las familias recién convertidas con la excomunión y el hostigamiento.
No le quedó elección al pobre Prefecto sino salir de Adwa. Convencido de la providencia de Dios, Justino buscó un lugar apropiado para vivir pacíficamente y continuar su ministerio. En 1844, viajó a Eritrea donde permaneció medio año en el área de Zeazega. Luego regresó a Agame. Antes de sacar a su clero de Adwa, fundó una pequeña comunidad católica en Enticio, cerca de allí, en donde el recibió la tierra pero no quiso que fuera registrada a su nombre sino al del señor Shimper. Allí, le dio un trozo de tierra un delegado del gobierno alemán, llamado Sr. Shamir. Este señor, que antes había sido protestante, fue recibido en la Iglesia Católica por Justino, y se casó con una mujer católica del lugar. Con esta concesión de tierras, el Prefecto pudo construir una pequeña casa y un oratorio, y nombró a un sacerdote para cuidar de la comunidad así como a un “debtera” (un maestro de ceremonias litúrgicas) para enseñar catecismo y música litúrgica. De Jacobis y su cohermano Biancheri decidieron seguir adelante, pero vendrían de vez en cuando a visitar a la comunidad. En mayo de 1845 la mayor parte de los sacerdotes y seminaristas se cambiaron a Guala, donde mientras tanto, Justino había comprado un trozo de tierra y construido el Seminario de María Inmaculada.
La presencia de la comunidad católica en Guala
En 1844 Ghebra Micael declaró oficialmente su fidelidad a la doctrina de las dos naturalezas en Cristo. Desde entonces, él acompañaría a Justino en muchos de sus viajes, especialmente al famoso monasterio de Gunda Gunde, en la parte nordeste de Guala. A De Jacobis le dieron sus seguidores el nombre de Abba Yacob-Mariam, o Jacob de María, por su gran devoción a la Santísima Virgen.
La visita del Prefecto blanco y del muy respetado monje Abba Ghebra Micael, conmovió profundamente a los monjes del monasterio. Debido a la buena impresión producida por Justino y Ghebra Micael, un buen número de los monjes comenzaron a pensar en seguirlos a Guala. Abba Teklehaimanot (el mayor, para distinguirle de Teklehaimanot más joven que escribiría la biografía de Justino De Jacobis) fue uno de los monjes que los siguieron, uniéndose a ellos incluso en su viaje a Eritrea. Teklehaimanot sugirió al Prefecto que pidiera permiso para comprar algo de tierra a los labradores de Guala, su pueblo. De Jacobis pudo comprar un pedazo de terreno cerca de la iglesia ortodoxa de San Jorge. En 1845, en menos de un año, San Justino construyó el seminario y trasladó a los seminaristas y a parte de los sacerdotes de Adwa a Guala. El Prefecto construyó también una casa cerca del seminario para los jóvenes y los adultos que venían de los pueblos cercanos para la catequesis. Muchos niños junto con sus familias se sintieron atraídos por el estilo de vida católico y por la conducta ejemplar de los seminaristas, y se unieron a la comunidad católica de Guala, parroquia de los sacerdotes de Tahtai-Zeban y de Maiberazio, al nordeste de Guala, junto con sus parroquianos y con los de otra aldea llamada Biera.
San Justino, en un intento por resolver la carencia de sacerdotes católicos, se propuso enviar a algunos seminaristas a Egipto para su debida formación y ordenación para el sacerdocio. Pero Guillermo Massaia, quien sería después cardenal, acababa de llegar como Prefecto Apostólico de la parte sur de Etiopía. Visitó Guala en 1846 y al año siguiente ordenó nuevos sacerdotes y recibió en la Iglesia Católica a otros que habían estado ejerciendo el sacerdocio en la Iglesia ortodoxa. Eran 15 en total. Este acontecimiento representó mucho para los esfuerzos apostólicos de Justino De Jacobis. A los nuevos sacerdotes católicos se les asignaron diferentes pueblos y la fe católica se consolidó y comenzó a desarrollarse.
El ministerio de las comunidades católicas encontró resistencia y persecución por parte de algunos ortodoxos. Abuna Salama empleó la amenaza de excomunión para detener el ministerio de Justino, y buscó la intervención de las autoridades civiles para seguir con el hostigamiento de las comunidades católicas. Pronto los católicos llegaron a ser vistos como proscritos y a muchos les confiscaron las propiedades y expulsaron de sus casas. Frente a la persecución, algunos católicos decidieron huir antes que renegar de su fe. Otros se quedaron en los pueblos aceptando los riesgos. Otros también renunciaron a su recién hallada fe católica y se volvieron a la Iglesia ortodoxa. Sin embargo, la comunidad católica en conjunto siguió fiel a pesar de la persecución y transmitió su fe a generaciones futuras.
El establecimiento de la comunidad católica en Alitena, entre los Irobes
Dos años antes del traslado de los sacerdotes y seminaristas de Guala a Alitena, ya existía una comunidad católica entre el grupo étnico de los “bukneitos”, ubicado en torno a Alitena. Una vez convertidos a la fe católica, algunos ancianos de este grupo, expresaron, por el bien de todo su pueblo, su determinación de comprometerse con el catolicismo a condición de que De Jacobis prometiera darles sacerdotes católicos para ayudarles en sus necesidades espirituales.
En 1848, sólo un año antes de las ordenaciones celebradas por el Prefecto apostólico Massaia en Guala, muchos católicos de Guala se vieron obligados a huir a Alitena por la persecución desencadenada por Abuna Salama. A éstos les siguió la comunidad del Seminario de María Inmaculada. Aunque el seminario sólo estuvo en Alitena unos años, el impacto producido en la comunidad católica fue profundo. Se sintió fortalecida por la presencia del seminario y continuaría fiel a pesar de todos las contrariedades. Pero sólo un año después de llegar, el seminario comenzó a padecer conflictos internos y externos.
De Jacobis tuvo que regresar apresuradamente de Menkulu, junto al Mar Rojo, para mejorar la situación. Se fue a ver al Príncipe Ubie y le pidió ayuda y protección para su ministerio contra las continuas amenazas de Abuna Salama. El éxito de Justino De Jacobis duró poco. Desde Alitena, él recurrió al Príncipe Ubie muchas veces, pero sus peticiones de justicia se quedaron sin atender. Las autoridades locales saquearon repetidas veces el seminario viéndose obligados él y la comunidad del seminario a huir por razones de seguridad. A causa de la persecución, en 1851, Justino se vio obligado a trasladar el seminario de nuevo, esta vez a Halay, en la zona de Aret, en las montañas meridionales de Eritrea, quedándose algunos sacerdotes en Alitena al cuidado de la comunidad católica.
La comunidad católica en las montañas del sudeste de Eritrea y Halay
A partir de 1850, De Jacobis empezó a ofrecer ayuda espiritual a las gentes de Aret, Halay y de los poblados de Awhene y Maarda. Como el pueblo le recibió bien, dejó a uno de sus sacerdotes, Abba Emnetu, en Halay con encargo de construir una residencia allí mismo. En 1851, la mayor parte de los seminaristas y sacerdotes se trasladaron de Alitena a Halay. Seguro de la lealtad de la gente de Halay, se dirigió al oeste a la región de Seyah.
En 1849, Justino de Jacobis fue consagrado obispo en Massawa por el Vicario Apostólico y futuro cardenal, G. Massaia. La sencillez evangélica de la ceremonia impresionó a sus seguidores. Justino pudo de esta forma desempeñar su ministerio, nombrando finalmente a Biancheri como obispo coadjutor suyo y sucesor. Las tres diócesis católicas de Eritrea existen hoy por el crecimiento de la Iglesia desde el tiempo de su evangelizador y fundador, Justino de Jacobis.
De Jacobis, formador del clero nativo etio-eritreo
Muchos misioneros extranjeros hicieron cuanto pudieron por trasplantar el mensaje del Evangelio y formar a los católicos eritreos y etíopes. Algunos sufrieron el martirio por su repuesta a la llamada del Señor. Sin embargo, no acertaron en implantar la Iglesia Católica dentro del contexto cultural de Etiopía y Eritrea. De Jacobis se había propuesto no cometer los mismos errores, y tuvo la inspiración de dirigir todas sus energías a la formación del clero nativo. Por eso, Justino acertó donde otros habían fracasado. Es tenido en tan alta estima que aun hoy día no se habla de él como “San Justino”, sino más bien como “nuestro padre Justino de Jacobis”, tanto por parte clero como por parte de los seglares. Este afectuoso título es la expresión del profundo amor hacia el hombre que los llevó a la fe católica.
En el momento de la consagración episcopal de Justino de Jacobis, la Iglesia Católica se había comprometido a enviar tantos misioneros como fuera posible a todo el mundo bajo los auspicios de Propaganda Fide. Pío IX, que nombró obispo a Justino, puso todo su empeño en defender las misiones constituyendo cientos de prefecturas, vicariatos y diócesis por todo el mundo.
Por desgracia, muchos misioneros europeos no vieron la necesidad de construir seminarios para el clero indígena. Justino de Jacobis fue uno de los pocos que experimentaron y respondieron a esta necesidad. Escribió a sus superiores:
Es más fructífero y seguro tratar con los sacerdotes nativos que con los misioneros europeos que no están familiarizados con las culturas locales y sociales de los nativos.
Impresionado por su capacidad intelectual y por su conocimiento de su contexto social, De Jacobis se dedicó por entero a la formación de los seminaristas nativos. Los estudiantes estaban convencidos de la dedicación, amor y disponibilidad de su formador. Debido a este mutuo entendimiento y respeto, los seminaristas fueron leales, superando toda clase de obstáculos y persecución. De Jacobis pudo echar una base firme para la Iglesia al preparar a sacerdotes nativos, una idea que sólo se llegaría a valorar y apoyar unos cien años después de su muerte. Muchos misioneros de fuera, estaban convencidos de la superioridad de su propia cultura, y no fueron capaces de apreciar la cultura de la gente a quienes se les había enviado a evangelizar. A pesar de sus grandes esfuerzos, no consiguieron ver la utilidad y el aspecto práctico de formar al clero local. Esta actitud fue un impedimento para el éxito en la evangelización.
En nuestro caso, el clero nativo, bien preparado por De Jacobis, constituyó la espina dorsal de la comunidad católica. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando muchos misioneros extranjeros se vieron obligados a huir, un buen número de sacerdotes diocesanos eritreos, a petición de su obispo, Kidanemariam Kassa, corrieron a llenar el vacío dejado por la expulsión de los extranjeros en el centro y sur de Etiopía.
Profundo respeto de Justino de Jacobis hacia el clero nativo
Desde el momento en que De Jacobis puso el pie en este nuevo país, se dio cuenta del gran respeto hacia el clero en la sociedad etio-eritrea. Y él también reforzó este respeto en todas sus actuaciones con ellos. Estos sentimientos están patentes en su primera alocución al clero ortodoxo: “…Como sois sacerdotes vosotros, yo también. Como sois confesores, yo también. Como sois predicadores del Evangelio, yo también lo soy. Por lo tanto, si me permitís celebrar la misa, lo haré. Si me permitís oír confesiones, lo haré. Si me dejáis predicar el Evangelio, lo haré. Pero si no queréis que lo haga, no lo haré“.
Los principales oponentes de Justino desde el principio habían sido los del clero ortodoxo, con todo eso, no dejó de respetarlos ni de quererlos. Las puertas de su residencia estaban siempre abiertas para ellos. Tampoco quería entrar en fútiles discusiones teológicas que no llevarían a ninguna parte. Al contrario, nunca permitió a sus cohermanos o estudiantes que los criticaran. Cuando el clero ortodoxo se lo permitía, se sentía dichoso de tomar parte en sus oraciones y servicios litúrgicos. Incluso invitaba a alguno de los ortodoxos a enseñar a sus estudiantes la música litúrgica y las oraciones. Además, dado su hondo respeto y veneración por ellos, De Jacobis visitó numerosos monasterios en ambos países con el fin de enriquecer sus conocimientos sobre su formación y género de vida. Sintió también un inquieto interés por sus métodos en el ejercicio de su apostolado. Quedó impresionado por la respuesta que los cristianos ortodoxos daban a la enseñanza y guía de su clero.
En muchos casos el respeto de Justino se vio correspondido, y le recibieron con frecuencia en las reuniones litúrgicas y sociales de los ortodoxos. Con ello logró una mejor comprensión de su realidad. Este contacto con el clero le dio acceso a la gente conquistando así su respeto y admiración.
Los sacerdotes nativos formados por De Jacobis fueron los pilares de la Iglesia Católica local
El último día de su vida, el 31 de julio de 1860, a tan sólo tres horas de su muerte, Justino de Jacobis reunió a sus discípulos a su lado y les dijo: “…Siguiendo el ejemplo de Nuestro Señor, que dijo adiós a Nuestra Señora y a sus apóstoles, yo me despido de vosotros… Apartad de vuestra casa toda calumnia y reyerta, amáos unos a otros, continuad firmes en la fe y ante todo, practicad la caridad. Sed la luz de vuestro pueblo“.
Luego llamó a los seminaristas junto a su lecho y les dijo: “Puesto que Dios os ha elegido, tened cuidado de seguir el buen camino. Yo os propongo como modelos a los monjes. Ellos son la luz que os ilumina. Seguid su ejemplo“.
Inmediatamente después de la muerte de este extraordinario formador y padre, surgió un serio desacuerdo entre los misioneros y los sacerdotes nativos. Los misioneros querían cambiar totalmente el método empleado por De Jacobis. Pero los sacerdotes nativos se mostraron firmes en permanecer fieles al género de vida que les había enseñado su padre espiritual, aunque les causara grandes sufrimientos y aislamiento. Apelaron a Propaganda Fide, pero lamentablemente su caso no fue atendido durante mucho tiempo. Reflexionarían una y otra vez sobre las últimas palabras de su querido padre y fundador. El clero indígena tuvo que pasar por una experiencia muy difícil por seguir fiel a De Jacobis. Durante su larga lucha y duros sufrimientos, siguieron constantes en su fe y devoción a su padre y educador, Justino de Jacobis.
De esta forma sus discípulos, de Eritrea y de Etiopía, se propusieron ser la luz y el fundamento de su Iglesia local. Aun hoy, a pesar de ser minoría, la Iglesia Católica está desempañando un papel importante en las áreas de educación, salud y promoción humana. Naturalmente que todo ello se debe a la adecuada inculturación del mensaje evangélico. Si bien el Evangelio había sido traído en la primera evangelización, arraigó y se extendió con la re-introducción de la fe católica por Justino de Jacobis: incansable apóstol de Abisinia, hoy los países de Eritrea y Etiopía.

Emilio Trinidad Lissón Chaves CM
Nació en la ciudad de Arequipa, el 24 de mayo de 1872, siendo sus padres don Carlos Lissón Hernández y doña Dolores Chaves Fernández. Cursó sus primeros estudios en el Colegio San Vicente de Paúl, dirigido por el presbítero Hipólito Duhamel, e ingresó al Seminario Mayor, donde cursó sus estudios filosóficos. Recibido en la Congregación de la Misión fundada por San Vicente de Paul, viajó a París en 1892, donde inició sus estudios filosóficos y teológicos.
Después de su ordenación sacerdotal en París (1894), volvió a Arequipa, donde se graduó en Ciencias en la Universidad Nacional de San Agustín, a la vez que desarrolló su labor sacerdotal en los apostolados propios de su Congregación. Fue profesor del Seminario diocesano de Arequipa. Pasó a Trujillo donde trabajó como profesor en el Seminario de San Carlos y San Marcelo.
A los 37 años, el Papa San Pío X le nombró obispo de Chachapoyas, siendo consagrado por el Arzobispo de Lima, Monseñor García Naranjo, en la Catedral limeña, el 19 de septiembre de 1909.
En 1911 visitó la Curia General de los Pasionistas en Roma, solicitando ayuda para el trabajo en la diócesis de Chachapoyas por lo que, en 1913 llegaron 6 sacerdotes y 6 hermanos quienes trabajaron hasta 1918, desplegando una intensa labor misional en los territorios de su jurisdicción (los actuales departamentos de Amazonas, San Martín y Loreto).
En una biografía de Monseñor Lissón escrita por el Padre José Herrera CM con el título de “El obispo de los pobres“, se cuenta que el Papa San Pío X al conocer el amplio territorio de la diócesis de Chachapoyas y su geografía le dijo: “Necesitas, hijo, más piernas que cabeza“. A lo que Monseñor Lissón contestó: “Santo Padre, afortunadamente lleno esa exigencia pastoral“. Y se rieron ambos amablemente de su alta contextura.
Celebró en su jurisdicción eclesiástica cuatro sínodos (1911, 1913, 1916 y 1918) y desarrolló una gran labor social para los pobres. Introduciendo mejoras de orden material en su sede (reconstrucción de la Catedral y la residencia episcopal, amén de la instalación de luz eléctrica y talleres mecánicos).
Ejerció el episcopado chachapoyano hasta 1918, año en que fue promovido como Arzobispo de Lima y Primado del Perú (25 de febrero), tomando posesión solemne de su nueva sede el 20 de julio de dicho año.
Digno de resaltar es su gran preocupación por las vocaciones sacerdotales y su formación. Vivía en el Seminario para conocer mejor a sus seminaristas y siempre que estaba en él, les dirigía una plática por las tardes interesado vivamente por la vida espiritual de sus sacerdotes. Durante su gestión se crearon cinco seminarios menores para la educación primaria y secundaria, como el “Externado de Santo Toribio“, confiado a los Hermanos de la Salle, que llegaron al Perú en 1922 ante su pedido personal en la Casa Generalicia de Bruselas en 1920. Entre los Seminarios están los de Canta, Moyopampa y Barranca. Promovió además la actividad y formación, de carácter más eclesiástica, del Seminario de Santo Toribio.
Tuvo una generosa dedicación a la enseñanza fiel del Magisterio de la Iglesia, y, personalmente o con sus directrices, impulsó la instrucción del Catecismo en toda su Arquidiócesis. En 1919 viajó a Roma para mover la intercesión papal en favor de los católicos de Tacna y Arica, provincias peruanas ocupadas por los chilenos. Igualmente, merece destacarse el importante papel que cumplió en la organización y dirección de varias asambleas episcopales, como el XVI Sínodo Arquidiocesano en 1926 y el VIII Concilio Limense en 1927.
Bajo la dependencia de la curia arzobispal fundó la Sindicatura Eclesiástica, para cautelar la administración de los inmuebles pertenecientes a las entidades eclesiásticas.
Auspició la fundación de la publicación católica La Tradición y la creación de la Acción Católica. No tuvo éxito en su proyecto de fundar la Universidad Católica “Bartolomé Herrera“, por lo que brindó su apoyo a la creación de la Pontificia Universidad Católica del Perú fundada por el sacerdote de los Sagrados Corazones Padre Jorge Dintilhac SSCC.
Promovió la creación de la Prefectura Apostólica de San Gabriel del Marañón, con sede en Yurimaguas, a cargo de los Pasionistas.
Otro hecho importante en la labor episcopal de Monseñor Lissón fue su afán por la justa retribución salarial de los obreros y su esfuerzo por exigir mejores condiciones de vida y vivienda para los trabajadores. Fue un gran propulsor de la Doctrina Social de la Iglesia.
La gran piedad del pueblo de Lima hacia la Virgen María se puso de manifiesto en las solemnes Coronaciones Canónicas de las imágenes de la Virgen de la Merced en 1921 y de Nuestra Señora del Rosario de Lima en 1927, las cuales auspició. En 1922, tuvo a su cargo la bendición de las sagradas andas en plata maciza y oro del Señor de los Milagros de Nazarenas.
Intentó la consagración oficial de la nación peruana al Sagrado Corazón de Jesús. Fue aprobada esta decisión por todos los obispos peruanos, y el 25 de abril de 1923, Monseñor Lissón publicaba una Carta Pastoral explicando el significado de esta consagración nacional que iba a dirigir el Presidente Leguía.
Se acusó a Monseñor Lissón de querer legitimar la dictadura leguiísta usufructuando del reconocido sentimiento católico de las mayorías nacionales. Otra grave acusación en su contra fue la de malversar los bienes de la Arquidiócesis por haber invertido los fondos de las religiosas y del Cabildo en empresas que estaban dirigidas al fracaso económico. Es verdad que hizo esas inversiones, con el fin de dotar a la Arquidiócesis de una organización financiera que diera estabilidad económica ante los gastos de sostenimiento de sus instituciones.
En efecto, al otorgar su testamento en Roma, Monseñor Lissón pudo declarar con toda verdad: “no debo nada al Arzobispado de Lima ni a sus instituciones, pues jamás he dispuesto de ninguno de sus bienes para mi beneficio personal o el de mi familia“. Vivió y murió pobremente.
Tras la caída del presidente Leguía y la toma del poder del teniente coronel Luis Sánchez Cerro, el nuevo Gobierno peruano presionó ante la Santa Sede para que Monseñor Lissón fuera relevado del Arzobispado, acusándolo de injerencias en política, mala administración y poca formación teológica. Obligado prácticamente a renunciar, Monseñor Lissón abandonó Lima y marchó al destierro con dirección a Roma donde fue recibido por el Papa Pío XI, el 20 de febrero de 1931. Cuando quiso exponer al Santo Padre la verdad de los hechos, éste le respondió: “Usted no tiene nada de qué defenderse: no hay ninguna acusación canónica: yo he usado este procedimiento paterno para su bien y el de sus feligreses“. Renunció entonces formalmente a su cargo de Arzobispo de Lima y su sucesor fue Monseñor Mariano Holguín como Administrador Apostólico entre 1931 y 1933, año en que asumió el cargo de Arzobispo de Lima Monseñor Pedro Pascual Farfán. Algunos años después sus acusadores le pidieron perdón y reconocieron que sus imputaciones eran injustas. No obstante, no volvió más al Perú.
El renunciado Arzobispo de Lima, hecho Arzobispo titular de Methymna, pidió volver al Perú como “párroco de Chachapoyas o en alguna tribu de los indios”. Pero su petición no fue aceptada. En Roma se dedicó a recopilar documentación sobre la Historia de la Iglesia en el Perú, en los archivos del Vaticano. Se trasladó luego a España en 1940, continuando su labor investigadora en el Archivo General de Indias de Sevilla. A la par fue solicitado por el Cardenal Pedro Segura de Sevilla y Monseñor Marcelino Olaechea de Valencia, para que actuara como Obispo Auxiliar en ambas diócesis, en vista de la necesidad de personal, tras la guerra civil española, cuando fueron martirizados miles de sacerdotes y religiosos.
En 1950, fue autorizado a volver al Perú con la condición de que residiera en Arequipa. Luego pareció más conveniente que siguiera con su eficaz labor de ayuda a los Arzobispos de Sevilla y Valencia, así como en otras diócesis. Realizó una impresionante labor pastoral y se ganó el cariño de innumerables fieles. Los gitanos andaluces le llamaron “Obispo Santo” y en la región levantina “el Obispo de los pobres“.
Falleció el 24 de diciembre de 1961, en Valencia. Sus restos están sepultados en la Catedral de Lima desde 1991. En el año 2003 se inició su proceso de beatificación.
Escribió La Iglesia de España en el Perú, colección de documentos para la historia de la Iglesia en el Perú, que se encuentran en varios archivos (4 volúmenes en 22 fascículos, 1943-1947). Los beneficios que obtuvo de la publicación de esta monumental obra fueron destinados a becas de estudio para futuros sacerdotes de Perú.
Bibliografía

•Diez Esteban, Joaquín: Monseñor Lissón: Del destierro a su Catedral limeña. Publicado en el Suplemento Dominical del diario El Comercio de Lima, el 04/08/1991.
•Linares Málaga, Fausto: Monseñor Lissón y sus derechos al Arzobispado de Lima, Lima 1933.
•Klaiber, Jeffrey Lockwood: La Iglesia en el Perú, Fondo Editorial PUCP, Lima, 1988.
•Tauro del Pino, Alberto: Enciclopedia Ilustrada del Perú. Tercera Edición. Tomo 9. Lima, PEISA, 2001.
Misión en China: Ayer, Hoy y Mañana
Por Robert P. Maloney CM
San Vicente poseía una asombrosa amplitud de miras. En una edad cuando el transporte era difícil, cuando la comunicación era lenta, cuando la mayoría de la gente vivía y se moría dentro de las cinco millas del lugar de nacimiento, fundó una Congregación que llegó a ser internacional aun durante su vida. Con un valor que algunos escépticos consideraron temerario, envió misioneros a Argelia, Madagascar, Polonia, Italia, Irlanda, Escocia, las Hébridas, y a las Orkneys; y soñó con Canadá y las Indias.
Preludio
Se sabe también que Vicente soñó con China, si bien la misión allí comenzó 39 años después de su muerte. El 15 de enero de 1664, Nicolás Étienne, misionero en Madagascar, escribió al sucesor de Vicente, Renato Alméras, pidiéndole encomienda de predicar el evangelio en todas las partes del mundo mientras que le recordaba: “fue plan del difunto Señor Vicente, nuestro bienaventurado padre, que yo debería incluso ir a China”.
Nicolás Étienne no pasó de Madagascar; murió allí como mártir poco después de escribir al P. Alméras. Pero fue él, de hecho, quien financió el primer viaje de los misioneros a China. Era un joven minusválido a quien decían que nunca podría ser sacerdote, pero su bondad y celo impresionaron tanto a San Vicente que obtuvo una dispensa de la Santa Sede para que Nicolás fuera ordenado. El 20 de septiembre de 1959, ofreció a la Congregación una fundación fuera del patrimonio de su propia familia que produciría un interés anual suficiente para el sostenimiento de la misión en Madagascar. Cuando sugirió por primera vez esta fundación, era todavía seminarista, y San Vicente le escribió unas palabras que posteriormente se hicieron familiares a generaciones de vicentinos:
La agradezco con todo el afecto, querido hermano, su amor entrañable, efectivo hacia su pobre madre (la Congregación); es usted como el niño bien nacido que no deja de querer a aquella que le dio nacimiento, por pobre y poco agraciada que sea. Que Dios quiera conceder a la Compañía a la que usted pertenece la gracia de llevarle, con su ejemplo y prácticas, hasta un gran amor a Nuestro Señor Jesucristo, que es nuestro padre, nuestra madre, y nuestro todo.
Pero siendo Nicolás un hombre precavido, añadió al contrato una cláusula disponiendo que, en caso de cierre de la misión, las rentas anuales se debieran emplear en otras misiones fuera de Francia. Y la misión se cerró en 1674, quedándose la fundación sin usufructuar durante dos décadas. Pero en 1692, el Señor Jolly, tercer Superior General de la Congregación, resolvió usar el dinero para China.
Primera fase (1699-1767)
Cinco años después, la Propaganda Fide nos llamó para ir a China, y el primer misionero, Luigi Antonio Appiani, se embarcó el 10 de febrero de 1697, acompañado de Juan Muellener, sacerdote diocesano que ingresó en la Congregación durante el viaje.
Desde los comienzos, la misión de China cautivó la imaginación de los Vicentinos. El Padre Appiani y el Padre Müllener escribieron extensos y fascinantes relatos del viaje y los primeros ministerios en China. El viaje duró dos años y ocho meses (¡a mí me llevó el vuelo hasta aquí 12 horas!). Su principal misión era establecer un seminario donde formar a los jóvenes chinos para el sacerdocio. El Padre Appiani pasó muchos de sus años de China en la cárcel, pero el P. Muellener, que fue el primer obispo vicentino en el interior, logró comenzar la obra de la formación sacerdotal. Los dos primeros vicentinos chinos, el P. Stephen Siu y el P. Paul Sou, fueron ordenados en el seminario que estableció en Chongking.
Los primeros vicentinos cantaban también y tocaban para ganarse la vida. El inteligente, pero fogoso, Teodorico Pedrini se ganó la entrada en la corte imperial en Beijing con sus talentos musicales y pasó 35 años allí (1711-1746).
Lamentablemente, los primeros misioneros fueron víctimas de la controversia sobre los ritos chinos y perdieron los favores de la corte imperial. El primer grupo desapareció por los 1760.
Segunda Fase (1784-1820)
La misión vicentina en China empezó de nuevo en 1784. Dos razones fundamentales motivaron nuestro regreso. La primera: en 1783, el nuevo obispo de Beijing, Alessandro de Gouvea, impresionado por el trabajo de los Vicentinos en el seminario de Goa, los invitó a tomar la dirección del seminario en Macao. Un cohermano portugués, Manuel Correa, y otro italiano, Giovanni Augustino Villa llegaron a Macao en 1784 para encargarse de este trabajo. Otros los siguieron pronto, como el francés, Raymond Aubin y el irlandés, Robert Hanna. La Segunda, con la supresión de la Compañía de Jesús en 1773, uno de sus miembros, Juan José Maria Amiot, sugirió al gobierno francés que debería encargarse una comunidad francesa de la misión Jesuita en Beijing. Después de algunos titubeos, la Congregación de la Misión aceptó. El Superior General eligió a tres misioneros: Nicolás José Raux, Juan José Ghislain, y el Hermano Carlos Paris. Enterados de que los Jesuitas se habían ganado el favor en la corte del emperador por su talento científico, el Superior General escogió a hombres que destacaban en ese aspecto. Raux era astrónomo y geógrafo que también conocía la botánica. Ghislain era mecánico experto con conocimientos de bombas, magnetismo, vacíos, electricidad (que se encontraba en un estado primitivo de investigación), y otras muchas materias prácticas que eran de gran utilidad en Beiging. El Hermano Paris era un ingenioso relojero y reparador.
El P. Raux poseía extraordinarias dotes personales. Como superior de la comunidad logró crear un clima de paz y amor fraterno entre los Vicentinos y los ex–Jesuitas. Un jesuita de la época escribía: “vivimos juntos como hermanos porque el Señor ha querido consolarnos por la pérdida de nuestra buena madre”.
Los cohermanos comenzaron enseguida a misionar en el área alrededor de Beiging. Luego en 1798, José Han (1772-1841), un misionero incansable, salió para Mongolia. De este humilde principio se desarrollaron con el tiempo tres vicariatos apostólicos y un considerable número de vocaciones de nativos comenzaron a llegar a la Congregación.
También hubo mártires. En 1795, Raymond Aubin dio su vida por la fe. En 1820, Francisco Régis Clet fue martirizado después de tres décadas de servicio en China.
Curiosamente, los cohermanos de la nueva misión en Beiging tuvieron una influencia indirecta en el origen de la Iglesia en Corea. Un grupo de seglares coreanos llegaron a visitar al emperador en Beiging. Mientras se encontraban allí, uno se convirtió y llevó el Catolicismo a su país donde en poco tiempo ya había otros 200 conversos. El P. Raux ayudó a este grupo cuando volvieron a China en 1789 para más informaciones. Como la Iglesia en Corea era totalmente seglar, sin sacerdotes, el P. Ghislain se ofreció a ir allí. En su lugar, el P. Raux mandó a un sacerdote chino, James Chou-Wen-Mo, quien se encontró con 4,000 católicos seglares en Corea y el Domingo de Pascua, 5 de abril de 1795, celebró la primera misa allí. Cuando estalló una persecución, fue decapitado en 1801.
En 1811, el emperador los expulsó a todos de Beiging menos a tres portugueses vicencianos que eran miembros de la Oficina de Matemáticas y al vicenciano francés, P. Luis Francisco Lamiot, intérprete de francés en la corte. Nueve años más tarde, al ser desterrado Lamiot a Macao, la misión en Beijing, bajo la protección de la corte, fue cortada en seco.
Tercera Fase (1820-1949)
Con la salida del francés, el P. Mateo Xue hizo de jefe de la misión durante 15 años. Él y el Padre José Han fueron extraordinarios cohermanos vicentinos chinos. Visitaron con regularidad a las comunidades cristianas dispersas en el norte de China y en Mongolia. El P. Han, que fue sacerdote durante 47 años, vivía pobremente, era intrépido, y su predicación impresionaba a la gente. También tradujo un libro de meditación para los seglares.
Al principio de esta tercera fase, el foco de la misión vicentina se cambió a Mongolia. El P. Evaristo Huc y el P. Gabet realizaron un viaje por Mongolia, Tibet y China para examinar las posibilidades de predicar el evangelio entre los nómadas. El libro del P. Huc, Recuerdo de un viaje por la Tartaria, el Tibet, y la China, lo leyeron generaciones de lectores. El P. Xue trasladó el seminario preparatorio de Macao a Mongolia en 1835. Ese mismo año, el futuro obispo, José Martian Mouly empezó a trabajar en Mongolia también. En 1840, fue vicario apostólico allí y posteriormente vicario apostólico de Beiging y del Norte.
Este periodo conoció numerosos mártires. Hacia el principio, en 1820, Juan Gabriel Perboyre tuvo una muerte parecida a la de Francisco Régis Clet 20 años antes.
Sabemos que en 1852 había 25 vicentinos chinos de servicio en Beijing, Mongolia, Honan, Zhujiang y Jiangxi. Nuestro seminario de Beijing tenía 36 seminaristas. Desde esta época en adelante, se produciría un gran aumento de misioneros extranjeros, procedentes de Holanda, Polonia, Bélgica, Italia, los Estados Unidos, e Irlanda. También siguieron aumentando las vocaciones nativas. Para 1942 (la última estadística disponible), había 192 sacerdotes y hermanos vicentinos chinos.
En este periodo no faltaron tensiones ni errores. El Padre Vicente Lebbe desempeñó un papel profético en la causa de la Iglesia indígena y en la creación de una jerarquía indígena. Como muchos profetas, suscitó fuertes reacciones. Un gran número de cohermanos misioneros extranjeros no lograron comprenderle. Pero fue muy apreciado por los Vicentinos chinos. A él pertenece gran parte del crédito ante la Santa Sede que más tarde ordenó a tres obispos chinos dos de lo cuales eran vicentinos. Hoy le damos tributo con satisfacción por lo que realizó y tristeza porque muchos de nosotros hermanos suyos no llegamos a entenderle.
La obra de la formación del clero también siguió creciendo. Los Vicentinos tenían seminarios menores en la mayoría de sus 14 vicariatos y dirigían asimismo tres seminarios mayores: el seminario regional en el Vicariato de Ningo, el seminario mayor en Jiaxing, y el seminario mayor en Beiging que después de 1920 fue seminario regional. Por los años 1930 había 260 seminaristas mayores en los 14 vicariatos vicentinos, y 875 seminaristas menores.
Cuarta Fase (1949-1992)
La tercera fase de la misión vicentina acabó violentamente con la llegada del gobierno comunista. Pero la misión continuó en dos direcciones.
La primera corriente siguió fluyendo por el interior. Los 192 sacerdotes y hermanos vicentinos fueron dispersos. A muchos los enviaron a la cárcel y a campos de trabajos forzados. La historia del amor por su pueblo, su entrega pastoral frente a la adversidad y su fidelidad frente a la persecución no figuran en los anales. Pero sabemos que se derramó mucha sangre en esta corriente. Muchos entregaron sus vidas por lo que creían. El Arzobispo de Nanchang, José Chou, es tal vez el caso más sobresaliente de estos héroes. Pasó 22 años en prisión y bajo arresto domiciliario antes de su muerte en 1972, después de rechazar el ofrecimiento del Partido Comunista de hacerle el “Papa” chino.
La segunda corriente llegó a la Iglesia en Taiwan. Después de ser expulsados de China entre 1949 y 1952, los cohermanos chinos, holandeses y de los Estados Unidos, continuaron la misión en Taiwan. Los primeros creyeron que era cuestión de tiempo antes de volver al continente. Pero a medida que iba desapareciendo esta esperanza, se entregaron en cuerpo y alma al cuidado pastoral de las comunidades jóvenes que fundaron. Con celo desbordante, construyeron más de 30 iglesias y bautizaron a miles de conversos. Desde 1952 a 1965, los católicos de la isla crecieron de 10,000 a 20,000.
Quinta Fase (1992- )
La quinta fase tiene un preludio también. En realidad comenzó en los primeros años de 1980 cuando la Hermana Emma Lee comenzó con toda discreción a establecer contacto con los cohermanos chinos y las Hijas de la Caridad del continente. Poco a poco encontró a 90 Hijas de la Caridad chinas ya ancianas y a 14 vicentinos.
Más tarde, en 1992, la Asamblea General animó a los Vicentinos “a ir al fin del mundo, aun sin parar, hasta China”.
El Superior General y la Madre General pudieron visitar pronto a muchos sacerdotes, hermanas y hermanos en el continente. Hallaron a hombres y mujeres de fe vibrante que viven sencilla y gozosamente, que han sufrido por lo que ellos creen, que siguen hondamente convencidos de su fe como católicos, y que aman el carisma vicentino. Poco a poco, al contacto creciente con el interior, los miembros de nuestra Familia Vicentina empezaron a escuchar los relatos de muchos héroes, vivos y difuntos, que han representado y continúan representando el carisma Vicentino en China.
Después de escuchar a estos heroicos misioneros e Hijas de la Caridad, cohermanos de nueve provincias se ofrecieron voluntarios para la misión de China. Pero a diferencia de la cuarta fase en que se confiaron diferentes regiones de china a varios países y trabajaron por separado, en esta quinta fase se organizó una misión “internacional”. En otras palabras, estos cohermanos han llegado a vivir y trabajar en equipo, aunque sus miembros procedan de muchas tierras diferentes.
Retos del Futuro
Ya desde un principio, China suscitó interés y se ganó el corazón de la Congregación, y sigue haciéndolo hoy. En todas partes donde voy me preguntan sobre China. Mientras planeamos nuestra misión vicentina en China para el futuro, ¿cuáles son los principales retos que tenemos delante?
1. Ejercitar una presencia en la escucha
Debemos escuchar antes de hablar, aprender antes de enseñar, discernir antes de actuar. El misionero necesita gran humildad. Debe escuchar como el siervo. Debe tratar de entender lo que está en el corazón de sus amos los pobres y descubrir el modo de regar la semilla de la Palabra que Dios ha sembrado ya en sus corazones y en el mundo creado en que viven.
¿Qué nos dicen los pobres en Taiwán hoy? ¿Qué dicen en la China continental? No debemos acudir llevando presentes que hemos escogido y envuelto nosotros mismos. Como servidores, debemos llegar respondiendo a la llamada del pueblo chino.
Nuestro número es más corto en 1999 de lo que era en 1949: entonces teníamos cientos de misioneros en China, hoy tenemos menos de 50. Pero la historia nos enseña que el número no es lo más importante. En diferentes periodos cuando éramos relativamente pocos en número, produjimos un gran impacto a causa de la influencia ejercida por unos pocos bien preparados.
En la China continental hoy, muchas formas del ministerio explícito nos están prohibidas. Nuestra tarea, por lo tanto, debe ser en gran medida presencial. Pero esto es lo que hacen los siervos. Están presentes, siempre prontos a hacer lo que se les pide. Por lo pronto algunos miembros de nuestra Familia ya están en el continente enseñando idiomas, convencidos como están del valor de este servicio silencioso al pueblo de china. Me parece que ellos y nuestros cohermanos y hermanas mayores chinos nos afectan mucho.
2. Inculturarse seriamente y aprender bien el idioma de aquellos a quienes servimos
Hoy más que nunca somos conscientes de la importancia del idioma y de la cultura no sólo como herramientas personales al servicio del misionero, sino también como medios para comprender las mentes y los corazones de aquellos a quienes estamos sirviendo. Tenemos maravillosos ejemplos de misioneros, aquí mismo, que han aprendido taiwanés, mandarín y otros idiomas muy bien para poder ser buenos servidores del pueblo de Dios. Para nosotros extranjeros, aprender lenguas orientales es cosa difícil. Hoy yo animo a todos los misioneros extranjeros de aquí a que hagan de los estudios lingüísticos y culturales una parte del pan nuestro de cada día. Sin un debido dominio de la lengua y de la cultura, os encontraréis siempre en una seria desventaja.
3. Ser inventivos en planear nuevas formas de misiones populares, comprometiendo en ellas a las diversas ramas de nuestra Familia
Aquí en Taiwán, ¿existen medios con los que podamos renovar nuestras parroquias mediante alguna forma creativa de misión que comprenda a Vicentinos, Hijas de la Caridad, hombres y mujeres seglares, bien sean mayores bien más jóvenes? ¿Existen medios en los que podamos de la misma manera evangelizar a la población aborigen? ¿Existen medios para poder renovar la fe de los trabajadores inmigrantes filipinos? En la China continental hay más de 850.000.000 de “campesinos”. ¿Es posible imaginar un esfuerzo de evangelización por pequeño que sea, bien dirigido, con inventiva entre ellos para cuando las circunstancias políticas cambien?
4. Contribuir a la formación del clero
En cada una de las fases de nuestra historia, este trabajo ha ocupado un lugar céntrico en la misión de la Congregación. ¿Cuáles son hoy las necesidades del clero en Taiwán y China continental? ¿Pueden los propios misioneros aportar a China una experiencia en estudios bíblicos, en liturgia, o en otros campos? Ni que decir tiene que la formación del clero es una de las grandes necesidades urgentes en la China continental. ¿Podemos enseñar a los jóvenes sacerdotes de allí el inglés, o el francés, o informática, o estudios de Biblia, o teología? ¿O podemos ofrecerles un plan de vida, como hace poco nos pidieron, que los sostenga para vivir el evangelio que predican? ¿Podemos nosotros mismos superar las diferencias regionales y nacionales y trabajar codo a codo con el clero diocesano y otras comunidades para la formación y crecimiento de la Iglesia en China?
5. Dedicarse a la formación de la juventud
No hace mucho, con gran satisfacción por mi parte, grupos de jóvenes vicentinos han aparecido espontáneamente aquí en Taiwán, y se están multiplicando rápidamente por todo el mundo; constituyen el miembro de más rápido crecimiento de nuestra Familia Vicentina. Uno de los grandes retos que nos esperan es ofrecer a estos grupos jóvenes una formación profunda y sana. A ello os animo, a que lleguéis a los jóvenes dondequiera que trabajéis como misioneros. Ellos son el futuro de la Iglesia. De la Iglesia del tercer milenio. Porque ellos serán los evangelizadores aquí en Taiwán y en la China continental para las décadas que vienen. Miembros de nuestra Familia que viven ahora en el continente atestiguan que los jóvenes de allí suspiran por algo, que sienten una profunda necesidad de trascendencia y necesitan abrir sus corazones. ¿Qué podemos hacer por los jóvenes de Taiwán y del continente ahora y en el futuro?
6. Llevar la formación a nuestros Vicentinos y a las Hijas de la Caridad del continente
La vida es todavía difícil en el continente. Los Vicentinos y las Hermanas, jóvenes y mayores, luchan por vivir su fe y expresarla. Nuestros repetidos contactos estos últimos años han servido de alivio para ellos y para nosotros. Piden que les echemos una mano en su propia formación permanente. Por suerte, se nos ha dado poder prestarles una modesta ayuda en este particular, y cómo nos lo han agradecido. A ver si podéis continuar esa obra.
7. Concretar el apostolado intelectual
En los diversos periodos de la historia de China, los Jesuitas y Vicentinos atendieron a las necesidades intelectuales de la corte y del pueblo. Eran conscientes del relieve del aprendizaje y del saber dentro de la cultura china. También nosotros hoy nos hemos dado cuenta gradualmente de la necesidad de soluciones inteligentes si de verdad “le vamos a trabajar” a los problemas de los pobres. La comprensión inteligente y la acción enérgica deben ir de la mano si vamos a servir al pobre con realismo en adelante. ¿Podrían nuestras universidades vicentinas de los Estados Unidos y de Filipinas ayudar a responder a algunas de las necesidades del pueblo de China tanto en Taiwán como en el interior? ¿Podrían aportar experiencia en los campos en los que los chinos más sienten el vacío? ¿Cuáles son, y cómo podemos servirles de provecho?
8. Comprometer a toda la Familia Vicentina en nuestra misión
Hoy nos sentimos muy conscientes de que no actuamos solos como sacerdotes y hermanos vicentinos, sino como miembros de una Familia que también incluye a las Hermanas y a seglares de ambos sexos y de diferentes edades. La nuestra es de hecho una enorme Familia con varios millones de miembros organizados en grandes grupos como los Vicentinos, las Hijas de la Caridad, la Asociación Internacional de la Caridad, la Sociedad de San Vicente de Paúl, la Asociación de la Medalla Milagrosa, las Juventudes Marianas Vicentinas y otras muchas.
¿Podemos plantear nuestra misión en Taiwán y China continental no simplemente como una misión vicentina o una misión de las Hijas de la Caridad sino como una misión de toda nuestra Familia?

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