“Dossier” contra el Papa Francisco

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La crisis de la Iglesia estadounidense

Por Andrea Tornielli-Vatican Insider.
«Quien ha pensado y llevado a cabo esta operación apostando por derribar a Francisco del trono de Pedro no se dio cuenta de que un ataque de este tipo habría involucrado a sus dos predecesores». Massimo Faggioli, profesor de teología y “Religious Studies” en la Villanova University de Filadelfia, explica de esta manera lo que sucedió durante el fin de semana: la publicación simultánea, por parte de la red mediática anti-papal, del informe del ex nuncio Carlo Maria Viganò. Un documento que concluye con la clamorosa petición de la renuncia del actual Pontífice por haber “encubierto” al anciano cardenal Theodore McCarrick, de conductas inapropiadas con jóvenes sacerdotes y seminaristas, reducido al silencio y expulsado del Colegio cardenalicio por el mismo Francisco en julio de este año, después de la denuncia creíble de un menor que sufrió sus abusos. «La petición de la renuncia –explica Faggioli– demuestra el estado de cierta oposición contra Francisco, en particular en Estados Unidos: la vertiente más conservadora parece tan desesperada que acepta el peligro de dañar la memoria de Juan Pablo II y, sobre todo, de involucrar a Benedicto XVI».
Viganò y el papel de Ratzinger
Viganò afirma, efectivamente, que en 2009 o 2010 Benedicto XVI habría sancionado en secreto a McCarrick. Si el nuncio dice la verdad, el Papa Ratzinger habría estado enterado de las acusaciones contra el cardenal, que ya estaba en ese momento jubilado, y habría decidido sancionarlo, pero sin dar noticia sobre estas sanciones o restricciones. Sin embargo, los hechos demuestran que McCarrick, despreciando la presunta sanción, no llevó una vida retirada y viajó tres veces a Roma en trece meses. En el Vaticano se reunió con el Pontífice que lo habría sancionado. Estos encuentros (documentados en los boletines vaticanos) se dieron entre enero y abril de 2012, y en febrero de 2013. Si Benedicto sabía y había sancionado al purpurado estadounidense, las informaciones que había recibido no habrán sido tan evidentes, fundadas y graves como para determinar, por el contrario, una sanción pública. En varias ocasiones, el mismo Viganò, como nuncio en Estados Unidos, se mostró sonriente al lado del presunto abusador “sancionado” McCarrick, sin dejar ver ninguna preocupación ni dar signos de esa indignación que ahora despliega pidiendo la renuncia del primer Papa que ha sancionado duramente al mismo McCarrick.
Gänswein desmiente
También la red mediática (con sus adeptos italianos y estadounidenses) que ha colaborado con Viganò en la redacción del documento y que lo ha impulsado a publicar sus acusaciones durante el viaje de Francisco a Irlanda, ha buscado el patrocinio de Benedicto XVI. Lo dijo al “New York Times” Timothy Busch, abogado conservador, uno de los administradores de la Eternal Wolrd Television Network (EWTN), que recibió hace dos semanas (además de otros periodistas y exponentes del mundo católico conservador) el “dossier” Viganò. Busch dijo al periódico estadounidense que «los responsables de la publicación le aseguraron personalmente que el Papa emérito, Benedicto XVI, ha confirmado la narración del arzobispo Viganò». Pero esta noticia ha sido desmentida por el secretario particular de Joseph Ratzinger, el arzobispo Georg Gänswein, quien declaró para el periódico italiano “La Stampa”: «Lo afirmo con fuerza: es una falsa noticia, ¡una mentira!», y añadió que el Papa emérito ni ha comentado nada sobre el “dossier” ni lo hará.
Terremoto estadounidense
Mientras tanto, la Iglesia en Estados Unidos está en fermentación. El cardenal Daniel Di Nardo, presidente de la Conferencia Episcopal, espera que las cuestiones planteadas por el informe reciban respuestas e insiste en su petición de una visita apostólica a la Iglesia estadounidense. Llegan también diferentes muestras de aprecio y afecto para Viganò, de alguna manera vinculadas con la petición de investigaciones sobre el informe. Curiosamente, hay una vertiente de pastores estadounidenses que, frente a un ataque tan descarado, desplegado el día en el que Francisco celebraba la Jornada Mundial de las Familias, no consideran oportuno manifestar de ninguna manera su cercanía al Papa, pero, por el contrario, expresan inmediata solidaridad a su acusador, quien pide su renuncia. El arzobispo de Filadelfia, Charles Chaput, declaró que no estaba al tanto de elementos que le permitieran comentar la veracidad de las acusaciones del ex nuncio, pero le parecía oportuno dejar claro que tiene un juicio positivo sobre la manera en la que ha actuado el nuncio apostólico, «caracterizado por integridad para con la Iglesia». El obispo de Madison, Robert Morlino, expresó su desilusión por la decisión del Papa de no responder, y escepticismo sobre la «capacidad de los medios de comunicación para analizar con madurez profesional» el informe. También quiso externar su aprecio personal por Viganò, afirmando la necesidad de una investigación ante acusaciones «concretas y reales». Thomas Olmsted, obispo de Phoenix, dijo que no tenía ningún conocimiento sobre los hechos, pero decribió a Viganò como una persona digna de confianza, por lo que pidió que se investigue sobre sus acusaciones. Lo mismo invoca el obispo de la ciudad tejana de Tyler, Joseph Strickland, quien, hablando «como pastor» a los fieles, afirmó que considera creíbles las acusaciones y ordenó a sus sacerdotes que incluyeran esta declaración en las celebraciones dominicales y que la publicaran en los sitios y perfiles de las redes sociales de las parroquias.
«Mentalidad para-cismática»
«Algunos obispos estadounidenses -afirma el profesor Faggioli- parecen tener una mentalidad para-cismática. Para ellos el Papa no existe. Están tan presionados por parte de los laicos y por parte de sus sacerdotes por el escándalo de los abusos que tienen miedo de ser atacados por la calle. Así –continúa el estudioso–, ahora descargan toda responsabilidad sobre el Vaticano para presentarse como los que piden justicia y verdad. Apoyan la petición de Viganò, esperando que dañe a Francisco, pero no se dan cuenta de que dañarán más a Juan Pablo II y a Benedicto XVI».

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