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Por José Antonio Ubillús Lamadrid CM [1]
El Perú es mundialmente conocido como tierra de santos, aunque algunos como Monseñor Emilio Lissón son poco conocidos. Del Perú son San Martín de Porres, y Santa Rosa de Lima, santo Toribio de Mogrovejo, San Juan Macías, San Francisco Solano, la Beata Ana de los Ángeles… Y tantos otros seguidores silenciosos de Jesucristo entre los que habría que destacar tantos misioneros anónimos que transmitieron la fe con la palabra y el testimonio de sus vidas en los lugares más recónditos del Perú.[2]
1. Familia, infancia, adolescencia juventud
Monseñor Emilio Lissón nació el día 24 de mayo de 1873 en el seno de una familia cristiana de Arequipa (Perú) y fue bautizado a los dos días de nacido en la parroquia del Sagrario de Arequipa. Le impusieron los nombres de Juan Francisco Emilio Trinidad para respetar tradiciones y devociones familiares. Lo llamaron Emilio. La experiencia de fe la recibió no sólo de su madre, sino también de su abuela materna. Y desde niño aprendió a hacerse la señal de la Cruz, a rezar el Padre Nuestro, el Ave María y asimilando el Catecismo explicado de la Doctrina cristiana del Padre José García Mazo, libro conservado, y muy usado, en la biblioteca de la casa.
El padre falleció prematuramente y correspondió a la madre guiar y proteger la infancia de Emilio.
Tenía doce años, había terminado los cinco años de instrucción primaria. Entraba la adolescencia. En septiembre de 1884 la madre lo llevó al Colegio Seminario “San Vicente de Paúl” de la Congregación de la Misión de Arequipa.
En ese colegio lo recibió el padre Hipólito Duhamel, quien como director del plantel, había introducido nuevos métodos de enseñanza que permitían a los alumnos desarrollar sus capacidades intelectuales y fortificar sus inquietudes vocacionales, asimilando al mismo tiempo los inalterables principios evangélicos y morales del cristianismo.
Durante los ocho años -1884 a 1892- en los que frecuentó el colegio “San Vicente de Paúl” el Padre Hipólito Duhamel, quien, como recordaba posteriormente Víctor Andrés Belaunde, futuro Presidente de la ONU, en 1948, ejerció notable influencia en la formación integral de aquella generación a la que pertenecieron, al lado de Emilio Lissón el propio Belaúnde, su hermano Rafael, Juan Gualberto Guevara –que fue el primer peruano en recibir la dignidad cardenalicia- y otros hombres probos, íntegros y honrados, instruidos para servir, que empezaron a actuar en la vida política, cultural y religiosa del país, desde los primeros años del Novecientos.
Según Belaunde, el padre Duhamel supo inspirar en esa generación el culto del humanismo cristiano, el amor del paisaje y de la historia, el respeto del pasado y de la latinidad y la afición a las literaturas de España y de Francia. Al mismo tiempo, enseñó a establecer netos deslindes, a buscar soluciones en la fe, en el orden y en la razón, a denunciar anomalías en injusticias, a buscar el bien común.
2. Vocación sacerdotal y misionera
Transcurrido el último decenio del siglo XIX cuando Emilio Lissón concluía sus estudios escolares y debía optar entre prepararse para actuar en la vida civil del país, seguir estudios de humanidades o emprender la carrera de las ciencias y de la técnica. Estaba dotado de la inteligencia necesaria para tomar cualquiera de estos caminos.
Pero sentía con ardor que su lugar estaba en el seno de la Iglesia. Superado los estudios de filosofía, pidió y obtuvo el ingreso en el Seminario Mayor de Arequipa, “San Jerónimo”, que era regentado por los padres lazaristas o vicentinos, pertenecientes a la Congregación de la Misión. Ya iba muy adelantado en los estudios teológicos, cuando pidió el ingreso en la mencionada Congregación. Bajo la protección de los sacerdotes de la Congregación de la Misión, dejó Arequipa, se embarcó en Mollendo rumbo a Lima y del Callao, en 1892, partió rumbo a Marsella y a París, la ciudad luz que en esos finales del siglo XIX era el centro cultural europeo y mundial de mayor importancia y, al mismo tiempo era la capital de la frivolidad y de la diversión, de la belle-époque, de los hermanos Lumière con sus imágenes en movimiento, de Tolouse Lautrec y de Ofenbach.
Eran también los tiempos del positivismo y del idealismo, los tiempos en que maduraba el pensamiento modernista, con sus contradicciones; el periodo de la maduración del socialismo y del conflicto entre trabajadores y empresarios. Del fortalecimiento de la burguesía.
3. Su formación en París
El 18 de mayo de 1892 Emilio Lissón empezó, en París, su seminario interno (noviciado) en la Congregación de la Misión. Tenía veinte años, podía presentar un curriculum studiorum excepcional. Dos años más tarde, después de haber dado muestras de disciplina y de adhesión al espíritu y carisma de la Congregación de la Misión, que es el mismo espíritu y carisma de su fundador San Vicente de Paúl, emitió los Votos y continuó los estudios de Teología, Sagrada Escritura y Ciencias Naturales. El francés se había convertido en su segunda lengua; estudiaba el inglés y el italiano así como el latín y el griego. De todas las asignaturas superó brillantemente los exámenes.
Considerando que estaba apto para recibir las órdenes, recibió en primer lugar las órdenes menores, luego el subdiaconado y diaconado. Finalmente, el 8 de junio de 1895 fue ordenado de sacerdote en la Casa Madre de la Congregación de la Misión de París.
Para ordenarlo se hizo necesaria una dispensa especial pues no tenía la edad canónica para recibir el presbiterado. Un rescripto de Roma autorizó su consagración sacerdotal.
4. Regreso al Perú
El padre Emilio Lissón regresó al Perú inmediatamente después de su ordenación. Seguramente desembarcó en el puerto de Mollendo y luego siguió viaje a Arequipa, donde el padre Duhamel lo destina la dirección del Seminario Menor de la diócesis y del Colegio Apostólico de la Congregación de la Misión.
Al mismo tiempo que dictaba clases en los seminarios mencionados, se matriculó en la Universidad de San Agustín para seguir cursos de Geología y de Ciencias Naturales y para completar su formación humanista siguió también varios cursos de Jurisprudencia. Trabajaba con ahínco, estudiaba y enseñaba prestando atención en inculcar principios éticos y despertar el amor a los pobres. La fe, la esperanza y la caridad fueron para el padre Emilio una guía y un motivo de vida, de una vida conducida con humildad.
Hacia 1902 se le encargó la dirección del Seminario Menor de Arequipa, al mismo tiempo que dictaba las asignaturas de Teología y de Derecho en el Seminario Mayor.
5. Rector del Colegio Seminario de Trujillo
En 1907, a la muerte del Rector del Rector del Colegio Seminario “San Carlos y San Marcelo” de Trujillo, el padre Teófilo Gaujon, sus superiores lo destinaron al rectorado de ese ateneo y a desempeñarse como director espiritual de los alumnos.
En ese tiempo el seminario trujillano recibía también alumnos que no aspiraban al sacerdocio, pero que debían completar su formación para proseguir estudios universitarios. Entre los alumnos del padre Emilio se encontraba un adolescente que recordará sus lecciones en la madurez. Ese alumno se llamaba Víctor Raúl Haya de la Torre, el líder político que supo enunciar sus ideas sociales, crear un partido y ejercer una notable influencia en la historia peruana.
6. Un paréntesis
Abriendo un paréntesis habrá que explicar cuáles fueron las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado en el Perú hasta el 19 de julio de 1980 en que se firmó en Lima un Concordato, que puso fin al Patronato concedido en 1875.
Desde cuando José de San Martín emanó en Huaura un estatuto provisorio para el país que estaba emancipándose, se estableció que el Jefe del Estado asumía el protectorado de la Iglesia en el Perú, lo que significaba que, en virtud de una declaración unilateral, el Rey de España cesaba en sus funciones de Protector de la Iglesia, que le había concedido Julio II, el 28 de julio de 1508 con la Bula Universalis Ecclesiae regimini.
A partir de 1821, ese protectorado de facto fue ejercido, con diversas modalidades, por todos los Presidentes del Perú. Consideraba el gobierno peruano que el ejercicio del protectorado era un atributo de la soberanía, olvidando que para ejercerlo era indispensable una concesión pontificia. El tema fue ampliamente tratado con la Secretaría de Estado por los primeros representantes diplomáticos del Perú ante la Santa Sede, el canónigo Bartolomé Herrera y Luis Mesones.
El Perú pretendía firmar un concordato en el que la Santa Sede reconociera al Presidente de la República el ejercicio del Patronato. De parte Pontificia se sostenía –con razón- que el patronato era una concesión del Sumo Pontífice.
Pío IX puso fin al dilema, que tanto angustiaba a la diplomacia peruana. El 5 de marzo de 1875, con la Bula Preclara Inter Beneficia concedía –no reconocía- al Presidente del Perú y a sus sucesores pro tempore, el goce, en el territorio de la República, del derecho del de Patronato, de que gozaban por gracia de la Sede Apostólica, los Reyes Católicos de España, antes que el Perú estuviese separado de su dominación.
A partir de entonces y hasta 1980, los Presidentes del Perú ejercieron de jure y por gracia de la Santa Sede Apostólica el Patronato de la Iglesia del Perú, y, en consecuencia, gozaban de la facultad de presentar a la Sede Apostólica, con ocasión de la vacanza se la Silla Arzobispal o de las Sillas Episcopales, Eclesiásticos dignos y aptos… para ocupar las sedes vacantes.
7. Nombrado Obispo de Chachapoyas
En el ejercicio de esa potestad, en 1909, el Presidente del Perú, Augusto B. Leguía, elevó preces a Su Santidad Pío X, presentando una terna para el nombramiento del Obispo de Chachapoyas. El 10 de septiembre del mismo año se nombró a Emilio Lissón Chaves –que se encontraba en Trujillo- Obispo de Chachapoyas. Un sacerdote lazarista (vicentino) que se distinguía por su acrisolada piedad, por su rara modestia y por su afición al estudio. Era además de carácter firme y emprendedor y de grandes iniciativas. Tenía treintaisiete años al tiempo de su nombramiento. Hasta entonces había prestado servicios en Arequipa y en Trujillo, dos de las ciudades más importantes del Perú y su experiencia había sido la de docente y director espiritual en los colegios seminarios de esas ciudades.
Chachapoyas se encuentra en la vertiente oriental de los Andes; era un centro de modestos agricultores con un amplio territorio, 250,000 kilómetros cuadrados, que se extendía de los Andes a la Ceja de Selva; cuya jurisdicción episcopal comprendía entonces los actuales departamentos de Amazonas, San Martín y Loreto. Sus habitantes, en buena parte eran analfabetos y el Evangelio no había llegado a muchas comunidades indígenas, carecía de vías de comunicación, tenía una economía primitiva, basada en la agricultura, en la que predominaba el trueque.
8. Su gran labor misionera en Chachapoyas
A su llegada a Chachapoyas fue recibido por el clero local. Inmediatamente pudo notar la necesidad de aumentar su número mediante la llamada y la formación diocesana y la colaboración de clérigos regulares; a partir de 1913 acogieron su llamada doce misioneros Pasionistas españoles, que instaló en varias parroquias de la diócesis, algunas de ellas ubicadas en alejadas aldeas de la Selva. Igualmente obtuvo la asistencia de los Padres Franciscanos para organizar el Colegio Diocesano. No podía olvidar Monseñor Lissón su vocación docente ni descuidar su misión de amparar a los desvalidos y de anunciar el Evangelio entre quienes no tenían noticias de la Buena Nueva de la Salvación. A veces se sentía como los primeros misioneros del siglo XVI. Lo angustiaba la carencia de medios. La distancia. La indiferencia. Trabajaba con alegría, sin pausas de descanso: le daban fuerzas la oración y su fe inquebrantable.
Para conocer la situación, tomar contacto directo con los fieles y remediar las necesidades de su Diócesis hizo dos visitas pastorales. Sus medios de transporte fueron la canoa, la mula y no pocas veces el carrito de San Fernando: un ratito a pie y otro caminando. Se entregó totalmente al servicio de su grey, colocándose al lado de los pobres y preocupándose por la educación de los niños y la formación de nuevos sacerdotes, al mismo tiempo que organizaba las misiones ad gentes. Se sentía un Obispo misionero pero prestaba también su atención a las necesidades de los centros urbanos.
En sus visitas pastorales había advertido la carencia de infraestructuras para beneficiar los recursos naturales de la zona. Para remediar esta carencia se dedicó a la promoción social e hizo instalar talleres de mecánica, una imprenta, un aserradero, una carpintería, un almacén y un molino para pilar arroz. Al mismo tiempo organizaba las misiones, abría un colegio menor con residencia para los alumnos y, siguiendo el ejemplo de Santo Toribio de Mogrovejo, que tan presente tuvo, convocó cuatro Sínodos diocesanos en los años 1911, 1913, 1916 y 1918. No era autoritario. Al contrario, concebía su misión como producto de un esfuerzo común y coordinado. Su actividad no conocía descanso, nada podía detener su voluntad de servicio, su deseo de promover socialmente a la comunidad dotándola de los instrumentos materiales necesarios sin dejar de predicar el mensaje evangélico.
En los nueve años que duró su misión apostólica en Chachapoyas, realizo dos viajes a Roma para cumplir con la visita ad Limina que periódicamente deben hacer los Obispos para conferir con el Sumo Pontífice y venerar las tumbas de Pedro y Pablo.
Contaba Monseñor Lissón que cuando lo recibió Pío X, éste le dijo: Hijo, necesitas más piernas que cabeza para ser Obispo de Chachapoyas. Respondió con humildad Monseñor Lissón: Santidad, esa exigencia pastoral sí que la tengo.
9. Arzobispo de Lima
Habiendo quedado vacía la Silla Episcopal de Lima, el Presidente José Pardo solicito de la Santa Sede la promoción del Obispo de Chachapoyas como XXVII Arzobispo de Lima. El 25 de febrero de 1918 fue consagrado Monseñor Emilio Lissón como Arzobispo de Lima y Primado del Perú, quien tomó posesión de la nueva sede en una solemne ceremonia celebrada en la catedral de Lima, con asistencia del clero diocesano, del clero regular y de las autoridades civiles.
La residencia tradicional de los Arzobispos, ubicada al lado del Iglesia de Sagrario y de la Catedral, se encontraba en malas condiciones de habitabilidad. Monseñor Lissón optó por ocupar unos locales en el Seminario de Santo Toribio, que le hacían recordar los años de su labor docente y le permitían seguir de cerca la formación de los futuros, a quienes dirigía en las tardes útiles pláticas para afinar su formación espiritual. Despertar y alentar vocaciones así como promover la formación integral de quienes aspiraban al sacerdocio fue una permanente preocupación del Arzobispo Lissón. Emanaba severas disposiciones para reglamentar la vida del clero, para fomentar la vigencia del magisterio de la Iglesia y para impulsar la enseñanza del Doctrina Cristiana.
En el curso de su gestión episcopal, se crearon cinco seminarios menores de educación primaria y secundaria, entre éstos cabe mencionar a “Externado de Santo Toribio” en Lima, que encomendó a los Hermanos de La Salle que había solicitado en 1920 a la Casa Generalicia de la Congregación.
Proyectaba en esos años Monseñor Lissón la creación de una Universidad Católica intitulada a Bartolomé Herrera, pero no logró realizarla debido a la falta de apoyo en todo sentido.
Los esquemas de la sociedad se estaban transformando debido a los vientos del siglo XX a una nueva visión de las estructuras sociales y a un anhelo de igualdad y justicia. El gobierno que presidía Augusto B. Leguía había obtenido su legitimización y una Asamblea Constituyente había emanado una nueva Constitución que permitía la reelección inmediata del Jefe del Estado, en contraste con la tradición constitucional que la había siempre prohibido. No es ésta la ocasión para detenerse en el examen de los once años –de 1919 a 1930- en los que gobernó Augusto B. Leguía con elegante mano firme. Sin embargo debe reconocerse que durante ese prolongado régimen el país se modernizó, que se realizaron obras públicas e irrigaciones. Este reconocimiento, que aumenta cada día más, bien podría calificarse de una reivindicación in crescendo del Presidente Leguía.
No ignoraba el Arzobispo de Lima la situación que atravesaba el país. Tenía conocimiento directo de los sufrimientos de la clase trabajadora y por ello propició la construcción de casas para los obreros, al mismo tiempo que apoyaba la publicación de la revista La Tradición y alentaba la fundación de la Acción Católica para difundir el magisterio de la Iglesia y su doctrina social.
Los agudos problemas del proletariado y la necesidad de encararlos en una perspectiva de paz y de justicia social, animaron a Monseñor Lissón, inspirado en la Encíclica De Rerum Novarum que había promulgado León XIII a finales del siglo XIX, a emanar una pastoral en la que proponía:
1. Participación racional y equitativa en las utilidades de las empresas industriales, así como en los riesgos que de ella se deriven. Adviértase desde luego que el salario es la primera forma de esa participación.
2. Los obreros tendrán representación en los directorios de las industrias.
3. De común acuerdo se determinará la parte de las utilidades que corresponden al obrero, además de su salario.
4. El obrero como garantía de estabilidad en su trabajo estará como reserva, en poder del capitalista, una parte de su salario según sus condiciones y en razón inversa al número de los miembros de su familia. Esta reserva le será entregada junto con la utilidad que le corresponde al verificarse el balance en tiempo convenido.
No es difícil imaginar la reacción de los empresarios ante estas novedosas propuestas del prelado que en su tiempo fueron recibidas como disgregadoras de las relaciones entre empresarios y trabajadores, lesivas de los intereses de las empresas y como una interferencia episcopal en temas que no eran de su competencia.
Su labor pastoral, su preocupación por el bien social, sus silenciosas obras de caridad, granjearon al Arzobispo el afecto y la adhesión del pueblo limeño. Visitaba las parroquias limeñas, los hospitales, las escuelas recorriendo a pie las calles de la ciudad o subiendo a los tranvías, que eran entonces los únicos medios de transporte urbano.
El Presidente Leguía que sentía necesidad de aumentar la popularidad y que a partir de 1921 había inaugurado una política de alegres y dispendiosas celebraciones, no perdía ocasión para demostrar su simpatía hacia Monseñor Lissón, dispuso que, en vísperas de los centenarios de la independencia del Perú y de las batallas de Junín y Ayacucho, que consolidaron la independencia, el austero palacio arzobispal de Santo Toribio fuera reconstruido adoptando un fantasioso estilo neovirreinal. Además, como gesto de amistad regaló el Presidente a Monseñor Lissón un automóvil, que éste vendió para destinar el recabado a obras de caridad. Para que el prelado pudiera desplazarse con comodidad, el Presidente puso a disposición de Monseñor Lissón un automóvil presidencial.
Eran gestos de cortesía que no comprometieron la independencia del Arzobispo, que vivía con austeridad.
10. Consagración del Perú al Sagrado Corazón de Jesús
El 25 de abril de 1923, después de haber oído la opinión de todos los obispos peruanos, Monseñor Lissón publicó una Carta Pastoral en la que anunciaba la celebración de una solemne ceremonia para la consagración del Perú al Sagrado Corazón de Jesús como un testimonio de acendrada devoción del pueblo peruano y del rol de la Iglesia en la vida espiritual y social del país. El Presidente Leguía, en su calidad de Patrono de la Iglesia en el Perú manifestó su adhesión a la iniciativa y comunicó su deseo de presidir la ceremonia.
Se convertía así una manifestación religiosa en un acto político. Inmediata fue la reacción del director de la revista Variedades, el escritor Clemente Palma, del diario de oposición El Comercio y de la Federación de Estudiantes que presidía Víctor Haya de la Torre. Mientras Clemente Palma y el diario El Comercio se limitó a elevar una protesta, la Federación de Estudiantes organizó una manifestación que realizó el 23 de mayo, la misma que degeneró en graves actos de vandalismo contra las iglesias.
En conversaciones privadas, Haya de la Torre afirmaba que días antes del 23 de mayo, se encontró con Monseñor Lissón –su antiguo profesor del seminario de Trujillo- para expresarle que la manifestación que se organizaba no era ni contra él, ni contra la Iglesia sino contra el Presidente Leguía.
Advertía el Presidente que declinaba su popularidad en vísperas del renuevo de su mandato presidencial y tomaba las medidas necesarias para captar simpatías políticas. No dejaba de poner en evidencia su adhesión a la Iglesia, asistiendo a funciones religiosas, elogiando la labor de la jerarquía católica y facilitando sus programas de promoción social.
En febrero de 1929, cuando se había abierto la campaña para las elecciones presidenciales, el Nuncio Apostólico Monseñor Gaetano Cicognani, en una ceremonia realizada en el Palacio de Gobierno con asistencia de la Jerarquía católica de Lima, del Cuerpo Diplomático y de las autoridades civiles, impuso al Presidente Augusto B. Leguía las insignias de Caballero de la Orden Militar de Cristo, la máxima condecoración pontificia que le había otorgado Su Santidad Pío XI.
11. Caída del Presidente Leguía y destierro de Monseñor Lissón
Después de once años de gobierno el régimen que había instaurado en 1919 Augusto B. Leguía y que de año en año se había convertido en una dictadura, se derrumbó como consecuencia de un Golpe de Estado encabezado en Arequipa por el Comandante Luis Miguel Sánchez Cerro que contaba con la adhesión de los intelectuales arequipeños y la aprobación de las mayorías nacionales.
Una vez que se encarceló al ex Presidente, se instituyó un Tribunal de Sanción Nacional ante el cual se acusó a Monseñor Emilio Lissón de haber legitimado el régimen dictatorial forzando el sentimiento católico de la mayor parte de la sociedad peruana. También se le acusó de haber malversado los bienes de Arzobispado mediante la creación de la Sindicatura Eclesiástica y la inversión de fondos de empresas llamadas al fracaso económico. Algunos eclesiásticos llegaron a sostener que el Arzobispo carecía de una sólida formación teológica.
Pagaba Monseñor Lissón con esas acusaciones su adhesión a la doctrina social de la Iglesia, su rectitud moral, su independencia, su lealtad a la doctrina, su rectitud, su dedicación a los pobres, su anhelo de paz y de justicia social. El Tribunal de Sanción examinó las acusaciones contra el prelado y las rechazó en pleno.
No quedaron satisfechos quienes dirigían la política esos años turbulentos e hicieron e hicieron llegar a la Santa Sede sus reservas contra Monseñor Lissón, contra quien renovaron las acusaciones de haber tenido indebidas injerencias en la política, de haber administrado mal los bienes de la Iglesia y de carecer de una sólida formación teológica. Se le hubiera debido defender. ¿Qué autoridad podían tener las autoridades civiles o un grupo de sacerdotes para renovar contra Monseñor Lissón imputaciones que había desechado un tribunal de sanción y quién podía dudar de la sólida formación teológica de quien se había formado con rigor científico en el Seminario Mayor de Arequipa y en el Teologado de la Congregación de la Misión de París, donde tuvo como profesor al conocido misionero lazarista Padre Guillaume Pouget, quien tuvo una influencia profunda sobre un gran número de profesores y estudiantes universitarios de la época, tales como: Jacques Chevalier, Jean Guitton, Emmanuel Mounier, Gabriel Marcel… etc.
Confirió el Arzobispo con el Nuncio Apostólico, quien le hizo saber que en Roma se prefería que abandonara la sede limense. Obedeció y tomó voluntariamente la vía del destierro. En Roma solicitó audiencia de Pío XI, quien lo recibió el 20 de febrero de 1931. Se puso de rodillas, besó el anillo piscatorio y con voz emocionada y clara empezó a exponer la verdad de los acontecimientos. Lo interrumpió el Pontífice y le dijo: Usted no tiene nada de qué defenderse, no hay ninguna acusación canónica contra Usted; hemos usado este procedimiento paterno para su bien y el de los feligreses.
No había acusaciones, tenía la conciencia tranquila y se sentía en comunión con Dios. Optó por renunciar formalmente al cargo de Arzobispo de Lima y en Roma retirarse con humildad a la Casa Internacional de la Congregación de la Misión de la vía Marco Antonio Colonna.
Monseñor Mariano Holguín asumió la dirección del Arzobispado en calidad de Administrador Apostólico de 1931 a 1933, año que fue consagrado Arzobispo de Lima Monseñor Pedro Pascual Farfán.
12. Estadía en Roma
Monseñor Emilio Lissón fue designado Arzobispo titular de Methymna. Solicitó volver al Perú como párroco en Chachapoyas o como misionero en la Amazonía. Se consideró que no era oportuno satisfacer su pedido.
Carecía Monseñor Lissón de un patrimonio económico, había vivido siempre austeramente, con discreción, moderadamente. En Roma debía encontrar una actividad remunerativa para hacer frente a sus necesidades.
Como un simple sacerdote servía de guía a quienes visitaban las catacumbas y las iglesias romanas. En la Congregación de la Misión confesaba a seminaristas y sacerdotes, a los que al mismo tiempo orientaba y aconsejaba. Era también capellán de las Religiosas Reparadoras del Sagrado Corazón, una Congregación de origen peruano, solicitado para acompañar retiros espirituales en varias comunidades religiosas. Pero se daba también tiempo para hacer estudios de arqueología e historia de la Iglesia y para realizar investigaciones en el Archivo Vaticano. A él se dirigió el gran historiador peruano Raúl Porras Barrenechea, en 1935, para obtener copias de documentos e impresos conservados en el Archivo y Biblioteca del Vaticano, destinados al volumen Las relaciones primitivas de la conquista del Perú.
En esos mismos años había tenido oportunidad de conocer a Monseñor Marcelino Olaechea y Loizaga, Obispo de Pamplona, y al futuro Cardenal de Sevilla Pedro Segura, quienes lo animaron a trasladarse a España, donde los estragos de la guerra civil habían diezmado la comunidad clerical.
13. Monseñor Lissón en España
Con la debida autorización el Arzobispo dimisionario de Lima dejó Roma y se embarcó el 24 de mayo de 1940 rumbo a España, donde llegó el 6 de junio del mismo año, siendo recibido por miembros de la Congregación de la Misión (Padres Paúles). Con la ayuda de la Congregación emprendió una peregrinación por las tierras de Ignacio de Loyola, de Teresa de Jesús y de Juan de la Cruz, que le permitió profundizar su misticismo y su devoción meditando sobre la obra excepcional y los escritos e inspiraciones de estos místicos españoles.
A su llegada a Sevilla se dirigió a los Padres Paúles, en cuya casa fue acogido con espíritu fraterno y en espera de poder servir en esa diócesis como modesto misionero. El Arzobispo de Sevilla, el Cardenal Segura, lo llamó para pedirle que actuara en calidad de Obispo auxiliar. Volvía a desempeñarse en el apostolado, como lo hacía en Lima, acercándose a los pobres y asistiendo, en particular, a la devota y alegre comunidad gitana. Se desplazaba a pie y se detenía de casa en casa; bendecía a los enfermos y asistía a los moribundos.
Al mismo tiempo recopilaba la documentación, en total 4,533, en el Archivo de Indias para publicarlos en la obra de cinco tomos Historia de la Iglesia de España en el Perú, en los que registró los documentos relativos a la historia del Perú de 1522 a 1800, dando muestras de su paciente dedicación a la historia. Tres de los grandes historiadores del Perú –José Agustín de la Puente y Candamo, Guillermo Lohmann Villena y Miguel Maticorena- fueron testigos de su paciente tarea en el Archivo de Indias de Sevilla, así como de su filial afecto a los gitanos y mendigos sevillanos.
Los cinco volúmenes se publicaron en Sevilla en 1943. Su lectura permite, por ejemplo, formarse una idea del impacto que produjo en la corte de Carlos V el descubrimiento del Perú; la voluntad del Emperador de favorecer la evangelización, de evitar maltratos y el deseo de atender a los hijos de Atahualpa, como resulta en una Real Cédula de 1547, conservada en el Archivo de Indias: Audiencia de Lima 566, Libro 5, Folio 50.
La relación documental de Monseñor Lissón no es sólo de primera importancia para la historia de la Iglesia en el Perú, sino que es de indispensable uso para localizar en los archivos españoles la documentación necesaria para escribir la historia de la formación de la sociedad peruana entre 1532 y 1800.
En 1950 todavía se dejaba sentir en España la necesidad de Obispos debido a la vacancia de trece diócesis, que habían quedado vacantes después de la guerra civil. Monseñor Lissón se puso a disposición de la Conferencia Episcopal para administrar los sacramente, especialmente el de la confirmación y el de la ordenación presbiteral, así como para realizar visitas pastorales. El Obispo de Valencia, Monseñor Marcelino Olaechea lo invitó a trasladarse a esa ciudad y le dio hospitalidad en el Palacio Episcopal. Desplegó una gran actividad en Valencia, en Sevilla, en Badajoz, en Alicante, en Teruel, en Cuenca, en Madrid, en Salamanca, en Albacete, en Jaén, en Murcia y dondequiera se le mandara; actuó siempre confiando en la Divina Providencia.
España atravesaba una época turbia de su historia, las familias como el clero habían quedado lacerados por la guerra civil. La pobreza cundía en los campos, en las aldeas y en las ciudades. Viudas y huérfanos sufrían en silencio. Monseñor Lissón se presentaba en sus casas llevando el consuelo de su palabra y la asistencia material de la que disponía. Donaba su abrigo, se desprendía de su sombrero, del paraguas y alguna vez del anillo episcopal para socorrer a los necesitados. Se hospedaba en modestas casas de los labriegos, con quienes condividía alegrías y penurias. Con ellos recitaba el Rosario.
Los gitanos de Sevilla y de Valencia lo respetaban por la disponibilidad que demostraba, porque los ayudaba en lo material y en lo espiritual, porque comprendía sus necesidades. Lo llamaban: Monseñó er zanto. Burgueses, aldeanos y campesinos lo llamaban el Obispo de los pobres. Una fuerza compulsiva, la gracia del Señor, lo inducía a cumplir esas obras de caridad.
Encontrándose en Huelva, en marzo de 1945, los cófrades de Nuestro Padre Jesús en las Penas de las Tres Caídas, lo invitaron a bendecir esa milagrosa imagen y como reconocimiento, gratitud, admiración a su labor apostólica y expresión de filial afecto, se le nombró Hermano Mayor Honorario.
Demostró siempre un lúcido entendimiento y una firme voluntad de servir.
Habían pasado veinte años desde su fortuita salida de Lima y solicitó permiso para regresar al Perú sin pretender dignidades, quería volver al terruño, dejar ser exilado… Se le autorizó pero con la condición que fijara su residencia en Arequipa. Al mismo tiempo se le hizo saber que sería más oportuno que continuara su trabajo cerca de los prelados de Sevilla y de Valencia. Acogió la insinuación y optó por permanecer en España.
Había renunciado a volver al Perú, pero soñaba con el terso cielo arequipeño, con el suave rumor de los ríos amazónicos, con el verde perfumado de los bosques, con la garúa limeña. Jamás profirió palabra alguna contra sus acusadores. Al contrario, en su interior, los había perdonado y los encomendaba a la misericordia de Dios.
Prosiguió su labor como Obispo Auxiliar de Sevilla y Valencia. Iba de una ciudad a otra explicando el Evangelio con claridad sin rebuscamientos literarios, dando muestras de su dedicación integral, de su infinita capacidad de obedecer y de servir con abnegación y alegría.
14. Enfermedad, muerte y retorno a Lima
En 1960 se quedó sin poder hablar y no pudo más celebrar la misa diaria; se ocupaba en mirar el crucifijo, rezar el Rosario y leer el Kempis. Contaba con el apoyo de su entrañable amigo Monseñor Olaechea, quien designa a un Hermano para que lo cuidase en todo momento. Lo mismo hacía su secretario personal, el Padre Puertas, así como las Hijas de la Caridad y los Padres Paúles de Valencia. La muerte le llega en el Palacio arzobispal de Valencia el 24 de diciembre de 1961, tras quince días en estado de coma, dejando el recuerdo de una vida ejemplar, de sus enseñanzas, de su caridad y un ejemplo de perfección y de resignación a lo largo de su vida terrena. El 26 se celebra el funeral en la catedral, presidió Monseñor Olaechea y acudieron muchos sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles. Fue enterrado en la Catedral de Valencia, donde estuvo hasta el 24 de julio de 1991, en que volvieron sus restos al Perú, a la catedral de Lima. Los obispos, canónigos, sacerdotes, sacerdotes vicentinos, Hijas de la Caridad, religiosas de diversas congregaciones y un nutrido grupo de fieles, los recibieron como las reliquias de un santo. Quienes fueron testigos de la identificación del cadáver manifiestan que su cuerpo estaba incorrupto y que fue motivo de un emocionante encuentro sobrenatural. Desde el día de Santiago Apóstol, 25 de julio de 1991, sus restos mortales se veneran en la Catedral de Lima, capilla de Santa Rosa de Lima. En febrero de 1992, los 55 Obispos de la Conferencia Episcopal Peruana, después de un largo debate, votaron, por unanimidad, que era necesario iniciar los pasos para introducir la causa de canonización del que fuera vigésimo séptimo arzobispo y metropolitano de Lima, el misionero Vicentino, Monseñor Emilio Francisco Lissón Chaves.
15. En camino hacia los altares
El 20 de septiembre de 2003 el Arzobispo de Valencia instaló un Tribunal Eclesiástico con sede en España y otros Vice-Tribunales para que examinaran la vida ejemplar y virtudes heroicas de Monseñor Lissón con miras a postular su beatificación.
Igualmente, el 20 de julio de 2004, el Arzobispo de Lima, Cardenal Juan Luis Cipriani, instituyó el Vice-Tribunal correspondiente, ante el cual asumió la postulación de la causa Monseñor Raimundo Revoredo Ruiz, de la Congregación de la Misión.
En esa oportunidad el Cardenal Cipriani declaró que la apertura del proceso ante el Vice-Tribunal limeño es motivo de gran alegría para nuestra Arquidiócesis y para el país entero. Y agregó: Para nosotros sucesores de Monseñor Lissón es una obligación el imitar sus virtudes y pedir a Dios que nuevamente bendiga a nuestra tierra peruana a lo largo de estos años como un posible nuevo santo.
Termino esta reseña sobre Monseñor Emilio Lissón Chaves, Obispo de los Pobres, citando la parte final de un texto que Víctor Andrés Belaúnde, citado páginas atrás, escribió a propósito de la primera Carta Pastoral de Monseñor Lissón como Arzobispo de Lima: Los que creemos que los sentimientos religiosos constituyen un tesoro de fuerza espiritual que no debe extinguirse, los que deseamos que la Iglesia cumpla su misión con entera libertad y eficacia, apartada de pequeños intereses y de turbias miras de una imposible dominación política, tenemos que recoger con entusiasmo las palabras de Monseñor Lissón, y saludarlas como una nueva aurora del catolicismo en el Perú [3].
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Notas:
[1] Para escribir esta reseña sobre Monseñor Emilio Lissón Chaves me he servido fundamentalmente del texto de una conferencia, “Monseñor Emilio Lissón– Pastor de los Pobres”, pronunciada por el Dr. Julio Macera Dall’Orso el 2 de marzo de 2012 en la ciudad de Roma– Italia. También he consultado a los siguientes autores y títulos que figuran en la Bibliografía.
[2] Cfr. Francisco DOMINGO:”Monseñor Emilio Lissón Chaves CM. El Obispo de los Pobres” en ANALES 3(2003), 206-219).
[3] La Pastoral del Arzobispo, Mercurio Peruano, 1918.
Enciclopedia Católica
Por José Antonio Benito Rodríguez.
Infancia en Arequipa
Nació en Arequipa el 24 de mayo de 1872, fiesta de María Auxiliadora. Fue bautizado a los dos días de nacer en la parroquia del Sagrario. Su nombre completo fue Juan Francisco Emilio. De ascendencia española por los Fernández de Córdoba en la línea materna, la familia llevaba afincada en Perú desde antiguo. Sus padres fueron Carlos Lissón Hernández y Dolores Chávez Fernández. Huérfano de padre al poco tiempo de nacer, su madre y su abuela materna fueron las auténticas educadoras. Desde niño estudió y aprendió la Historia de la Religión y el célebre Catecismo del canónigo vallisoletano, Padre García Mazo, editado en Valladolid en 1845. Cuenta Monseñor Berroa una anécdota en la cual estuvieron involucrados el padre Duhamel y, deducimos, el estudiante Lissón: «Vamos a recordar una graciosa anécdota. El padre Duhamel acompañó a sus alumnos a la postrer Lloclla, o sea a la segunda Torrentera. Ahí había una picantería, donde se hacían chicharrones, pedazos de carne de puerco frita, con mote, maíz sancochado. Los alumnos pidieron al padre les comprara chicharrones y penetraron al patio de esa picantería y gustaron el sabroso bocado, en medio de gran alegría y sugestivos chistes. En la tranquera del corral, aparece la cabeza de un asno, que parecía atento a la gritería estudiantil; el asno, con largas o rejas, frente blanca, serio y meditabundo, lanzó de repente un rebuzno estridente, que puso en alerta a los chiquitines: uno de ellos, el más chico con una carcajada dice: ‘Padre son las cinco de la tarde’. La ocurrencia arranca una risa unánime, pero concitó el enojo de la picantera, que los había agasajado, y dirigiéndose al padre, le dice ‘Padre, reprenda usted a ese niño malcriado, que cree que mi asno da las horas; yo también tengo reloj, para dirigirme’. Silencio completo. El padre tuvo que pedir disculpas y explicar a la dueña de la casa la falta de malicia del niño. Este niño llegó a la altísima dignidad de Arzobispo y vive actualmente en Europa».
Alumno del Padre Duhamel
En la etapa virreinal de Arequipa destacaron los colegios Santiago, de los Jesuitas, a iniciativa del vecino Diego Hernández de Hidalgo en 1578; san Francisco, de los Franciscanos; la Inmaculada, de los Mercedarios, y el Seminario San Jerónimo. De éste último -reformado por el obispo Chávez de la Rosa- saldrían figuras excepcionales como Luna Pizarro, Mariano Melgar, González Vigil, Mariano José de Arce, Benito Lazo y otros prohombres de la aurora de la República. Más adelante, a mediados de siglo, distintas órdenes y congregaciones fundaron colegios de varones y señoritas; entre los primeros, destacan el transformado de La Inmaculada en San Pedro Pascual de los Mercedarios (1898), San José (1898), Don Bosco (1905), La Salle (1931); de mujeres: Nuestra Señora del Rosario (1874), Sagrados Corazones (1887), Sagrado Corazón (Sophianum, 1900), Esclavas (1924), la Asunción (1928). Dentro de la tradición educativa de la Blanca Ciudad, ocupa un puesto de honor el Colegio San Vicente de Paúl, bajo la batuta del célebre educador Padre Hipólito Duhamel, celoso misionero francés de la congregación vicentina que, tras varios años de misión en China, se instala en Arequipa en 1880, situando la educación en un nivel de vanguardia por su entrega total, la renovación de material didáctico y de la metodología. Además de fundar y dirigir su célebre colegio-seminario, será rector del Seminario de San Jerónimo de Arequipa desde 1899 a 1905. Leamos su propio testimonio, a través de la memoria del colegio del año 1897: “Después de las terribles pruebas y desastres de la ultima guerra, era convicción general de los verdaderos patriotas, de que para salvar la patria y prepararla a reconquistar su prestigio y perdida gloria, se debía empezar por inculcar en las masas y sobre todo en la juventud los principios de la sana moral y acendrado patriotismo. Pero como ese trabajo de regeneración nunca puede ser sólido y eficaz, sino teniendo por base la Religión; de aquí todos volvieran sus ojos hacia el clero, a su acción e influencia. Colegio gratuito destinado a cultivar las vocaciones eclesiásticas entre los niños pobres que manifestasen aptitudes e inclinación hacia la elevada dignidad del sacerdocio… De los 200 alumnos: En los estudiantes de Teología y Derecho Canónico, del Seminario mayor, en 9 años hay 6 nuevos sacerdotes… Todos los jóvenes que han ingresado a esta sección se han distinguido notablemente, no solo por su contracción al estudio y una extraordinaria del saber, sino por su amor acendrado a la virtud y sus grandes esfuerzos por adquirirla y hacerse dignos de su nobilísima vocación. De esos ordenandos 20 han sido ya ungidos con el óleo santo del sacerdocio y dentro de pocos meses lo serán también otros cuatro” Se habla también de la profunda reforma pedagógica acometida con la compra de material didáctico completo de Europa. Se trataba de un gabinete de física muy completo, laboratorio de Química, juego completo de cuadros de Historia Natural, 150 muestras de Dibujo natural en plancha y en relieve junto con muestras de acuarela y Dibujo lineal. Nuestro distinguido alumno fue recibido en el colegio-seminario en septiembre de 1884 , donde se dedica al estudio y conocimiento de los ministerios de la Congregación de la Misión con esmero. El entonces seminarista Lissón se entrega servicialmente a las actividades iniciadas por su hermano de comunidad, el padre Hipólito Duhamel. Es así discípulo de este y del padre José Domingo César, llegado a Arequipa en calidad de Capellán del Orfelinato el 16 de diciembre de 1877. Responde al profundo llamado de servir a los pobres en medio de la Congregación de los Lazaristas, Vicentinos, Paúles o Padres de la Misión. Enviado a París, ingresa en la Congregación el 18 de mayo de 1892. El 25 de marzo –fiesta de la Anunciación de Maria- de 1894 emite los votos, prosiguiendo sus estudios teológicos en Paris, donde tiene como profesor al celebre Padre Pouget, eminente teólogo y profesor de Ciencias Naturales. Ordenado sacerdote el 8 de junio de 1895 en París, en la casa Madre de la Congregación de la Misión. Conviene resaltar que tuvo el privilegio -mediante rescripto de la Santa Sede- de alcanzar el presbiterado un año antes de la edad canónica de 24 años. Este mismo año, reclamado por él celebre Padre Duhamel, regresa a Arequipa donde se convierte en su brazo derecho en los colegios seminarios de la Ciudad Blanca. Allí pasará 14 años, hasta 1909, distribuyendo su tiempo entre el estudio, las clases y los ministerios sacerdotales. Como alumno destacado estará Víctor Andrés Belaunde en 1896. Otros estudiantes, alumnos de Lissón, serán Clodoaldo Ávila, Augusto y Carlos López De Romaña, Augusto Belaunde, Octavio Belaunde, Arturo López De Romana, Mateo Cossío. Parece que maestro y discípulo mantuvieron una cordial amistad a lo largo de sus vidas como se desprende de la correspondencia epistolar conservada. En una escueta nota en la que, desde Valencia, Monseñor le felicita a Víctor Andrés, en la ONU, con un “Bravo, su profesión fe”, anota Belaunde: “Agradecido mi maestro”. Además de los estudios científicos sigue varios cursos de Jurisprudencia en la UNSA. Estuvo especialmente dotado para los idiomas, dominando el francés, ingles, latín e italiano y defendiéndose en el griego. El ambiente de los Paúles era de fervor apostólico y disponibilidad misionera. Se dedican a la formación de los futuros sacerdotes en los Seminarios, la predicaron en las misiones populares, el establecimiento de la Iglesia en los países de misión. Ya en Arequipa, sin llegar a los treinta años, dirige el Seminario Menor y el Colegio Apostólico, impartiendo clases de Teología y derecho en el Seminario Mayor. Coinciden los testigos en que era silencioso, trabajador, muy estudioso, modesto y que transparentaba un gran espíritu sacerdotal. Con la muerte del Padre Teófilo Gaujon CM en 1907, en Trujillo, se le nombra profesor y director espiritual del Seminario mayor de San Carlos de la ciudad norteña en 1908 y 1909 . En esa circunstancia, muere su admirado Padre Hipólito Duhamel. En el año 1902 , con 29 años de edad, se había matriculado en los cursos de Lugares Teológicos, Historia Eclesiástica (segundo año) y Teología Moral (Sacramentos). Curiosamente, el distinguido alumno arequipeño aprovecha su presencia en Lima para matricular a sus compañeros Leandro Olivares, Valentín Ampuero y Rubén Berroa. Hay registro del examen el 3 de diciembre, de Teología Moral de primero, 5 de diciembre de 1904 de Lugares Teológicos ante el jurado compuesto por los profesores Alejandro Aramburú, Juan C. López y Alejandro Castañeda, quienes le otorgan la calificación de “bueno”; el día siguiente se examina de Teología Dogmática de primer año ante el mismo jurado y con la misma calificación; el 7 Teología Dogmática de 2º, el 12, de Historia Eclesiástica de 1º ante los profesores Luis A. Arce Ruesta, Mateo Martínez y Nicolás La Rosa Sánchez; se examinó también de Liturgia y Cómputo Eclesiástico ante ese mismo jurado; el 14, Teología Moral de 3º. El día 17 se examina de Teología Dogmática de segundo año. En la UNSA (Universidad Nacional “San Agustín” de Arequipa) , tras dos años de estudio, se gradúa el 15 de octubre de 1904 como bachiller en Ciencias Naturales, con una tesis acerca de los terrenos geológicos del Departamento, ante el jurado compuesto por los catedráticos Osorio, Arévalo y Corrales Díaz, presidiendo Abraham de Vinatea. Las asignaturas cursadas fueron Química General con el Dr. Luciano Bedoya, Física General y Experimental con el Dr. José Moscoso Melgar, Botánica Dr. Carlos U. Arévalo, Anatomía y Fisiología Generales, Dr. Carlos Arévalo, Antropología Dr. José Segundo Osorio, Zoología y Dibujo Imitativo, Carlos U. Arévalo, Química Analítica Dr. Luciano Bedoya, Física General y Experimental Dr. Juan Manuel Arévalo, Geología, Mineralogía y Paleontología Dr. José Segundo Osorio. Hizo un viaje a pie por Cusco .
Obispo de Chachapoyas
En 1908 fue preconizado como obispo de Chachapoyas, siendo consagrado el 19 de septiembre de 1909, a una edad de 37 años. Entre los informes solicitados por el Vaticano antes de su nombramiento, se encuentra esta referencia: “El Padre Lissón se distingue por su austera vida sacerdotal, por su acrisolada piedad, por su rara modestia, y por su afición al estudio. Es además de carácter firme y emprendedor y de grandes iniciativas” . Se convierte en el sexto prelado de esta diócesis erigida en el pasado año de 1805. Sus antecesores fueron Hipólito Sánchez Rangel, José María Arriaga, Pedro Ruiz, Francisco Solano del Risco y Santiago Irala. El día de su consagración episcopal firmó su primera carta pastoral en la que abre su corazón a todos, comenzando por los sacerdotes, siguiendo por los pobres, los niños, los apostatas y terminando en los últimos feligreses: “Vengan sacerdotes del Señor… Vengo no para ser servir, sino para serviros… Venir particularmente los pobres, de vosotros dijo el Maestro que es el Reino de los cielos, y vosotros constituís los preciados tesoros de la Iglesia. Cuando el hambre os acose, cuando el frío hiele vuestros miembros, cuando la tristeza embargue vuestro corazón, buscad a vuestro Pastor… Venid todos nuestros feligreses, pobres y ricos, jóvenes y ancianos, sabios e ignorantes, que aunque nuestro corazón es pequeño y miserable, confiamos en que Dios lo dilate y lo provea de acogida y halléis en el un refugio tranquilo, y que os conduzca al corazón de Dios”. En Chachapoyas se encuentra una diócesis de 120,000 km2, 70,000 habitantes, de los cuales 10,000 eran infieles o estaban sin bautizar. En una carta al delegado apostólico, 23 de noviembre de 1909. El estado de la diócesis y sobre todo de esta ciudad es lamentabilísimo. El Seminario en ruinas, la catedral cerrada desde hace años, el clero escasísimo, pero sobre todo la caridad que se ha ido al cielo y ha dejado esta tierra envuelta en tal fárrago de envidias, odios y enemistades que da miedo; todo efecto de la maldita política. Con todo me parece que con el favor de Dios no perderemos la paz y tranquilidad que hoy más que nunca creo que es necesario”. En su Relación del estado de la Iglesia de Chachapoyas de 1914 amplía los datos aportándonos una visión de conjunto acerca del estado material, la fe y culto divino, la casa episcopal, la curia diocesana, el clero, las parroquias, el seminario, los fieles, instituciones educativas… Lissón creó un Instituto de Hermanas (Hermanas de Santa Rosa) al ver que era casi imposible traer religiosas de fuera. En 1917 tenía cinco jóvenes del lugar dedicadas la caridad, dos de ellas atendían al hospital de la ciudad y las otras tres se encargaban de las escuelas de la Iglesia, que atendían a unos 300 niños. Acomete la reforma intelectual y moral en el clero. Los cuatro sínodos celebrados en 1911, 1913, 1916 y 1918 le advirtieron para tomar algunas medidas para contrarrestar la ignorancia de los fieles y arreglar las irregularidades matrimoniales. Una medida práctica para esto último fue reducir al máximo los aranceles parroquiales, uniformándolos en todos los pueblos. Además se fomentó el celo pastoral de los sacerdotes para que no se contentase con una pastoral sacramental sino que se dedicasen a la catequesis de niños y adultos. La gran preocupación del Prelado fue la constitución del seminario con bases firmes en cuanto a moralidad, ciencia e infraestructura. En 1914 tiene 80 alumnos. Impulsó, además, el progreso material y cultural. Instaló talleres de mecánica, imprenta, carpintería, serrería mecánica y un molino. Se hizo una buena instalación eléctrica, en la catedral, seminario y principales casas de la ciudad. Dirigió personalmente la reconstrucción de la catedral, del seminario y el palacio episcopal. Fundó un jardín infantil, dirigido por maestras celosas, estuvo al frente del periódico provincial “El Orden”. Al ser designado como obispo, y antes de ser consagrado, escribe al Padre Hellade Arnáiz, visitador de los Sacerdotes de la Misión en Madrid, para pedir compañeros que le apoyasen en la tarea. No pudieron complacerle. La carta expresaba los motivos: “nadie como los españoles pueden comprender mejor a este pueblo que, aunque a veces ha sido malcriado para con la Madre Patria, hoy los años y las penas de la vida de nación libre le van haciendo sentir que tiene en las venas sangre española y que debe llegar a la perfección por los mismos medios que llegó a la existencia”
Para recorrer 112 kilómetros de Moyobamba a Tarapoto tardaron ocho días debido a los caminos intransitables vadeando ríos con agua hasta la cintura en la que el Obispo llegó a perder hasta su anillo pastoral “pero, gracias a Dios, todos estábamos animados de una voluntad de hierro, y el Sr. Obispo participaba de todo y su virtud nos servía de estímulo y nadie se acobardó”. Por aquel entonces no había caminos ni carreteras. De la costa a su sede episcopal tardaba doce días a caballo. La recorrió dos veces en canoa, en mula, a pie… Fascinado por el ejemplo de Santo Toribio Mogrovejo fue un prelado itinerante que visitaba continuamente las comunidades, acogiendo con un corazón abierto y paternal… Siempre estuvo acompañado por su madre, quien era una misionera más en todos los momentos. En dos ocasiones le tocó ir a Roma para la visita ad limina con el Papa, a la sazón, San Pío X, en quien encontró una paternal acogida, al extremo de decirle coloquialmente: “Hijo, necesitas más piernas que cabeza”. Monseñor Lissón respondió que esa exigencia pastoral sí que la tenía y los dos rieron de buen grado. Al constatar el abandono pastoral, pide misioneros a su congregación, sin que pudiesen responder a la demanda sino en mayo de 1985 en Nueva Cajamarca-Naranjos. Consigue, sin embargo, que doce Pasionistas se instalen en su diócesis a través del Vicariato Regional de la Resurrección, en la Prelatura de Moyobamba. Los propios pasionistas nos lo relatan: “Todo comenzó en Tabalosos, a orillas del río Mayo, en el lejano 1909. Un obispo, verdadero pastor y émulo de los grandes misioneros de la época de la primera evangelización…estaba de visita en San Martín. Había recorrido, a pie y a caballo, casi todos los poblados del Huallaga y, vista la situación de total abandono material y espiritual de los caseríos, sintió que su corazón se partía de dolor. Veía que los pueblos eran como grandes rebaños sin pastor y, en realidad, él era el pastor de aquellas ovejas. En esta desolación acudió a los pies de Nuestra Señora de la Natividad de Tabalosos (la Manachi de los indígenas); oró a la Virgen por este pueblo y prometió que viajaría a Europa en busca de obreros apostólicos. Dejó el asunto en manos de María”.
Con motivo de la visita ad limina de 1911 cursó la petición a los superiores pasionistas quienes le derivaron a la Curia de Bilbao que acordó el envío de seis sacerdotes y seis hermanos. El propio Prelado, con el canónigo Elías Ocampo, les espera en el Callao el 9 de febrero de 1913 y les acompaña en vapor hasta Pacasmayo, a pie y caballo por Cajamarca, Celendín, Chachapoyas y Moyobamba, distribuyéndose en el distrito de San Martín por Tarapoto, Lamas, Saposoa y Juanjuí. Como arzobispo de Lima dio testimonio de la afanosa tarea misionera de los pasionistas; sin duda que hay mucho de autobiográfico también: “Los Pasionistas venidos a estas regiones han embalsamado con suave olor de celo y demás virtudes apostólicas, no sólo estas provincias, sino todas las diócesis del Perú… Para ellos no había caminos difíciles, a pesar de que algunos han sido de seis y siete días a pie, con barro a la rodilla; ni delicadeza de alimentos, habiéndose contentado con lo que podían darles en estas regiones retrasadas; ni esmero en la cama o en el moblaje, habiendo sido con frecuencia la cama una mala estera y los muebles los troncos de los árboles. NO creo que en las misiones de otras partes sufran los misioneros más privaciones que las que aquí han soportado los pasionistas. La obra va produciendo sus frutos; mi deseo es que éstos sean estables y se extiendan más y más” . Lo mismo sucede con los Padres Franciscanos, que se encargan del colegio diocesano. Para reestructurar el Seminario diocesano contará con la valiosa ayuda del vicentino Padre Olivares. Gobernó esa apartada diócesis con celo apostólico y laboriosidad hasta 1918 en que fue promovido al arzobispado de Lima .
Arzobispo de Lima (1918-1931)
a. El contexto político
Lissón rige los destinos de la iglesia de Lima de 1918 a 1931, al tiempo que lo hace Augusto B. Leguía para toda la nación peruana. Éste, en su primer gobierno (1908-12), había tratado de arreglar las cuestiones territoriales pendientes con Brasil, Chile y Bolivia. En el segundo mandato, llamado el “oncenio” (1919-30), accede al poder mediante un golpe militar. Promulgó una nueva Constitución política, se definieron los límites con Chile y Colombia, con sacrificio territorial y humano terribles para el Perú. La preocupación del estadista era aplicar su proyecto “Patria Nueva” que se concretaba en irrigar la costa, construir caminos y urbanizar. Con el deseo de resolver los problemas encontrados, orientó su acción hacia la clase media. Con la ruptura del orden institucional político, se presenta –y en parte lo consigue- como el instaurador del orden. La expectativa creada por su decidida acción, la supo acompañar de una frenética actividad material como la construcción de grandes obras públicas. De este modo, la industria pesada como la del cemento, por ejemplo, tuvo un rápido crecimiento en 1925 con la producción de casi 12 mil toneladas y 50 mil en 1927. Lima cambió de rostro; consiguió convertirla en una ciudad moderna, a la altura de los tiempos. Así, al margen de las donaciones recibidas por las celebraciones del Centenario de la Independencia (Museo Italiano o monumento a Manco Cápac), se inauguró la Plaza San Martín, se abrieron avenidas como Leguía (hoy Arequipa), Progreso (hoy Venezuela), La Unión (hoy Argentina), Nicolás de Piérola y Brasil; se levantaron el Ministerio de Fomento, el Palacio Arzobispal y se diseñó el nuevo Palacio de Gobierno; se iniciaron los edificios del Congreso y del Palacio de Justicia. Se fundaron barrios como el de Santa Beatriz, San Isidro y San Miguel. Se construyó la Atarjea para brindar de agua potable a Lima; en otras ciudades se instalaron sistemas de alcantarillado con un total de 992,000 metros de tuberías de agua y desagüe. Se construyeron 18 mil kilómetros de carreteras por la Ley de Conscripción Vial que estipuló la obligatoriedad de 10 días de trabajo. También se inició el Terminal Marítimo del Callao, se abrió la Escuela de Aviación de Las Palmas, se compraron los primeros submarinos y se profesionalizó a la policía. Finalmente, se inició el proyecto de irrigación de Olmos y se dejaron listos otros tantos en Cañete y Piura. Su decidido desarrollo comenzó a detenerse en 1928 con la caída de las exportaciones (cobre, lanas, algodón y azúcar) y, con la crisis económica mundial de 1929. Todo ello, como es lógico, le acarreó desconfianza y descrédito en la opinión pública. Por otro lado, creció el malestar del ejército por los polémicos arreglos fronterizos con Colombia (entrega del Trapecio Amazónico) y Chile (pérdida de Arica). La corrupción al interior del régimen y el evidente desgaste abonaron el descontento. De todas maneras, ante las elecciones de 1929 Leguía se presentaba sin oposición organizada, pero con un latente malestar popular. Finalmente, el repudio al “tirano” será recogido e interpretado en la revolución desatada en Arequipa (1930) por el comandante Luis M. Sánchez Cerro.
b. Los partidos políticos de masas y su origen social e ideológico
En este período surgen el APRA de Víctor Raúl Haya de la Torre, en 1924, y el Partido Socialista de J. C. Mariátegui. La política autoritaria del gobernante impidió la evolución natural de esos partidos de masas, sin propiciar una madurez cívica política, trayendo consecuencias funestas como el cierre de la Universidad de san Marcos y la dura represión de manifestaciones obreras. El APRA, aunque surgido en el anterior gobierno, cobra fuerza en este período, presentándose como un partido de masas, renovador del marxismo y, al mismo tiempo, seguidor de las doctrinas de Sun Yat Sen y de la Revolución mexicana, amalgama nacionalista, populista, indigenista y antiimperialista, acaudillado por V. R. Haya de la Torre. En su etapa fundacional, apareció como un frente único de trabajadores manuales e intelectuales, surgidas de las clases medias y la clase obrera, que se declararon claramente en contra del civilismo, esgrimiendo una versión negativa de la historia del Perú republicano. La violencia inicial del discurso aprista provocó de igual modo una represión agresiva que llevó a la cárcel a buena parte de sus líderes, convirtiéndoles de algún modo en “mártires” políticos…De igual modo, el APRA se rodeó de prestigio intelectual, apoyándose también en las ideas del anarquista Manuel González Prada. , Por su parte, José Carlos Mariátegui, fundó el Partido Socialista en 1928, liderado por Eudocio Ravines, quien, respaldado por la Internacional Comunista, pro soviética, influyó notablemente en la Central de Trabajadores del Perú. Las buenas relaciones de estos dos partidos en los comienzos se perciben claramente en la participación de Haya o de Mariátegui en sus publicaciones como la revista Amauta o en los mítines populares de los dos grupos. Los dos líderes se sentían hermanados por su filiación marxista. En 1927, Haya de la Torre sostuvo una fuerte polémica con Eudocio Ravines -a la sazón dirigente de la Tercera Internacional y sucesor de Mariátegui en la dirección del partido- en el congreso socialista de Bruselas. Al año siguiente, 1928, los apristas lanzaron la candidatura de Haya de la Torre a la presidencia, fundando el Partido Nacionalista Libertador. La acción fue criticada por Mariátegui al que pareció una medida precipitada y demagógica, y por supuesto nada beneficiosa para la clase obrera. Además de las divergencias estratégicas, se encontraban en diferencias básicas ante el régimen de Leguía. El debate fue abriendo hondas fisuras no sólo entre los dos líderes sino que terminó con la formación de partidos bien diferenciados. De todos modos, ambos partidos significaron la movilización organizada de las masas populares a la lucha política. En su mandato, se multiplicó por diez la deuda externa, mantuvo sumiso al ejército con dinero y privilegios; construyó carreteras y líneas férreas, modernizó los muelles, limpió los aeropuertos y mejoró las condiciones de la población campesina. La crisis de 1929 puso fin a la aparente prosperidad del país. La conducta política del mandatario Leguía derivó hacia un personalismo autoritario que decepcionó a gran parte de sus correligionarios inicial es; fomentó un creciente clima de adulación a su persona que le llevará a cerrar el círculo de adeptos y abrir el de los adversarios, provocando el destierro de intelectuales como Riva Agüero o V.A. Belaunde, el silencio de periodistas, la clausura de la Universidad de San Marcos. Sin embargo mantuvo la alianza con la Iglesia y –como atinadamente señala el Padre Nieto- en virtud del derecho de Patronato a los presidentes de la República desde 1875, reconocido en la Constitución, “asistía a todos los actos eclesiásticos importantes a fin de subrayar su función como católico y como Patrono de la Iglesia peruana”. La depresión económica, los onerosos préstamos solicitados y la corrupción de algunos sectores que le apoyaban, propició el golpe militar de Sánchez Cerro, que desde Arequipa le derrocó en 1930.
c. Pastor de Lima
El 25 de febrero de 1918, Su Santidad Benedicto XV le nombraba metropolitano de Lima. En Chachapoyas muchos lloran su partida. Le esperan trece años de arduos trabajos. En la primera carta pastoral, 20 de julio de 1918 , traza su programa en el amor a Dios y al prójimo: “Y ante todo, para entrar en el santuario de la Caridad es preciso purificar el corazón. El corazón puro es el único capaz de este altísimo amor de caridad;..el único que con mirada penetrante puede descubrir y amar la Eterna Verdad… El primer fruto de la caridad es la Unidad…” Su gran aspiración es la unidad de los católicos, de todos los peruanos…”Nuestra acción como católicos debe tender a emplear, para la gloria de Dios y el bien común, todas las buenas cualidades y gérmenes cristianos que en proporción diferente se encuentran en las católicas almas de todos los peruanos sin excepción ninguno”. Meses más tarde, (20 de julio de 1918) dirige una pastoral sobre “el Ministerio de la Divina Palabra” en la que exhorta a los predicadores sigan el ejemplo del Papa Benedicto XV y “funden sus enseñanzas en los textos bien comentados de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres, no en las sentencias de la humana sabiduría” y que se abstengan de “toda apreciación o reflexión sobre política nacional o internacional”. Como fruto de su primer trienio pastoral escribe una ardiente pastoral sobre “el espíritu parroquial” el 9 de febrero de 1921 en la que reconoce que la “parroquia es por excelencia la organización católica universal, perfecta y eficaz”, cuya función es “por excelencia el nervio de toda acción religiosa”; devoto y pragmático insta a los párrocos y a las familias a renovar la vida parroquial, exhortando al establecimiento de la congregación del Santísimo Sacramento o Liga Eucarística, la Asociación de Catecismos, la Asociación de Niños del Santuario para el servicio del culto parroquial y cultivo de las vocaciones eclesiásticas, la Asociación Parroquial de Obreros para el perfeccionamiento material y moral de la clase trabajadora, la Liga Parroquial de Familias para el mantenimiento de la moral social y pública. Comienza su tarea con el Seminario y los sacerdotes. Como arzobispo de Lima se preocupa al extremo de que vivía en el Seminario, y todas las tardes, a las 6.30, les dirigía una plática espiritual. Fundó tres seminarios menores rurales en Canta, Huayopampa y Barranca, dotando de una casa de campo al Seminario Mayor. Escribe un devocionario para sacerdotes, un catecismo para el pueblo fiel, funda el periódico cristiano Tradición e instala la mejor imprenta del Perú. Centralizó la administración de las rentas de las parroquias y monasterios fundando una Sindicatura Eclesiástica en la Curia Arzobispal. Construye edificios para tener rentas para la pastoral, compra algunas minas para el Arzobispado buscando el bien de los mineros, buscando siempre dar a cada uno lo que necesita y- buena practica de la Doctrina Social de la Iglesia- salvaguardar los intereses y bienes de la Iglesia, que peligraban por la inestabilidad política reinante. Para atender al mejor servicio parroquial y -previa una exhortación- habilitó como parroquias casi todas las iglesias de Lima, sin exceptuar las conventuales. Obtuvo de la Santa Sede el título y privilegios de Basílica Menor para su Catedral y para sus canónigos las insignias de Protonotarios Apostólicos ad instar capitularis. Tomó parte en las celebraciones nacionales de los centenarios de la Independencia (1921) y de la Batalla de Ayacucho (1924). Hizo la peregrinación mariana al Santuario de Cocharcas. Anima a consagrar el mes y el año por terminar en 19 a San José: “Parece, pues conveniente que el presente año que en el curso de los tiempos está marcado con el nº 19 le sea especialmente consagrado sobre todo teniendo en cuenta las necesidades de la sociedad y de la iglesia que reclaman el auxilio de un poderoso protector” Dos años más tarde, el 23 de febrero de 1921, dará un Decreto para que se tributen honores especiales con ocasión del 50 aniversario de su designación como patrono de la Iglesia Universal En 1926 no dejó escapar la conmemoración del segundo centenario de la canonización de su santo predecesor en la silla arzobispal limense y para celebrarlo de modo práctico y duradero como a él le gustaba, convocó y llevó a cabo del XIII Sínodo de la Arquidiócesis de Lima en línea con los doce de Santo Toribio para revitalizar la pastoral de su dilatada arquidiócesis .
d. En el Seminario de Santo Toribio Monseñor Pedro García y Naranjo, su antecesor en el arzobispado de Lima, a los dos años de la toma de posesión, entregó la dirección del Seminario a los PP. Claretianos, siendo el primer Rector de este instituto el Padre Tomás Sesé. Un año más tarde, la Asamblea Episcopal, convocada el año 1911, resolvió convertir el Colegio de Santo Toribio en Seminario Central para todas las diócesis del Perú. Esta medida no tuvo larga duración, puesto que en el año 1922, precisamente con Monseñor Lissón, los PP. Claretianos dejaron la dirección del Seminario y pasaron a hacerse cargo del mismo, sacerdotes del clero secular de Lima. Era Rector a la sazón, desde 1919 a 1920 el célebre Padre Juan Miguel de Atucha y Bustinza, quien no olvida las conferencias del Arzobispo Monseñor Lissón “a los Señores Teólogos, todas ellas notables por su profundo ascetismo”. A pesar de los frutos conseguidos con la experiencia de los Misioneros Claretianos en el Seminario Central, dos hechos influirían en la Santa Sede para rescindir el contrato: el nocivo clima de Lima para muchos seminaristas llegados de provincias y los informes poco favorables del nuevo Arzobispo, Monseñor Lissón, quien discrepaba en materia pedagógica de los claretianos. El claretiano Padre Nicolás Alduan nos lo pone de manifiesto: los años 1920 y 1921 fueron de prueba. Las partes deliberadamente cada cual por su lado pesaban las ventajas e inconvenientes de la renovación: en una palabra se estudiaban mutuamente. El Sr. Arzobispo Lissón, varón justo y santo de ideas muy propias y criterio pedagógico formado en escuelas no coincidentes con la claretiana, premunido del derecho que le otorgan los cánones pretendía una intervención directa e inmediata en el Seminario. Que los seminaristas no sólo debían gozar de libertad para comunicarse con él, sino que esta comunicación debía ser constante, casi diaria, de modo que el conocimiento del personal disponible para los cargos y oficios de la arquidiócesis, fuera completo y adquirido a ojos vistas desde los primeros pasos en el Seminario. Pretensión canónicamente muy jurídica pero en el campo de la pedagogía expuesta al gravísimo inconveniente de ser regido el Seminario por dos cabezas, dos autoridades que se entrabarían en la dirección la agravante de que la autoridad inmediata, es decir la del rector quedaba reducida a nominal, pues por estar subordinada a la del prelado y por el respeto, adhesión, reverencia y acatamiento que a la autoridad se presta, siempre prevalecería el criterio del prelado y sería muy poco educativo a los alumnos el sospechar siquiera diversidad de criterios, de normas, de procedimientos en los llamados a dirigirlos. Monseñor Lissón era partidario, además, de dejar salir solos a los seminaristas. Optaba, además, por la disminución de profesores. Se creía, también, que Monseñor Lissón, lazarista, era partidario de dar el Seminario a su congregación con lo que la estabilidad de los claretianos se tambaleaba. En carta de 13 de enero de 1921 a la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades se comunica la prórroga del contrato por un año más y su convicción de que no sirven para llevar el Seminario: la experiencia de once años ha demostrado que los Reverendos Padres del Inmaculado Corazón de María tienen ciencia y hasta método y abnegación; pero no están preparados para la formación del clero y por consiguiente se impone la necesidad de o tomar otra comunidad más práctica en esta obra o imponerles en detalle, reglamentos y procedimientos convenientes para el fin que se pretende; en otros términos: hacer antes, de ellos, verdaderos directores de seminarios.
Posteriormente, el 23 de septiembre de 1921, manifestará al Cardenal Cayetano Bisletti, Prefecto de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades, que se reafirma en lo mismo porque entre otras cosas no cultivan la vocación en los seminaristas. Se han ordenado apenas tres, piensa que muchas vocaciones se han malogrado; no se interesan por la liturgia, son de trato rústico. Añade un escrito del Padre Sesé un escrito en el que expone al Arzobispo las condiciones para renovar el contrato: dejar a los Misioneros que se hagan cargo de todo. Con tales antecedentes, la Santa Sede, después de maduro examen, y de acuerdo con los Obispos diocesanos, acuerda establecer tres seminarios interdiocesanos o regionales, ubicados en Arequipa, Lima y Chachapoyas, correspondientes a las regiones del sur, centro y oriente, respectivamente. Los Obispos de la región central, como ya había terminado el contrato con los Claretianos, confiaron nuevamente al clero secular la dirección del seminario. Monseñor Lissón, arzobispo de Lima, comunicó la decisión al Nuncio, quien apeló a Roma para renovar el contrato con los Misioneros, pero el Padre Sesé le hizo desistir de su propósito. El 1 de marzo de 1922 se entregó el seminario a la Arquidiócesis. El VIII Concilio Limense de 1928 se preocupó por los seminarios y, motivado por su arzobispo Monseñor Lissón, había establecido en varios pueblos (Huara, Canta, Barranca, Paracán y San Damián) de la arquidiócesis pre-seminarios, dirigidos por el párroco de la localidad o por dos o tres teólogos, que interrumpían uno o dos años sus estudios de teología en el seminario mayor. Los decretos conciliares dedican el capítulo 3 del título VI a los seminarios. Se establecen tres ciclos: literario (4 años en el Menor), filosófico (3) y teológico (4), culminando con el doctorado en Teología (1). El plan de estudios del seminario y de la Facultad de Teología es sólido, humanista; brindando selectas lecturas espirituales y proyección práctica. Notemos una cláusula: “Que los alumnos de los seminarios practiquen el celo apostólico instruyendo a los niños o a los indígenas, dada la oportunidad” Con la dimisión de Monseñor Lissón, tuvieron poca duración. El empeño de Monseñor Lissón por el progreso de su Seminario y por el incremento de las vocaciones fue extraordinario. El Arzobispo mismo vivía en dos modestísimos cuartos del Seminario, y cada mañana celebraba la Misa para los seminaristas y les hacía la meditación y la lectura espiritual; impartía clases de teología pastoral a los teólogos y de ciencias naturales a los estudiantes; pasaba las vacaciones de verano con los seminaristas en una casa de campo. Además de la inmediata supervigilancia, ejercía el cargo de Director espiritual; por esta razón, tanto por la mañana como por la preside y dirige los principales ejercicios espirituales. Una escueta crónica nos lo confirma: el sábado 1 del corriente emprendió Su Ilustrísimo Monseñor Emilio Lissón rumbo a las encantadoras playas de la ciudad de Barranca, llevándose consigo 25 alumnos y 4 empleados. La alegre y juvenil caravana irá a ocupar un departamento espacioso mandado construir especialmente por el Ilmo. Sr. Arzobispo para solaz de los seminaristas durante los anhelados días de las vacaciones anuales, sobre la misma ribera del mar y sobre una roca tradicional llamada la Atarraya de San Pedro. Regresaron el 29 de marzo, felices de “la bondad paternal del Ilmo. Sr. Arzobispo, la actitud jovial del R.P. Aramburu (Rector), el mar con sus serenidades augustas y los encantos” de la Atarraya de San Pedro o Sión. Damos la nómina del selecto plantel de profesores: Monseñor Emilio Lissón, arzobispo, Teología Pastoral y Ciencias; el Dr. José Sánchez, Rector, Belisario A. Phillips, Aquiles Castañeda, Jerónimo Carranza, Angel Ruiz Fernández, Daniel Cubas, Pedro Rodríguez del Valle, Santiago Pérez Gonzalo, Eloy Chiribota, Pablo Chávez Aguilar, Rafael Vargas, Julio Díaz Villar, Gabino García, P. José Cano SJ. La sección de gramáticos estaba presidida por el Padre Daniel Figueroa, ayudado por el Padre Agustín Quiroz y un Prefecto de disciplina. Como profesores: Daniel Figueroa, Luis Basauri, Julio Díaz, Gabino Garriga, Pedro Rivarola, Héctor Galarreta, Padre Francisco Lekoc SJ. En total: 88 alumnos, 35 teólogos, 12 filósofos y 41 gramáticos. De la administración se encarga el Padre Mariano Corrales. Conviene citar la existencia del Seminario Menor o Externado de Santo Toribio. En 1928 contaba con 326 alumnos, 12 profesores y el director, sacerdote D. Carlos A. García. El 30 de abril de 1929 el Arzobispado de Lima emite un decreto por el pone al día la normativa para el régimen del Seminario, en conformidad con el canon 1357 y como se consigna en el libro de A.M. Michelleti Constituciones Seminariorum Clericalium acerca de las normas. El 8 de enero de 1931, Mons. Lissón renunció a la sede de Lima y el Papa nombró como Administrador Apostólico a Monseñor Mariano Holguín, Obispo de Arequipa, que tomó el gobierno de la arquidiócesis el 31 del mismo mes. Por la Memoria leída en la clausura del año escolar 1931, nos percatamos del “ambiente de pesimismo acerca del estado material y moral” que reinaba. Al ser nombrado en vísperas de la apertura del año escolar, y sin recursos económicos, apenas tuvo tiempo de restablecer la Vicerrectoría, restituir la biblioteca y el laboratorio de química a su antiguo local, y recomponer varios muebles de la Rectoría. Como era costumbre, terminadas las vacaciones, comienzan con los Ejercicios Espirituales de 26 a 30 de marzo. Entre las prácticas religiosas se consigna el acto de consagración al Sagrado Corazón de Jesús en los primeros viernes del año, el Trisagio al Santísimo Sacramento, la salve sabatina y el Retiro mensual. Como sacerdotes ayudantes en la dirección espiritual, cuenta con los Padres José Cano y Miguel Castroviejo y el sacerdote diocesano Juan Vilches. El alumnado se divide en internos (aspirantes al sacerdocio) y externos. Los primeros se distribuyen en dos secciones: Seminario Mayor o Teologado (40 matriculados) y Seminario Menor o Filosofado e Instrucción Media (9). Los externos estudian solamente la Primaria, 308 (76 becarios), que completan la Instrucción Oficial con cursos de religión y de historia sagrada, dirigidos por el Padre Carlos García. Como fruto de la tarea, se consigna la ordenación de tres sacerdotes el 28 de octubre.
e. La Universidad Católica
A pesar de estar lejos de Lima vive muy de cerca los avatares de la capital. Traigo a colación el azaroso asunto de la fundación de la Universidad Católica porque puede servir para ahondar en la transparencia de su conducta y su voluntad de rectificar. Al enterarse de su fundación el 15 de abril por un oficio recibido del Padre Jorge Dintilhac el 16 de abril, le contestará un mes después -15 de mayo- “como le dije al Ilustrísimo Reverendísimo Señor Arzobispo, en mi oficio de 11 de abril, me ha causado gran extrañeza al saber, por los periódicos y ahora por la comunicación que contesto, que V.R. haya creído dar un paso de tanta trascendencia, sin esperar siquiera la reunión de la próxima Asamblea Episcopal. Es absolutamente cierto que una Universidad puede ser un elemento de bien entendido progreso y servir poderosamente por la conservación y propagación de la Fe y Doctrina que debemos enseñar y conservar; pero ¿era el momento de dar este paso en nuestra provincia eclesiástica, vistas sus muy particulares circunstancias? ¿Convenía fortalecer más, siquiera indirectamente, la traba del respeto humano tan fuerte ya entre nuestros fieles? ¿Convenía provocar el cisma que naturalmente ha de producirse entre la nueva Universidad y la de San Marcos? ¿Era necesario, para contrarrestar las enseñanzas de dos o tres profesores escépticos, poner a los demás profesores y alumnos que necesariamente tienen que concurrir a la Universidad del Estado en calidad de no católicos? ¿Era el tiempo de provocar o acentuar la lucha religiosa a la que ya asistimos en un país en que la debilidad del carácter y la insuficiencia, por lo general, en la instrucción religiosa exigen medidas especiales? Estas y otras muchas cuestiones que suscita entre nosotros el establecimiento de una Universidad con el nombre que V.R. ha creído conveniente darle, debían a mi humilde modo de ver, haber sido resueltas de antemano por la Asamblea Episcopal, única responsable de la orientación y rumbos que debe seguir la Acción Católica en esta provincia eclesiástica. Espero a que V.R. no creerá que hago coro con los que han pretendido negar a los católicos, en nombre de la ley, del progreso moderno o de la ciencia el derecho o la capacidad para fundar en el Perú una o más universidades, pretensiones mil veces refutadas. Tampoco resuelvo las mencionadas cuestiones en uno o en otro sentido, pues por hoy no me considero llamado a resolverlas. Mi observación parte desde el punto de vista de la disciplina, nervio de toda acción eficaz, especialmente de la católica. Aprovecho de esta para presentar a V.R. y a los señores profesores de esa Universidad la expresión de mi respeto. Dios guarde a V.R. Señor Rector, + Emilio.
Si la carta fue motivo de sorpresa y dolor para el Padre Jorge, se convirtió en alarma cuando se supo –un año después- el nombramiento como arzobispo de Lima. El 19 de julio de 1918 el Padre Jorge daba cuenta a su Provincial el Padre Vicente Monge que la felicitación al nuevo Arzobispo disiparía los prejuicios que podría alimentar contra la Universidad Católica. Al final de la carta le comunica que ha visitado a Monseñor Lissón y “ahora reconoce la voluntad de Dios en la fundación pacífica de la Universidad Católica y ha dicho también que está pronto a cooperar en ella”. Lo que es cierto es que Monseñor Lissón no vibraba ni con el nombre ni con la forma de llevar a cabo las cosas por parte de la PUCP, especialmente porque pensaba que el proyecto provocaba una “persecución” por parte de San Marcos. Tal actitud creó estupor en el Padre Jorge quien llegará a manifestar en su correspondencia privada en 1921 que gran parte de los obispos no le seguían en esto, “pero como al fin y al cabo la Católica está en su jurisdicción, nos sentimos algo fastidiados por cuanto si nos desbautizamos parece que huimos de los liberales y si no, disgustamos a la autoridad eclesiástica. No queríamos ser ni apóstatas ni rebeldes, que Dios nos dé la solución”. Tal es el sentir de los profesores seglares cuando en su Memorial de 1924 acumulan argumentos para evidenciar al Pastor la factibilidad y la oportunidad de la Universidad Católica, pidiéndole que “a la mayor brevedad” se defina claramente “o con la Universidad o contra ella”, deseando recibir “la promesa consoladora de que en adelante aportará a la Universidad Católica toda la actividad apostólica que sabe desplegar en las demás obras de su elevado ministerio”
f. Otras acciones pastorales
Tuvo el gozo inmenso de coronar canónicamente las imágenes de Nuestra Señora de las Mercedes y del Rosario (convento de Santo Domingo) y aprovechó la ocasión para fomentar el culto a María. Así lo manifiesta en su pastoral dedicada a la Merced de 23 de septiembre de 1921: “¿Quién no ha contemplado ese virginal y benigno rostro bajo los blancos y dorados cendales del hábito mercedario? ¿Quién al mirar los benignos ojos y los brazos abiertos de la imagen bendita no ha sentido instintivamente asomar a sus labios una plegaria? Los ancianos, los jóvenes, los ignorantes y los sabios; los sacerdotes, los magistrados, los militares, los Jefes de la Iglesia y del Estado, los próceres de nuestra independencia y de la Patria, los Virreyes españoles, los Incas mismos la han conocido, y su nombre, su piadosa actitud y el mundo de bondad y misericordia que bajo ese nombre y esa actitud se encierran, han atraído desde hace cuatro siglos, las miradas y el corazón de cuantos han morado y moran en este nuestro bendito suelo peruano”. También le tocó la inauguración del Palacio Arzobispal. La obra fue dirigida por los Hermanos Enrique y Mariano Mogrovejo, quienes la acometieron en menos de cinco meses, exactamente, en 108 días. El Presidente Leguía, en el discurso pronunciado con motivo de la inauguración, lamentó el que Lima “prestigiada por sus tradiciones religiosas mantuviera en ruinas el Palacio que en todo tiempo debe hacer las veces de un altar, la cual converja las miradas de los que buscan el consuelo de una esperanza o se elevan las manos de los que imploran una caridad”. Al entregar el Palacio restaurado desea que vuelva a “ser el templo donde dieron tantos ejemplos de virtud y piedad vuestros nobles predecesores en la silla de Santo Toribio”. Por su parte, Monseñor Emilio Lissón, al tiempo que agradece el gesto, recuerda a sus antepasados: La nación peruana, que ha glorificado en el mármol en el bronce a sus héroes, no podía olvidar a sus Arzobispos […] Y no podía ser de otro modo; de este lugar han partido por 300 años los rayos de luz y de calor divinos que civilizaron al Perú y gran parte de la América […] La acción destructora del tiempo hizo luego inhabitable este recinto, y mis venerables predecesores […] Manuel Tovar y Pedro M. García y Naranjo, juntó a los envidiables méritos de su santo y memorable apostolado, la gloria de haber iniciado con el auxilio de los representantes del Gobierno la obra grandiosa de reconstrucción. Todavía puede leerse la placa conmemorativa de bronce: “El Perú a su Iglesia. Quedó concluido y entregado este palacio por su presidente, el Sr. Augusto B. Leguía al Ilmo. Arzobispo Mons. Emilio Lissón, el día de la Purísima del año 1924, como símbolo de armonía entre la Iglesia y el Estado”.
g. Las difíciles relaciones político-religiosas
El Oncenio de Leguía vio un maridaje poco saludable entre la Iglesia y el Estado. La verdad es que Monseñor Lissón fue usado por el dictador Leguía. Pilar García señala cómo “en los últimos años de la república aristocrática y especialmente bajo el Oncenio, adquirió progresiva relevancia la figura de Emilio Lissón… para quien la protección del poder civil sobre la Iglesia, que obtuvo bajo el gobierno de Leguía era indispensable El Arzobispo quiso consagrar el Perú al Sagrado Corazón de Jesús, pero hubo una fuerte protesta por parte de gremios estudiantiles y obreros el 23 de mayo de 1923. En la misma, fueron muertos un obrero y un universitario. Aunque el propio Prelado negó el carácter político de la propuesta, tuvo que suspender la ceremonia y esclarecer todo mediante una carta pastoral el 1 de junio de 1923. Como señala Imelda Vega Centeno: “Si bien las intenciones del prelado eran buenas, las del dictador no podían ser calificadas de la misma manera. En todo caso, esta confrontación dio lugar a que se identificase anticlericalismo con irreligiosidad y a ambos con aprismo” Está por ver lo que afirma Imelda Vega que “objetivamente, la protesta del movimiento popular en 1923, no era necesariamente laicista ni anticlerical, menos aún antirreligiosa, más bien apuntaba hacia la defensa de los fueros de la iglesia católica, trastocados y utilizados en beneficio de un gobierno que estaba muy lejos de basarse en principios cristianos”. Lo que es cierto, es que como curiosamente reconoce la propia autora Vega Centeno “la lectura eclesiástica de estos acontecimientos hizo que se los entendiera como un movimiento irreligioso, anticatólico y anticlerical”. Así fue percibido por militantes católicos universitarios quienes denuncian como culpable de la campaña contra la consagración a la enseñanza laicista y anticatólica de algunos profesores de la Universidad de San Marcos. En un Memorial suscrito por profesores seglares de la Universidad Católica el 20 de diciembre de 1924, achacan al Prelado: “Si V.S. no hubiera abrigado en su mente el lamentable error del catolicismo de la enseñanza de San Marcos, no habría dado el Perú el tristísimo espectáculo de repetir como el pueblo deicida ¡no queremos que este reine sobre nosotros¡ Si hoy el Divino Corazón no extiende sus brazos protectores sobre el Perú es porque su prelado, santo, pero muy desconocedor del medio en que vive, creyó inocentemente en el catolicismo de la Universidad y de los diarios”. Ante esos brotes, Monseñor promovió la creación del Comité Provisional de la Junta de Defensa Social para unirse y presentar candidatos católicos ante las nuevas elecciones. Surge de este modo la idea de crear un partido conservador-católico. La década del treinta estuvo marcada por el sectarismo de militares, comunistas, apristas y oligarcas, que llevó a la confrontación sangrienta. Otra de las batallas libradas por Monseñor –apoyado en todo momento por la jerarquía católica y las instituciones como la Universidad Católica- fue contra la masonería, el liberalismo y el matrimonio civil . Esta lucha fue continuada posteriormente -tras la caída de Leguía y el destierro de Lissón- con católicos que participaban en la vida pública como José de la Riva Agüero, quien -en coherencia con su fe- renunció al ministerio de Justicia antes de firmar una ley prodivorcista. Otro motivo de polémica fue la condecoración por parte del Papa al presidente Leguía y que se concedió –según parece- a iniciativa del representante diplomático de la Santa Sede ante el Gobierno. En 1925 asistió en representación de la Iglesia Peruana al Congreso Internacional Eucarístico de Chicago. En 1931 la Santa Sede le trasladó a la Sede Titular de Methyana, cesando de esta manera su gobierno arzobispal. En 1926 fundó EVISA (Educación visual) y la Sociedad Anónima O.N.M.I (Obra Nacional de Mejoramiento Indígena) para la promoción y el desarrollo de los indígenas, desde las escuelas maternales, pasando por las agrícolas y profesionales, que les capacitar para valerse económicamente por sí mismos, hasta la perfecta organización de la cristiandad en torno de una parroquia viva. Esta preocupación se ve que la tuvo siempre en el corazón. Una de las cláusulas del VIII Concilio Provincial lo recordará. De forma palmaria lo comprobamos en una carta personal a Víctor Andrés Belaunde: Como creo que la obra ha de ser de educación, hay que caminar con la infancia y para esto necesitamos obra de mujer joven, abnegada y profundamente cristiana. Me parece, pues necesaria una Sociedad piadosa de mujeres con votos temporales de uno o dos años, educadas y formadas especialmente en un noviciado ad hoc, que sean institutrices de primaria y enfermeras; la caridad corporal es necesaria en todas las obras cristianas y bien lo necesitan las indígenas. Esta sociedad de mujeres que debe tener sus escuelas en todo centro poblado (donde haya escuela del Estado colaborarán con ella), haya o no haya escuela del Estado, debe estar sostenida por visitadores, sacerdotes, reunidos también en sociedad, con votos, también temporales aunque de mayor plazo, formados muy especialmente a la apostólica, con hermanos seglares también, profesores y enfermeros que podrán recibir a los niños que terminen en las primeras escuelas, para enseñarles algo, algo no más, de oficios manuales y horticultura. Ninguna de estas sociedades debe preocuparse del dinero; pero como no se puede vivir sin él, es necesario proveer y aquí debes entrar tú el primero. Es necesario establecer una especie de Sociedad de Beneficencia, que busque dinero, administre los bienes cuando los haya y provea a las necesidades materiales del ejército de la caridad indígena. Cada uno de estos organismos necesita constituciones y reglamentos y es en lo que me estoy ocupando poco a poco en este tiempo de descanso que Dios me concede” .
Jeffrey Klaiber valora positivamente su gestión: “cuando asumió la dirección de la Iglesia en Lima, se distinguió por su celo y su energía; construyó varios seminarios, dio nueva vida al Seminario Santo Toribio, organizó, presidió varias asambleas episcopales, un Sínodo diocesano en 1926 y un Concilio Provincial en 1927. Además fomentó la creación de la Acción Católica. Se le reconocía inclusive por sus críticos como un hombre de integridad y piedad ejemplar”. Por su parte, la historiadora Imelda Vega Centeno le echa en cara el que fuese “ingenuamente acrítico, participó con aquél (Leguía) en cuanto acto público organizaba, apoyó sus iniciativas y calló ominosamente ante la persecución, arbitrariedad y conculcación de las libertades de todos aquellos que osaban pensar y criticar al régimen”.
La Renuncia
Nunca hasta ese momento, ni tampoco después, un arzobispo de Lima había sido removido de su sede. El 8 de enero de 1931, Monseñor Lissón “renunció” a la sede de Lima y el Papa nombró como Administrador Apostólico a Monseñor Mariano Holguín, Obispo de Arequipa, que tomó el gobierno de la arquidiócesis el 31 del mismo mes. La “renuncia” fue aceptada el mismo 8 de enero de 1931 por Monseñor Gaetano Cigognani, Nuncio en Perú. Las comillas de “renuncia” tienen sentido debido a que la iniciativa no partió del Prelado; fue el mismo Papa, quien a través del Nuncio le ordena que renuncie con el fin de tener manos libres en la relación con el nuevo Gobierno. De hecho, cuando Lissón recibió el cable por el que el Papa aceptaba su renuncia al Arzobispado, sorprendido, le inquirió al Nuncio: -¿De que renuncia me habla S.E. si yo no he hecho ninguna renuncia? El 22 de enero de 1931 celebró su última misa en tierra peruana en la iglesia matriz del Callao. A continuación se embarco en el barco italiano Orazio para Italia con el pasaje de segunda clase entregado por el gobierno de Sánchez Cerro. Los pasajeros hicieron una colecta para que el prelado viajase en primera clase. Al llegar a Roma, el Embajador peruano ante la Santa Sede, Conde Mimbela, debió comunicar a la Cancillería que Monseñor carecía de apoyo económico, y que estaba reducido a la soledad y con una gran depresión moral. El Papa Pío XI, el 20 de febrero de 1931, le dirá para tranquilizarse: “Usted no tiene nada de que defenderse. No hay ninguna causa ni acusación canónica: yo he usado este procedimiento paterno para su bien y el de sus feligreses”. Nuestro Arzobispo –como escribió al Padre Verdier, Superior de la Congregación de la Misión, y en su testamento de 1936, nunca supo la causa real del retiro, tampoco le dejaron defenderse y nunca le juzgaron. Parece ser que los motivos de la destitución o renuncia fueron las injerencias políticas, fracasos de los encargados de la economía, errores teológicos y pastorales, ambiciones y envidias de terceros, arreglos diplomáticos como ser el primer Cardenal propuesto de habla hispana en América, medias verdades y muchas aspiraciones frustradas. De este modo se le acusó por haber auspiciado la consagración del Perú al Corazón de Jesús; por haber casado al hijo mayor del Presidente Leguía con una dama cuyo primer esposo había asesinado; por haber propuesto a Leguía para recibir la Orden de Cristo a sabiendas que era masón e inmoral; se le acusó también de haber modernizado la administración de los bienes de la Iglesia aunque entre sus consejeros hubiese juristas como Luis Antonio Eguiguren, Carlos Arenas y Loayza, Eleodoro Romero y tales operaciones fuesen aprobados por el Fiscal de la Corte Suprema, Juan José Calle. Al fundar un Monte de Piedad lo único que quiso fue sacar a los pobres de las garras prestamistas; el catecismo publicado por él en 1923 recibió la tacha de hereje aunque fue aprobado por el Vaticano. Su renuncia la formuló así: Beatísimo Padre: Acatando la voluntad de Vuestra santidad, manifestada en las letras adjuntas del Excelentísimo Nuncio Apostólico, hago renuncia del Arzobispado de Lima, implorando al mismo tiempo a Dios y a Vuestra Santidad perdón por las negligencias que en el desempeño de dicho cargo hubiere cometido. Lima, 8 de enero de 1931. Emilio, Arzobispo de Lima. De igual manera se dirige al Sr. Ministro de Justicia: Roma, 1 de mayo de 1931 en los siguientes términos: Señor Ministro de Estado. En el Despacho de Justicia, Instrucción, Culto y Beneficencia, Lima. Cumplo con poner en conocimiento de Usted para los fines que convenga, que nuestro Santísimo Padre Pío XI, en ejercicio de la suprema autoridad eclesiástica, me ha desligado del vínculo de la Iglesia Metropolitana de Lima. Dios que a USM. Emilio Lissón”. En realidad, parece ser que el motivo de la renuncia fue el problema económico: irresponsabilidades compartidas, el fracaso de la bolsa de Nueva York de 1929, malos administradores de las finanzas del Arzobispado. Lissón no usufructuó su cargo, se comprometió. Fundó la Sindicatura Eclesiástica y la compañía “American Development Company” propietaria teórica de los monasterios de las religiosas y se confió a la “Fred T. y Ley Cía Ltda. Administradores” que fracasaron. El 4 de agosto de 1930, el Vaticano prohíbe a Lissón cualquier actividad en el orden económico nombrándose una comisión al respecto. Lo cierto y seguro, sin embargo, es que nunca se apropió de nada, hasta el punto que no tuvo dinero para pagarse el pasaje para ir a Roma. Sor Maria A. Infante, vicepostuladora , muy bien informada, nos aporta otros posibles motivos. Uno de ellos, el celo del Prelado en combatir el protestantismo. Poco antes había escrito: “Fue Rooselvelt, quien dijo que mientras el catolicismo no se barriera de las naciones hispanoamericanas, no seria posible yanquizarlas, ni asegurar sobre ellas el dominio de la poderosa Nación del Norte”. De hecho, la Arquidiócesis de Nueva York, después de la destitución de Monseñor, pagaría una crecida deuda de la Arquidiócesis de Lima de 300,000 dólares. Otras razones apuntan a envidias de terceros, arreglos diplomáticos, como ser el primer Cardenal propuesto de habla hispana en América. Así, aparece en la correspondencia personal de la casa generalicia de la Congregación de la Misión de Roma. En carta firmada en Roma 19 de junio de 1926: “El trece de marzo de 1924, Monseñor Borgonnini me declaró: ´Si el Gobierno del Perú consiente en hacer renuncia del Patronato Nacional, el Santo Padre no tendría inconveniente, para elevar este mismo año a Monseñor Lissón a la dignidad cardenalicia… Como tantas veces lo he manifestado a Usted, la concesión de la púrpura romana a Monseñor Lissón sólo depende ya de vuestro Parlamento”. En el Archivo de la Embajada del Perú ante el Vaticano, el Cardenal Basparri, en dos oportunidades manifestó que el reconocimiento de la Santa Sede habría de consistir en otorgar la sagrada púrpura al Arzobispo de Lima (1 de junio de 1928). Pasados quince años, uno de los acusadores le pidió perdón a Monseñor, sin que él se diese por ofendido, antes bien agradeció por la hospitalidad de quien había sido artífice de su destierro. Lo cierto es que en algunos círculos sociales de Lima se había ido creando un ambiente hostil hacia su persona. Lo vemos sorprendentemente en la correspondencia epistolar del católico José de la Riva-Agüero quien el 9 de diciembre de 1930 recibe una misiva de su amigo Miguel Lasso de la Vega y López de Tejada tildando a Lissón de “bellaco” . El propio Riva-Agüero –en carta a Luis F. Lanata Coudy- el 22 de octubre de 1930, escribirá: “Hay un clamor general pidiendo la renuncia del terco y disparatado arzobispo Lissón. Para contestar a los fuertes cargos que se le hacen, no necesita seguir ocupando el arzobispado, cuya dignidad ha comprometido. Deberían, aun, inculpable, inspirarse en la conducta de los antiguos prelados Valle y Pedemonte, que valiendo mucho más que él, no vacilaron en ponerse de lado, para no perjudicar en momentos políticos difíciles, la causa de la iglesia. Como dice el refrán, siempre hace el necio al fin lo que el discreto al principio, y nuestro arzobispo se tendrá que ir al cabo, silbado y maltrecho, pero después de haber hecho peligrar, con su escaso meollo y su egoísmo, la causa del catolicismo, tan amenazada hoy entre nosotros. Parece imposible que en Roma no le ordenen dimitir a tiempo”. Parece que el ilustre polígrafo peruano, malquisto y perseguido político del presidente Leguía no perdona que Monseñor sea amigo –o al menos no sea enemigo- de su opositor. Destaca Jorge Basadre sus cualidades “de humildad, de abnegación, de cariño a los necesitados” y cómo “no fueron debidamente aquilatadas. En su época fueron creados pequeños seminarios en provincias; hubo esfuerzos para estimular la vida comunitaria de los sacerdotes en los pueblos; se cuido la división parroquial en las ciudades con la entrega de diversas parroquias a religiosos”
Destierro en Roma
El canónigo arequipeño Fausto Linares Málaga asume la defensa del arzobispo y lo vindica ante la opinión pública y la historia de las “injustas y calumniosas acusaciones que, cual montaña de plomo, hacen pesar sobre él, la intriga, el odio y la perversidad. ¡No! Amigo de Leguía y cómplice del tirano; delito de herejía, pésimo administrador y malversador de los bienes eclesiásticos, autorizó ilegalmente el matrimonio celebrado entre el hijo de Leguía y la señora viuda de Barbieri, recomendó ante el Papa al dictador para ser condecorado con el Gran Collar de la Orden de Cristo. De igual modo, sale valeroso en su defensa el prebendado del Cabildo Metropolitano Padre Carlos D. Rodríguez Tagle, quien publica una “Carta de desagravio” en el diario El Comercio, lunes 30 de agosto de 1930, aclarando que “jamás ha intervenido en la política del país” como se desprende claramente de sus intervenciones para que ni el clero ni los católicos –en su condición e tales- formen agrupaciones políticas. Sale al paso de los bulos vertidos acerca de que había recibido beneficios particulares de Leguía, recordando que si se examina el presupuesto nacional en los años del gobierno del Presidente tuvo siempre la misma renta y que fue el presidente Pardo quien presentó un anteproyecto de ley al congreso aumentando el haber del arzobispo, sin que el proyecto fuese aprobado ni siquiera en la cámara de los diputados; de igual modo no percibió donaciones particulares. En tercer lugar desmiente que hubiese traficado con las rentas eclesiásticas como se puede comprobar con los informes de los bancos o los corredores de bolsa. Por último, el asunto de la carretera del Callao fue una concesión de usufructo de las entradas para ampliar su producto en la construcción de una gran basílica en su honor. De forma positiva destacará en el prelado ser “todo un sacerdote en la verdadera acepción y su espíritu puro y sencillo como el de un niño, es más de una vez víctima de una caridad sin límites que no se permite siquiera pensar mal del prójimo, ni lo consiente en su presencia… No puede ser traficante ni mercantilista un obispo modesto y pobre como Monseñor Lissón, cuyo escudo de armas ostenta solemne la cruz del Divino Jesús, la letra inicial del nombre de la Inmaculada Madre de Dios y una rosa, símbolo de la fragantísima Santa Peruana”. En Roma fue destinado por nueve años a la Casa Internacional de los Paúles o vicentinos. Monseñor no pierde el tiempo, estudia arqueología e historia eclesiástica, y se dedica a la actividad pastoral en confesiones a seminaristas, sacerdotes y religiosas, dirigiendo retiros espirituales. Se convertirá en guía de cuantos visitan Roma. En varias ocasiones se ofrece para volver a Perú o a cualquier parte del mundo como un simple misionero. Siempre recibe negativas, sin ninguna explicación. El Vaticano no lo enjuició, pero lo retuvo en Roma para evitar conflictos. Allí vivió pobremente en un convento. Durante diez años no percibió pensión de cesantía hasta que el Embajador Diomedes Arias Schreiber se la gestionó. El nunca se quejó ni busco explicaciones. El silencio ofrecido y solitario tan solo fue roto por su incondicional clérigo arequipeño Dr. Fausto Linares Málaga el antes citado quien escribió en 1933 la obra llena de verdad y afecto Monseñor Lissón y sus derechos al Arzobispado de Lima. Se recogieron firmas en pro de la vuelta al Perú, se formó un Comité de defensa del Arzobispado de Lima. Su situación llega a ser tan crítica que solicitó pasar a la Provincia de Roma en calidad de misionero pues no tenía suficiente dinero para pagar sus mínimas necesidades. La Congregación peruana de las Madres Reparadoras del Sagrado Corazón en la persona de su fundadora, Madre Teresa del Sagrado Corazón, le dará la mano y le ayudará a vivir con cierta dignidad en la capital de la cristiandad, fungiendo como capellán de ellas durante su estancia. La correspondencia entre los dos refleja la profundidad espiritual con que asume el destierro. El 15 de diciembre de 1936 escribirá Monseñor: “¿Acaso no convino que Cristo padeciese y entrase así en su gloria? Y sigue Cristo padeciendo en sus miembros y sigue y seguirá entrando con ellos en su gloria” . Transcribo una de ellas por ofrecernos el testimonio de su misión en Roma así como su riquísima vida espiritual: Roma, 2 de agosto de 1938 Señorita María Ángela Chavez Fernández. Arequipa. Muy querida tía: Como ve Usted esta carta sale hoy solo, día de su cumpleaños; pero la estoy escribiendo desde hace un mes, pues desde hace un mes estoy acordando muy especialmente de Ud., aunque no he podido terminar la carta porque, aunque nada tengo que hacer obligatoriamente, por eso mismo se han presentado en este mes una serie de ocupaciones, pues estoy como de párroco de los peruanos que por aquí vienen: he tenido bautismos, confirmaciones, confesiones y hasta matrimonios de un pariente mío de Lima que ha venido a casarse por aquí, fuera de las pontificaciones, procesiones y bendiciones, pues como en estos meses todos los obispos y sacerdotes (o casi todos) salen de Roma, yo estoy aquí de suplefaltas. En fin, quiero decir que desde hace un mes estoy pensando que hoy era su cumpleaños y he estado encomendándola al Señor de un modo especial. Y como regalito de cumpleaños le remito aquí una joya que creo le gustará y le aprovechará mucho pues es de nuestra Madre del Cielo. Pensado y rebuscando cómo podía ser María Santísima Nuestra Madre he encontrado que ella es para nosotros tan Madre como las madres naturales y más Madre que todas las madres en el sentido mas perfecto y completo de la palabra Madre. Pues Madre es la persona por medio de la cual Dios nos da la vida temporal, ésta que principia con el nacer y acaba con el morir. Jesucristo es para nosotros la verdadera vida que principia con el bautismo, que principió para U. En un día como hoy y no terminará jamás. Esto es de fe, pues el mismo Jesús dijo “Yo soy la Vida. Pues bien, Dios se ha servido de María Santísima para darnos este Jesús que es la Vida, nuestra única verdadera vida por María Santísima tenemos a Jesucristo, los unos más los otros menos, como por las madres naturales tenemos esta vida mortal. Si por María y de María recibimos la única verdadera vida, Ella es nuestra única perfecta y verdadera madre de la que las madres naturales son una imagen imperfecta pues nos dan solo la vida mortal. Y esta joya es tan preciosa, es decir, esta verdad es tan sublime, que para revelárnosla se puso Nuestro Señor en la más sublime cátedra, la Santísima Cruz y escogió el más sublime momento, el de su último suspiro. Pues eso fueron las palabras “He aquí tu Madre” revelación y enseñanza de este profundo misterio…Es posible que yo esté dando agua al mar y que U. Tenga ya esta joya y otras más que yo ni sospecho; en todo caso recíbala Usted como mi regalito de cumpleaños. Se la mando con tanto más gusto cuanto que yo también me quedo con ella y que U. Podrá también obsequiarla a quien no la tuviere. Le digo esto porque no he encontrado esta idea en ninguno de los libros que nos habla de María Santísima, sólo en un libro muy viejo y deteriorado de un antiguo padre de la Iglesia, quiero decir, de un obispo, cuyo nombre se ha perdido y que se sabe que fue obispo por algunas otras expresiones de las que quizá en otra ocasión le hablaré. Mis más respetuosos y filiales saludos a la Madre Tía, a quien según entiendo Nuestro señor ha honrado como al Santo Padre…Yo le escribí en el mes de abril. Mis saludos también a Margarita. El Sr. Ontiveros me avisa que ya mandó al Padre Indacochea algunas cositas; ojalá le sirvan. Que Vuestro Jesús la bendiga muy especialmente por el precioso intermedio de Nuestra Santísima Madre. Su sobrino + Emilio.
Tres años después, el 17 de septiembre de 1941: “He llegado a comprender la grandeza del ideal de la Reparación… Me parece que la Reparación de todo en Jesucristo… en quien y por quien desaparece todo lo imperfecto y manchado… unirse pues a Jesucristo en la Reparación… como Vuestra reverencia y su Instituto en un ideal necesario y sublime”.
Apostolado epistolar
Selecciono algunos textos de la correspondencia que he podido consultar en el Archivo de la Catedral y que nos pone al tanto de su profunda religiosidad y su compromiso con la Iglesia del Perú y de todo el mundo. La mayoría de ellas, van dirigidas a su tía carmelita Sor María de la Santísima Trinidad en el convento de Arequipa: Lima, 17 de noviembre de 1930 “podría decir que estos han sido los momentos más felices de mi vida, puesto que, como me recuerda U. Me ha tocado “sufrir y ser despreciado”, pero esto ha sido tan insignificante, tan llevadero y tan compadecido me he visto y tan desagraviado por todos, que realmente las ofensas que algunos han creído conveniente hacerme no pueden tener el carácter de tales. No ha habido sino insignificantes sufrimientos y mullacioncillas. Ellas no me han quitado el sueño una sola noche; así es que si el valor de mis obras depende de lo que he parecido sufrir en estos días de alguna tribulación, muy poco deben valen mis obras”.
Lima, 12 de enero de 1931 “Lo cierto es que yo, Dios mediante, me embarcaré el día 22 para Roma por haberme indicado el Señor Nuncio que así lo quiere el Santo Padre. Se ha dicho que yo había renunciado y que Monseñor Holguín venía acá; no sé nada de todo esto. Lo que sí puedo decir es que yo no renunciaré si no me lo ordena el Santo Padre. Y, en ese caso, cumpliendo la ley canónica, volveré a mi Congregación”.
Roma 2 de julio 1931 Señorita María Ángela Chavez Fernández Arequipa Mí querida tía: Como sabe U. Dios Nuestro Padre me ha visitado con un poco de humillación. Yo le agradezco infinito pues no hay duda que en mi ministerio no han faltado negligencias e imperfecciones y cuanto favor me hace el Señor haciéndome expiar esto aquí en la tierra… debía volver a ver al Santo Padre, así lo hice después de la Pascua y el Santo Padre me dijo: “Hemos sabido que en el Perú se dice que no te hemos permitido defenderte; así es; no te hemos permitido defenderte porque no tienes de qué defenderte. No hay contra ti ningún proceso ni acusación canónica de la que debas defenderte ni de palabra ni por escrito. Es verdad que se han hecho contra ti algunos cargos pero éstos considerados separadamente ni valdrían la pena de tomarlos en consideración. Ha habido otras circunstancias que me han movido a usar contigo de este procedimiento fraterno para tu bien y el bien de tus feligreses. No tienes pues de qué defenderte y debes estar tranquilo porque el acto que has hecho de dejarnos plena libertad en este asunto te traerá seguramente mucho bien, yo te aplaudo mucho por ello”. Espero regresar al Perú para ocuparme de las parroquias más abandonadas con él y otros que Dios nos mande. Entretanto, querida tía continuemos siempre unidos en Jesucristo con todos los nuestros que ya están en su Santa Paz y Compañía.
Roma, 21 de febrero 1936 Manifiesta su dedicación a “algunas confirmaciones en algunas parroquias o colegios, confesiones de las Hermanas de la Caridad que tienen en Roma 18 casas, encargándole de cuatro con un centenar de religiosa. Hay señala su fervor: “pero todo esto es dar agua al mar, pues hay aquí muchísimos obispos y sacerdotes que pueden hacer esto y mucho más, cuando yo sé que hay en el Perú pueblos enteros sin sacerdotes que no oyen misa ni instrucción ni una vez al año. Esto es lo que me hace desear el volver por allá para dedicarme al servicio de estas almas abandonas, pero parece que no es tal la voluntad de Dios, seguramente por mi indignidad , pecados y abusos de la gracia…Yo sé bien, querida tía, que VR me encomienda mucho a Nuestro señor, pero desearía que U. Y sus hermanas se unieran para pedirle a Nuestro Señor, como yo le pido, que me permita si se sus Santísima Voluntad el poner en práctica un remedio que desde hace años vengo madurando. Hay que pensar que, en proporción a sus población católica, el Perú tiene diez veces menos sacerdotes que la China; allí hay un sacerdote para cada 500 fieles, en el Perú no hay un sacerdote para cada 5000. El Congreso Eucarístico ha sido ciertamente un milagro, una pesca milagrosa, un nuevo Pentecostés, Pero la necesidad de que le hablo no tiene todavía remedio. He recibido las estampas con las reliquias de la Santa Madre que VR me ha enviado en su carta y esto y me ha dado ocasión de transportarme con la imaginación a esa Iglesia y a ese Monasterio y a ese barrio que ha venido a ser carmelitano más de lo que era, pues sé que los Padres Carmelitas trabajan con mucho celo en la parroquia de Santa Marta y sus inmediaciones”
Roma 6 de abril de 1937 “he servido aquí de guía a algunos peregrinos peruanos, ahora casi todos los que vienen del Perú vienen a buscarme y no puedo sino acompañarlos a visitar los santuarios de esta ciudad santa y los días se pasan sin sentir pues las distancias son largas
Roma 6 de julio 1937. Carta a María Ángela Chavez Fernández El santo Padre ha dispuesto que me den cada mes 900 liras o sean 190 soles con esto pago aquí mi pensión que es de 600 liras al mes, pues como estoy bajo la dependencia del Santo Padre no puedo pedir a mi Congregación que me sostenga; con las 300 liras restantes, o sean 80 soles, poco más o menos, atiendo a mis vestidos y otras pequeñas necesidades. Yo tengo la obligación de aplicar la misa todos los días a la intención del Santo Padre.” …La semana pasada estuve de nuevo en Asís para acompañar a un pobre sacerdote español de los mártires expulsados que necesitaba hacer esta peregrinación”
Roma, 1 de abril de 1938 Reverenda Madre Sor María de la Santísima Trinidad-Arequipa “el Gobierno me ha asignado la subvención de 300 soles mensuales después de este año; quizá sea este el primer paso para la realización de lo que desearía emprender para el bien de las almas”. (Anagrama de María) Valencia, 12 de abril de 1959 Excelentísimo y Reverendísimo Monseñor Dr. D. Fr. Juan Landázuri y Ricketts, Dignísimo Arzobispo de Lima, Primado de Perú. Lima Mi venerado Monseñor Ante todo debo pedir perdón a V.E. por mi demora en contestar las dos últimas comunicaciones de V.E. del mes de febrero, relativas al quincuagésimo aniversario de mi consagración episcopal. Las causas de esta demora han sido, la primera la enfermedad de varices que Dios Nuestro Señor me ha mandado y que me ha alterado el pulso y no me ha permitido escribir convenientemente como V.E. verá. La segunda es que yo he tenido siempre repugnancia de permitir la conmemoración de estos aniversarios que para mí rememoran sobre todo muchos pecados y desaciertos que no hay para qué recordar sino para pedir en silencio, misericordia a Dios Nuestro Señor. La tercera causa ha sido que, como E.V. sabe o debe saber, yo recibí mandato de la Santa Sede de renunciar al Arzobispado de Lima y, hoy que V.E y la Venerable Asamblea Episcopal de Perú, quieren darme los honores que V.E. me indican en las referidas comunicaciones, antes de darles publicidad, me ha parecido necesario dar conocimiento de todo a nuestro actual Sumo Pontífice y someterme a su decisión. Este es el motivo por el cual molesto la atención de V.E. pidiéndole mil perdones por todas mis faltas. Yo pienso ir a Roma, si Dios quiere, al fin de este mes. De Vuestra Excelencia Reverendísima, indignísimo hermano y servidor en Nuestro Señor Jesucristo Emilio Lissón, Arzobispo Titular de Methymna.
Veinte años en España(1940-1961)
Al avecinarse la Segunda Guerra Mundial, solicita viajar a España por sentirse más seguro y poder ejercer su ministerio pastoral junto a Monseñor Marcelino Olaechea y el cardenal Segura, a quienes había conocido en Roma. Salió de Roma el 24 de mayo de 1940 y llega el 6 de junio a España. Los Padres de la Misión y las Hijas de la Caridad le invitaron a peregrinar a las tierras de San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz y así lo hizo en los meses de julio y agosto de ese verano de 1940. Solicitado por el Cardenal Segura de Sevilla y Monseñor Olaechea de Valencia, actuara como obispo auxiliar en ambas diócesis. En varias ocasiones solicito permiso para volver a su tierra, pero el Vaticano se lo denegó. A consecuencia del martirio sufrido por obispos, sacerdotes y laicos en la pasada Guerra del 1936 al 1939, se le requerirá su ayuda pastoral y acudirá solicito a las diócesis de Sevilla, Valencia, Badajoz, Alicante, Teruel, Albacete, Murcia… y por toda la geografía de la Madre Patria. Uno de los sacerdotes acompañantes manifestó que “acompañarle era como unos Ejercicios Espirituales”. Monseñor Olaechea no dudaba en afirmar que era un santo y que de “Valencia no sale ni vivo ni muerto”. Los gitanos y pobres del barrio de Triana en Sevilla, exclamaban: “Monzeño er Zanto”. Al igual que el arzobispo Mogrovejo daba todo, hasta lo más personal, como su ropa, su sombrero, su paraguas e incluso su anillo. Como en los tiempos de Lima, había que prestarles las cosas y advertírselo para que, consciente de que no eran suyas, no las donase a quienes se lo pidiesen. Dispone de tiempo para ungir nuevos sacerdotes, muchos de ellos misioneros paúles de la provincia de Barcelona y Madrid. Trabajo con ahínco en vivir las cinco virtudes del misionero vicentino: humildad, sencillez o pureza de intención, mansedumbre, mortificación y celo apostólico. Los compañeros de congregación quedaron impactados por la austeridad en la comida, vestido y alojamiento. Lo único importante era la mayor gloria de Dios y el bien del prójimo. Participó en la animación misionera por Cuttack, congresos de misionología.
Abanderado de la hispanidad
Monseñor Lissón tiene un espacio bien ganado en el mundo académico americanista. Ahí están los 4,553 documentos transcritos del Archivo General de Indias en Sevilla y publicados en su obra “La Iglesia de España en el Perú“. Se puede decir que acercó la historia peruana –especialmente la de su Iglesia- a su patria a través de estos documentos fundamentales. Aunque por muchas razones supo crear lazos entre Perú y España, esta monumental obra archivística le señala como un puente clave en la hermandad hispanoperuana. Así lo evidencia su biógrafo J. Herrera: Es bien sabido que fue la Iglesia de España la llamada por la Providencia divina a extenderse en el Nuevo Mundo, y particularmente en el Perú. Sabido es que fueron los Reyes Católicos españoles los que recibieron, por medio de España esa sagrada misión y que la cumplieron a conciencia, salvo las imperfecciones de las obras de las criaturas. Sabido es que los cuatro siglos que se reflejan en estos documentos fueron españoles los Prelados, los misioneros, los clérigos y los colonos, que con mayor o menor perfección colaboraron en la obra de la evangelización, pues como puede verse en estos documentos, el lema que, explícita o implícitamente, movía a todos era la Gloria de Dios y descargar. .. De Su Majestad. Hubo sombras en el cuadro… pero el hecho esplendoroso es que hoy día el Nuevo Mundo es totalmente cristiano. Hoy mismo, después de la proclamación de la independencia de América, son españoles los que han continuado y tienen entre sus manos la conservación y propagación de la fe en todas las naciones hispanoamericanas, y creemos que, como Dios perfecciona sus obras generalmente por los mismos que las han comenzado, ‘España tiene aún que terminar en América la grande obra de la perfecta evangelización en la forma que requieren las modernas circunstancias, y que españoles y americanos estamos llamados a remover los obstáculos que puedan oponerse a este ideal y adoptar cuantos medios puedan conducir a su realización, sin excluir desde luego la cooperación de las demás naciones; pero en el marco trazado por la Providencia y formado por la historia, por la lengua y por las tradiciones hispanoamericanas “La figura cumbre de esta bella historia del Perú es, a no dudarlo, Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo. Por él, Monseñor vino a España, por él se fue a Mayorga, a visitar su casa y la pila donde se bautizó, por él fue a Granada y por él se metió en el Archivo de Indias y él fue el que le encendió la vocación de investigador. Le había tomado como modelo de Obispo en Lima, había seguido todas sus rutas pastorales y geográficas y le había presentido una gran figura, en que el civilizador y el santo se habían juntado. Después de las investigaciones de Monseñor, la figura del santo sale rejuvenecida y agigantada. En los casi 600 documentos, que van jalonados desde 1580 a 1606, hay muy pocos que directa o indirectamente no digan relación con él” .
Listo para la eternidad
Sirve a los mártires de España animando los procesos diocesanos entre los Salesianos, Reparadores, Paúles y sacerdotes diocesanos. Recogió numerosos testimonios heroicos de martirio que han cuajado con Juan Pablo II en la beatificación de muchos. Aunque siempre gozo de buena salud, a partir de 1958 comenzó a dar muestras de cansancio y enfermedad. Entre 1958 y 1961, se le detecto pulmonía y se le administro la Unción de enfermos. En 1960 se quedó sin poder hablar y no pudo celebrar la misa a diario; se ocupaba en mirar el crucifijo, rezar el Rosario y leer el Kempis. Contaba con el apoyo de su entrañable amigo Monseñor Olaechea, quien designa al Hermano Padrosa para que le cuidase en todo momento. Lo mismo hacia su secretario personal, el Padre Puertas, así como las Hijas de la Caridad y los Padres Paúles de Valencia. Gran homenaje con motivo de sus bodas de oro sacerdotales. La muerte le llega en el Palacio arzobispal de Valencia, con olor a villancico, el 24 de diciembre 1961, tras quince días en estado de coma. El 26 se celebra el funeral en la catedral; presidio Monseñor Olaechea y acudieron muchísimos sacerdotes, religiosos y fieles. Fue enterrado en la cripta de la Catedral de Valencia, donde estuvo hasta 24 de julio de 1991, en que volvieron sus restos al Perú, a la catedral de Lima. Los obispos, canónigos, sacerdotes y hermanos vicentinos, así como las Hijas de la Caridad y un nutrido grupo de fieles, lo recibió como las reliquias de un santo, que fueron testigos de la identificación del cadáver manifiestan que su cuerpo estaba incorrupto y que fue motivo de un emocionante encuentro sobrenatural. Desde el día de Santiago Apóstol, 25 de julio de 1991, sus restos mortales se veneran en la Catedral de Lima, capilla de Santa Rosa. Entre las muchas condecoraciones recibió las de la Orden del Sol del Perú, Orden del Mérito de Chile y Cruz de Bocayá.
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VEGA CENTENO B., Imelda. Aprismo y religiones (Apuntes sobre una relación de mutua implicación) Ponencia en el Simposio Internacional “Religión, Poder y República”, Instituto Riva-Agüero, Lima 24-26 de agosto del 2006.