Historiografía General y del Perú

[Visto: 17471 veces]

Autores: Nomberto Bazán, Víctor Raúl/ Zubieta Núñez, Filomeno.
Editorial: Universidad Ricardo Palma
Lugar de publicación: Lima
Año de edición: 2007
Número de páginas: 304
ISBN: 9972236303
Formato: 24.0 x 17.0
El libro, como parte de la Colección Textos Universitarios, es una guía para la consulta de 42 obras imprescindibles de la historiografía nacional e internacional contemporánea. De ellas se destacan didácticamente sus aportes tanto en los aspectos de teoría como de interpretación. Ofreciendo una valiosa ayuda pues contribuye a reconocer cómo el ensayo, la reflexión, la documentación y la bibliografía que estas obras incluyen, son tareas permanentes de estímulo a las nuevas generaciones interesadas en esta disciplina. Historiografía General y del Perú: autores y obras del pensamiento histórico, como libro, pretende acercar a los estudiantes universitarios, profesores de historia y público en general a los principales autores y obras del pensamiento histórico del ámbito mundial y nacional.
Describir y explicar las permanencias, transformaciones y puntos de ruptura en los procesos para poder predecir su evolución. Porque el tiempo histórico es unidad de medida: tanto los acontecimientos, fechas y personajes; como de los simultáneos fenómenos estructurales de la economía y la sociedad, sin olvidar las ideologías y las mentalidades colectivas en la mediana y larga duración.
La historia es tanto la investigación llevada a cabo por el historiador, como los hechos del pasado que el historiador estudia. La historia es un recuento de lo que han hecho los seres humanos. Foucault afirma que la historia es la madre de todas las ciencias del hombre, tan vieja como la memoria humana. Sin embargo no todos los acontecimientos participan del recuento y se exponen en el recuerdo histórico.
La historia empieza cuando se transmite la tradición, que significa la transmisión de los hábitos y las lecciones del pasado al futuro. Empieza a guardarse memoria del pasado en beneficio de las generaciones posteriores. En ese sentido Huizinga señala que el pensamiento histórico es teleológico; aspecto que fue introducido por judíos y cristianos, adquiriendo la historia un sentido y propósito, a costa de su carácter secular.
Benedetto Croce señalaba que toda historia es historia contemporánea, ya que consiste en ver el pasado con los ojos del presente y a la luz de los problemas de ahora; dado que la tarea primordial del historiador no es recoger datos sino valorar, porque si no valora no puede reconocer lo que merece ser recogido. Además, el pasado que investiga el historiador vive aún en el presente. La historia comienza cuando pensamos en el transcurso del tiempo humanizado, en función de una serie de acontecimientos específicos, en que los actores se hallan comprometidos y en los que pueden influir conscientemente.
Los siglos XIX y XX constituyen la oportunidad para el surgimiento de buenos historiadores que han elaborado diversos textos históricos. Entre los enfoques que presentamos está la historia regresiva, como expresión de las experiencias humanas, propuesta por Marc Bloch en la Historia Rural Francesa y desarrollado por Nathan Wachtel para el análisis de la aymarización de los Urus de Bolivia, observando el presente para luego analizar los acontecimientos y los procesos que le han dado origen, formulando preguntas sobre lo comunitario desde el presente hacia el pasado, y analizando las instancias comunales en tanto que participantes de una sociedad regional nacional.
Marc Bloch publicó Los reyes taumaturgos (1924), Los caracteres originales de la historia rural francesa (1931), y La sociedad feudal (1940) que entrelazan la historia económica, la historia social y la historia de las mentalidades. En la Segunda Guerra Mundial renunció a su cátedra y dejó París para tomar las armas. El 8 de marzo de 1944 fue arrestado por la Gestapo y fusilado en junio, unos días antes de la derrota alemana.
Para Bloch y sus discípulos, todo acontecimiento se produce ya en una escena construida, hecha de instituciones, costumbres, prácticas, significaciones y rasgos múltiples; que a su vez resisten y dan materia a la acción humana. La historia sólo parece racional entonces a los vencedores, mientras que los vencidos la viven como irracionalidad y alienación.
Acontecimientos, estructuras, praxis: estos conceptos constituyen vías diferentes para penetrar en una realidad móvil y confusa: desestructuran y reestructuran según lógicas específicas y ritmos temporales diferentes. La historia es investigación metódica, disciplina, perseverancia; así como esfuerzo riguroso y austero que busca desentrañar misterios usando la imaginación. La historiografía es una disciplina acumulativa que trata de alcanzar una investigación científica cada vez más amplia y profunda de un curso de los acontecimientos reales que también es acumulativo. Una secuencia histórica es cronológica, permite establecer períodos. El encuentro con las fuentes marca el inicio de esta aventura.
El pasado permanece inscrito en las múltiples memorias –materiales, culturales, mentales- que lo guardan en conserva, que lo hacen disponible y programable según las circunstancias, incluidas las de carácter político. Mantiene una continuidad bajo la superficie de lo coyuntural, de los movimientos y rupturas que hacen percibir una aceleración, una aparición de la velocidad en todos los asuntos humanos.
El poder quiere hacer historia, moldearla imponiéndole una marca indeleble. Se hace perenne por medio de obras, monumentales o no, que escapan a la precariedad y dan una parte de su materialidad a la memoria colectiva. Steve Stern coincide en esta afirmación, examina la significación histórica de un siglo de colonización en Huamanga, las pautas específicas de explotación de la mano de obra empleadas por los colonizadores, como los pueblos autóctonos fueron agentes de su propia historia, aunque no pudieran conformar la sociedad conforme a sus propios sueños.
Hacer historia es interpretar. El historiador y los acontecimientos son necesarios en un proceso de mutua interacción, y de diálogo entre el presente y el pasado. El historiador trabaja tanto mediante la simplificación como por la multiplicación de las causas, desechando las interpretaciones basadas en el determinismo o en la casualidad. No existe en la historia ninguna secuencia ineludible. Todo ocurre por una o varias causas.
Los accidentes también pueden tener una importancia en la historia: pueden acelerar o retardar, pero está implícito que no puede alterar de modo radical el curso de los acontecimientos; el azar viene contrarrestado por otros elementos casuales y se refleja especialmente en el carácter de los individuos. Sin embargo las causas accidentales no pueden generalizarse.
El historiador objetivo es el que más profundamente penetra en el proceso de interdependencia e interacción de hechos y valores. En toda reconstrucción histórica existe la interpretación del historiador, vinculada a juicios valorativos, que se apoyan en la evidencia empírica. Las diversas fuentes -datos y documentos- son esenciales para el historiador, pero por sí solos no constituyen historia, se vuelven información histórica en virtud de la importancia que les concede el historiador.
En el historiador es indispensable tener visión a largo plazo del pasado y del futuro, elevándose por encima de la subjetividad que corresponde a su propia situación en la sociedad y en la historia; y proyectándose hacia el futuro de forma tal que él mismo penetra el pasado más profundamente y de modo más duradero que otros historiadores, ya que nuestra concepción de la historia refleja nuestra concepción de la sociedad. Así como el historiador pretende esclarecer la conducta de los grandes hombres de la historia, no puede pensarse a sí mismo como un individuo separado, al margen de la sociedad y fuera de la historia.
Para Serge Gruzinski, la tarea del historiador es reconstruir el enfrentamiento sin descanso entre las poblaciones indígenas y las exigencias, los vagabundeos y las consecuencias cambiantes de la dominación colonial. Explorar los criterios constitutivos de otras realidades distintas de la nuestra, que garantizan la expresión de grupos y culturas, o alteran su credibilidad al paso de los tiempos; midiendo el carácter relativo de nuestras categorías (el tiempo, lo religioso), devolviendo a otras formas de expresión la parte esencial que les corresponde: lo visual, lo afectivo. Descubrir en las configuraciones culturales y en los arreglos simbólicos, las zonas vagas, los márgenes no codificados que dejan al individuo y al grupo una iniciativa apreciable.
El etnógrafo recoge los hechos y los presenta con las mismas exigencias que rigen para el historiador, según las preguntas propuestas en cada disciplina. El papel del historiador consiste en utilizar estos trabajos cuando las observaciones, escalonadas a lo largo de un período suficiente de tiempo, se lo permiten. Ese es también el papel del etnólogo, cuando observaciones de un mismo tipo, relativas a un número suficiente de regiones distintas, lo hacen posible.
La historia también se ocupa de la relación entre lo particular y lo general. Tiene importancia la invención de la escritura, elemento al cual no se limita la historia y su difusión oral; así como la aparición de la imprenta que se extendió muy pronto en la América virreinal. Las naciones justifican su existencia mediante la historia: todavía a fines del siglo XVII sólo había imprentas en las ciudades de México y Lima, y su producción era casi exclusivamente eclesiástica. En Norteamérica apareció el fenómeno del impresor-periodista.
El Brasil, los Estados Unidos o las antiguas colonias de España, tenían en el idioma un elemento homogéneo con sus respectivas metrópolis imperiales; eran Estados criollos, formados y dirigidos por personas que compartían una ascendencia, una religión y unas maneras comunes con aquellos contra quienes luchaban. La lógica de la exclusión mutua era irracional: nacido en las Américas, no podía ser un español auténtico; en consecuencia: nacido en España, el peninsular no podía ser un americano auténtico.
En el siglo XVIII, la historia escrita era aún la historia de las elites y responde a motivaciones diferentes a la historia en el siglo XIX. Las lenguas vernáculas se convierten en lenguas oficiales y los historiadores comenzaron a avanzar hacia una noción imprecisa de la historia como historia de toda la comunidad nacional. El libro promueve las culturas nacionales en las escuelas y universidades. Surgen los filólogos, lexicógrafos y gramáticos. La elite de nobles, grandes terratenientes, profesionales, funcionarios y comerciantes son los consumidores potenciales de los textos de historia.
En los países de América, los movimientos de independencia se convirtieron en “conceptos”, “modelos” y “proyectos originales”. América creó realidades imaginadas: Estados nacionales, instituciones republicanas, ciudadanías comunes, soberanía popular, banderas e himnos nacionales; y liquidaron a sus opuestos conceptuales: Imperios dinásticos, instituciones monárquicas, absolutismos, sometimientos, nobleza heredada, servidumbre y ghettos.
Los nacionalismos oficiales –del siglo XVIII en Europa central, del XIX en Rusia y Japón- eran políticamente conservadores, por no decir reaccionarios, adaptados del modelo de los nacionalismos populares y espontáneos, que los precedieron. En nombre del imperialismo, implantaron políticas muy similares en los vastos territorios asiáticos y africanos sometidos en el transcurso del siglo XIX.
En casi todos los casos, el nacionalismo oficial ocultaba una discrepancia entre la nación y el reino dinástico, en tanto la aristocracia y la burguesía europeas se lamentaban teatralmente de los Imperios.
La primera Guerra mundial acabó con las grandes dinastías europeas: los Habsburgo, los Hohenzollern, los Romanov y los otomanos. En lugar del Congreso de Berlín surgió la Liga de las Naciones. A partir de ese acontecimiento, la norma internacional legítima fue la nación-Estado; alcanzando esta marea su máximo nivel luego de la segunda Guerra Mundial.
En las políticas de “construcción de la nación” de los Estados nuevos se observa una mezcla de entusiasta nacionalismo popular y nacionalismo oficial, así como una inyección sistemática de ideología nacionalista en los medios de información de masas, el sistema educativo y las regulaciones administrativas: este es el proceso de transformación que atraviesa el Sudeste Asiático, de Estado colonial a nación-Estado.
El nacionalismo pretende su legitimidad en términos de los destinos históricos, mientras que el racismo tiene pesadillas de contaminaciones eternas, transmitidas desde el principio de los tiempos mediante una sucesión interminable de cópulas asquerosas, ocurridas fuera de la historia: los negros son negros para siempre; y los judíos, la descendencia de Abraham, son judíos para siempre –como en el caso de Isaac Cardoso-, cualesquiera que sean los pasaportes que lleven o las lenguas que hablen y lean.
Existe una dimensión simbólica que transita a la realidad, como parte de las mentalidades; tiene que ver con la vigencia del pasado en el presente: Nueva Castilla se convierte en el Perú, Nueva España en México y Nueva Granada en la Gran Colombia. Reconociendo que en el siglo XIX, aún se estaba materializando la nación peruana . Como escribió Walter Benjamín en Iluminaciones: el rostro del ángel mira al pasado, desearía despertar a los muertos y reconstruir lo que ha sido aplastado (en China, Vietnam, Camboya, Cuba, Albania, Indonesia) pero la tormenta del progreso sopla desde el Paraíso, impulsándolo al futuro.
El nacionalismo acude a las ciencias -antropología, demografía, geografía, arqueología- con la pretensión de hacerlas funcionales a su discurso. La ficción del censo es que todos están incluidos en él. La construcción de clasificaciones o tipologías permiten una cuantificación sistemática. Los mapas permiten establecer las redes autoritarias del Estado secular, incorporando a la cartografía una visión histórica y política.
El censo, el mapa y el museo iluminan el estilo de pensamiento acerca del propio dominio del Estado colonial tardío. El mayor peligro de la creación de mitos oficiales sobre el pasado es su apropiación para legitimar algún régimen o ideología. La vacuna principal contra el poder mitológico del museo está en el diálogo entre museos.
La historia demuestra que la cultura funciona como una síntesis de la estabilidad y el cambio, el pasado y el presente, la diacronía y la sincronía. Todo cambio práctico es además una reproducción cultural. Toda reproducción de la cultura es una alteración, en tanto que en la acción recogen cierto contenido empírico nuevo. Todo uso real de las ideas culturales es una reproducción de ellas: Occidente, Historicidad, Interculturalidad; pero cada una de esas referencias constituye además una diferencia. Por eso el principio del cambio se basa en el principio de la continuidad. La cultura es la organización de la situación actual en función de su pasado. Este diálogo simbólico consiste en la síntesis indisoluble del pasado y el presente, el sistema y el acontecimiento, la estructura y la historia .
Los autores y las obras que a continuación presentamos proponen visiones plurales desde la epistemología, los métodos y la investigación histórica; tanto de procesos como de acontecimientos y mentalidades.
La Primera parte corresponde a la Historiografía General, compuesta por 21 estudios, se inicia con el pensamiento de Edward Carr, Fernand Braudel y Michel Foucauld en torno a la historia. Según los acontecimientos cronológicos investigados, se presentan los textos de Douglas North y Robert Thomas; Marc Bloch; Jacques Le Goff; Carlo Ginzburg; Serge Gruzinski; Peter Burke, Norbert Elías; Marshall Sahlins; Eric Hobsbawm y David Brading.
Fernand Braudel (1902-1985) decide descomponer metodológicamente la historia en muy larga duración –tiempo geográfico-; larga duración –tiempo social-; y corta duración –tiempo individual- que estudia los acontecimientos, la política y los personajes; que se ubican en la superficie siempre cambiante y sobre la profundidad de las estructuras de la historia.
Michel Foucault (1926-1984) en su obra llama a la rebeldía contra la evolución de las instituciones occidentales. Desde la perspectiva del poder, estudia su metamorfosis; así como la función social compleja de la escuela, el cuartel, el taller, la fábrica, las prisiones y hospitales para locos. Existen quienes lo acusan de atraer lectores con argumentaciones demagógicas, evadiendo responsabilidades eruditas, al no decir todo lo que sabe.
Peter Burke propone la heteroglosia: un conjunto de voces diversas y opuestas, que permiten ampliar la comprensión de los conflictos con la exposición de diversos puntos de vista. El historiador admite que no va a lograr satisfacer a todo el mundo.
Marshall Sahlins propone un modelo de narración densa en sus investigaciones de las islas del Océano Pacífico, con una perspectiva humanista –de respeto por la Antigüedad clásica-, con apertura al fenómeno religioso, a la vida política o pública, así como al tiempo y espacio histórico. Estudió los encuentros entre la cultura hawaiana y la británica en la llegada del capitán Cook (1778): los hawaianos que recibieron con grandes fiestas al capitán Cook cuando desembarcó por primera vez, lo asociaron con Lono, dios de la naturaleza y la fertilidad. Cuando regresó a las pocas semanas, fue recibido con recelo, lo tiraron al agua boca abajo y lo acuchillaron, arrebatándose el arma para tener el honor de participar en su muerte. Para comprender estos sucesos no es suficiente ser objetivo con el comportamiento de las personas, hay que profundizar en el conocimiento de su significado.
La historia de las mentalidades también es parte de la historiografía francesa en contra de la historia episódica y exclusivamente narrativa. Jacques Le Goff, la describe como caracterizada por su imprecisión, el no se qué de la historia. Esta indefinición deja al historiador en una encrucijada que por conducir a todas partes corre el riesgo de no llevar a ningún lado.
Otros enfoques historiográficos sobre la modernidad y la historia contemporánea provienen de Michel Vovelle, Alexis de Tocqueville, Edward Thompson, Mauricio Tenorio Trillo, Maurice Agulhon, Benedict Anderson, Albert Hirschman y Francis Fukuyama.
Michele Vovelle trabaja la descristianización de Occidente. Es un historiador materialista que aplica métodos cuantitativos a la historia de la cultura, a la religión y a la percepción del hombre frente a la muerte. Analizó sistemáticamente 30,000 testamentos para medir este proceso y entender la actitud del cristiano frente a la muerte y el más allá. Edward Palmer Thompson también nos ofrece un análisis cultural del comportamiento de las clases proletarias.
La Segunda parte, integrada por 21 textos, está referida a la Historiografía del Perú. Los autores y sus obras que hemos seleccionado son Raúl Porras Barrenechea, Alberto Flores Galindo, Manuel Burga Díaz, José Carlos Mariátegui, Rubén Vargas Ugarte S.J. y Jorge Basadre.
Además sobre los cimientos históricos y el choque de civilizaciones en el Perú, hemos recogido las reflexiones de Luis Guillermo Lumbreras, María Rostworowski, Jhon Murra, Waldemar Espinoza, Nathan Wachtel, Luis Millones, Steve Stern y Rolena Adorno.
Respecto a los períodos Colonial y Republicano presentamos los trabajos de Guillermo Lohmann Villena, Pablo Macera, Scarlett O´phelan, Heraclio Bonilla, Cristóbal Aljovín, María Enma Mannarelli y Carmen McEvoy.
Nuestro propósito es poner la bibliografía historiográfica fundamental al alcance de los profesores de historia en los diversos niveles educativos, así como de los estudiantes universitarios en la especialidad de historia; recogiendo las valiosas lecciones que nos otorga la historia, como ha señalado José Agustín de la Puente Candamo: “cuando Piérola llega al gobierno en 1895, los dos partidos, enemigos tradicionales, civilistas y demócratas, se unen para que el país no viva en eternas luchas fratricidas. Esa es otra enseñanza para el Perú de hoy: las distancias políticas deben someterse al servicio del país. Las diferencias son un factor respetable e interesante, pero no deben colocarse sobre los intereses del país. Eso lo comprendieron en aquella época y el Perú progresó”.
Obras y autores de singular importancia serán incluidos en una segunda edición, como por ejemplo la Historia cronológica del Perú, dirigida por el Dr. José Antonio del Busto Duthurburu, recientemente fallecido. Esta obra abarca 13.600 años, desde los primeros registros de civilización en el Período Lítico-Arcaico (11600 a.C. Huanta, Ayacucho), hasta el 27 de diciembre de 2000.
También la Historia Social Contemporánea merece ser tomada en cuenta en una próxima antología; textos fundamentales como la tesis doctoral de Antonio Zapata Velasco: Sociedad y poder local: la comunidad de Villa El Salvador 1971-1996.
Autores y obras
Edward Carr
¿Qué es la historia?
Fernand Braudel
La larga duración
Michel Foucault
La arqueología del saber
Douglas North y Robert Thomas
El nacimiento del mundo occidental: una nueva historia económica 900-1700
Marc Bloch
Los reyes taumaturgos
Jacques Le Goff
El nacimiento del purgatorio
Carlo Ginzburg
El queso y los gusanos: el cosmos según un molinero del siglo XVI
Serge Gruzinski
La colonización de lo imaginario: sociedades indígenas y occidentalización en el México español. Siglos XVI-XVIII
Peter Burke
Hablar y callar: funciones sociales del lenguaje a través de la historia
Norbert Elías
La sociedad cortesana
Marshall Sahlins
Islas de historia: la muerte del capitán Cook. Metáfora, antropología e historia
Eric Hobsbawm
Rebeldes primitivos
David Brading
Orbe indiano: de la monarquía católica a la república criolla 1492-1867
Michel Vovelle
Introducción a la historia de la Revolución francesa
Alexis de Tocqueville
El antiguo régimen y la revolución
Edward Thompson
Costumbres en común
Mauricio Tenorio Trillo
Artilugio de la nación moderna: México en las exposiciones universales 1880-1930
Maurice Agulhon
Historia vagabunda: etnología y política en Francia contemporánea
Benedict Anderson
Comunidades imaginadas: reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo
Albert Hirschman
Retóricas de la intransigencia
Francis Fukuyama
El fin de la historia y el último hombre
Raúl Porras Barrenechea
Fuentes históricas peruanas
Luis Guillermo Lumbreras
Los orígenes de la civilización en el Perú
María Rostworowski de Diez Canseco
Historia del Tahuantinsuyo
John Murra
La organización económica del Estado Inca
Waldemar Espinoza Soriano
La destrucción del Imperio de los Incas
Nathan Wachtel
Los vencidos: los indios del Perú frente a la conquista española, 1530-1570
Luis Millones Santagadea
Historia y poder en los Andes centrales: desde los orígenes al siglo XVII
Steve Stern
Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española: Huamanga hasta 1640
Rolena Adorno
Cronista y príncipe: la obra de don Felipe Guamán Poma de Ayala
Guillermo Lohmann Villena
El Corregidor de Indios en el Perú bajo los Austrias
Pablo Macera
El feudalismo colonial en el Perú
Rubén Vargas Ugarte SJ
Historia del Santo Cristo de los Milagros
Scarlet O’Phelan Godoy
Un siglo de rebeliones anticoloniales: Perú y Bolivia, 1700-1783
Heraclio Bonilla
La independencia en el Perú
Cristóbal Aljovín de Losada
Caudillos y constituciones. Perú 1821-1845
Carmen Mc Evoy
Forjando la nación: ensayos sobre historia republicana
María Emma Mannarelli
Limpias y modernas: género, higiene y cultura en Lima del novecientos
Alberto Flores Galindo
Buscando un inca: identidad y utopía en los Andes
Manuel Burga
Nacimiento de una utopía: muerte y resurrección de los incas
José Carlos Mariátegui
7 ensayos de interpretación de la realidad peruana
Jorge Basadre
Perú: problema y posibilidad

Puntuación: 4.99 / Votos: 1810

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *