Una apuesta por América Latina

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Una apuesta por America Latina

Resulta muy estimulante presentar este libro del Dr. Guzmán Carriquiry, Una apuesta por América Latina, que la Editorial Sudamericana tiene el mérito de publicar y proponer para la lectura y el estudio.
Considero el libro del Dr. Carriquiry la primera gran obra de conjunto,recapituladora, sintética y proyectual, sobre la realidad latinoamericana en la nueva fase histórica que se ha abierto hacia finales del siglo XX y que se está desplegando en la actualidad. En efecto, la vasta producción bibliográfica sobre América Latina (desde la “sociología comprometida” a la teoría de la dependencia, desde la teología de la liberación a cristianos para el socialismo, desde los tintes fuertes de literaturas de denuncia a los debates sobre estrategias revolucionarias) fue agotándose ya desde los años ochenta. Ofreció ciertamente dispares y significativos aportes, pero finalmente terminaron pesando más sus fuertes impregnaciones ideológicas, reductoras de la realidad. Sobre todo con el derrumbe del imperio totalitario del “socialismo real”, esas corrientes quedaron sumidas en el desconcierto, incapaces de un replanteamiento radical y de una nueva creatividad, sobrevivientes por inercias, aunque haya todavía hoy quienes las propongan anacrónicamente. Poco tiempo después el resurgido recetario neoliberal del capitalismo vencedor, alimentado por la utopía del mercado autorregulador, demostraba también todas sus contradicciones y limitaciones. La obra del Dr. Carriquiry intenta dar una renovada visión de conjunto, más allá de visiones ideológicas inadecuadas, incapaces de abrazar toda la realidad de nuestros pueblos y de responder a sus deseos, necesidades y esperanzas. El libro lleva bien, pues, el subtítulo de Memoria y destino históricos de un continente.
Ésta es una hora para educadores y constructores. No podemos seguir empantanados en el lamento, las letanías de denuncias, los círculos viciosos de resentimientos y crispaciones y la confrontación permanente. Este libro, de amplio respiro, vibra de pasión por la vida y el destino de los pueblos latinoamericanos, una pasión que alimenta la inteligencia serena para afrontar las cuestiones cruciales del presente, en camino hacia su próximo futuro. En las próximas dos décadas América Latina se jugará el protagonismo en las grandes batallas que se perfilan en el siglo XXI y su lugar en el nuevo orden mundial en ciernes. Carezco de la competencia política y técnica para entrar en la consideración de muchos problemas –no es ésa la tarea de un Pastor de la Iglesia–, pero en el libro se condensan con clarividencia, sabiduría y determinación los desafíos ineludibles para la educación y la construcción de un camino de esperanza.
Ante todo, se trata de recorrer las vías de la integración hacia la configuración de la Unión Sudamericana y la Patria Grande Latinoamericana. Solos, separados, contamos muy poco y no iremos a ninguna parte. Sería callejón sin salida que nos condenaría como segmentos marginales, empobrecidos y dependientes de los grandes poderes mundiales. “Es grave responsabilidad –afirmaba el Papa Juan Pablo II en el discurso de inauguración de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Santo Domingo (l2-X-1992)– favorecer el ya iniciado proceso de integración de unos pueblos a quienes la misma geografía, la fe cristiana, la lengua y la cultura han unido definitivamente en el camino de la historia.” Sobre esta vía maestra, y además por ser “extremo Occidente”, por católica, por región emergente y por constituir como una “clase media” entre las naciones en el orden mundial, América Latina puede y tiene que confrontarse, desde sus propios intereses e ideales, con las exigencias y retos de la globalización y los nuevos escenarios de la dramática convivencia mundial.
A la vez, América Latina necesita explorar, con buena dosis de realismo pragmático –impuesto también por la propia vulnerabilidad y escasos márgenes de maniobra– nuevos paradigmas de desarrollo que sean capaces de suscitar una gama programática de acciones: un crecimiento económico autosostenido, significativo y persistente; un combate contra la pobreza y por mayor equidad en una región que cuenta con el lamentable primado de las mayores desigualdades sociales en todo el planeta; una reforma del Estado y la política para que estén efectivamente al servicio del bien común. Todo ello está bien expuesto y desarrollado en el texto como hilos conductores. Sin embargo, Carriquiry advierte con lucidez los cuellos de botella en que se trancan las perspectivas meramente economicistas o las pujas y proyectos políticos auto referenciales. Nada de sólido y duradero podrá obtenerse si no viene forjado a través de una vasta tarea de educación, movilización y participación constructiva de los pueblos -o sea, de las personas y de las familias, de las más diversas comunidades y asociaciones, de una comunidad organizada que ponga en movimiento los mejores recursos de humanidad que vienen de nuestra tradición y que sumen las grandes convergencias populares y nacionales en torno a contenidos ideales y metas estratégicas para el bien común. Ello conlleva ampliar las perspectivas analíticas y proyectuales para abrazar todos los factores en juego en la realidad de esa “originalidad histórico-cultural, que llamamos América Latina”. Así lo escribían y proponían los obispos reunidos en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Puebla de los Ángeles (1979) esbozando ya, en forma entrelazada, una autoconciencia católica y latinoamericana, de la que el autor se nutre y a la que alimenta con aportes fundamentales de nuestra actualidad.
En el libro del Dr. Carriquiry veo el intento lúcido y “adelantado” de una inteligencia católica del desarrollo latinoamericano, reasumiendo, reformulando y relanzando la tradición de sus pueblos como hipótesis de construcción de su futuro. Sin embargo, el lector no se encontrará para nada con un libro “eclesiástico”. El texto sorprende por su capacidad sintética de abundantes lecturas e informaciones, está lleno de datos, desarrolla densos análisis económicos, políticos, culturales y religiosos; perspectivas históricas lo recorren desde el principio hasta el fin.  Está destinado al más amplio interés y abierto al debate público, más allá de confines estrechos y de etiquetas prejuiciadas. El Dr. Carriquiry sabe dar razón -¡y buenas razones!- de sus dichos. A la vez, ilustra una confianza en la potencia de la fe católica de nuestros pueblos tanto en clave de inteligencia y transformación de la realidad, como en respuesta a los anhelos de verdad, justicia y felicidad que laten en el corazón de los latinoamericanos y en la auténtica cultura de sus pueblos desde las huellas impresas por la evangelización. Aquí se da un germen de nueva creación en un mundo desgarrado.
Leyendo el libro con atención, no cabe duda de que el autor percibe en qué medida el destino de los pueblos latinoamericanos y el destino de la catolicidad estén íntimamente vinculados, al menos para este siglo XXI. La singularidad católica latinoamericana arraiga en su evangelización constituyente, se manifiesta aún en los muy altos porcentajes de bautizados, es tradición viva de sus pueblos, alimenta su sabiduría ante la vida, permea toda la realidad, y llega a constituir -al comienzo del tercer milenio- casi el 50% de los católicos de todo el mundo. Evidentes son sus muchas deficiencias y, por otro lado, es un patrimonio sujeto a fuerte agresión y erosión. Dilapidar este patrimonio constituiría una gravísima responsabilidad. Hay que “recomenzar desde Cristo”, como indica S. S. Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo Millennio  Ineunte. Estamos llamados a una “nueva evangelización” para que Cristo se haga más carne en la vida de las personas, de las familias y de los pueblos. Se desatará así su potencia de unidad, de caridad que alimenta toda auténtica solidaridad, de crecimiento en humanidad, de liberación y esperanza.
Los ingentes problemas y desafíos de la realidad latinoamericana no se pueden afrontar ni resolver reproponiendo viejas actitudes ideológicas tan anacrónicas como dañinas o propagando decadentes subproductos culturales del ultraliberalismo individualista y del hedonismo consumista de la sociedad del espectáculo. Llama la atención constatar cómo la solidez de la cultura de los pueblos americanos está amenazada y debilitada fundamentalmente por dos corrientes del pensamiento débil. Una, que podríamos llamar la concepción imperial de la globalización: se la concibe como una esfera perfecta, pulida. Todos los pueblos se fusionan en una uniformidad que anula la tensión entre las particularidades. Benson previó esto en su famosa novela El Señor del mundo. Esta globalización constituye el totalitarismo más peligroso de la posmodernidad. La verdadera globalización hay que concebirla no como una esfera sino como un poliedro: las facetas (la idiosincrasia de los pueblos) conservan su identidad y particularidad, pero se unen tensionadas armoniosamente buscando el bien común. La otra corriente amenazante es la que, en jerga cotidiana, podríamos llamar el “progresismo adolescente”: una suerte de entusiasmo por el progreso que se agota en las mediaciones, abortando la posibilidad de un progreso sensato y fundante relacionado con las raíces de los pueblos. Este “progresismo adolescente” configura el colonialismo cultural de los imperios y tiene relación con una concepción de la laicidad del Estado que más bien es laicismo militante. Estas dos posturas constituyen insidias antipopulares, antinacionales, anti latinoamericanas, aunque se disfracen a veces con máscaras “progresistas”. Si menguan las energías evangelizadoras, quienes pierden son nuestros pueblos. Y si nuestros pueblos quedan sumidos en ciclos periódicos de mera modernización, resabio de anacronismo ideológico y violencia, devienen cada vez más marginales porque pierden su identidad y, por ende, la catolicidad.
Quizá tenía que ser alguien corno el autor, que aúna su condición y pasión de rioplatense y merco sureño, de sudamericano y latinoamericano, junto con su vasta experiencia desde el centro de la catolicidad, en el Vaticano, quien pudiera ofrecer actualmente una visión a la vez realista, razonable y llena de esperanza, que invita a una renovada “apuesta por América Latina”. Me permito, pues, recomendar al más vasto público posible la lectura de esta obra original y valiosa, auténtico evento editorial.
Buenos Aires, 4 de abril de 2005
Solemnidad de la Anunciación
Cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ
Imprecisiones mediáticas sobre la supuesta rehabilitación de la teología de la liberación
Factores que contribuyen al equívoco del libro publicado originariamente en el 2004. ¿Es posible una teología de la liberación católica?
Por Jorge Enrique Mújica- Zenit
La aparición de un libro en Italia, cuyo argumento central es la teología de la liberación («Dalla parte dei poveri. La teología della liberazione»), ha dado pie a algunos titulares más bien equívocos por parte de cierto sector de la prensa que se ocupa de cuestiones eclesiales (por ejemplo La Repubblica o La Stampa en Italia).
Dos factores han contribuido a las tergiversaciones sobre una supuesta rehabilitación o camino despejado para la teología de la liberación por parte del Vaticano: 1) el nombre de los autores firmantes (el actual prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y el sacerdote dominico y «padre» de la teología de la liberación, Gustavo Gutiérrez) y 2) el presentarlo con una amplia reseña publicada en el periódico de la Santa Sede, L´Osservatore Romano. Todo esto en el contexto del pontificado de un Papa latinoamericano bajo el cual, según la misma reseña, «la teología de la liberación no podía quedarse por largo tiempo en la sombra». La realidad, sin embargo, es más bien distinta.
El libro reseñado fue originalmente publicado en 2004, en lengua alemana, cuando el arzobispo Gerhard Ludwin Müller todavía no había sido nombrado prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe (fue nombrado el 2 de julio de 2012, es decir, ocho años después de la aparición del texto). El autor de la reseña publicada en L´Osservatore Romano lo presenta como un libro escrito a «cuatro manos» entre Müller y Gutiérrez. La realidad detrás de la expresión –que pudo haber sido más afortunada– no supone, sin embargo, que un autor asuma las ideas del otro. De hecho, la misma distribución del libro hace notar cómo las ideas expresadas (que al ser personales no son necesariamente las ideas del magisterio de la Iglesia, si bien tampoco parecen contraponerse) son más bien opiniones respecto a un tema que suscita algún interés entre algunos teólogos: de las 183 páginas del libro, 117 son de Gutiérrez y 76 del entonces obispo de Ratisbona, Alemania. O en otras palabras, que cada cual trató el argumento central según su propio pensar.
Comprensible también el esmero con que el autor de la reseña presenta la obra en italiano: se trata del director de Il Messaggero di Sant´Antonio, Ugo Sartorio, publicación vinculada a la editorial Edizioni Messaggero Padova, la cual es, junto a la Editrice Missionaria Italiana, coeditora de la traducción de la obra que ahora se presenta en Italia.
Sobre el tema central de la obra, a grandes rasgos puede decirse que trata disquisiciones acerca del estatuto epistemológico de la «teología de la liberación», una supuesta consonancia con el sentir de la Iglesia y algunos datos históricos. En este contexto, en algunos momentos se presenta y alude a pronunciamientos pontificios que mostrarían el «lado bueno» y la justificación para la existencia de la teología de la liberación. ¿Pero es posible una teología de la liberación auténticamente católica?
El Magisterio de la Iglesia ha sido muy claro en los dos pronunciamientos oficiales que sobre este particular ha emitido: la «Instrucción  Libertatis nuntius sobre algunos aspectos de la teología de la liberación» (Congregación para la Doctrina de la Fe, 6 de agosto de 1984) y la «Instrucción Libertatis conscientia sobre la libertad cristiana y liberación» (Congregación para la Doctrina de la Fe, 22 de marzo de 1986) y que sí son vinculantes para un católico.Sustancialmente se puede decir que ya en aquellos documentos se presenta una visión efectivamente católica de la misma teología de la liberación: la que entiende la libertad humana no como política y, en consecuencia, no abraza la ideología marxista, su lucha de clases, ni convierte la fe en política, sino que entiende la libertad humana como libertad del mayor de los males, el pecado, y a Cristo como liberador. O en palabras del documento del 86: «La liberación, en su primordial significación que es soteriológica, se prolonga de este modo en tarea liberadora y exigencia ética. En este contexto se sitúa la doctrina social de la Iglesia que ilumina la praxis a nivel de la sociedad».
Quizá bastaba releer la novedad que en 1984 y 1986 supusieron aquellos documentos para no presentar como novedoso algo que lo fue hace casi 30 años.

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