Álvaro de Bazán y Guzmán, primer marqués de Santa Cruz de Mudela, caballero de la Orden de Santiago, capitán del Mar Océano y almirante de la Marina, mandó construir a fines del siglo XVI dos palacios: uno en la Plaza Mayor de Valdepeñas, que no se conserva, y otro al lado de la iglesia parroquial de el Viso del Marqués, que sí se conserva y es utilizado actualmente como Archivo de la Marina Española. El marqués lo frecuentaba bastante al estar a mitad de camino entre la Corte en Madrid y el puerto de Sevilla, al que como marino tenía que acudir frecuentemente. A los 24 años, el 19 de marzo de 1550 contrajo matrimonio con Juana de Bazán y Zúñiga, hija de los condes de Miranda, teniendo como descendencia cuatro hijas y un hijo, Álvaro II de Bazán. En 1554 fue nombrado capitán general de la Armada con solo 28 años.
También se halla en el Viso su tumba, en la cual está enterrado junto con su esposa.
Participó en la batalla de Lepanto y en la reconquista del peñón Vélez de la Gomera. Jamás sufrió derrota militar alguna.
La batalla de Lepanto
Uluj Alí atacó a varias galeras de la Orden de Malta pero Álvaro de Bazán en persona, con las diez galeras que quedaban en retaguardia, pudo salvar la situación y obligar a Uluj Alí a emprender la retirada.
Álvaro de Bazán fue el hombre clave en la victoria de Lepanto, sus órdenes salvaron la situación de la flota cristiana en tres momentos críticos y actuó en cada momento de la forma correcta maximizando los pocos recursos que tenía.
Tras la Batalla de Lepanto, Álvaro de Bazán participó en la ofensiva que Don Juan de Austria dirigió con éxito sobre Túnez.
El palacio, construido entre 1564 y 1586 con modificaciones posteriores, es un edificio de planta cuadrada y estilo renacentista articulado en torno a un atrio renacentista con una tumba yacente. Para algunos, el diseño del edificio se debió al italiano Giambattista Castello, conocido como “El Bergamasco“, que más tarde trabajó en El Escorial; para otros lo trazó, al menos en su plan original, Enrique Egas “El Mozo“.
El palacio estuvo a punto de ser destruido por las tropas de Edward Hamilton durante la Guerra de Sucesión Española a principios del siglo XVIII, salvándose por la actuación del capellán del marqués (Carlos de Praves). Sufrió algunos daños a causa del terremoto de Lisboa en 1755: hundió el techo del salón de honor, donde se había pintado el gran fresco que representaba la batalla de Lepanto, y desmochó las cuatro torres de las esquinas. En él podemos encontrar objetos marineros de la época. Llama la atención un mascarón de proa perteneciente a una nave que dirigió el marqués. Durante la Guerra de la Independencia, los franceses lo arrasaron, y para cuando llegó la Guerra Civil había servido de granero, colegio, establo, cárcel y hospital… Hasta que en 1948, los descendientes de Álvaro de Bazán se lo ofrecieron a la Armada como museo-archivo.
La arquitectura se percibe como típica española. Las paredes están decoradas con 8,000 metros cuadrados de frescos manieristas elaborados por Cesare Arbasia, Juan Bautista y Francisco Peroli, y los hermanos Nicolás y Francisco Castello. Todos trabajaron para crear un espacio erigido a la mayor gloria de su dueño: por un lado, había que exaltar sus virtudes militares, y por el otro, enaltecer su linaje. Para lo primero, se pintaron en las paredes, las bóvedas y los techos del palacio vistas de ciudades y de puertos, así como los baluartes y las batallas en los que había conquistado su inmenso prestigio. A ambos lados de la escalera se ubicaron dos estatuas en las que aparecía representado como Neptuno (dios de los mares, con su tridente) y como Marte (dios de la guerra), y sobre las puertas del piso superior se colocaron los fanales de popa de las naves capitanas vencidas en las batallas, que eran los trofeos de los marinos. Para elogiar su linaje, y siguiendo la misma tradición renacentista de representar a hombres como dioses o semidioses de la antigüedad, se pintó a los antepasados del marqués.
Estos dos grupos de representaciones se aderezaron con pinturas que simulaban puertas, columnas y otros elementos decorativos y arquitectónicos. Y también con motivos grutescos que incluían animales mitológicos, sabandijas y follajes. Conforme a una temática muy variada que se puede interpretar como defensa del catolicismo del Concilio de Trento.
Las estatuas sepulcrales de Don Álvaro de Bazán y su segunda esposa Doña María de Figueroa son el único ejemplo de escultura funeraria perteneciente al primer tercio del siglo XVII. Fueron esculpidas por Antonio de Rivera para el Convento de la Concepción del Viso del Marqués, y actualmente se encuentran empotradas en el muro del Palacio que da al jardín. En ellas, aparecen los marqueses en actitud orante, arrodillados en un reclinatorio, todo ello en mármol blanco que resalta con el gris azulado de los nichos.
El palacio fue declarado Monumento Nacional en 1931.
Fuente: Wikipedia.
Por Agustín Ramón Rodríguez González– Diario ABC.
Pese a que los hechos protagonizados por Don Álvaro Bazán y Guzmán, primer Marqués de Santa Cruz, son de una importancia notoria, el gran marino carecía de una obra actualizada que acercara su trayectoria al gran público. Y eso aunque su nombre aparezca hasta en los manuales de Historia de España más sencillos, y de su evidente rastro en la Literatura del Siglo de Oro.
Tal carencia es menos explicable porque no es frecuente, muy al contrario, es excepcional en la Historia Naval del mundo, que un marino destaque igualmente al mando de buques tan distintos como galeones y galeras, en escenarios tan disímiles como el Mediterráneo y el Atlántico y contra enemigos tan variados como temibles.
Y no lo es menos que brillara igualmente como gran táctico y como gran estratega, como vencedor en batallas puramente navales y en operaciones anfibias, tan hábil en el mando directo de las fuerzas como aconsejando tan modesta como certeramente a sus superiores, tan eficaz como subordinado y como jefe supremo, como diseñador de nuevos modelos de buques y como experto en logística, con más que demostrado valor personal en el combate y con la cabeza siempre fría, aparte de que fuera excelente diplomático y se preocupara del último de sus subordinados, hasta merecer el título de “padre de los soldados” que le dedicó Cervantes por boca de uno de sus personajes y nada menos que en la primera parte de “El Quijote”:
“En este viaje se tomó la galera que se llamaba la Presa, de quien era capitán un hijo de aquel famoso corsario Barbarroja. Tomóla la capitana de Nápoles, llamada La Loba, regida por aquel rayo de la guerra, por el padre de los soldados, por aquel venturoso y nunca vencido capitán Don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz”. (El Quijote, Parte I, Capítulo XXXIX, “Donde el cautivo cuenta su vida y sucesos”)
Es cierto que muchos grandes marinos han tenido bastantes de esas capacidades y virtudes, lo que es verdaderamente excepcional es que las hayan reunido todas, como en el caso de Bazán, máxime si tenemos en cuenta que unas parecen hasta contradictorias de otras hasta resultar imposible o poco menos reunirlas en una sola y misma persona. Por eso consideramos que su figura no tiene paralelos en la Historia Naval.
Carlos I de España.
Lepanto, la más alta ocasión…
También es cierto que le tocó vivir en una época en que España y su Imperio estaban en fase ascendente, lo que podría rebajar sus méritos si no cayéramos en la cuenta de que ese ascenso se debió en no escasa medida a él personalmente, desde el freno a los corsarios franceses a la salvación de Malta, de la gran y decisiva victoria defensiva en Lepanto a la rápida y poco costosa anexión de Portugal, que convirtió a España en el mayor imperio oceánico que haya existido. Cabe imaginar lo que hubiera pasado en todas esas ocasiones y en algunas otras de no estar al mando Bazán, y desde el desastre en Los Gelves al desdichado fin de la empresa de Inglaterra en 1588, el lector comprobará en este trabajo como hasta la triunfante España del siglo XVI podía cosechar graves derrotas.
Batalla naval de San Miguel
En la actual historiografía se pone hincapíé en causas colectivas, sociales y económicas, para explicar los grandes acontecimientos históricos, lo que es muy cierto. Pero no por ello podemos olvidar el peso decisivo que sobre ellos protagonizan ciertas personalidades muy especiales y que surgen muy de vez en cuando.
Así, en este trabajo queda palmariamente demostrado que Bazán fue uno de esos hombres trascendentales que hacen tomar un curso distinto a la Historia con su presencia y con su ausencia. Y de modo mucho más notable que otros, pese a ser mucho más conocidos. Ya era hora de que el lector interesado dispusiera de un libro bien documentado y de fácil lectura, así como profusamente ilustrado, que sigue paso a paso su trayectoria, sin olvidar la figura de su padre, Don Álvaro de Bazán y Manuel, conocido como “Bazán el viejo” y que tanto contribuyó en tantos sentidos a la excelencia de su hijo, siendo el iniciador de una saga de grandes marinos cuyos servicios cubren casi dos siglos.
Y como escribiera el gran Lope de Vega, que sabía muy bien de que hablaba, pues fue soldado por mar, como su hermano menor y como su hijo varón, en unos versos que adornan la base del monumento al gran marino en la Plaza de la Villa de Madrid, erigido en 1888, en el tercer centenario de su muerte:
El fiero turco en Lepanto,
en la Tercera el francés,
en todo el mar el inglés,
tuvieron de verme espanto.
Rey servido y Patria honrada,
dirán mejor quien he sido,
por la cruz de mi apellido
y con la cruz de mi espada.
Ficha del libro: Álvaro de Bazán. Capitán General del Mar Océano.(ISBN: 978-84-414-3779-1) Editorial EDAF, Madrid, 2017, 383 pp. Preámbulo a cargo de Don Álvaro Fernández-Villaverde y Silva, XV Marqués de Santa Cruz.
El mayor desastre logístico en la historia de la marina británica
En julio de 1780 un valioso informe de la inteligencia española en Londres llegó a Madrid.
El documento informaba que Inglaterra estaba preparando un doble convoy cargado de soldados, armas, pertrechos y dinero destinado a las 13 colonias americanas (Inglaterra sufría en aquél momento la guerra de independencia de EEUU) y otro con destino a la India, donde también sufría una revuelta.
Según el informe, el convoy estaría fuertemente escoltado solo hasta algún punto en el Atlántico, allí gran parte de la escolta regresaría a Inglaterra y el convoy se dividiría en dos; unos barcos irían a América y los otros a India. Era pues urgente, interceptar el convoy antes que se separase.
Por entonces ejercía el cargo de Director General de la Armada Española, Don Luis de Córdova y Córdova, un brillante marino de 73 años de edad. Se encontraba navegando por el Golfo de Cádiz a principios de agosto con sus 32 navíos de línea, cuando recibió la información remitida desde Madrid.
A la una de la madrugada del 9 de agosto de 1780, navegando la escuadra en formación, una de las fragatas avista en el horizonte gran número de barcos al Norte de Madeira.
Don Luis de Córdova entonces ordenó al resto de la armada quedarse atrás. El plan era hacer creer a la flota inglesa que su barco era el barco comandante del convoy. Mandó subir a un grumete con un farol encendido en lo alto del palo mayor del Santísima Trinidad. Los barcos ingleses, creyendo que se trata de una señal de su propio comandante, pasaron toda la noche navegando siguiendo ingenuamente al barco español.
Con las primeras luces del amanecer, el Santísima Trinidad y todo el convoy inglés se acercó al resto de la Armada Española. Cuando los ingleses se dieron cuenta, ya era demasiado tarde y comenzaron una angustiosa y precipitada huida.
El botín fue tremendo y a fecha de hoy sigue siendo el mayor desastre logístico en la historia de la Royal Navy:
52 Barcos capturados
2,950 prisioneros
1,350 marinos capturados
1,357 oficiales y soldados de infantería capturados
286 civiles capturados
80,000 mosquetes
294 cañones
3,000 barriles de pólvora
Uniformes y equitación para 12 regimientos de infantería
1’000,000 de Libras esterlinas en oro.
Además de las enormes pérdidas materiales y humanas, la pérdida de ese millón de libras provocó un caos en la Bolsa de Londres.
Fuente: Stratego.quora.com
Cordova (Alaska)
Cordova es una ciudad de Estados Unidos, situada en el estado de Alaska. Se encuentra en la desembocadura del río Copper en el lado oeste de la bahía de Prince William. Su población es de 2,327 habitantes según las estimaciones del año 2005. Cordova fue nombrada Puerto Córdova por el explorador español Salvador Fidalgo en 1790.
Historia
En 1790 en el marco de las expediciones de España en el Pacífico Noroeste, bajo la dirección de Juan Vicente de Güemes, segundo conde de Revillagigedo, entonces virrey de la Nueva España, Salvador Fidalgo fue enviado a San Lorenzo de Nootka donde fundaron el Fuerte de San Miguel de Nutca. El 5 de mayo de 1790, Fidalgo zarpó con el San Carlos de Nutca rumbo al Prince William Sound y al Cook Inlet, en las costas alaskeñas, y algunas semanas más tarde, ancló frente a la actual Cordova. La expedición no encontró signos de presencia rusa y negoció con nativos de la zona. El 3 de junio desembarcaron en la costa del actual Orca Inlet, y, en una ceremonia solemne, Fidalgo erigió una gran cruz de madera y reafirmó la soberanía española sobre el territorio, bautizándolo “Puerto Córdova“, en honor de Luis de Córdova y Córdova, Capitán General de la Armada Española.
Fuente: Wikipedia.