Política y violencia: los asesinatos del Arzobispo Checa y de Vicente Piedrahita
Por Sonia Fernández Rueda
En el período comprendido entre 1875 y 1895 dos casos de asesinatos políticos acapararon la atención del Ecuador: el del arzobispo José Ignacio Checa y Barba así como del Dr. Vicente Piedrahita. Ambos acontecimientos reflejan algunos de los más fundamentales niveles de enfrentamiento y alianzas entre las distintas contracorrientes que agitaban las esferas políticas e ideológicas del Ecuador.
Lo señalado se basa en la explicación de la causalidad estructural de la polémica ideológica, que deja ver el carácter de cIase del enfrentamiento político-ideológico en el Ecuador decimonónico. Según esta interpretación, durante estos años, se abrió un espacio de cierto equilibrio político en la lucha tradicional entre conservadores y liberales -representantes de los intereses serranos y costeños, respectivamente-, al recaer la conducción del Estado en manos del progresismo; dicha tendencia de tipo centrista, en lo político, y de corte liberal-católico, en lo ideológico, se había modelado como proyecto político en la oposición al gobierno conservador de García Moreno. Este planteamiento contrasta con el que sostiene Juan Maiguashca desde la perspectiva de análisis de la cuestión regional. Según él, durante los primeros treinta años de la República, la falta de hegemonía entre los poderes regionales por imponer sus particulares visiones del mundo -la católica, defendida por Quito y Cuenca, y la otra, laica, defendida por Guayaquil- se resolvió con el triunfo de las élites defensoras de un Estado confesional (de 1860 a 1895) y de las élites defensoras de un Estado laico (de 1895 a 1925). (1)
Si bien este enfoque permite apreciar las características del Estado ecuatoriano y sus transformaciones, al abordar su estudio, exclusivamente desde las relaciones que se establecen entre el Estado y los poderes regionales, se pierde de vista el carácter del proceso que entrañó la pugna entre las facciones dominantes, y que da cuenta de las diferentes direcciones por las que atravesó la confrontación ideológica en su interior.
Así, en su contexto más inmediato, el asesinato del Arzobispo ocurrido en el año de 1877 podría ser visto como la expresión de la oposición de la derecha y, en particular, de la Iglesia contra el gobierno del general Veintimilla que, al principio, apareció abanderando una alternativa liberal.
En cuanto al asesinato de Vicente Piedrahita, éste sucedió en el marco de la represión que ese gobierno -el de Veintimilla- desató años más tarde en contra de una amplia oposición, para mantenerse en el poder. Sospechamos que detrás de su estudio se puede detectar, ya, un cierto acuerdo entre conservadores y liberales que conjuntamente, para entonces, se habían ubicado, en su contra, en la oposición, y que, en 1883, definitivamente, se concretó en una gran alianza que logró destituirle. Se explicaría, pues, que un grupo de comerciantes del Puerto de Guayaquil, de tendencia liberal, se organizaran bajo una agrupación sugerentemente denominada “La Sociedad de la Tumba”; su objetivo: descubrir al asesino de quien fuera un destacado representante de la extrema derecha garciana.
EL CONTEXTO
No cabe duda de que el asesinato del arzobispo Ignacio Checa y Barba constituye uno de los casos de mayor resonancia en la historia del país. El análisis de la “etapa garciana” es, por cierto, fundamental para comprender las circunstancias políticas que rodearon su muerte.
Una vez nombrado García Moreno presidente en 1860, tras la profunda crisis que colocó al Ecuador en peligro de desaparecer como Estado independiente, se puso en marcha un peculiar proyecto político tendiente, de acuerdo a una de las interpretaciones más aceptadas hasta ahora, a consolidar el Estado-Nación ecuatoriano mediante una serie, de reformas de tipo fiscal y monetario; un amplio programa de obras públicas; la reorganización del sistema educativo y del ejército, y la renovación religiosa. Esta controvertida figura entendió que la Iglesia podía ser un eficiente instrumento de consolidación político-ideológica de un programa centralizador y modernizante. Con el propósito de llevar a cabo tan ambicioso programa, García Moreno implantó una política represiva y autoritaria que le permitió controlar, principalmente a partir de su segunda administración, cualquier intento de movilización política.
En reacción al avance de un Estado centralista y a este sistema de control rígido, una amplia oposición fue tomando cuerpo principalmente en Cuenca y Guayaquil, los más importantes centros de poder regional. En Cuenca, dirigida por los denominados progresistas, liberales moderados, y en Guayaquil, por los liberales radicales.
Basado en los principios de la catolicidad, el proyecto político garciano, según Enrique Ayala, permitió la cohesión ideológica de la derecha “ultramontana”, pero al mismo tiempo, y en reacción a su aplicación, la definición ideológica de los sectores de oposición. De allí que esta etapa sea considerada como “una fase inicial de definiciones doctrinarias fundamentales”(2).
Cuando en 1875 García Moreno fue asesinado y pese a que los esfuerzos de sus colaboradores apuntaron a la conservación del régimen, la oposición candidatizó a Antonio Borrero, liberal moderado de Cuenca. Amplia y democráticamente elegido, Borrero se mantuvo en el poder solo por pocos meses. Juzgando con estricto criterio de jurisconsulto un problema que a todas luces era político, se negó a reformar el aparato jurídico conservador que el país había heredado de García Moreno: los liberales costeños por no encontrar respuesta a esta exigencia de base auspiciaron la dictadura militar(3). Con el apoyo de los grandes latifundistas, comerciantes y banqueros de Guayaquil y “vestido de liberal”, como Maiguashca sugerentemente lo ha calificado(4), el general Ignacio de Veintimilla fue proclamado Jefe Supremo del país en septiembre de 1876.
La aparente postura radical del nuevo gobierno colocó a los conservadores y a la Iglesia inmediatamente en la oposición. Los ataques provinieron fundamentalmente de los eclesiásticos que, frente a un entorno político amenazante, desataron una agresiva campaña tendiente a favorecer la revuelta conservadora que se organizaba en varios lugares del país. A través de los sermones, las cartas pastorales y otros medios (periódicos, por ejemplo), los sacerdotes alentaron, igualmente, la sublevación popular que asumió graves proporciones en Quito al estallar un motín en la Plaza de San Francisco -el 1 de marzo de 1877- cuando el gobierno intentó encarcelar a un religioso franciscano -el padre Gago-, acusado de incitar a la población en contra del régimen, a través de la prédica(5).
EL ASESINATO DEL ARZOBISPO
En este ambiente de tensión y de abierto enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado ocurrió el asesinato del arzobispo de Quito, Ignacio Checa y Barba, en circunstancias especialmente sorprendentes: mientras oficiaba en la Catedral la ceremonia religiosa del Viernes Santo, 30 de marzo de 1876, fue envenenado con estricnina, introducida en el vino que usó durante el oficio.
Este episodio es significativo no solo por su aspecto desconcertante, sino también, y sobre todo, porque constituyó el terreno sobre el que se polarizó aún más el conflicto entre los sectores políticos ideológicos enfrentados: la Iglesia y los conservadores versus el gobierno y los liberales. En este sentido, y conscientes de las consecuencias que podía tener la muerte violenta y misteriosa de la más alta autoridad de la Iglesia, ambos sectores forjaron sus propias versiones al respecto. Establecer la influencia que ejercieron liberales y conservadores sobre la lectura pública del crimen y reconstruirlo, más allá de la materialidad visible del acontecimiento, es decir, buscar sus significados implícitos son los objetivos fundamentales del presente trabajo.
EL PERSONAJE: SUS ANTECEDENTES POLÍTICOS
Ignacio Checa y Barba nació en Quito en el año de 1829. Hijo de Feliciano Checa y Alegría Barba, ambos miembros de la aristocracia quiteña, optó por la carrera eclesiástica, una vez concluida su educación básica. Recibió la orden sacerdotal en 1855, luego de haber realizado los estudios de teología en el Seminario de San Luis. Se trasladó a Roma, en 1859, a completar su formación académica. Mientras permanecía en esa ciudad, e iniciada la reforma religiosa por García Moreno, que incluyó la organización de nuevas diócesis, le llegó el nombramiento de Obispo auxiliar de Cuenca con residencia en Loja, ciudad a la que se trasladó en 1863. (6)
Nombrado, en ese mismo año, diputado por la provincia de Pichincha, participó activamente en las discusiones previas a la aprobación de un proyecto de reformas al Concordato de 1862; estas reformas fueron exigidas por el Presidente por considerar que dicho documento, tal como había sido suscrito, no contenía cláusulas fundamentales para la moralización del clero, en la que se encontraba tan empeñado. No obstante del interés demostrado por Checa en su aprobación, no estuvo de acuerdo con la totalidad de las disposiciones contenidas: desaprobó la supresión del fuero eclesiástico y las concesiones económicas relativas a los diezmos y a los censos. Y es que Checa mantuvo una cierta independencia política con respecto a García Moreno y al círculo que le rodeaba. Su posición es clarísima tanto en el Congreso de 1867 (7) como en las elecciones presidenciales de 1869. En el Congreso votó en contra de la calificación de García como Senador por Pichincha, ya aprobada por la Junta Electoral de la provincia a pedido de aquel; estuvo además en contra de la censura del presidente Carrión, instigada por el mismo García y, en 1869, respaldó la candidatura de Francisco Javier Aguirre, desaprobando de esta manera la de García Moreno(8).
Su alejamiento con respecto a éste es más claro aún si observamos los acontecimientos de 1868: en desacuerdo con la candidatura de Ignacio Ordóñez -apoyada por García Moreno- el Congreso lo eligió Arzobispo de Quito(9).
Aunque Checa no fue un incondicional del proyecto garciano, una vez en el Arzobispado contribuyó, sin duda alguna, a su desarrollo. Impulsó, por ejemplo, la “Consagración de la República al Corazón de Jesús” e introdujo, además, importantes cambios en la organización de la Arquidiócesis. Ahora bien, muerto el Presidente, y luego del golpe militar de Veintimilla, el Arzobispo no asumió como suya la posición radical que, en general, adoptó ]a Iglesia en contra del nuevo régimen. Ambiguo, y en cierta forma, condescendiente con la dictadura, fue tildado de liberal por un amplio sector de ]a opinión pública. En el juicio seguido para descubrir a los autores de su muerte, uno de los testigos declaraba que (…) ha oído con desagrado decir, que el finado señor Arzobispo era liberal, que andaba paseándose en el coche con S. E. el General Veintimilla, y que sólo estaba con la boca abierta para el sueldo con la nombradía de Obispo, pues que en las actuales circunstancias, había necesidad de que fuera como el Obispo de Riobamba (…) que una beata cuando el finado señor Arzobispo se encontraba en ejercicios en El Tejar de la Merced había ido a denunciarle que el clero y los conservadores le preparaban o tenían hecha una acusación para remitirle a Roma, pidiendo su destitución, y que en su lugar se ponga un prelado fuerte, enérgico y sostenido; y que le había contestado: “Yo soy la víctima, no soy liberal, pero soy prudente, con mi prudencia he procurado hacer bien a mi iglesia y si nada de esto les parece, que hagan de mi lo que quieran”(10).
De la cita se deduce que la actitud “equívoca” del Arzobispo preocupaba a los ultramontanos. Sin embargo, a pesar de la relativa tolerancia mostrada a Veintimilla(11), cuando estalló el conflicto abierto entre la Iglesia y el gobierno -el detonante fue la publicación, a fines de 1876, de un folleto titulado “Carta a los Obispos” del liberal Manuel Cornejo Cevallos-, el Arzobispo se enfrentó al régimen. Publicó una Carta Pastoral en la que, entre otras cosas, prohibía al pueblo católico las lecturas de escritos contrarios a la religión y rechazaba el decreto gubernamental que, tras el motín de San Francisco, publicó Veintimilla, en el que amenazaba con la “pena de expatriación a sacerdotes y obispos que tratasen de alarmar la conciencia religiosa de los fieles, a fin de excitarles a la rebelión”(12).
“Carta a los Obispos” tiene enorme interés: su contenido explica la reacción inmediata de la Iglesia en contra del régimen. Su publicación constituyó una vigorosa toma de partido en contra del rígido control que el clero había alcanzado en el ámbito ideológico durante la etapa garciana en donde “ni una cátedra, ni una publicación, ni una expresión pública del pensamiento quedaron al margen de la ingerencia clerical”(13). El documento no solo se limitó a apelar por la libertad de conciencia y la no ingerencia de la Iglesia en los asuntos del Estado; invitó además “inadmisiblemente” a los religiosos a la aceptación de esas ideas. “Solo en este infortunado país, sin fuerza moral ni material, sin ningún contacto con la civilización, y en donde la arbitrariedad de los gobernantes sobrepasa la ignorancia del clero, vemos que la Iglesia condena la libertad”(14).
A partir de ese momento, la libre expresión se convirtió en un punto muy importante del debate entre los sectores enfrentados. Apoyándose en ese principio, el ministro Carbo(15) condenó la Carta Pastoral del arzobispo Checa, mientras éste, “con todas sus fuerzas”, continuaba oponiéndose a la propaganda antirreligiosa, que en último término anunciaba el deterioro del tejido social en el que se apoyaba la religión tradicional.
Notas:
Este artículo forma parte de un trabajo de investigación más amplio: “El crimen político en la historia del Ecuador”, auspiciado por el Consejo Nacional de Universidades y Escuelas Politécnicas y dirigido por el Dr. Enrique Ayala Mora.
1. Juan Maiguashca, “La cuestión regional en la historia ecuatoriana 0830-1972)”, en Enrique Ayala (edit.), Nueva Historia del Ecuador, vol. 12, Corporación Editora Nacional/Grijalbo, Quito, 1992, p. 186. 44.
2. Enrique Ayala Mora, Lucha política y origen de los partidos en Ecuador, Ediciones de la Universidad Católica, Quito, 1978, p. 151.
3. Gonzalo Ortiz Crespo, “Panorama histórico del período 1875-1895”, en E. Ayala (edit.), Nueva Historia del Ecuador, vol. 7, 1990, p. 242.
4. Marie-Danielle Demélas e Yves Saint-Geours, Jerusalén y Babilonia. Religión y política en el Ecuador 1880-1880, Corporación Editora Nacional, Quito, 1988.
5. Camilo Destruge, Cuestiones históricas. Envenenamiento del Arzobispo Checa. Estudio documentado, Imprenta de El Tiempo, Guayaquil, 1906, pp. 4-8.
6. Julio Tobar Donoso, “El Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. Dr. José Ignacio Checa y Barba”, en Revista de la Sociedad Jurídico Literaria, tomo XXXVII, No. 126, Quito, enero-junio 1929, pp. 27-31.
7. Checa fue elegido representante al Congreso nuevamente en 1865 y 1867, en ambas ocasiones por la provincia de León, actual de Cotopaxi.
8. J. Tobar Donoso, “El Ilustrísimo y Reverendísimo… “, pág. 32.
9. Ibídem, pág. 33.
10. AN/Q, “Copia del juicio seguido contra autores y cómplices del envenenamiento perpetrado al que fue Arzobispo de Quito, Monseñor Checa y Barba, solicitada por el Presidente de la Casa de la Cultura Pío Jaramillo Alvarado”, 66v, (1876), 1 de junio de 1950.
11. El mismo Dictador declaró, tras su muerte, que él “había sido imparcial defensor de las tendencias de la revolución del Ocho de Septiembre”. En La libertad cristiana, No. 18, Quito, 13 de abril de 1877.
12. Tobar Donoso, “El Ilustrísimo y Reverendísimo… “, p. 37.
13. G. Ortiz, “Panorama histórico … “, p. 226.
14. “Breves reflexiones sobre la ‘Carta a los Obispos’ “, en La libertad cristiana, No. 17, Quito, 6 de abril de 1877.
15. El nombramiento de Pedro Carbo como ministro del Interior, refleja la alianza de Veintimilla con los liberales, alianza gracias a la cual éste pudo llegar al poder.
Radicalismo anticlerical
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