Por Antonio Elduayen Jiménez CM
La Dedicación de la Basílica de Letrán, se llama la fiesta que celebramos en este domingo. Hoy cumple un aniversario más desde su construcción por Constantino y de su dedicación (año 324) a ser la Basílica Catedral del Papa, Obispo de Roma. Es la más antigua y la más importante entre las cuatro basílicas mayores o papales de Roma –las otras 3 son: San Pedro en el Vaticano, San Pablo Extramuros y Santa María la Mayor-, y tiene el título honorífico de madre y cabeza de toda las iglesias de la ciudad de Roma y de toda la tierra. Dicho esto, añadamos que, más allá de sus años, títulos y mármoles, lo más importante que tiene es que, como cualquier pequeño templo, representa a Jesucristo. Es lo que nos dice el evangelio de hoy (Jn 2, 13-22).
El evangelio de Juan nos habla de cómo Jesús expulsó del templo a los vendedores, hecho que por su importancia lo traen también, con diferentes detalles, los sinópicos. Es un hecho mayor, inesperado y llamativo, que lleva a preguntarnos: cómo lo hizo, por qué y para qué lo hizo. Nos hipnotiza el cómo, pero fue el por qué, lo que más hizo pensar a los apóstoles y a las autoridades judías a cargo del Templo, que incluso armaron una Comisión para exigirle una respuesta convincente. Para los apóstoles se habría tratado de la justa indignación que le produjo ver el templo, casa de su Padre Dios, convertido en un mercado y cueva de ladrones. Puesto en positivo y en términos mesiánicos, el celo por la casa de su Padre lo devoró (Sal 60,10), (pudo más que él).
Para las autoridades judías del templo, Jesús habría querido llamarles la atención porque efectivamente había desorden y hasta abuso, pero ¿quién era Él, en virtud de qué autoridad, hacía lo que hizo? Como otras veces, pedían un signo (milagro). Fue entonces cuando Jesús dijo; “destruyan este templo y yo lo levantaré en tres días” En un primer momento la Comisión pensó que Jesús se mofaba de ellos. Fue un poco más tarde cuando tergiversaron lo dicho por Jesús y le acusaron de haber querido destruir el templo (Mt 26, 61). En realidad Jesús hablaba del templo que es su cuerpo. Es lo que los apóstoles comprendieron cuando resucitó de entre los muertos.
Desde la resurrección de Jesús, por muy santo que sea un templo (la Basílica de Letrán, la catedral de Lima…), todos son pálido reflejo del Templo que es Cristo. Todos han sido reemplazados por Cristo glorificado y por la Iglesia, que es su cuerpo resucitado. Jesucristo es el único verdadero templo de Dios y el único Señor de todo templo, Todo esto lleva a muchas conclusiones, a estas dos por ejemplo:
* 1, el gran respeto y cariño que debe merecernos el templo, no importa cómo sea, pues representa a Dios: lo que hacemos por el templo lo hacemos a Dios;
* 2, la gran dignidad que tenemos y el gran amor con el que hemos de tratarnos los cristianos (tú y yo), pues somos templos vivos de Dios (1 Cor 3,16; 6,19).
Dedicación de la Basílica de Letrán
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