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Santa María Madre de Dios 2022

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Comienza un nuevo año y la Iglesia, cada 1 de enero, lo inicia celebrando la Solemnidad de María, Madre de Dios. La Iglesia católica se encomienda así, desde el primer día, a los cuidados maternales de María, verdadera Madre de Dios. La Virgen, quien tuvo la dicha de concebir, dar a luz y criar al Salvador, es también la que protege a todos sus hijos en Cristo, los asiste y acompaña durante su peregrinar en este mundo.
A continuación presentamos algunos datos que pueden ayudarnos a entender cómo es que surge este título en honor a la Virgen, y lo que hicieron los primeros cristianos para defenderlo.
La celebración dedicada a “María, Madre de Dios” (Theotokos) es la más antigua que se conoce en Occidente. En las catacumbas de Roma -los subterráneos que sirvieron de refugio a la cristiandad primigenia y donde los cristianos se reunían para celebrar la Santa Misa- han sido halladas numerosas inscripciones y pinturas que dan cuenta de la antigüedad de esta celebración mariana.
Por otro lado, de acuerdo un antiguo escrito del siglo III, los cristianos de Egipto ya se dirigían a María como “Madre de Dios”, usando las siguientes palabras: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios: no desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita”. Esta oración está recogida en la Liturgia de las Horas desde hace siglos.
Para el siglo IV, el título de “Madre de Dios” ya estaba incorporado en la oración de los fieles y se usaba con frecuencia tanto en la Iglesia de Oriente (“Theotokos”) como en la de Occidente (”Mater Dei”). Para ese entonces, era parte del sentir común de la cristiandad dirigirse a la Virgen María como “Madre de Dios”; para decirlo de algún modo, los cristianos habían hecho suyo dicho título mariano y lo consideraban integrante de su devoción e identidad.
Sin embargo, en el siglo V, Nestorio -quien incurrió en herejía- cuestionó que María pudiese ser llamada Madre de Dios, porque -a su modo de ver- no lo era. “¿Entonces Dios tiene una madre? En consecuencia no condenemos la mitología griega, que les atribuye una madre a los dioses”. El cuestionamiento de Nestorio tenía implicancias cristológicas, es decir, no solo deshonraba a la Virgen María, sino que ponía en entredicho que fuese efectivamente madre de la “persona” -una y única- de Cristo, segunda persona de la Santísima Trinidad.
Nestorio había caído en un gravísimo error. Había introducido una separación -más bien una ruptura- entre las dos naturalezas –divina y humana– presentes en el Señor Jesús. María no podía ser solo “madre” de la humanidad de Cristo sin afectar toda la obra salvífica de la encarnación.
Los obispos, por su parte, reunidos en el Concilio de Éfeso (año 431), afirmaron la subsistencia de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única persona del Hijo; y declararon: “La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios”. Aquel día, los padres conciliares, acompañados por el pueblo y portando antorchas encendidas, realizaron una gran procesión al canto de: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.
San Juan Pablo II, en noviembre de 1996, señaló lo siguiente: “La expresión Theotokos, que literalmente significa ‘la que ha engendrado a Dios’, a primera vista puede resultar sorprendente, pues suscita la pregunta: ¿cómo es posible que una criatura humana engendre a Dios? La respuesta de la fe de la Iglesia es clara: la maternidad divina de María se refiere solo a la generación humana del Hijo de Dios y no a su generación divina”. Luego añadió: “El Hijo de Dios fue engendrado desde siempre por Dios Padre y es consustancial con él. Evidentemente, en esa generación eterna María no intervino para nada. Pero el Hijo de Dios, hace dos mil años, tomó nuestra naturaleza humana y entonces María lo concibió y lo dio a luz”.
Asimismo, señaló que la maternidad de María “no atañe a toda la Trinidad, sino únicamente a la segunda Persona, al Hijo, que, al encarnarse, tomó de ella la naturaleza humana”. Además, “una madre no es madre sólo del cuerpo o de la criatura física que sale de su seno, sino de la persona que engendra”, enfatizó San Juan Pablo II.
Para terminar, es importante recordar que María no es sólo Madre de Dios, sino que también es madre nuestra porque así lo quiso Jesucristo en la cruz. Por ello, al comenzar el nuevo año, pidámosle a María que nos ayude a ser cada vez más como su Hijo.
Fuente: ACI Prensa.

Sagrada Familia 2021

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Evangelio según San Lucas 2,41-52.
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.
Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.
Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos.
Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.
Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados“.
Jesús les respondió: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?“.
Ellos no entendieron lo que les decía.
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.
Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Durante la época Navideña, las películas “Solo en Casa 1” y “Solo en Casa 2” aparecen a menudo en la televisión. Nos ofrecen buenas historias sobre un niño que se queda solo en casa. Había sido “abandonado” por sus padres -sin saberlo- y las historias se desarrollan sobre cómo lidió -por su cuenta- con las amenazas y los problemas que se desarrollaron.
El evangelio de hoy (Lucas 2:41-52) es quizás una variación del tema. María y José no “abandonaron” al joven Jesús, sino que cada uno de ellos supuso que el otro tenía la seguridad de que se encontraba en algún lugar entre las muchas personas de la caravana que se dirigía de Jerusalén a Nazaret, un viaje de unos tres o cuatro días. En realidad, ésa es también la situación de los padres en “Solo en casa 1” y “Solo en casa 2“.
Como bien sabemos, volvieron a Jerusalén y lo encontraron en el templo conversando con los maestros de las Escrituras. No estaba “perdido”, sino que estaba allí entre los sabios dando un paso adelante en su misión como Hijo de Dios. Estoy seguro de que los funcionarios del templo estaban asombrados por la sabiduría y la comprensión de este joven en relación con la revelación divina. Después de todo, Jesús – Dios hecho hombre – entendería el plan de Dios por encima de todos los demás. ¡Él era la Palabra hecha carne! Era el cumplimiento de las promesas del Padre. Su vida -y su posterior sufrimiento, muerte y resurrección- se convertiría en el punto de inflexión de la revelación de Dios. Dios ya no trataba sólo con profetas, seres humanos inspirados por él. Aquí estaba su propio Hijo, el Verbo encarnado.
Este pasaje evangélico refleja la santidad de Jesús, su vida estaba orientada a hacer la voluntad del Padre. No se trata de una situación de aparente ‘desobediencia‘ de Jesús al quedarse atrás. Él respondía a un “poder superior“, su Padre celestial.
La Primera Lectura de hoy del Primer Libro de Samuel (1:20-22, 24-28) también habla de un hijo destinado a un propósito superior. Ana agradeció a Dios el regalo de su hijo, Samuel, y lo ofreció a Dios. Samuel sirvió fielmente a Dios. Una vez más, reconoció que tenía una misión, que le había sido dada por Dios, y que siempre fue el centro de su atención. Sabía que Dios lo utilizaría como instrumento suyo, y quería ser el mejor instrumento posible. Por eso hizo todo lo posible para unirse a Dios y ser fiel a él y a la alianza.
Estas dos lecturas, en esta Fiesta de la Sagrada Familia, me llevaron a reflexionar sobre el importante papel que tienen los padres para ayudar a sus hijos a alcanzar su potencial espiritual. La mayoría de los padres -porque aman profundamente a sus hijos- se empeñan en que sus hijos reciban una buena educación para una profesión significativa, estén sanos y sean felices. Sin embargo, más que nunca los padres deben ser conscientes del papel que desempeñan en la “formación” de sus hijos para que sean santos. Creo que la mejor manera de que los padres hagan esto es viviendo ellos mismos una vida “santa”. Recordad un sabio dicho que compartí con vosotros en otra ocasión: “Padres, no os preocupéis tanto si parece que vuestros hijos no os escuchan. Preocúpense más bien de que los observen a ustedes“. Ahora bien, con vivir santamente no me refiero a andar con las manos cruzadas y decir siempre “que Dios te bendiga“. Pero lo que sí quiero decir es que los padres también se propongan hacer la voluntad de Dios, que vivan una vida que refleje su unión con Dios, su reconocimiento de que todo lo que tienen y son viene de Dios, y que intenten ser buenos administradores. Esta misión de crear una “familia santa” implica la oración, y la adoración, y un testimonio de vida que ayuda a los niños a aprender a tomar decisiones en unión con Cristo, a luchar por lo que es de la voluntad de Dios (no lo que es popular o fácil), y a ser responsables de sí mismos, y a servir a los demás.
Como niños -ya sea que tengamos seis, dieciséis o sesenta años- tal vez podamos reconocer las maneras en que nuestros padres nos mostraron estos valores espirituales, estas actividades y actitudes que nos formaron para ser discípulos fieles y administradores de los abundantes dones de Dios. Deberíamos expresarles nuestra gratitud, no sólo con nuestras palabras, sino siguiendo fielmente su buen ejemplo. Si no hemos cooperado con la formación que han tratado de darnos, siempre podemos pedir perdón, y esperar transmitir a las siguientes generaciones la misma sabiduría y comprensión que nuestros propios padres, santos pero humanos, han tratado de transmitirnos. Incluso si nuestros padres se han ido a Dios, como es el caso de los míos, podemos darles las gracias en nuestras oraciones, y también pedirles perdón por las veces que fuimos desobedientes.
Como todo lo que tiene valor -especialmente el valor espiritual o “interior“- adquirirlo significa trabajo. Significa sacrificio. Significa mantener la mirada en la meta -la santidad- y hacer y ser lo que nos hace santos. Las claves de la santidad -en realidad son sencillas- son la oración, la adoración, el estudio, el servicio y la comunión.
Estamos llamados por Dios a relacionarnos con él, a comunicarnos con él, a orar -no sólo a hablar con Dios- sino a escuchar a Dios. Esto no ocurre por casualidad, sino que sólo se consigue tomando la decisión de orar y reservando tiempo para ello.
Estamos llamados a la adoración. La vida con Dios no es sólo Dios y yo, sino que implica unirse en comunidad para escuchar la Palabra de Dios y nutrirse de la Eucaristía. Una hora a la semana, de las 168 horas, no es mucho a reservar para la adoración.
Aunque vivimos en un mundo en el que la lectura está desapareciendo, podemos aprender mucho mediante el estudio y la lectura, incluso en el ámbito de la fe. Tal y como hablaba Matthew Kelly en su libro Los Cuatro Signos de un Católico Dinámico, es importante que crezcamos y nos desarrollemos en nuestra fe, y el estudio es la clave para abrirnos a la belleza y la verdad de nuestra fe.
Una fuente de santidad para nosotros puede ser el servicio a los demás. Esto no sólo trae frutos para la persona a la que se sirve -ya sea en casa, en la escuela o en el trabajo- sino que también nos ayuda a descubrir más profundamente nuestros dones y talentos, y nos ayuda a perfeccionarnos cada vez más a través del servicio. Dios nos llama a ser buenos administradores del tiempo, los talentos y el tesoro que nos ha confiado.
Y, por último, nuestra convivencia en comunidad -en la Comunidad Parroquial- puede ser una fuente de santidad, reconociendo el testimonio de nuestros hermanos y hermanas, aprendiendo de su buena administración del tiempo, los talentos y el tesoro.
Como cualquier vida familiar, la vida de una familia santa hoy requiere tener una visión y un propósito compartidos. Que nuestra oración, el culto, el estudio, el servicio y el compañerismo profesen esa visión y propósito, y ayuden a crear de nuestra familia una “familia santa“.

Navidad 2021

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May the celebration of the birth of Jesus Christ be a source of peace and joy for you. May 2022 be a year of blessing for you, and bring health and happiness to you and all those you love and serve.
Evangelio según San Juan 1,1-18:
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él, al declarar: “Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo”.
De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Así como celebramos el nacimiento de cada uno de nosotros, celebramos hoy como comunidad de fe el nacimiento del Salvador del mundo, Jesucristo el Señor. Durante la temporada de Adviento estábamos viendo y esperando su nacimiento, y ahora por fin ha llegado. Nuestro tiempo de preparación espiritual ha terminado, y celebramos su nacimiento con el corazón renovado en el amor de Dios. La luz de Cristo, que la corona del Adviento proclamó, es ahora nuestra en su plenitud. Como dijo el Profeta Isaías (9:1-6) en la Primera Lectura: “La gente que caminó en tinieblas ha visto una gran luz” y esa luz es Jesús.
El nacimiento de Jesús es el regalo del Padre para la humanidad. Socialmente, la Navidad es un tiempo de dar y recibir, y espiritualmente es un tiempo también de dar-retribuir a Dios.
Cuando tuve un año sabático de estudio desde septiembre de 1996 hasta abril de 1997 en el Regis College, la Universidad Jesuita de Toronto, uno de los cursos que tomé me introdujo a la obra del Meister Eckhart, un sacerdote dominicano alemán del siglo XIII ¡T! El centro de sus escritos era la noción de ‘dar a luz’. Él escribió: “¿Cómo puedo creer que Dios quería que María diera a luz al Hijo de Dios hace catorce cientos años, y no creer que quiere que yo dé a luz al hijo de Dios en mi tiempo y en mi cultura?”. Una idea bastante alucinante.
Jesús nació hace más de dos mil años, pero quiere volver a nacer hoy en cada uno de nosotros. Así como el ángel Gabriel le dijo a la Santísima Virgen María que ella estaba ‘llena de gracia’ y “el Señor está contigo”, también nosotros hemos recibido la gracia de Dios, y el Señor está con nosotros. Desde nuestro bautismo compartimos la vida de Dios.
Nuestro desafío es entender cómo Jesús nacerá en nosotros, y cómo daremos a luz a Jesús.
Esto ocurre cada vez que vivimos plenamente nuestra vida de fe. Cuando nos unimos a Dios a través de nuestra oración, nuestra lectura de las Sagradas Escrituras, nuestro compartir en la Eucaristía, y nuestro compartir en la vida de la Comunidad Cristiana (la Parroquia, y la Iglesia) estamos experimentando ese renacer de Jesús dentro Nosotros. Él nos llevará al Padre. Damos a luz a Jesús cuando compartimos esa fe, cuando somos testigos de nuestra fe en Jesucristo. A menudo los católicos no son bien conocidos por hacer eso en un foro público. No somos conocidos por nuestra evangelización como lo son algunos otros grupos cristianos. Damos a luz a Jesús cuando compartimos con otros nuestra fe en el amor de Dios, nuestra salvación en Jesucristo y la presencia del Espíritu Santo.
También viene cada vez que compartimos nuestra esperanza. Nuestra esperanza no es sólo un optimismo basado en la buena voluntad humana. Nuestra esperanza se basa en la muerte que sufre y la resurrección de Jesús – que a través de la resurrección de Jesús todos hemos salido victoriosos sobre el pecado y la muerte. Algunas personas piensan que vivimos tiempos “sin esperanza”. Hay mucho pesimismo en el mundo, sobre todo con nuestra experiencia desde que comenzó la pandemia. Damos a luz a Jesús cuando mostramos a otros que creemos que Dios está con nosotros, a pesar de las malas noticias y un mundo que a menudo parece confundido; a pesar de las alteraciones en la vida que todos hemos experimentado como resultado de la pandemia; a pesar de la incertidumbre y miedo de estar expuesto al virus. Compartimos nuestra esperanza por la confianza que mostramos y la alegría con que la mostramos. Recuerda las palabras de Santa Teresa de Ávila: “¡De los santos frunciendo el ceño, buen Señor líbranos!” Nuestra alegría y felicidad serán quizás el mayor testigo para otros de que tenemos esperanza.
También viene cada vez que compartimos amor. No me refiero a un amor basado en “te di a ti, ahora me das a mí”, sino más bien a un amor generoso que no espera nada a cambio; un amor no sólo hacia las personas que nos aman, sino a aquellos que nos frotan de la manera equivocada o con quienes nos tenemos dificultades, hasta lo último y lo menos en nuestra lista. Eso es un amor inspirado y bendecido por Dios. Hacemos esto primero que nada en nuestras familias, como lo hacemos a menudo estos días en los que vemos (generalmente) a tantos de nuestros seres queridos. Haremos esto cuando regresemos a la escuela y al trabajo, y lo pariremos allí en comprensión, respeto y cuidado.
Hoy celebramos la venida de Jesús al mundo. Pero también celebramos que Jesús nazca todos y cada uno de los días del año: en la fe, la esperanza y el amor que cada uno de nosotros compartimos. Entonces realmente daremos a luz a Jesús. Entonces verdaderamente celebraremos su nacimiento en el tiempo, y en nuestras vidas, y lo compartiremos con otros.

Cuarto domingo de Adviento 2021

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Evangelio según San Lucas 1,39-45.
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor“.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

En esta época del año algunas parroquias ofrecen un calendario para el Año Nuevo. La mayoría son tradicionales, con “fotos sagradas” de Jesús y los Santos. Cuando miro las más tradicionales a menudo estoy cuestionando algunas de las representaciones, especialmente las referentes a la Santísima Virgen María. En la mayoría de ellos se parece más a una noble medieval que a una campesina del primer siglo, con un semblante como alguien que acaba de llegar de un día de spa.
El cuadro pintado de María en nuestro evangelio de hoy (Lucas 1:39-45) es muy diferente. Aquí vemos a María, que ya lleva en su vientre al Cristo Niño, abriéndose camino para acompañar a su prima mayor Isabel, que está a punto de dar a luz. María vivía en Nazaret, en el norte, e Isabel vivía en Ein Karem, en el sur, fuera de Jerusalén. En autobús esto es sólo de unas horas de viaje, pero en la época de María esto habría significado que María se uniera a una caravana de personas en su camino al sur, un viaje de tres o cuatro días. Este era un terreno seco, áspero, inhóspito, propenso a robos y agresiones, como en la parábola del buen samaritano. Aquí vemos a una mujer coraje, haciendo ese largo viaje en su propia condición delicada, durmiendo al aire libre, caminando sobre territorio robusto y peligroso.
Recuerda, justo antes de esto, el ángel Gabriel había venido a ella para pedirle que fuera la madre del Salvador. Estoy seguro de que con cada paso que dio María estaba pensando en su “” al ángel, y en lo que esto significaría en su vida. Justo después de esta lectura está el pronunciamiento de María de la fe de quién es delante de Dios, su ‘Magnificat‘, en el que resume (creo) todo lo que le llegó mientras ponía cada pie delante del otro en su camino a Ein Karem.
Solo podemos imaginar la alegría en María cuando su prima Isabel la saludó de la manera expresada en el evangelio. Había sido inspirada por el Espíritu Santo, y sus palabras debían haber traído alegría y consolación a María que estaba haciendo la voluntad del Padre, que estaba siendo fiel a su papel en la historia de la salvación. De hecho, ella “creyó que lo que le había hablado el Señor se cumpliría“.
Nuestra primera lectura, del Libro del Profeta Miqueas (5:1-4a), nos habla de la misteriosa venida del Salvador, y en un lugar tan insignificante como Belén. Sin embargo, este niño que nacería “gobernaría en Israel“, sería “pastor de su rebaño por la fuerza del Señor“, cuyo “origen proviene de…tiempo antiguo“, y cuya “grandeza llegará hasta los confines de la tierra“. Jesús es el cumplimiento de esta profecía. El “” de María trajo este cumplimiento del plan de Dios.
Nuestra Segunda Lectura de la Carta a los Hebreos (10:5-10) nos recuerda que Dios quiere no externos -como “holocaustos, sacrificios y ofrendas“, sino más bien quiere lo que está dentro- más allá de nuestra “buena voluntad” a nuestro firme deseo de ser fiel a Dios Y haga su voluntad. Jesús nos ha mostrado con su vida, y su sufrimiento, muerte y resurrección lo que esto parece, esta entrega de sí mismo en cumplimiento de la voluntad de Dios. Así, también, fue el regalo de sí mismo, de la Santísima Virgen María.
En este cuarto domingo de Adviento Dios nos llama a ser como María: valientes para hacer la voluntad de Dios y decididos a ser fieles a Dios. El valor es una virtud cristiana importante. En nuestra condición humana buscamos más fácilmente la seguridad y lo que sabemos y nos sentimos cómodos. Nos mantenemos alejados, generalmente, de lo desconocido y de cualquier cosa que pueda ser ‘arriesgado‘. En nuestras relaciones con los seres queridos esto puede significar que muchas veces nos sentamos y no decimos nada, no queriendo ‘rockear el barco‘, pero al mismo tiempo sufriendo en saber que no estamos hablando para corregir un error, o para dar palabras de aliento o apoyo. Demasiado a menudo podemos pensar “ellos saben lo que pienso“. Eso no es suficiente. Tenemos que hablar y asumir ese riesgo, de la forma en que Isabel lo hizo con María, y permitir que el Espíritu Santo nos inspire a encontrar las palabras adecuadas, y el momento y lugar adecuados para hablar. Entonces, y sólo entonces, puede esa luz de Cristo (en la corona de Adviento) brillar en el corazón y la mente y traer esa confirmación que todos buscamos: que Dios está con nosotros, que Dios nos ama y que hemos sido salvados. María buscó ese mismo consuelo, e Isabel se lo proporcionó. El poder de nuestras palabras no se puede subestimar. Tienen poder e influencia. A veces perdemos la oportunidad de dar testimonio de Cristo, y de ayudar a alguien en su viaje por la vida, porque tenemos miedo de arriesgarnos, tenemos miedo de decir lo que está en nuestro corazón y en nuestra mente, especialmente cuando creemos que es una inspiración que viene de Dios.
Isabel no dudó en decirle a María cómo se sentía y lo que estaba experimentando. Sin embargo, con demasiada frecuencia se pierden momentos de gracia para otros y para nosotros mismos, porque somos vacilantes, carecemos de coraje y de la convicción de que Dios está con nosotros. Así como el pueblo reconoce la autoridad con la que Jesús habló -porque vino de arriba- también otros reconocerán en nuestras palabras de apoyo y desafiarán esa misma presencia de Dios. Si estamos tan estrechamente unidos a Cristo (en el Adviento otra vez) lo hará ser obvio para ellos que no sólo es ‘nuestra idea‘, nuestra expresión de amor y preocupación, sino que Dios está llegando a través de nosotros a ellos, confirmando en ellos este mensaje de nueva vida que tiene para ellos.
Faltan solo unos días para que celebremos el nacimiento de Salvador. En estos días restantes, seamos valientes en nuestra vida en Cristo y busquemos ocasiones -como se presentan- para apoyar y desafiar a los demás. Podemos ser, como Isabel, confirmando dentro de ellos una esperanza, un sueño, un deseo que ellos tienen dentro. Nuestra palabra puede marcar la diferencia, al igual que el “” de María. Dejemos que nuestro “” a Dios todos y cada uno de los días sea una fuente de bendición para nosotros, y de nueva vida y renovación para otros.

Tercer domingo de Adviento 2021

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Evangelio según San Lucas 3,10-18.
La gente le preguntaba: “¿Qué debemos hacer entonces?“.
El les respondía: “El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto“.
Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: “Maestro, ¿qué debemos hacer?“.
El les respondió: “No exijan más de lo estipulado“.
A su vez, unos soldados le preguntaron: “Y nosotros, ¿qué debemos hacer?“. Juan les respondió: “No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo“.
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías,
él tomó la palabra y les dijo: “Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible“.
Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Durante mi año sabático en el Regis College, la Universidad Jesuita de Toronto, me introdujeron a una forma de meditación de las escrituras llamada ‘El Modelo Africano‘. Fue desarrollado mis catequistas en África, quienes fueron los responsables de liderar las comunidades de adoración en oración los domingos cuando un sacerdote no estaba disponible. Comienza con alguien leyendo el evangelio de la próxima semana, y luego para que cada uno de los participantes diga la palabra o frase que les tocó. Esto hay que hacer espontáneamente, en un instante, sin mucho análisis. Entonces el evangelio se vuelve a leer, y después de algún tiempo de reflexión silenciosa se invita a los participantes a compartir lo que esta palabra, o lo que esta frase significa para ellos. El último paso en ‘El modelo africano‘ es que el evangelio sea leído de nuevo, y luego los participantes comparten lo que creen que Dios les está pidiendo que hagan esta semana debido a esta inspiración particular del evangelio.
Este proceso, hace veintiún años, cambió por completo mi forma de preparar homilías. Una cosa que descubrí rápidamente con este “método” es que la misma lectura le habla a cada persona de manera diferente. Todo tipo de palabras y frases diferentes fueron identificadas por los participantes, a veces palabras y frases que nunca hubiera imaginado. Eso es lo que me sorprendió del evangelio de hoy (Lucas 3:10-18). Aunque el mensaje de Juan el Bautista a la conversión era el mismo, tenía mensajes separados para todos aquellos que escuchaban: a los judíos en general, a los recaudadores de impuestos y a los soldados. Lo mismo sucede hoy, porque aunque las palabras del evangelio (y mi homilía) son las mismas, cada uno de nosotros aquí la interpretamos de manera diferente, según nuestra propia necesidad y nuestra propia experiencia de vida.
Así como Juan el Bautista personalizó el mensaje para cada uno de estos tres grupos, les estaba indicando cómo se vería su ‘conversión‘ en general, llamándolos a ser caritativos; a los recaudadores de impuestos, llamándoles a no ser codiciosos; y a los soldados, para ser respetuosos. Nuestro desafío, en este tercer domingo de Adviento, es discernir, es identificar qué cambio en la vida me llama Juan el Bautista este año.
Reconociendo que este no es un desafío fácil, nuestras otras lecturas nos animan en esta respuesta de Adviento. La primera lectura del Libro del Profeta Sofonías (3:14-18a) está llena de buenas noticias. Las palabras hablan de victoria y libertad: “¡Grita de alegría!“, “¡Alégrate y regocija!“, y “No temas, … ¡No te desanimes!“. En nuestro tiempo y lugar necesitamos ese aliento para saber que si tomamos en serio nuestro viaje de Adviento compartiremos esa victoria y libertad de nuestra pecaminosidad y maldad.
Nuestra segunda lectura de la Carta de San Pablo a los Filipenses (4:4-7) también nos da aliento para afrontar ese llamado a la conversión. San Pablo les dice a los filipenses, y nos dice: “¡Alégrate siempre en el Señor!“, y que “no deberíamos tener ansiedad“. Su propia conversión personal, y las conversiones de la gente que trajo al Señor Jesús fueron prueba suficiente del poder de Dios para hacer maravillas, y para darnos verdaderamente una razón para regocijarnos.
Este tercer domingo de Adviento se llama ‘Gaudate‘ Domingo: ¡el domingo de alegría! Esta es la razón por la que la vela de esta semana en la corona es rosa, en lugar de morada. Esto es para darnos esperanza en la promesa de Dios, que pronto se cumplirá: que nuestra espera, observación y estemos alertas pronto traerá nueva vida, con el nacimiento del Salvador.
La alegría es un regalo precioso, y una virtud cristiana importante. En el diccionario dice que la alegría es “la emoción evocada por el bienestar, el éxito o la buena fortuna o por la perspectiva de poseer lo que uno desea“. Jesucristo es la fuente de nuestro “bienestar, éxito y buena fortuna”, y él es el que “deseamos”. Tan pronto celebramos su nacimiento -el cumplimiento de la promesa de Dios- deberíamos estar llenos de alegría. Esta alegría expresa nuestra confianza en la presencia y el poder de Dios en nuestras vidas, como expresan nuestras lecturas. Jesús es este que “bautizará con el Espíritu Santo y fuego“. La alegría debe ser un elemento importante de nuestra evangelización. Como Matthew Kelly escribió en su libro, Los cuatro signos de un católico dinámico, no podemos compartir las buenas noticias de Jesús con una cara larga, con gestos angustiados y con temores a la tristeza. Santa Teresa de Ávila escribió “de los santos frunciendo el ceño, buen Señor líbranos“. Necesitamos testigos sonrientes, seguros y alegres de la buena noticia de Jesús. ¡Vamos a ser esos testigos aquí y ahora!
Así como la Navidad es una época de felicidad y tiempo de calidad con familiares y amigos, también es, para algunas personas, un momento de angustia y tensión debido a la falta de paz y armonía. Es un momento de aislamiento y soledad para muchos. Una de las respuestas que creo que el Señor está pidiendo a cada uno de nosotros este Adviento es buscar la reconciliación y la paz en nuestras familias, en nuestro lugar de trabajo, en nuestras escuelas, y entre nuestros amigos. Al celebrar el nacimiento de Jesús, tiene que ser algo más que una fecha en el calendario, pero a través de nuestra fiel respuesta durante el Adviento estará marcado por una renovación en nosotros mismos de los valores y virtudes del reino de Dios, llevando un Testimonio consistente de lo que creemos y lo que estamos llamados a ser. El adviento debería hacernos más testigos fieles de Cristo, más familias unidas y comunidades parroquiales que reflejan la alegría de la buena noticia. “¡De los santos frunciendo el ceño, buen Señor líbranos!“.
Al celebrar este Tercer Domingo de Adviento, y sólo quedan nueve días para la celebración del nacimiento del Señor, comprometámonos a escuchar la voz de Juan el Bautista, llamándonos a la conversión y a la renovación, como si nunca lo hubiéramos oído antes mineral (como lo hice yo y hacer con ‘El Modelo Africano’), y permitir que la luz de Cristo crezca dentro de nosotros, trayéndonos verdadera paz y alegría, y compartiéndola generosamente con otros.

El pesebre de la Plaza San Pedro que emociona a los fieles de Latinoamérica

Por Andrés Jaromezuk– Churchpop.com
Este pesebre representa los valores del pueblo huancavelicano, del pueblo peruano, que manifiesta su fe en Jesús que siempre nos acompaña, aún a pesar de toda crisis, de toda dificultad, el Señor siempre está cerca de nosotros para que podamos surgir como comunidad creyente”, dijo Monseñor Carlos Alberto Salcedo Ojeda OMI, Obispo de la Diócesis de Huancavelica, Perú.
Este año 2021, los fieles que se acerquen a la Plaza San Pedro podrán apreciar “la forma de expresión de vestimenta del pueblo Chopcca, su forma de vestirse, lleno de coloridos, pero también la biodiversidad del Perú de los Andes, especialmente como son los animales. También apreciaran la Sagrada Familia, esa familia que nos ayuda a que podamos encontrarnos con Jesús, que Jesús que viene a nosotros”.

Un reconocimiento al Perú por el Bicentenario

Embajador del Perú ante la Santa Sede, el Señor Jorge Eduardo Román Morey, precisó que la presencia de este pesebre peruano en el Vaticano, “es un reconocimiento al Perú por el bicentenario y a través del Perú a todos los pueblos de América que han estado celebrando su bicentenario en este 2020–2021”. Además, el Embajador dijo que, “es un reconocimiento a la riqueza de la cultura del Perú, pero también de todo el Continente, lo que nosotros tenemos que ofrecer, en este caso la región de Huancavelica y la comunidad de Chopcca”.
Este año 2021 se observa un pesebre diferente al tradicional. Los Reyes Magos que no vienen en camello, “estos Reyes Magos vienen con llamas, con alpacas, con vicuñas y traen quizás quinua, maíz de los Andes, es lo que le traen en sus alforjas, es la manera tradicional de celebrar en la sierra del Perú, es la comunidad de Chopcca que es reconocida por ser fervientes católicos”.

Coro de niños acólitos cantará en quechua, en la inauguración de pesebre peruano en el Vaticano

Es el Coro Internacional de los Niños Acólitos de Huancavelica, que canta piezas como Ave María Purísima, Nació el Salvador, Adiós niño hermoso.
Los niños estarán entonando sus cantos en la iglesia de Santo Domingo en Huancavelica, ciudad que fue fundada por los españoles como Villa Rica de Oropesa, y que es hoy la capital de la provincia del mismo nombre.
Una de las características particulares de este concierto es que se realizará en quechua, lengua en que los 48 niños entonarán piezas como Ave María Purísima, Nació el Salvador, Adiós niño hermoso, Canto al Niño y el famoso Tamborilero.
Además del coro de los niños acólitos participará del concierto el Coro Nuestra Señora de Cocharcas de Paucara y la Asociación Cultural de Huancavelica Arpeggios.

El pesebre peruano del Vaticano
El pesebre que se inaugura en el Vaticano es también procedente de Huancavelica, de la comunidad Chopcca. Tiene elementos característicos de los Andes de este país, como atuendos de color, llamas, y cóndores. Las 35 piezas de las que está compuesto este pesebre son elaboradas en materiales que resisten la intemperie, pues el pesebre está expuesto en plena Plaza de San Pedro.
Los demás elementos que lo componen, son característicos de la vida de los Andes peruanos, según explicó la arquitecta al frente del proyecto, Natali Luz Santana Girón
Fuente: Gaudium Press.

Allanar las montañas

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Evangelio según San Lucas 3,1-6.
El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene,bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.
Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados,como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.
Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos.
Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

No muy lejos de La Paz, Bolivia, hay una zona semi-tropical llamada los Yungas. Aunque uno pueda pensar que sería un lugar que me hubiera gustado visitar a menudo, por el gran clima, las numerosas aves y los hermosos paisajes. Temía el camino hasta tal punto que solo fui dos veces. El camino no sólo se gira y gira, sino que también es tan angosto, con precipicios de cientos de metros a un lado, y una montaña al otro. Un año más de cuarenta personas murieron en esa carretera, conductores y pasajeros en coches y autobuses que pasaron por el límite. Encontrarse con otro vehículo en la carretera a menudo significaba que uno de los vehículos retrocediera a una parte más ancha de la carretera, por temor a que no fueran capaces de pasar por el estrecho espacio.
Esta experiencia siempre me hizo pensar en el evangelio de hoy (Lucas 3:1-6). En esas circunstancias de la carretera, hubiera sido tan bueno tener un “camino recto“. Si tan solo esos “valles” se hubieran “llenado“, esas “montañas y colinas se habrían bajado“, “los torcidos… hecho recto“, y “las formas duras se hacen suaves“. Habría sido un viaje mucho más fácil y más atractivo para mí, en lugar de las experiencias de nudillos blancos que tuve. Pero, los recursos humanos y financieros para hacerlo habrían sido prohibitivos, si no imposibles. ¡Fue un gran trabajo! Esa perspectiva nos ayuda, en nuestra condición humana, a reconocer lo difícil que puede ser para nosotros cambiar nuestros caminos, a “hacer recto el camino” hacia el Señor. Somos atraídos por el pecado, tentados y caemos en pecado. Juan el Bautista, haciéndose eco de las palabras del profeta Isaías, llamó al pueblo a este cambio de vida, sólo para ser rechazado, perseguido, encarcelado y finalmente asesinado. Cambiar dramáticamente esas carreteras sería lo ideal, un sueño, pero no posible. Siguiendo las palabras de Juan el Bautista, valdría la pena el resultado, “la salvación de Dios”, pero significa pagar un gran precio personal, ser transformado por el amor de Dios.
En nuestra primera lectura del Profeta Baruc (5:1-9) refleja la transformación que puede tener lugar a través del poder de Dios. Las “ropas de tristeza y aflicción” fueron reemplazadas por “la ropa de justicia“. Habrá libertad de “enemigos“, y compartirán “un trono real“. Las “colinas eternas se han bajado y los valles se han llenado, para hacer terreno nivelado“. Tales imágenes nos animan a saber que, con Dios, podemos hacer cambios en nuestras vidas que reflejen nuestra relación con Dios, y el esplendor y la gloria de Dios.
En nuestra Segunda Lectura de la Carta de San Pablo a los Filipenses (1:3-6, 8-11), San Pablo se llena de alegría por la respuesta del pueblo a la Palabra de Dios, y los frutos de gracia que él ve revelados en ellos. Esta “buena obra” es la obra de Dios. El poder del Señor Jesús ha traído esta nueva vida en los Filipenses, y los otros conversos que San Pablo trajo al Señor. El Señor puede transformarnos, si estamos abiertos a su voz y confiamos en su presencia, cooperando con su gracia divina. San Pablo reconoce que han “producido la cosecha de justicia que viene por Jesucristo para gloria y alabanza de Dios“. Es obra de Dios, y ningún obstáculo es demasiado grande ¡para Dios!
Esta temporada de Adviento sigue en su “infancia“. Es sólo el ocho de veintitrés días. Así que, todavía tenemos mucho tiempo durante esta temporada de gracia para “preparar el camino” para el Señor mientras nos preparamos para celebrar su nacimiento. Así como podemos dar un regalo a alguien por su cumpleaños, el mejor regalo que podemos darle a Jesús el 25 de diciembre es, usar las palabras del escritor católico Matthew Kelly, “una mejor versión de nosotros mismos“. Esto no es una imposibilidad, porque, como nuestras lecturas nos aseguran, el poder de Dios es grande, y cuando nos abrimos a abrazar más plenamente su amor y su verdad grandes cosas pueden suceder. Esos “valles” en nuestras vidas pueden llenarse, y las “montañas y colinas” pueden ser bajos. Esto nos pide un gran esfuerzo. Antes que nada, debemos identificar esos “valles”, “montañas y colinas”, esos obstáculos que nos alejan de la unión con Dios y de vivir en armonía con los demás. Tal vez, especialmente si somos viejos, no tenemos que mirar muy lejos, pero somos muy conscientes de nuestra condición humana y lo que nos impide ser la persona que queremos ser: en casa, en el trabajo, en la escuela y entre nuestros amigos. A medida que la luz de la corona de Adviento crece cada semana, la luz de Cristo debe estar creciendo en nosotros, revelándose a través de dar testimonio de Cristo por vidas de amor y servicio, mostrando compasión y buscando reconciliación.
La temporada de Navidad es una temporada de celebración y alegría, pero para algunos es un momento de angustia y depresión debido a relaciones “rotas“, situaciones sin resolver y malas decisiones. Mientras la mayoría sonríe, ríe y celebra, hay algunos entre nosotros que están tristes e incluso evitan el contacto con familiares y amigos. Se están aislando a sí mismos, en el tiempo por sentimientos de indigna, pesados por el pasado. Tal vez en esto, también, no tenemos que mirar muy lejos para identificar a alguien que conocemos que necesita ayuda humana y divina para “arreglar” esto. Puede que incluso lo experimentemos en nuestras propias vidas, y fuimos reacios a llegar a otros, y a Dios.
Yo sugeriría que nuestro proyecto, o nuestra “tarea” para el Adviento 2021 sea reflejo de la llamada de Juan el Bautista en nuestras vidas y en la de los demás. Podemos llegar a otros, y ayudarles a entender, aceptar y experimentar el amor y la verdad de Cristo. Nuestro amor puede hacer la diferencia para ayudarles a sentirse “dignos” de amor humano y divino, que son adorables y tienen el poder de amar. La verdad de Cristo podemos compartir con ellos no sólo por nuestras palabras, sino por reflejar la vida de los filipenses de los que San Pablo habló, aquellos que habían respondido a la gracia de Dios. Podemos ayudar a “llevar a completar” en ellos la obra que Dios comenzó … No subestimes tu influencia y poder. Incluso puedes, probablemente, mirar en tu propia vida y reconocer a aquellas personas que cumplieron esa misión de amor y verdad en tu propia vida. Puede que ni siquiera hayan sido conscientes, pero tú estás experimentando y viviendo el fruto de esa gracia.
Puede que estemos asustados o desanimados a aceptar esto, como cuando yo iba a los Yungas, pero si Dios nos ha llamado a ello, sabemos que esos “caminos” serán “rectos”, y los “valles”, “montañas” y “colinas” de nuestras vidas pueden ser transformados para refl ect la presencia de Cristo, y que esto sea para “gloria y alabanza de Dios”.

Primer domingo de Adviento 2021

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Evangelio según San Lucas 21,25-28.34-36.
“Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas.
Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán.
Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria.
Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación”.
“Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra.
Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre”.

Bishop Robert S. Dehler CR, Vicar Apostolic of Bermuda, Born 1889, Ordained 1914, Consecrated 1956, Died 1966.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Cuando era estudiante en la Universidad a veces me encontraba en la situación en la que tenía que estudiar ‘toda la noche‘. Ya sea por una pesada carga de trabajo, por mala gestión del tiempo, o por pereza, me encontré bajo el arma en el último minuto y teniendo que pasar toda la noche terminando un proyecto o ensayo. Estoy seguro de que a muchos de ustedes nunca les sucedió esto, ni esto continúa en nuestro tiempo presente (ja, ja).
Pensé en este mal hábito cuando leí por primera vez el evangelio (Lucas 21:25-28.34-36) para este primer domingo de Adviento, en el cual el Señor Jesús nos dice “estad vigilantes en todo tiempo“. El adviento es una época única del año litúrgico. Aunque el color de las vestiduras es el mismo que el de la temporada de Cuaresma, el espíritu de la temporada es muy diferente. Mientras que la Cuaresma es un tiempo de conversión y de regreso al Señor, el Adviento es un tiempo de espera, observación y alerta para la celebración de la primera venida del Señor Jesús en su nacimiento.
La lectura del evangelio de hoy continúa el tema de las últimas semanas -yo les llamo las lecturas de ‘puente y penumbra‘- llenas de destrucción y desastre. Sin embargo, siempre hay una nota de esperanza: Jesús diciendo: “Poned erectos y levantad la cabeza… Cuidado… Estar vigilantes“. No sólo nos dice que estemos preparados, sino que nos recuerda que está con nosotros para prepararnos para su venida. Jesús ha salido victorioso sobre el pecado y la muerte -por su sufrimiento, muerte y resurrección- y nosotros compartimos esa vida a través de nuestro bautismo.
En la primera lectura, del libro del Profeta Jeremías (33:14-16) Dios revela que él “cumplirá la promesa que hizo a la Casa de Israel y Judá“. Él levantará un Salvador, de la Casa de David, y su justicia divina será revelada. Creemos que Jesús es el cumplimiento de esa promesa.
En la segunda lectura de la primera carta de San Pablo a los tesalonicenses
(3:12-4:2) San Pablo anima al pueblo a vivir plenamente la vida de Cristo. Ellos son llamados a “comportarse para agradar a Dios“, teniendo en cuenta las “instrucciones” que se les han dado.
Esto les llama a estar alerta y conscientes de la obra de Dios en y entre ellos, y a
estar en sintonía con los caminos de Dios. Si no son “vigilantes” no reconocerán su llamada, y no responder, y así no avanzar en su vida de gracia con Dios.
El adviento es un tiempo de espera paciente a la expectativa del nacimiento del Señor. Así como preparamos nuestros hogares y nuestra vida familiar para la celebración de la Navidad, también espiritual deberíamos estar preparándonos espiritualmente -empezando hoy- para celebrar el nacimiento del Salvador. Es un momento para salir de esa atrapada navideña, y hacer nuestro correo en el extranjero, pronto será seguido por la decoración de la casa -dentro y fuera- para reflejar el espíritu de la temporada. Pero el verdadero espíritu de la temporada de Adviento no son campanas, árboles y ponche de huevo. El espíritu de la temporada está recibiendo al Señor Jesús, que vino a la tierra como un niño en un humilde establo en Belén. Para esto tenemos que prepararnos, y ser “vigilantes” por las señales de gracia que él nos da.
Una de las maneras más importantes en las que nos preparamos espiritualmente es en nuestra vida de oración: como individuos, como familias y como comunidad parroquial. Para reconocer los caminos del Señor, y responder a su gracia abundante, debemos entrar en oración y unión con Dios. Esto requiere encontrar ese ‘lugar tranquilo‘ dentro de nosotros mismos, o alrededor de nosotros, donde podamos encontrar a Dios en silencio y reflexión. Con demasiada frecuencia llenamos nuestros días y nuestras vidas de ruido, que nos distrae y nos impide reflexionar, que nos impide pensar, que nos impida actuar. Si queremos ser “vigilantes” debemos buscar a Dios, y la mejor manera de hacerlo es buscarlo en silencio. Otra forma de prepararnos es seguir las lecturas de las Escrituras que nos da la Iglesia, no sólo las de la liturgia dominical, sino las de cada día. Siguiendo estas lecturas diariamente es como dar un paso más en la estación cada día. Incluso si tomamos diez minutos en oración, o en la lectura del Evangelio del día, podemos sorprendernos de lo mucho más “vigilantes” que nos volvemos, y estamos en sintonía con nuestro viaje espiritual de gracia.
La corona de Adviento es un símbolo tradicional del viaje a través del Adviento. Cada semana se enciende otra vela. La luz representa la presencia de Cristo, y cada semana la luz de Cristo crece sobre la corona, así como la luz de Cristo debería estar creciendo dentro de nosotros, ya que somos “vigilantes” a sus impulsos diarios. En nuestra vigilancia podremos distinguir y responder mejor a la oscuridad dentro y fuera de ella, de modo que no podemos sólo reconocer su luz, sino convertirnos en la luz de Cristo para otros, comenzando por nuestras familias, nuestros compañeros de trabajo y compañeros de clase, son vecinos y amigos. La luz de Cristo debería brillar intensamente si estamos comprometidos con Cristo.
En este primer domingo de Adviento damos el primer paso en un viaje espiritual que nos lleva a la celebración del nacimiento del Señor Jesús. No seamos negligentes o “último minuto” en nuestra respuesta a Dios, sino más bien “vigilantes” y conscientes de su presencia y llamada, para que nuestra respuesta pueda dar testimonio de nuestra vida en Cristo mientras crece y se desarrolla durante nuestro viaje de Adviento.

Solemnidad de Cristo Rey

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Evangelio según San Juan 18,33b-37.
Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?“.
Jesús le respondió: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?“.
Pilato replicó: “¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?“.
Jesús respondió: “Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí“.
Pilato le dijo: “¿Entonces tú eres rey?“. Jesús respondió: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz“.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Recuerdo, cuando era niño creciendo en Canadá, mapas mundiales en nuestras aulas. Los países del Imperio Británico estaban normalmente en rosa, y ocuparon bastante del mapa. Desde entonces, muchos de estos países son ahora independientes de Gran Bretaña, pero todavía disfrutan de algún tipo de relación -diplomática, social y económica- en la Mancomunidad.
Pensé en esto, cuando en el evangelio de hoy, Jesús dice: “El mío no es un reino de este mundo” (Juan 18:33-37). Si su reino no es de este mundo, ¿qué clase de rey es? Su reino no es identificable en un mapa, no es un reino territorial, pero es uno de la mente, el corazón y el espíritu. Es uno de una relación personal con Jesús como Cristo Rey.
La fiesta de Cristo Rey nos da la oportunidad de reflexionar sobre nuestra relación con Jesús como Rey. A diferencia de la realeza que asociamos con coronas y palacios, Jesús es un Rey con quien tenemos una relación personal, estamos en constante comunicación, y sabemos que somos amados enormemente por lo que somos.
Jesús nos dice que ha llegado a “dar testimonio de la verdad“, y que sus “sujetos” son aquellos “que están del lado de la verdad“, mientras “escuchan su voz“. Como Dios hecho hombre, Jesús vino a dar la plenitud de la revelación. Como siempre fiel a su misión, que le dio el Padre, compartió la verdad acerca de Dios, y acerca de quiénes somos. Esta verdad no siempre fue bien recibida entonces, y lo mismo ocurre hoy en día. La verdad de Dios no puede evitar llamarnos a un cambio en nuestra actitud y forma de vida. No puede evitar provocar una conversión dentro de nosotros. Porque es la verdad de Dios y no la verdad nuestra, significa escuchar y aceptar una visión diferente de la vida y el amor, de los valores y virtudes, de los acontecimientos y ocurrencias. Ver a la gente y las cosas como Dios las ve puede “costarnos“. Esta “escucha” de la que Jesús habla produce una nueva vida en nosotros, llamándonos de nosotros mismos y de lo que es conveniente, o lógico, o “simplemente” humano, a algo que es eterno y divino. Jesús dice que esto nos identifica como pertenecientes a su Reino.
En nuestra primera lectura del libro del Profeta Daniel (7:13-14) su visión revela la majestuosidad y gloria de Dios revelada en “uno como el hijo del hombre“. Jesús es ese “hijo del hombre“. Él es el cumplimiento de esta profecía y visión. Suyo es esta “soberanía, gloria y reinado… que nunca pasará“. Él es el rey para todos los tiempos, y en todas partes. Su reino no conoce restricciones de tiempo o lugar.
En la segunda lectura del libro del Apocalipsis (1:5-8) Jesús es proclamado nuestro rey. Su eternidad se proclama en “el Alfa y la Omega“. Su reinado ha llegado a nosotros a través de su sacrificio en la cruz, “lavando nuestros pecados con su sangre“. Pero, sobre todo, para mí, es escuchar que “él nos ama“. Un rey o una reina puede “amar” a sus súbditos, preocuparse por ellos y actuar a su favor. Pero esto es “amor“, que significa un conocimiento personal y amor de nosotros. Él ha compartido nuestra naturaleza humana, y a través de nuestro Bautismo hemos estado unidos a él, el Padre y el Espíritu Santo de una manera única y personal. No somos “uno de millones” en el sentido de que no somos importantes y sin nombre, sino que su amor es tan abarca todo que él “nos ama” de una manera personal. Le pertenecemos.
La fiesta no es sólo una celebración de que Jesús es nuestro Rey, sino una celebración de lo que somos como sus “sujetos“. Celebramos esa relación expresada por las lecturas de la liturgia de hoy. ¡Somos de él! Esto significa, en primer lugar, que respetamos y rendimos homenaje al Rey al seguir “escuchando su voz” y buscando la verdad. ¡Eso es trabajo! Nuestra conversión a la verdad de Cristo es un proceso continuo, y debemos continuar abriendo nuestra mente, corazón y espíritus a esta verdad. No somos sujetos que ondean banderas, sino aquellos que están constantemente conscientes de su presencia con nosotros. No está muy lejos en un castillo, sentado en un trono y llevando una corona. Él está íntimamente presente para nosotros, si estamos abiertos a él. Mientras seguimos fielmente a Jesús, cada vez más nos convertimos en nuestro Rey en virtud y comportamiento. Así, reflejamos nuestra naturaleza “real” que se proclama en nuestro Bautismo, cuando fuimos ungidos con Crisma como sacerdote, profeta y rey, compartiendo la realeza de Cristo.
Esto significa que tenemos una dignidad que se revela en nuestro diario vivir, o “debería” revelarse en nuestra vida cotidiana. Esta fiesta nos llama a asumir esa dignidad de una manera renovada, y a construir el Reino. Nuestro ejemplo tiene influencia, y damos testimonio de Cristo Rey cuando mostramos los valores y virtudes del Reino. Así es como construimos el Reino, y el reino de Cristo se extiende a otros.
Hoy, mientras celebramos la fiesta de Cristo Rey, renovemos nuestro deseo de “aclamarlo” como nuestro Rey por vidas sagradas de amor y servicio, de compasión y buena administración.

Mis palabras no pasarán

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Evangelio según San Marcos 13,24-32.
En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar,
las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán.
Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria.
Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.
Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano.
Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Cuando me subo a un vuelo (que han aumentado mucho desde que era Superior General) me sorprende la gran prisa de la gente por hacer cola. Algunas aerolíneas son más ordenadas que otras, llamando a la gente por “grupos“. Por lo general, sus pasajeros de primera clase y de clase empresarial van primero, junto con personas con niños pequeños, o personas con edad o discapacidades que requieren más tiempo para abordar. (He descubierto recientemente que el grupo tres está formado por asientos de ventana, el grupo cuatro de asientos intermedios y el grupo cinco de asientos del pasillo. Sin embargo, siempre pienso: “Gente, sabéis que hay un asiento para todos“. No es “el orden de llegada se sirve“. Tienes una tarjeta de embarque, y solo habrá una persona por asiento. ”Hoy, con cargos adicionales incluso por bolsas de mano, espacio para equipaje“, sin embargo, es un problema (especialmente si estás en el grupo 5, las dos últimas tablas).
Pensé en esta actitud cuando leí por primera vez el evangelio de hoy (Marcos 13:24-32). Hay un sentido de urgencia. Encuentro que estas lecturas del final del año litúrgico son las lecturas de “perdición y tristeza” del ciclo. Hablan de desastre y del final de los tiempos. Esto causa gran ansiedad para algunos, convencidos de que el momento es ahora. Ante esta urgencia y estas narrativas preocupantes y aterradoras, deberíamos estar confiados en nuestro lugar en el reino de Dios. ¡Hay un ‘asiento‘ para cada uno de nosotros allí también! ¡Yo creo eso! Así que, enfrentamos el día y el mundo con la calma y la confianza de que Dios está con nosotros, y que a medida que cooperamos con su gracia no sólo “sobreviviremos” el día y lo que trae, sino que vamos a compartir en la victoria de Jesús sobre la tentación, el mal y el pecado que está a nuestro alrededor, y dentro de nosotros. Cuando Jesús dice: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”, veo que reforzar nuestra fe en esa vida que viene con Dios, pero también (mientras tanto) nos da valor para vivir cada día al máximo, con la gracia de Dios.
En nuestra primera lectura del libro de Daniel (12:1-3) Miguel, el arcángel, anuncia el futuro de los fieles con Dios. Se nos dice que estamos “guardados“, que seremos “preservados“, y que nosotros (los aprendidos) “brillaremos tan intensamente como la bóveda del cielo“. Estas son palabras de tranquilidad, a pesar de la “angustia” de la que habla. ¡Qué palabras alentadoras! Todos necesitamos oír eso, y tenemos que ir un paso más allá y creerlo. Entonces caminamos en fe y confianza. Entonces ‘batallamos‘ contra el mal que nos rodea, sabiendo que la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte es nuestra. Entonces sabemos que, después de todo, hay un asiento en ese avión hacia el reino que lleva nuestro nombre en él. Estamos destinados a la vida eterna (comida opcional).
Nuestra Segunda Lectura de la Carta a los Hebreos (10:11-14, 18) también nos anima, que el sacrificio de Jesucristo en la cruz sea de una vez y para siempre. Nuestros pecados han sido perdonados, y hemos sido “santificados“= hechos santos. Para algunos, una cosa es la aceptación intelectual de esto, pero la experiencia vivida es otra. Puede que no siempre nos sintamos salvos o “santificados“, especialmente cuando nos alejamos del camino del Señor. Sin embargo, tenemos el control de eso, y a través de la gracia abundante de Dios, tenemos todo lo que necesitamos para asegurar nuestro futuro con el Señor, eventualmente en su reino. Esta seguridad viene a medida que nos acercamos al Señor, dándonos cuenta de cómo la gracia de Dios está activa en nosotros y cómo nos hemos alejado del mal, la tentación y el pecado. Puede que este no sea un desafío fácil, pero con la ayuda de Dios no es imposible.
Me gusta creer que soy optimista. Pero, aún más, creo que soy una persona de esperanza. La esperanza es el carisma de la Congregación de la Resurrección. El optimismo, para mí, significa que confío en las buenas intenciones humanas, mientras que la esperanza se basa en el conocimiento y la experiencia de que Dios puede hacer lo imposible y lo improbable, como lo hizo levantando a Jesús de entre los muertos. Los discípulos fueron a la tumba la mañana de Pascua porque esperaban encontrar un cuerpo sin vida. ¡En vez de eso, encontraron un Señor resucitado! Dios había hecho lo imposible y lo improbable, y lo hace continuamente hoy en nuestras propias vidas. Puede que no tengamos que mirar muy atrás para reconocer este don y la gracia de Dios. A pesar de la angustia o las realidades negativas, nos mantuvimos firmes en la esperanza de que Dios volverá a actuar, haciendo lo imposible y lo improbable. Uno de los ejemplos más comunes y universales de esto es nuestra reacción humana natural ante la pérdida de un ser querido. Estamos afligidos, tristes y confundidos. Pensamos que con la pérdida del ser querido nuestra vida también ha terminado, y nunca volveremos a sonreír y nunca experimentaremos la alegría de vivir. Sin embargo, todos hemos experimentado cómo poco a poco, día a día, esta realidad cambia y con ilusión encontramos esa razón para sonreír, y tenemos una alegría de vivir. Cada vez que esto sucede, podemos repetir este ciclo, hasta que “lo consigamos” y nuestra esperanza sea lo suficientemente fuerte como para sostenernos y apoyarnos desde el principio. Esto también nos brinda oportunidades para apoyar a otros, y para ayudarles a reconocer cómo en el pasado el Señor ha hecho lo imposible y lo improbable en sus vidas, y que lo hará de nuevo.
Para mí, en mi vida, esto influye en la forma en que vivo con las lecturas de “perdición y penumbra“, y los fatalistas y profetas del día del juicio final. Así como nuestras lecturas deben darnos confianza y esperanza, nuestra propia experiencia personal debería reforzarnos. No deberíamos dejarnos vencer por sentimientos de temor, sino más bien reconocer cómo la gracia de Dios está trabajando -dentro y a través de nosotros también- y que la vida es buena porque Dios está con nosotros.
Así que, enfrentamos estas últimas semanas del año litúrgico con esperanza y coraje. No hay razón para apresurarse y ponerse en línea. Dios, en su tiempo, revelará el tiempo final. Mientras tanto, tenemos nuestra tarjeta de embarque (como en un avión o tren), y con confianza sabemos que hay un lugar para nosotros con Dios en su reino.

San Josafat de Lituania y Ucrania

Cada 12 de noviembre la Iglesia celebra a San Josafat, patrono de la vuelta a la unidad entre ortodoxos y católicos, quien fuera obispo greco-católico ruteno y mártir de la cristiandad.
Josafat (Juan) Kuncewicz nació en Volodimir de Volinia, ducado de Lituania, en 1580. Hijo de padres ortodoxos, vivió los tiempos en los que la Iglesia ortodoxa tradicional y la Iglesia greco-católica bielorrusa de rito griego se encontraban en una pugna constante. Finalmente esta última restableció la plena comunión con Roma durante el Concilio de Florencia (1451-1452), reconociendo el primado de Pedro sobre el resto de los obispos.
Josafat, por su parte, se había convertido al catolicismo y era admitido en la Orden de San Basilio. Fue ordenado sacerdote de rito bizantino y posteriormente llegó a ser arzobispo de Polotsk (hoy Bielorrusia).
A San Josafat le tocó vivir tiempos turbulentos: el cisma seguiría siendo una herida abierta en la cristiandad, muchos templos se hallaban en ruinas y a su alrededor se acrecentaba la crisis del clero secular, con sacerdotes “casados” -entre ellos incluso algunos polígamos- y una vida monástica en franco declive.
Como obispo, San Josafat convocó a sínodo a los pastores bajo su mando para enfrentar la crisis, publicó un catecismo, dispuso ordenanzas sobre la conducta del clero y buscó acabar con las interferencias del poder secular en los asuntos de la iglesia local. A la par, trabajó incansablemente por asistir a sus ovejas, fortaleciendo la administración de los sacramentos y la atención a los más necesitados, pobres, enfermos y prisioneros.
Su celo pastoral le acarreó calumnias, críticas malintencionadas e incomprensiones. Se hizo de enemigos “externos” pero también de inesperados enemigos “internos”, puesto que muchos católicos querían evitar el imperio de la disciplina espiritual y las exigencias propias de la caridad. De esta forma, se convirtió en blanco de una serie de conspiraciones para defenestrarlo e incluso matarlo. El santo, en respuesta al peligro inminente sobre su vida, llegó a decir: “Estoy pronto a morir por la sagrada unión, por la supremacía de San Pedro y del Romano Pontífice“. Así, el 12 de noviembre de 1623, al grito de “¡Muerte al papista!”, San Josafat fue atacado por la turba y luego asesinado, cayó atravesado por una lanza.
El Beato Pío IX, en 1867, fue el encargado de canonizar a San Josafat, convirtiéndose en el primer santo de la Iglesia católica de Oriente que pasó por un proceso formal de canonización.
Durante el Concilio Vaticano II, y a solicitud del Papa San Juan XXIII, los restos de San Josafat fueron puestos en el altar de San Basilio, en la Basílica de San Pedro.
El Papa Pío XI, en su Carta Encíclica “Ecclesiam Dei” escribió que San Josafat “comenzó a dedicarse a la restauración de la unidad, con tanta fuerza y tanta suavidad a la vez y con tanto fruto que sus adversarios lo llamaban «ladrón de almas»”.
Fuente: ACI Prensa.

Misioneros Combonianos

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150 años de historia y misión

Los Misioneros Combonianos nacieron, hace 150 años, como fruto de la pasión de San Daniel Comboni por compartir la vida, la esperanza y la fuerza liberadora del Evangelio de Jesús con las gentes de África.
Esa misma pasión ha guiado a los Combonianos en su servicio misionero a lo largo de una historia sembrada de luchas, alegrías, límites y, sobre todo, de un compromiso apasionado con los pueblos en África, y en otras partes del mundo, con quienes han compartido su vida y misión.
Comboniano Gianni PacherPadre Gianni Pacher MCCJ (09.03.1954–30.03.2009)
Por Padre Romeo Ballan MCCJ.
El Padre Gianni Pacher, nacido en Levico (Trento) el 9 de marzo de 1954, era hijo de una familia de profundas raíces cristianas y empeñada en el campo educativo y social. Su padre Alejandro y su madre Ana María dieron a sus cinco hijos una sólida formación religiosa y profesional. El mismo Gianni había conseguido el título de constructor técnico. Pero el Señor había definido su camino: el de sacerdote misionero. A los 22 años entró al noviciado de los Combonianos en Venegono Superiore (Varese), a los 24 hizo sus votos religiosos e inició sus estudios teológicos en la Universidad Urbaniana de Roma; siguió un año de experiencia misionera en Perú y la ordenación sacerdotal en Levico el 13 de febrero de 1982, de manos de Monseñor Eduardo Mason. Enseguida después, salió para el Perú donde permaneció más de cinco lustros, excepto por un breve período (poco más de un año, en el 2000) como responsable de la comunidad de Limone sul Garda, en la casa natal de nuestro Fundador. Perú fue su patria misionera, a la que se dedicó con alma y cuerpo, corazón e inteligencia, energías y esperanzas. Las comunidades misioneras en las que trabajó se encontraban en los Andes, en Lima, y en la selva del Perú, en Yanahuanca (a 3.300 m.); en Lima trabajó en la redacción y difusión de las revistas combonianas “Misión sin Fronteras” y “Aguiluchos”, donde trabajamos juntos durante algunos años. Después, otra vez, en la misión más alejada y difícil de llegar: Pozuzo, entre los Andes y la selva amazónica (lugar de la primera presencia comboniana en Perú y en América, desde el 1938). Fueron 20 años de vida dura en zonas peligrosas debido a la presencia del terrorismo cruel de los movimientos ‘Sendero Luminoso’ y ‘MRTA’, que dominaban en los Andes y en la selva amazónica con la complicidad de los narcotraficantes. Las muertes de campesinos y de autoridades civiles y militares eran frecuentes. El peligro existía también para los misioneros, pero los Combonianos se quedaron igualmente en su sitio, junto a la gente.
Después del periodo de Limone (en 2000), volvió a Perú para una misión que el Padre Gianni quería fuese diferente, en zonas más difíciles, nuevas, por lo menos para los Combonianos. Su atención se fijó en una zona de la selva amazónica: San Martín de Pangoa, en el Vicariato Apostólico de San Ramón, atendida por los misioneros franciscanos. Primero trabajó solo, después, poco a poco, el grupo comboniano del Perú, ante la insistencia propia y del obispo, aceptó esa misión como un empeño de todo el grupo. El Padre Gianni había metido corazón y energías, e incluso iniciativas de promoción cultural de la gente del lugar, en particular de los jóvenes, sobre todo construyendo una gran escuela, gracias a las ayudas económicas de muchos amigos y bienhechores italianos.

El 29 de marzo de 2009 el obispo cedía a los Combonianos la misión de San Martín de Pangoa y ahora tres combonianos trabajan, de manera continua en esa misión: dos sacerdotes y un hermano. Y esta es la noticia de los últimos días. Nos habla el Padre Rogelio Bustos Juárez, provincial de los Combonianos en Perú: “Hace poco que he vuelto de San Martín de Pangoa, donde el Padre Gianni trabajó durante los seis últimos años y que precisamente ayer, 29 de marzo, la tomamos como comunidad comboniana. Era evidente el afecto de la gente hacia nuestro hermano por todo el bien que hizo. Cuando, hace algunos días, le invité a que me acompañase para la ceremonia de aceptación de la parroquia, me respondió que no le gustaban esas cosas, que prefería acompañarme desde Lima rezando por todas las personas que conocía y había seguido durante su servicio en aquella zona. Hace algunos meses, habían diagnosticado al Padre Gianni un tipo de epilepsia y una serie de problemas en su salud. Se estaba curando en la clínica Tezza de Lima. Se le propuso ayudarnos en el economato provincial para que, encontrándose en Lima, pudiera hacer más fácilmente sus controles médicos, sin tener que desplazarse ni hacer esos viajes tan estresantes y evitar grandes sacrificios. Estaba tomando confianza en su nuevo servicio. Nada preveía esta triste conclusión. Su corazón no resistió y murió esta mañana, del 30 de marzo, debido a un infarto fulminante”.
Escribimos algunas frases de la carta que el Superior General, el Padre Teresino Serra, envió a la madre y a los familiares del Padre Gianni: “La triste noticia, inesperada e improvisa, causó incredulidad y dolor en todos. Humanamente tenemos el corazón dolorido, mientras la fe nos invita a agradecer a Dios por la vida del Padre Gianni y por su amor a la misión. Los ejemplos de fe del Padre Gianni son tantos y hay que seguirlos. Recordamos, entre las virtudes, su bondad y su amor a la gente. Su fe no era complicada: era la fe típica de quien cree firmemente en su vocación”.
Mi lectura personal de la muerte del Padre Gianni es la siguiente: para el Padre Gianni su muerte tiene el sentido de la “misión cumplida”. Ha ofrecido su vida por la de la comunidad indígena de la selva amazónica de San Martín de Pangoa. De nuevo podemos decir que el “grano de trigo” que cayó en la tierra murió para dar vida.
La mañana del 7 de abril el cuerpo salió hacia Verona y Levico Terme (Trento), donde lo recibió su madre, hermanos, hermanas, parientes y tantísima gente, que llenaba la iglesia de Levico, para la Misa de las 14.30, presidida por el vicario general de la diócesis, Monseñor Lauro Tisi, acompañado por más de 30 sacerdotes, entre los que se contaban unos 15 combonianos (de Trento, Arco, Limone, Verona, Bressanone, Como). Intervinieron en la homilía Monseñor Tisi, el Padre Romeo Ballan (de Verona) y el Padre William Dal Santo (del Perú). Al final hubo testimonios de familiares, del alcalde de Levico y del director de la Secretariado Misionero de Trento. La emoción era tan grande como la estima que este Comboniano, muerto a los 55 años, supo suscitar a su alrededor y en favor de las lejanas tierras misioneras de los Andes y de la selva amazónica del Perú.