Fundador de la Congregación del Santísimo Sacramento y de las Siervas del Santísimo Sacramento. Nació en La Mure (Grenoble-Francia) el 4 de febrero de 1811. Murió en La Mure (Grenoble-Frania) el 1 de Agosto de 1868. Fue beatificado por Pio XI el 12 de julio de 1925 y canonizado por el Beato Juan XXIII el 9 de diciembre de 1962. Su fiesta litúrgica se celebra el 2 de agosto.
Su vida
La Congregación del Santísimo Sacramento, que en nuestros países recibe el nombre de Padres Sacramentinos, San Pedro Julián Eymard se definió a sí mismo como un “Jacob siempre en camino”. Escribía tres años antes de su muerte: “¡Cuánto me ha amado el buen Dios! Me ha llevado de la mano hasta la Congregación del Santísimo Sacramento! Todas las gracias han sido gracias de preparación, todos mis estados un noviciado! Siempre ha sido el Santísimo Sacramento quien ha dominado” (Retiro de Roma del 1865).
Vivió en la Francia del siglo XIX (1811-1868) en un clima religioso a menudo difícil, marcado por las consecuencias de la Revolución francesa. San Pedro Julián tuvo, ya desde su infancia, una fe marcada por la Eucaristía; sus visitas al Santísimo Sacramento eran frecuentes. La decisión de llegar a ser sacerdote la tomó precisamente el día de su Primera Comunión. Hizo falta tiempo, sin embargo, antes de que la Eucaristía llegara a ser el corazón de su espiritualidad y de sus proyectos apostólicos. Hubo tal interrelación entre la evolución de su personalidad y la de su apostolado, que resulta casi imposible separar las etapas de una y de la otra.
Comenzó con un breve período de noviciado en los Oblatos de María Inmaculada. Fue el primer paso de su itinerario eucarístico. Vuelto a casa por motivos de salud, entró más tarde en el Seminario diocesano de Grenoble. Allí se ordenó de sacerdote el 20 de julio de 1834 y celebró su primera misa en el santuario mariano de Osier, donde una lápida recuerda el acontecimiento.
Será durante el período de sacerdote diocesano (1834-1839), primero como coadjutor en Chatte y luego como párroco en Monteynard, que se le manifestó la realidad del amor de Dios.
Su espiritualidad
Su espiritualidad, marcada al inicio por una ascética penitencial, consecuencia del jansenismo reinante especialmente en la espiritualidad religiosa de los pueblos de la campaña, evolucionará hacia una visión positiva de la vida, y el amor de Dios será vivido de manera muy particular en la Eucaristía, sacramento del amor por excelencia. El Santo fue influenciado, en esto, por los escritos de Marie-Eustelle Harpain, mística de la comunión y, más tarde, por la lectura asidua del Nuevo Testamento, sobre todo de las Cartas de San Pablo y de los textos de San Juan, así como de los Padres de la Iglesia. Un cambio importante en la evolución hacia una espiritualidad fundada en el amor tuvo lugar en este período, a partir de sus meditaciones y experiencias en el Calvario de Saint Roman, en las cercanías de la parroquia de Chatte.
El 20 de agosto de 1839 dejó la parroquia para entrar en la Congregación de María, los Padres Maristas, del Padre Jean Claude Colin, que era recién nacida nacida en Lyón. Después del primer período de Formación, el Padre Eymard tuvo varios puestos de dirección, tales como Superior de Comunidad, Provincial de la Provincia marista francesa y Visitador apostólico.
El entrecruzarse de las experiencias espirituales y las iniciativas apostólicas señala también, en sus diversas etapas, la evolución de su vocación eucarística, además de la mariana. Durante una procesión eucarística en 1845, llevando el Santísimo Sacramento, se sintió imbuido de una gran fuerza, y pidió a Dios la gracia del celo apostólico de San Pablo para difundir el conocimiento de Jesucristo.
Una visita a París en el año 1849, siendo Superior Provincial, le permitió conocer algunas figuras importantes del movimiento de la Adoración Nocturna, así como a la fundadora de la Adoración Reparadora, Madre Marie-Thérèse Dubouché. Pero, le hizo conocer, sobre todo, al que se convertiría un día en su primer compañero en la fundación de la obra eucarística: el conde Raymundo De Cuers.
En 1851, en el santuario mariano de Fourvière (Lyon), vivió una profunda experiencia espiritual donde comprendió la necesidad de la Eucaristía para la renovación de la vida cristiana y para la formación de los sacerdotes y de los laicos. Escribe en este período: “He reflexionado a menudo sobre los remedios para esta indiferencia universal, que se apodera de manera escalofriante de tantos católicos, y encuentro uno solo: La Eucaristía, el amor a Jesús eucarístico. La pérdida de la fe proviene de la pérdida del amor” (Carta del 22 de octubre de 1851). Y dice también: “Hay que ponerse inmediatamente a la obra, salvar las almas con la Eucaristía y despertar a Francia y a Europa sumergidas en el sueño de la indiferencia, porque no conocen el don de Dios, a Jesús, el Emmanuel de la Eucaristía. Hay que esparcir la chispa del amor en las almas tibias che se creen piadosas y no lo son, porque no han fijado su centro y su vida en Jesús en el tabernáculo” (Carta del 11 de febrero de 1852).
Su vocación eucarística nace por tanto, en gran parte, de esta constatación que para él es una llamada, una misión.
Colaborando con el conde De Cuers, en visita a la fundación de una Orden del Santísimo Sacramento, experimentó –en abril del 1853- lo que llamaría más tarde una “gracia de donación” en referencia a sus proyectos. En los tres años siguientes vivió, juntamente a fuertes tensiones dentro de la Congregación de los Maristas, la atracción hacia la obra eucarística, que culminó con la fundación de un nuevo Instituto religioso: la Congregación del Santísimo Sacramento, que nació en Paris el 13 de mayo de 1856, con la aprobación del Arzobispo Monseñor Marie Dominique Sibour.
La vida eucarística que el Padre Eymard propone no se reduce a la sola dimensión contemplativa. El escribe: “Una vida puramente contemplativa no puede ser plenamente eucarística: el fuego tiene una llama” (Carta del 1 de mayo de 1861).
Además de fundar a las Siervas del Santísimo Sacramento e inspirar el nacimiento de la Asociación de los sacerdotes adoradores y de la Agregación eucarística para los laicos, se empeñó en la obra de la primera comunión de los adultos y de los jóvenes obreros, por medio de la predicación, de la dirección espiritual y de un apostolado múltiple. La idea de los Congresos eucarísticos internacionales hay que orientarla ciertamente a su inspiración. Fue precisamente por su compromiso en la preparación de los jóvenes obreros a la primera comjunión que había recibido la aprobación del Arzobispo de París, Monseñor Sibour.
Durante el mismo período trabajaba también en la fundación de una rama femenina de su obra y con la colaboración de la Señora Marguerite Guillot, dio vida en 1858 a la Congregación de las Siervas del Santísimo Sacramento.
La evolución de su comprensión de la Eucaristía continuó hasta su muerte. El Padre Eymard fue profundizando siempre tal comprensión, dejando atrás el acento que inicialmente puso sobre la reparación, para ir hacia una visión más amplia y completa del Sacramento, poniendo en evidencia la dimensión de la acción de gracias, la celebración y el poder formativo sobre todo por medio de la comunión, entendida como lugar de la educación del alma por parte de Jesucristo.
Infatigable emprendedor de la comunión frecuente, su ideal era dejarse plasmar por la Eucaristía como sacramento del amor, puesto “en el centro” de la vida (imagen frecuente en sus escritos). El pensamiento del Padre Eymard sobre la Misa como punto culminante de la experiencia cristiana, viene expresado en un pasaje de las pruebas de las Constituciones de 1863: “El sacrificio de la Santa Misa y la comunión del Cuerpo del Señor Jesucristo son sin duda, entre tantas acciones sagradas, el fin y la vida de toda la religión; por lo tanto que cada uno dirija, como medios hacia su fin, la piedad, la virtud y el amor para honrar y recibir dignamente estos divinos misterios (Textus IV, 432).
Durante su largo retiro en Roma en 1865, vivió una última etapa hablando del “reino eucarístico interior” que lleva al creyente al “don de sí” al Padre en unión a Jesús, según una dimensión más trinitaria y eclesial. El camino vivido a la luz de la Eucaristía había llegado a una madurez: el Padre Eymard se deja plasmar por el Espíritu para convertirse en Eucaristía, don, a fin de que sea Cristo quien viva en él (cfr Gal 2,20), “Jesús está en mi para vivir en mi para el Padre. Para permanecer en mí de este modo, El se entrega en la comunión: como el Padre, que tiene la vida, me ha enviado a mí y yo vivo por el Padre, así también el que me come vivirá por mí (Juan 6,57)” (Retiro de Roma del 1865). Es ésta, como escribirá en un retiro del 1867, “la gracia de la santidad mediante la Eucaristía”:
El Padre Eymard muere en la misma casa donde nació, en La Mure, el 1 de agosto de 1868, teniendo apenas 57 años de edad, extenuado por su intensa actividad.
No obstante las frecuentes enfermedades y las bien conocidas experiencias de sufrimiento de todo tipo que impregnaron el último período de su vida, sus palabras permanecerán siempre ardientes como el fuego, y sus escritos ricos en invitaciones a la alegría y al agradecimiento. Escribía en aquellos años:
“El culto solemne de la Exposición es necesario para despertar la fe adormecida de tantos hombres honrados que no conocen más a Jesucristo, porque ya no saben que Él les está cerca, su amigo y su Dios… La sociedad renacerá llena de vigor cuando todos sus miembros vendrán y se reunirán en torno a nuestro Emmanuel. Las relaciones volverán a rehacerse naturalmente bajo una verdad común; los lazos de amistad verdadera y fuerte se entrelazaràn bajo la acción de un mismo amor; será el retorno de los días hermosos del Cenáculo”.
Fuente: es.ssseu.net
San Pierre-Julien Eymard
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