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Consagración de Rusia y Ucrania

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ACTO DE CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA
Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros, en esta hora de tribulación, recurrimos a ti. Tú eres nuestra Madre, nos amas y nos conoces, nada de lo que nos preocupa se te oculta. Madre de misericordia, muchas veces hemos experimentado tu ternura providente, tu presencia que nos devuelve la paz, porque tú siempre nos llevas a Jesús, Príncipe de la paz.
Nosotros hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales. Hemos desatendido los compromisos asumidos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes. Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común. Hemos destrozado con la guerra el jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a todo, menos a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: perdónanos, Señor.
En la miseria del pecado, en nuestros cansancios y fragilidades, en el misterio de la iniquidad del mal y de la guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas que Dios no nos abandona, sino que continúa mirándonos con amor, deseoso de perdonarnos y levantarnos de nuevo. Es Él quien te ha entregado a nosotros y ha puesto en tu Corazón inmaculado un refugio para la Iglesia y para la humanidad. Por su bondad divina estás con nosotros, e incluso en las vicisitudes más adversas de la historia nos conduces con ternura.
Por eso recurrimos a ti, llamamos a la puerta de tu Corazón, nosotros, tus hijos queridos que no te cansas jamás de visitar e invitar a la conversión. En esta hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”. Tú sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio.
Así lo hiciste en Caná de Galilea, cuando apresuraste la hora de la intervención de Jesús e introdujiste su primer signo en el mundo. Cuando la fiesta se había convertido en tristeza le dijiste: «No tienen vino» (Jn 2,3). Repíteselo otra vez a Dios, oh Madre, porque hoy hemos terminado el vino de la esperanza, se ha desvanecido la alegría, se ha aguado la fraternidad. Hemos perdido la humanidad, hemos estropeado la paz. Nos hemos vuelto capaces de todo tipo de violencia y destrucción. Necesitamos urgentemente tu ayuda materna.

Acoge, oh Madre, nuestra súplica.
Tú, estrella del mar, no nos dejes naufragar en la tormenta de la guerra.
Tú, arca de la nueva alianza, inspira proyectos y caminos de reconciliación.
Tú, “tierra del Cielo”, vuelve a traer la armonía de Dios al mundo.
Extingue el odio, aplaca la venganza, enséñanos a perdonar.
Líbranos de la guerra, preserva al mundo de la amenaza nuclear.
Reina del Rosario, despierta en nosotros la necesidad de orar y de amar.
Reina de la familia humana, muestra a los pueblos la senda de la fraternidad.
Reina de la paz, obtén para el mundo la paz.
Que tu llanto, oh Madre, conmueva nuestros corazones endurecidos. Que las lágrimas que has derramado por nosotros hagan florecer este valle que nuestro odio ha secado. Y mientras el ruido de las armas no enmudece, que tu oración nos disponga a la paz. Que tus manos maternas acaricien a los que sufren y huyen bajo el peso de las bombas. Que tu abrazo materno consuele a los que se ven obligados a dejar sus hogares y su país. Que tu Corazón afligido nos mueva a la compasión, nos impulse a abrir puertas y a hacernos cargo de la humanidad herida y descartada.
Santa Madre de Dios, mientras estabas al pie de la cruz, Jesús, viendo al discípulo junto a ti, te dijo: «Ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26), y así nos encomendó a ti. Después dijo al discípulo, a cada uno de nosotros: «Ahí tienes a tu madre» (v. 27). Madre, queremos acogerte ahora en nuestra vida y en nuestra historia. En esta hora la humanidad, agotada y abrumada, está contigo al pie de la cruz. Y necesita encomendarse a ti, consagrarse a Cristo a través de ti. El pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que te veneran con amor, recurren a ti, mientras tu Corazón palpita por ellos y por todos los pueblos diezmados a causa de la guerra, el hambre, las injusticias y la miseria.
Por eso, Madre de Dios y nuestra, nosotros solemnemente encomendamos y consagramos a tu Corazón inmaculado nuestras personas, la Iglesia y la humanidad entera, de manera especial Rusia y Ucrania. Acoge este acto nuestro que realizamos con confianza y amor, haz que cese la guerra, provee al mundo de paz. El “sí” que brotó de tu Corazón abrió las puertas de la historia al Príncipe de la paz; confiamos que, por medio de tu Corazón, la paz llegará. A ti, pues, te consagramos el futuro de toda la familia humana, las necesidades y las aspiraciones de los pueblos, las angustias y las esperanzas del mundo.Que a través de ti la divina Misericordia se derrame sobre la tierra, y el dulce latido de la paz vuelva a marcar nuestras jornadas. Mujer del sí, sobre la que descendió el Espíritu Santo, vuelve a traernos la armonía de Dios. Tú que eres “fuente viva de esperanza”, disipa la sequedad de nuestros corazones. Tú que has tejido la humanidad de Jesús, haz de nosotros constructores de comunión. Tú que has recorrido nuestros caminos, guíanos por sendas de paz. Amén.

Evangelio viviente

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Evangelio según San Lucas 13,1-9.
En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.
El les respondió: “¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás?
Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.
¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?
Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera”.
Les dijo también esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró.
Dijo entonces al viñador: ‘Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?’.
Pero él respondió: ‘Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás‘”.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Hay una historia sobre un famoso cuadro que muestra a un joven jugando al ajedrez con el diablo, jugándose la posesión del alma del joven. Representa al diablo que acaba de hacer una jugada brillante. La mayoría de los ajedrecistas que miraron el cuadro, y el tablero de ajedrez, sintieron simpatía por el hombre. Sin embargo, Paul Murphy, un antiguo jugador de ajedrez de categoría mundial, se sintió intrigado por el cuadro, y al estudiarlo más de cerca vio algo que nadie más vio. Emocionado, gritó al joven del cuadro: “¡No te rindas! Todavía te queda una jugada excelente. Todavía hay esperanza“*.
Esta historia me vino a la mente cuando leí el evangelio de esta semana (Lucas 13:1-9), con la parábola de la higuera. A todas luces es una rama inútil, que no produce ningún fruto, sólo ocupa espacio en el huerto. De manera similar, el jardinero vio algo en la higuera que le dio esperanza, y convenció al dueño de la propiedad para que le diera un año más. Al mismo tiempo, pedía un año más para sí mismo, para poder hacer todo lo humanamente posible para reanimar la higuera y darle la oportunidad de dar fruto.
En nuestra Primera Lectura, del Libro del Éxodo (3:1-8a, 13-15) vemos a Dios interviniendo en la vida de su pueblo elegido. Toma la iniciativa con Moisés, al revelarse, y su promesa de rescatarlos. Los conducirá a “una tierra que mana leche y miel“. Dios está con nosotros, y promete estar con nosotros en nuestras necesidades, aquí y ahora, como estuvo con Moisés.
Nuestra Segunda Lectura, de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios (10:1-6, 10-12) refleja la nueva alianza de Dios, con los que han sido lavados por las aguas del Bautismo. Somos el pueblo que se regodea en la seguridad de nuestra salvación en Jesucristo. Ya no andamos por el desierto. La “roca” para nosotros es Jesús. Nuestro alimento espiritual ya no es el maná, sino el Cuerpo de Cristo. Dios sigue estando con su pueblo, con nosotros.
En nuestro evangelio me llamó la atención la parábola de la higuera. Todo el evangelio contiene la llamada al arrepentimiento, pero la higuera me ejemplifica la obra de misericordia que actúa por la gracia de Dios. Dios nos da esperanza. Su misericordia nos permite empezar de nuevo, tanto si nos sentimos dignos como si no. Él asume el papel del jardinero, nuestro abogado, que defiende nuestro caso ante el propietario de la tierra. Nos da otra oportunidad, un indulto. Nos promete “cultivar la tierra alrededor y fertilizarla“. Se pondrá a trabajar, si se lo permitimos. Esto no significa que nos “durmamos en los laureles“, y que todo dependa del Señor, sino que aprovechemos este tiempo de gracia que se nos concede y nos arrepintamos de nuestros pecados. Este es el corazón del tiempo de Cuaresma. La gracia de Dios es abundante, y nos proporciona tantas oportunidades de dar fruto -el fruto del reino de Dios- si tan sólo estamos atentos y somos conscientes de ellas, en nuestra oración, en su Palabra salvadora, en el ejemplo de otros en la Comunidad de la Iglesia, y en particular en los Sacramentos. En esta época del año, en particular, el Sacramento de la Reconciliación es una fuente de renovación para nosotros, al pasar del árbol seco e infructuoso al árbol vivo y fructífero.
Este evangelio no trata sólo del perdón y de la posibilidad de una nueva vida, sino de la misericordia. Mientras que el perdón es humano, la misericordia es de inspiración divina. Esto nos desafía a mirar más allá del “simple” perdón para mostrar la misericordia. El padre del hijo pródigo fue misericordioso. La misericordia es a menudo inesperada, y va más allá de lo que parece lógico.
Creo que Dios nos mira con esos ojos de amor y misericordia, como en la parábola de la higuera. Nos mira y nos asegura que “hay esperanza“. Dios nos creó y formó, y es sólo por la pecaminosidad de nuestra condición humana que no damos fruto. Elegimos no dar fruto cuando tomamos decisiones que nos alejan de Dios, y nos ponen en desacuerdo con los que nos rodean.
Mientras reflexionaba sobre el evangelio durante la semana, pensé: ¿cuáles son las formas en que el jardinero, el Señor Jesús, nos va a cultivar y fertilizar durante este tiempo de Cuaresma? El Miércoles de Ceniza escuchamos en el evangelio (Mateo 6:1-6,16-18) tres formas seguras en las que Dios puede trabajar en nosotros, y sobre nosotros, durante la Cuaresma. La primera es a través de nuestra oración. El hecho de que estemos hoy aquí es una señal de que la oración y la adoración son importantes para nosotros. Es de esperar que durante la Cuaresma hagamos un esfuerzo especial para fortalecer nuestra oración y nuestro culto. El segundo medio para que Dios nos “cultive” es el ayuno. Esto no significa necesariamente sólo en relación con la comida y las bebidas, sino las oportunidades de mostrar que nuestro espíritu es más fuerte que nuestra carne, renunciando también a actividades y cosas que pueden dominarnos fácilmente. Tal vez para algunos esto podría ser alguna fuente de adicción -alcohol o cigarrillos- o incluso algo tan simple como reducir nuestro tiempo en la computadora o la televisión para pasar más tiempo compartiendo con nuestros seres queridos. La tercera forma en que Dios puede ayudarnos a producir frutos del reino de Dios es mediante actos de caridad. De esta manera ponemos en acción lo que nuestro corazón desea. Puede que no se trate sólo de dar limosna a los pobres, sino que puede adoptar la forma de un mayor amor, comprensión y aprecio por las personas que forman parte de nuestra vida: en casa, en la escuela y en el trabajo. Éstas son sólo algunas de las formas en que la gracia de Dios puede bombardearnos, y lo hará, si nos abrimos a su influencia.
La higuera existía para dar fruto. Esa era su propia naturaleza. Nuestra propia naturaleza, como hijos de Dios y seguidores de Jesús, es dar fruto del reino de Dios, viviendo y compartiendo las virtudes y valores del reino. Dios nos mira, como el jardinero miraba la higuera, como Paul Murphy miraba el cuadro, y nos asegura que hay esperanza, que podemos cambiar, y que podemos abrazar una vida de gracia, y experimentar la nueva vida de Cristo resucitado. ¡Démosle una oportunidad a Dios!
*Esta historia introductoria está tomada de Homilías dominicales ilustradas, Año C, Serie II, por Mark Link SJ. Tabor Publishing, Allen Texas. Página 23.

Escúchalo

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Evangelio según San Lucas 9,28b-36.
Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar.
Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante.
Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías“. El no sabía lo que decía.
Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor.
Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: “Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo“.
Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Cuando trabajé con las comunidades católicas hispanas de los condados de Waterloo, Wellington y Brant en la Diócesis de Hamilton en Ontario mi asistente, la hermana Beatrice, y yo nos iríamos para un día de planificación pastoral. Normalmente era un día en esta época del año, para revisar nuestras actividades y programas, y hacer planes para el próximo año. Un año decidimos ir a nuestra cabaña de verano resurreccionista en el lago Conestoga, a una media hora en coche fuera de Waterloo. Sucedió que -siendo invierno- había mucha nieve, y mi Superior me dijo que dejara el coche al final de la carretera, y caminara hasta la cabaña. Probablemente fue a unos quince minutos a pie. Sin embargo, sabiéndolo mejor (¡NO! ), decidí conducir. El viaje en la carretera elevada no fue problema, aunque estaba cubierto de nieve. Sin embargo, el problema llegó cuando salí de la carretera y me detuve en la propiedad, y choqué contra unos pocos metros de nieve. Salimos del coche y llevamos todos nuestros materiales (y comida) a la cabaña y tuvimos nuestra exitosa reunión. Cuando fuimos a salir no pude subir el coche a la carretera, debido a toda la nieve alrededor y debajo de mi coche. Así que tuve que ir a un vecino y pedir ayuda. Consiguió que un granjero local viniera con su tractor para sacarme, lo que no solo retrasó nuestra salida, sino que me costó unos cuantos dólares.
Pensé en este desafortunado suceso cuando leí el evangelio de hoy (Lucas 9:28b-36), y las palabras “Escúchalo“. Puede que todos escuchemos, pero eso no significa que escuchemos.
En nuestra Primera Lectura del Libro del Génesis (15:5-12, 17-18) escuchamos acerca de la intervención de Dios en la vida de Abram (más tarde será llamado Abraham). Dios le promete a Abram que su descendencia será tantas como las estrellas en el cielo. Él revela su poder, instruyendo a Abram cómo establecer un altar de sacrificio, y luego milagrosamente enviando fuego sobre los sacrificios de animales. Abram creyó en la promesa de Dios, y la vio cumplida delante de sus propios ojos. Escuchó la instrucción de Dios, y la voluntad de Dios se cumplió.
La Segunda Lectura, de la Carta de San Pablo a los Filipenses (3:17-40:1) revela la infidelidad del pueblo a Dios, y cómo va a tratar con ellos. Él los llama “enemigos de la cruz“, así, enemigos de Jesucristo. Él los llama a un cambio de actitud y comportamiento, y a “mantenerse firmes en el Señor“. Si escuchamos la Palabra de Dios, y su revelación verdaderamente “mantendremos firmes en el Señor“, y haremos su voluntad.
Nuestro evangelio, de la Transfiguración, es digno de un Cecil B. DeMille o David Spielberg. Es un acontecimiento dramático ante los ojos de Pedro, Santiago y Juan. Nunca se habrían imaginado, escalando el Monte Tabor con Jesús, ver tal vista – él siendo transfigurado, junto con Moisés y Elías – y mucho menos escuchar la voz del Padre hablar y decir “Este es mi Hijo elegido; escúchalo“. El significado de Moisés es que representa la Ley Judía, y los cinco primeros libros de las Escrituras Hebreas. Elías, el gran profeta, representa la tradición profética en las Escrituras Hebreas. La presencia de los dos con Jesús es una señal segura de la continuidad de la revelación de Dios, y que Jesús ha venido a completar la revelación en la Ley y los profetas. A partir de este momento, deben haber estado seguros de que Jesús es el Cristo, después de tan extraordinaria manifestación de Dios.
Aunque la voz del Padre les dijo, y a nosotros, que “escucháramos“, tenemos problemas para hacerlo. En nuestra condición humana, “oímos“, pero no necesariamente “escuchamos“. Usamos las dos palabras indistintamente, pero se refieren a dos realidades muy diferentes. ‘Audición‘ es una capacidad fisiológica para recibir ondas sonoras que son reconocibles como palabras o sonidos. ‘Escuchar‘ implica que hemos ‘escuchado‘, pero también que estamos reconociendo que vamos a hacer algo al respecto. Escuché a mi superior decirme que no conduzca el coche a la cabaña. Vi sus labios moverse y ‘escuché‘ su voz, pero no ‘escuchaba‘. En nuestra condición humana esto puede suceder a menudo – en casa, en el trabajo, en la escuela y entre nuestros amigos. Nosotros ‘escuchamos‘ sus voces, pero no estamos ‘escuchando‘. Nuestras mentes podrían estar a un millón de millas de distancia, o podríamos estar diciéndonos a nosotros mismos “¡De ninguna manera! “ Este fenómeno no se limita al niño desobediente, sino que se extiende a nosotros como adultos y cosas como nuestra visita al médico. El doctor dice “Pierde diez libras“, y lo ‘escuchamos‘, vemos sus labios moverse y reconocemos las palabras, pero (si eres como yo) ya estamos planeando nuestro próxima solución dulce.
Escuchar‘ a Dios tiene sus consecuencias. Significa que vamos a responder -y no sólo “escuchar“- sus palabras. En nuestro viaje Cuaresma sabemos que estas son palabras que nos llaman a la renovación, a la conversión y al cambio. Son palabras que requieren un cambio de actitud y comportamiento. Tal vez podamos recordar en tiempos pasados que “escuchar” a Jesús ha traído movimientos llenos de gracia en nuestras vidas. En nuestra oración, y en la Palabra de Dios, descubrimos su revelación: como con Abram, y como con Pablo, y como con Pedro, Santiago y Juan. Hoy el Padre nos dice, que si seguimos a Jesús, y si nos “mantenemos firmes en el Señor“, y no somos “enemigos de la cruz“, seguiremos la instrucción del Padre, y de hecho “escucharemos” a Jesús, y lo tomaremos en serio.
En este Segundo Domingo de Cuaresma estamos invitados a abrir nuestros oídos, nuestra mente, nuestro corazón y nuestros espíritus para realmente ‘escuchar‘ a Jesús y actuar. Reconozcamos, de hecho, que Jesús es el Hijo elegido, y nosotros debemos “escucharle“.
SANTA MISA EN EL IV CENTENARIO DE LA CANONIZACIÓN DE SAN IGNACIO DE LOYOLA, SAN FRANCISCO JAVIER, SANTA TERESA DE JESUS, SAN ISIDRO LABRADOR Y SAN FELIPE NERI
El Evangelio de la transfiguración que acabamos de escuchar relata cuatro acciones de Jesús. Será bueno fijarnos en lo que hace el Señor, para encontrar en sus gestos las indicaciones para nuestro camino.
El primer verbo -la primera de estas acciones de Jesús- es tomar consigo. Dice el texto que Jesús «tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan» (Lc 9,28). Es Él quien tomó a los discípulos, y es Él quien nos ha tomado junto a sí. Nos ha amado, nos ha elegido y nos ha llamado. En el origen está el misterio de una gracia, de una elección. Ante todo, no hemos sido nosotros quienes tomamos una decisión, sino que fue Él quien nos llamó, sin ningún mérito de nuestra parte. Antes de ser aquellos que han hecho de su vida una ofrenda, somos quienes han recibido un regalo gratuito: el regalo de la gratuidad del amor de Dios. Hermanos y hermanas, nuestro camino tiene que empezar cada día desde aquí, desde la gracia original. Jesús ha hecho con nosotros lo mismo que con Pedro, Santiago y Juan: nos llamó por nuestro nombre y nos tomó con él. Nos ha tomado de la mano. ¿Para llevarnos a dónde? A su monte santo, donde ya desde ahora nos ve para siempre con Él, transfigurados por su amor. Ahí es donde nos lleva la gracia, esta gracia primaria, primigenia. Por eso, cuando experimentemos amargura y decepción, cuando nos sintamos menospreciados o incomprendidos, no caigamos en quejas y nostalgias. Son tentaciones que paralizan el camino, senderos que no llevan a ninguna parte. En cambio, a partir de la gracia, de la llamada, tomemos nuestra vida en nuestras manos. Y acojamos el regalo de vivir cada día como un tramo de camino hacia la meta.
Tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan. El Señor toma a los discípulos juntos, los toma como comunidad. Nuestra llamada está arraigada en la comunión. Para empezar cada día, además del misterio de nuestra elección, necesitamos revivir la gracia de haber sido acogidos en la Iglesia, nuestra santa Madre jerárquica, y por la Iglesia, nuestra esposa. Pertenecemos a Jesús, y le pertenecemos como Compañía. No nos cansemos de pedir la fuerza para construir y conservar la comunión, para ser fermento de fraternidad para la Iglesia y para el mundo. No somos solistas que buscan ser escuchados, sino hermanos que forman un coro. Sintamos con la Iglesia, rechacemos la tentación de buscar éxitos personales y formar facciones. No nos dejemos arrastrar por el clericalismo que nos vuelve rígidos ni por las ideologías que dividen. Los santos que hoy recordamos han sido columnas de comunión. Nos recuerdan que, en el cielo, a pesar de nuestras diferencias de carácter y de perspectiva, estamos llamados a estar juntos. Y si vamos a estar unidos para siempre allá arriba, ¿por qué no empezar desde ahora aquí abajo? Acojamos la belleza de haber sido tomados juntos por Jesús, llamados juntos por Jesús. Este es el primer verbo: tomó.
El segundo verbo: subir. Jesús «subió a la montaña» (v. 28). El camino de Jesús no es cuesta abajo, sino que es un ascenso. La luz de la transfiguración no llega en la planicie, sino después de un camino difícil. Por tanto, para seguir a Jesús hay que dejar las planicies de la mediocridad y las bajadas de la comodidad; hay que dejar los propios hábitos tranquilizadores para efectuar un movimiento de éxodo. De hecho, en lo alto de la montaña, Jesús hablaba con Moisés y Elías precisamente de su «partida […], que iba a cumplirse en Jerusalén» (v. 31). Moisés y Elías habían subido al monte Sinaí u Horeb, después de dos éxodos en el desierto (cf. Ex 19; 1 R 19); ahora hablan con Jesús del éxodo definitivo, el de su pascua. Hermanos y hermanas, sólo la subida de la cruz conduce a la meta de la gloria. Este es el camino: de la cruz a la gloria. La tentación mundana es buscar la gloria sin pasar por la cruz. A nosotros nos gustarían caminos conocidos, rectos y llanos, pero para encontrar la luz de Jesús es necesario que salgamos continuamente de nosotros mismos y vayamos detrás de Él. Como hemos oído, el Señor, que desde el principio «llevó afuera» a Abraham (Gn 15,5), nos invita también a nosotros a salir y a subir.
Para nosotros, los jesuitas, la salida y la subida siguen un camino específico, que la montaña simboliza bien. En la Escritura, la cima de las montañas representa el borde, el límite, la frontera entre la tierra y el cielo. Y estamos llamados a salir para ir precisamente allí, al confín entre la tierra y el cielo, donde el hombre se “enfrenta” a Dios con dificultad; a compartir su búsqueda incómoda y su duda religiosa. Es allí donde debemos estar, y para ello debemos salir y subir. Mientras el enemigo de la naturaleza humana quiere convencernos de que volvamos siempre sobre los mismos pasos, los de la repetición estéril, los de la comodidad, los de lo ya visto, el Espíritu sugiere aperturas, da paz, pero sin dejarnos nunca tranquilos, envía a los discípulos hasta los últimos rincones del mundo. Pensemos en Francisco Javier.
Y se me ocurre que, para recorrer este camino, esta ruta, es necesario luchar. Pensemos al pobre anciano Abrahán: allí, con el sacrificio, luchando contra los buitres que querían comerse la ofrenda (cf. Gn 15,7-11). Y él, con el bastón, los espantaba. El pobre anciano. Fijémonos en esto: luchar para defender este camino, esta ruta, nuestra consagración al Señor.
El discípulo de todas las horas se encuentra frente a esta encrucijada. Y puede proceder como Pedro, que, mientras Jesús hablaba del éxodo, dijo: «qué bien estamos aquí» (v. 33). Siempre existe el peligro de una fe estática y “aparcada”. Tengo miedo de las fes “aparcadas”. El riesgo es el de considerarse “buenos” discípulos, pero que en realidad no siguen a Jesús, sino que permanecen inmóviles, pasivos y, como los tres del Evangelio, sin darse cuenta, les da sueño y se quedan dormidos. Incluso en Getsemaní, estos mismos discípulos dormirán. Pensemos, hermanos y hermanas, que para los que siguen a Jesús no es tiempo de dormir, de dejarse narcotizar el alma, de dejarse anestesiar por el clima consumista e individualista de hoy, según el cual la vida es buena si es buena para mí; en el que se habla y se teoriza, mientras se pierde de vista la carne de nuestros hermanos, la realidad concreta del Evangelio. Uno de los dramas de nuestro tiempo es cerrar los ojos a la realidad y darle la espalda. Que santa Teresa nos ayude a salir de nosotros mismos y a subir a la montaña con Jesús, para darnos cuenta de que Él se revela también a través de las heridas de nuestros hermanos, de las dificultades de la humanidad, de los signos de los tiempos. No tener miedo de tocar las llagas: son las llagas del Señor.
Jesús, dice el Evangelio, subió a la montaña «para orar» (v. 28). Este es el tercer verbo, orar. Y «mientras oraba -continúa el texto- su rostro cambió de aspecto» (v. 29). La transfiguración nace de la oración. Preguntémonos, tal vez después de muchos años de ministerio, qué significa hoy para nosotros, qué significa hoy para mí, orar. Quizá la fuerza de la costumbre y una cierta ritualidad nos han hecho creer que la oración no transforme al hombre y a la historia. En cambio, orar es transformar la realidad. Es una misión activa, una intercesión continua. No es un alejamiento del mundo, sino un cambio del mundo. Orar es llevar la pulsación de la actualidad a Dios para que su mirada se abra de par en par sobre la historia. ¿Qué es para mí rezar?
Y nos hará bien hoy preguntarnos si la oración nos sumerge en esta transformación; si arroja una nueva luz sobre las personas y transfigura las situaciones. Porque si la oración está viva “trastoca por dentro”, reaviva el fuego de la misión, enciende la alegría, provoca continuamente que nos dejemos inquietar por el grito sufriente del mundo. Preguntémonos: ¿cómo estamos rezando por la guerra actual? Pensemos en la oración de san Felipe Neri, que le ensanchaba el corazón y le hacía abrir las puertas a los niños de la calle. O en la de san Isidro, que rezaba en los campos y llevaba el trabajo agrícola a la oración.
Tomar cada día las riendas de nuestra llamada personal y de nuestra historia comunitaria; subir hacia los confines indicados por Dios, saliendo de nosotros mismos; orar para transformar el mundo en el que estamos inmersos. Finalmente, llegamos al cuarto verbo, que aparece en el último verso del Evangelio de hoy: «Jesús estaba solo» (v. 36). Él se quedó, permaneció, mientras todo había pasado y resonaba sólo “el testamento” del Padre: «Escúchenlo» (v. 35). El Evangelio termina llevándonos de nuevo a lo esencial. A menudo tenemos la tentación, en la Iglesia y en el mundo, en la espiritualidad como en la sociedad, de convertir en primarias tantas necesidades secundarias. Es una tentación cotidiana convertir en primarias tantas necesidades secundarias. En otras palabras, corremos el riesgo de concentrarnos en costumbres, hábitos y tradiciones que fijan nuestro corazón en lo pasajero y nos hacen olvidar lo que permanece. Qué importante es trabajar sobre el corazón, para que pueda distinguir lo que es según Dios, y permanece, de lo que es según el mundo, y pasa.
Queridos hermanos y hermanas, que el santo padre Ignacio nos ayude a custodiar el discernimiento, nuestra preciosa herencia, tesoro siempre válido para difundir en la Iglesia y en el mundo, que nos permite “ver nuevas todas las cosas en Cristo”. Es esencial, para nosotros y para la Iglesia, para que, como escribió Pedro Fabro, “todo el bien que se pueda practicar, pensar u organizar, se haga mediante el espíritu bueno, y no mediante el malo” (cf. Memorial, Buenos Aires 1983). Que así sea.
Papa Francisco

400 años de la canonización de San Ignacio

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El Papa Francisco preside la Santa Misa

Por Renato Martinez– Vatican News.
Este 12 de marzo, el Santo Padre presidirá la Santa Misa por el 400° aniversario de la canonización de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier, en la iglesia del Gesù de Roma, en conmemoración del 12 de marzo de 1622 cuando los dos jesuitas fueron proclamados santos junto con Santa Teresa de Jesús, San Isidro Labrador y San Felipe Neri.
La iglesia del Gesù de Roma será el escenario de la celebración del 400° aniversario de la canonización de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier, en conmemoración del 12 de marzo de 1622 cuando los dos jesuitas fueron proclamados santos junto con Santa Teresa de Jesús, San Isidro Labrador y San Felipe Neri. En este contexto, el Papa Francisco presidirá este sábado, 12 de marzo, la Santa Misa en la iglesia del Gesù de Roma, esta Eucaristía forma parte de la celebración del Año Ignaciano, que inició el 20 de mayo de 2021 y durará hasta el 31 de julio de 2022, con que la Compañía conmemora el 500° aniversario de la conversión de san Ignacio de Loyola.

Padre Sosa: una vida de santidad es posible

Por su parte, el Padre Arturo Sosa, Prepósito General de la Compañía de Jesús dijo que, “al recordar, cuatrocientos años después, que la Iglesia ha reconocido la santidad de cinco personas tan diversas como Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Felipe Neri, Isidro Labrador y Francisco Javier, nos anima sin duda a recorrer el camino de conversión que proponemos para este año”. Además, el Padre Sosa señaló que, “esta celebración se enmarca al comienzo de la Cuaresma, cuando sentimos aún entre nosotros las consecuencias de la pandemia del Covid-19, y mientras oramos porque callen las armas y se haga espacio a un diálogo que pueda llevar a la reconciliación, la justicia y la paz, quiere ayudarnos a profundizar en nuestro encuentro con Jesucristo, de modo que, junto a todo el pueblo de Dios, sigamos avanzando hacia la santidad de vida a que nos invita el mismo Señor. Nos acompañan la Virgen María y los santos y santas que van delante de nosotros siguiendo el mismo camino”.

Notas históricas: la primera canonización colectiva

Las celebraciones de aquel 12 marzo del 1622 significaron una novedad en la historia de la Iglesia católica. Fue la primera canonización colectiva: hasta ese momento los santos habían sido canonizados de uno en uno. En la basílica de San Pedro el Papa Gregorio XV proclamó la santidad de Ignacio de Loyola (1491–1556), fundador de los jesuitas; de Francisco Javier (1506-1552), misionero y uno de los primeros compañeros de Ignacio; de Teresa de Jesús (1515-1582), religiosa y mística, fundadora de las religiosas y religiosos carmelitas descalzos; de Felipe Neri (1515-1595), sacerdote, fundador de los oratorianos; y de Isidro Labrador (1079-1172), único laico del grupo y patrono de Madrid, cuya canonización, apoyada por el rey de España, había sido la primera en resolverse. Con aquella ceremonia, el Pontífice del momento reconocía el papel clave desempeñado por las nuevas órdenes religiosas en la tarea de la evangelización.

El Papa y los Superiores de las Órdenes religiosas

La celebración de este 12 de marzo, en la iglesia del Gesù, la Iglesia madre de la Compañía di Jesús, será concelebrada por el Papa Francisco, entre otros, el Arzobispo de Madrid, Cardenal Carlos Osoro Sierra, y los Superiores de las órdenes religiosas implicadas: Padre Arturo Sosa SJ (jesuitas), Padre Miguel Márquez Calle OCD (carmelitas descalzos), Padre Mìceàl O’Neill OCarm (carmelitas) y el Padre Michele Nicolis CO (oratorianos).
La celebración de la Eucaristía seguirá la liturgia del Segundo Domingo del tiempo de Cuaresma y se transmitirá en directo y en diversas lenguas, a partir de las 17.00 horas (Utc+1), se podrá seguir en directo en Vatican Media y a través de la página ignatius500.global/live.

HOMILÍA DESDE ROMA SÁBADO 12 MARZO 2022

400 AÑOS CANONIZACIÓN DE SAN IGNACIO, SAN FRANCISCO JAVIER, SANTA TERESA DE JESÚS, SAN ISIDRO LABRADOR Y SAN FELIPE NERI
ROMA, EUCARISTÍA EN LA IGLESIA DEL GESU PRESIDIDA POR EL PAPA FRANCISCO
Génesis 15, 5-12.17-18 – Filipenses 3, 17 – 4, 1 – Lucas 9, 28 – 36
¿A dónde me queréis llevar? Siguiéndoos, mi Señor, yo no me podré perder”. (Diario Espiritual, n.113)
Hoy recordamos, dentro del año ignaciano, los 400 años de la canonización de San Ignacio de Loyola, junto con San Francisco Javier, Santa Teresa de Jesús, San Isidro Labrador y San Felipe Neri, el 12 de marzo de 1622. Sus beatificaciones tuvieron lugar en distintos momentos, entre 1615 a 1619. Fueron canonizados por el Papa Gregorio XV (1621-1623). Tres fueron fundadores de congregaciones religiosas: San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila y San Felipe Neri. Santa Teresa de Ávila es Doctora de la Iglesia. Entre la fecha de fallecimiento y la ceremonia de canonización de estos cinco santos transcurrieron, en el caso de San Isidro: 450 años; San Francisco Javier, 72; San Ignacio de Loyola, 66; Santa Teresa de Ávila, 53 y San Felipe Neri, 27. De todos ellos, 4 eran españoles y uno italiano, florentino. También hacemos hoy memoria del asesinato del sacerdote jesuita Padre Rutilio Grande García, Párroco en Aguilares, en El Salvador, junto con dos catequistas que lo acompañaban, Manuel Solórzano (72 años) y Nelson Rutilio Lemus (16 años) el 12 de marzo de 1977, hace 45 años. Ya los tres son beatos, desde el pasado 22 enero de este año.
San Ignacio en su Diario Espiritual que escribió entre el 2 de febrero de 1544 al 27 febrero de 1545, en su primera parte (2 febr. – 22 mar. 1544), leemos este texto: “Después en capilla, en oración mucho suave y quieta me parecía comenzando la devoción a terminar en la Sanctíssima Trinidad, me llevava a terminar aun a otra parte, como al Padre, de modo que sentía en mí querérseme comunicar en diversas partes; a tanto que, adrezando el altar, y con un sentir y hablar dezía: dónde me queréis, Señor, llevar, y esto multiplicando muchas veces, me parecía que era guiado y me crecía mucha devoción, tirando a lacrimar, después a la oración para vestirme con muchas mociones y lágrimas ofreciendo me guiase y me llevase etc. en estos pasos, estando sobre mí, dónde me llevaría” [113].
Podemos examinar a la luz de este excelente texto de Ignacio si nosotros nos dejamos llevar y conducir en nuestra vida personal. Confesando con sinceridad no nos resulta nada fácil y a veces ni grato dejarse llevar. Preferimos determinar nosotros mismos el camino a seguir conforme a nuestros propios objetivos e intereses. Ser agentes de nuestro propio deseo. Dejarse llevar por otro, renunciar a nuestro propio parecer, sin conocer previamente, además, cuáles pueden las intenciones de ese otro, supone arriesgarse demasiado. Si ese otro es el Señor, parece que la cosa cambia. En principio. ¿Cómo nos vamos a negar a ser guiados, llevados, conducidos por Él? Sabemos por experiencia que, en ocasiones, el Señor parece querer llevarnos por un camino que nos resulta difícil, que nos cuesta aceptar, y si es de subida y riesgoso, más aún que, a veces, parece estar invitándonos a emprender aventuras poco apetecibles. Sentimos que se remueven en nuestro interior resistencias profundas, que emergen miedos inconfesables, que nos asaltan temores profundos a que ese lugar adonde el Señor nos quiere llevar implique renuncias, desalojos, pérdidas, toda clase de desprendimientos y cuestiona muchas afecciones que, sin apenas habernos dado cuenta, han ido tomando espacio en nuestro interior y nos tienen apresados. Sabemos muy bien que El deseo del Señor será siempre bueno para nosotros. Pero sabemos muy bien también cuántas veces, ese deseo puede venir a poner en cuestión muchos otros deseos nuestros que, casi sin darnos cuenta, se han ido configurando en la escucha y atención a esos ‘pensamientos’ que, estando ‘en mí’, vienen de ‘fuera’, y que no son otros sino los del «mal espíritu» [EE 32].
Papa Francisco: El corazón de Cristo es el corazón de un Dios que, por amor, se «vació». Cada uno de nosotros, jesuitas, que sigue a Jesús debería estar dispuesto a vaciarse de sí mismo. Estamos llamados a este abajamiento: ser de los «despojados». Ser hombres que no deben vivir centrados en sí mismos porque el centro de la Compañía es Cristo y su Iglesia. Y Dios es el Deus semper maior, el Dios que nos sorprende siempre. Y si el Dios de las sorpresas no está en el centro, la Compañía se desorienta. Por ello, ser jesuita significa ser una persona de pensamiento incompleto, de pensamiento abierto: porque piensa siempre mirando al horizonte que es la gloria de Dios siempre mayor, que nos sorprende sin pausa. Y ésta es la inquietud de nuestro abismo.
¡Esta santa y bella inquietud!
Pero, porque somos pecadores, podemos preguntarnos si nuestro corazón ha conservado la inquietud de la búsqueda o si, en cambio, se ha atrofiado; si nuestro corazón está siempre en tensión: un corazón que no se acomoda, no se cierra en sí mismo, sino que late al ritmo de un camino que se realiza junto a todo el pueblo fiel de Dios. Es necesario buscar a Dios para encontrarlo, y encontrarlo para buscarlo aún más y siempre. Sólo esta inquietud da paz al corazón de un jesuita, una inquietud también apostólica, no nos debe provocar cansancio de anunciar el kerygma, de evangelizar con valentía. Es la inquietud que nos prepara para recibir el don de la fecundidad apostólica. Sin inquietud somos estériles.
Ésta es la inquietud que tenía Pedro Fabro, hombre de grandes deseos. Fabro era un «hombre modesto, sensible, de profunda vida interior y dotado del don de entablar relaciones de amistad con personas de todo tipo». Pero era también un espíritu inquieto, indeciso, jamás satisfecho. Bajo la guía de san Ignacio aprendió a unir su sensibilidad inquieta pero también dulce, diría exquisita, con la capacidad de tomar decisiones. Era un hombre de grandes aspiraciones; se hizo cargo de sus deseos, los reconoció. Es más, para Fabro es precisamente cuando se proponen cosas difíciles cuando se manifiesta el auténtico espíritu que mueve a la acción (cf. Memorial, 301). Una fe auténtica implica siempre un profundo deseo de cambiar el mundo. Esta es la pregunta que debemos plantearnos: ¿también nosotros tenemos grandes visiones e impulsos? ¿También nosotros somos audaces? ¿Vuela alto nuestro sueño? ¿Nos devora el celo? (cf. Sal 69, 10) ¿O, en cambio, somos mediocres y nos conformamos con nuestras programaciones apostólicas de laboratorio? Recordémoslo siempre: la fuerza de la Iglesia no está en ella misma y en su capacidad de organización, sino que se oculta en las aguas profundas de Dios. Y estas aguas agitan nuestros deseos y los deseos ensanchan el corazón. Es lo que dice San Agustín: orar para desear y desear para ensanchar el corazón. Precisamente en los deseos Fabro podía discernir la voz de Dios. Sin deseos no se va a ninguna parte y es por ello que es necesario ofrecer los propios deseos al Señor. En las Constituciones dice que «se ayuda al prójimo con los deseos presentados a Dios, nuestro Señor» (Constituciones, 638).
Nosotros somos hombres en tensión, somos también hombres contradictorios e incoherentes, pecadores, todos. Pero hombres que quieren caminar bajo la mirada de Jesús. Somos pequeños, somos pecadores, pero queremos militar bajo el estandarte de la Cruz en la Compañía galardonada con el nombre de Jesús. Nosotros, que somos egoístas, queremos también vivir una vida agitada por grandes deseos. Renovemos así nuestra oblación al Eterno Señor del universo para que con la ayuda de su Madre gloriosa podamos querer, desear y vivir los sentimientos de Cristo que se despojó de sí mismo. Como escribía Pedro Fabro, «no busquemos nunca en esta vida un nombre que no se relacione con el de Jesús» (Memorial, 205). Y pidamos a la Virgen ser puestos con su Hijo. (Cf. Homilía, Iglesia del Gesú, Roma, 3 enero 2014).

Nuestra mejor Cuaresma

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Evangelio según San Lucas 4,1-13.
Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto,
donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre.
El demonio le dijo entonces: “Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan“.
Pero Jesús le respondió: “Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan“.
Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra
y le dijo: “Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá“.
Pero Jesús le respondió: “Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto“.
Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden. Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra“.
Pero Jesús le respondió: “Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios“.
Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Hay una historia sobre Leonardo da Vinci y su pintura de ‘La última cena‘ en Milán. Decidió que usaría los rostros de los hombres en Milán para sus modelos para los apóstoles y Jesús. Tenía una idea fija de los Apóstoles, y quería elegir los rostros de los hombres que retrataban las virtudes y características de los apóstoles. Decidió empezar con Judas. Así que salió a la calle y buscó al hombre que parece el más olvidado y abandonado, alguien que fue despreciado por los otros residentes de Milán. Encontró a un hombre así, viviendo en la calle, y lo llevó al monasterio donde estaba pintando ‘La última cena‘. Cuando comenzó a pintar, el joven le preguntó sobre lo que estaba pintando, y Leonardo Da Vinci entró en una historia detallada de Jesucristo: su nacimiento, su vida, su predicación y milagros, y finalmente, su muerte y resurrección. El joven no sabía mucho de Jesús y escuchaba atentamente. Después de terminar esta cara Leonardo le pagó y lo mandó en camino, saliendo a buscar un rostro para ser utilizado para el próximo Apóstol. Finalmente, al final, estaba preparado para pintar el rostro de Jesús. Salió a Milán a buscar a un hombre cuya presencia mostraba caridad y virtud, santidad y servicio a los demás. ¡Y así, lo encontró! Después de pintar durante algún tiempo el joven le preguntó: “¿No me reconoces?”, a lo que Leonardo respondió: “No, joven, realmente no conozco a la gente aquí en Milán“. El joven respondió: “Fue mi cara, hace muchos meses, la que solías pintar la cara de Judas“. * 
Este joven había sido transformado por la fe y el testimonio que Leonardo Da Vinci compartió con él.
Pensé en esta historia mientras reflexionaba sobre el evangelio de este fin de semana, el primer domingo de la temporada de Cuaresma (Lucas 4:1-13). Cada primer domingo de Cuaresma el evangelio está sobre las tentaciones de Jesús por Satanás. Lo que me impresionó mientras leía y reflexionaba fue la fuerza de voluntad que Jesús mostró ante las tentaciones tan fuertes que Satanás puso delante de él. Después de todo, Jesús había estado sin comida durante cuarenta días, y el diablo, sabiendo lo que Jesús más querría como Dios-hombre, lo tentó con comida. Entonces lo tentó con poder y luego para revelarse como el Mesías. Jesús se resistió, porque sabía que esta no era la voluntad del Padre para él. Su misión era hacer la voluntad del Padre, y sobre todo esa era su preocupación. Durante los cuarenta días en el desierto se dedicó a la oración, y nunca apartó los ojos de lo que el Padre quería de él. A lo largo de su vida y ministerio, incluso antes del dolor de la cruz, nunca vaciló de su misión. Se mantuvo fiel al Padre, a pesar de las dificultades y dificultades.
Para nosotros, también, la temporada de Cuaresma debería tratarse de mantenerse fiel a la voluntad del Padre. Nosotros también experimentamos la tentación, y el diablo conoce nuestras debilidades también, y cómo atacarnos y perseguirnos para conducirnos al pecado. Qué fácil es caer, cuando apartamos los ojos del Señor, y dependemos únicamente de nuestra fuerza humana. Se nos dice que Jesús fue “lleno del Espíritu Santo” y que fue “liderado por el Espíritu“. Él no estaba solo. Tal vez a menudo durante esos cuarenta días él gritó, como refleja el salmo: “Esté conmigo, Señor, cuando esté en problemas“. Podemos relacionarnos con esa situación en nuestras propias vidas: sentirnos atraídos por el mal, ser atacado por el diablo o ser presa de un mal ejemplo. Nuestra fuerza, como la de Jesús, es que no estamos solos: el Espíritu Santo está con nosotros, ese Espíritu Santo que recibimos en el Bautismo y la Confirmación, ese Espíritu Santo, que está con nosotros todos y cada vez que clamamos al Señor: “Esté conmigo, Señor, porque Estoy en problemas“. El Espíritu viene a nosotros en nuestra necesidad y nos llena de gracia para decir ‘No’ a la tentación y al pecado, y ‘‘ a la nueva vida y hacer la voluntad del Padre.
¿Cuál es nuestra lucha? ¿Cuál es nuestra “cruz” esta Cuaresma? Cada uno de nosotros debe responder a eso por nosotros mismos.
Tal vez sea una actitud negativa hacia alguien en casa, trabajo o escuela: reaccionar y relacionarse con ellos de una manera dura o juiciosa, a diferencia de la forma en que respondemos a los demás.
Tal vez sea un mal hábito –como abusar del alcohol o las drogas, o abusar físicamente o intimidar a alguien, o fumar, o comer en exceso o no comer lo suficiente– que podamos poner nuestra voluntad a superar durante la Cuaresma: ¡un día a la vez!
Tal vez no sea aplicarnos y compartir las responsabilidades en casa, escuela o trabajo, haciendo las cosas a medias o a regañadientes.
Tal vez sea deshonestidad para los demás, y para nosotros mismos, tratando de escapar de las consecuencias de nuestras acciones, o la falta de acciones, con mentiras y engaños.
Durante nuestros cuarenta días de Cuaresma, cada uno tendrá que determinar cómo el Señor nos va a pedir que ‘flexionemos‘ nuestra voluntad, eligiendo la voluntad de Dios por encima de la nuestra. El Espíritu Santo, que acompañó a Jesús en su desierto, nos acompañará en nuestro desierto –aquí y ahora– y será para nosotros la fuente de fuerza ante las tentaciones que encontramos dentro de nosotros y a nuestro alrededor. No deberíamos tener miedo de gritar, “Esté conmigo, Señor, cuando esté en problemas“.
Entonces, como el joven en mi historia sobre Leonardo Da Vinci, seremos transformados -irreconociblemente – por la gracia de Dios por conocer, amar y servir a Dios de una manera nueva y más profunda.
*Esta historia introductoria fue tomada de Stories for All Seasons por Gerard Fuller OMI. Veinti-Third Publications, Dublín (Irlanda), 1996. Página 98.

¿Por qué hay una estatua del arcángel San Miguel en la Plaza de la Independencia de Kiev?

Por Luis Santamaría- www.es.aleteia.org
La devoción a San Miguel está presente desde el mismo origen de Ucrania (y de Rusia), y sigue marcando su impronta en la actualidad
Desde el pasado 24 de febrero, cuando comenzó la guerra de Rusia contra Ucrania, la Plaza de la Independencia (Maidan), en el centro de Kiev, se ha convertido en el lugar más visto del mundo, ya que las cámaras de todos los servicios informativos apuntan día y noche hacia allí.
Dos monumentos significativos
En el centro del ágora de la capital ucraniana se encuentra una escultura sobre una columna (de 61 metros) que llama la atención tanto por su gran tamaño como por tener algunos de sus elementos dorados: el monumento a la Independencia, erigido en 2001. Dicha escultura representa a Berehynia, espíritu femenino de la mitología eslava que fue recuperado como símbolo patriótico por el nacionalismo ucraniano.
Pero los más observadores se han fijado estos días en otra figura semejante, una escultura que tiene también partes doradas y que se encuentra enfrente del monumento a la Independencia: justo encima de la Puerta de Liadski. Aunque ésta fue construida en 2001, fue en 2002 cuando se colocó sobre ella una estatua de bronce y oro de San Miguel Arcángel.
Patrono y protector… desde siempre
Algo que poca gente sabe es que la imagen del ángel sustituyó a lo que remataba la Puerta de Liadski hasta entonces: la hoja del castaño, uno de los símbolos de Kiev. Sin embargo, se optó finalmente por colocar allí la estatua del que es, desde su fundación, el patrono de la capital ucraniana.
De hecho, tanto el escudo de armas de Kiev como su bandera tienen como único motivo icónico al arcángel Miguel ataviado con túnica blanca y capa roja, portando una espada flamígera en la mano derecha y un escudo –con la cruz– en la izquierda, sobre fondo azul. El ayuntamiento de la ciudad aprobó el distintivo oficial en 1995, recuperando así su símbolo histórico.
¿Desde cuándo se acoge Kiev a la protección de San Miguel? Según parece, se trata de una devoción que se remite a la fundación de la ciudad y, por lo tanto, al mismo origen de Rusia, que nació en la llamada Rus de Kiev, en el año 882. En un tiempo marcado por las contiendas bélicas es muy comprensible que sus protagonistas se confiaran al patronazgo del arcángel guerrero. Así lo hicieron, por ejemplo, los príncipes eslavos de la época en sus sellos.
Aunque en alguna época dejó de utilizarse en la heráldica de Kiev, en el siglo XVI se recogió la tradición medieval, convirtiendo a San Miguel en el símbolo oficial del Principado de Kiev. Los emblemas más antiguos que se conservan de la ciudad representaban tanto al arcángel como a San Jorge –santo también guerrero– a caballo luchando contra el dragón.
El arcángel guerrero y la urgencia de la paz
De esta forma, San Miguel (en ucraniano Михаїл, transcrito Mykhail) fue pasando de los sellos de los príncipes a los escudos oficiales, y de éstos, en el siglo XXI, a la plaza más representativa de la ciudad y del país.
Pero la presencia del arcángel en Kiev va mucho más allá de la imagen que corona la Puerta de Liadski. Uno de los edificios más importantes de la capital está dedicado a él: la Catedral de San Miguel de las Cúpulas Doradas, sede oficial del metropolita (primado) de la Iglesia Ortodoxa de Ucrania, autocéfala (reconocida por el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla desde 2019, pero no por el de Moscú).
Por eso el metropolita Epifanio, máximo jerarca ortodoxo ucraniano, al inaugurar en septiembre de 2020 una fuente dedicada a San Miguel, subrayara que los santuarios más importantes de la ciudad están dedicados al arcángel, y así “testifican que tenemos una historia milenaria y que nuestro estado ucraniano y nuestra Iglesia ucraniana tienen raíces históricas”.
Precisamente el pasado 21 de noviembre de 2021, en su sermón con motivo de la fiesta de San Miguel y otros ángeles, el metropolita Epifanio se refería al arcángel protector de Kiev como “intercesor de todos los que luchan contra el mal y la mentira”. Y por ello llamaba a los fieles a “luchar contra la falsedad, a luchar por la paz y la unidad de Ucrania”, con la convicción de que “ganaremos esta lucha porque luchamos por la verdad, la dignidad y la libertad”.
Cuando el papa Francisco ha invitado repetidamente a orar por la paz en Ucrania, los creyentes que asisten a distancia a una guerra anunciada pueden unirse en oración, para pedirle a Dios, por intercesión del arcángel San Miguel, que la violencia sea derrotada y la paz sea, cuanto antes, una realidad.

Pueblo de Dios

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Evangelio según San Mateo 6,24-34.
Dijo Jesús a sus discípulos:
Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero.
Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido?
Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos?
¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida?
¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer.
Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos.
Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe!
No se inquieten entonces, diciendo: ‘¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?‘.
Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan.
Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura.
No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Hay una historia de la Edad Media de un hombre refinando oro en una olla caliente al fuego. Pasó un niño pequeño y, curioso, le preguntó qué estaba haciendo. Dijo que estaba eliminando las impurezas que se elevaron a la parte superior cuando el mineral se derritió. El niño preguntó: “¿Cómo sabrás cuando has terminado? El hombre respondió: Cuando pueda ver mi cara perfectamente reflejada en el oro“.*
Pensé en esta historia cuando leí por primera vez el evangelio (Lucas 6:39-45), porque como pueblo de Dios estamos llamados a ‘refinar‘ nosotros mismos. Así como el hombre juzgó la finalización del proceso de refinar el oro, también Jesús quiere verse ‘reflejado‘ en nosotros de una manera nueva y más profunda. Nuestro evangelio nos desafía a este proceso de purificación.
En nuestra primera lectura del Libro de Eclesiástico (27:4-7) nos presentan otras imágenes (como el fuego del refinador), que nos hablan de purificación, el tamiz que separa lo bueno de lo malo y el horno cuyo calor transforma la cerámica. Esto reconoce el proceso de purificación que es parte de ser fiel al pacto. La imagen del árbol que da frutos también es significativa, ya que esto se convierte en la verdadera evaluación de la persona: sus palabras y acciones.
En nuestra Segunda Lectura a los Corintios San Pablo (1 Cor. 15:54-58) proclama la victoria sobre el pecado y la muerte. Haciendo la voluntad de Dios, en unión con Cristo, compartimos su vida. Que palabras alentadoras, sobre todo mientras tratamos de purificarnos para ser más fieles a Dios.
Para cada uno de nosotros este llamado a la purificación será único, ya que el mal, la tentación y el pecado que enfrentamos es único para cada uno de nosotros. El proceso no es fácil. Continuando con la imagen del refino, Isaías (48:10) lo llama el “horno de aflicción“, y Zacarías (13:9) dice que seremos “probados“, pero el resultado, según Malaquías (3:3) “que puedan ofrecer el debido sacrificio al Señor“. A pesar del dolor en el proceso, hay ‘frutos’ que tenemos.
De todas las imágenes utilizadas en las lecturas, la de la tabla y la astilla pareció llamar mi atención sobre todo. En nuestro mundo de hoy encontramos que es tan fácil juzgar a los demás. La imagen de la tabla y la astilla reflejan nuestra tentación humana de señalar con el dedo a los demás y exigirles lo que nosotros mismos no hemos logrado. La imagen del árbol que da frutos también es significativa, ya que el fruto que damos en nuestra vida diaria refleja lo que está en nuestro corazón. Jesús hace hincapié en nuestra elección en esto, extrayendo de la “tienda de la bondad” o de la “tienda de la maldad“. Una elección lleva a la sabrosa fruta, higos o uvas, mientras que la otra lleva a espinas y zarzas. Con la gracia de Dios no hay duda de qué elección es ser nuestra: el camino del entendimiento, no del juicio; y el camino del perdón, no de la condenación. Uno nos abre a mirarnos a nosotros mismos honestamente, reconocer nuestra debilidad, y avanzar hacia una nueva forma de pensar, sentir, hablar y actuar. El otro nos cierra, poniéndonos a la defensiva, y negando aquello que en nuestro “corazón de corazones” sabemos que es verdad. Con la ayuda de Dios, de la cual estamos seguros, podemos ser transformados. Él es nuestro “maestro” y nosotros somos sus “discípulos“. La imagen clásica del discípulo es aquella sentada a los pies del maestro, viviendo de cada palabra que sale de la boca del maestro. El discípulo aprende una disciplina (desde la misma palabra raíz) a ser como el maestro: su manera de pensar, sentir, hablar y actuar. Cada vez más el discípulo se vuelve como el maestro. Entonces, como en mi historia, cuando cada vez estemos más a imagen de Cristo, seremos ese oro que refleja el rostro de Dios.
En nuestra “ceguera“, podemos llevar fácilmente a otros por el camino equivocado. Especialmente si la gente sabe que tenemos una fe animada, y se toman nuestra relación con Dios en serio, más nos mirarán para mostrar el camino. Hay un viejo dicho que dice “puedes atraer más moscas con azúcar que con vinagre“. Cuando corregimos con compasión y comprensión la persona puede abrirse a nosotros mismos. Pero debemos darles esperanza de un cambio, de una transformación. Si se sienten juzgados y condenados, sólo rechazarán sus palabras y nos defenderán, alejándonos más de un cambio, en lugar de continuar en el proceso de ‘refinarnos’ a nosotros mismos.
Reflejar el rostro de Dios, como la cara del refinador en el oro, es nuestro objetivo. Damos testimonio a los demás más de lo que podemos imaginar. A veces podemos estar bien preparados, eligiendo nuestras palabras con cuidado, y planificando nuestras acciones que serán una señal para otros de nuestra vida en Cristo. Pero otras veces, muchas veces, simplemente estamos ‘siendo nosotros mismos‘ y siendo espontáneos en responder a otra persona, o a una situación o evento. Esto es cuando nuestros verdaderos colores se revelan, no en la declaración o estrategia preparada, sino en palabras y acciones sinceras que brotan del corazón.
Al mismo tiempo que podemos considerar las lecturas de este fin de semana como un desafío difícil, también tenemos que estar convencidos y animados de que Dios está con nosotros en el proceso de refinación. Su gracia es nuestra, y su victoria sobre el pecado y la muerte nos abre un nuevo futuro. Cooperando con su gracia fiel y exitoso seremos ‘refinados’ y transformados, y en todo lo que digamos y hagamos reflejaremos el rostro de Dios.
*Esta historia introductoria está tomada de Stories for All Seasons por Gerard Fuller OMI. Veinti-Third Publications, Dublín (Irlanda), 1996. Página 115.

Las monjas contemplativas de Zytmoyr están en el sótano, donde pese a los bombardeos siguen rezando por la paz

A oscuras y en un sótano las benedictinas resisten en Ucrania: cantan y rezan por su país

Unas imágenes de las benedictinas de Zytomir rezando cantando en la oscuridad del sótano de su monasterio donde han decidido refugiarse ante los ataques de las tripas rusas muestran la fe y valentía de unas religiosas que han decidido quedarse en Ucrania y no abandonar su misión, que en estos momentos es más que nunca el rezar por la paz.
Estas monjas contemplativas abrieron este monasterio en Ucrania en 1988. Está en la ciudad de Zytomir, a 150 kilómetros de la frontera con Bielorrusia, lugar por el que decenas de miles de soldados rusos han entrado en Ucrania.
La llegada de esta comunidad religiosa fue muy significativa en un país en el que hasta hace muy poco el régimen comunista impedía la expresión pública de la fe.
En total son 10 monjas las monjas benedictinas que viven en el monasterio de la Inmaculada Concepción. Otras siete están en el monasterio de Lviv, la ciudad más católica de Ucrania.
L’Osservatore Romano ha podido ponerse en contacto con la Madre Klara, la abadesa de la comunidad, y la hermana María Liudmyla. Ambas explican que se refugiaron en un sótano del monasterio y están en oscuridad por miedo a las explosiones que se estaban produciendo en la zona.
Pero pese a las terribles condiciones en las que se encuentran siguen desarrollando su principal misión. No dejan de cantar, como harían cualquier día, el Oficio Divino.
Abajo no estamos solas, tenemos la preciosa compañía de Jesús. En caso de que necesitemos salir urgentemente del monasterio, o haya incursiones desde el exterior, hemos traído abajo con nosotros la píxide con Jesús Sacramentado”, afirma la hermana María.
Hemos velado en oración
La religiosa explica que fueron despertadas por “las primeras explosiones y el vuelo rasante de los aviones. Terribles ruidos que chocaban con nuestro canto de Laudes, que aún queríamos continuar. Afortunadamente, solo unas horas antes pudimos trasladar a nuestras hermanas enfermas a Lviv, que al estar más al oeste y a solo 70 km de la frontera con Polonia, es un poco menos riesgoso. Pero esta mañana nos avisaron que las sirenas también suenan allí. El resto de las hermanas han decidido quedarse aquí: esta es nuestra casa, no la abandonaremos. Por otro lado, ahora también sería difícil y peligroso moverse, las tropas rusas ya están en nuestra región. Estamos bien, pero estamos muy cansadas: llevamos dos noches sin dormir, hemos velado en oración; teníamos miedo de nuevos ataques con misiles, pero por suerte esta noche no tuvimos ninguno”.
Por otro lado, la comunidad no cree que estén siendo atacadas por el pueblo ruso. “Entre nuestras hermanas también hay dos monjas rusas (una de Moscú y otra de Kaliningrado) y también dos bielorrusas: sus padres y amigos están terriblemente angustiados por su vida y por saber que los misiles y los ataques provienen desde Bielorrusia y Rusia. Hay muchas familias que están divididas entre los dos lados del conflicto”, asegura.
Desde ayer por la mañana, además de nosotros diez, han entrado en el monasterio dos familias de refugiados. En el monasterio de Lviv, al estar cerca de la frontera polaca, hay muchos más refugiados en tránsito. Nos dicen que hay largas colas en las fronteras”, agrega.
Sor María continúa su relato emocionado: “Estamos en contacto con Kiev y otras ciudades, y allí también hay mucho sufrimiento y miedo. Se nos dice que los ataques no solo se refieren a objetivos militares, sino también a edificios civiles, importantes infraestructuras e incluso hospitales. No es, como quieren que creamos, una cuestión que atañe a las zonas habitadas por las poblaciones de habla rusa: están invadiendo todo el país”.
Por su parte, la Madre Abadesa explica que “amigos y oblatos nos están ayudando, con las necesidades básicas. Tanto ayer como hoy vino un sacerdote a celebrar misa. Recen por nosotros, pero también organicen ayuda humanitaria y médica ahora mismo. Contamos con su apoyo. Sabemos que estás cerca de nosotros. Y sabemos que el Papa Francisco también lo es”.
Fuente: www.religionenlibertad.com

Los beatos de Granada

  • Cayetano Giménez Martín, párroco de la Encarnación y arcipreste de Loja
  • José Becerra Sánchez, presbítero
  • José Jiménez Reyes, coadjuntor de Santa Catalina y Encargado de Riofrío
  • Pedro Ruiz de Valdivia, arcipreste de Alhama de Granada
  • Francisco Morales Valenzuela, nacido y martirizado en Alhama de Granada
  • José Frías Ruiz, coadjutor de Alhama de Granada
  • Manuel Vázquez Alfalla, mártir de Motril
  • Ramón Cervilla Luis, mártir de Almuñécar
  • Lorenzo Palomino Villaescusa, mártir de Salobreña
  • José Rescalvo Ruiz, mártir de Cádiar
  • Manuel Vilches Montalvo, mártir de Iznalloz
  • José María Polo Rejón, mártir de Arenas del Rey
  • Juan Bazaga Palacios, mártir de La Herradura
  • Miguel Romero Rojas, sacerdote y mártir de Coín
  • Antonio Caba Pozo, seminarista
  • José Muñoz Calvo, laico, presidente de Acción Católica de Alhama de Granada

Rito

Tras el saludo del cardenal, el rito litúrgico de la beatificación se inició con la petición del arzobispo de Granada, Monseñor Javier Martínez, para incluir en el Libro de Beatos a estos mártires granadinos. A continuación, fue leído el texto de la Carta Apostólica en la que Su Santidad inscribe en el citado Libro a los Venerables Siervos de Dios Cayetano Giménez Martín y quince compañeros mártires.
El despliegue de la gigantografía con el rostro de los 16 nuevos beatos fue acompañado de un sonoro aplauso de los fieles y el tañir de las campanas de las iglesias de Granada. La fiesta litúrgica de los nuevos beatos se celebrará el 6 de noviembre, memoria y fiesta de los mártires del siglo XX en España, indica el Arzobispado en un comunicado.
En la oración de los fieles se rezó especialmente por quienes sufren “en nombre de Cristo, vejaciones, injurias, humillaciones, torturas”, así como por los “perseguidores de la Iglesia, para que la sangre de los mártires les haga obtener la conversión”.
A la celebración han asistido distintas autoridades autonómicas, provinciales y municipales. Junto a ellos, numerosos fieles procedentes de toda la provincia, entre ellos familiares, y fieles especialmente procedentes de los pueblos vinculados a los nuevos beatos, que han llegado desplazados en autobuses hasta Granada: Almuñécar, Motril, Salobreña, Alhama, Loja, Órgiva, Lanjarón, Alfornón, La Zubia, Beas de Granada, Comares y Coín (Málaga), y Moreda (Guadix).
En su homilía, el Cardenal Prefecto ha hablado de la santidad como “un don que recibimos del Señor”. “Los mártires que hoy honramos y veneramos, como tantos otros de esta maravillosa tierra, han dado su testimonio a Cristo soportando grandes penalidades y sufriendo la muerte misma”.
En sus palabras finales en la ceremonia, el arzobispo de Granada ha expresado, que los nuevos beatos son “un honor” para Granada, pero “sobre todo, una gracia que el Señor nos hace y una fuente poderosa de intercesión”. El arzobispo ha tenido presente la guerra en Ucrania y ha elevado una súplica por intercesión de los nuevos beatos ante el Señor “para que obtengan para los países implicados en esta guerra y para todo el mundo, el don de la paz y una convivencia basada, no en intereses políticos o económicos, sino en nuestro común reconocimiento como hermanos, hijos del mismo Dios”.
Fuente: www.granadahoy.com

Beata María Agustina de Jesús Rivas López

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Por José Antonio Benito.
Alfonso TAPIA: AGUCHITA. La muerte no se improvisa. El Amor es nuestra vocación. Beata María Agustina de Jesús Rivas López (1920-1990). Sociedad de San Pablo, Lima 2022, pp.295.
El autor, egresado de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, vicario general de San Ramón, no olvida que es burgalés y matemático pero manifiesta que es peruano de derecho y de hecho, teólogo, historiador y, sobre todo, pastor. Ha bebido de las fuentes más seguras como son las actas del proceso de beatificación y los archivos de la congregación; ha leído todo lo publicado especialmente la obra de Luis Mujica, ha conversado con las personas que la trataron y, sobre todo, ha meditado y orado esta obra que desborda vida en todas sus páginas. Vaya, por tanto, de entrada mi felicitación y gratitud por haber logrado precisión, hondura y gracia en la redacción. Sin duda que será el libro-regalo como preparación y celebración de la gozosa beatificación el 7 de mayo del 2022.
Comienza con la presentación del arzobispo de Ayacucho, Monseñor Salvador Piñeiro, quien resalta que la nueva Beata es «hija de nuestros Andes ayacuchanos (Coracora), quien con su sencillez mostró siempre la misericordia y generosidad de Dios al estilo del Buen Pastor, especialmente a la oveja abandonada» (p.5).
La estructura de la obra es muy clara: Contexto, vida familiar, trayectoria vocacional, espiritualidad, fruto apostólico. Arranca con la «introducción» y un bello texto de guión de película: «Una bala estalló en el cerebro de la Hermana Aguchita un 27 de septiembre de 1990, pero fue el amor el que estalló en su corazón: el amor acumulado y vivido durante sus 70 años de vida; amor recibido y entregado con las manos y el corazón abierto» (p.7).
El primer capítulo lo dedica al contexto histórico y eclesial del Perú partiendo de la ciudad de Coracora, donde nació, pasando por el Vicariato Apostólico de San Ramón y el contexto particular de La Florida donde sirvió los últimos años hasta su martirio. Revisa después la situación general en Perú, especialmente y en referencia a los acontecimientos históricos de la segunda mitad del siglo XX.
El segundo capítulo da cuenta del ambiente familiar, sus primeros pasos en la vida de su Coracora natal, primeros estudios, su adolescencia y juventud (1920-1940). Los abuelos maternos de Aguchita –Blas López Ruiz de Castro y Florencia Rojas Meza- eran emigrantes de España, de mediados del siglo XIX; tuvieron 4 hijos, una de ellos fue Modesta López, la madre de Aguchita. Parece que al anunciar a sus padres que quería casarse con Dámaso Rivas, indígena, la amenazaron con desheredarla. Sin embargo, prevaleció el amor, se casaron, la desheredaron, pero fue un matrimonio fecundo, once hijos en veintidós años. Como señala en argot deportivo el autor de la obra: «La alineación de este selecto equipo es la siguiente: Damaso Delfin César (1922), Priscila Justina (1924), Carlos Vidal (1926), Jorge Adalberto (1929), Secundina Isidora (1931), Alejandrina (1933), Luz Beatriz (1935), Rómulo Isaías (1937), María Antonieta (1939) y Maximiliano Alfonso (1942). Hubo también una hermana anterior, Elisa Florinda Rivas Navarrete, hija de Don Dámaso, nacida en 1917, y de quien no sabemos más» p.42.
El capítulo tercero tiene sabor a florecilla franciscana: «De cómo Antonia pasó a ser Agustina, y de oveja a pastora (1940-1949)». Al hilo de su trayectoria vocacional, se da cuenta de la historia, carisma y espiritualidad de la congregación de las Hermanas del Buen Pastor con la que Aguchita se identifica totalmente: La ternura y el amor misericordioso. La justicia evangélica entendida como signo del amor de Dios. La tolerancia y el respeto. La acogida y la no discriminación. La opción por la vida y la ecología.
El capítulo cuatro «servicio que se multiplica» agiganta la figura menudita de Aguchita que tanto nos recuerda a Madre Teresa de Calcuta.Se nos brinda el panorama de las «Casas de la Congregación del Buen Pastor en Lima donde vivió», para pasar a relatarnos con singular gracia «de cómo ser empresaria, educadora y madre, sin dejar de ser religiosa»; «aventuras y apostolados en La Parada» (realmente imperdible); «entre los pucheros también anda el Señor» sobre su habilidad y servicialidad culinarias, «aprendiendo para la vida y para enseñar a vivir» en el que se nos da cuenta de su formación permanente en bordados, enfermería, cocina, todo lo que mejoraría la calidad de su misión; «maestra y madre» especialmente con las alumnas más difíciles en la Escuela Nuestra Señora de la Caridad o en el Reina de la Paz o en la Comunidad del Noviciado; Escuela de Madres para la vida, dedicada a fortalecer a las mamás en el desempeño de cada día; contemplativa entre las contemplativas, deliciosas vivencias de sus cinco años (1970-75) vividos en apoyo de sus hermanas del barrio de Salamanca.
El capítulo quinto «buceando en el interior» es como el santa sanctórum del libro. Si en La Parada y en sus apostolados nos recuerda a Madre Teresa de Calcuta, en este apartado vemos mucho de Santa Teresita, por su vivencia de la infancia espiritual, en la confianza y abandono en Dios. Sin esta dimensión, Aguchita sería una activista social -excelente- pero reducida a una voluntaria social. Aquí se revela la clave de su caridad y santidad. Primeramente, se nos acerca a comprender su vida religiosa y los cuatro votos: pobreza, castidad, obediencia y el cuarto voto del celo por la salvación de las personas. Sigue después el valor y el sentido del sufrimiento con el sentido oblativo de la vida, como ofrenda de amor a Dios que empieza por las acciones y sacrificios más pequeños de cada día. Conmueven siempre su humildad, sencillez, alegría y caridad; «profundizamos un poco en su amor a Dios y a los demás, amor que ahonda y que se desborda» p. 123. De modo personal me ha impactado la familiar intimidad de su devoción por san José y el maternal amor por los sacerdotes, potenciado por el hecho de que su hermano César lo fuese.
Los capítulos sexto y séptimo nos describen los momentos centrales de su entrega: «Floreciendo en La Florida 1988-1990», «Fruto maduro» (27 setiembre). El autor ha sintetizado los diferentes testimonios para brindarnos un relato estremecedor como podemos comprobar: «Una vez que todos se fueron, ellos se quedaron ahí. Comenzaron a disparar, primero al señor Juan Pérez por la espalda, pero ese disparo también le dio a su hijo Lucho, quien abriendo sus brazos se desplomó. Las dos hermanas se abrazaron y también a ellas les dispararon; una cayó por un lado y la otra por el otro lado en un banco; luego siguieron con Roberto Pizarro y con la Hermana Agustina. La Hermana, desde el momento en que estuvo en la fila, se puso en posición de mirar al cielo, llegando a ponerse negra del puro calor del sol. La Hermana -en todo momento- oraba por todos. Así acabó su vida y la de todos los pobladores que murieron en ese día trágico. Los terroristas le decían ‘Que te salve tu Dios’ y le dispararon en la cabeza. Ella, antes de ser asesinada, rezaba a Dios para que protegiera a todos los del pueblo, para que no les hicieran ningún daño. No hubo resistencia de parte de Aguchita, aceptó la voluntad de Dios, se iba a arrodillar y cae desmayada; allí viene una mujer de color negro y le da tres balazos» p.247.
El último capítulo «El grano que cae en tierra y muere da mucho fruto» respira esperanza y tiene sabor a triunfo. Porque «la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos». Lo resalta el autor en la introducción a este capítulo 8: «Desde las primeras manifestaciones y condolencias, pero especialmente en el ambiente eucarístico, aparecieron dos palabras unidas: Martirio y resurrección. El martirio para el creyente no es algo que termina, sino que se multiplica, pues la palabra martirio significa testimonio. La muerte de Aguchita y de los miles de peruanos inocentes que murieron injustamente se convierte en testimonio de paz y libertad. Ya no son muertes absurdas, sino que han tomado un sentido de reivindicación por la justicia y la paz, por un Perú más justo y más fraterno» p.261.
Se constata por los testimonios directos de conversiones o de acercamiento a la Iglesia por intercesión de Aguchita. Dentro y fuera del Perú han surgido diversas obras e iniciativas inspiradas en Aguchita o que llevan su nombre. Una buena muestra de su fruto son numerosos comunicados, cartas y notas de prensa recibidos a la muerte de Aguchita que en el libro se reseñan. De igual manera, hay que ponderar las celebraciones con motivo de su aniversario, cada 27 de septiembre, que han ido creciendo en número y calidad, tanto por las oraciones, peregrinaciones, publicaciones y hasta canciones como las entrañables del Grupo Siembra «Sigo viviendo».
Culmina la obra con la vibrante homilía de Monseñor Gerardo Zerdin con motivo del regreso de los restos mortales de Aguchita a La Florida, el 27 de septiembre del 2020. Convertida en oración le pide a Aguchita que ayude al Perú «para que desaparezcan las flores del mal y florezcan las flores del bien. Amén» (p.282).
Como adenda una útil cronología desde el 22 de agosto de 1919, matrimonio de los padres de Aguchita, hasta el 7 de mayo del 2022, beatificación. Le sigue la bibliografía con los títulos citados y una selecta galería con las fotos más representativas.

El poder del amor

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Evangelio según San Lucas 6,27-38.
Jesús dijo a sus discípulos: «Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian.
Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica.
Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.
Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes.
Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman.
Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores.
Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.
Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Hace muchos años, un escritor estadounidense, E. Stanley Jones, escribió sobre un hospital de Nueva York que estaba perdiendo un alto porcentaje de niños de un año y menos. Era un hospital de “estado del arte” en relación a la tecnología y el personal sanitario profesional. Finalmente, alguien sugirió que faltaba un ingrediente importante en el cuidado del paciente: el amor. El Hospital comenzó un programa de “voluntarias de amor” de mujeres que acudieron en varias horas del día para brindar atención amorosa a los niños, especialmente a través del contacto y la sostenimiento. Los resultados fueron abrumadores, y después de cuatro meses el jefe de gabinete dijo que “no podíamos vivir sin estos voluntarios amorosos más de lo que podríamos sin la medicina“. ¡Así es el poder del amor! *
Pensé en esta historia cuando leí el evangelio de este fin de semana (Lucas 6:27-38). Jesús habla dramáticamente de la necesidad de amor. Esto es una señal de su presencia, ya que su ministerio estaba motivado por el amor. Su “regla de oro” de “haz a los demás lo que te gustaría que te hicieran a ti“, sin embargo, es sólo el comienzo. Como él dice, hasta los pecadores públicos (cobradores de impuestos, etc. ) aman a los que los aman. Para poder ser verdaderamente hijos del Altísimo nuestro amor debe superar ese amor de quienes son atractivos, tienen algo que ofrecernos en una relación o nos aman a cambio. Él dice que debemos “amar a nuestros enemigos“. En esto podemos sentirnos tentados, en nuestra condición humana, a ‘comprobar‘ y decir que Jesús no sabe de lo que está hablando. No podemos ir por la vida sin dificultades en las relaciones, ya sea en casa, en la escuela, en el trabajo o entre amigos. Aceptamos como “natural” que nos vamos a caer con alguien, que habrá discordia y malestar, que la amistad y el amor serán abandonados. ¡Triste, pero cierto! Nos desafía aún más contra juzgar y condenar a otros, también las tentaciones en nuestra condición humana. Una vez más, sus palabras son poderosas cuando nos dice que tenemos que perdonar, “ser perdonados“. Nadie, ni siquiera Jesús, nos dijo que sería fácil ser un discípulo de Jesucristo. Es una lucha, un desafío constante, pero la gracia de Dios está con nosotros mientras tratamos de amar como somos amados por Dios.
En nuestra Primera Lectura del Primer Libro de Samuel (26:2, 7-9. 12-13, 22-25) vemos dramáticamente el poder del amor revelado. David está siendo perseguido por Saul. Saul quiere acabar con este hombre, elegido por Dios, para reemplazarlo. Sin embargo, David tiene todas las razones y oportunidades para matar a Saul, pero no lo hace. Reconoce a Saúl como “el ungido del Señor“, y no lo matará. David entendió los caminos de Dios, que Saúl había olvidado, y mostró misericordia a su enemigo.
San Pablo nos recuerda en la Segunda Lectura, de la Primera Carta a los Corintios (15:45-49) que somos hijos de Dios, y hemos recibido el Espíritu. No solo somos “polvo“, sino espíritu. Compartir en su vida es la fuente de nuestro viaje a la santidad, y nos da la esperanza de que Dios puede seguir haciendo lo imposible y lo improbable si estamos abiertos a su gracia. En nuestra condición humana puedo imaginar que todos hemos visto algunas llamadas a amar a alguien como imposibles e improbables, sin embargo, nuestra experiencia puede decirnos que el amor de Dios puede llegar más allá del ‘polvo’ y ayudarnos a amar como somos amados por Dios.
Para mí, la parte más desafiante de cualquier homilía es el “¿Y qué?“, eso comienza en este punto. Aunque las palabras de Jesús son claras y fuertes, podemos retorcernos en comprometernos a amar como él nos ama. En nuestra condición humana, podemos identificar fácilmente a los ‘enemigos‘ que encontraríamos difíciles de perdonar. ¡Según nuestros criterios, han sido juzgados y condenados! Jesús no deja duda de que esto no refleja su presencia y amor en nuestras vidas, o que estamos llamados a ser y hacerlo mejor. Su gracia y el poder de su amor –como el de los ‘voluntarios de amor‘ en mi historia– pueden marcar toda la diferencia en el mundo. Tal vez podamos pensar en alguien a quien hemos fallado en amar lo suficiente. Puede haber sido de una mala primera impresión, o algún mal que percibimos que han hecho para dañarnos (o alguien a quien amamos). Pero, al mismo tiempo, puede que hayamos visto, una vez que los conocimos, que nuestra primera impresión era errónea, que los habíamos ‘prejuzgado‘. Puede que hayamos perdido mucho tiempo en energía entre esa primera impresión y llegar a conocerlos, entenderlos y amarlos. Eso fue, de una manera real, el poder del amor –el amor de Dios– entrar en esa amistad.
O tal vez nos hemos desenamorado de alguien por algo que han dicho o hecho, o que hemos percibido que ellos dijeron o hicieron. Podemos decidir automáticamente sobre su motivación, sobre su plenitud de voluntad y sobre el daño que han inflingido. Una vez más, a veces con el tiempo descubrimos que las cosas no son como parecen, e incluso podemos tener compasión por ellas, debido a las circunstancias que llaman nuestra atención. También hemos experimentado, tal vez, en nuestras propias vidas esta situación real, y el dolor que causó “mientras tanto“, hasta que la situación se resolvió y hubo reconciliación. Con gratitud reconocemos el poder del amor de Dios activo en estas situaciones. Para que Dios actúe, sin embargo, necesitamos humildad (no orgullo), comprensión (no juicio) y voluntad de perdonar (no condenar). Todos hemos sentido el alivio y la nueva vida que proviene de ser perdonados y experimentar la reconciliación, pero sabemos que no siempre es fácil dar. Una vez más las palabras de Jesús hacen eco: “Haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti“. Todos buscamos el amor, la comprensión, la paz, el respeto y la unidad con los demás, sin embargo, son tan difíciles de lograr si no nos volvemos a Dios en nuestros momentos “peores“, para que se convierta en un momento de gracia, sanación y nueva vida.
Así como el hospital en mi historia identificó a los ‘voluntarios de amor‘ que trajeron curación y bienestar a sus pacientes jóvenes, todos estamos llamados a ser ‘voluntarios de amor‘ para también marcar una diferencia en las vidas de las personas que conocemos. Puede que pensemos en nuestras palabras y acciones como insignificantes, pero tienen poder –el poder de Dios– si reflejan el amor de Dios por nosotros.
*Esta historia introductoria está tomada de Illustrated Sunday Homillies, Año C, Serie II, por Mark Link, S.J. Tabor Publishing, Allen Texas. Página 67.

Oración por Ucrania

Separatistas prorrusos de Donetsk ordenan evacuación de civiles a Rusia

El dirigente de la autoproclamada república separatista prorrusa de Donetsk, en guerra con Ucrania, acusó a Kiev de preparar una invasión, tras el aumento de los enfrentamientos. El dirigente de la autoproclamada república separatista prorrusa de Donetsk, en guerra con Ucrania, anunció la evacuación de civiles de esta región del este de Ucrania a Rusia, y acusó a Kiev de preparar una invasión, tras el aumento de los enfrentamientos.
Se organizó una salida masiva y centralizada de la población hacia la Federación de Rusia, en primer lugar, las mujeres y los niños y las personas mayores deben ser evacuadas“, declaró Denis Pushilin en un video en su cuenta de Telegram.
El presidente ucraniano Volodimir Zelenski dará muy pronto la orden de pasar a la ofensiva y poner en marcha un plan de invasión de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk“, dijo en referencia a los dos territorios separatistas.
Estados Unidos y Reino Unido acusan a Rusia de querer atizar la violencia en estos territorios controlados por separatistas prorrusos para encontrar una justificación de invadir Ucrania, en cuyas fronteras ha desplegado cerca de 150,000 soldados.
Fuente:www.dw.com

Terroristas asesinan religiosa

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Recorte de prensa sobre Aguchita de 1990.

Asesinada por Sendero Luminoso en la misión de La Florida

Por Pablo J. Ginés/Religión en Libertad
El Papa Francisco ha firmado el decreto que permite beatificar como mártir a la religiosa misionera peruana María Agustina Rivas López (conocida popularmente como Aguchita), asesinada por terroristas maoístas de Sendero Luminoso en la misión de La Florida, en el Vicariato de San Ramón, Perú, el 27 de septiembre de 1990.
Se considera que era la primera vez en Perú que un grupo armado mataba deliberada y conscientemente a una religiosa.
María Agustina Rivas López (“Aguchita“), religiosa de la comunidad del Buen Pastor, servía al pueblo ashaninka en la selva central del Perú. Con sus hermanas de comunidad religiosa, ofrecía asistencia en salud, educación, alimentos, alfabetizaba a mujeres y las capacitaba en tareas productivas, organizaba clubes juveniles y catequesis familiar en las comunidades rurales.
Su labor se centraba sobre todo en las comunidades ashaninka del Valle del Perené, una comunidad de unas 55,000 personas, un pueblo indígena profundamente afectado por la guerra interna de Perú que se hizo más intensa a partir de finales de los años 80.
De 1980 al año 2000 los terroristas marxistas-maoístas de Sendero Luminoso asesinaron a entre 31,000 y 48,000 personas en Perú, según las distintas fuentes. Querían eliminar cualquier fuente de organización, orden o prosperidad que no viniera de su control directo.
Ya habían llegado antes a los pueblos de las misioneras, a veces con amenazas, otras veces con disparos, pero en alguna ocasión habían dicho a las misioneras que no las dañarían.

El martirio, ante todo el pueblo reunido

Ese día llegó al pueblo de La Florida un grupo de 15 a 18 jóvenes armados de Sendero Luminoso; algunos eran incluso niños de 10 a 12 años. Ordenaron que todo el pueblo se reuniera en la plaza. Una joven vio a Aguchita, de 70 años, y le ordenó acudir. Ella antes se desvió para apagar la cocina. La chica armada dijo al jefe de grupo que la religiosa no había obedecido.
El jefe ordenó a la misionera ponerse junto a las personas cuyos nombres leían en una lista. En la lista figuraba la Hermana Luisa, de la Congregación del Buen Pastor, pero como no estaba en el pueblo el jefe dijo: “¡Tu pagarás por ella!
Con todo el pueblo reunido, el jefe proclamó las causas por la que había que castigar a las religiosas: trabajar con los asháninkas, “hablar de paz y no hacer nada“, “distraer a las niñas con caramelos“, “distribuir alimentos“, organizar a las mujeres y trabajar con los pobres.
Aguchita intentó juntar las manos y arrodillarse para morir en oración pero le fallaron las piernas: recibió 5 balazos.
Con ella fusilaron a:
– Juan Pérez Escalante, de 58 años, agricultor y comerciante; su esposa Efigenia Marín, de 50 años, que atendía el centro de salud; el hijo de ambos, Luís, de 24 años
– Pedro Pizarro, de 52 años, agricultor y artesano, “por empadronar a los asháninka“.
– A doña Jesús Marín Pérez, de 48 años, que era hermana de Efigenia; murió en lugar de su marido, que no estaba presente y era acusado de llevar y traer gente en su camión durante las elecciones; las dos hermanas de sangre se abrazaron y con un solo disparo murieron las dos.
Otros decretos: un navarro en China, un etnógrafo de la religión…
El Papa Francisco también ha firmado los decretos que reconocen las virtudes ejercidas en grado heroico por diversos europeos fallecidos a lo largo del siglo XX:
– Mariano Gazpio Ezcurra (1899-1989), misionero agustino recoleto navarro, nacido en Puente la Reina y fallecido en Marcilla. Ordenado sacerdote con 23 años, fue enviado a las misiones de Shangqiu (Henan, China) donde permaneció 28 años, hasta que en 1952 fue expulsado por el régimen comunista, como todos los otros misioneros extranjeros. El resto de su vida fue formador de agustinos recoletos en Monteagudo y en Marcilla.
– El laico húngaro Sándor Bálint, estudioso y padre de familia que falleció en accidente de automóvil con 75 años en 1980; de espiritualidad franciscana y calasancia, como profesor universitario se inspiraba en San José de Calasanz; etnógrafo investigador de las devociones populares; ayudó a los perseguidos bajo la época nazi; fue diputado de 1945 a 1948 hasta que el régimen comunista lo sancionó con difamaciones impidiéndole la docencia.
– Felice Canelli, sacerdote diocesano italiano; nació en una familia muy pobre en 1880 y murió en 1977; fue párroco en zonas pobres y periféricas e impulsó la Acción Católica.
– Sigismondo Kryszkiewicz, sacerdote pasionista polaco, que en religión usaba el nombre de Bernardo de la Madre del Bello Amor; murió de tifus en Polonia 1945 con 30 años; devoto de Santa Teresita de Lisieux, fue maestro y cuidó enfermos y heridos en la guerra mundial.
– La Madre Colomba di Gesù Ostia (de nombre civil Anna Antonietta Mezzacapo), desde los 37 años fue priora de las carmelitas descalzas de Marcianise (Italia); vivió entre 1914 y 1969; mucha gente pedía hablar con ella, por su sonrisa acogedora y porque se decía que tenía el don de leer los corazones.
– Antonia Lesino, italiana del Instituto Secular de la Pequeña Familia Franciscana (1897-1962), que amó intensamente a sus hermanas de vocación y se volcó en enfermos, pobres y sufrientes.

Beatificación a María Agustina Rivas: ¿Quién fue Sor ‘Aguchita’, la primera religiosa asesinada por Sendero Luminoso?

A los 22 años inició su noviciado y a los 67 se trasladó a Junín para trabajar con los Asháninkas en medio de una violencia social. Su fe y amor al prójimo trascendió en la comunidad cristiana.

Por José Acuña– Diario El Comercio.
El último sábado 22 de mayo, el Papa Francisco aprobó la beatificación de la religiosa peruana María Agustina Rivas quien dedicó su vida a servir a Dios, ayudar a los más pobres y quien además fue asesinada por Sendero Luminoso en una comunidad de la selva central durante la época más violenta del país.
El pontífice argentino recibió en audiencia al Cardenal Marcello Semeraro, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos y autorizó a dicha Congregación promulgar el martirio de la Sierva de Dios María Agustina, más conocida como ‘Aguchita’.
Esta es la biografía e historia de la mujer de vida cristiana que dedicó su sus años a servir a los más necesitados del país y dejó enseñanzas de amor y fe.
Vocación religiosa
Antonia Luzmila Rivas López nació el 13 de junio de 1920 en Coracora, capital de la provincia de Parinacochas, en el departamento de Ayacucho. Hija de Dámaso Rivas y Modesta López. Fue la mayor de once hermanos: César, Priscila, Carlos, Jorge, Isidora, Alejandrina, Luisa, Rómulo, María Viva y Maximiliano.
Parte de sus primeros años la pasó en el campo. Ella ayudaba a sus padres en la chacra y cuidaba a sus animales. Antonia disfrutaba mucho el contacto con la naturaleza y eso enriqueció su espíritu de amar la creación. Desde muy pequeña conocía la palabra de Dios y las virtudes cristianas en el seno de su familia. Su madre y la participación que tenía en la parroquia del pueblo jugaron un rol importante para decidir su vocación: ser religiosa.
Antonia Luzmila Rivas López a los 18 años (FOTO: Causa Aguchita).
En 1938 Antonia viajó a Lima visitando a su hermano César, quien se recibió como sacerdote. En esa oportunidad tuvo su primer encuentro con las hermanas del Buen Pastor.
Cuatro años después, en 1942, Antonia Luzmila ingresó a la Congregación Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor. En octubre del mismo año ella recibió su hábito e inició su noviciado adoptando el nombre de María Agustina Rivas López. Desde entonces, se le empezó a llamar cariñosamente ‘Aguchita’. Dos años después, su padre falleció.
Era una hermana muy cercana, de mucha humildad, sencilla, solidaria y sin complicaciones. Su vida era muy orante”, describía la Madre María Pía a Aguchita en una reciente entrevista con el Padre Carlos Rosell del Santuario de la Divina Misericordia.
A los 25 años de edad (1945) Agustina pronunció sus votos queriendo estar siempre al lado de los más pobres y a través de esa alianza hizo su compromiso con Jesucristo. En 1949 realizó su profesión perpetua. Vivió muchos años en Barrios Altos, y tras la muerte de su madre (1952) Agustina quedó al cuidado de sus hermanos.
En los años de 1970 a 1975 fue enviada a la comunidad de las hermanas contemplativas del Buen Pastor, en Salamanca, para apoyar en el servicio de enfermería. Allí, recuerdan a ‘Aguchita’ como una excelente y abnegada enfermera y de buen corazón.
Aguchita‘ (izquierda) con las hermanas contemplativas del Buen Pastor, en Salamanca, (FOTO: Causa Aguchita)
Era una gran enfermera muy caritativa, no solo con las religiosas, sino también con las personas a las cuales servimos”, recuerda la Hermana María Pía.
Durante un retiro de 30 días, el padre que las acompañaba le dijo: “Aguchita, tú vives con un pie en el cielo”. Diez años después, Agustina optó por emprender un desafío: viajar a la selva en medio de una emergencia social.

Misión en la selva: acto de amor

En la década de los 80 en el Perú imperaba un alto nivel de violencia, principalmente, en las zonas del interior del país. En esa época se vivía la lucha contra el terrorismo. Sendero Luminoso (SL) buscaba acabar con el Estado democrático e instaurar un Estado socialista.
En ese contexto, ‘Aguchita’ tomó la decisión de viajar, en 1987, a la selva central para servir a los más necesitados en la zona de emergencia de La Florida, provincia de Chanchamayo, departamento de Junín. Allí, María Agustina se dedicó a la educación de los jóvenes y ayudaba a las mujeres del campo. Les enseñaba a rezar, tejer, hacer el pan y a cuidar de las plantas y animales.
La Madre ‘Aguchita’ era muy devota de San José, y de esa providencia fue testigo la Hermana Norma de la Congregación el Buen Pastor. “Un día se nos acabó el aceite y la manteca. En la oración de la mañana Aguchita ora con gran sentimiento y pide por esta necesidad por la intercesión de San José. Ese día Aguchita se va a la tienda y luego tocan el timbre y preguntan por la madre Agustina, yo dije que había salido; me entregaron una lata de aceite y una caja de manteca. Ahí vi palpablemente como esta mujer [Aguchita] hacía esto”, contó Norma en aquella entrevista.
(FOTO: Causa Aguchita)
En 1990 María Agustina viajó a la capital limeña para hacerse un tratamiento médico, sin embargo, meses después decidió regresar a La Florida. “Allá me necesitan”, decía.
Fue la tarde del 27 de setiembre de ese año que un grupo de jóvenes llegó al referido pueblo de Junín. ‘Aguchita’ se encontraba haciendo dulces con unas niñas, salió a comprar limones y una joven la obligó a ir a la plaza. Ante de obedecer el encargo, la religiosa fue a apagar la cocina, lo cual fue interpretado como una desobediencia y la joven le indicó a su jefe que no había obedecido.
El Señor me ha traído para darme gusto antes de morir y a la vejez , en fin, soy arcilla entre sus manos“, dijo Aguchita (FOTO: Causa Aguchita).
Durante la reunión, el cabecilla del grupo terrorista hablaba de SL y leyó una lista de 6 personas que serían ejecutadas. Dentro de esos nombres estaba el de la hermana Luisa de la Congregación del Buen Pastor, pero esta no se encontraba. En su lugar, ‘Aguchita’ fue ejecutada de cinco balazos por una joven de 17 años.
Apenas un año antes (1989), la Sor ‘Aguchita’ le había escrito a su superiora provincial, la Hermana Delia. En sus notas informaba la presencia de Sendero Luminoso y los actos genocidas que cometían. En una de esos escritos decía: “El señor es demasiado delicado. Un día en la meditación me hizo recuerdo de la ilusión grande que tenía cuando descubrí mi vocación de ser religiosa: era trabajar en el selva; de esto han pasado años y me digo el Señor me ha traído para darme gusto antes de morir y a la vejez , en fin, soy arcilla entre sus manos”.
De acuerdo con la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), este grupo genocida incursionó en diversas comunidades nativas y anexos campesinos realizando “juicios populares” y asesinando autoridades y pobladores.
La selva central del Perú es el territorio tradicional de los pueblos Asháninka, Yánesha y Nomatsiguenga. Estos pueblos indígenas –principalmente los Asháninkas– fueron muy golpeados por el conflicto armado interno debido al alto número de víctimas directas, situación que ha exacerbado la exclusión y marginación que han sufrido durante siglos”, se lee en el informe de dicha comisión.
Se calcula que de 55 mil Asháninkas, cerca de 10 mil fueron desplazados forzosamente en los valles del Ene, Tambo y Perené. Seis mil personas fallecieron y cerca de 5 mil estuvieron cautivas por el grupo guerrillero Sendero Luminoso. Además, se calcula que durante los años del conflicto desaparecieron entre 30 y 40 comunidades Asháninkas, según al CVR.
María Agustina o Antonia Luzmila, más conocida como ‘Aguchita’, se convirtió en la primera religiosa asesinada por Sendero Luminoso. Ella fue victimada por trabajar con los Asháninkas y servir a los más pobres y desvalidos del interior del país. No obstante, su amor y fe trascendió en la comunidad, por lo que hoy se espera la fecha para la ceremonia de su beatificación.
Invito a todos a encomendarse a Aguchita, estando en la tierra ella pudo hacer muchas cosas a favor de los más necesitados. Ahora que está junto a Dios podría hacer mucho más por nosotros. Confiemos a Aguchita nuestra salud ahora que estamos en pandemia”, recomendó la Hermana Norma del Buen Pastor.

Bienaventurados

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Evangelio según San Lucas 6,17.20-26.
Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón.
Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: “¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Hay una vieja leyenda sobre un niño nativo que encontró un huevo de águila. Lo colocó en un nido de huevos de gallina, y el aguilucho eclosionó junto con la cría de polluelos. El aguilucho creció con las gallinas, rascando en la tierra buscando comida como lo hacían los pollos, cacareó como lo hicieron los pollos, y voló a unos metros del suelo como lo hicieron los gallinas. Un día el aguilucho miró hacia el cielo y vio un magnífico pájaro volando majestuosamente a través del cielo sobre dos grandes alas. Le quitaron el aliento al águila, y le dijo a un pollo mayor: “¿Qué clase de pájaro es ese? El pollo mayor respondió: Eso es un águila. Pero olvídalo. Nunca podrías volar así ni en un millón de años“. *
Pensé en esta historia cuando leí el evangelio de este fin de semana (Lucas 6:17, 20-26). Porque tan a menudo como hemos escuchado el Sermón en el Monte, podemos seguir convenciéndonos de que no podemos cumplirlos, que son para “otros” que son más santos o más cerca de Dios. Estas Bienaventuranzas son un desafío para nosotros, en nuestra condición humana, pero con la gracia de Dios podemos (y haremos) cumplir el espíritu de ellos: uniéndonos más estrechamente a Dios, y siendo en mayor solidaridad con los demás, especialmente con los necesitados entre nosotros. En la segunda mitad del evangelio nos encontramos con los versículos “Ay de ti“, así que Jesús no sólo nos llama a ser y hacer más, sino que también nos está advirtiendo de las consecuencias de NO ser y hacer más de rechazar su gracia. Así como el águila joven descubrió que podía volar -a pesar de que le dijeron que no podía “en un millón de años”– Jesús nos está animando a creer en su presencia, su promesa y su gracia y a ‘volar‘ y ser aquellos que cumplen estas beatitudes con el pecado ceridad y alegría.
En nuestra Primera Lectura, del Profeta Jeremías (17:5-8), Dios distingue entre los que son infieles, y los que son fieles. Las imágenes son hermosas, e ilustran las distinciones: entre “un arbusto seco” y “un árbol plantado junto al agua“. Nos asegura que incluso en la “sequía” hay esperanza, y el árbol sigue dando frutos. Dios promete una nueva vida, a pesar de que las condiciones no sean ideales. Yo pensaría que muchos de nosotros podemos relacionarnos con una experiencia de ser como ese árbol, nutrido por el Señor.
En nuestra segunda lectura, de la primera carta de San Pablo a los Corintios (15:12,16-20), nos habla del fruto de la resurrección de Jesús. San Pablo lo reconoce como algo más que un hecho histórico, sino una experiencia vivida, que comenzó para él en el camino a Damasco y lo llamó a la vida con el Cristo resucitado. San Pablo había vivido esa vida con Cristo, y aseguró a sus oyentes, a quienes trajo al Señor, que compartían en esta vida con Dios.
Tan a menudo encontramos que la Palabra de Dios nos desafía. Pero, al mismo tiempo, encontramos que nos anima y nos recuerda que no estamos respondiendo solos al llamado de Jesús, sino que estamos acompañados de su abundante gracia. Las lecturas de hoy reflejan ese desafío y ese aliento. El Sermón del Monte, las Bienaventuranzas, nos presentan un “orden alto“. Todos somos desafiados por las palabras de Jesús. Desafortunadamente, si y cuando olvidamos que Dios está con nosotros en nuestra respuesta nos desanimamos e incluso podemos rendirnos, sintiéndonos incapaces (y tal vez incluso indignos) de responder a su llamada. Sin embargo, quizás también podemos recordar momentos en los que “volamos” a pesar de la realidad negativa o desalentadora que nos rodea. Esos fueron los momentos en que la gracia de Dios era más activa, y estábamos más abiertos a Dios porque sentimos nuestra propia vulnerabilidad, debilidad y “necesidad” de Dios.
Cuando cumplimos con el mandato de las Bienaventuranzas -son pobres en espíritu, están hambrientos de Dios y su justicia, que lloran en la cara de la tristeza y la injusticia, y que sufren a causa de la buena noticia- estamos dependiendo de la gracia de Dios, más que justo nuestras propias habilidades e inclinaciones humanas. Entonces ciertamente marcamos la diferencia en el mundo, empezando en nuestra familia, en nuestra escuela y lugar de trabajo, entre nuestros amigos y en nuestra comunidad parroquial. Con demasiada frecuencia la gente siente que no hacen la diferencia, que sus palabras y actos pasan desapercibidos por los demás. Esto le roba a la gente su fuerza para aceptar el desafío de Dios, y engaña a otros del ejemplo y testimonio que Dios quiere dar a través de ellos. ¡La gente está escuchando, y están mirando! Tal vez podamos pensar en tiempos que las palabras y el ejemplo de otras personas nos tocaron, y nos inspiraron a ser y hacer más. A veces puede haber sido por un esfuerzo especial, y otras veces solo estaban siendo ellos mismos, y la gracia de Dios venía a través de ellos a nosotros. Tal vez podemos pensar en momentos en que nuestras palabras y ejemplo marcaron la diferencia en la vida de otra persona, incluso cuando quizás no hemos sido conscientes, y sólo después lo trajeron a nuestra atención. ¡Qué alentador es esto!
¡Vivir las bienaventuranzas no es imposible! Con la gracia de Dios podemos ‘volar‘, como el águila pequeña, y responder al llamado de Jesús, y no encontrarnos entre la multitud “ay de ti” que no responde y no dan testimonio de Jesucristo todos los días. No solo necesitamos creer en Dios, sino creer que Dios ‘cree‘ en nosotros.
*Esta historia introductoria está tomada de Illustrated Sunday Homillies, Año C, Serie II, por Mark Link SJ. Tabor Publishing, Allen Texas. Página 65-66.