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Divina Misericordia 2020

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Evangelio según San Juan 20,19-31.
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”.
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”.
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. El les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”.
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”.
Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”.
Tomas respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”.
Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”.
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.
Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre. 

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Hay una historia real sobre un grupo de ocho hombres de servicio durante la Segunda Guerra Mundial que sobrevivieron veintiún días a flote en tres pequeñas balsas de goma, después de que su avión se estrellara en el Pacífico. Uno de ellos, el teniente James Whittaker, era un profesor ateo. Todos los demás eran hombres de fe, e hicieron parte de su rutina diaria un servicio de oración con una lectura de una Biblia de bolsillo. Más tarde escribió sobre la experiencia en un libro: Pensamos que escuchamos a los ángeles cantar. Uno de los otros hombres, el famoso piloto de combate de la Primera Guerra Mundial, el capitán Eddie Rickenbacker, también escribió un libro sobre la experiencia: Siete vienen a través. Después de tres días, estaban sin comida ni agua. En el sexto día dispararon una bengala, esperando que alguien -y no los japoneses- lo viera y los rescatara. La bengala desapareció y aterrizó cerca de ellos. Atrajo tantos peces que dos peces saltaron al barco. Su oración había sido respondida. Otro día una gaviota aterrizó en la cabeza de uno de los hombres, y la capturaron y la cortaron para que la carnada atrape más peces. Otra oración había sido respondida. Algunos días llovió y estaban agradecidos de tener agua para beber. ¡Más oraciones respondidas! El decimotercer día fue el turno del teniente Whittaker para liderar la oración. Una ducha pesada de lluvia se acercó a ellos, pero estaba cerca de mil pies. ¡Rezó para que la lluvia volviera, y lo hizo! Una última oración respondió que convenció al teniente Whittaker de que realmente había un Dios. La vida del Teniente Whittaker fue transformada, ya que ya no era ateo, sino que había experimentado el amor y la misericordia de Dios -a pesar de la desgracia y el sufrimiento- en los pequeños milagros durante los veintiún días en el mar, y también a través de la fe y Esperanza de sus siete amigos, siempre unidos por su desgarradora experiencia.
Al igual que el teniente Whittaker, Tomás no creía. Hoy en nuestro evangelio (Juan 20:19-31) Tomás no creerá. Al igual que el teniente Whittaker, ni siquiera la fe de sus amigos lo convencería, hasta que hubo experimentado a Jesús resucitado en sus propios términos, a su manera, a su propio tiempo. Los otros apóstoles compartieron con Tomás que habían visto al Señor, pero él no creía. ¿Te imaginas que habían sido amigos durante tres años, y él no aceptaría su palabra por ello? ¿Qué clase de amigo es ese? Entonces tuvo la audacia de fijar las condiciones por las cuales creería: que Jesús se le apareciera y le permitiera ver la marca de las uñas en su mano, y poner su dedo en su lado. Qué nervio! Y, seguro, la próxima vez que Jesús se les apareció Tomás estaba entre ellos. Puedo imaginar el bulto en su garganta cuando vio al Jesús resucitado. Debe haberse sentido ridículo, y más aún cuando Jesús se presentó a Tomás. Todo lo que Tomás podía decir era ” Mi Señor y Dios mío!”
Hay tantos mensajes para nosotros en este evangelio dramático, pero lo que más llamó mi atención fue la dinámica entre Tomás y los otros apóstoles. No puedo superar el hecho de que no les creería, después de todo lo que habían pasado juntos. Los apóstoles se llenaron de alegría al haber visto al Señor, y habiéndole oído hablar con ellos. Cada una de estas apariciones de resurrección eran oportunidades invaluables para ellos de prepararse para la misión que les adelantó. Antes de que comenzaran a dar testimonio de los demás, comenzaron con ellos mismos – compartiendo su experiencia del Jesús resucitado y ayudándose unos a otros a recordar sus enseñanzas, sus parábolas y los maravillosos milagros que hizo. Ahora el sufrimiento y la muerte de Jesús tenían un nuevo significado para ellos, de modo que también se convirtió en fuente de reflexión y compartir para ellos. Con la venida del Espíritu Santo se llenaron de poder y salieron a compartir las ‘Buenas Nuevas’ con otros fuera de su grupo. El miedo que habían experimentado durante tanto tiempo ya no era cierto, pero tenían valor y determinación. Jesús había resucitado de entre los muertos, y era demasiado grande para guardar un secreto. Tuvieron que proclamar a todos los que quisieran escuchar. Ellos, literalmente, darían sus vidas en el compartir las ‘Buenas Nuevas’.
En la primera lectura de los hechos de los apóstoles (4:32-35) vemos esta realidad. Están dando testimonio de otros sobre la resurrección de Jesús. Están cumpliendo la misión de Jesús, por medio de la gracia del Espíritu Santo.
En la Segunda Lectura, de la Primera Carta de Juan (5:1-6), Juan testigo del amor de Dios, su tema central. Movido por el Espíritu llama a la gente a la fe y a darse cuenta de que Jesús ha “conquistado el mundo”. ¡Ese es el poder de la fe!
Pero qué tiene que ver todo esto, en este tiempo de una pandemia que ha cambiado nuestras vidas dramáticamente? Tal vez a veces en nuestras vidas nos hemos sentido como Tomás, o como el teniente Whittaker. Estábamos buscando una señal. Queríamos que Dios hiciera las cosas según nuestro camino. Establecimos condiciones para nuestra fe. El hecho de que estamos buscando fe y vida con Dios hoy es una señal de que Jesús debe haber venido por nosotros: pero en sus términos, en su manera, y en su tiempo. Algunos de nosotros pueden haber tardado más que otros, pero estamos aquí. Tal vez no escuchamos a las personas que nos rodean -especialmente a nuestra familia y amigos- que nos animaron a creer y a tener fe, a intentarlo de nuevo con Dios. Al igual que Thomas, podríamos haber pensado que su testimonio no era suficiente. Pero finalmente, como después de todos los acontecimientos milagrosos en la vida del teniente Whittaker y el capitán Rickenbacker y sus amigos, creíamos. ¡Dios nos ha llegado!
El siguiente paso, como Tomás y como el teniente Whittaker y el capitán Rickenbacker, es salir y hablar de ello: testigo de Jesucristo. No tenemos que escribir un libro al respecto, pero tenemos que contar nuestra historia unos a otros: nuestra historia de fe e incredulidad, de esperanza y miedo, de triunfo y decepción. Todos tenemos uno, solo nos falta articularlo y compartirlo en el nombre del Señor. Ese testimonio puede marcar toda la diferencia en el mundo para la persona que escucha. Como estamos aislados unos de otros en tal medida, necesitamos ese testimonio tal vez más que nunca. También nos transformará en nuestro discipulado de Jesús mientras reclamamos de nuevo su “victoria” en nuestras vidas, y cómo hemos compartido en la nueva vida de su resurrección. Al igual que Tomás, nosotros también deberíamos declarar con todo nuestro corazón, “¡Señor mío y Dios mío!”

Domingo de Resurrección 2020

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Evangelio según San Juan 20,1-9.
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

En septiembre de 1996, empecé un programa sabático en la Universidad Jesuita en Toronto, Ontario. Fue un programa de ocho meses de renovación teológica y pastoral para sacerdotes, hermanas, hermanos y laicos. La mayoría de nosotros éramos católicos, pero había algunos presbiterianos y anglicanos. La mayoría de nosotros éramos canadienses, pero había británicos, estadounidenses, coreanos y nigerianos. Durante la primera semana, planearon un viaje en autobús a las Cataratas del Niágara. Viví los primeros treinta y dos años de mi vida en una hora y media de las Cataratas del Niágara, y probablemente había estado allí treinta veces. Sin embargo, para muchos de mis compañeros de clase fue su primera vez en ver las majestuosas y poderosas Cataratas. Fue tan interesante ver sus reacciones. Acabando la visita y la experiencia para ellos la única forma en que puedo describir su reacción fue “asombro y maravilla”. Fueron fascinados por la maravillosa vista, el rugiente agua que se mueve rápido, las formaciones rocosas, la niebla y el arco iris. Habiendo estado allí tan a menudo, había perdido esa sensación de asombro.
Cuando vinimos a misa hoy, sabíamos que Jesús había resucitado de los muertos. Fue una sorpresa para nosotros. Y, así que tal vez, en nuestra condición humana, no tenemos el sentido de ‘asombro y nos asombro’ que los primeros discípulos tuvieron en la tumba vacía. Estoy seguro de que su reacción fue de shock, y sorpresa, y luego, para aquellos que encontraron la piedra rodó, la tumba vacía, y (en el evangelio de Marcos) un joven vestido de blanco -obviamente ángel- de alegría. Cuando el ángel dijo “No te sorprendas: Ves a Jesús de Nazaret, el crucificado. Él ha resucitado, no está aquí”. Qué reacción que debe haber tenido en los discípulos, que vinieron a la tumba tristes y derrotados a la muerte de su Maestro. No habían entendido cuando Jesús habló de “levantarse de los muertos”, o que su cuerpo era el “templo… reconstruido en tres días”. Ahora su tristeza se convirtió en alegría, y su decepción al entusiasmo. ¡Jesucristo había resucitado de entre los muertos! ¡Dios había hecho lo imposible y lo improbable!
Como reflexioné sobre esta idea de “asombro y maravilla”, me pregunté “¿Cómo puedo, casi dos mil años después experimentar asombro y asombrarme ante la resurrección de Jesús de los muertos, cuando no vino como sorpresa hoy a mi?”.
Mi reflejo me llevó a darme cuenta de que este “asombro y maravilla” es mío aquí, hoy, si me encuentro con el Jesús resucitado. No sólo el Jesús de la historia, que murió y resucitó hace miles de años, sino Jesús vivo y activo aquí y ahora. Este encuentro es real para mí si durante la temporada de Cuaresma crecí en unión más estrecha con Jesús a través de mi oración, mi ayuno y mis actos de caridad.
En nuestros esfuerzos por aumentar el tiempo con el Señor en oración, para leer las Escrituras, venir ante el Santísimo Sacramento en la adoración, y participar fielmente en la Eucaristía con más frecuencia, sentimos una nueva intimidad con nuestro Señor: sabiendo, y amando más a Él , y deseando servirle más.
En nuestro ayuno, mostramos la fuerza y el poder de la voluntad sobre el cuerpo, liberándonos de alimentos y bebidas, o de hábitos y actividades. Hemos experimentado la gracia de Dios en este esfuerzo.
En nuestros actos de caridad, nos abrimos más a las necesidades de los demás por nuestra conciencia y nuestra generosidad. Tal vez nos sentimos más ‘como Cristo’, con este espíritu renovado de amor cristiano.
La resurrección no puede permanecer para nosotros sólo un momento en el tiempo, una fecha cada año en el calendario. La resurrección de Jesucristo necesita impregnar nuestras vidas, nuestro ser. Nuestro ‘asombro y asombro’ seguirá siendo una realidad para nosotros mientras reconocemos y experimentamos la presencia del Señor resucitado con nosotros.
¿Cómo experimentamos y vivimos la resurrección de Jesús aquí y ahora? En primer lugar, ayuda a reflexionar sobre nuestras vidas y las pequeñas ‘resurrecciones’ que hemos experimentado: los momentos de miedo, desesperanza y desánimo cuando pensamos que las cosas nunca podrían cambiar, nunca mejorarse. ¡Pero lo hicieron! ¡Dios nos sorprendió! Y, en retrospectiva, podemos ver cómo Dios trabajó en traernos a la resurrección y la nueva vida. Tuvimos un cambio de actitud, un cambio de prioridades, y cambio de vida. Ese es el poder de la resurrección, y es nuestro si nos unimos profundamente con Jesucristo, la fuente de nuestra esperanza y salvación. Estas pequeñas ‘ resurrecciones ‘nos llevan a experimentar el asombro y maravilla’ del Jesús resucitado.
Segundo, debemos estar preparados -en el presente y futuro- para las sorpresas de Dios, para experimentar ‘asombro y maravilla’. Podemos acercarnos a una persona, una situación, o una ocasión -en casa, en la escuela o en el trabajo- y pensar que sabemos cómo funcionará. Podemos decirnos a nosotros mismos: ‘Nunca cambiarán’, ‘No hay manera de que esto funcione’, ‘Esto es esperanza’. Si estamos cerrados a la gracia de Dios y su poder para sorprendernos -en nosotros mismos o en los demás- somos obstáculos (en lugar de instrumentos) de la voluntad de Dios. Qué gran responsabilidad tenemos delante de Dios y unos a otros: de ser instrumentos de Dios. Si somos gente de esperanza Dios puede obrar en y a través de nosotros, y se haga su voluntad. Todos buscamos una segunda oportunidad o una centésima oportunidad. Así que, debemos dar a los demás ese don de esperanza en sí mismos, y del amor y misericordia de Dios por ellos. Podemos cambiar. Podemos ser renovados y transformados en Cristo. Pero, debemos estar alertas a los caminos de Dios y cómo se revelará a sí mismo, tal vez no como esperamos o queremos, sino como dicta su sabiduría. Estas instancias nos llevan a compartir el ‘asombro y maravilla’ del Jesús resucitado con los demás, para que reconozcan su presencia y sean renovados en su amor.
A medida que viajamos por la temporada de Pascua, escucharemos los evangelios de las apariciones de resurrección, fortaleciendo a los discípulos hasta que los deje en la gloriosa ascensión. Una vez más, continuamente nos sorprenderá Jesús en estas apariciones, sus palabras y acciones.
También durante la temporada de Pascua, nuestra primera lectura cada día será de los Hechos de los apóstoles en los que veremos a los discípulos y apóstoles viviendo la misión de Jesús. Su ‘asombro y asombro’ en la resurrección de Jesús los llevó a actuar, a compartir en la vida y la enseñanza de Jesús. Con la venida del Espíritu Santo han sido animados y habilitados para ser mensajeros de Dios, compartiendo las buenas noticias de Jesús que les ha transmitido. Su palabra es vida! También harán cosas grandes y maravillosas que revelarán el poder y la presencia de Jesús, sorprenderse a sí mismos y a los demás con el ‘asombro y la maravilla’ del Señor resucitado.
Aquí y ahora somos esos discípulos. Nuestras vidas son los ‘actos’ de nuestra vida apostólica como seguidores de Jesús, como personas salvadas a través del sufrimiento, la muerte y la resurrección del Señor. No demos por sentado ese poder y presencia de Dios en lo que decimos y hacemos, sino que redescubramos cada día que ‘asombro y asombro’ de conocer, amar y servir al Señor resucitado.

Viernes Santo 2020

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Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42.
Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos.
Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia.
Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas.
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: “¿A quién buscan?”.
Le respondieron: “A Jesús, el Nazareno”. El les dijo: “Soy yo”. Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos.
Cuando Jesús les dijo: “Soy yo”, ellos retrocedieron y cayeron en tierra.
Les preguntó nuevamente: “¿A quién buscan?”. Le dijeron: “A Jesús, el Nazareno”.
Jesús repitió: “Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejEn que estos se vayan”.
Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me confiaste”.
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco.
Jesús dijo a Simón Pedro: “Envaina tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?”.
El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron.
Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año.
Caifás era el que había aconsejado a los judíos: “Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo”.
Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice,
mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro.
La portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?”. El le respondió: “No lo soy”.
Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego.
El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza.
Jesús le respondió: “He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto.
¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho”.
Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: “¿Así respondes al Sumo Sacerdote?”.
Jesús le respondió: “Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?”.
Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás.
Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: “¿No eres tú también uno de sus discípulos?”. El lo negó y dijo: “No lo soy”.
Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: “¿Acaso no te vi con él en la huerta?”.
Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua.
Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: “¿Qué acusación traen contra este hombre?”. Ellos respondieron:
“Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado”.
Pilato les dijo: “Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen”. Los judíos le dijeron: “A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie”.
Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir.
Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?”.
Jesús le respondió: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?”.
Pilato replicó: “¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?”.
Jesús respondió: “Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí”.
Pilato le dijo: “¿Entonces tú eres rey?”. Jesús respondió: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz”.
Pilato le preguntó: “¿Qué es la verdad?”. Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: “Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo.
Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?”.
Ellos comenzaron a gritar, diciendo: “¡A él no, a Barrabás!”. Barrabás era un bandido. Pilato mandó entonces azotar a Jesús.
Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo,
y acercándose, le decían: “¡Salud, rey de los judíos!”, y lo abofeteaban.
Pilato volvió a salir y les dijo: “Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena”.
Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: “¡Aquí tienen al hombre!”.
Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”. Pilato les dijo: “Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo”.
Los judíos respondieron: “Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios”. Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía.
Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: “¿De dónde eres tú?”. Pero Jesús no le respondió nada.
Pilato le dijo: “¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?”.
Jesús le respondió: ” Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave”.
Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: “Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César”.
Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado “el Empedrado”, en hebreo, “Gábata”.
Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: “Aquí tienen a su rey”.
Ellos vociferaban: “¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!”. Pilato les dijo: “¿Voy a crucificar a su rey?”. Los sumos sacerdotes respondieron: “No tenemos otro rey que el César”.
Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.
Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado “del Cráneo”, en hebreo “Gólgota”.
Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio.
Pilato redactó una inscripción que decía: “Jesús el Nazareno, rey de los judíos”, y la hizo poner sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego.
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos’.
Pilato respondió: “Lo escrito, escrito está”.
Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo,
se dijeron entre sí: “No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca”. Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”.
Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: “Todo se ha cumplido”. E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.
Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.
Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean.
Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos.
Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.
Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado.
Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Recuerdo, cuando era un niño pequeño, una pequeña rutina que mi padre y yo solíamos pasar. Él me preguntaba: “Me amas?”. Después de que yo respondiera “sí” él preguntaba “¿Cuánto?”. Entonces sostenía los dedos de cada mano, a corta distancia y preguntaba: “¿tanto?”. Yo sacudiría mi cabeza: “no”. Entonces él ampliaría la brecha entre los dedos y preguntaría: “¿tanto?”. Otra vez diría: “no”. Entonces él ampliaría la brecha más y preguntaría: “¿Esto mucho?”. Después de mi último “no”, él preguntaba: “¿Entonces cuánto?”, y yo abriría mis brazos tan lejos como pudiera.
A veces cuando miro la cruz de Jesús pienso en ese gesto: Jesús diciéndonos que nos ama esto (extender los brazos completamente). El sacrificio de su vida es un punto de inflexión en la historia humana. Este sufrimiento y la muerte trajo nuestra salvación. La nueva vida que esperamos en la resurrección es el fruto de ese sacrificio en la cruz. Este era el plan de Dios, y Jesús lo cumplió fielmente.
Hoy hemos escuchado la lectura dramática de la pasión del evangelio de San Juan (18:1-19:42). Dios nos amó tanto que envió a su Hijo al mundo, y Jesús nos amó tanto que dio su vida por nosotros. Sólo podemos empezar a imaginar la tragedia y el horror de una crucifixión. Cuando miramos nuestras Estaciones de la Cruz o muchas representaciones del evento, no nos sorprenden en la realidad de las últimas horas de la vida de nuestro Salvador. Hace unos años la película ‘La pasión del Cristo’, mostró brutalmente ese sufrimiento y la muerte. No sé ustedes, pero me dio mucho para reflexionar y desarrollar aún más mi comprensión de la crucifixión y la muerte, y para darme cuenta de lo mucho que somos amados.
Sabemos que el Viernes Santo no es el final. Sabemos que el sábado y el domingo estaremos celebrando una realidad muy diferente: la resurrección de nuestro Señor de los muertos. Usemos estos pocos días para prepararnos para esa nueva vida del Cristo resucitado al darnos cuenta de lo mucho que Dios nos ama, el precio que Jesús pagó por nuestros pecados, y cómo podemos conocer más plenamente, amar y servir a nuestro Dios como fieles seguidores de Jesús.

Jueves Santo 2020

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Evangelio según San Juan 13,1-15.
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo,
sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios,
se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura.
Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: “¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?”.
Jesús le respondió: “No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás”.
“No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!”. Jesús le respondió: “Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte”.
“Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!”.
Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos”.
El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: “No todos ustedes están limpios”.
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?
Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy.
Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes”.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Tradicionalmente, una parte importante del día en la vida de una familia es la comida compartida. Hoy, desafortunadamente, parece que la comida diaria juntos se está volviendo cada vez más difícil, y todos tienen horarios y compromisos que hacen que sea difícil encontrar tiempo el uno para el otro. Este es un comentario triste sobre la vida familiar de hoy. Estoy seguro de que todos tenemos recuerdos felices de comidas especiales compartidas con seres queridos, tal vez un banquete de bodas, un cumpleaños o aniversario, una graduación u otro momento significativo en la vida de un individuo y una familia.
En este Jueves Santo celebramos la institución de la Eucaristía, y el Sacerdocio, por Jesucristo.
Esta noche nuestras lecturas de la Sagrada Escritura hablan sobre comidas compartidas. Primero, en el Escrituras Hebreas (Éxodo 12: 1-8, 11-14), escuchamos acerca de la primera comida de la Pascua. Una y otra vez, Moisés había ido a ver a Faraón con el mismo mensaje: “Deja que mi la gente se vaya”, pero el faraón no. Entonces Dios envió una serie de plagas sobre los Egipcios, terminando en la muerte del primogénito. Aquellas casas con la sangre del cordero en la jamba de la puerta se salvaron de esta tragedia. El ángel de la muerte “pasó” por sus casas. Hasta el día de hoy, esta comida, junto con sus oraciones y canciones, hace que ese momento de liberación de las personas elegidas parezca como si fuera hoy.
Jesús tomó dos elementos de esa comida de la Pascua: pan y vino, y los transformó en su Cuerpo y Sangre. San Pablo relata esa Última Cena a los Corintios (1 Corintios 11: 23-26). Ahora Él es el cordero, y es su sangre la fuente de nuestra liberación del poder de la muerte. Por su sangre hemos sido salvados. Jesús no deja dudas, en la institución de la Eucaristía, de que está presente para nosotros. Ese pan se convierte en su cuerpo, y ese vino se convierte en su sangre. Él no dice “Esto representa mi cuerpo” o “Esto es un símbolo de mi sangre”. ¡Es! Es por eso que el Cuerpo de Cristo que no se consume en la celebración en la mesa del Señor se guarda en el tabernáculo, porque continúa siendo el Cuerpo de Cristo.
En nuestra mesa en casa comemos, compartimos y celebramos. Sería muy triste si nuestra comida familiar se redujera a solo comer. Es nuestra oportunidad de compartir: nuestro día, nuestras esperanzas, nuestros logros, nuestros miedos y nuestras decepciones. Es hora de celebrar que nos amamos en nuestra familia, que estamos involucrados en la vida del otro y que estamos comprometidos el uno con el otro. Alrededor de la mesa del Señor, hacemos más que solo comer el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Compartimos nuestras oraciones, que reflejan nuestra gratitud y nuestras preocupaciones. Compartimos nuestra fe en la oración y la canción. También celebramos que somos una familia de fe, una comunidad, y que nosotros, como nuestra propia familia, somos importantes el uno para el otro. Nosotros, juntos, formamos el Cuerpo de Cristo. Esta Eucaristía es una importante fuente de gracia para nosotros. Aquí estamos alimentados y nutridos. Aquí es donde nos encontramos con Jesucristo, presente en su cuerpo y sangre.
El fruto de esa vida de Dios que compartimos se hace evidente en el evangelio (Juan 13: 1-5). Esa gracia produce virtud dentro de nosotros. Esa gracia nos mueve hacia el servicio, viviendo a semejanza de Jesús el Salvador. El lavado de los pies es significativo, porque era el trabajo en la casa del criado al pie del peldaño. Ese era el trabajo del chico nuevo, la función desagradable que todos estaban felices de dejar atrás. Pero Jesús eligió ese servicio humilde, casi humillante, para dar a los apóstoles una señal concreta de su amor y entrega de sí mismo. ¡Su escándalo en este acto no sería nada comparado con su confusión y tristeza de lo que ocurriría en las próximas veinticuatro horas! Ese servicio en la cruz superaría en gran medida el lavado de los pies. De hecho, ¡Él vino para servir, no para ser servido! Este ejemplo de Jesús el Señor nos llama al servicio humilde de los demás. A veces puede significar hacer cosas mundanas, o cosas que preferiríamos no hacer, cosas que podemos sentir que están “debajo” de nosotros. Sin embargo, ese es el precio del verdadero servicio, inspirado por Jesús, respondiendo a la necesidad de los demás. Para servir necesitamos una sensibilidad para reconocer la necesidad de los demás. Cuando estamos en contacto con nuestras propias necesidades y reconocemos cómo nuestras necesidades han sido satisfechas, por el Señor y por otros, podemos identificarnos y responder a las necesidades de los demás.
Hoy en la Iglesia hay un desarrollo creciente en la teología de la corresponsabilidad. Nuestro uso sabio y prudente de nuestro tiempo, talentos y tesoros, es una respuesta amorosa y generosa en agradecimiento a Dios por su amor y generosidad hacia nosotros. Todo lo que tenemos y somos nos ha llegado de Dios, y cuando usamos bien nuestro tiempo, talentos y tesoros, estamos haciendo la voluntad de Dios. A veces subestimamos la importancia de nuestra corresponsabilidad. Podemos sentir que no tenemos nada tan importante que compartir, que hay personas mejor preparadas para servir. Jesús nos llama a cada uno de nosotros a servir, a nuestra manera y en nuestro propio lugar. Algunos pueden ser más dotados que otros. Algunos pueden tener más confianza que otros. Algunos pueden tener más habilidades que otros. Pero, cada uno de nosotros tiene algo que dar, de nuestro tiempo, talentos y tesoros. En una familia, cada persona tiene su parte que desempeñar en la construcción de la familia. En una comunidad parroquial, cada persona tiene su parte para jugar en la construcción del pueblo de Dios. Como Jesús sirvió, debemos servir. Recuerde, el lavado de los pies no fue un servicio glorificado u honorable, ¡sino un servicio! A veces podemos sentir que nuestro servicio no es importante y que no se lo perderá. Sin embargo, eso no es cierto, porque Dios quiere trabajar a través de cada uno de nosotros, como mayordomos fieles, para trabajar juntos para nuestra propia santificación y para la resurrección de la sociedad.
Esta noche celebramos la institución de la Eucaristía y la institución del sacerdocio. Apreciamos esta comida sagrada, nuestra comida, compartir y celebrar, y experimentar verdaderamente esa presencia divina del Señor cuando nos acercamos a encontrarlo en su cuerpo y sangre. Que su vida abundante en nosotros nos dé la gracia de servir, como Él sirvió, y de dar nuestras vidas generosamente en su nombre.

Monseñor Barreto debe rectificarse durante reflexión por Semana Santa

Ántero Flores-Araoz cuestiona pedido de Cardenal Barreto de disolver el Sodalicio de Vida Cristiana. “Si las instituciones fueran responsables, habría que disolver entre ellas a la Compañía de Jesús, a la que pertenece el Papa Francisco como el Cardenal Barreto”, asegura.
El expresidente del Congreso, Ántero Flores-Araoz, calificó de desafortunado que el Cardenal Pedro Barreto, haya pedido ante el Vaticano la disolución del Sodalicio de Vida Cristiana, luego que su fundador, Luis Figari, fuera sancionado por la Santa Sede, acusado de cometer abusos sexuales. Asimismo cuestionó las declaraciones brindadas por el prelado en ese sentido.
“Muy desafortunadas fueron las declaraciones del cardenal Pedro Barreto, respecto a la disolución del Sodalicio, y me recordó un conocido refrán que reza: “No tires piedras si tú techo es de cristal”. Con todo respeto al obispo que se expresó en tales términos, estimo que está en un error que, siendo la Semana Santa una buena oportunidad para la reflexión, Dios quiera se rectifique”, refiere.
Flores-Araoz cuestiona lo señalado por el obispo en el sentido de que el Sodalicio de Vida Cristiana debería ser disuelto puesto que algunos miembros de dicha Congregación religiosa han sido investigados y señalados de haber cometido abusos sexuales, sicológicos y emocionales.
OBISPO EQUIVOCADO
“Las razones por las que estimo que el obispo está equivocado son varias. La primera y poderosísima es que, las instituciones no abusan ni delinquen. Y, que en todo caso, lo pueden hacer sus miembros quienes deben responder personalmente por sus acciones. Y de haber culpabilidad, ser sancionados con todo el peso de los cánones religiosos como de los civiles”, apunta.
Flores-Araoz explica que no puede castigarse a toda una Institución por supuestas incorrecciones que puedan cometer algunos de sus integrantes. Estas afirmaciones, por otro lado, desconocen la obra pastoral que realizan por décadas sus miembros, en parroquias, enseñanza en todos sus niveles, acompañamiento en el lecho de enfermedad, en el consuelo a los deudos, solidaridad y apoyo tanto material como espiritual, a las personas olvidadas por la fortuna.
“Soy testigo de lo expuesto dado que pertenezco a la Parroquia de Nuestra Señora de la Reconciliación, desde hace varios lustros, Parroquia que está conducida por sacerdotes, religiosas y religiosos del Sodalicio. Además, algunos de mis nietos han sido bien formados en Colegio relacionado con dicha Congregación”, precisa.
¿LA COMPAÑÍA DE JESÚS?
El letrado y político sostiene que el propio Sodalicio realizó investigación interna e hizo que terceros, de reconocida seriedad hiciesen lo propio, con resultados que acreditan que no estamos frente a una organización de sátrapas y que por lo demás, las incorrecciones de algunos de sus miembros, han sido materia de reparación, aunque no se pueda variar la realidad.
“Si las instituciones fueran responsables por todo lo que hacen sus integrantes, habría que disolver varias Congregaciones, entre ellas la Compañía de Jesús, a la que pertenece el Papa Francisco como el cardenal Barreto. Basta recordar lo sucedido en tres colegios de la Compañía, en Berlín, entre 1970 y 1980, investigados por Úrsula Raue. Igualmente, el escandaloso caso del jesuita Renato Poblete en Chile”, argumenta.
Asimismo, abunda en que la Iglesia, al igual que tiene cosas maravillosas que mostrar, en el otro lado de la moneda, sufre actos absolutamente reprobables, pero ello no significa que deba desaparecer, sino corregir y estar alerta, para que nunca más se produzcan hechos vergonzosos.
EN EL VATICANO
Durante la primera semana de marzo, el Arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo Mattasoglio, respaldó el pedido que hizo al Vaticano el Cardenal Pedro Barreto, Arzobispo de Huancayo.
“La orientación que la Iglesia está tomando a nivel mundial es que estas cosas se acaben. Es difícil, pero la línea es clara. En este caso creo que es demasiado lo que ha pasado. Creo que la opinión del Cardenal Barreto es bastante oportuna y es necesario visualizar la forma específica”, opinó el arzobispo de Lima, Carlos Castillo.
Fuente: Diario La Razón.

Cardenal Kung

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Ignatius Gong Pin-Mei

Ignatius Gong Pinmei (Pudong, Shanghái, 1901- Connecticut, 2000), fue un sacerdote y obispo católico de Shanghái.
El que fuera conocido como cardenal Kung fue obispo católico de Shanghái y administrador apostólico de Suzhou y Nanjing desde 1950, cargo que ocupó hasta su muerte. Fue ordenado sacerdote el 28 de mayo de 1930, y consagrado obispo -el primer obispo chino de Shanghái- en la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, el 7 de octubre de 1949, después de que los comunistas hubieran tomado el poder en China. Gong Pin-Mei fue creado cardenal por el papa Juan Pablo II in pectore (en el corazón del Papa, sin previo aviso a cualquier persona en el mundo, incluyendo el propio cardenal) en 1979 a la edad de 78, cuando el cardenal estaba cumpliendo una condena perpetua de aislamiento en China. Finalmente fue proclamado cardenal, de modo público, doce años después el 28 de junio de 1991 por el papa Juan Pablo II. En el momento de su muerte, el cardenal Kung era el más anciano de los cardenales.
Gong Pinmei nació en 1901 en una familia de larga tradición católica en el entonces distrito rural de Pudong de Shanghái (en el lado oriental del río). Bautizado de niño, recibió su educación secundaria en el famoso barrio católico de Xujiahui (Zikawei en el dialecto de Shanghái) en el Colegio de San Ignacio, que estaba atendido por jesuitas franceses y chinos. Gong fue ordenado sacerdote en 1930, convirtiéndose en sacerdote secular y sirviendo a las comunidades católicas de la vicaría de Shanghái.
En esa época, administraba esta región el jesuita francés Augusto Haouisee. A la muerte del obispo Haouisee en 1949, la Congregación para la Propagación de la Fe en Roma decidió dividir el vicariato en cuatro partes: las diócesis de Suzhou y Shanghái y dos vicariatos apostólicos, uno para ser dirigido por jesuitas de la Provincia de California y el otro por los jesuitas franceses de la Provincia de París, que había estado enviando misioneros a China desde 1842. Gong fue nombrado el primer obispo de la diócesis de Suzhou en 1949, que de ese modo comenzó su etapa como región independiente dirigida por su propio obispo chino.
En agosto de 1950, Gong fue instalado como obispo de Shanghái en la Catedral de San Francisco Javier, en Dongjiadu, aunque conservó su posición como administrador apostólico de Suzhou. Después de su instalación, Gong comenzó a denunciar a las autoridades comunistas. En ese momento, los comunistas estaban tratando de dividir a los católicos chinos de sus correligionarios extranjeros, habiendo ya expulsado a muchos de los misioneros extranjeros. Unos años antes, en el cercano vicariato de Xuzhou, en 1947, por ejemplo, las tropas comunistas habían quemado y destruido varios edificios propiedad de la iglesia, incluyendo una escuela y una gran iglesia de piedra en Tangshan. Jesuitas francófonos de Canadá administraban ese vicariato. Los católicos chinos no se hacían por tanto muchas ilusiones en cuanto a lo que el futuro les deparaba si el Guomindang perdía la guerra civil.
Desde el momento de su nombramiento y afrontando esta realidad política, el obispo Gong buscó activamente dinamizar y animar a los católicos de Shanghái y, de hecho, a las comunidades católicas en toda China. Lo hizo a través de su predicación pública, su apoyo a las asociaciones laicales populares como la Legión de María, y su promoción de algunas actividades públicas de la vida de la iglesia como procesiones y actos litúrgicos al aire libre. En 1951, dirigió una peregrinación de los católicos de Shanghái a Sheshan (también conocido por su nombre en el dialecto de Shanghái, Zose), con el fin de consagrar las comunidades católicas chinas a la protección de María, Reina de China.
En la noche del 8 de septiembre 1955, funcionarios de la Oficina de Asuntos Religiosos de Shanghái lo arrestaron. Su detención fue parte de una operación minuciosamente organizada: aproximadamente 300 laicos católicos chinos y unos veinte sacerdotes y religiosos fueron arrestados en la misma noche. Después de cinco años de prisión, el obispo Gong fue condenado a cadena perpetua en 1960, y no fue liberado hasta mediados de la década de 1980. Permaneció bajo arresto domiciliario durante los primeros años después de su salida de la cárcel. En 1988, fue finalmente liberado de su confinamiento. En 1991, el papa Juan Pablo II anunció que Gong había sido nombrado cardenal in pectore (literalmente “en el pecho”, por lo tanto, en secreto) varios años antes, en 1979. Se le permitió salir del país a principios de 1990 para unirse a sus familiares en los Estados Unidos de América, donde murió en 2000. El nombramiento de Gong a la sede de Shanghái en 1950 lo convirtió en el primer obispo chino residente de una comunidad católica que remontaba sus raíces a 1608, cuando un jesuita italiano, Lazzaro Cattaneo, estableció un comunidad allí a petición del erudito de la dinastía Ming Paul Xu Guangqi (1562-1633).
Fue víctima de la persecución del PCCh. Sólo por su creencia firme en Dios, lo encerraron en confinamiento solitario durante más de treinta años. Lo presionaron para que renunciara a su fe y aceptara el mando del Comité Patriótico Tripartito del PCCh a cambio de su liberación. Gong lo rechazó y ante las peticiones de los carceleros para que renegaran de su fe, él contestaba a gritos: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el Papa!”, después de que fue liberado, a fines de los ochenta, viajó a los Estados Unidos.
La diócesis de Shanghái y su obispo Ignacio Gong Pinmei eran un símbolo para todo el inmenso país, el baluarte de la resistencia católica contra el proyecto del Partido Comunista de crear una Iglesia nacional de régimen que renegara de todo vínculo con la Sede Apostólica, considerada la «central imperialista» vaticana.​
Cuando murió, con más de noventa años, dejó un testamento que decía: “Quiero que lleven mi sepultura a Shanghái una vez que el PCCh no gobierne más en China”.
Juan Pablo II lo hizo cardenal “in pectore” en el consistorio del 30 de junio de 19794​ y le confirió la púrpura en 1988.
Fuente: Wikipedia.

Cardenal Pell absuelto: veredicto unánime

Los siete jueces del Tribunal Supremo de Australia revocaron la sentencia del Tribunal de Apelación, que había condenado a Pell por abuso de menores, ya que existe una posibilidad razonable de que el delito no haya ocurrido. El cardenal ha reafirmado su inocencia: ahora es libre.
El Tribunal Supremo de Australia absolvió al cardenal George Pell, que cumplía una condena de seis años por abuso de menores, revocando el fallo del Tribunal de Apelaciones emitido en agosto del año pasado que confirmaba la decisión del Tribunal de Melbourne de diciembre de 2018. El cardenal de 78 años, que siempre se ha declarado inocente, ahora está libre: dejó la prisión de Barwon para ir a una institución religiosa en Melbourne.
Los siete magistrados del Tribunal Judicial Supremo de Australia se pronunciaron unánimemente sobre la base de que existe una posibilidad razonable de que el delito no se haya cometido y que, por lo tanto, existe una posibilidad significativa de que se pueda condenar a una persona inocente.
El cardenal Pell, tras la decisión del Tribunal Supremo, reiteró que había “sostenido sistemáticamente” su inocencia y que la injusticia que había recibido ya estaba curada. Dirigiéndose a la persona que lo acusó de algo que sucedió en los 90, en ese momento un monaguillo de la catedral de Melbourne, el cardenal dijo que no tenía ningún resentimiento. Así que esperaba que su absolución no añadiera más dolor. La base para la curación a largo plazo, dijo, es la verdad y la única base para la justicia es la verdad, porque la justicia significa la verdad para todos.
El cardenal agradeció a sus abogados y a todos los que rezaron por él y lo ayudaron y consolaron en este difícil momento.
En nombre de la Conferencia Episcopal Australiana, su Presidente, el Arzobispo Mark Coleridge, reconoció que la decisión del Tribunal Supremo será bien recibida por quienes creen en la inocencia del cardenal, mientras que será devastadora para otros. Por consiguiente, reiteró el compromiso inquebrantable de la Iglesia con la seguridad de los niños y con una respuesta eficaz a los sobrevivientes y las víctimas de abuso sexual infantil.
En todo este asunto, la Santa Sede siempre ha tomado nota de las decisiones de los jueces australianos, reafirmando el máximo respeto por las autoridades judiciales en sus diversos grados, pero esperando cualquier otra novedad en los procedimientos. También ha recordado en diversas declaraciones que el Cardenal siempre ha mantenido su inocencia y su derecho a defenderse hasta el último nivel de la justicia, ha confirmado constantemente su cercanía a las víctimas de abusos sexuales y su compromiso, a través de las autoridades eclesiásticas competentes, de perseguir a los miembros del clero responsables.
Fuente: Vatican News.

INPE

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Papa Francisco reza por los presos y piensa en los pobres: Jesús se identifica en ellos

Este 6 de abril, en la Misa en Santa Marta, el Santo Padre volvió a dirigir su pensamiento a los encarcelados y al grave problema del hacinamiento en las instituciones penitenciarias, rezando para que los responsables encuentren soluciones. En su homilía, habló de los pobres, víctimas de la injusticia de las políticas económicas mundiales, y recordó: que al final de nuestras vidas seremos juzgados por nuestra relación con los pobres.
En la Misa matutina celebrada –y transmitida en vivo– en la Capilla de la Casa Santa Marta, este Lunes Santo, el Papa Francisco pidió en la intención de la Eucaristía por el problema de la superpoblación en las cárceles:
“Pienso en un grave problema que existe en muchas partes del mundo. Me gustaría que hoy rezáramos por el problema de la superpoblación en las cárceles. Donde hay hacinamiento –tanta gente allí– existe el peligro, en esta pandemia, de que termine en una grave calamidad. Oremos por los responsables, por los que tienen que tomar las decisiones en esto, para que encuentren un camino justo y creativo para resolver el problema”.
En su homilía, el Papa Francisco comentando el pasaje del Evangelio de Juan (Jn 12, 1-11) en el que María, hermana de Lázaro, ungió con un precioso perfume los pies de Jesús, provocando la crítica de Judas: ese perfume – dice el que iba a traicionar al Señor – podría venderse y lo recabado podía ser entregado a los pobres. El evangelista señala que dijo esto no porque se preocupaba por los pobres, sino porque era un ladrón y, como tenía la bolsa común, cogía lo que ponían en él. Jesús le respondió: “Déjala hacer, porque ella tenía reservado ese perfume para el día de mi sepultura. Porque siempre tienen a los pobres con ustedes, pero no siempre me tienen a mí. El Papa habla de los pobres: son muchos, en su mayoría están escondidos y no los vemos porque somos indiferentes. Muchos pobres son víctimas de las políticas financieras y de la injusticia estructural de la economía mundial. Muchos pobres se avergüenzan de no tener medios y acuden a Cáritas en secreto. Los pobres – recuerda el Papa – los encontraremos en el juicio final: Jesús se identifica en ellos. Seremos juzgados por nuestra relación con los pobres.
A continuación el texto de la homilía según nuestra transcripción:
Este pasaje termina con una observación: “Los jefes de los sacerdotes decidieron entonces matar a Lázaro también, porque muchos judíos se alejaban de ellos por él y creyeron en Jesús”. El otro día vimos los pasos de la tentación: la seducción inicial, la ilusión, luego crece –paso dos– y paso tres, crece y se contagia y se justifica. Pero hay otro paso: sigue adelante, no se detiene. Para éstos no fue suficiente con matar a Jesús, sino también a Lázaro, porque era un testigo de la vida.
Pero hoy me gustaría detenerme en una palabra de Jesús. Seis días antes de Pascua –estamos justo en la puerta de la Pasión– María hace este gesto de contemplación: Marta servía –como en el otro pasaje– y María abre la puerta a la contemplación. Y Judas piensa en el dinero y piensa en los pobres, pero no porque se preocupara por los pobres, sino porque era un ladrón y, como guardaba la caja de dinero, cogía lo que ponían en ella. Esta historia del administrador infiel es siempre actual, siempre la hay, incluso a un alto nivel: pensemos en algunas organizaciones caritativas o humanitarias que tienen tantos empleados, tantos, que tienen una estructura muy rica en personas y al final el cuarenta por ciento llega a los pobres, porque el sesenta es para pagar el sueldo a tanta gente. Es una forma de quitarles el dinero a los pobres. Pero la respuesta es Jesús. Y aquí quiero parar: “Los pobres siempre están con ustedes”. Es una verdad: “Los pobres siempre están con ustedes”. Los pobres están ahí. Son muchos: están los pobres que vemos, pero ésta es la parte más pequeña; la gran cantidad de pobres son los que no vemos: los pobres ocultos. Y no los vemos porque entramos en esta cultura de indiferencia que es negacionista y negamos: “No, no, no son muchos, no se ven; sí, es así…”, siempre disminuyendo la realidad de los pobres. Pero hay muchos, muchos.
O incluso, si no entramos en esta cultura de la indiferencia, existe la costumbre de ver a los pobres como adornos de una ciudad: sí, están ahí, como estatuas; sí, están ahí, se pueden ver; sí, esa viejecita mendigando, esa otra… Pero como si fuera algo normal. Es parte de la ornamentación de la ciudad tener gente pobre. Pero la gran mayoría son las víctimas pobres de las políticas económicas, de las políticas financieras. Algunas estadísticas recientes lo resumen así: hay tanto dinero en manos de unos pocos y tanta pobreza en muchos, en muchos. Y esta es la pobreza de tantas personas que son víctimas de la injusticia estructural de la economía mundial. Y [hay] tantos pobres que se avergüenzan de mostrar que no llegan a fin de mes; tantos pobres de la clase media, que van en secreto a Cáritas y piden en secreto y sienten vergüenza. Los pobres son mucho más que los ricos; mucho, mucho… Y lo que dice Jesús es cierto: “Porque los pobres están siempre con ustedes”. ¿Pero yo los veo? ¿Soy consciente de esta realidad? Especialmente la realidad oculta, los que se avergüenzan de decir que no llegan a fin de mes.
Recuerdo que en Buenos Aires me habían dicho que en el edificio de una fábrica abandonada, vacía durante años, estaba habitado por unas quince familias que habían llegado en esos últimos meses. Fui allí. Eran familias con niños y cada uno había tomado una parte de la fábrica abandonada para vivir. Y, mirándolos, vi que cada familia tenía buenos muebles, muebles de clase media, tenían televisión, pero iban allí porque no podían pagar el alquiler. Los nuevos pobres que tienen que dejar la casa porque no pueden pagarla, van allí. Es esa injusticia de la organización económica o financiera la que los lleva allí. Y hay tantos, tantos, que nos encontraremos con ellos en el juicio. La primera pregunta que nos hará Jesús es: “¿Cómo te va con los pobres? ¿Los has alimentado? Cuando estaba en prisión, ¿los has visitado? En el hospital, ¿lo viste? ¿Ayudó a la viuda, al huérfano? Porque yo estaba allí”. Y por eso seremos juzgados. No seremos juzgados por el lujo o los viajes que hagamos o la importancia social que tengamos. Seremos juzgados por nuestra relación con los pobres. Pero si yo, hoy, ignoro a los pobres, los dejo de lado, creo que no están ahí, el Señor me ignorará el día del Juicio. Cuando Jesús dice: “Tienen a los pobres siempre con ustedes”, quiere decir: “Siempre estaré contigo en los pobres”. Estaré presente allí”. Y esto no es ser comunista, es el centro del Evangelio: seremos juzgados por esto.
Finalmente, el Papa terminó la celebración con la adoración y la bendición Eucarística. Antes de salir de la Capilla dedicada al Espíritu Santo, se cantó la antigua antífona mariana Ave Regina Caelorum (“Ave Reina del Cielo”).
Fuente: Vatican News.

Coronavirus: confirman muerte de interno de penal Sarita Colonia por COVID-19

El ministro de Salud, Víctor Zamora, lamentó que haya ocurrido este hecho a pesar de las “estrictas medidas que el Ministerio de Justicia había impuesto”.
El subsecretario de Defensa Legal del Sindicato de Trabajadores del Instituto Nacional Penitenciario (INPE), Alejandro Valderrama, señaló este domingo -en diálogo con Día D- que un interno del penal Sarita Colonia (Callao) falleció producto del coronavirus (COVID-19).
Consultado al respecto, el ministro de Salud, Víctor Zamora, lamentó que haya ocurrido este hecho a pesar de las «estrictas medidas que el Ministerio de Justicia había impuesto».
«Lamentamos que haya sucedido ese hecho a pesar de las estrictas medidas que el Ministerio de Justicia había impuesto, pues no tenían visitas: se pusieron medidas de control efectiva, pero nos enfrentamos a un virus que tiene una capacidad de contagiosidad extrema», expresó Zamora en conversación con Panorama.
Recordemos que, el último sábado, el INPE informó, a través de un comunicado, de cuatro casos positivos para COVID-19 en dicho centro penitenciario chalaco, además de otro caso de un trabajador de la carceleta de Lima.
La institución indicó que, tras conocerse los resultados de la prueba de descarte, los reos fueron derivados a una zona de control con atención médica especializada.
También recalcó que “las pruebas de descarte se realizarán progresivamente a todos los internos y trabajadores del INPE del Establecimiento Penitenciario del Callao».
Fuente: Diario EXPRESO.

Domingo de Ramos 2020

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Evangelio según San Mateo 26,14-75.27,1-66.
Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes
y les dijo: “¿Cuánto me darán si se lo entrego?”. Y resolvieron darle treinta monedas de plata.
Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.
El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: “¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?”.
El respondió: “Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: ‘El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos'”.
Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.
Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce
y, mientras comían, Jesús les dijo: “Les aseguro que uno de ustedes me entregará”.
Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: “¿Seré yo, Señor?”.
El respondió: “El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar.
El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!”.
Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: “¿Seré yo, Maestro?”. “Tú lo has dicho”, le respondió Jesús.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo”.
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: “Beban todos de ella,
porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados.
Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre”.
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Entonces Jesús les dijo: “Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí. Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño.
Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea”.
Pedro, tomando la palabra, le dijo: “Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré jamás”.
Jesús le respondió: “Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces”.
Pedro le dijo: “Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré”. Y todos los discípulos dijeron lo mismo.
Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo: “Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar”.
Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse.
Entonces les dijo: “Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo”.
Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así: “Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: “¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora?
Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”.
Se alejó por segunda vez y suplicó: “Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad”.
Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño.
Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras.
Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo: “Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar”.
Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo.
El traidor les había dado esta señal: “Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo”.
Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole: “Salud, Maestro”, y lo besó.
Jesús le dijo: “Amigo, ¡cumple tu cometido!”. Entonces se abalanzaron sobre él y lo detuvieron.
Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja.
Jesús le dijo: “Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere.
¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? El pondría inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de ángeles.
Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder así?”.
Y en ese momento dijo Jesús a la multitud: “¿Soy acaso un ladrón, para que salgan a arrestarme con espadas y palos? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y ustedes no me detuvieron”.
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos.
Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y se sentó con los servidores, para ver cómo terminaba todo.
Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte; pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se presentaron dos que declararon: “Este hombre dijo: ‘Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días'”.
El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús: “¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?”.
Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió: “Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”.
Jesús le respondió: “Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo”.
Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: “Ha blasfemado, ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia.
¿Qué les parece?”. Ellos respondieron: “Merece la muerte”.
Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban, diciéndole: “Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó”.
Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo: “Tú también estabas con Jesús, el Galileo”.
Pero él lo negó delante de todos, diciendo: “No sé lo que quieres decir”.
Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí: “Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno”.
Y nuevamente Pedro negó con juramento: “Yo no conozco a ese hombre”.
Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron: “Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te traiciona”.
Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre. En seguida cantó el gallo, y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: “Antes que cante el gallo, me negarás tres veces”. Y saliendo, lloró amargamente.
Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús.
Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron.
Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había sido condenado, lleno de remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos,
diciendo: “He pecado, entregando sangre inocente”. Ellos respondieron: “¿Qué nos importa? Es asunto tuyo”.
Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, salió y se ahorcó.
Los sumos sacerdotes, juntando el dinero, dijeron: “No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre”.
Después de deliberar, compraron con él un campo, llamado “del alfarero”, para sepultar a los extranjeros.
Por esta razón se lo llama hasta el día de hoy “Campo de sangre”.
Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías: Y ellos recogieron las treinta monedas de plata, cantidad en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los israelitas.
Con el dinero se compró el “Campo del alfarero”, como el Señor me lo había ordenado.
Jesús compareció ante el gobernador, y este le preguntó: “¿Tú eres el rey de los judíos?”. El respondió: “Tú lo dices”.
Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada.
Pilato le dijo: “¿No oyes todo lo que declaran contra ti?”.
Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador.
En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo.
Había entonces uno famoso, llamado Barrabás.
Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido: “¿A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?”.
El sabía bien que lo habían entregado por envidia.
Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: “No te mezcles en el asunto de ese justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho”.
Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.
Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó: “¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?”. Ellos respondieron: “A Barrabás”.
Pilato continuó: “¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?”. Todos respondieron: “¡Que sea crucificado!”.
El insistió: “¿Qué mal ha hecho?”. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: “¡Que sea crucificado!”.
Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: “Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes”.
Y todo el pueblo respondió: “Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.
Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él.
Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo.
Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza, pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él, se burlaban, diciendo: “Salud, rey de los judíos”.
Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza.
Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.
Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa “lugar del Cráneo”,
le dieron de beber vino con hiel. El lo probó, pero no quiso tomarlo.
Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron; y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo.
Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: “Este es Jesús, el rey de los judíos”.
Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían: “Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!”.
De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo: “¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él.
Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: “Yo soy Hijo de Dios”.
También lo insultaban los ladrones crucificados con él.
Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región.
Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: “Elí, Elí, lemá sabactani”, que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: “Está llamando a Elías”.
En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber.
Pero los otros le decían: “Espera, veamos si Elías viene a salvarlo”.
Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.
Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente.
El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: “¡Verdaderamente, este era el Hijo de Dios!”.
Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo.
Entre ellas estaban María Magdalena, María -la madre de Santiago y de José- y la madre de los hijos de Zebedeo.
Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran.
Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue.
María Magdalena y la otra María estaban sentadas frente al sepulcro.
A la mañana siguiente, es decir, después del día de la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se presentaron ante Pilato, diciéndole: “Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese impostor, cuando aún vivía, dijo: ‘A los tres días resucitaré’.
Ordena que el sepulcro sea custodiado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo y luego digan al pueblo: ‘¡Ha resucitado!’. Este último engaño sería peor que el primero”.
Pilato les respondió: “Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente”.
Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la guardia.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Recuerdo cuando estaba en el cuarto grado, la señorita Maloney, nuestra maestra, nos leyó un libro interesante que nunca habíamos oído hablar o leído. Ella nos leyó durante unos días, y luego nos dijo que, para nuestra tarea de Escritura Creativa, estábamos cada uno para escribir cómo pensábamos que la historia termina. Todos conocíamos los personajes, los lugares y las cosas que habían pasado. Ahora, depende de nosotros. Recuerdo que hubo un final único que cada estudiante había elegido para terminar la historia. Y luego, nos leyó el resto del libro.
Pensé en esto en este domingo de ramos. Comenzamos nuestra celebración escuchando el Evangelio de la Entrada Triunfante de Jesús en Jerusalén (Mateo 21:1-11). Si hubiera hecho como Miss Maloney y les hubiera pedido a cada uno de ustedes que hiciera una tarea de Escritura creativa, me pregunto cuántos de ustedes escribirían nuestro Evangelio de la Pasión (Mateo 26:14-27:66).
Esta es la única liturgia en la que escuchamos dos evangelios, cada uno de ellos tan único. En el primero vemos a Jesús aclamado por la multitud como “el Hijo de David…el que viene en el nombre del Señor. En el segundo la multitud grita “¡Crucificalo! Crucificarlo!” Más o menos la misma multitud, pero un ‘final’ no esperado por la mayoría. La maldad ha entrado en la multitud. Con mentiras y medias verdades las autoridades judías lo arrestaron, juzgaron y condenaron. Sus números se infiltraron en la multitud y los instaron a pedir su muerte, y libertad para Barrabás. Esto muestra la ficción de nuestra naturaleza humana, cómo podemos ser influenciados e influenciados por otros: en este caso con resultados desastrosos.
Las Escrituras nos muestran la obediencia de Jesús a su Padre. Vino a hacer la voluntad del Padre, y lo hizo a un gran precio a menudo. Él fue rechazado y rechazado. Fue expulsado de pueblos y pueblos. Querían tirarlo por un precipicio. Querían apedrearlo por blasfemia. Sin embargo, en estos momentos, la gracia prevaleció y perseveró e hizo la voluntad del Padre, incluso hasta el acto final: su muerte en la cruz. Este era el precio de su obediencia.
El Padre también nos pide, a sus hijos a través de la creación y el bautismo, que también seamos obedientes a su voluntad, buscando siempre contribuir a la salvación del mundo. Nuestra ‘historia’, como la ‘historia’ que escuché en el cuarto grado, aún no ha terminado. Esta no es una asignación de escritura creativa, sino un viaje de fe que dependerá de nuestra fidelidad a la voluntad de Dios, nuestro fiel seguimiento de Jesucristo, y nuestra apertura al Espíritu Santo.
Este domingo de Ramos será completamente diferente para todos nosotros. Afortunadamente, por televisión o internet podrás seguir las ricas liturgias de la Semana Santa.

Quinto Domingo de Cuaresma 2020

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Evangelio según San Juan 11,1-45.
Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta.
María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo.
Las hermanas enviaron a decir a Jesús: “Señor, el que tú amas, está enfermo”.
Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro.
Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.
Después dijo a sus discípulos: “Volvamos a Judea”.
Los discípulos le dijeron: “Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?”.
Jesús les respondió: “¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él”.
Después agregó: “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo”.
Sus discípulos le dijeron: “Señor, si duerme, se curará”.
Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte.
Entonces les dijo abiertamente: “Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo”.
Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: “Vayamos también nosotros a morir con él”.
Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.
Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros.
Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano.
Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa.
Marta dijo a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas”.
Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”.
Marta le respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día”.
Jesús le dijo: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”.
Ella le respondió: “Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo”.
Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: “El Maestro está aquí y te llama”.
Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro.
Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado.
Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí.
María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”.
Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: “¿Dónde lo pusieron?”. Le respondieron: “Ven, Señor, y lo verás”.
Y Jesús lloró.
Los judíos dijeron: “¡Cómo lo amaba!”.
Pero algunos decían: “Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?”.
Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: “Quiten la piedra”. Marta, la hermana del difunto, le respondió: “Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto”.
Jesús le dijo: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”.
Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: “Padre, te doy gracias porque me oíste.
Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado”.
Después de decir esto, gritó con voz fuerte: “¡Lázaro, ven afuera!”.
El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo para que pueda caminar”.
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. 

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Una de las realidades de cada familia con un hijo o una hija en el servicio militar, es el miedo de que un día un oficial, o capellán, o comandante llegue a su puerta principal con la triste noticia de la muerte de su hijo en combate. Las películas hicieron famosas la escena de cartas registradas o telegramas que se recibieron aconsejando a las familias que su ser querido luchando lejos de casa había muerto en defensa de la libertad. La respuesta universal de cualquier padre sería la devastación, el profundo dolor por la pérdida de una hija o un hijo antes de su tiempo.
Pensé en esto cuando leí en el evangelio (Juan 11:1-45) las palabras simples, “Y Jesús lloró”. Jesús, como Dios hecho-hombre, sintió la emoción humana de la tristeza y la pérdida a la muerte de su amigo Lázaro. Compartió con Martha y María su dolor por la muerte de su hermano.
Sin embargo, Jesús, como el hombre hecho por Dios, podría hacer algo más que llorar. Tenía el poder de levantar a Lázaro de entre los muertos, que vemos tan dramáticamente en el evangelio. Solo podemos imaginar la alegría y el alivio de Martha y María, y todos sus familiares y amigos en Betania para tenerlo de vuelta entre ellos.
Jesús nos dice que “Yo soy la resurrección y la vida”. Como resucitó de entre los muertos, así los que le siguen fielmente compartirán en su gloriosa resurrección. Sin embargo, para mí, estas palabras no sólo están hablando de su resurrección, sino que él, personalmente, es la fuente de nueva vida para aquellos que le siguen fielmente. Nuestra relación con él, aquí y ahora, será la fuente de esa nueva y resucitada vida. No sólo después de nuestra muerte física experimentaremos esta resurrección, sino aquí y ahora. Cuando Jesús resucitó de entre los muertos lo imposible e improbable sucedió, y Dios tiene el poder de hacer lo imposible y lo improbable en nuestra vida hoy.
En nuestra primera lectura del Libro del Profeta Ezequiel (37:12-14) Dios revela que resucitará a los muertos, que su pueblo vivirá con él eternamente. Ellos compartirán en su Espíritu.
En nuestra segunda lectura de la Carta de San Pablo a los Romanos (8:8-11) San Pablo nos recuerda que somos más que carne y huesos, somos espíritu. Aunque el cuerpo puede morir, nuestro espíritu es eterno, y vive con Dios que levantó a Jesús de entre los muertos. Los que pertenecen a Dios, viven con Dios eternamente.
Cuando pensamos en la resurrección, naturalmente pensamos en Pascua y en la temporada de Pascua. Sin embargo Jesús, como nuestra “resurrección y vida” es una realidad de cada día. Su habilidad para hacer lo imposible y lo improbable no se limita a la Pascua, sino que es nuestra todos los días. Por eso la virtud más asociada a la resurrección de Jesús de entre los muertos es la esperanza. Todos los días deberíamos tener esperanza, creyendo que Dios está con nosotros, y que cuando cooperamos con su gracia podemos hacer lo imposible y lo improbable. Estoy seguro de que todos podemos reflexionar sobre nuestras propias vidas y cómo Dios ha hecho por nosotros lo imposible y lo improbable, sorprendiéndonos con una efusión de gracia y bendición. Tal vez era una situación familiar, o en la escuela o en el trabajo, cuando todo parecía oscuro y sombrío, cuando los temperamentales se hablan palabras hirientes. Tal vez fue cuando un sueño fue destrozado y nuestros planes no se cumplieron. Tal vez fue el dolor de perder a un ser querido. Así como Jesús lloró, también llora con nosotros en esos momentos. Su compasión nos va en nuestros momentos de necesidad. Su gracia es abundante, y al mismo tiempo somos bombardeados por la gracia de su resurrección y nueva vida si recurrimos a Jesús con esperanza. Nuestra esperanza es una señal de nuestra fe en Dios, y un testimonio de nuestra experiencia que en el pasado Dios hizo lo imposible y lo improbable.
Durante nuestro viaje de Cuaresma hemos sido llamados a morir a nosotros mismos para poder levantarnos con Jesús. Mientras respondemos a Dios cada día la vida y la luz de Cristo crece dentro de nosotros. Así nos transformamos, para que cuando celebramos la Pascua seamos una nueva persona, una familia renovada, amigos más unidos y vecinos más amistosos. Esto no sucederá contra nuestra voluntad. Debemos hacerlo, y trabajar para ello. Dios solo puede hacer lo imposible y lo improbable con nuestra ayuda. Todavía quedan dos semanas antes de celebrar la nueva vida de la resurrección. Que sean semanas que sigamos fielmente al Señor Jesús y sigamos muriendo a sí mismo, con el fin de levantarnos con él. A través de la oración, el ayuno y los actos de caridad nos estamos uniendo más estrechamente con Jesús, y moviendo nuestros corazones, mentes y espíritus más cerca de él y su reino.
Jesús llora con nosotros, ya que tiene un corazón compasivo y conoce nuestro sufrimiento humano. Renueva nuestra esperanza de que pueda hacer lo imposible y lo improbable. Sin embargo, mi temor es que si no respondemos a él llorará por nosotros, y la pérdida de nuestra vida espiritual eterna por no conocerlo, amarlo y servirle.

Ojos para ver

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Evangelio según San Juan 9,1-41.
Jesús, al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento.
Sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?”.
“Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”.
Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé”, que significa “Enviado”. El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.
Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: “¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?”.
Unos opinaban: “Es el mismo”. “No, respondían otros, es uno que se le parece”. El decía: “Soy realmente yo”.
Ellos le dijeron: “¿Cómo se te han abierto los ojos?”.
El respondió: “Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: ‘Ve a lavarte a Siloé’. Yo fui, me lavé y vi”.
Ellos le preguntaron: “¿Dónde está?”. El respondió: “No lo sé”.
El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos.
Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos.
Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: “Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo”.
Algunos fariseos decían: “Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?”. Y se produjo una división entre ellos.
Entonces dijeron nuevamente al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?”. El hombre respondió: “Es un profeta”.
Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: “¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?”.
Sus padres respondieron: “Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta”.
Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías.
Por esta razón dijeron: “Tiene bastante edad, pregúntenle a él”.
Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: “Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”.
“Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo”.
Ellos le preguntaron: “¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?”.
El les respondió: “Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?”.
Ellos lo injuriaron y le dijeron: “¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés!
Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este”.
El hombre les respondió: “Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos.
Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad.
Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento.
Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada”.
Ellos le respondieron: “Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?”. Y lo echaron.
Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: “¿Crees en el Hijo del hombre?”.
El respondió: “¿Quién es, Señor, para que crea en él?”.
Jesús le dijo: “Tú lo has visto: es el que te está hablando”.
Entonces él exclamó: “Creo, Señor”, y se postró ante él.
Después Jesús agregó: “He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven”.
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: “¿Acaso también nosotros somos ciegos?”.
Jesús les respondió: “Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: ‘Vemos’, su pecado permanece”.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

En 1972 hubo una película llamada ‘Butterflies are Free’. Es la historia de un joven ciego, Don, un talentoso compositor y cantante, que deja la protección del hogar de su madre y se muda a un apartamento en la ciudad de Nueva York. Sucede que comienza a enamorarse de su vecina de al lado, Jill. Debido al pasado doloroso, Jill no puede aceptar ni expresar su amor por Don. Por fin, Don se da cuenta de que aunque es físicamente ciego, ha aceptado su ceguera y ha aprendido a vivir una vida productiva e independiente. Sin embargo, le dice a Jill que ella está más discapacitada de lo que es porque el miedo la ha cegado de aceptarse a sí misma como alguien que es digno de amor.
Pensé en esto cuando leí por primera vez nuestro evangelio de este fin de semana. El evangelio (Juan 9:1-41) para este cuarto domingo de Cuaresma tiene muchos aspectos profundos, pero los que más llamaron mi atención fueron ceguera y luz. Escuchamos el dramático encuentro entre Jesús y el joven ciego, ciego desde el nacimiento. Las referencias al pecado – ya sea el pecado del joven, o de sus padres, en lo que respecta a su ceguera reflejan la creencia del pueblo judío de que una dolencia física o handicap era el signo del pecado, de que la salud física y espiritual fueron íntimamente conectado. Jesús deja muy claro que este no es el caso, sino que esta curación revelará la gloria de Dios en él: Dios hecho Hombre. Él es sanado de su ceguera, y como la mujer samaritana en el evangelio de la semana pasada, proclama que este hombre es un “profeta”. Una vez más, Jesús se declara como el Hijo del hombre, el Mesías. El ciego no puede identificarlo a los fariseos, pero defiende a Jesús como hombre de Dios. Parece que los fariseos son tontos, y no pueden manipular las palabras del hombre, sus padres, o de Jesús para adaptarse a sus propios medios. Quieren desacreditar a Jesús.
Entonces la conversación se concentra en los fariseos y su ceguera. Aunque pueden ver físicamente, Jesús les dice que son espiritualmente ciegos. Jesús dice que ha venido “para que los que no ven puedan ver, y los que ven pueden llegar a ser ciegos”. Aunque afirman ser fieles a Moisés, los fariseos se han alejado del corazón del pacto y de la vida: la relación con Dios. Han comenzado a cambiar el camino de Dios para adaptarse a su propia debilidad humana, y a fortalecer su posición en el templo y en la sociedad. No, y no pueden, reconocer a Jesús como el hijo del hombre porque sus mentes y corazones están tan lejos de Dios que no lo reconocen cuando habla y actúa. En lugar de gloria en el poder de Dios revelado en Jesús -dando al joven vista por primera vez- sólo quieren ser argumentativos y defender su propia tendencia al pecado. Han perdido de vista a Dios.
La primera lectura, del primer libro de Samuel (16:1 b, 6-7, 10-13 a), también habla de un tipo de ‘ceguera’. Samuel ha sido enviado por Dios a la casa de Jesse para ungir a un nuevo rey. Naturalmente, presume que será uno de los hijos maduros, altos y corredores de Jesse. Cada uno viene ante Samuel, pero Dios no elige ninguno de ellos. Él pregunta si hay otros, y por supuesto Jesse pide a David, el más joven, y menos experimentado de sus hijos. Este es el que Dios ha elegido, y Samuel unge a David como el futuro rey de Israel. Una vez más, las personas involucradas eran ‘ciegas’, en un sentido, a lo que Dios vio. Todos vieron a un hombre joven e inexperto, pero Dios leyó la mente, corazón y espíritu de David y sabía que este era el que sería su gran rey. Dios no juzgó por las apariencias, sino que vio más allá de ellas. Jesús hizo lo mismo tan a menudo, cuando eligió a Pedro, Santiago y Juan, los pescadores; Mateo el coleccionista de impuestos en la orilla del mar; cuando llamó a Zaqueo del árbol en Jericó; la mujer samaritana en el pozo de Jacob; y cuando él Conocí a los escribos y fariseos. La apariencia era secundaria a Jesús. Él, como el hombre hecho de Dios, podría ver más allá de la apariencia al corazón, la mente y el espíritu de la persona. Así que, también, fue con el joven ciego. Mientras que fue considerado como un nudo debido a su ceguera (porque fue visto como señal de su pecado), Jesús lo vio como un hijo digno de Abraham y un heredero del reino que estaba inaugurando.
El otro tema significativo que encontré en las lecturas fue el de la luz. En el evangelio Jesús nos dice que él es la “luz del mundo”. Así como trajo la luz de la vista a la vida del ciego, desea disipar la oscuridad que existe en el mundo. En la Segunda Lectura, de la Carta de Pablo a los Efesios (5:8-14), Pablo nos dice que “fuimos una vez tinieblas, pero ahora eres luz en el Señor”. Jesús nos ha dado luz y nosotros somos “Hijos de la luz”. En nuestro bautismo fuimos iluminados por Dios y caminamos a la luz de Cristo. Esa oscuridad, y ceguera al amor y la verdad de Dios, no tiene lugar en nuestras vidas. Pertenecemos a la luz y estamos llamados a ser luz a los demás: en casa, en la escuela, en el trabajo, y entre nuestros amigos. Jesús, nuestro Salvador, ha eliminado nuestra ceguera espiritual. Nuestros ojos han sido abiertos por Jesús para recibir, reconocer, aceptar, y vivir el amor y la verdad que él revela. Como el hombre nacido ciego, nosotros también lo proclamamos como Hijo del hombre, y queremos seguirlo.
Sólo podemos imaginar cómo es la ceguera física como en el caso de Don en ‘las mariposas son libres’ o el joven en el evangelio. Sin embargo, cuando nos miramos a nosotros mismos durante este viaje de Cuaresma podemos ser capaces de reconocer tiempos de ceguera espiritual, cuando nos alejamos de Dios, fuimos tentados y caímos en pecado, y alienados de las personas significativas en nuestras vidas. Ese mismo Jesús que trajo vista al ciego viene a nosotros hoy y abre nuestros ojos a través de su palabra, su gracia que da vida, y a través de la Eucaristía para que podamos realmente ‘ver’ como Dios ve: ver a Dios, a nosotros mismos, y unos a otros. Él nos trae amor, perdón y reconciliación. Que esta nueva libertad de vista, y la luz de Cristo, nos ayuden a proclamar que sea nuestro Señor y Salvador, y nos prepare para la celebración de su muerte y resurrección en Semana Santa.
Nuestras vidas están afectadas por la crisis del coronavirus. Hay tantas consecuencias en nuestra vida cotidiana, más de lo que nunca imaginábamos. Para los fieles, privados de la Eucaristía, es una experiencia singular, y les roba la oportunidad de celebrar con dignidad esta temporada de Cuaresma. En el espíritu del evangelio tenemos que ‘ ver; lo que podemos hacer, en casa y en nuestras familias, para rescatar la experiencia de esta época de gracia que es Cuaresma. Afortunadamente, hay misa en la televisión, y algunas parroquias han puesto la Eucaristía en línea. Así que, podemos ‘ver’ el desarrollo de la Cuaresma y seguir preparándonos espiritualmente para Semana Santa.
Oremos por el alivio y la cura de esta enfermedad, y que estemos protegidos del contagio. ¡Tenemos que seguir las reglas! ¡Que Dios los bendiga y proteja a todos nosotros!

Con parresía a evangelizar

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Evangelio según San Juan 4,5-42.
Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José.
Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.
Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: “Dame de beber”.
Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.
La samaritana le respondió: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”. Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.
Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva”.
“Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva?
¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?”.
Jesús le respondió: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed,
pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”.
“Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla”.
Jesús le respondió: “Ve, llama a tu marido y vuelve aquí”.
La mujer respondió: “No tengo marido”. Jesús continuó: “Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad”.
La mujer le dijo: “Señor, veo que eres un profeta.
Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar”.
Jesús le respondió: “Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre.
Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre.
Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”.
La mujer le dijo: “Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo”.
Jesús le respondió: “Soy yo, el que habla contigo”.
En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: “¿Qué quieres de ella?” o “¿Por qué hablas con ella?”.
La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?”.
Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro.
Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: “Come, Maestro”.
Pero él les dijo: “Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen”.
Los discípulos se preguntaban entre sí: “¿Alguien le habrá traído de comer?”.
Jesús les respondió: “Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra.
Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega.
Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría.
Porque en esto se cumple el proverbio: ‘no siembra y otro cosecha’
Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos”.
Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que hice”.
Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días.
Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra.
Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Durante los últimos años ha habido un aumento astronómico en el uso de botellas de agua. Parece que en todas partes hay personas con una botella de agua, no sólo en eventos deportivos (como esperas), sino en la calle, en el aula, en tránsito público y en el avión, en los escritorios de oficina, e ¡incluso en Misa! No sé si es que tenemos más sed, si las fuentes públicas son que más poco frecuentes, o si acabamos de caer presos de la publicidad.
Pensé en ese fenómeno moderno cuando leí por primera vez el evangelio de este fin de semana (Juan 4:5-42). Hay multitud de temas en el evangelio que uno podría predicar, pero lo que más llamó la atención fue la idea de ‘sed’. Encontramos a Jesús y a la mujer samaritana juntos en el pozo de Jacob, un sitio histórico significativo en Samaria. El hecho es que Jesús habló con la mujer y estaba rompiendo con la práctica aceptada. En primer lugar, porque era mujer, no acompañada de su marido, y en segundo lugar porque era samaritana. Los samaritanos eran judíos, pero en su territorio no reconocían Jerusalén como la ciudad santa, sino más bien su propia montaña, el monte Gerizim. Esto estableció una barrera entre los judíos del norte y el sur, y los samaritanos, que ocupaban el territorio entre ellos. Condujo a la sospecha y la desconfianza, reflejada en la parábola del buen samaritano donde fue un samaritano que ayudó al judío que había sido golpeado y robado y dejó muerto al lado de la carretera. Fue el último y lo menos que uno hubiera esperado venir a su ayuda.
La conversación entre la mujer samaritana y Jesús nos presenta una reflexión sobre la sed y el agua viva. Su petición de agua un rompecabezas, porque es una mujer no acompañada y samaritana, pero también porque no ha traído un cubo para sacar agua del pozo. Jesús, como Dios hizo-hombre, experimentó sed, y habiendo caminado con sus discípulos a este lugar tenía sed. Sin embargo, es más que agua del pozo de Jacob que Jesús habla con la mujer samaritana. Habla de “agua viva” que dará. Con esta agua cualquiera que bebe de este agua “nunca volverá a sed”. De hecho, incluso dice que “el agua que voy a dar se convertirá en el manantial de agua que brotará hasta la Vida eterna”. Esto confundió más a la mujer, ya que estos términos desconcertaron su imaginación. ¿Cómo podría dar tal agua? ¿Y qué podría significar acerca de “una manantial de agua que se va a la vida eterna”?
Entonces Jesús le revela su divinidad al confundiéndole aún más diciéndole que sabe que ha tenido cinco maridos, y que el hombre con el que está viviendo ahora no es su marido. Esto la sorprende completamente, como nunca lo había visto antes, y no había manera de que pudiera haber conocido su situación. Ella lo reconoce como un “profeta”. Jesús sigue diciendo que él es el Mesías de quien habla. Después de todo esto puedo imaginar que huyendo a la ciudad para decirle a la gente acerca de Jesús, y de hecho, los aldeanos vinieron y pasó dos días con ellos, y muchos vinieron a creer en él debido a las profundas enseñanzas que compartió.
Nuestra primera lectura, del libro de Éxodo (17:3-7) también habla de sed. Los Israelitas están trozando a Moisés que los ha sacado al desierto, y están sin agua allí. Dios revela su amor por ellos instruyendo a Moisés que golpee la roca en Horeb con su bastón y agua fluiría “para que el pueblo beba”. Dios cumplió con satisfacer su necesidad de agua, y sació su sed física.
Todos experimentamos sed. Sólo yo hablando de sed puedo causar que algunos de nosotros sintamos más sed. ¿Por qué tenemos sed? Algunas personas pueden decir amor, felicidad, paz, verdad, éxito, seguridad, perdón, riqueza, cosas finas, o honores. Cada uno de nosotros, en nuestros propios corazones, tenemos que responder a esa pregunta, “¿Por qué tengo sed?”. Otra forma de preguntarlo puede ser “¿cuando miro mi vida y cómo uso mi tiempo y mis recursos , qué es lo más importante para mí?”, “¿por qué tengo pasión?”. Jesús nos presenta en este evangelio como lo que debemos sed. Él es el que puede cumplir nuestros más profundos deseos.
Así como Jesús le dijo a la mujer samaritana en el pozo, nos dice hoy que viniendo a él no volveremos a sed. Ya no necesitaremos buscar e preguntar, encontraremos lo que más necesitamos y deseamos en él solo. Esto no sólo nos va a satisfacer aquí y ahora, sino que Jesús nos dice que “se convertirá en nosotros en una manantial de agua que se va a la vida eterna”. Nos dará vida aquí y ahora que llevará a la vida eterna.
Hay un viejo proverbio italiano que “la sed viene de beber”. Con esa lógica, cuanto más bebemos más sed tenemos. En términos de nuestra vida espiritual, esto significaría que cuanto más nos volvemos a Jesús y conocemos, amamos y le servimos, más vamos a querer conocer y experimentar a Jesús. Una vez adquirimos un ‘gusto’ para él, ¡vamos a querer más!
Al final del ‘Año de la Fe’ (2012-2013) distribuimos en todas las parroquias, el libro de las Bermudas de Matthew Kelly: Los cuatro signos de un católico dinámico, en referencia a este tema de ‘sed’ me gustaría hablar sobre los primeros dos de los cuatro signos que identifica -oración y estudio- (los otros dos son generosidad y evangelización). En lo que respecta a cada uno de estos que el proverbio italiano suena cierto: cuanto más oramos más vamos a querer orar, más estudiamos sobre nuestra fe, más vamos a querer descubrir sobre nuestra fe. Él habla de dar ‘pasos de bebé’ en lo que respecta a ambos. Él sugiere: empieza a orar diez minutos al día, y trabaja hasta más tiempo con el tiempo. También sugiere leer dos o tres páginas de un libro espiritual que muchos de ustedes pueden tener en casa. Antes de que lo sepas estarás terminado todo el libro. Esperemos que te pueda enviar a buscar otro libro para leer sobre nuestra fe católica. Cuanto más bebemos: de oración y estudio, más sed tendremos. Tal vez no tenemos muchos libros espirituales en nuestro hogar, pero hay artículos muy recomendables sobre multitud de temas espirituales. También hay mucha basura en internet, enmascaranda como literatura católica, que hay que evitar.
En este tercer domingo de nuestro viaje de Cuaresma, aún temprano. Entonces toma diez minutos todavía hoy y vuelve a leer una de las lecturas de hoy (a menudo escucha en el boletín parroquial, o disponible en línea), y cada día de esta semana lee una de las lecturas del día. Puede que te sorprenda lo fácil que es, cómo la palabra puede hablar contigo, cómo te da un enfoque en tu oración, y qué ‘sed’ puede saciar por ti ese día. Dios está en el trabajo, y si nos abrimos a él en oración y estudio estamos seguros de no seremos decepcionados, y de encontrar nuestra más profunda sed, incluso aquello que no podemos articular, seremos saciados a través de nuestro encuentro con Jesús. De hecho, él nos dará “agua viva”. 

MONSEÑORES BARRETO Y CASTILLO: NO OLVIDEN A SANTO TORIBIO

Por Luciano Revoredo– LaAbeja.pe
A lo largo de la historia la iglesia fundada por Cristo siempre estuvo del lado de los más necesitados. Los ejemplos abundan, en el caso peruano podemos con orgullo exhibir la mayor cantidad de santos frente a cualquier país del continente.
Lamentablemente desde aquellos iluminados tiempos en que derramaban su santidad por calles y plazas del Perú Santa Rosa de Lima y los demás santos peruanos, amén de otros que se encuentran aún en proceso de canonización, mucha agua ha corrido bajo los puentes del Rímac.
El Perú siempre tuvo grandes desastres naturales, en contraste a su también enorme riqueza natural. Grandes tragedias como el terremoto y tsunami de 1746, en que el 80% de la ciudad de Lima y el Callao desaparecieron vienen ahora a nuestra memoria. En esos casos siempre la iglesia estuvo de lado de los más afectados, de los desvalidos, de los pobres. Dando confortación y consuelo material, pero sobre todo espiritual.
Todo desastre, era motivo de grandes rogativas, procesiones y misas, pidiendo a Dios la paz y la salud espiritual y física para el Perú.
Hoy que nos afecta la pandemia del Coronavirus, la cabeza de la iglesia peruana, a través de un comunicado de la Conferencia Episcopal, abandona espiritualmente al pueblo de Dios. El controvertido Monseñor Barreto en representación de la CEP, con el aval del Arzobispo de Lima Monseñor Castillo, nos priva de la Misa, se recomienda a los fieles seguirla por radio y televisión, como si alguna emisora o canal transmitiese la Misa. Esa es la verdadera indicación, pero considerando que algunos sacerdotes fieles a su vocación sigan celebrando la Misa, invocan a comulgar en la mano, con todos los riesgos que esta desdichada costumbre implica ante la manipulación de la hostia en la que se encuentra en Cuerpo, Alma y Divinidad Nuestro Señor Jesucristo.
Bien harían estos impíos encaramados en los más altos puestos de nuestra iglesia en verse en el espejo de Santo Toribio de Mogrovejo. Quien cuando llegó una terrible epidemia gastó sus bienes en socorrer a los enfermos, y él mismo recorrió las calles acompañado de una gran multitud llevando en sus manos un gran crucifijo, rezándole y pidiendo a Dios misericordia y salud para todos.
¿Son capaces Barreto, de tan oscuro pasado en Huancayo y desde su soberbia de administrador de la iglesia y Castillo tan aficionado a la buena vida de dejarlo todo por los pobres? ¿Son dignos de seguir el ejemplo de Santo Toribio que recorrió tres veces toda su diócesis a lo largo de 16 años de permanente caminata de unos 40,000 kilómetros visitando y ayudando a sus fieles?
Santo Toribio de Mogrovejo, ocupando el mismo cargo que Castillo recorrió palmo a palmo su inmenso encargo territorial, pasó por caminos jamás transitados, llegando hasta tribus que nunca habían sido contactadas a las que hablaba con amor de pastor y en las diferentes lenguas nativas que se preocupó en aprender. Al fin de su vida, luego de tan fructífera labor, envió una relación al rey en la que daba cuenta de haber administrado personalmente los sacramentos a más de 800,000 personas.
Fue tan grande Toribio de Mogrovejo que el Papa Benedicto XIV lo comparó, por sus actuaciones, a San Carlo Borromeo, el famoso Arzobispo de Milán.
Curiosamente San Carlos Borromeo es recordado por su actuación frente a la peste. Roberto de Mattei, el notable historiador y catedrático italiano nos recuerda: “La peste no tenía visos de disminuir, y Milán era una ciudad desierta, porque un tercio de la población había perdido la vida, y los demás estaban en cuarentena o no se atrevían a salir de su casa.
El arzobispo ordenó que en las principales plazas y encrucijadas de la ciudad se erigiesen unas veinte columnas de piedra coronadas por una cruz para que los residentes de todos los barrios pudiesen asistir a las misas y rogativas públicas asomados a las ventanas de sus viviendas.
Uno de los santos protectores de Milán era San Sebastián, el mártir al que habían recurrido los romanos durante la peste del año 672. San Carlos propuso a los magistrados milaneses reconstruir el santuario dedicado al santo, que estaba en ruinas, y celebrar durante diez años una fiesta solemne en su honor. Por fin, en julio de 1577 cesó la peste, y en septiembre se colocó la primera piedra del templo cívico de San Sebastián, donde el veinte de enero de cada año se sigue celebrando todavía una Misa para conmemorar el fin de la epidemia”.
San Carlos caminó diariamente por las calles dando consuelo a los enfermos y llevando la comunión y los sacramentos a los moribundos. Que lejos de estos ejemplos se ven nuestros aburguesados y progresistas pastores que han renunciado a todo, que nos quieren privar de la Misa y los sacramentos y retiran sin vergüenza alguna la presencia de Dios de la sociedad ante la aparición de esta nueva peste.
Debieran seguir el ejemplo de estos grandes santos, o al menos el que hoy nos da Polonia, donde lejos de eliminar las Misas, se han multiplicado, de modo que haya menos gente en cada una. Claro que es más fácil vivir del aplauso del mundo y renunciar a la fe.