Rosa de Santa María, conocida en la Iglesia Universal como Santa Rosa de Lima, nace en la capital de Perú, denominada “Ciudad de los Reyes”, el 30 de Abril de 1586 y fallece en la misma el 24 de agosto de 1617.
“Es la primera santa que antes de ser canonizada en 1671, sería proclamada patrona del Perú en 1669, así como del Nuevo Mundo y de Filipinas en 1670”(1).
Ella es pues, la primera rosa que el continente americano ofrecía al Altísimo, el primer fruto de nuestra Iglesia que, nacida en Oriente, y extendida hacia Europa, recién llegaba a un territorio que le había permanecido oculto, pero que ya encerraba una riquísima historia y cultura que hasta hoy asombra al mundo entero.
En Lima se vivía la denominada “época dorada de la santidad”. Una constelación de santos en el denominado entonces “Nuevo Mundo” tuvieron como escenario de vida esta ciudad: Rosa conoció a San Martín de Porres, y San Juan Masías, dominicos, fue confirmada en 1597 en Quives, Canta, por el segundo arzobispo de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo y oyó las predicaciones de San Francisco Solano y San Juan Masías. En Lima se vivía en un ambiente propicio a la vivencia espiritual siendo que el continente americano hacía poco que había sido evangelizado.
¿Cómo era externamente?
Ya el poético nombre de Rosa nos habla de su singular belleza. Nuestra santa era hermosa espiritualmente y físicamente también. Era de rostro ovalado, cabello rubio, tez blanca y sonrosada como una rosa, estatura más bien alta. Su carácter fue apacible, desde niña fue mansísima, y mantenía como prioritario todo aquello que concernía a la fe católica.
Debido a su belleza fue pretendida por varios mozos de la aristocracia española y limeña, pero ella rechazaba la idea del matrimonio pues sabía que Dios la llamaba toda para sí.
Fervorosa familia
Nuestra santa fue hija de Gaspar Flores, natural de San Juan de Puerto Rico, arcabucero e hidalgo de segundo rango; y de la limeña María de Oliva.
Sabemos que este matrimonio tuvo 13 hijos, de los cuales conocemos los nombres de: Hernando (1584), quien declaró abundantemente en el proceso de canonización de su hermana, Bernardina (1581), otra que muere a los 14 años, Francisco (1590), Juana (1592), Andrés, Gaspar, Antonio y Matías.
Rosa nació a las 4 de la tarde aproximadamente y testifica su madre que su parto fue bueno y sin trabajo.
A los pocos años de la muerte de su bienaventurada hija, María de Oliva ingresaría al monasterio que Rosa había predicho. Tuvo el cargo de portera y murió santamente.
Su nombre ¿Rosa o Isabel?
Nuestra santa fue bautizada con el nombre de Isabel Herrera, su abuela, así consta en el registro de bautizos de la parroquia de San Sebastián, realizado por don Antonio Polanco:
“En Domingo día de Pascua del Espíritu Santo, 25 de Mayo de 1586, bauticé a Isabel, hija de Gaspar Flores y María de Oliva, fueron padrinos Hernández de Valdez y María Orosco”.
Pero un hecho singular provoca que su madre la empiece a llamar Rosa.
“A los tres meses- dice su madre en el testimonio de beatificación – estándola meciendo una india criada en la cuna, teniendo cubierto el rostro, la dicha india se le descubrió por ver si había tomado sueño y lo vio tan hermoso, que llamó a unas niñas que estaban labrando para que la viesen.
Y haciendo todas admiración; esta testigo desde el aposento donde estaba la vio hacer extremos y sin decirlas cosa alguna se fue derecha donde estaba la niña; y como la vio tan linda y hermosa y que le parecía que todo su rostro estaba hecha una rosa muy linda y en medio de ella veía las facciones de sus ojos, boca , nariz y orejas como si hubiese puesto su cabecita en una rosa grande de un color muy encendido…aquello fue en un repente sin pensar, y luego se desapareció aquella rosa, quedando el rostro muy hermoso y más lindo de lo que otras veces le había visto …quedó admirada de ver aquel prodigioso suceso; la tomó en las manos y empezó a hacer con ella mil alegrías y mostrar sumo gozo y contento diciendo con estas demostraciones: “Yo te prometo, hija y alma mía, que mientras viviré, de mi boca no has de oír otro nombre sino Rosa” (2).
Pero, según atestigua uno de sus confesores y prior de Santo Domingo en Lima, Fray Alonso Velásquez, Rosa “entristecíase de ver que la llamasen Rosa, por ser nombre célebre y de mucha hermosura y belleza”(3), ya que “en esa época no era usual ese nombre”(4).
El cambio definitivo a “Rosa de Santa María”
La santa tenía 25 años y vistiendo ya el hábito de terciaria dominica, aún seguía prefiriendo el nombre de bautizo.
Pero un día, cuenta su madre, llegó a casa Rosa radiante y le decía: “Madre mía, de aquí en adelante no hay sino llamarme Rosa de Santa María”
Esto le extrañó a su madre conociendo su repugnancia anterior a dicho nombre y quiso saber el motivo del cambio.
Resultaba que Fray Alonso Velásquez le había señalado “que no se desconsolase (entristeciese) de eso, sino que entendiese que su alma era una Rosa de Nuestra Señora, que la había depositado y puesto en su cuerpo como en un vaso o maceta, para que la guardase, y que así la procurase guardar y conservar con la frescura y hermosura de la gracia”(5).
Y entonces, puesta de rodillas delante de la imagen de Nuestra Señora del Rosario en la Basílica de Santo domingo le ofreció el nombre de Rosa y se consagró a ella, determinándose a llamar así en adelante, siendo este el nombre que usó y con el que Dios había dispuesto desde la eternidad que sea elevada a los altares y reconocida en el mundo entero.
Con lo que concluimos que fue la intervención divina la que guió las circunstancias históricas para dar a conocer cuál era su voluntad respecto al nombre de su hija predilecta.
“Pasados algunos años, el contador Gonzalo de la Maza halló en el convento de San Francisco la vida de Santa Rosa de Viterbo, y se la dio a leer a la sierva de Dios; la cual “mostró alegría en confirmación de que había santa de su nombre”(6).
¿Laica o monja?
Santa Rosa fue laica (no fue monja de clausura como a veces se cree). Vivió en casa de sus padres como terciaria dominica (usando el hábito dominico). Dedicaba la mitad de las horas del día al trabajo manual, tejiendo, bordando y cultivando flores en su jardín para aliviar en algo los gastos de su familia. Además auxiliaba a los pobres y más necesitados de Lima, acondicionando para ello una habitación de su hogar como enfermería. Vivió pues su anhelo de ser toda de Dios en la vida ordinaria. Ya en vida tuvo fama de santidad debido a esta incansable labor para con los menesterosos y olvidados de Lima y a la limpieza de su alma que irradiaba en todo el que le conocía. Esto explica que a su muerte fuese aclamada y llorada por toda la ciudad como “nuestra santa, la Madre de los pobres de Lima. Su santidad en medio del mundo fue fruto de su intensa vida espiritual ”.
Si Rosa llegó a la perfección en la caridad hacia el prójimo fue porque su vida espiritual fue muy intensa: la otra mitad de su jornada estaba destinaba a la vida de piedad, llegando por gracia de Dios a las cumbres de la contemplación y unión con Dios (matrimonio espiritual) dejándonos un legado de vida espiritual de la altura de los grandes doctores de nuestra Iglesia. Su escala espiritual la podemos apreciar en sus escritos. Su trato con la Iglesia celeste fue continuo, como veremos más adelante. Pero todo esto vino precedido de un período de 15 años de aridez espiritual (conocida en teología mística como la “noche oscura del alma”).
Sus penitencias, ayunos y mortificaciones continuadas aún hoy siguen asombrando al mundo pues nos preguntamos cómo una doncella tan frágil pudo tomar para si tales ofrecimientos, y nos respondemos que ella fue llevada por el encendido amor a Dios que le impulsaba a pedir perdón por sus hermanos.
Muchísimas anécdotas hacen ver que, cuando los medios materiales o humanos no eran suficientes, Dios intervenía en la vida ordinaria de su rosa para confirmarle su amor y ayuda.
Dios también la favoreció al concederle el don de leer en el interior de las personas. Muchas veces ponía en aviso de quien se confiaba a sus oraciones que conocía lo que pedía.
Predijo la fundación del Monasterio de Santa Catalina de Siena, llegando a vaticinar incluso el día de su fundación, las medidas del terreno, el número de monjas que lo conformarían y hasta el sacerdote que oficiaría la primera misa en el santo lugar (fray Luis de Bilbao, uno de sus confesores).
“… Como le sucedería a Santa Teresa de Jesús (m. 1582) en España, Santa Rosa de Lima también fue interrogada por la Inquisición. Dos de sus inquisidores, el padre Juan de Lorenzana y fray Luis de Bilbao -ambos catedráticos de Prima en la Universidad de San Marcos- quedaron pasmados ante la solidez doctrinal y la madurez espiritual de Santa Rosa. Se trataba de un ingenio que por medio de la oración había alcanzado mayores conocimientos de la Divina Esencia que el más docto y pulido de los teólogos… Sea como fuere, la Lima del siglo XVI vio en Santa Rosa un emblema acabado de todas las virtudes de la perfección cristiana”(7).
Su gloriosa muerte
Al saberse la noticia de su muerte, toda Lima se conmocionó y quería ver a la que ya aclamaban como “su santa”. Transcurrieron días sin poder sepultar el sagrado cuerpo como consecuencia de las interminables visitas de toda la población, y su cuerpo, lejos de manifestar señales de corrupción permanecía lozano y sereno como en el mismo instante de su partida al cielo.
Desde el Virrey, la Real Audiencia, el arzobispo, el clero, el cabildo, todas las familias religiosas y autoridades hasta el último de los limeños se hicieron presentes en las pompas fúnebres.
Entonces según consta en los archivos de su proceso de canonización, se sucedieron incontables curaciones milagrosas al sólo contacto con su bendito cuerpo o con sólo invocar su nombre. Milagros de todo tipo se sucedieron. Era la canonización anticipada.
Testifica fray Antonio Rodríguez: “Si el sumo Pontífice se hallara en la muerte de la dicha sierva de Dios… y viera el innumerable concurso de gente que iba a ver el cuerpo y venerarle por santa, sin más averiguación la canonizara, y que en esta opinión de santa está hoy y ha estado siempre”(8).
Recién el día 4 de setiembre se pudieron realizar las honras. Al coincidir este día con el de santa rosa de Viterbo, la gente se admiró y tomó este gesto como señal divina y anticipada de su elevación a los altares.
“Concluidos en 1632 los procesos ordinarios y apostólicos para la beatificación y canonización de la sierva de Dios… [y] con dispensa del tiempo que aún faltaba, concedida por Alejandro VII el 24 de setiembre de 1664, corrieron los despachos. Como que llegó el decreto de virtudes heroicas firmado por la Sagrada Congregación de Ritos el 03 de marzo de 1665; Clemente IX suscribió el de beatificación en Santa Sabina de Roma el 12 de marzo de 1668; y dos años después, el 11 de agosto de 1670, Clemente X la declaró patrona de América, Indias y Filipinas, al paso que le otorgaba los honores de la canonización el 12 de Abril de 1671” (9).
Muy pronto la fama de su santidad sería mundial y su testimonio de vida impulsaría a santos como San Antonio María Claret, la beata ecuatoriana Narcisa y la Santa Marianita de Quito. Aunque su figura tuvo una gran influencia para la identidad americana, desvirtuaríamos su portentosa huella y mensaje si intentamos poner hincapié en cuestiones sociales o políticas.
NOTAS:
1. Por Ramón Mújica Pinilla, del catálogo “Santa Rosa de Lima y su tiempo”. Edición Banco de Crédito del Perú. Fondo Pro Recuperación del Patrimonio Cultural de la Nación. Set.-Oct. 1995.
2. Proceso de beatificación, folio 254.
3. Proceso de beatificación, folio 143.
4. Ibid. Folio 321v.
5. Ibid, folio 143.
6. Rosa de Santa María. Cayetano Bruno. p.16.
7. Del catálogo “Santa Rosa de Lima y su tiempo”. Edición Banco de Crédito del Perú. Fondo Pro Recuperación del Patrimonio Cultural de la Nación. Set. -Oct. 1995. ibidem.
8. Rosa de Santa María. La sin igual historia de Santa Rosa de Lima, narrada por los testigos oculares del proceso de beatificación y canonización. Cayetano Bruno SDB. p.174.
9. Ibid. p. 186.
Santa Rosa de Ocopa, centro de espiritualidad misionera
El convento franciscano de Santa Rosa de Ocopa, en el valle del Mantaro ha sido siempre el punto de referencia para los misioneros de la evangelización del centro del país y de la selva peruana, primero españoles y luego peruanos.
Miles de personas participaron en la fiesta de los 285 años de la construcción del Convento y de la Iglesia, considerados por el historiador Raúl Porras Barrenechea, una “fuente perenne de espíritu peruano, una luz evangélica y milagrosa de los Andes del Perú”. La Misa por el aniversario, el 18 de abril, fue presidida por el Arzobispo de Huancayo, Monseñor Pedro Barreto Jimeno SJ; y concelebrada por el Superior de los Franciscanos en Perú, Fray Mauro Vallejo OFM, y por el Superior del Convento, Fray Jorge Cajo Rodríguez OFM.
Monseñor Barreto dijo, recordando las palabras de Aurelio Miró Quesada, historiador peruano de fama internacional, que el Convento de Santa Rosa de Ocopa no sólo es historia, sino un centro de espiritualidad franciscana que se irradia al mundo entero. Por su parte, Fray Vallejo recordó que Ocopa ha sido el centro de evangelización para Perú y la América entera, donde se han formado los misioneros que han ido hasta los confines del continente, y muchos de los cuales han muerto durante la misión en la obra de difusión de la fe cristiana.
Uno de los Franciscanos que habita actualmente en el convento, Fray Dante, refirió a la Agencia Fides que desde tiempos antiguos el Convento ha llamado especialmente la atención como centro espiritual. En 1943 uno de los periódicos peruanos, el “Mercurio Peruano” de Lima, publicó algunos artículos del historiador Raúl Porras Barrenechea, donde se demostraba con muchos ejemplos que “el más grande esfuerzo misionero del siglo XVIII y el de mayor importancia en el Perú fue realizado por los frailes misioneros del Convento de Ocopa”. José de la Riva Agüero (1885-1929), político e historiador, en su conferencia “los Franciscanos en el Perú y las Misiones de Ocopa”, realizada en Barcelona en 1929, dijo: “Ocopa, la Casa Madre de nuestras Misiones, representa para Perú el vivo recuerdo de lo mejor que ha tenido la colonización española: el entusiasmo catequético y civilizador así como el celo apostólico, que tanto han marcado a sus religiosos”.
Rosa de Lima misionera laica
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