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Factor religioso como fenómeno humano

Sacerdote amenazado de muerte

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Dijo que el comunismo es enemigo de la Iglesia

Por WALTER SÁNCHEZ SILVA– ACI Prensa.
Desconocidos amenazaron de muerte al Padre Omar Sánchez Portillo, secretario general de Cáritas Lurín y conocido por su amplia labor solidaria a favor de miles de personas necesitadas en Perú, luego de haber criticado al comunismo en una homilía.
El 23 de mayo el sacerdote recordó en una Misa que el comunismo es enemigo de la Iglesia y que varios beatos peruanos fueron asesinados por el grupo terrorista Sendero Luminoso, que se declara marxista, leninista y maoísta. El sábado el Papa Francisco aprobó la beatificación de la religiosa María Agustina Rivas López, “Aguchita”, asesinada en 1990 también por los senderistas.
El Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso, calificado como uno de los más sanguinarios grupos terroristas, apareció en 1980 y causó decenas de miles de muertes en todo el país.
El sacerdote hizo esta precisión sobre el comunismo a dos semanas de la segunda vuelta electoral para elegir al nuevo presidente del Perú. Los candidatos son Pedro Castillo, del partido comunista Perú Libre; y Keiko Fujimori, de Fuerza Popular. La votación será el 6 de junio.
En una publicación en su cuenta de Facebook tras haber recibido las amenazas, el Padre Omar Sánchez precisó que ha “hablado con la verdad y solo he enseñado con claridad lo que enseña la Santa Madre Iglesia. Salvo que alguien me demuestre lo contrario”.
“A los que me amenazan de muerte, me insultan, me ofenden, me difaman, y engañan y mienten sobre mí, los amo en Cristo Jesús y los perdono. Rezo por ustedes”, agregó el sacerdote.
En declaraciones a ACI Prensa este 26 de mayo, el Padre Omar Sánchez dijo que “la gente piensa que las amenazas vienen del lado de Pedro Castillo pero no son de ellos. Han sido llamadas después del sermón del domingo”.
El Padre Omar dijo a ACI Prensa que “me llamaron tres personas diferentes amenazando con que me iban a matar. ‘Te vamos a perseguir por apoyar a Keiko, te vamos a perseguir’, me dijeron”.
“Puede ser cualquier persona. No sé de dónde vienen las amenazas. He llamado a los teléfonos al día siguiente y están siempre apagados. También hubo insultos en Facebook, ya sabes cómo son las redes”, agregó.
El sacerdote dijo que pese a las amenazas está tranquilo y sigue realizando sus labores normalmente.
“No van a paralizar mi vida. Me he reunido con mi obispo y he sentido su respaldo. Eso me da tranquilidad. No le daría más importancia a las amenazas”, comentó el Padre Omar.
Finalmente el sacerdote explicó que está “súper tranquilo. Mi vida continúa. Ahora voy a un lugar donde se cayó una capilla que era frágil para ver cómo la levantamos de nuevo”.

G. K. Chesterton

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G.K Chesterton, Londres, 29 de mayo de 1874– Beaconsfield, 14 de junio de 1936.

Más conocido como G. K. Chesterton, fue un escritor y periodista británico de inicios del siglo XX. Cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la narración, la biografía, la lírica, el periodismo y el libro de viajes.
Chesterton escribe desde una perspectiva cristiana: para él, el cristianismo es como la llave que permite abrir la cerradura del misterio de la vida, porque hace encajar las distintas piezas (Autobiografía). Los dogmas no son una jaula, sino que marcan un camino hacia la verdad y la plenitud; de hecho, todos tenemos dogmas, más o menos inconscientes, que es otra de sus tesis recurrentes. Sus argumentos nunca son teológicos, sino basados en la razón, la experiencia y la historia, y en defensa de la sensatez –en inglés sanity– ante el alocado mundo moderno, al que sin embargo amaba, implicándose profundamente en su transformación a través de sus escritos y sus empresas periodísticas, como el GK’s Weekly.
El punto de partida de Chesterton es el asombro por la existencia, pues podríamos no ser. Hay un mundo real ahí fuera que –a pesar de sus contradicciones– es esencialmente bueno y hermoso, y por tanto hay que estar alegres y llenos de agradecimiento.
Pequeñas pinceladas de su vida.
Educado en una familia anglicana pasó por épocas en las que se interesa por el espiritismo o el ocultismo. Cómo otros conversos en su camino de búsqueda de la verdad explora campos que llaman su atención.
En su juventud se volvió agnóstico «militante». En 1901 contrajo matrimonio con Frances Blogg, anglicana practicante, quien ayudó en un principio a que G. K. se acercara al cristianismo. La inquietud de Chesterton se puede ver claramente en el siguiente artículo: «No puedes evadir el tema de Dios, siendo que hables sobre cerdos, o sobre la teoría binominal estás, todavía, hablando sobre Él. Ahora, si el cristianismo es… un fragmento de metafísica sin sentido inventado por unas pocas personas, entonces, por supuesto, defenderlo será simplemente hablar de metafísica sin sentido una y otra vez. Pero si el cristianismo resultara ser verdadero, entonces, defenderlo podría significar hablar sobre cualquier cosa, o sobre todas las cosas. Hay cosas que pueden ser irrelevantes para la proposición sobre que el cristianismo es falso, pero ninguna cosa puede ser irrelevante para la proposición sobre que el cristianismo es verdadero».
Luego, con el pasar de los años se acercó cada vez más al Cristianismo. Volvió a la religión de su infancia, al anglicanismo. A la idea del superhombre planteada por Nietzsche y seguida por Shaw y Wells respondió con un ensayo titulado ¿Por qué creo en el Cristianismo?: Si un hombre se nos acerca (como muchos se nos acercarán muy pronto) a decir, «Yo soy una nueva especie de hombre. Yo soy el superhombre. He abandonado la piedad y la justicia»; nosotros debemos contestar: «Sin duda tú eres nuevo, pero no estás cerca de ser un hombre perfecto, porque él ya ha estado en la mente de Dios. Nosotros hemos caído con Adán y nosotros ascenderemos con Cristo, pero preferimos caer con Satán, que ascender contigo».
Cada vez se adentraba más y más en el estudio y lectura de los escritos de los Padres de la Iglesia.
Contacto con otros conversos.
Durante el año 1921 Chesterton no publicó ningún libro, pero sí se dedicó mucho al periódico “The New Witness”. Durante esa época mantuvo una constante correspondencia con Maurice Baring, el Padre John O’Connor y el Padre Ronald Knox, quienes lo ayudaron mucho a ir cambiando su pensamiento y sus creencias hacia la fe que ellos, todos conversos a su vez al catolicismo, profesaban.
Y terminó por convertirse a la Iglesia católica, en la cual ingresó en 1922.
En su búsqueda de la verdad se toparía con diversos obstáculos, pero siempre iría con una mentalidad abierta y no se detendría ante estos muros a no ser que estuviera convencido de que debía derribarlos para poder continuar con su búsqueda:
Siempre antes de romper un muro, hay que preguntarse por qué lo han construido en primer lugar.
Sobre las críticas al conservadurismo de la Iglesia católica Chesterton diría que no quiere una Iglesia que se adapte a los tiempos, ya que el ser humano sigue siendo el mismo y necesita que lo guíen: Nosotros realmente no queremos una religión que tenga razón cuando nosotros tenemos razón. Lo que nosotros queremos es una religión que tenga razón cuando nosotros estamos equivocados…
La Iglesia católica y la conversión
En un ensayo titulado «¿Por qué soy católico?» se refiere a la Iglesia Católica de la siguiente forma: No hay ningún otro caso de una continua institución inteligente que haya estado pensando sobre pensar durante dos mil años. Su experiencia naturalmente cubre casi todas las experiencias, y especialmente casi todos los errores. El resultado es un mapa en el que todos los callejones ciegos y malos caminos están claramente marcados, todos los caminos que han demostrado no valer la pena por la mejor de las evidencias; la evidencia de aquellos que los han recorrido.
El influjo católico lo recibió por diferentes partes. Sir James Gunn pintó un cuadro en el que aparecen Chesterton, Hilaire Belloc y Maurice Baring (los tres amigos que comparten la mesa y también la filosofía y las creencias), al que tituló «The Conversation Piece» (La Pieza de Conversación).
La mayor influencia se dio a través de un párroco llamado John O’Connor, en quien Chesterton se apoyó. Decía Chesterton que sabía que la Iglesia Romana tenía un conocimiento superior respecto del bien, pero jamás pensó que tuviera ese conocimiento respecto del mal, y fue el Padre O’Connor quien, en las largas caminatas que realizaban juntos, le demostró que él conocía el bien tal cual como G.K. suponía, pero que además conocía la maldad, y estaba muy enterado de ella, principalmente gracias al Sacramento de la Penitencia, ya que allí escuchaba tanto cosas buenas cuanto cosas malas.
Siguiendo con la metáfora del mapa, plantea que la Iglesia católica lleva una especie de mapa de la mente que se parece mucho a un mapa de un laberinto, pero que de hecho es una guía para el laberinto. Ha sido compilada por el conocimiento, que incluso considerándolo como conocimiento humano, no tiene ningún paralelo humano.
La conversión de Chesterton al catolicismo causó un revuelo semejante al que provocó la del cardenal John Henry Newman o la de Ronald Knox.
Fuente: Solinet.

La cruz azul

Bajo la cinta de plata de la mañana, y sobre el reflejo azul del mar, el bote llegó a la costa de Harwich y soltó, como enjambre de moscas, un montón de gente, entre la cual ni se distinguía ni deseaba hacerse notable el hombre cuyos pasos vamos a seguir.
No; nada en él era extraordinario, salvo el ligero contraste entre su alegre y festivo traje y la seriedad oficial que había en su rostro. Vestía un chaqué gris pálido, un chaleco, y llevaba sombrero de paja con una cinta casi azul. Su rostro, delgado, resultaba trigueño, y se prolongaba en una barba negra y corta que le daba un aire español y hacía echar de menos la gorguera isabelina. Fumaba un cigarrillo con parsimonia de hombre desocupado. Nada hacia presumir que aquel chaqué claro ocultaba una pistola cargada, que en aquel chaleco blanco iba una tarjeta de policía, que aquel sombrero de paja encubría una de las cabezas más potentes de Europa. Porque aquel hombre era nada menos que Valentín, jefe de la policía parisiense, y el más famoso investigador del mundo. Venía de Bruselas a Londres para hacer la captura más comentada del siglo.
Flambeau estaba en Inglaterra. La policía de tres países había seguido la pista al delincuente de Gante a Bruselas, y de Bruselas al Hoek van Holland. Y se sospechaba que trataría de disimularse en Londres, aprovechando el trastorno que por entonces causaba en aquella ciudad la celebración del Congreso Eucarístico. No sería difícil que adoptara, para viajar, el disfraz de eclesiástico menor, o persona relacionada con el Congreso. Pero Valentín no sabía nada a punto fijo. Sobre Flambeau nadie sabía nada a punto fijo.
Hace muchos años que este coloso del crimen desapareció súbitamente, tras de haber tenido al mundo en zozobra; y a su muerte, como a la muerte de Rolando, puede decirse que hubo una gran quietud en la tierra. Pero en sus mejores días -es decir, en sus peores días-, Flambeau era una figura tan estatuaria e internacional como el Káiser. Casi diariamente los periódicos de la mañana anunciaban que había logrado escapar a las consecuencias de un delito extraordinario, cometiendo otro peor.
Era un gascón de estatura gigantesca y gran acometividad física. Sobre sus rasgos de buen humor atlético se contaban las cosas más estupendas: un día cogió al juez de instrucción y lo puso de cabeza «para despejarle la cabeza». Otro día corrió por la calle de Rivoli con un policía bajo cada brazo. Y hay que hacerle justicia: esta fuerza casi fantástica sólo la empleaba en ocasiones como las descritas: aunque poco decentes, no sanguinarias.
Sus delitos eran siempre hurtos ingeniosos y de alta categoría. Pero cada uno de sus robos merecía historia aparte, y podría considerarse como una especie inédita del pecado. Fue él quien lanzó el negocio de la «Gran Compañía Tirolesa» de Londres, sin contar con una sola lechería, una sola vaca, un solo carro, una gota de leche, aunque sí con algunos miles de suscriptores. Y a éstos los servía por el sencillísimo procedimiento de acercar a sus puertas los botes que los lecheros dejaban junto a las puertas de los vecinos. Fue él quien mantuvo una estrecha y misteriosa correspondencia con una joven, cuyas cartas eran invariablemente interceptadas, valiéndose del procedimiento extraordinario de sacar fotografías infinitamente pequeñas de las cartas en los portaobjetos del microscopio. Pero la mayor parte de sus hazañas se distinguían por una sencillez abrumadora. Cuentan que una vez repintó, aprovechándose de la soledad de la noche, todos los números de una calle, con el solo fin de hacer caer en una trampa a un forastero.
No cabe duda que él es el inventor de un buzón portátil, que solía apostar en las bocacalles de los quietos suburbios, por si los transeúntes distraídos depositaban algún giro postal. Últimamente se había revelado como acróbata formidable; a pesar de su gigantesca mole, era capaz de saltar como un saltamontes y de esconderse en la copa de los árboles como un mono. Por todo lo cual el gran Valentín, cuando recibió la orden de buscar a Flambeau, comprendió muy bien que sus aventuras no acabarían en el momento de descubrirlo.
Y ¿cómo arreglárselas para descubrirlo? Sobre este punto las ideas del gran Valentín estaban todavía en embrión.
Algo había que Flambeau no podía ocultar, a des- pecho de todo su arte para disfrazarse, y este algo era su enorme estatura. Valentín estaba, pues, decidido, en cuanto cayera bajo su mirada vivaz alguna vendedora de frutas de desmedida talla, o un granadero corpulento, o una duquesa medianamente desproporcionada, a arrestarlos al punto. Pero en todo el tren no había topado con nadie que tuviera trazas de ser un Flambeau disimulado, a menos que los gatos pudieran ser jirafas disimuladas.
Respecto a los viajeros que venían en su mismo vagón, estaba completamente tranquilo. Y la gente que había subido al tren en Harwich o en otras estaciones no pasaba de seis pasajeros. Uno era un empleado del ferrocarril -pequeño él-, que se dirigía al punto terminal de la línea. Dos estaciones más allá habían recogido a tres verduleras lindas y pequeñitas, a una señora viuda -diminuta- que procedía de una pequeña ciudad de Essex, y a un sacerdote católico-romano -muy bajo también- que procedía de un pueblecito de Essex.
Al examinar, pues, al último viajero, Valentín renunció a descubrir a su hombre, y casi se echó a reír: el curita era la esencia misma de aquellos insulsos habitantes de la zona oriental; tenía una cara redonda y roma, como pudín de Norfolk; unos ojos tan vacíos como el mar del Norte, y traía varios paquetitos de papel de estraza que no acertaba a juntar. Sin duda el Congreso Eucarístico había sacado de su estancamiento local a muchas criaturas semejantes, tan ciegas e ineptas como topos desenterrados. Valentín era un escéptico del más severo estilo francés, y no sentía amor por el sacerdocio. Pero sí podía sentir compasión, y aquel triste cura bien podía provocar lástima en cualquier alma. Llevaba una sombrilla enorme, usada ya, que a cada rato se le caía. Al parecer, no podía distinguir entre los dos extremos de su billete cuál era el de ida y cuál el de vuelta. A todo el mundo le contaba, con una monstruosa candidez, que tenía que andar con mucho cuidado, porque entre sus paquetes de papel traía alguna cosa de legítima plata con unas piedras azules. Esta curiosa mezcolanza de vulgaridad -condición de Essex- y santa simplicidad divirtieron mucho al francés, hasta la estación de Stratford, donde el cura logró bajarse, quién sabe cómo, con todos sus paquetes a cuestas, aunque todavía tuvo que regresar por su sombrilla. Cuando le vio volver, Valentín, en un rapto de buena intención, le aconsejó que, en adelante, no le anduviera contando a todo el mundo lo del objeto de plata que traía. Pero Valentín, cuando hablaba con cualquiera, parecía estar tratando de descubrir a otro; a todos, ricos y pobres, machos o hembras, los consideraba atentamente, calculando si medirían los seis pies, porque el hombre a quien buscaba tenía seis pies y cuatro pulgadas:
Apeóse en la calle de Liverpool, enteramente seguro de que, hasta allí, el criminal no se le había escapado. Se dirigió a Scotland Yard -la oficina de policía- para regularizar su situación y prepararse los auxilios necesarios, por si se daba el caso; después encendió otro cigarrillo y se echó a pasear por las calles de Londres. Al pasar la plaza de Victoria se detuvo de pronto. Era una plaza elegante, tranquila, muy típica de Londres, llena de accidental quietud. Las casas, grandes y espaciosas, que la rodeaban, tenían aire, a la vez, de riqueza y de soledad; el pradito verde que había en el centro parecía tan desierto como una verde isla del Pacífico. De las cuatro calles que circundaban la plaza, una era mucho más alta que las otras, como para formar un estrado, y esta calle estaba rota por uno de esos admirables disparates de Londres: un restaurante, que parecía extraviado en aquel sitio y venido del barrio de Soho. Era un objeto absurdo y atractivo, lleno de tiestos con plantas enanas y visillos listados de blanco y amarillo limón. Aparecía en lo alto de la calle, y, según los modos de construir habituales en Londres, un vuelo de escalones subía de la calle hacia la puerta principal, casi a manera de escala de salvamento sobre la ventana de un primer piso. Valentín se detuvo, fumando, frente a los visillos listados, y se quedó un rato contemplándolos.
Lo más increíble de los milagros está en que acontezcan. A veces se juntan las nubes del cielo para figurar el extraño contorno de un ojo humano; a veces, en el fondo de un paisaje equívoco, un árbol asume la elaborada figura de un signo de interrogación. Yo mismo he visto estas cosas hace pocos días. Nelson muere en el instante de la victoria, y un hombre llamado Williams da la casualidad de que asesina un día a otro llamado Williamson; ¡una especie de infanticidio! En suma, la vida posee cierto elemento de coincidencia fantástica, que la gente, acostumbrada a contar sólo con lo prosaico, nunca percibe. Como lo expresa muy bien la paradoja de Poe, la prudencia debiera contar siempre con lo imprevisto.
Arístides Valentín era profundamente francés, y la inteligencia francesa es, especial y únicamente, inteligencia. Valentín no era «máquina pensante» insensata frase, hija del fatalismo y el materialismo modernos. La máquina solamente es máquina, por cuanto no puede pensar. Pero él era un hombre pensante y, al mismo tiempo, un hombre claro. Todos sus éxitos, tan admirables que parecían cosa de magia, se debían a la lógica, a esa ideación francesa clara y llena de buen sentido. Los franceses electrizan al mundo, no lanzando una paradoja, sino realizando una evidencia. Y la realizan al extremo que puede verse por la Revolución Francesa. Pero, por lo mismo que Valentín entendía el uso de la razón, Palpaba sus limitaciones. Sólo el ignorante en motorismo puede hablar de motores sin petróleo; sólo el ignorante en cosas de la razón puede creer que se razone sin sólidos e indisputables primeros principios. Y en el caso no había sólidos primeros principios. A Flambeau le habían perdido la pista en Harwich, y si estaba en Londres podría encontrársele en toda la escala que va desde un gigantesco trampista, que recorre los arrabales de Wimbledon, hasta un gigantesco toastmaster* en algún banquete del «Hotel Métropole». Cuando sólo con- taba con noticias tan vagas, Valentín solía tomar un camino y un método que le eran propios.
*El que dirige los brindis.
En casos cómo éste, Valentín se fiaba de lo imprevisto. En casos como éste, cuando no era posible seguir un proceso racional, seguía, fría y cuidadosamente, el proceso de lo irracional. En vez de ir a los lugares más indicados -bancos, puestos de policía, sitios de reunión-, Valentín asistía sistemáticamente a los menos indicados: llamaba a las casas vacías, se metía por las calles cerradas, recorría todas las callejas bloqueadas de escombros, se dejaba ir por todas las transversales que le alejaran inútilmente de las arterias céntricas. Y defendía muy lógicamente este procedimiento absurdo. Decía que, a tener algún vislumbre, nada hubiera sido peor que aquello; pero, a falta de toda noticia, aquello era lo mejor, porque había al menos probabilidades de que la misma extravagancia que había llamado la atención del perseguidor hubiera impresionado antes al perseguido. El hombre tiene que empezar sus investigaciones por algún sitio, y lo mejor era empezar donde otro hombre pudo detenerse. El aspecto de aquella escalinata, la misma quietud y curiosidad del restaurante, todo aquello conmovió la romántica imaginación del policía y le sugirió la idea de probar fortuna. Subió las gradas y, sentándose en una mesa junto a la ventana, pidió una taza de café solo.
Aún no había almorzado. Sobre la mesa, las ligeras angarillas que habían servido para otro desayuno le recordaron su apetito; pidió, además, un huevo escalfado, y procedió, pensativo, a endulzar su café, sin olvidar un punto a Flambeau. Pensaba cómo Flambeau había escapado en una ocasión gracias a un incendio; otra vez, con pretexto de pagar por una carta falta de franqueo, y otra, poniendo a unos a ver por el telescopio un cometa que iba a destruir el mundo. Y Valentín se decía -con razón- que su cerebro de detective y el del criminal eran igualmente poderosos. Pero también se daba cuenta de su propia desventaja: el criminal -pensaba sonriendo- es el artista creador, mientras que el detective es sólo el crítico. Y levantó lentamente su taza de café hasta los labios…, pero la separó al instante: le había puesto sal en vez de azúcar.
Examinó el objeto en que le habían servido la sal; era un azucarero, tan inequívocamente destinado al azúcar como lo está la botella de champaña para el champaña. No entendía cómo habían podido servirle sal. Buscó por allí algún azucarero ortodoxo…; sí, allí había dos saleros llenos. Tal vez reservaban alguna sorpresa. Probó el contenido de los saleros, era azúcar. Entonces extendió la vista en derredor con aire de interés, buscando algunas huellas de aquel singular gusto artístico que llevaba a poner el azúcar en los saleros y la sal en los azucareros. Salvo un manchón de líquido oscuro, derramado sobre una de las paredes, empapeladas de blanco, todo lo demás aparecía limpio, agradable, normal. Llamó al timbre. Cuando el camarero acudió presuroso, despeinado y algo torpe todavía a aquella hora de la mañana, el detective -que no carecía de gusto por las bromas sencillas- le pidió que probara el azúcar y dijera si aquello estaba a la altura de la reputación de la casa. El resultado fue que el camarero bostezó y acabó de despertarse.
—¿Y todas las mañanas gastan ustedes a sus clientes estas bromitas? -preguntó Valentín-. ¿No les resulta nunca cansada la bromita de trocar la sal y el azúcar?
El camarero, cuando acabó de entender la ironía, le aseguró tartamudeante, que no era tal la intención del establecimiento, que aquello era una equivocación inexplicable. Cogió el azucarero y lo contempló, y lo mismo hizo con el salero, manifestando un creciente asombro. Al fin, pidió excusas precipitadamente, se alejó corriendo, y volvió pocos segundos después acompañado del propietario. El propietario examinó también los dos recipientes, y también se manifestó muy asombrado.
De pronto, el camarero soltó un chorro inarticulado de palabras.
—Yo creo -dijo tartamudeando- que fueron esos dos sacerdotes.
—¿Qué sacerdotes?
—Ésos que arrojaron la sopa a la pared -dijo.
—¿Qué arrojaron la sopa a la pared? -preguntó Valentín, figurándose que aquella era alguna singular metáfora italiana.
—Sí, sí -dijo el criado con mucha animación, señalando la mancha oscura que se veía sobre el papel blanco-; la arrojaron allí, a la pared.
Valentín miró, con aire de curiosidad al propietario. Éste satisfizo su curiosidad con el siguiente relato:
—Sí, caballero, así es la verdad, aunque no creo que tenga ninguna relación con esto de la sal y el azúcar. Dos sacerdotes vinieron muy temprano y pidieron una sopa, en cuanto abrimos la casa. Parecían gente muy tranquila y respetable. Uno de ellos pagó la cuenta y salió. El otro, que era más pausado en sus movimientos, estuvo algunos minutos recogiendo sus cosas, y al cabo salió también. Pero antes de hacerlo tomó deliberadamente la taza (no se la había bebido toda), y arrojó la sopa a la pared. El camarero y yo estábamos en el interior; así apenas pudimos llegar a tiempo para ver la mancha en el muro y el salón ya completamente desierto. No es un daño muy grande, pero es una gran desvergüenza. Aunque quise alcanzar a los dos hombres, ya iban muy lejos. Sólo pude advertir que doblaban la esquina de la calle de Carstairs.
El policía se había levantado, puesto el sombrero y empuñado el bastón. En la completa oscuridad en que se movía, estaba decidido a seguir el único indicio anormal que se le ofrecía; y el caso era, en efecto, bastante anormal. Pagó, cerró de golpe tras de sí la puerta de cristales y pronto había doblado también la esquina de la calle.
Por fortuna, aun en los instantes de mayor fiebre conservaba alerta los ojos. Algo le llamó la atención frente a una tienda, y al punto retrocedió unos pasos para observarlo. La tienda era un almacén popular de comestibles y frutas, y al aire libre estaban expuestos algunos artículos con sus nombres y precios, entre los cuales se destacaban un montón de naranjas y un montón de nueces. Sobre el montón de nueces había un tarjetón que ponía, con letras azules: «Naranjas finas de Tánger, dos por un penique» Y sobre las naranjas, una inscripción semejante e igualmente exacta, decía: «Nueces finas del Brasil, a cuatro la libra». Valentín, considerando los dos tarjetones, pensó que aquella forma de humorismo no le era desconocida, por su experiencia de hacía poco rato. Llamó la atención del frutero sobre el caso. El frutero, con su carota bermeja y su aire estúpido, miró a uno y otro lado de la calle como preguntándose la causa de aquella confusión. Y, sin decir nada, colocó cada letrero en su sitio. El policía, apoyado con elegancia en su bastón, siguió examinando la tienda. Al fin exclamó:
—Perdone usted, señor mío, mi indiscreción: quisiera hacerle a usted una pregunta referente a la psicología experimental y a la asociación de ideas.
El caribermejo comerciante le miró de un modo amenazador. El detective, blandiendo el bastoncillo en el aire, continuó alegremente:
—¿Qué hay de común entre dos anuncios mal colocados en una frutería y el sombrero de teja de alguien que ha venido a pasar a Londres un día de fiesta? O, para ser más claro: ¿qué relación mística existe entre estas nueces, anunciadas como naranjas, y la idea de dos clérigos, uno muy alto y otro muy pequeño?
Los ojos del tendero parecieron salírsele de la cabeza, como los de un caracol. Por un instante se dijera que se iba a arrojar sobre el extranjero. Y, al fin, exclamó, iracundo:
—No sé lo que tendrá usted que ver con ellos, pero si son amigos de usted, dígales de mi parte que les voy a estrellar la cabeza, aunque sean párrocos, como vuelvan a tumbarme mis manzanas.
—¿De veras? -preguntó el detective con mucho interés-. ¿Le tumbaron a usted las manzanas?
—Como que uno de ellos -repuso el enfurecido frutero- las echó a rodar por la calle le buena gana le hubiera yo cogido, pero tuve que entretenerme en arreglar otra vez el montón.
—Y ¿hacia dónde se encaminaron los párrocos?
—Por la segunda calle, a mano izquierda y después cruzaron la plaza.
—Gracias -dijo Valentín, y desapareció como por encanto.
A las dos calles se encontró con un guardia, y le dijo:
—Oiga usted, guardia, un asunto urgente: ¿Ha visto usted pasar a dos clérigos con sombrero de teja?
El guardia trató de recordar.
—Sí, señor, los he visto. Por cierto que uno de ellos me pareció ebrio: estaba en mitad de la calle como atontado…
—¿Por qué calle tomaron? -le interrumpió Valentín.
—Tomaron uno de aquellos autobús amarillos que van a Hampstead.
Valentín exhibió su tarjeta oficial y dijo precipitadamente:
—Llame usted a dos de los suyos, que vengan con- migo en persecución de esos hombres.
Y cruzó la calle con una energía tan contagiosa que el pesado guardia se echó a andar también con una obediente agilidad. Antes de dos minutos, un inspector y un hombre en traje de paisano se reunieron al detective francés.
—¿Qué se le ofrece, caballero? -comenzó el inspector, con una sonrisa de importancia. Valentín señaló con el bastón.
—Ya se lo diré a usted cuando estemos en aquel autobús -contestó, escurriéndose y abriéndose paso por entre el tráfago de la calle. Cuando los tres, jadeantes, se encontraron en la imperial del amarillo vehículo, el inspector dijo:
—Iríamos cuatro veces más de prisa en un taxi.
—Es verdad -le contestó el jefe plácidamente-, siempre que supiéramos adónde íbamos.
—Pues, ¿adónde quiere usted que vayamos? -le replicó el otro, asombrado.
Valentín, con aire ceñudo, continuó fumando en silencio unos segundos, y después, apartando el cigarrillo, dijo:
—Si usted sabe lo que va a hacer un hombre, adelántesele. Pero si usted quiere descubrir lo que hace, vaya detrás de él. Extravíese donde él se extravíe, deténgase cuando él se detenga, y viaje tan lentamente como él. Entonces verá usted lo mismo que ha visto él y podrá usted adivinar sus acciones y obrar en consecuencia. Lo único que podemos hacer es llevar la mirada alerta para descubrir cualquier objeto extravagante.
—¿Qué clase de objeto extravagante?
—Cualquiera -contestó Valentín, y se hundió en un obstinado mutismo.
El autobús amarillo recorría las carreteras del Norte. El tiempo transcurría, inacabable. El gran detective no podía dar más explicaciones, y acaso sus ayudantes empezaban a sentir una creciente y silenciosa desconfianza. Acaso también empezaban a experimentar un apetito creciente y silencioso, porque la hora del almuerzo ya había pasado, y las inmensas carreteras de los suburbios parecían alargarse cada vez más, como las piezas de un infernal telescopio. Era aquel uno de esos viajes en que el hombre no puede menos de sentir que se va acercando al término del universo, aunque a poco se da cuenta de que simple- mente ha llegado a la entrada del parque de Tufnell. Londres se deshacía ahora en miserables tabernas y en repelentes andrajos de ciudad, y más allá volvía a renacer en calles altas y deslumbrantes y hoteles opulentos. Parecía aquel un viaje a través de trece ciudades consecutivas. El crepúsculo invernal comenzaba ya a vislumbrarse -amenazador- frente a ellos; pero el detective parisiense seguía sentado sin hablar, mirando a todas partes, no perdiendo un rasgo de las calles que ante él se desarrollaban. Ya habían dejado atrás el barrio de Camden, y los policías iban medio dormidos. De pronto, Valentín se levantó y, poniendo una mano sobre el hombro de cada uno de sus ayudantes, dio orden de parar. Los ayudantes dieron un salto. Y bajaron por la escalerilla a la calle, sin saber con qué objeto los hablan hecho bajar. Miraron en torno, como tratando de averiguar la razón, y Valentín les señaló triunfalmente una ventana que había a la izquierda, en un café suntuoso lleno de adornos dorados. Aquel era el departamento reservado a las comidas de lujo. Había un letrero: Restaurante. La ventana, como todas las de la fachada, tenía una vidriera escarchada y ornamental. Pero en medio de la vidriera había una rotura grande, negra, como una estrella entre los hielos.
—¡Al fin!, hemos dado con un indicio -dijo Valentín, blandiendo el bastón-. Aquella vidriera rota…
—¿Qué vidriera? ¿Qué indicio? -preguntó el inspector-. ¿Qué prueba tenemos para suponer que eso sea obra de ellos?
Valentín casi rompió su bambú de rabia.
—¿Pues no pide prueba este hombre, Dios mío? -exclamó-. Claro que hay veinte probabilidades contra una. Pero, ¿qué otra cosa podemos hacer? ¿No ve usted que estamos en el caso de seguir la más nimia sospecha, o de renunciar e irnos a casa a dormir tranquilamente?
Empujó la puerta del café, seguido de sus ayudantes, y pronto se encontraron todos sentados ante un lunch tan tardío como anhelado. De tiempo en tiempo echaban una mirada a la vidriera rota. Pero no por eso veían más claro en el asunto.
Al pagar la cuenta, Valentín le dijo al camarero:
—Veo que se ha roto la vidriera, ¿eh?
—Sí, señor -dijo éste, muy preocupado con darle el cambio, y sin hacer mucho caso de Valentín.
Valentín, en silencio, añadió una propina considerable. Ante esto, el camarero se puso comunicativo:
—Sí, señor; una cosa increíble.
—¿De verdad? Cuéntenos usted cómo fue -dijo el detective, como sin darle mucha importancia.
—Verá usted: entraron dos curas, dos párrocos forasteros de ésos que andan ahora por aquí. Pidieron alguna cosilla de comer, comieron muy quietecitos, uno de ellos pagó y se salió. El otro iba a salir también, cuando yo advertí que me habían pagado el triple de lo debido. Oiga usted (le dije a mi hombre, que ya iba por la puerta), me han pagado ustedes más de la cuenta.» ¿Ah?», me contestó con mucha indiferencia. «Sí», le dije, y le enseñé la nota… Bueno, lo que pasó es inexplicable.
—¿Por qué?
—Porque yo hubiera jurado por la santísima Biblia que había escrito en la nota cuatro chelines, y me encontré ahora con la cifra de catorce chelines.
—¿Y después? -dijo Valentín lentamente, pero con los ojos llameantes.
—Después, el párroco que estaba en la puerta me dijo muy tranquilamente: «Lamento enredarle a usted sus cuentas; pero es que voy a pagar por la vidriera.» «¿Qué vidriera?» «La que ahora mismo voy a romper»; y descargó allí la sombrilla.
Los tres lanzaron una exclamación de asombro, y el inspector preguntó en voz baja: «¿Qué vidriera?» «La que ahora mismo voy a romper».
—¿Se trata de locos escapados?
El camarero continuó, complaciéndose manifiestamente en su extravagante relato:
—Me quedé tan espantado, que no supe qué hacer. El párroco se reunió al compañero y doblaron por aquella esquina. Y después se dirigieron tan de prisa hacia la calle de Bullock, que no pude darles alcance, aunque eché a correr tras ellos.
—¡A la calle de Bullock! —ordenó el detective.
Y salieron disparados hacia allá, tan veloces como sus perseguidos. Ahora se encontraron entre callecitas enladrilladas que tenían aspecto de túneles; callecitas oscuras que parecían formadas por la espalda de todos los edificios. La niebla comenzaba a envolverlos, y aun los policías londinenses se sentían extraviados por aquellos parajes. Pero el inspector tenía la seguridad de que saldrían por cualquier parte al parque de Hampstead. Súbitamente, una vidriera iluminada por luz de gas apareció en la oscuridad de la calle, como una linterna. Valentín se detuvo ante ella: era una confitería. Vaciló un instante y, al fin, entró hundiéndose entre los brillos y los alegres colores de la confitería. Con toda gravedad y mucha parsimonia compró hasta trece cigarrillos de chocolate. Estaba buscando el mejor medio para entablar un diálogo; pero no necesitó él comenzarlo.
Una señora de cara angulosa que le había despachado, sin prestar más que una atención mecánica al aspecto elegante del comprador, al ver destacarse en la puerta el uniforme azul del policía que le acompañaba, pareció volver en sí, y dijo: -Si vienen ustedes por el paquete, ya lo remití a su destino.
—¡El paquete! -repitió Valentín con curiosidad.
—El paquete que dejó ese señor, ese señor párroco.
—Por favor, señora —dijo entonces Valentín, dejando ver por primera vez su ansiedad—, por amor de Dios, díganos usted puntualmente de qué se trata.
La mujer, algo inquieta, explicó:
—Pues verá usted: esos señores estuvieron aquí hará una media hora, bebieron un poco de menta, charlaron y después se encaminaron al parque de Hampstead. Pero a poco uno de ellos volvió y me dijo:
«¿Me he dejado aquí un paquete?» Yo no encontré ninguno por más que busqué. «Bueno -me dijo él-, si luego aparece por ahí, tenga usted la bondad de enviarlo a estas señas». Y con la dirección, me dejó un chelín por la molestia. Y, en efecto, aunque yo es- taba segura de haber buscado bien, poco después me encontré con un paquetito de papel de estraza, y lo envié al sitio indicado. No me acuerdo bien adónde era: era por Westminster. Como parecía ser cosa de importancia, pensé que tal vez la policía había venido a buscarlo.
—Sí -dijo Valentín-, a eso vine. ¿Está cerca de aquí el parque de Hampstead?
—A unos quince minutos. Y por aquí saldrá usted derecho a la puerta del parque.
Valentín salió de la confitería precipitadamente, y echó a correr en aquella dirección; sus ayudantes le seguían con un trotecillo de mala gana.
La calle que recorrían era tan estrecha y oscura, que cuando salieron al aire libre se asombraron de ver que había todavía tanta luz. Una hermosa cúpula celeste, color verde pavo, se hundía entre fulgores dorados, donde resaltaban las masas oscuras de los árboles, ahogadas en lejanías violetas. El verde fulgurante era ya lo bastante oscuro para dejar ver, como unos puntitos de cristal, algunas estrellas. Todo lo que aún quedaba de la luz del día caía en reflejos dorados por los términos de Hampstead y aquellas cuestas que el pueblo gusta de frecuentar y reciben el nombre de Valle de la Salud. Los obreros, endominga- dos, aún no habían desaparecido; quedaban, ya borrosas en la media luz, unas cuantas parejas por los bancos, y aquí y allá, a lo lejos, una muchacha se mecía, gritando, en un columpio. En torno a la sublime vulgaridad del hombre, la gloria del cielo se iba haciendo cada vez más profunda y oscura. Y de arriba de la cuesta, Valentín se detuvo a contemplar el valle. Entre los grupitos negros que parecían irse deshaciendo a distancia, había uno, negro entre todos, que no parecía deshacerse: un grupito de dos figuras vestidas con hábitos clericales. Aunque estaban tan lejos que parecían insectos, Valentín pudo darse cuenta de que una de las dos figuras era más pequeña que la otra. Y aunque el otro hombre andaba algo inclinado, como hombre de estudio, y cual si tratara de no hacerse notar, a Valentín le pareció que bien medía seis pies de talla. Apretó los dientes y, cimbreando el bambú, se encaminó hacia aquel grupo con impaciencia. Cuando logró disminuir la distancia y agrandar las dos figuras negras cual con ayuda de microscopio, notó algo más, algo que le sorprendió mucho, aun- que, en cierto modo, ya lo esperaba. Fuera quien fuera el mayor de los dos, no cabía duda respecto a la identidad del menor: era su compañero del tren de Harwich, aquel cura pequeñín y regordete de Essex, a quien él había aconsejado no andar diciendo lo que traía en sus paquetitos de papel de estraza.
Hasta aquí todo se presentaba muy racionalmente. Valentín había logrado averiguar aquella mañana que un tal padre Brown, que venía de Essex, traía consigo una cruz de plata con zafiros, reliquia de considerable valor, para mostrarla a los sacerdotes extranjeros que venían al Congreso. Aquel era, sin duda, el objeto de plata con piedras azules, y el padre Brown, sin duda, era el propio y diminuto paleto que venía en el tren. No había nada de extraño en el hecho de que Flambeau tropezara con la misma extrañeza en que Valentín había reparado. Flambeau no perdía nada de cuanto pasaba junto a él. Y nada de extraño tenía el hecho de que, al oír hablar Flambeau de una cruz de zafiros, se le ocurriera robársela: aquello era lo más natural del mundo. Y de seguro que Flambeau se saldría con la suya, teniendo que habérselas con aquel pobre cordero de la sombrilla y los paquetitos. Era el tipo de hombre en quien todo el mundo puede hacer su voluntad, atarlo con una cuerda y llevárselo hasta el Polo Norte. No era de extrañar que un hombre como Flambeau, disfrazado de cura, hubiera logrado arrastrarlo hasta Hampstead Heath. La intención delictuosa era manifiesta. Y el detective compadecía al pobre curita desamparado, y casi desdeñaba a Flambeau por encarnizarse en víctimas tan indefensas. Pero cuando Valentín recorría la serie de hechos que le habían llevado al éxito de sus pesquisas, en vano se atormentaba tratando de descubrir en todo el proceso el menor ritmo de razón. ¿Qué tenía de común el robo de una cruz de plata y piedras azules con el hecho de arrojar la sopa a la pared? ¿Qué relación había entre esto y el llamar nueces a las naranjas, o el pagar de antemano los vidrios que se van a romper? Había llegado al término de la caza, pero no sabía por cuáles caminos. Cuando fracasaba -y pocas veces le sucedía- solía dar siempre con la clave del enigma, aunque perdiera al delincuente. Aquí había cogido al delincuente, pero la clave del enigma se le escapaba.
Las dos figuras se deslizaban como moscas sobre una colina verde. Aquellos hombres parecían enfrascados en animada charla y no darse cuenta de adónde iban; pero ello es que se encaminaban a lo más agreste y apartado del parque. Sus perseguidores tuvieron que adoptar las poco dignas actitudes de la caza al acecho, ocultarse tras los matojos y aun arrastrarse escondidos entre la hierba. Gracias a este desagradable procedimiento, los cazadores lograron acercarse a la presa lo bastante para oír el murmullo de la discusión; pero no lograban entender más que la palabra «razón», frecuentemente repetida en una voz chillona y casi infantil. Una vez, la presa se les perdió en una profundidad y tras un muro de espesura. Pasaron diez minutos de angustia antes de que lograran verlos de nuevo, y después reaparecieron los dos hombres sobre la cima de una loma que dominaba un anfiteatro, el cual a estas horas era un escenario desolado bajo las últimas claridades del sol. En aquel sitio ostensible, aunque agreste, había, debajo de un árbol, un banco de palo, desvencijado. Allí se sentaron los dos curas, siempre discutiendo con mucha animación. Todavía el suntuoso verde y oro era perceptible hacia el horizonte; pero ya la cúpula celeste había pasado del verde pavo al azul pavo, y las estrellas se destacaban más y más como joyas sólidas. Por señas, Valentín indicó a sus ayudantes que procuraran acercarse por detrás del árbol sin hacer ruido. Allí lograron, por primera vez, oír las palabras de aquellos extraños clérigos.
Tras de haber escuchado unos dos minutos, se apoderó de Valentín una duda atroz: ¿Si habría arrastrado a los dos policías ingleses hasta aquellos nocturnos campos para una empresa tan loca como sería la de buscar higos entre los cardos? Porque aquellos dos sacerdotes hablaban realmente como verdaderos sacerdotes, piadosamente, con erudición y compostura, de los más abstrusos enigmas teológicos. El curita de Essex hablaba con la mayor sencillez, de cara hacia las nacientes estrellas. El otro inclinaba la cabeza, como si fuera indigno de contemplarlas. Pero no hubiera sido posible encontrar una charla más clerical e ingenua en ningún blanco claustro de Italia o en ninguna negra catedral española.
Lo primero que oyó fue el final de una frase del padre Brown que decía: «…que era lo que en la Edad Media significaban con aquello de los cielos incorruptibles».
El sacerdote alto movió la cabeza y repuso: -¡Ah, sí. Los modernos infieles apelan a su razón! Pero, ¿quién puede contemplar estos millones de mundos sin sentir que hay todavía universos maravillosos donde tal vez nuestra razón resulte irracional?
—No -dijo el otro-. La razón siempre es racional, aun en el limbo, aun en el último extremo de las cosas. Ya sé que la gente acusa a la Iglesia de rebajar la razón; pero es al contrario. La Iglesia es la única que, en la tierra, hace de la razón un objeto supremo; la única que afirma que Dios mismo está sujeto por la razón.
El otro levantó la austera cabeza hacia el cielo estrellado, e insistió:
—Sin embargo, ¿quién sabe si en este infinito universo…?
—Infinito sólo físicamente -dijo el curita agitándose en el asiento-, pero no infinito en el sentido de que pueda escapar a las leyes de la verdad.
Valentín, tras del árbol, crispaba los puños con muda desesperación. Ya le parecía oír las burlas de los policías ingleses a quienes había arrastrado en tan loca persecución, sólo para hacerles asistir al chismorreo metafísico de los dos viejos y amables párrocos. En su impaciencia, no oyó la elaborada respuesta del cura gigantesco, y cuando pudo oír otra vez el padre Brown estaba diciendo:
—La razón y la justicia imperan hasta en la estrella más solitaria y más remota: mire usted esas estrellas. ¿No es verdad que parecen como diamantes y zafiros? Imagínese usted la geología, la botánica más fantástica que se le ocurra; piense usted que allí hay bosques de diamantes con hojas de brillantes; imagínese usted que la luna es azul, que es un zafiro elefantino. Pero no se imagine usted que esta astronomía frenética pueda afectar a los principios de la razón y de la justicia. En llanuras de ópalo, como en escolleros de perlas, siempre se encontrará usted con la sentencia: «No robarás.»
Valentín estaba para cesar en aquella actitud violenta y alejarse sigilosamente, confesando aquel gran fracaso de su vida; pero el silencio del sacerdote gigantesco le impresionó de un modo que quiso esperar su respuesta. Cuando éste se decidió, por fin, a hablar dijo simplemente, inclinando la cabeza y apoyando las manos en las rodillas:
—Bueno; yo creo, con todo, que ha de haber otros mundos superiores a la razón humana. Impenetrable es el misterio del cielo, y ante él humillo mi frente.
Y después, siempre en la misma actitud, y sin cambiar de tono de voz, añadió:
—Vamos, deme usted ahora mismo la cruz de zafiros que trae. Estamos solos y puedo destrozarle a usted como a un muñeco.
Aquella voz y aquella actitud inmutables chocaban violentamente con el cambio del asunto. El guardián de la reliquia apenas volvió la cabeza. Parecía seguir contemplando las estrellas. Tal vez, no entendió. Tal vez entendió, pero el terror le había paralizado.
—Sí -dijo el sacerdote gigantesco sin inmutarse-, sí, yo soy Flambeau.
Y, tras una pausa, añadió: -Vamos, ¿quiere usted darme la cruz?
—No -dijo el otro; y aquel monosílabo tuvo una extraña sonoridad.
Flambeau depuso entonces sus pretensiones pontificales. El gran ladrón se retrepó en el respaldo del banco y soltó la risa.
—No -dijo-, no quiere usted dármela, orgulloso prelado. No quiere usted dármela, célibe borrico.
«Estamos solos y puedo destrozarle a usted como a un muñeco».
¿Quiere usted que le diga por qué? Pues porque ya la tengo en el bolsillo del pecho.
El hombrecillo de Essex volvió hacia él, en la penumbra una cara que debió de reflejar el asombro, y con la tímida sinceridad del «Secretario Privado», exclamó: -Pero, ¿está usted seguro? Flambeau aulló con deleite:
—Verdaderamente -dijo- es usted tan divertido como una farsa en tres actos. Sí, hombre de Dios, estoy enteramente seguro. He tenido la buena idea de hacer una falsificación del paquete, y ahora, amigo mío, usted se ha quedado con el duplicado y yo con la alhaja. Una estratagema muy antigua, padre Brown, muy antigua.
—Sí -dijo el padre Brown alisándose los cabellos con el mismo aire distraído-, ya he oído hablar de ella.
El coloso del crimen se inclinó entonces hacia el rústico sacerdote con un interés repentino.
—¿Usted ha oído hablar de ella? ¿Dónde?
—Bueno -dijo el hombrecillo con mucha candidez-. Ya comprenderá usted que no voy a decirle el nombre. Se trata de un penitente, un hijo de confesión. ¿Sabe usted? Había logrado vivir durante veinte años con gran comodidad gracias al sistema de falsificar los paquetes de papel de estraza. Y así, cuando comencé a sospechar de usted, me acordé al punto de los procedimientos de aquel pobre hombre.
—¿Sospechar de mí? -repitió el delincuente con curiosidad cada vez mayor-. ¿Tal vez tuvo usted la perspicacia de sospechar cuando vio usted que yo le conducía a estas soledades?
—No, no -dijo Brown, como quien pide excusas-. No, verá usted: yo comencé a sospechar de usted en el momento en que por primera vez nos encontrarnos, debido al bulto que hace en su manga el brazalete de la cadena que suelen ustedes llevar.
—Pero, ¿cómo demonios ha oído usted hablar siquiera del brazalete?
—¡Qué quiere usted; nuestro pobre rebaño…! -dijo el padre Brown, arqueando las cejas con aire indiferente-. Cuando yo era cura de Hartlepool había allí tres con el brazalete… De modo que, habiendo desconfiado de usted desde el primer momento, como usted comprende, quise asegurarme de que la cruz quedaba a salvo de cualquier contratiempo. Y hasta creo que me he visto en el caso de vigilarle a usted, ¿sabe usted? Finalmente, vi que usted cambiaba los paquetes. Y entonces, vea usted, yo los volví a cambiar. Y después, dejé el verdadero por el camino.
—¿Qué lo dejó usted? —repitió Flambeau; y por la primera vez, el tono de su voz no fue ya triunfal.
—Vea usted cómo fue -continuó el curita con el mismo tono de voz-. Regresé a la confitería aquella y pregunté si me había dejado por ahí un paquete, y di ciertas señas para que lo remitieran si acaso aparecía después. Yo sabía que no me había dejado antes nada, pero cuando regresé a buscar lo dejé realmente. Así, en vez de correr tras de mí con el valioso paquete, lo han enviado a estas horas a casa de un amigo mío que vive en Westminster. -Y luego añadió, amargamente-: También esto lo aprendí de un pobre sujeto que había en Hartlepool. Tenía la costumbre de hacerlo con las maletas que robaba en las estaciones; ahora el pobre está en un monasterio. ¡Oh!, tiene uno que aprender muchas cosas, ¿sabe usted? -prosiguió sacudiendo la cabeza con el mismo aire del que pide excusas-. No puede uno menos de portarse como sacerdote. La gente viene a nosotros y nos lo cuenta todo.
Flambeau sacó de su bolsillo un paquete de papel de estraza y lo hizo pedazos. No contenía más que papeles y unas barritas de plomo. Saltó sobre sus pies revelando su gigantesca estatura, y gritó: -No le creo a usted. No puedo creer que un patán como usted sea capaz de eso. Yo creo que trae usted consigo la pieza, y si usted se resiste a dármela… ya ve usted, estamos solos, la tomaré por fuerza.
—No -dijo con naturalidad el padre Brown; y también se puso de pie-. No la tomará usted por fuerza. Primero, porque realmente no la llevo conmigo. Y segundo, porque no estamos solos.
Flambeau se quedó suspenso.
—Detrás de este árbol -dijo el padre Brown señalándolo- están dos forzudos policías, y con ellos el detective más notable que hay en la tierra. ¿Me pregunta usted que cómo vinieron? ¡Pues porque yo los atraje, naturalmente! ¿Qué cómo lo hice? Pues se lo contaré a usted si se empeña. ¡Por Dios! ¿No comprende usted que, trabajando entre la clase criminal, aprendemos muchísimas cosas? Desde luego, yo no estaba seguro de que usted fuera un delincuente, y nunca es conveniente hacer un escándalo contra un miembro de nuestra propia Iglesia. Así, procuré antes probarle a usted, para ver si, a la provocación se descubría usted de algún modo. Es de suponer que todo hombre hace algún aspaviento si se encuentra con que su café está salado; si no lo hace, es que tiene buenas razones para no llamar sobre sí la atención de la gente. Cambié, pues, la sal y el azúcar, y advertí que usted no protestaba. Todo hombre protesta si le cobran tres veces más de lo que debe. Y si se conforma con la cuenta exagerada, es que le importa pasar inadvertido. Yo alteré la nota, y usted la pagó sin decir palabra. Parecía que el mundo todo estuviera esperando que Flambeau, de un momento a otro, saltara como un tigre. Pero, por el contrario, se estuvo quieto, como si le hubieran amansado con un conjuro; la curiosidad más aguda le tenía como petrificado.
—Pues bien -continuó el padre Brown con pausada lucidez-, como usted no dejaba rastro a la policía, era necesario que alguien lo dejara, en su lugar. Y adondequiera que fuimos juntos, procuré hacer algo que diera motivo a que se hablara de nosotros para todo el resto del día. No causé daños muy graves por lo demás: una pared manchada, unas manzanas por el suelo, una vidriera rota… Pero, en todo caso, salvé la cruz, porque hay que salvar siempre la cruz. A esta hora está en Westminster. Yo hasta me maravillo de que no lo haya usted estorbado con el «silbido del asno».
—¿El qué? -preguntó Flambeau.
—Vamos, me alegro de que nunca haya usted oído hablar de eso -dijo el sacerdote con una muequecilla-. Es una atrocidad. Ya estaba yo seguro de que usted era demasiado bueno, en el fondo, para ser un «silbador». Yo no hubiera podido en tal caso contrarrestarlo, ni siquiera con el procedimiento de las «marcas»; no tengo bastante fuerza en las piernas:
—Pero, ¿de qué me está usted hablando? -preguntó el otro.
—Hombre, creí que conocía usted las «marcas» –dijo el padre Brown agradablemente sorprendido-. Ya veo que no está usted tan envilecido.
—Pero, ¿cómo diablos está usted al cabo de tan- tos horrores? -gritó Flambeau.
La sombra de una sonrisa cruzó por la cara redonda y sencillota del clérigo.
—¡Oh, probablemente a causa de ser un borrico célibe! -repuso-. ¿No se le ha ocurrido a usted pensar que un hombre que casi no hace más que oír los pecados de los demás no puede menos de ser un poco entendido en la materia? Además, debo confesarle a usted que otra condición de mi oficio me convenció de que usted no era un sacerdote.
—¿Y qué fue ello? -preguntó el ladrón, alelado.
—Que usted atacó la razón; y eso es de mala teología.
Y como se volviera en este instante para recoger sus paquetes, los tres policías salieron de entre los árboles penumbrosos. Flambeau era un artista, y también un deportista. Dio un paso atrás y saludó con una cortés reverencia a Valentín.
—No; a mí, no, mon ami -dijo éste con nitidez argentina-. Inclinémonos los dos ante nuestro común maestro.
Y ambos se descubrieron con respeto, mientras el curita de Essex hacía como que buscaba su sombrilla.
Fuente: El candor del Padre Brown.

Renuncia y nombramiento del obispo de Huancavelica

El Santo Padre ha aceptado la renuncia de S.E. Monseñor Isidro Barrio Barrio al oficio de obispo de la diócesis de Huancavelica (Perú).
El Santo Padre ha nombrado obispo de la diócesis de Huancavelica (Perú) a S.E. Monseñor Carlos Alberto Salcedo Ojeda OMI, trasladándolo de la sede titular de Mattiana y del oficio de obispo auxiliar de Huancayo.
Currículum vitae
S.E. Monseñor Carlos Alberto Salcedo Ojeda OMI nació el 25 de noviembre de 1960 en Comas, diócesis de Carabayllo. Hizo los votos solemnes en la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada el 30 de agosto de 1993. Completó sus estudios filosóficos y teológicos en el Instituto Superior de Estudios Teológicos ISET Juan XXIII de Lima. Fue ordenado sacerdote el 6 de enero de 1996.
Tras su ordenación presbiteral, ocupó los siguientes cargos: Vicario parroquial de San Juan, arquidiócesis metropolitana de San Juan de Puerto Rico (1996); vicario parroquial de Nuestra Señora de la Paz en Comas, diócesis de Carabayllo (1997-1999); párroco de San Francisco de Asís en Orcotuna y del Señor de la Ascensión en Mito, archidiócesis de Huancayo (2000-2004) (2011-2016); consejero de la Delegación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada en Perú (2005-2008); director del Prenoviciado San Eugenio Mazenod de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada en Lima (2006-2007); secretario del equipo de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada para la formación en la región de América Latina (2006); asistente del maestro de novicios en el Noviciado internacional de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada Mauricio Lefebvre en Asunción, Paraguay (2008-2011). Del 2011 al 2016 fue coordinador de la Comisión de Justicia y Paz e Integridad de la creación de la Delegación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada en el Perú y del 2015 al 2016 vicario episcopal del Vicariato III de la arquidiócesis de Huancayo.
Fue elegido obispo titular de Mattiana y auxiliar de Huancayo el 30 de enero de 2016 y consagrado el 17 de abril siguiente.
Nombramiento de obispo auxiliar de Huancayo
El Santo Padre ha nombrado obispo auxiliar de la arquidiócesis de Huancayo (Perú) al Reverendo Padre Luis Alberto Huamán Camayo OMI, hasta ahora consejero para América Latina y el Caribe, de la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada en Roma, asignándole la sede titular de Tepelta.
Currículum vitae
S.E. Monseñor Luis Alberto Huamán Camayo OMI, nació el 5 de febrero de 1970 en Tarma (Perú), en la diócesis del mismo nombre.
De 1988 a 1991 estudió Ingeniería civil en la Pontificia Universidad Católica del Perú; de 1994 a 1995 Filosofía en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima y en 1997 en la Universidad de Cochabamba (en Bolivia); De 1998 a 2001 siguió un curso de Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma) y en 2004 un curso para formadores en la Universidad de Cochabamba; de 2005 a 2006 obtuvo la licenciatura en Teología Espiritual en la Universidad Católica Boliviana.
El 7 de enero de 2001 hizo sus votos perpetuos en Roma para la Congregación de los Oblatos de María Inmaculada, y el 6 de octubre de 2001 fue ordenado sacerdote en Tarma (Perú).
Ha ocupado los siguientes cargos: Vicario parroquial de Cristo Rey, Pueblo Nuevo y promotor del colegio parroquial Santa Teresita del Niño Jesús, en Chincha, diócesis de Ica (2001-2003); superior del Postnoviciado internacional BOLPER en Cochabamba y profesor de la Interreligiosa de Nazaret(2004-2008); vicario parroquial de San Eugenio, Villa Pagador, Cochabamba (2004-2005); capellán de las cárceles de Cochabamba (2006-2007); ecónomo de la delegación de la Congregación en Perú (2008-2010); profesor de la Conferencia de Religiosos del Perú (2009-2011); párroco de Nuestra Señora de la Paz en Comas, diócesis de Carabayllo (2009-2013); superior de la Delegación General de los Oblatos del Perú (2014-2016).
Desde 2016 hasta ahora ha sido miembro del Consejo General para América Latina y el Caribe de la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada.
Habla español, italiano e inglés.
Fuente: www.press.vatican.va

Pedro Narbona

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El cura al que le quemaron dos iglesias en Chile

Por Macarena Gayangos– Aleteia Chile
El testimonio en Aleteia del sacerdote chileno, al servicio de iglesias vandalizadas en su país, que acaba de ser distinguido con el premio Libertad Religiosa 2021 que entrega Ayuda a la Iglesia Necesitada.
Con el apoyo y presencia de las comunidades de las iglesias de La Asunción y de la Veracruz, he palpado como el Señor se encuentra presente. He visto también la solidaridad de hermanos de varias partes del mundo, desde países donde son perseguidos por su fe, que se han manifestado a través de la oración y mensajes. Me encuentro tremendamente agradecido a Dios”.
Estas son las primeras palabras en diálogo con Aleteia del padre Pedro Narbona, quien recibió el premio Libertad Religiosa 2021, entregado por la Fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN).
El sacerdote, quien se encuentra al servicio de estas dos iglesias, las cuales fueron vandalizadas y quemadas durante el estallido social en octubre del 2019. Y en el caso de La Asunción nuevamente incendiada el 20 de octubre del año recién pasado.
Al acompañar estas comunidades, quienes se apoyan en la oración, estimula y da alegría que en medio del dolor de la pérdida de los templos y en esta pandemia, sigan siendo piedras vivas de la Iglesia”.
Acompañar en el dolor
Cuando Aleteia le pregunta que sintió cuándo le avisaron que había ganado el premio, respira profundo y dice:
Primero un poco confundido, porque esto es para las comunidades que tanto han sufrido. Yo soy solo un instrumento que Dios me puso aquí para acompañarlos en estos momentos de inmenso dolor e incertidumbre”.
Cada vez que menciona a las comunidades el padre Narbona se emociona.
La vida pastoral a pesar de la destrucción y cierre de los templos ha continuado a través de las plataformas digitales. “Como comunidad hemos podido ayudar a familias que lo están pasando muy mal por la pandemia. En este ambiente solidario uno se anima a seguir”.
El sacerdote chileno relata que la comunidad ha trabajado el dolor con profesionales al perder las dos parroquias.
Chile, iglesia La Asunción y la hora de la restauración
Compartir la pena de haber perdido nuestro espacio para reunirnos a celebrar nuestra fe ha sido muy significativo. Se debe entender que no es sólo la pérdida física, sino que hablamos de personas y familias enteras donde han desarrollado su vida espiritual en estas iglesias. Han celebrado, matrimonios, bautizos, primeras comuniones, sino que también han despedido a sus padres o abuelos”.
Sin rencor
A pesar de todo no guardamos rencor. Uno puede entender la rabia durante el estallido social debido a distintas circunstancias. Pero es fundamental que vayamos creciendo y caminando hacia una verdad civilización del amor o como dice el papa Francisco a una cultura del encuentro”, complementa el padre Narbona.
Las dos iglesias se encuentran cerradas y en algún proceso de reconstrucción. La Fundación Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN en Chile) ayudará en la reconstrucción de las oficias y salones parroquiales; de esta manera la comunidad podrá volver a reunirse una vez que las medidas sanitarias lo permitan.
Chile en la mira por libertad religiosa
El informe señala que la libertad religiosa se viola gravemente en uno de cada tres países. Según el documento, presentado oficialmente en Roma y en otras ciudades del mundo, este derecho fundamental entre 2018 y 2020 no se respetó este en 62 (el 31,6%) de los 196 países del mundo; cabe recordar que este informe abarca todas las religiones y no sólo la católica.
Paulina Eyzaguirre del Centro UC Derecho y Religión, organismo encargado de hacer el estudio en esta parte del mundo, expuso los detalles de por qué en Chile el derecho a la libertad religiosa está en estudio y en entredicho.
La quema de iglesias tras el estallido social es la principal causa, pero el Covid-19 y las restricciones impuestas a la asistencia a los templos también ponen un manto de duda a la defensa de la libertad religiosa de parte de nuestras instituciones.
Un “caso ilustrativo”
Chile no está entre las naciones donde es posible identificar hostilidad proveniente del Estado -como ocurre en Cuba, Venezuela y Nicaragua-, pero sí entre aquellas en las que se advierte una amenaza El informe escoge el chileno como “caso ilustrativo”, dando cuenta de la quema de iglesias durante la crisis social.
En uno de cada tres países se producen graves violaciones de la libertad religiosa
Se cometieron actos vandálicos y daños en 59 iglesias de todo el país, 53 de ellas católicas y seis evangélicas. Agrega que entre los actos de violencia se cuentan profanaciones del Santísimo Sacramento, interrupción de servicios religiosos y daños en puertas y verjas de templos, como también la quema de bancos y destrucción de imágenes para construir barricadas.
Aunque las autoridades chilenas condenaron actos, no se ha abierto una investigación oficial completa, a pesar de las peticiones de la Iglesia para que se investigue (en algunos casos se sabe quiénes fueron los autores)”, sentencia el documento.
Respecto de Chile, el estudio releva una arista positiva: que el derecho a la libertad religiosa ha recibido el amparo de sentencias de tribunales superiores, como en Brasil, Costa Rica, Honduras, Jamaica y Colombia. El análisis advierte que en varios países de la región hay un creciente debate sobre el laicismo y el espacio de la libertad religiosa en la vida pública.

Mil 345 millones de católicos

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Por Tiziana Campisi- Vatican News.
Entre 2018 y 2019 los bautizados fueron el 17.7% de la población mundial. En el mismo periodo hay un aumento de sacerdotes, pero una disminución de seminaristas, religiosos y religiosas. Pero hay más diáconos: son 48,238.
A partir de 2018, hay 16 millones más de católicos en el mundo. El dato emerge del Annuario Pontificio 2021 y del Annuarium Statisticum Ecclesiae 2019, editados por la Oficina Central de Estadísticas de la Iglesia, publicados por la Tipografía Vaticana y que en estos días se distribuyen en las librerías. Hay mil 345 millones de católicos registrados a finales de 2019, es decir, el 17.7% de la población mundial. El análisis geográfico de las variaciones en el bienio 2018-2019 muestra un aumento del 3.4% en África, del 1.3% en Asia, del 1.1% en Oceanía y del 0.84% en América, mientras que en Europa se produce un ligero descenso. En las 3,026 Circunscripciones Eclesiásticas, a finales de 2019 existen 5,364 obispos, con lo que América y Europa siguen representando el 68,8% del total mundial, seguidas de Asia (con el 15.2%), África (13.4%) y Oceanía (2.6%).  A finales de 2020, el Anuario Pontificio muestra que se han erigido 2 sedes metropolitanas y 4 sedes episcopales (2 diócesis y 2 eparquías), y que 2 diócesis han sido elevadas a sedes metropolitanas, 2 prelaturas territoriales y 1 vicariato apostólico, a diócesis.

Más sacerdotes, pero menos vocaciones

El número de sacerdotes crece en el bienio 2018-2019: en total son 414,336; 271 más. Frente a los importantes aumentos de África y Asia, con incrementos relativos del 3.45% y el 2.91%, en Europa y América se produce un descenso, respectivamente del 1.5% y de aproximadamente medio punto porcentual. África y Asia aportan conjuntamente el 28.9%, mientras que Oceanía se mantiene relativamente estable con algo más del 1.1%. Europa disminuye significativamente su participación: en 2018, los 170,936 sacerdotes europeos representaban casi el 41.3% del total del grupo eclesiástico, mientras que un año después bajan al 40.6%. Las vocaciones sacerdotales siguen bajando: los candidatos al sacerdocio en el planeta pasan de 115,880, en 2018, a 114,058, en 2019, un descenso del 1.6%. En Europa la variación es del -3.8%, en América del -2.4% y en Asia del -2.6%. Pero en África el número de seminaristas mayores, siempre en el bienio analizado, pasa de 32,212 a 32,721 unidades, mientras que en Oceanía, en 2019, es un 5.2% inferior al año anterior. El continente con mayor número de seminaristas es Asia (33,821), seguido de África (32,721), América (30,664), Europa (15,888) y Oceanía (964). La población de diáconos permanentes sigue, en cambio, mostrando una importante y alentadora dinámica evolutiva: aumentan, en 2019, un 1.5%. De los 48,238 diáconos de los 5 continentes, en América y Europa hay un 1.2% más, mientras que en Oceanía hay 481.

Disminuyen los religiosos profesos

También disminuye el número de religiosos profesos que no son sacerdotes; en 2018 eran 50,941, en 2019 son 50,295. Europa y América, en 2019, siguen siendo las zonas con mayor número de profesos no sacerdotes, 14,038 y 13,735 respectivamente. Las religiosas profesas también están en franco descenso. A nivel global, pasan de 641,661, en 2018, a 630,099 en 2019, un descenso relativo del 1.8%. Pero mientras África es el continente con mayor incremento, con un +1.1% -en concreto, de 76,219 religiosas profesas, en 2018, a 77,054, en 2019-, y el Sudeste Asiático registra un aumento del 0.4% (de 170,092 a 170,754 religiosas profesas), las tres áreas continentales restantes comparten una contracción muy marcada. En América, los religiosos profesos pasan de 160,032 a 154,717; en Europa de 224,246 a 216,846 y en Oceanía de 6,999 a 6,718.

Soros financió universidades jesuitas

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ORGANIZARON ACTOS PRO ABORTO E IDEOLOGÍA DE GÉNERO

Por David Ramos- ACI Prensa.
Según cifras oficiales de la Open Society Foundations, siete universidades de la Compañía de Jesús (jesuitas) en países de América Latina, Estados Unidos y Europa recibieron en los últimos años más de dos millones de dólares de la fundación del magnate pro aborto George Soros.
La Pontificia Universidad Javeriana de Colombia recibió 400 mil dólares de la fundación de Soros entre 2018 y 2019 para tres proyectos, entre ellos el de “apoyar la igualdad de género y el desarrollo sostenible mediante el desarrollo de habilidades y herramientas analíticas para la integración del género en los análisis económicos y la promoción del campo de la economía de género en las universidades colombianas”.
La Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador recibió 50 mil dólares entre 2016 y 2017. La Universidad Rafael Landívar en Guatemala recibió en 2017 221,534 dólares para su publicación Plaza Pública, que en 2020 realizó un evento junto a la multinacional del aborto Planned Parenthood.
La Fordham University de Estados Unidos recibió 167,200 dólares de la Open Society Foundations en 2017, mientras que la Loyola University, del mismo país, obtuvo 25 mil dólares ese mismo año.
La Georgetown University recibió entre 2016 y 2019 más de 1’3 millones de dólares de la fundación del magnate pro aborto para diversos proyectos, entre ellos el de “apoyar iniciativas educativas que promoverán una agenda de globalización reequilibrada”.
La Universidad de Namur, en Bélgica, recibió en 2018 la suma de 116,098 dólares.
ACI Prensa envió preguntas a todas las universidades jesuitas que recibieron dinero de la fundación de George Soros. Al cierre de esta edición, solo la Pontificia Universidad Javeriana y la Fordham University respondieron.
Bob Howe, vicepresidente adjunto de Comunicaciones y asesor especial del presidente de la Fordham University, dijo a ACI Prensa que “Fordham es una universidad de investigación y nuestra facultad recibe becas de investigación de fundaciones de todo el espectro político”.
“Esas subvenciones no tienen relación con la misión y el carácter católico y jesuita de Fordham”, expresó.
Por su parte, Santiago Pinilla Valdivieso, director jurídico de la Pontificia Universidad Javeriana, señaló que “las donaciones que recibe la Universidad son empleadas para la financiación de matrículas de estudiantes de escasos recursos o para el desarrollo de actividades estrictamente científicas, académicas o de investigación”.
“Para el desarrollo de actividades científicas, académicas y de investigación, acorde con su naturaleza universitaria e identidad católica, se reciben y recibieron recursos de la Open Society Foundation”, indicó.
En la sede de Cali, dijo, las donaciones de la fundación de Soros fueron usadas para “facilitar la participación efectiva de las comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas en los mecanismos de justicia transicional de Colombia. (Dos proyectos)”.
En la sede Bogotá, continuó, se usaron los recursos de la fundación de Soros, entre otros puntos, para “promover la inclusión de género en la economía como un componente importante en los currículos de los programas de pregrado y posgrado de los departamentos de economía en las Universidades colombianas”.
Para Pinilla Valdivieso “es muy importante destacar que la razón de ser de la Universidad es fomentar el pensamiento crítico, libre e universal de sus miembros, sobre la base del respeto a la diversidad de pensamiento, orientación política, sexual o religiosa; contribuyendo al logro de una sociedad justa, incluyente, democrática, solidaria y respetuosa de la dignidad humana”.
“Se señala también que la Universidad Javeriana ha obrado de forma similar a otras Universidades e Instituciones católicas para sus proyectos científicos al recibir recursos de la Open Society Foundation, sin que desde la Universidad Javeriana se haya tenido relación alguna con el tema de la despenalización y legalización del aborto”, indicó.
El director jurídico de la Pontificia Universidad Javeriana dijo que “la Universidad continúa recibiendo aportes de dicha fundación con el fin de financiar el cumplimiento de los objetivos científicos y académicos de los proyectos mencionados en la pregunta anterior que actualmente continúan vigentes”.
Al ser consultado sobre si la universidad jesuita sabe de la agenda pro aborto de la Open Society Foundation y George Soros, Pinilla Valdivieso dijo que “no de forma oficial por parte de la Open Society Foundation, ni de George Soros”.
“Si bien la universidad ha tenido información sobre una supuesta participación de la fundación o su fundador en dicho tema, no ha sido por fuentes oficiales, o formales, y por lo tanto no se consideran confiables, ni verificables”, añadió.
El sitio web de la Open Society Foundations expresa explícitamente, en su sección “Salud y derechos sexuales y reproductivos”, que la organización “apoya el trabajo de vanguardia en justicia reproductiva que contrarresta la coerción; asegura el acceso al aborto seguro y legal; y se resiste a la vigilancia, la criminalización y el castigo de la sexualidad”.

George Soros y el aborto

Open Society Foundations, creada por Soros en 1993 como Open Society Institute (OSI), financia diversas campañas a favor del aborto en todo el mundo.
En 2016 se conoció que la fundación de Soros movió 1.5 millones de dólares para callar el escándalo de la multinacional del aborto Planned Parenthood, acusada de vender órganos y tejidos de bebés abortados en sus instalaciones.
En 2017, el Gobierno de Irlanda ordenó a Amnistía Internacional devolver a Soros los más de 160 mil dólares donados por su Fundación Open Society para una campaña a favor de la legalización del aborto en ese país.
Un documento de la Fundación Open Society filtrado por DCLeaks.com en 2016 reveló que para la organización de Soros era importante “una victoria” a favor del aborto en Irlanda para “impactar a otros países fuertemente católicos en Europa”.
La revista de economía Forbes calcula la riqueza de George Soros en 8,3 mil millones de dólares.
El presupuesto de la Open Society Foundations para 2020 fue de 1,2 mil millones de dólares.

Enzo Bianchi, el Papa y “ese ‘zorro’ de Herodes”

Por Sandro Magister- Settimo Cielo L’Espresso.repubblica.it
A diez meses del decreto pontificio que lo ha condenado al exilio del monasterio de Bose fundado por él, Enzo Bianchi todavía no ha obedecido y sigue habitando en una ermita situada en terrenos del monasterio.
Pero muchos nudos siguen sin ser atados, también por parte de quienes lo juzgaron. El decreto que condena a Bianchi nunca se ha hecho público en su totalidad. No se conocen las acusaciones, ni las faltas constatadas en la visita apostólica ordenada por Roma, salvo una vaga “situación tensa y problemática en la comunidad en cuanto al ejercicio de la autoridad del fundador, la gestión del gobierno y el clima fraterno”. Demasiado poco para motivar un castigo tan duro, aplicado contra un paladín del progresismo y el ecumenismo católicos entre los más brillantes y aplaudidos del mundo, hasta hace poco entre los predilectos del papa Francisco, que en 2014 lo había promovido a consultor del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos y en 2018 lo había asociado como “auditor” en el Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes, completo con derecho a voz.
Es el rol de juez del Papa, sobre todo, lo que resulta inquietante. Incluso los partidarios más acérrimos de Bianchi – desde el historiador de la Iglesia, Alberto Melloni, hasta el psicoanalista Massimo Recalcati-, a pesar de que de palabra absuelven a Francisco y culpan a una no especificada “disputa vaticana” de haber urdido la trama, de hecho saben que al final todo provino de él, del Papa.
Tampoco se puede recurrir a Francisco contra la condena, y mucho menos al tribunal supremo de la Signatura Apostólica, simplemente porque el decreto del 13 de mayo de 2020 que condenó a Bianchi a “separarse” en espíritu y cuerpo de Bose, firmado por el secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, tiene la forma canónica del “decreto singular” aprobado por el Papa “en forma específica”, lo que lo hace por eso mismo definitivo e inapelable.
Ya se ha escrito mucho sobre el absolutismo monocrático que caracteriza el pontificado de Jorge Mario Bergoglio, incluso en Settimo Cielo. Pero pocos han llamado la atención sobre esos particulares instrumentos de mando que son precisamente los decretos vaticanos aprobados por el Papa “en forma específica”.
Un profesor de derecho procesal de la Pontificia Universidad Gregoriana, el profesor Gian Paolo Montini, lo ha hecho, a nivel académico, en un ensayo de 2018 en “Periodica de Re Canonica“, la revista especializada de la que es editor.
Desde 2008 Montini fue promotor de justicia en el Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, el alto tribunal de la Santa Sede. Pero en el verano de 2019, a los 64 años, fue relevado repentinamente de su cargo y regresó a su diócesis de origen, Brescia, sin ninguna explicación, pero quizás precisamente por aquel artículo que publicó el año anterior. Lo que vale la pena repasar brevemente aquí.
Empezando por la cita de Joseph Ratzinger puesta con pruebas contundentes en la cabecera del artículo:
“La denigración del derecho no está nunca y de ninguna manera al servicio de la libertad, sino que es siempre un instrumento de la dictadura. La eliminación del derecho es el desprecio del hombre: donde no hay derecho, no hay libertad”.
A pie de página, en una nota, Montini informa también las otras palabras que Ratzinger había antepuesto inmediatamente a las citadas anteriormente:
“La ironización [del alemán ‘Ironisierung’, la burla- ndt] del derecho pertenecía a los fundamentos del nacionalsocialismo (no conozco suficientemente la situación del fascismo italiano). En los llamados “años de lucha” el derecho fue muy conscientemente pisoteado y puesto en contra del llamado sano sentimiento popular. Posteriormente el Führer fue declarado como la única fuente del derecho y así la arbitrariedad fue puesta en lugar del derecho”.
Ahora bien, ¿qué indujo a Montini a asociar estas tremendas palabras de Ratzinger -extraídas de una de sus “Lectio doctoralis” del año 2000, en homenaje al jurista Sergio Cotta- con los decretos vaticanos aprobados por el Papa “en forma específica” y, en consecuencia, inapelables?
Para entenderlo basta con seguir el hilo de su análisis.
Para empezar, Montini reconstruye la génesis de este procedimiento, introducido por primera vez en 1999 en el Reglamento General de la Curia Romana, en su artículo 126.
En este artículo 126, entre otras cosas, se establece que la solicitud de aprobación “en forma específica” debe ser presentada al Papa “por escrito, aduciendo los motivos” y acompañándola de un expediente que “debe quedar en manos del Sumo Pontífice, para que él lo examine personalmente” y decida en consecuencia con fundamento.
A continuación, Montini repasa todas las veces en las que un recurso presentado ante el Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica contra un decreto vaticano no pudo ser aceptado porque el decreto contaba, precisamente, con la aprobación del Papa “en forma específica”, obtenida incluso después de haber presentado el recurso ante la Signatura. Y descubre que si bien al principio estos casos eran muy raros, a partir de 2013 se multiplican en forma desmesurada.
El 2013 es el año de la elección de Bergoglio al trono pontificio.
No solo eso. Resulta que entre los actos aprobados “en forma específica” por el papa Francisco aparecen con frecuencia “violaciones flagrantes y evidentes del procedimiento previsto en el artículo 126 del Reglamento General de la Curia Romana“, violaciones que “pueden llevar legítimamente a suponer la nulidad de la aprobación en forma específica por parte del Sumo Pontífice”.
Pero lamentablemente el ordenamiento vaticano no asigna a ningún juez la competencia para “juzgar la nulidad o ilegitimidad de la misma aprobación en forma específica”. Con la consecuencia de que el Papa realmente puede hacer lo que quiera, incluso “contra legem”, y lo hace.
Al concluir su ensayo, Montini cita primero a un canonista francés según el cual “un recurso demasiado frecuente a esta vía precipitada […] puede inducir en los fieles sometidos a juicio un sentimiento de injusticia y de incomprensión del ejercicio de la autoridad”…
Después espera que las aprobaciones del Papa “en forma específica” sean al menos solicitadas y obtenidas “según las normas del derecho”.
Pero insiste en el hecho de que “la tendencia actual a la multiplicación de las solicitudes de aprobación en forma específica es coherente con el progresivo desapoderamiento de la Signatura Apostólica”, cada vez más impedida de juzgar “en asuntos de su competencia (ahora residual)”.
Ciertamente -objeta Montini- “se dirá que la función de disuasión contra los abusos de la ley en el ejercicio de la potestad ejecutiva permanece igualmente eficaz y válida, aunque sólo sea por la mera existencia de la Signatura Apostólica”.
Pero incluso si fuera cierto, concluye, esto “haría pensar un poco -por analogía- en la singular teoría de que el infierno existe efectivamente, pero estaría vacío”.
PROMEMORIA. UNA CRONOLOGÍA DEL CASO DE BOSE
6 de diciembre de 2019 – Comienza en el monasterio de Bose una visita apostólica ordenada por el Papa, por obra de Guillermo León Arboleda Tamayo, abad benedictino, Amedeo Cencini, canosiano y consultor de la Congregación vaticana para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y Anne-Emmanuelle Devêche, abadessa de Blauvac. El monasterio lo anunció en un comunicado, en el que mencionó problemas relativos al “ejercicio de la autoridad, la gestión del gobierno y el clima fraternal”:
6 de enero de 2020 – Termina la visita apostólica y los visitadores se aprestan para entregar al Papa su informe.
27 de marzo de 2020 – El papa Francisco recibe en audiencia al primero de los tres visitadores, el abad Guillermo León Arboleda Tamayo.
13 de mayo de 2020 – El cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado, firmó un “decreto singular aprobado en forma específica por el Papa”. El decreto fue entregado a los interesados el 21 de mayo por Amedeo Cencini, en el interín nombrado “delegado pontificio ‘ad nutum Sanctae Sedis’, con plenos poderes”. Y el 26 de mayo, en un comunicado, el monasterio da noticia del decreto y precisó que el hermano Enzo Bianchi, el fundador, y otros dos monjes y una monja “deberán separarse de la comunidad monástica de Bose y trasladarse a otro lugar, perdiendo todos los cargos que actualmente detentan”, quienes inmediatamente se opusieron a las medidas. El comunicado de Bose fue transmitido también por los medios de comunicación del Vaticano.
27 de mayo de 2020 – En una nota, el fundador de Bose, Enzo Bianchi, apela a Roma: “En vano pedimos a quienes nos entregaron el decreto que nos permitieran conocer las pruebas de nuestras faltas y poder defendernos de las falsas acusaciones. Pido que la Santa Sede nos ayude y, si hemos hecho algo contrario a la comunión, que se nos diga“.
1 de junio de 2020 – En un nuevo comunicado, el Monasterio de Bose anunció que Bianchi, la Hermana y los otros dos Hermanos “han declarado aceptar, aunque con espíritu de dolorosa obediencia, todas las disposiciones contenidas en el decreto de la Santa Sede del 13 de mayo de 2020”. Y por ello, “a partir de los próximos días” se irán a vivir “a lugares distintos de Bose y sus Fraternidades”. No se dice en el comunicado, pero luego se sabrá que en el decreto vaticano se fijó la separación “dentro y no más allá del plazo de diez días desde la fecha de notificación del mismo decreto”.
15 de agosto de 2020 – En un tuit, Bianchi escribió: “Llevo tres meses alejado de la comunidad, sin tener más contacto con ella. Vivo en una soledad radical en una ermita fuera de la comunidad”. Pero en realidad la ermita es la misma en la que vive desde hace más de una década, en los terrenos del monasterio.
18 de agosto de 2020 – En una entrevista concedida a “Confini”, Riccardo Larini, ex monje de Bose, del que salió en 2005, afirma haber leído el decreto vaticano del 13 de mayo -cuyo texto íntegro nunca se ha hecho público- y especifica que no sólo contiene las “prescripciones dirigidas a los cuatro miembros que han sido alejados”, respecto a los cuales “la única acusación que se hace es la de interferir en el gobierno de la comunidad”, sino también presenta “indicaciones sobre la forma que deberá adoptar la comunidad en el futuro desde el punto de vista canónico y litúrgico”, lo que a su juicio desvincularía radicalmente al monasterio de su forma original.
4 de enero de 2021 – El plenipotenciario pontificio Cencini, con un decreto que tiene “la aprobación del cardenal Pietro Parolin”, ordena al monasterio de Bose desalojar la casa de una de sus comunidades periféricas, en Cellole di San Gimignano, en Toscana, y entregarla en préstamo para ‘uso gratuito’ -sin ningún cartel que se refiera a Bose– a Bianchi y otros hermanos y hermanas que querían establecerse allí con él. Cencini informa de todo ello en un comunicado de prensa del 8 de febrero, en el que, entre otras cosas, se lee: “Transcurridos más de ocho meses desde la fecha en la que fray Enzo Bianchi debería haber cumplido lo dispuesto en el decreto [del 13 de mayo de 2020], que había aceptado por escrito…”.
8 de febrero de 2021 – En una nota titulada “Un paso doloroso”, el monasterio de Bose anunció que había preparado la casa de Cellole di San Gimignano para hospedar a Bianchi.
18 de febrero de 2021 – En otra nota titulada “Un sufrimiento infructuoso”, el monasterio de Bose escribe que “fray Enzo no fue a Cellole en el plazo indicado por el decreto del delegado papal del pasado 4 de enero”. La fecha límite para el traslado era el 16 de febrero, víspera del Miércoles de Ceniza, y dos hermanos – especifica la nota – ya habían “ido a Cellole para preparar de la mejor manera posible la llegada de fray Enzo”, en una casa “a cuya reestructuración había contribuido activamente años antes” el propio Bianchi, “llegando a determinar incluso la disposición de las habitaciones para acogerlo una vez que renunciara al cargo de prior en 2017”.
25 de febrero de 2021 – En un tuit, Bianchi escribe: “Me enseñaron a guardar silencio para obedecer a mi conciencia en primer lugar, después si un hombre de Dios me lo pide en la Iglesia, y si la caridad me lo impone. Pero sé guardar silencio frente a los que no merecen mi palabra como hizo Jesús frente a ese ‘zorro’ de Herodes”.
4 de marzo de 2021 – El papa Francisco recibe en audiencia al padre Amedeo Cencini, el delegado pontificio “ad nutum Sanctae Sedis” para la comunidad monástica de Bose, con el prior de la misma, fray Luciano Manicardi. Y en un comunicado posterior de la Santa Sede se leen estas palabras textuales:
Su Santidad ha querido expresar de este modo al prior y a la comunidad su cercanía y su apoyo, en esta fase problemática de su vida, confirmando su aprecio por la misma y su peculiaridad de estar formada por hermanos y hermanas provenientes de diferentes Iglesias cristianas.
El papa Francisco, que desde el comienzo ha seguido con especial atención el acontecimiento, ha intentado además confirmar lo hecho en estos meses por el delegado pontificio, agradeciéndole por haber actuado en plena sintonía con la Santa Sede, con la única intención de aliviar los sufrimientos, tanto de los individuos como de la comunidad.
Por último, el Santo Padre ha manifestado su preocupación en el acompañamiento del camino de conversión y de recuperación de la Comunidad según las orientaciones y las modalidades definidas con claridad en el Decreto singular del 13 de mayo de 2020, cuyos contenidos el Papa reitera y de los cuales pide que sean realizados“.

Catolicismo a la baja

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Por Padre Mario Arroyo– LaAbeja.pe
En México acaban de aparecer los resultados del Censo 2020. No son nada halagadores para el catolicismo. Es verdad que las estadísticas se pueden camuflar convenientemente: “hay cinco millones más de católicos que en 2010”; “hay poco más de diez católicos por cada ateo en México”. Pero en la participación porcentual hay una caída neta de 5 puntos; pasamos de ser el 82.7% a ser el 77.7% de la población. ¿Cómo explicar tal descenso?, ¿Qué significa?, pero, sobre todo, ¿Qué se puede hacer ahora?, pues de poco sirve lamentarse.
Antes que nada, el contexto. México, como no podía ser de otra manera, está inmerso en el ambiente globalizado del mundo, y en ese ambiente la tendencia del secularismo es al alza. Crece el número de ateos en el mundo, crecen más todavía los agnósticos y aparece un nuevo grupo –que no era considerado, por ejemplo, en el censo del 2010- de personas que creen en Dios, pero no se identifican con ninguna denominación religiosa. Esas tendencias mundiales se reflejan en México y le han quitado adeptos al catolicismo.
Por otra parte, los escándalos de pederastia clerical siguen pasando factura. En el siglo XXI ha habido una auténtica debacle moral para la religión católica por ese motivo. Las estadísticas simplemente reflejan en los números la dolorosa sangría de fieles que ha provocado el escándalo. De todas formas, esa caída es baja, comparada con otros países, como Chile o Irlanda, donde ha habido escándalos similares. La Iglesia tiene enfrente la descomunal tarea de recuperar su credibilidad moral, ¿podrá conseguirlo?, ¿en cuánto tiempo? En ese sentido debe realizar un doble esfuerzo: por un lado, tener transparencia en su gestión, de forma que sea ella misma la que informe del proceso de sanación interna, y no sean los periodistas los que la expongan en berlina. Por otro lado, debe difundir lo que hace, para aparecer como lo que es, una multinacional de la caridad, y no como multinacional del crimen, como algunos la consideran.
Los datos crudos del censo constituyen una llamada apremiante para la jerarquía eclesiástica. No llevan sólo a preguntarse, ¿Qué estamos haciendo mal?, sino también, ¿Qué podríamos hacer mejor? El mundo está cambiando velozmente, y no puede ser que la Iglesia ofrezca las mismas estrategias de siempre, pues puede quedar desfasada y, Dios no lo quiera, obsoleta en su propuesta pastoral. Una cosa es que el mensaje de Cristo sea siempre actual, y que en lo profundo del corazón humano anide siempre la sed de Dios, y otra cosa es que nuestro modo de transmitir ese mensaje y de conectarlo con esa sed sea el correcto. El Papa Francisco, desde el inicio del pontificado, ha insistido en la necesidad de ser una “iglesia en salida”, de abandonar el modelo “clientelar”, donde espero que la gente llegue a tocar mi puerta. De ser una “iglesia facilitadora” y no una “aduana de Dios” burocrática, que pone barreras y ahuyenta a los fieles. Parece ser que todavía no terminamos de acusar recibo de las indicaciones papales y estamos cosechando los frutos.
Pero no solo la jerarquía y los párrocos tienen algo que aprender de estos resultados. También los fieles corrientes cargan con una parte importante de la responsabilidad. A pesar del secularismo y de los escándalos, los cristianos evangélicos han pasado de ser el 7.5% de la población en el 2010 a ser el 11.2% en el 2020. ¿Cuál es su secreto? ¡Comunican su fe!, no se la quedan para ellos solos, por el contrario, la comparten. Los católicos, acostumbrados a ser mayoría, no tenemos tan arraigada esa preocupación y por ello languidecemos. La iglesia debe ser apostólica, o no será.
Ahora bien, los resultados sirven para sincerar la realidad y para dejar nota del cambio socio-cultural que estamos viviendo. Ya no podemos seguir funcionando con la “política del carro completo”, con el supuesto –ahora claramente equivocado- de que en México todos somos católicos, o que somos un país católico. Somos un país con mayoría católica decreciente, esa es nuestra realidad. Pero ese crudo dato se puede ver en forma positiva: el censo ha brindado la oportunidad de que 97’864,218 personas se reconozcan católicas; les ha permitido profesar libremente su fe y su pertenencia a esta gran familia. No es la inercia, no es la costumbre, no es la tradición, es una decisión libre y personal, y ello es muy valioso para la fe y un firme apoyo a la esperanza.

Carlos Rafael Cabarrús Pellecer SJ

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Manifestantes incendian Congreso de Guatemala

Haciendo política desde el sin poder

Haciendo política desde el sin poder es la continuación de un libro escrito con anterioridad por Cabarrús: La danza de los íntimos deseos –siendo persona en plenitud-, publicado en el 2006. Bajo la idea de que “otro mundo es posible” (p.21), Cabarrús ofrece algunas reflexiones que invitan a salir de uno mismo para ver el mundo, pues sólo conociéndolo, entendiéndolo bien, podremos realizar cambios o incidir en él efectivamente. Ofrece una actitud crítica y a la vez propositiva de nuestra realidad social, política, económica, ambiental y cultural.
La solidaridad significa salirse del sistema, al menos para cambiar de perspectiva, de horizonte y fijar medidas estructurales para la desaparición de la pobreza. El compartir se ha de convertir en la señal más clara de esta solidaridad, pues quienes siguen a Jesús no sólo están para enseñar o predicar, sino para resolver problemas tan fundamentales como saciar el hambre.
Sin embargo, para eso hay que estar en contacto directo con los más pobres, con los más desheredados de la tierra para colaborar con ellos en “heredarla”. Pero el éxito sólo será posible en colectivo, en comunidad, haciendo políticas de alianzas entre grupos de personas de buena voluntad que quieren hacer más humano el rostro de este mundo.
Para ser personas que analizan y apuestan por una acción trascendente y transformadora es necesario, según señala Cabarrús, tener un conocimiento profundo de la realidad, resumidas en siete dimensiones de la misma:
1) lo subjetivo, sólo teniendo presente que la injusticia y la violencia de este mundo tienen un factor que depende de la psicología de las personas, que a su vez contaminan la convivencia familiar y social. Un análisis desde el mundo del sujeto, permite entender la importancia de transformar el entorno, pues si el entorno no cambia es muy difícil transformar a las personas.
2) lo estructural, entendido como algo fluido y no estático. La estructura la forman un conjunto de elementos objetivos que rigen la sociedad: la economía, lo político o el Estado, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, y la cultura. Sólo conociendo esas estructuras versátiles es posible un esfuerzo por modificar aspectos neurálgicos de las mismas, como por ejemplo nuevas leyes o una economía alternativa.
3) lo ideológico, pues es necesario percatarse de cuáles son las propias ideologías y cuáles aquellas que la sociedad ha llegado dogmatizar convirtiéndolas en modelos erróneos a seguir. Por ejemplo, la superioridad del hombre frente a la mujer, la raza blanca sobre otras, o el consumismo.
4) lo femenino, cuya reivindicación está tomando fuerza. Hay que hacer un análisis con un enfoque distinto, de crítica profunda al machismo, donde la dominación, la violencia, el egoísmo son causas importantes de desórdenes sociales, económicos y ecológicos.
5) lo ecológico, partiendo del presupuesto de que la ecología es la ciencia de la supervivencia, un análisis de la realidad deberá tener presente una crítica radical del modelo de civilización que estamos construyendo, altamente consumidor de energía y desestructurador de los ecosistemas; y por tanto, nos llevará a la elaboración de un proyecto de civilización que implique la ecología.
6) lo cristiano: para los cristianos que en verdad se han dejado impactar por Jesús y su proyecto por el Reinado, analizarán la realidad desde la centralidad que tiene el pobre. Comprenderán que la tarea de desclavar a estos crucificados de la historia se convierte en un acicate para la acción política transformadora.
7) la acción transformadora: debe tenerse presente que toda reflexión o análisis de la realidad debe llevarnos a una actuación política pertinente y adecuada. Parte de esta acción transformadora, debe ser un modelo educativo que libere de la ignorancia a los desposeídos e invisibilizados. Para ello, además es necesario emplear la fuerza de las instituciones académicas para que abran caminos de desarrollo y de cambio, desde una visión nacida de una investigación y propuesta alternativa.
Veamos ahora cuáles son los dos problemas donde la acción transformadora es urgente y clave. Para Cabarrús, los problemas más graves que afectan a nuestras sociedades son la impunidad y la corrupción. La impunidad supone un sistema judicial muy débil, la falta de voluntad política de los dirigentes y la complicidad y pasividad de la sociedad civil.

Economía Tutti Frutti

El modelo socialdemócrata mantiene rasgos importantes del sistema capitalista. Pero el Estado interviene activamente en la economía controlando la política monetaria y favoreciendo la ampliación de la demanda. Para ello crea empleo público y proporciona seguridad social a costa de aumentar la presión fiscal y la inflación. Suecia y Finlandia, son dos ejemplos de los buenos resultados de este modelo.
Ahora bien, para hacer efectivo un nuevo modelo que beneficie a los empobrecidos es necesario que se fomente, organice y prepare las siguientes tareas: construcción de una “canasta popular básica” de productos solidarios, sustituyendo paso a paso los productos de empresas transnacionales por los de organizaciones de populares solidarias; articulación de “redes productivas” entre los consumidores locales; implementación de un plan de formación y de capacitación propio; participación e incidencia en programas gubernamentales, para que tengan cada vez más, el carácter de políticas públicas.
Sin embargo, es necesario librar doce batallas con anterioridad por donde se puede orientar la actividad política y económica: 1) Aumentar la producción agropecuaria e industrial, no tanto para vender al exterior, sino para satisfacer el mercado interno, donde no sólo se apueste por la actividad productiva de la población, sino también en su capacidad de adquirir lo producido. 2) Producir lo más necesario. 3) Transformar y reactivar el sector agropecuario, lo que aumentaría la oferta de alimentos nacionales, disminuir las importaciones alimenticias y la salida de dinero, generaría empleos y podría frenar la migración del campo a la ciudad y hacia el exterior. 4) Facilitarse el crédito a gente del campo. 5) Dar apoyo técnico en métodos de apoyo para la producción y comercialización. 6) Subsidio para la agricultura, para costear parte de la producción. 7) Vender a buen precio. El Estado puede crear empresas productoras de insumos y compradoras de productos que compitan con la empresa privada y de este modo hará que la dichos productos sean vendidos en el mercado a precios bajos que la gente pueda consumir. 8) Proteger y conservar el medioambiente, a través de medidas conservación y trato amable con la naturaleza. 9) Desarrollar la agroindustria, que sea capaz de aprovechar la actividad agrícola con la industrial. 10) Reconversión industrial, que implica producir bienes de primera calidad de la forma más eficiente, para que los productos extranjeros no roben al mercado interno. 11) Mejorar la recaudación de impuestos, pues crearía la duplicación de los ingresos del Gobierno. 12) Finalmente para poner en marcha todo lo anterior, es necesario que el Estado esté al servicio de las mayorías.
La estrategia consiste en no hacer el juego a las grandes políticas. El objetivo es ayudar a inventar caminos inéditos para que esas personas necesitadas obtengan al menos una subsistencia digna de la que están excluidas en la política globalizadora: “con los pobres de la tierra yo quiero mi suerte echar”. Por eso la llamada es a hacer política desde la periferia, desde fuera, no desde el centro de la globalización. Nos sentiremos invitados a nuevos éxodos, a salir de los esquemas de la globalización e intentar nuevos caminos, uniendo colectivos y generando redes, con creatividad política y sociológica.
Fuente: Cabarrús, Carlos. Haciendo política desde el sin poder –pistas para un compromiso colectivo según el corazón de Dios. Editorial Desclée de Brouwer. Bilbao. 2008.

Restáurate, reconócete, revitalízate

Por Héctor A. Estrella López SJ
1.Restaura (te)
Del año 1773 al año 1814, la Compañía de Jesús sufrió la supresión (1) de toda su actividad apostólica y misionera, lo cual supuso la expulsión de sus miembros de todos los territorios españoles y americanos, lanzándolos al exilio. Esta supresión fue incentivada por la política de los Borbones europeos y hecha realidad por el breve Dominus ac Redemptor que firmó el papa Clemente XIV en 1773.
Por esta razón, el 3 de enero del 2014, fiesta del Sacratísimo Nombre de Jesús, comenzó oficialmente la conmemoración de los 200 años de la Restauración de la Compañía de Jesús, la cual concluirá el 27 de septiembre de este mismo año, en la que se celebra el 474 aniversario de su fundación, en 1540 (2).
Tomando como referencia esta celebración tan importante para los jesuitas, la Universidad Rafael Landívar quiere dedicar esta semana ignaciana 2014 al tema de la Restauración, asumiendo las preguntas que formula el P. Adolfo Nicolás SJ (3) al referirse a la fidelidad creativa (4): – ¿Qué significa para nosotros hoy el hecho de que la Compañía, lo perdiera todo durante la Supresión y que fuera capaz de comenzar de nuevo cuando carecía de recurso alguno?
– ¿Qué podemos aprender de los esfuerzos de la Compañía de Jesús restaurada para ser fiel al legado de Ignacio de Loyola en estas circunstancias?
2. Reconoce (te)
Solamente se puede restaurar la Universidad y nuestras unidades de trabajo, si se cumplen tres condiciones:
– Una mirada retrospectiva y un reconocimiento de los años de servicio para graduar tantos profesionales competentes, conscientes, compasivos y comprometidos, donde han contribuido generosamente tanto jesuitas, administrativos, catedráticos, personal de mantenimiento y servicios generales.
– Si a la luz de su misión y su visión, interiorizamos el sentido y el significado del numeral 233 de los Ejercicios Espirituales, donde Ignacio de Loyola nos invita a pedir “conocimiento interno de tanto bien recibido, para que reconociéndolo yo enteramente, pueda en todo amar y servir”.
– Basado en la anterior, junto a los años que he laborado en esta universidad: ¿Me reconozco miembro importante de este proyecto que inició hace 53 años? ¿Reconozco los avances que ha habido en mis unidades de trabajo? ¿He aprendido de los tropiezos?
3. Revitaliza (te)
Si en el inconsciente colectivo del sujeto posmoderno hay una preocupación constante por “revitalizar” el cuerpo (desde una alimentación balanceada y el ejercicio constante), cuidar el medio ambiente, actualizarse académica y profesionalmente. Después de 53 años de servicio a la comunidad guatemalteca, todos los que colaboramos en esta obra apostólica, nos podríamos preguntar: ¿En qué aspectos concretos toca revitalizar nuestras unidades, la academia y la formación integral que ofrecemos a los estudiantes para seguir siendo la mejor universidad para el país?
Notas:
1 Durante el generalato del Padre Lorenzo Ricci (italiano), el Papa Clemente XIV, firmó el breve Dominus ac Redemptor (21 de julio 1773), extraño documento que, en su fondo y forma, suprimió la Compañía de Jesús en el mundo entero “por el bien de paz”. Ricci hizo pública una declaración en su lecho de muerte: “Declaro y protesto que la Compañía de Jesús suprimida no ha dado ningún motivo de supresión […] que yo no he dado ningún motivo para mi prisión […] Por lo demás, no pretende que en virtud de esta protesta se pueda juzgar culpable delante de Dios a ninguno de los que han hecho daño a la Compañía de Jesús y a mí”.
2 Desde su fundación en 1540 hasta la celebración del Bicentenario de la Restauración en el 2014, la Compañía de Jesús ha sido conducida y gobernada por 30 superiores generales.
3 Nació en 1936. Fue elegido en el 2008, trigésimo superior general de la Compañía de Jesús en la 35 Congregación General XXXV, convirtiéndose en el séptimo español en el cargo.
4 El 14 de noviembre de 2013, fiesta de San José Pignatelli, con ocasión del Bicentenario de la Restauración, escribió una carta a toda la Compañía de Jesús, donde abordó 5 elementos para reflexionar: la fidelidad creativa; el amor a nuestro instituto; relación fraternal; misión universal; fe en la provincia.

Obispo contra Bolsonaro

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Por Felipe Moura- Brasil
No se trata solo de que el PT tenga autoridades eclesiásticas para legitimar sus narrativas políticas. Hace años, Lula fue grabado diciendo lo siguiente: “¿Pero por qué llegué a dónde llegué? Porque tengo un movimiento detrás de mí. Tengo detrás a gran parte de los estudiantes, de PT, CUT, la base de la Iglesia Católica”.
Lula también dijo que era “fruto de la teología de la liberación, de los dirigentes sindicales”.
El obispo que, para deleite del PT, acusó a Jair Bolsonaro de difundir “la violencia, el odio, el racismo, la homofobia y los prejuicios contra las mujeres y los pobres”, Dom Reginaldo Andrietta, de la diócesis de Jales, en el interior de São Paulo, es uno de los favoritos de Base lulista, porque, como todo teólogo de la liberación, le da al Evangelio un sentido político de “lucha de clases”.
Ya firmó un manifiesto y escribió un artículo, por ejemplo, contra la reforma de las pensiones del gobierno de Michel Temer, leído y ensalzado en noviembre de 2017 en la galería del Senador PT Paulo Paim.
Para Andrietta, la reforma “reduce los derechos constitucionales y amenaza la vida de millones de brasileños, especialmente los más pobres”.
El barniz ideológico de sus artículos también se desprende de los ataques “contra la aplanadora de las medidas económicas neoliberales”. Ejemplo: “Los seres humanos tienden a reproducir modelos de vida esclavizantes, como lo hicieron en el Brasil colonial e imperial, y continúan ocurriendo hoy, en forma neoliberal, sometiéndonos al poder del gran capital, especialmente financiero”.
Usar posiciones políticas de teólogos de la liberación (o similares) alineados con el PT para erosionar a un oponente como Bolsonaro con el electorado cristiano es solo un ejemplo del cinismo del PT.
La “biblia” de estas autoridades eclesiásticas es el marxismo que, bueno o malo, combate Bolsonaro.

Milagro de Jesús

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COMUNICADO DE LOS OBISPOS DEL PERÚ SOBRE LA REAPERTURA DE LOS TEMPLOS

La Conferencia Episcopal Peruana se ha pronunciado respecto al reinicio de las actividades propias de la Iglesia Católica, dejando en responsabilidad del obispo de cada jurisdicción para que determine el inicio de la celebración diaria y dominical de la Santa Misa y de los demás Sacramentos.
Ante la reciente promulgación del Decreto Supremo N°170-2020-PCM, y en particular con relación a su artículo 5, respecto a las actividades propias de la Iglesia católica, los Obispos del Perú hacemos de conocimiento de los fieles católicos y de la población peruana en general, lo siguiente:
1. Apreciamos los esfuerzos que a nivel nacional vienen haciendo las instituciones públicas y privadas, para afrontar los efectos de la COVID-19, especialmente en custodiar la salud y procurar el bienestar de todos los peruanos.
2. Es oportuno señalar, que si hay alguna Institución que cuida siempre y en todo momento del bien integral de la persona humana, ésta es la Iglesia Católica. Así lo ha testimoniado a lo largo de toda esta pandemia con su actuar eficaz, y atendiendo espiritualmente a los contagiados y sus familias, multiplicando las obras de caridad, asistencia social, oxigeno medicinal especialmente a los más vulnerables.
3. Dentro del régimen de independencia, autonomía y mutua colaboración expresado en el Acuerdo entre el Estado Peruano y la Santa Sede, y reconocidos por el artículo 50° de la Constitución Política del Perú, en los últimos meses hemos coordinado con el Ministerio de Salud y otras instancias del gobierno nacional, para elaborar el Protocolo para las actividades religiosas en tiempo de pandemia, cuyas medidas de seguridad son bastante estrictas y cumplen con los estándares internacionales.
4. Por otro lado apreciamos que el Gobierno haya autorizado la reapertura de las iglesias o templos. Para nosotros los católicos, tras 7 meses de no participar en la celebración de la Eucaristía presencial, se hace “necesario y urgente volver paulatinamente a la normalidad de la vida Litúrgica y Sacramental especialmente de la Eucaristía“.
5. Las autoridades públicas deben comprender que la Eucaristía, incluida la Dominical, no puede ser catalogada como una simple reunión ni se la puede considerar comparable, mucho menos subordinada, a legítimas actividades sociales, comerciales o recreativas.
6. En realidad, todos los sacramentos, así como los demás actos litúrgicos y de piedad, forman parte del culto y de la libertad religiosa, derecho humano fundamental amparado por el artículo 2 de la Constitución Política de nuestra Nación: «Toda persona tiene derecho: A la libertad de conciencia y de religión, en forma individual o asociada {…} El ejercicio público de todas las confesiones es libre, siempre que no ofenda la moral ni altere el orden público…» No sería razonable, entonces, ponerle restricciones o exigirle requisitos incluso mayores que a otras actividades antes mencionadas.
7. Por todo lo expuesto, consideramos que cada Obispo tiene la potestad, en su propia Iglesia particular, para determinar a partir del próximo 02 de noviembre, (fecha indicada en el Decreto Supremo 170-2020 PCM) el inicio de la celebración diaria y dominical de la Santa Misa y de los demás Sacramentos, asegurando junto con el respeto a las normas litúrgicas el fiel cumplimiento del aprobado “Protocolo para las Actividades Religiosas de la Iglesia Católica en tiempos de Pandemia de la Conferencia Episcopal Peruana.
8. Invocamos a todos los fieles a seguir tomando las medidas necesarias para protegerse del coronavirus y no dejen de elevar a Dios sus oraciones por el fin de la pandemia.
9. Tengamos fe en que el Señor de los Milagros, la Bienaventurada siempre Virgen María y nuestros santos peruanos nos librarán pronto de este terrible mal.
Lima, 27 de octubre del 2020
Los Obispos del Perú

Uladech a la UCT: “No deseamos la fusión con una institución vertical y ávida de poder”

Comunidad universitaria de la Uladech Católica de Chimbote protagonizó una marcha pacífica para rechazar su fusión con la Universidad Católica de Trujillo, a la que acusa de pretender quedarse con su patrimonio.
Decenas de estudiantes, trabajadores, docentes y autoridades de la Universidad Católica Los Ángeles de Chimbote (Uladech Católica) protagonizaron esta tarde una marcha pacífica de protesta contra la fusión por absorción con la Universidad Católica de Trujillo (UCT), a la que acusaron de resistirse a aceptar que el acuerdo de fusión es nulo y pretender quedarse con su patrimonio.
La comunidad universitaria de la Uladech Católica se movilizó por las calles de Chimbote portando carteles y pancartas con lemas como “No a la fusión, sí al licenciamiento” y “Uladech Católica se queda en Chimbote”.
A la marcha se sumó el alcalde provincial del Santa, Roberto Briceño Franco, quien expresó su respaldo a las autoridades de la Uladech en su propósito de evitar la fusión. Asimismo, participaron gremios profesionales como el Colegio de Abogados del Santa y organizaciones de la sociedad civil como el colectivo “Chimbote de pie” que también expresaron su respaldo a la universidad local.
La movilización concluyó en la Plaza de Armas de Chimbote con la lectura de un manifiesto a cargo del rector Juan Roger Rodríguez Ruiz y miembros de la comunidad universitaria.
MANIFIESTO CONTRA LA UCT
En su manifiesto, la Uladech Católica aseveró que la UCT se resiste a aceptar la nulidad de la fusión establecida en una sentencia del Primer Juzgado Civil de la Corte Superior de Justicia del Santa.
“Lamentamos la actitud del arzobispo de Trujillo que, pese a la nulidad del acuerdo de la fusión, persiste manifiestamente en la fusión, lo que demuestra su interés por el patrimonio y no por la razón de ser de una universidad”, leyó el rector Rodríguez Ruiz.
“Las autoridades de la UCT no logran entender que no deseamos la fusión con una institución que ha demostrado una actitud vertical y ávida de poder por las cosas materiales, las finanzas y la infraestructura de la Uladech Católica”, continúa el manifiesto.
El pronunciamiento agrega que el proceso de fusión tuvo un mal inicio y un proceso irregular, lo que motivó que el registrador público de Trujillo advirtiera 16 observaciones. “Ante estas anomalías, la Uladech Católica no levantó sus dos observaciones y revocó el acuerdo de fusión con la UCT en su Asamblea Universitaria del 23 de junio de 2020. A la vez, comunicó esta decisión a la Oficina Registral de Trujillo, a la Sunedu y al notario público de Trujillo”.
Indica también que el registrador público de Trujillo el 27 de julio pasado tachó el título de la fusión de ambas universidades en atención a la revocatoria de fusión realizada por la Uladech Católica, “es decir, la fusión ya no tenía vigencia”.
“Recientemente, el 5 de noviembre el Primer Juzgado civil del Santa dictó una sentencia que declara nulo el acuerdo de la fusión con la Universidad Católica de Trujillo y ordena al registrador registrar la sentencia en la partida registral de la Uladech Católica, por lo que queda vigente de nuevo la personería jurídica y, por tanto, nuestra autonomía”, agrega el manifiesto.
La Uladech Católica hizo una invocación al arzobispo de Trujillo a tener “un corazón de pastor, que ame, que escuche, pero sobre todo que respete y no pretenda absorber nuestra universidad”.
“La Uladech Católica se queda en Chimbote y en cada una de sus 10 filiales, no queremos la fusión y vamos a continuar con el proceso de licenciamiento. Por el bien de nuestros más de 40 mil estudiantes, pedimos a la Sunedu que retome el proceso de licenciamiento y comprenda que la calidad no solo es una norma fría y técnica, sino que esta cobra vida en la realidad, y la realidad es que nuestra universidad tiene razones fundadas para lograr el licenciamiento institucional”, concluye.
Fuente: Radio Santo Domingo Noticias.

¿VIZCARRA VIII?

Por Manuel Castañeda Jiménez– LaAbeja.pe
Inglaterra 1532: el rey Enrique VIII pretende legislar en materia de religión y erigirse jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra. Ya desde hacía tiempo, los legistas y otra gente interesada habían venido susurrando al oído de algunos príncipes poderosos que, en materia religiosa, ellos no debían estar sujetos al Papa, sino ser ellos mismos quienes dispongan en sus reinos en esa materia. El capricho del rey por una cortesana y la lenidad, cuando no complicidad de un conjunto apreciable de obispos y cardenales, fueron alentando las pretensiones del rey, hasta que se produjo la ruptura definitiva con la Iglesia Católica, el rey asumió el máximo poder religioso y se erigió la Iglesia Anglicana, llevando a Inglaterra al cisma, resquebrajando la unidad cristiana y conduciendo a que la antaño conocida “Isla de los Santos” se convirtiese en la “Pérfida Albión” y su suelo se tiñera de la sangre de miles de mártires, entre los cuales Santo Tomás Moro y San John Fisher, ex canciller del reino el uno, y obispo de Rochester el otro.
Perú 2020: el presidente Martín Vizcarra expide el Decreto Supremo 170-2020-PCM, autorizando la reapertura de los templos ordenados cerrar por causa de la pandemia, pero al hacerlo se toma la atribución de disponer que no podrán haber misas y que solamente podrán realizarse “ritos y prácticas religiosas excepcionales” (algunos de los cuales, litúrgicamente se acompañan con misa). El decreto supremo señala, además, que deberá cumplirse con los protocolos y disposiciones que dicte la autoridad sanitaria; y el primer ministro declara, el mismo día, que la comunión habrá de darse en la mano y no se podrá usar agua bendita.
¿Es que pretende el señor Vizcarra ser un nuevo Enrique VIII, ya no con corona sino con banda presidencial? Lo dispuesto por el citado decreto supremo es INACEPTABLE pues constituye una intromisión del Estado en el ámbito religioso violando la Constitución Política que garantiza la libertad de culto, además del Concordato con la Santa Sede que reconoce autonomía a la Iglesia Católica. Quizás crea el señor Vizcarra que con emitir un bonito video en el que lanza loas al Señor de los Milagros y expresa palabras de piedad, puede compensar la grosería contenida en el decreto. Desde acá le advertimos que no es así. No basta con pronunciar palabras conmovedoras, sino cumplir al voluntad de Dios. Y Cristo fue muy claro en ello al enseñar que hay que dar al César lo que pertenece y a Dios lo que es de Dios.
Tampoco es satisfactorio que algunos obispos, como el señor obispo de Carabayllo, aplaudan expresamente el decreto, en una actitud del todo penosa, que hace recordar a aquellos de igual rango que aplaudieron otrora a Enrique VIII, sea por complicidad directa o simplemente por miopía … hasta que fue muy tarde; y hubieron de cargar sobre sus hombros la culpa del cisma de Inglaterra que hasta el día de hoy, después de cinco siglos casi, lloramos los católicos que anhelamos ver un día a todos los cristianos reunidos como un solo pueblo y con un solo Pastor. Ni es admisible el silencio incomprensible de otros obispos que pareciera no importarles –aunque digan lo contrario– que los fieles no puedan recibir a Cristo Eucaristía real y físicamente, como si bastase la comunión espiritual para recibir las gracias sacramentales. ¿Será que hay que recordar a algunos prelados sus deberes pastorales? La situación es extremadamente grave. Que haya obispos que por acción u omisión consientan en la intromisión del Estado en materia religiosa y se inclinen ante ello permitiendo que el Gobierno diga qué puede o no hacerse al interior de un templo, significa un incumplimiento de sus deberes de defender los legítimos fueros de la Iglesia, y de defender, en consecuencia, la práctica religiosa de los fieles a ellos confiados. Al hacerlo, los obispos podrían estar actuando en flagrante contradicción con el derecho canónico, con sus deberes episcopales y, por ende, colocándose en una posición externa a la Iglesia, es decir, eventualmente en situación de cisma. Lo anterior no quiere decir, por cierto, que descuiden la salud física de los feligreses.
Hemos visto, con dolor, hace muy poco, cómo en Chile las iglesias son saqueadas, las imágenes católicas destruidas y los templos incendiados por turbas que se despachan como pedro en su casa, sin que las autoridades civiles o policiales reaccionen debidamente. Inexplicablemente el gobierno chileno no protege los templos ni se escuchan los firmes discursos que sí se oyen para otros asuntos. ¿Será que el gobierno chileno, conscientemente permite tales desmanes con el fin de desacralizar su país y conducir a la población católica a una posición de temor, de frustración, de impotencia o de apocamiento? Acá en el Perú, el Gobierno no es que aliente la destrucción de los templos, pero sí interviene en todos pretendiendo cercenar la normal práctica de la religión, lo cual puede llevar a un enfriamiento de la fe. Es imposible que los obispos no se den cuenta del daño a las almas que viene significando el cierre obligatorio de las iglesias –y cumple decir lo mismo respecto de las autoridades propias de todas las organizaciones religiosas–.
Esperemos que el Gobierno rectifique de inmediato. Y esperamos que nuestros obispos adopten la actitud de firmeza que se requiere en estos momentos. Y a los enemigos de la Iglesia expresos o larvados y sus compañeros de ruta, advertimos que en el Perú no permitiremos que osen atentar contra ninguno de nuestros templos, pues si resulta necesario, los defenderemos con nuestras vidas. Ojalá no se produzca en el Perú un levantamiento similar al del México Cristero en defensa de la religión que es parte esencial de nuestra Patria. Los obispos tienen la palabra.

Zapatero a tus zapatos

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Por Alfredo Gildemeister– LaAbeja.pe
¿De cuando acá, el presidente de la República puede ordenar medidas que implican y afecten el culto y los sacramentos que celebran los fieles de la Iglesia Católica? Desde hace unos meses, y con motivo de la pandemia que por el Covid19 viene afectando al Perú y al resto del mundo, el gobierno ha venido promulgando diversos decretos de urgencia y decretos supremos, estableciendo medidas preventivas, con el objeto de reducir los riesgos de contagios del referido virus letal, y, por ende, de los fallecimientos que dicho virus produce. Una de las primeras medidas dictadas por el gobierno fue el que establecía el cierre de los templos en general hasta nuevo aviso y, por ende, la administración de los sacramentos correspondientes, ceremonias religiosas, misas y cultos de guardar. Estas medidas fueron implementadas en un primer momento, bajo la premisa que estas actuaciones podrían conducir a serios contagios masivos de la enfermedad y los fallecimientos que ello conlleva. De allí que, con ciertas reticencias, fueron obedecidas por los fieles católicos, además de contar con el consentimiento del arzobispo de Lima.
Sin embargo, ya desde hace unos meses atrás, el gobierno comenzó a dictar medidas de implementación de las denominadas Fase 1 y Fase 2, pasando recientemente a la Fase 3 y comenzando la 4. En estas fases, los fieles católicos pudieron apreciar que, si bien las medidas del gobierno permitían ya el salir a la calle, realizar paseos y actividades deportivas, la asistencia a centros comerciales, mercados, locales comerciales, transporte público, transporte interprovincial terrestre y, recientemente, transporte aéreo nacional e internacional, obviamente con las medidas preventivas, protocolos y el distanciamiento social correspondiente, los fieles católicos pudimos apreciar que las Iglesias debían permanecer cerradas. El arzobispo de Lima simplemente nuevamente guardó silencio o, en todo caso, se allanó sin chistar a las medidas dictadas.
Estando así las cosas, hace unos días el presidente Vizcarra anunció la apertura de las Iglesias a partir del mes de noviembre. Ello causó mucha ilusión y alegría a los fieles y el descontento de los fieles se calmó, más aún, encontrándonos en el mes de octubre y habiéndose suspendido las procesiones por el Señor de los Milagros. Sin embargo, una gran decepción se ha generado a raíz de un decreto supremo dictado la semana pasada por el presidente Vizcarra mediante el cual, si bien se autoriza en general a todas las entidades religiosas a que abran sus templos y lugares de culto para recibir a sus miembros, fieles y público en general, con un aforo no mayor a un tercio (1/3) de su capacidad total, debiendo como es lógico suponer, cumplir con todos los protocolos y medidas pertinentes, se establece una medida -dirigida especialmente contra los fieles de la Iglesia Católica- a que durante esta etapa, “únicamente podrá llevarse a cabo la celebración de ritos y prácticas religiosas excepcionales que sean de especial relevancia para la entidad religiosa (tales como bautizos, matrimonios, servicios funerarios de personas cuyo fallecimiento no esté relacionado con el Covid19, ni se sospeche que lo esté, confirmaciones, primeras comuniones, entre otros similares, de acuerdo con las prácticas de cada entidad religiosa), excluyendo la celebración de las misas, cultos y similares de carácter regular y no excepcional”. Es curioso que la mayoría de los actos de cultos mencionados constituyen los sacramentos establecidos por la Iglesia Católica. Agrega finalmente esta norma que “la celebración de tales ritos y prácticas religiosas excepcionales deberá realizarse con el número mínimo de participantes posible y en concordancia con las normas de la Autoridad Sanitaria”.
Al parecer, el presidente de la República se ha comenzado a entrometer -fiel a su costumbre de confrontar- en asuntos que son propios y solo pertenecen a la Iglesia Católica en el Perú. Pareciera que el presidente no se encuentra bien asesorado y no le han informado para comenzar, de la existencia del Acuerdo o Concordato vigente suscrito entre la Santa Sede y la República del Perú en el mes de julio de 1980. De acuerdo con el artículo I del referido Concordato: “La Iglesia Católica en el Perú goza de plena independencia y autonomía”. De allí que en lo que atañe a las funciones religiosas propias de la Iglesia Católico para con sus fieles, el gobierno no debe involucrarse y viceversa. Cabe recordar que, hasta unas décadas atrás, el Estado peruano era confesional, es decir, se declaraba un Estado Católico. Posteriormente el Estado peruano dejó de serlo dejando que los asuntos de Estado sean de cargo del respectivo gobierno, y los asuntos propiamente religiosos, fuesen dirigidos por le Iglesia Católica en virtud de su “plena independencia y autonomía”. Ello bajo el sustento de lo señalado en los mismos Evangelios, cuando el mismo Cristo establece: “Dad al Cesar lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22, 15-21), esto es, se establece claramente la existencia de dos planos: el de la sujeción a las leyes civiles en el ámbito estatal y el de la obediencia a la autoridad de Dios desde la fe religiosa. No son planos necesariamente opuestos, pero sí distintos y no deben confundirse, por lo que deben respetarse las competencias correspondientes.
De allí que carezca de sentido prohibir directa y arbitrariamente la celebración de la Santa Misa y permitir la asistencia a mercados, centros comerciales, hospitales, clínicas, locales comerciales, transporte público, etc. e inclusive ¡que se estén haciendo las gestiones para la asistencia del público aficionado al estadio al partido de futbol Perú – Argentina! Por todo ello, podemos concluir que el Estado no tiene la potestad ni la autoridad para determinar si se celebran o no misas, o sacramentos como la eucaristía, confirmaciones, matrimonios, etc. Ello le corresponde en todo caso, al arzobispo de Lima, cabeza de la Iglesia Católica en la referida diócesis. De otro lado, suena contradictorio que el gobierno permita la celebración de bautizos, matrimonios, servicios funerarios de personas cuyo fallecimiento no esté relacionado con el Covid19, ni se sospeche que lo esté, confirmaciones, primeras comuniones, entre otros similares, sin tomar en cuenta que estas ceremonias incluyen per se la celebración de la Santa Misa. Adicionalmente no se precisa el significado del término “otros similares”. Así mismo, ¿Quién va a determinar cuáles son los “ritos y prácticas religiosas excepcionales que sean de especial relevancia para la entidad religiosa”? ¿El presidente de la República en otro de sus mensajes de medio día? Pareciera pues que ahora resulta que Lima tiene dos “arzobispos” que deciden los temas propios de la Iglesia Católica: el presidente Martín Vizcarra y el obispo Carlos Castillo. A todo esto, cabría agregar la clara violación del derecho a la libertad religiosa de los fieles católicos -derecho constitucional fundamental establecido en el artículo 2 numeral 3 de la Constitución que también señala que “no hay persecución por razón de ideas o creencias”- al impedírsele asistir a un católico a la celebración -con las distancias sociales y protocolos pertinentes- de la Santa Misa, centro y raíz de la vida interior de todo católico y de la Iglesia Católica. Por todas estas razones es que consideramos que el Estado no tiene injerencia en las cuestiones propias de la Iglesia Católica. Zapatero a tu zapato. Cada uno a lo suyo. De allí que es hora que el arzobispo de Lima asuma sus funciones defendiendo como deber ser a los feligreses y velando por su salud espiritual, cumpliendo con sus obligaciones de pastor y que recuerde que no solo de pan vive el hombre; que no se puede vivir con una religión católica on line, pues se trata de una fe viva y no meramente virtual…
Nota del editor: Existe un obispo Vizcarra en Jaén pero no le debe favores al gobierno de turno.

Papa anuncia un consistorio para 13 nuevos cardenales

Trece nuevos cardenales para la Iglesia, nueve de ellos menores de ochenta años y por lo tanto con derecho a participar en un futuro cónclave, a los que se añaden cuatro mayores de ochenta. Es el anuncio, como siempre por sorpresa, que el Papa Francisco hizo al final del Ángelus el domingo 25 de octubre, comunicando a los fieles en la Plaza de San Pedro y de todo el mundo la creación de los nuevos cardenales.
Dos de los nuevos cardenales pertenecen a la Curia Romana: son el Secretario del Sínodo de Obispos, el maltés Mario Grech, y el italiano Marcello Semeraro, antiguo Obispo de Albano y nuevo Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. A ellos el Papa ha unido a seis pastores de Iglesias en el mundo: el arzobispo de Kigali, Rwanda, Antoine Kambanda; el arzobispo de Washington, EE.UU., Wilton Gregory; el arzobispo de Capiz, Filipinas, José Fuerte Advincula; el arzobispo de Santiago, Chile, Celestino Aós Braco; el vicario apostólico de Brunei, Cornelius Sim; el arzobispo de Siena, Italia, Augusto Paolo Lojudice. Con ellos el Papa también nombró al actual Custodio del Sagrado Convento de Asís, el padre Mauro Gambetti.
A los nueve cardenales menores de ochenta años, el Papa Francisco también se ha unido cuatro nuevos cardenales mayores de ochenta. Se trata de Felipe Arizmendi Esquivel, arzobispo emérito de San Cristóbal de Las Casas (México); el nuncio apostólico Silvano Tomasi, antiguo observador permanente en las Naciones Unidas en Ginebra, que trabajaba en el Departamento para el Desarrollo Humano Integral; el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia y el párroco del Divino Amor Don Enrico Feroci.
Fuente: Vatican News.