Santa Mariam Baouardy

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Santa Mariam Baouardy pudo ser mártir, porque estuvo a punto de morir por no renunciar a la fe, pero la Virgen la salvó.

«Turcos, musulmanes y judíos se convertirán»: la revelación de la santa palestina Mariam Baouardy

Santa Mariam Baouardy (1846-1878), canonizada en 2015, fue una monja carmelita árabe vinculada a Francia y una gran mística que recibió diversas revelaciones. La excelente biografía que acaba de dedicarle Joachim Bouflet es una oportunidad para conocer esta figura particularmente entrañable. Lo comenta Annie Laurent en La Nef (nº 352, noviembre 2022):
Un santa de la tierra de Jesús
Cuando la Iglesia católica reconoce oficialmente la santidad de uno de sus miembros, no solo honra a la persona en cuestión, sino que la ofrece como modelo a todos los fieles. Este principio también se aplica a Mariam Baouardy, canonizada por el Papa Francisco el 17 de mayo de 2015. A pesar de lo modesto de sus orígenes, esta muchacha de Palestina, que permaneció analfabeta durante toda su vida (1846-1878) y que es conocida familiarmente en Francia como la “pequeña árabe“, eligió el nombre de María de Jesús Crucificado al entrar en el convento carmelita de Pau (Francia) y lega a la Iglesia universal un valioso patrimonio espiritual, pero ampliamente desconocido.
El historiador Joachim Bouflet, autor de una bien documentada biografía de esta monja de rito latino nacida en una familia melquita de rito bizantino, resalta y adapta a nuestros tiempos esta doble identidad de la santa. A partir de esta pertenencia, mantenida por su asiduidad a la oración y a las liturgias de las dos tradiciones, que alimentaban su comprensión de la fe y su meditación, al tiempo que la inspiraban a escribir parábolas que testimoniaban su profundo sentido del misterio de Dios, Mariam pudo desarrollar una espiritualidad que combinaba esta doble aportación, oriental y occidental.
Mariam, una santa árabe para el mundo‘ es la biografía recientemente escrita por Joachim Buflet.
De la primera surgió su gran devoción al Espíritu Santo, que ayudó a difundir en Europa en una época en la que se descuidaba. En 1877, tras un éxtasis en el convento carmelita de Belén, que estaba fundando, escribió una carta al Papa León XIII pidiéndole que promoviera el culto a la tercera persona de la Trinidad en la Iglesia universal. El Santo Padre respondió a su deseo con la encíclica Divinum illud munus (9 de mayo de 1897), que prescribía la novena al Espíritu Santo en preparación de la fiesta de Pentecostés.
A este culto, fiel a una tradición oriental basada en el Evangelio (Anunciación y Pentecostés) y en la liturgia de los Padres de la Iglesia, los santos Juan Crisóstomo y Basilio, Mariam asoció el culto a la Virgen María (la Theotokos), a la que rezaba desde su infancia y por la que sobrevivió a la muerte.
Confesora de la fe y casi mártir
Huérfana a los 13 años y confiada al cuidado de su tío en Alejandría (Egipto), trató de evitar el matrimonio que este quería imponerle, ya que había decidido consagrarse a Dios, y confió su tormento a un musulmán conocido de su familia que le prometió la libertad si abrazaba el islam.
La adolescente aceptó inmediatamente el riesgo del martirio con esta profesión de fe: “¡Oh, no! ¡Nunca! Soy hija de la Iglesia católica, apostólica y romana, y espero, con la gracia de Dios, perseverar hasta la muerte en mi religión, que es la única verdadera“.
Irritado por su resistencia, el hombre le rajó el cuello y la abandonó en una oscura calle donde, durante cuatro semanas, la mismísima Virgen María vino a curarla e instruirla sobre su futuro.
Tumba y estatua de Mariam Baouardy en la iglesia de San José, en el Carmelo de Belén.
El Patriarcado melquita ha construido en ese lugar una catedral dedicada a la Dormición. Su cripta está revestida de mosaicos realizados por un artista egipcio que nació en el islam y se convirtió al cristianismo.
Una cariñosa mirada a Francia
Recompensada por su valentía, segura de su vocación, Mariam, que primero entró en la congregación de Hermanas de San José de la Aparición en Marsella antes de entrar en la Orden Carmelita, se hizo fácilmente a las tradiciones latinas. Era especialmente sensible al espíritu misionero de Santa Teresa de Ávila, de ahí su apego incondicional a la Iglesia, cuyo “triunfo” inevitable intuía, no como institución terrenal, sino en virtud de su identidad sobrenatural.
“Turcos, musulmanes y judíos se convertirán. La Iglesia estará abierta a todas las naciones”, anunció Mariam en el relato de una revelación privada que resumió así: “Una visión de un día escatológico en el que todos los hombres se volverán verdaderamente a Dios y la Iglesia misma alcanzará la plenitud de su vocación”.
En una época de globalización, de mezcla de religiones, de islamismo conquistador y de ateísmo invasor, ¿no deberíamos ver en este anuncio una invitación premonitoria a los cristianos de nuestro tiempo para que redescubran el ardor evangelizador que han dejado disolver en la confusión doctrinal y la indiferencia?
En este sentido, la visión amorosa y dolorosa de Mariam sobre Francia merece especial atención. Convencida de la especial vocación del país al que la Providencia la había conducido, sufrió sus infidelidades hacia la Iglesia y rezó intensamente por su salvación. En 1873, en un diálogo con Jesús, la “pequeña árabe” le rogó que librara “al rosal” (título de nobleza que atribuía a Francia) de las “malas hierbas” que ahogaban “las buenas”. Oyó cómo le respondían que era necesaria una purificación y conversión previas. A partir de entonces, Santa Mariam tiene el poder de interceder ante Dios para este fin.
Los ataques del demonio
Además, en un contexto marcado por el satanismo, el espiritismo y el jansenismo, Mariam tuvo que enfrentarse a numerosos ataques del diablo. Satanás, desatado contra “esta miserable árabe”, ejerció un largo y cruel dominio sobre ella, tanto espiritual como corporalmente. En estas pruebas, no le faltaron los consuelos y la gracia sobrenaturales (estigmas de la pasión, levitaciones, profecías, matrimonio místico), mientras permanecía en la oración, obediente y practicando las virtudes, especialmente la humildad, que fue “como el sello puesto en todos los actos de su vida”, escribió su director espiritual y primer biógrafo, el padre Pierre Estate. “En la medida en que nos recuerda la permanencia, a lo largo de la historia de la humanidad, de las empresas mortificantes del diablo, la experiencia de Mariam constituye una lección para nuestro tiempo“, observa Bouflet.
Por ello, el legado de Mariam es muy relevante en muchos sentidos ya que puede inspirar muchas respuestas a los grandes retos de nuestro tiempo. ¿No es esto lo que buscan los peregrinos de Tierra Santa que, cada vez más numerosos, visitan su pueblo natal, Ibillín (Galilea), y su tumba en el monasterio carmelita de Belén?
Fuente: Fundación Tierra Santa.

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