Francisco de Requena y Herrera

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Formada por el Coronel Don Francisco de Requena y Herrera, gobernador de Maynas, Comandante General de su provincia y de las de Quijos y Macas y Comisario General de la 4a. División de Límites entre las Coronas de España y Portugal (1784).
Después del primer Descubrimiento del grande Río Marañón hecho por el Capitán Francisco Orellana, que se separó de la tropa que salió de Quito con Gonzalo Pizarro el año de 1539, dejando burlado a su jefe, y llegó hasta el mar del Norte, desde donde pasó a España, se olvidó enteramente el conocimiento de los países que dicho río baña, y naciones que poblan sus orillas, hasta que casi un siglo después en 1616 unos soldados de la ciudad de Santiago de las Montañas situada en parte superior del célebre Pongo de Manseriche, arrebatados casualmente por la corriente de aquel paso, descubrieron la Nación Mayna en el alto Marañón con cuya noticia el Capitán Don Diego Vaca de Vega, vecino de la ciudad de Loja, capituló con el Virrey del Perú Don Francisco de Borja y Aragón príncipe de Esquilache la conquista de este País, concediéndosele la Gobernación de todo lo que conquistase.
Con la tropa que a su costa juntó en las Gobernaciones de Loja y Jaén, siguiendo el camino que habían llevado antes los referidos soldados, penetró el expresado Capitán Vaca de Vega, y luego que desembocó el Pongo de Manseriche, fundó a la salida de él, la ciudad de Borja el año de 1634 estableciendo allí parte de su gente; continuando después sus conquistas subyugó las Naciones de Infieles que fue encontrando y estableciendo pueblos, habiendo sido entonces en mayor número, y demás vecindario que el que tienen al presente, y desde luego se encargaron del Gobierno Espiritual de los pobladores, e indios conquistados los PP. de la extinta Compañía llamada de Jesús.
Las sublevaciones de los indios que sucedieron poco después, lo distante que establecieron unas poblaciones de otras, el mal trato que dieron a los naturales los españoles encomenderos, y la deserción de estos cuando les faltaron las encomiendas, todo fue causa a la considerable disminución de las Misiones que ha continuado siempre a más por no hacerse nuevas reducciones de los muchos infieles que pueblan los ríos, y bosques inmediatos.
No fueron estas causas las únicas que redujeron las Misiones de la Gobernación de Maynas al corto número de poblaciones que al presente existen: las repetidas invasiones de los portugueses en diferentes tiempos las disminuyeron, adelantándose estos por el Río Marañón arriba sin haber encontrado oposición alguna: desde el año de 1631 hasta el de 1640 se extendieron las conquistas del Capitán Diego Vaca de Vega con la mayor aceleración, siguiendo las corrientes de este propio Río, pero desde este mismo último año en que la Corona de Portugal se sublevó contra su legítimo Soberano, empezaron los portugueses a introducirse hacia los dominios de España, con las luces que les dejó el Capitán Texeira, que un año antes en 1639 hizo su viaje del Pará, a Quito, como vasallo de nuestro monarca Felipe IV y desde esta época dieron principio a sus adelantamientos, sin derecho alguno, apoderándose de nuestros pueblos, y reducciones.
El año de 1686 tenían todavía nuestras Misiones por la eficacia del Padre Samuel Fritz muchos pueblos, y algunos al Oriente de la boca del Río Negro, pero éstos debieron de durar poco tiempo, sin embargo, de la legitimidad de nuestras conquistas, pues según Mr. de La Condamine, ya había algunos años que frecuentaban los portugueses el Río Negro, cuando él estuvo en el Fuerte de su boca el año de 1743, lo que no hubieran logrado con tanta facilidad, si como aconsejó en su relación el Padre Cristóbal Acuña, se hubiera por España construido una fortaleza en la misma boca, y sin duda en la Guerra de Sucesión al principio de este siglo fue en la que dieron este paso adelante.
Como quedaron en pacífica posesión de estas usurpaciones tuvieron atrevimiento de querer establecerse en el Río Napo, donde desemboca el de Aguarico, el año de 1732, pero intimados por la oposición judicial que les hizo la Real Audiencia de Quito, se retiraron, aunque después no han dejado de adelantarse cuanto han podido. El año de 1762 ocupaban los PP. Franciscanos de Popayán con sus Misiones de Sucumbios hasta la boca del Río Putumayo en que tuvieron el pueblo de San Joaquín, del que se hicieron dueños en la guerra de aquel tiempo y en el de 1775 se adelantaron por aquella propia costa septentrional del Marañón, y erigieron la fortaleza de Tabatinga a un día de viaje de nuestra última población de Loreto.
En el día consiste la gobernación de Maynas de 22 pueblos muy separados unos de otros, así por las orillas del Río Marañón, como por otros varios que en este desaguan en la conformidad que expresa la siguiente relación.
En el río Marañón, siguiendo su corriente desde la salida del Pongo de Manseriche la actual frontera con los portugueses están:
Pueblos…Naciones de diferentes idiomas que los habitan
Borja 1: Blancos.
Barranca 2: Indios Mainos y Xeveros.
Urarinas 3: Urarinas, Itucales, y Uritos.
San Regis 3: Yameos, Nahuapeas, e Iquitos.
Omaguas 4: Omaguas, Yameos, Yurimaguas, y Mayorunas.
Napeanos 2: de Iquitos, y Napeanos.
Pevas 3: Caumaris, Caguachis, Yaguas.
Cuohiquinas 1: Mayorunas.
Camuchiro 2: Pevas, y Ticunas.
Loreto 1: Ticunas.
En el Río Pastaza que desemboca en el Marañón por la banda Septentrional, entre los pueblos de Barrancas, y Urarinas están:
Andoas 3: Canelos, Gais y Semigais.
Pinches 2: Pinches, y Roamainas.
Ranchería de Santanderes.
En el Río Guallaga que desemboca en el Marañón por la banda Austral un día mas arriba del pueblo de Urarinas están:
Muniches 2: Muniches, y Otanais.
Yurimaguas 3: Yurimaguas, Aysuaris, y Boraderos.
La Laguna 3: Cocamas, Cocamillas, y Panos.
Chamicuros 2: Chamicuros, y Aguanos.
En el Río Apena, que entra en el de Guallaga, cerca de su boca está:
Xeveros 3: Xeveros, Cutinavas y Paranapuras. 
En el Río Paranapuna, en el que entra Cachi-yacu, y con éste en el de Guallaya está:
Chayavitas 2: Paranapuras y Chayavitas.
En el Río Caguapanas, que entra en el del Marañón, está:
Caguapanas 1: Caguapanas.
En el Río Napo que desemboca en el Marañón, por la margen Septentrional entran los pueblos de Napeanos, y Pevas, están:
Capucui 2: Anangos, y Payaguas.
San Miguel 2: Payaguas, y Encabellados.
Nombre de Jesús 1: Encabellados
Ranchería de Ycaguates de Encabellados.
En todos estos 22 pueblos se numeran 9,111 almas con corta diferencia, según el Padrón que se acompaña en qué se expresan sus estados y calidades, componiéndose las más de las Reducciones de varios indios de diferentes idiomas como se ve arriba, que muchas veces no se entienden unos a otros en una propia población, de suerte que aunque algunas naciones entre sí se diferencian muy poco en su modo de hablar, por hacerlo unos con mas velocidad que otros, como sucede entre los Cocamas, Cocamillas, y Omaguas, por el acento aspiral, o gutural con que hacen mayor inflexión a la voz, como se ve entre los Coguachis, y Yaguas, respecto de los Caumaris, que son también del mismo idioma, y así de otras naciones a más de la semejanza, e identidad que se encuentra en muchísimos verbos, y nombres entre estos últimos, y los Yameos, como entre los Omaguas, y Urarinas; distinguiendo las naciones por la perfecta diversidad de los idiomas como debe ser, se hallan solamente 18 originales sin conexión, ni hermandad entre ellas, caracterizadas por idiomas distintos, de diferente locución, y modo de declinar, y conjugar, siendo con todo bien digno de reparo, que entre estas mismas 18 citadas, se nota como una rara particularidad el que para afirmar o negar una cosa; esto es, para asentir, o disentir, usan de una acción aspiral, sin expresión de sílabas casi todas estas naciones.
Entre todos estos pueblos, y diferentes naciones que los forman, es muy raro el indio que sabe, o entiende la lengua española. Solo aquellos muy pocos, que, o por haber servido muchos años a los Misioneros, o por haber sido trasplantados a Quito, de donde regresaron por el amor de su patria, son los que lo hablan, siendo muy digno de lamentarse el grande descuido que ha habido en esta parte, y que los primeros Misioneros no hubiesen enseñado el español como establecieron desde el principio el idioma general del Inga antiguo del Perú, el cual entienden los más de los indios viejos, con que se manejan en lo más poblado de la Misión, como el más común, y con el que por el comercio, y trato de unas naciones con otras, se va propagando, particularmente por los pueblos que tienen mas comunicación entre sí. Pero los que viven por los Ríos, Pastaza, Napo, y por el Marañón bajo en los pueblos Napeanos, Pevas, Camuchiro, Loreto, Capucui, San Miguel, Pinches por no saber sus propios Misioneros su idioma natural, pasan casi todos los feligreses las más de las Cuaresmas por no saber el Inga, sin cumplir con el precepto de la Iglesia, ni lograr instrucción cristiana, sucediendo también que aún por aquellos pueblos en que los indios la hablan con expedición como son la Laguna, Xeveros, Chamicuros, Yurimaguas, Muniches, San Regis, Omaguas, las indias, y muchachos aunque la entienden la pronuncian mal por el poco uso que hacen de ella: entrando aún en la Misión alta los Chayavitas, y Caguapanas, entre quienes solo los indios justicia, y tal cual otro la saben.
Para internar a estas Misiones hay 4 diferentes caminos, todos ellos muy malos, dilatados, y con despoblados intermedios:
1. El que se hace desde Quito atravesando de esta ciudad con caballerías, la alta Cordillera Oriental de los Andes, se llega al pequeño Pueblo de Papallacta en 2 días; este es el primero de la Gobernación de Quijos, y desde donde se camina por desiertos, 10 ó 12 días a pie, o en hombros de indios, llevando de la misma conformidad los equipajes, y víveres, hasta llegar al embarcadero el Río Napo, en el pueblo de este mismo nombre y descendiendo por este propio Río se llega a la parte baja del Marañón.
2. El que se hace por Ambato: 3 jornadas al Sur de la ciudad de Quito, está el Corregimiento de Ambato, desde cuyo asiento se va en 2 días al Pueblo de Baños último de su Jurisdicción, y desde este en otros 10 a pie, por montañas al pequeño pueblo de Canelos, Misión de los Padres Dominicos, en donde embarcados en el río Bobonaza, se entra en el de Pastaza, y por este último se llega a la parte superior del Marañón.
3. El que se hace desde Jaén: En el Gobierno de este nombre, el más Meridional del distrito que comprehende la Real Audiencia de Quito hasta el pueblo de Tomependa, situado en el conflüo del Marañón y Chirihipe, se embarcan en él los pasajeros en balsas, pasando muchos raudales, y saltos de este Río, hasta vencer el Pongo famoso de Manseriche, se llega en 6 días a Boria, en cuya población trasladados a canoas se navega todo a los demás pueblos de las Misiones.
4. El que se hace desde Moyobamba y Lamas: estas son unas infelices ciudades, situadas en bosques, gobernadas por Tenientes del Corregidor de Chachapoyas, sujetos al Virreinato del Perú, desde ellas se atraviesa por tierra y a 3, y a 5 y aún 7 días a pie, según las diferentes veredas, o trochas que hacen por los bosques, hasta los varios embarcaderos que tienen en el Río Guallaga y otros que en éste entran, por los quales se llega a lo más poblado de la Misión.
De estos 4 caminos, el primero, aunque el más largo, es el más frecuentado, y por el que regularmente entran los Misioneros, Gobernador, y pocos soldados que guarnecen a Maynas, así por ser éste el que está más próximo a la ciudad de Quito, de donde toman los avíos, y despachos, como porque atravesándose el Gobierno de Quijos, se halla en Archidona (residencia del Gobernador) quien facilite indios de aquella Jurisdicción, así para el transporte del camino de tierra, como para el descanso (¿descenso?) del Río Napo. El segundo aunque más corto, y que por el se lleva (¿llega?) con más brevedad a la parte superior de las Misiones, como no se halla después del tránsito de pie por el despoblado, más población que la de Canelos muy reducida, no se encuentran en ellas tantos auxilios para la comunicación por aquella parte con el Marañón. Sólo la practican algunos Misioneros que quieten retirarse, con mayor brevedad a sus casas. Por el tercero se evita todo el camino de pie, pues teniendo facilidad de llegar al Puerto de Tomependa de cualquier destino que sea, / con caballerías, luego que éstas se dejan, se embarcan como está dicho en balsas, es verdad que a costa de muchos riesgos, cuando el Río crecido, particularmente los 2 primeros días de descenso, porque en ellos se pasan los raudales, y catadupas más peligrosas. Antiguamente se salvaban estos primeros arriesgados pasos, por el camino de herradura, que había desde el propio Temependa por la quebrada de Chuchinga que pasó Mr. de La Condamine, hasta el embarcadero, sitio en que ya es innaccesible el Marañón, para las canoas que suben por él, pero dejaron perder los vecinos el Gobierno de Jaén aquel camino, el cual por esta Comisaría de Límites que actualmente se tiene mandado abrir, para la seguridad de los víveres, con que annualmente se socorre esta expedición de mi mando y esta es la única entrada, por la que se pueden introducir soldados, pertrechos, y demás subsidios siempre que fuere necesario, como propuse, siendo Quartel-Maestre General cuando en Quito el año de 1776 se disponía venir a atacar a los portugueses con la tropa levantada para esta empresa.
Últimamente, el cuarto camino es el más corto, y menos incomodo de todos, y solo lo practican los Lamistas, y Moyobambeños por el comercio que hacen con los indios Mainos, y ninguno otro por salirse por él a los territorios del Perú, a cuyo Virreynato, no están sujetas estas Misiones.
El Gobierno espiritual de ellas, desde su fundación corrió al cargo de los Padres que fueron de la Compañía de Jesús, y para su expulsión entraron clérigos seculares, que ocuparon desde luego este encargo, y en el que permanecieron tres años por haber venido a sustituir a estos últimos los Padres Franciscos de la Provincia de Quito; pero éstos ya fuese por haber sido elegidos por su Prelado entre aquellos que tenían perdido el último Capitulo tan reñido para la elección del Provincial, o ya por no haberse escogido los que por su juicio, virtud, y letras eran más a propósito para el empleo de Misioneros, pusieron en notable decadencia los pueblos que les señalaron para servir. Desertaron muchos, algunos se quedaron voluntariamente en los pueblos que querían, y otros se paseaban a su discreción por la Provincia vagantes sin residencia fija entre sus feligreses, o por un efecto de considerarse los más como desterrados, en pena del espíritu de partido que habían querido sostener, o por una desgracia calamitosa de aquel tiempo, que hizo notable perjuicio al bien espiritual de estos indios.
El año de 1774 se extrajeron todos los religiosos franciscos, y se volvieron a subrrogar los clérigos seculares, con los que desde luego se mejoró de Pastores la Misión; pues entraron en aquella primera remesa idóneos sacerdotes para servirla: continuáronse sucesivamente las remisiones, conforme había necesidad de mandarlos, pero no todos fueron después de las calidades que convenía tuviesen para este Apostólico Ministerio: regularmente los más se presentan a las Sagradas Ordenes, haciendo su petición para recibirlas prometiendo entrar a las Misiones, sin tener vocación alguna llevados de solo el interés de iniciarse en la Santa Carrera del Sacerdocio por hallarse sin patrimonio, y aún muchos sin calidades, y demás requisitos precisos para hacerse dignos de esta alta dignidad, conociendo muy bien que pasados 3 ó 4 años de servicios en la Misión, pueden volver a su Patria revestidos de un carácter al que sin este motivo nunca hubieran podido elevarse, ni ser a el acreedores.
Así se nota que una porción de jóvenes eclesiásticos que vienen a Maynas, desde que han de emprender el viaje, o se les intima la salida, y están discurriendo los medios de eludir su destino, o atemorizados de los riesgos, o lo que es más común, porque a pesar de su promesa, no hicieron formal intención de cumplirla; por esto, unos sin salir de Quito solicitan con los mayores esfuerzos eximirse de la entrada, otros, con cualesquiera especioso pretexto se revuelven del camino, algunos se quedan entretenidos por el Gobierno de Quijos; y no son pocos los que se desertan sin licencia de su Prelado desde los pueblos en que los destinan, pues aunque regularmente están nombrados 22 sacerdotes incluso el Superior, pocas veces está la Misión completa, quedando por estas razones 1 ó 2 pueblos sin Pastor, o encargado de ellos el Párroco más inmediato, con imposibilidad de poder servir 2 ó 3 Reducciones por las largas distancias en que están situadas.
Aun aquellos que permanecen en sus residencias, no deja de haber quienes están con un anhelo e impaciencia indiscreta, porque se pase breve el plazo que tienen prefijado, ya molestando al Vicario General porque los promueva a población más cómoda, ya con instancia al Ilustrísimo Señor Obispo porque les mande su licencia, cuya mala disposición no les hace ver como propio rebaño el que se les ha confiado, dejan deteriorar la población, están con grandes deseos de apartarse de ella, se descuidan, y enteramente desprecian el estudio del idioma de aquellas Naciones que deben educar en nuestra Santa Religión como un trabajo que consideran ocioso respecto al breve tiempo en que esperan salir, y por el fastidio que les causa una tarea que miran por disgusto, y falta de resignación con notable repugnancia.
Bien se deja inferir que éstos no pueden desempeñar con el debido amor, y celo su Ministerio, y que las costumbres han de guardar consonancia con su tibieza, y desazón, como efectivamente me consta de muchos desórdenes dignos de lamentarse, y que en las nuevas plantas de neófitos, y catecumenos producen un escándalo muy perjudicial a la propagación del Evangelio, sin procurarles a éstos tampoco los bienes temporales que debían facilitarles, convirtiendo sus estipendios en lucros propios, comerciando, y extrayendo del País infeliz que habitan cuanto puede servirles de adelantamiento, tal vez instados ellos mismos de la necesidad por tener a su salida con que mantenerse algunos días, como que en su Patria habiéndose ordenado a título de Misiones sin otra congrua substentación ni Capellanías, no les espera comodidad alguna, el tiempo que han de estar en expectación de otro beneficio.
Los 3 ó 4 años determinados, según he oído, por residencia ordinaria de los Misioneros en Maynas, y con cuyo plazo he visto salir muchos es un corto espacio de tiempo para que puedan las Misiones adelantarse en el pasto, y gobierno Espiritual, ni conservarse en el estado antiguo que tenían, pues aún los más celosos saldrán de esta suerte, cuando podrían ser más útiles a sus Feligreses por tener conocimiento de sus vicios y defectos por entenderles el particular idioma, y por estar connaturalizado al temperamento del País. Y así se ha visto que el mayor fruto, y aprovechamiento de estas poblaciones lo ha producido la más demora que tuvieron en Maynas los 21 clérigos que entraron el año de 1774, y de los cuales algunos permanecieron hasta el año próximo pasado de 1784, pues éstos como me consta de ciencia cierta sabían varios idiomas de los pueblos en que se habían conservado, socorrían con los efectos de sus estipendios a los indios, los atendían en sus enfermedades, precavían por la más práctica las borracheras, y demás vicios dominantes, e hicieron algunas donaciones a las Iglesias, que aunque no fueron de mucha entidad, con todo, respecto a sus cortas conveniencias se deben considerar por grandes.
Los antiguos Misioneros hacían sus pláticas regularmente todos los Domingos, y días de fiesta al tiempo de la misa; concurren también todos los del Pueblo los sábados a la misa de Nuestra Señora, y por la tarde al rosario, y letanía. Todos los días del año enseñan en la lengua inca a los párbulos la doctrina, y los miércoles, viernes y domingos a los adultos: estos últimos, cuando tienen perfecta inteligencia de este idioma son los que salen medianamente instruidos, pero los pequeños y mujeres en casi todas las poblaciones permanecen en la mayor ignorancia, por que ni los Misioneros les enseñan en su nativo lenguaje, ni apacible, ni a ellos les queda idea alguna de lo que les explican en inca, repitiendo algunos por solo el sonido lo que se les enseña sin saber el significado de aquellas voces.
No es esto todavía lo mas digno de lástima, sino el que en varios pueblos, ni aún los indios adultos consiguen esta instrucción, en unos, porque sus habitadores ignoran el idioma inca y en otros, porque aunque lo entienden, no lo sabe su propio párroco. No me admiro que muchos sacerdotes aunque se dediquen a estudiar la lengua de sus parroquianos no la aprendan por la grande dificultad que hay de pronunciarla, cuanto la general del inca, que es tan común en la Provincia de Quito, no la sepan, sucediendo por esta ignorancia con que vienen de ella, que entretando la aprenden según su más o menos de habilidad y aplicación, estén sus pueblos como si no tuviesen Pastor, privados de la explicación del Evangelio.
Es cierto que en el Sínodo se examina no sólo la Latinidad y Letras Morales, sino también el idioma inca para dar curatos de indios al eclesiástico que lo pretende, pero sin duda acontece que los examinados llevan sabidas las oraciones, y algunas platicas compuestas en dicho idioma, valiéndose de algunos cuadernillos manuscritos, que se prestan mutuamente, y con esta prevención tocándoles la suerte de que se les pregunte las más veces lo mismo que han estudiado salen canónicamente aprobados. Falta es ésta tan perniciosa, que el derecho y los Concilios los privan, e inhabilitan para ser curas de almas.
Para evitar este defecto tan substancial, no menos que el que vengan varios Misioneros a más de ignorar el idioma inca, como ya se ha visto en algunos, sin la latinidad y letras morales suficientes, y sobre todo sin saber las ceremonias y ritos para la buena administración de los Sacramentos, y perfecto ejercicio de sus deberes, sería muy conveniente que hubiera en Quito un Colegio Seminario destinado para la buena crianza, educación y disciplina de los ordenandos, pues todos entran a las Misiones inmediatamente a su ordenación, y cuando por falta de asistencia no pudiesen muchos jóvenes bien inclinados conservarse en dicho Colegio, señalarles las Iglesias Parroquiales de la ciudad para que asistiendo a las funciones eclesiásticas que hacen los curas, se instruyesen con perfección en el servicio de la Iglesia, y enseñanza que deben dar a los feligreses cuando vengan cura de almas. No es mio este pensamiento: el sexto Concilio General Calcedonense, y modernamente el de Trento, así lo determinan, advirtiendo este último que aunque tengan todos los demás requisitos, si les faltase el de haber ejercitado en alguna iglesia con una frecuente asistencia, no puedan promoverse a recibir los Ordenes Sagrados.
En ninguna viña, más bien que en esta por ser sus plantas aún visoñas, es necesario que el que ha de ser Misionero, sea idóneo por su edad, costumbres, ciencia, prudencia, y demás cualidades oportunas, para ejercitar bien su Ministerio: verificándose la disposición del Concilio, se lograrían buenos operarios, porque ensayados ya, en el respeto y veneración santa con que se debe servir a la Iglesia, a la repetición de algún tiempo se les engendaría un habito saludable, para sembrar sin cizaña, el Evangelio, y coger una abundante cosecha; a más de este seguro efecto, sucedería que muchos que pretenden los sagrados órdenes más por asegurarse de una decente subsistencia, con que puedan pasar la vida cómodamente, y no por vocación, dejarían de hacerlo, por no sujetarse desde luego al servicio de tan largo tiempo, y con las pensiones de una precisa asistencia, así a los ejercicios de la Iglesia, como a las conferencias, que ya sea en el Colegio Seminario, o en las Parroquias se debe tener.
La asignación, o estipendio que tienen los Misioneros, es de 200 pesos, y el Vicario General 333, percibidos en la Caja Real. Creo que Su Majestad tenía asignado al Colegio de los Padres Expulsos de la Compañía 6,000 pesos anuales, para la conservación, y aumento de estas Naciones, y además de esto disfrutaban el Curato de Archidona con este propio objeto. Con esto, y con el auxilio de sus haciendas cedidas por los fieles a beneficio de las propias Misiones, tenían la Procura del pueblo de la Laguna proveída de herramientas, lienzos, y demás efectos necesarios para esta Provincia, lograban adelantar las conquistas, fundar pueblos, y adornar las iglesias: se les daba también a los Misioneros su estipendio íntegro, lo que hoy no sucede, porque rebajándoles en prorrateo, y de mancomún, los costos de bogas, despacheros, conducción de cargas por tierra, que ordinariamente llega a importar a cada uno 25 ó 30 pesos, según el volumen de lo que se les envía a su petición, solo tienen que haber 170 ó 175 pesos en efecto de subido precio. El vino, harina y Santos Oleos viene también para cada uno a su costa cuya rebaja se incluye en dicha prorrata.
No perciben obenciones algunas, ni derechos, pero en recompensa de éstos tienen unos tantos indios de mitayo diario, que salen a pescar y a cazar para el Misionero, además de otros que tienen el mismo destino por semanas, porque la emplean toda en buscar qué comer en beneficio de los Padres, e igualmente cuando éstos son celosos en el de los feligreses pobres, porque después de aprovecharse el suficiente para su subsistencia remedian las necesidades de huérfanos, enfermos, inválidos, y viudas socorriéndolas caritativamente. También tienen indios cocineros, y pongos de servicio que se van alternando por semanas.
Concurren también los días de Doctrina mayor todas las mujeres que tienen chacras, con dos plátanos, o incas, en calidad de Primicia poniendo en la puerta de la iglesia esta ofrenda. Y cuando faltan estos frutos, o raíces para comer al Misionero, van dos Fiscales, a pedir de casa en casa rozas de arroz, caña dulce, plátanos y demás raíces con el nombre de Chacras de Misión, uso introducido desde los primeros operarios, de lo que resulta bastante utilidad, porque los más hacen de sus frutos granjerías, auxiliados no sólo del número excesivo de indios que se nombran de Mitayos, Semaneros, Sacristanes, y Fiscales de Doctrina, sino del servicio personal de todos los del Pueblo, que además de conducirlas sin costo alguno de unos a otros pueblos, les traen la sal de las minas que hay en la Misión, les hacen la Manteca de las Charapas, les salan pescado, y los emplean en fuerza del dominio que ejercen en ellos, por un abuso mal introducido, en cuántas diligencias quieren ocuparlos de su peculiar lucro extrayendo otros frutos por los bosques satisfaciéndoles (los que son más timoratos) el pago por Arancel en efectos de aquellos viajes únicamente a que los envían fuera de las Misiones con cargas de cacao, cera, zarza, gomas y aceite de Copauba, trayendo en retorno, lienzos, tabaco, azúcar y carne salada. Debese exceptuar uno, u otro Misionero, aunque han sido muy raros, que han invertido todos sus estipendios en el socorro de sus feligreses con claros testimonios de su caridad, pero lo común es procurarse con estos arbitrios, y mortificando a los indios, la consecución de aquellos géneros que prometen más utilidad fuera de la Provincia, particularmente la cera, por la que hacen a sus feligreses algunos anticipados repartimientos, que les asegura más que duplicada la ganancia.
Las iglesias ni son decentes, ni menos se conservan con aseo; son, pues, de una construcción despreciable, así por la calidad de los materiales, como porque estos mismos están colocados por los indios que las edifican sin más cultura que la de su rudeza. Sus paredes en unas son de palos o cañas, en otras de un sencillo bajareque, y en muy pocas de tapiales todas cubiertas de hoja de palma, que no tiene más duración que la de 3 años, o cuando más 4 ó 5, si se encuentra una de mejor calidad en tal cual pueblo. Sus muebles, alhajas para adornarlas en las más poblaciones son las flores silvestres que recojen los muchachos y sacristanes, no siendo esto tan sensible, cuanto el que varias iglesias, ni altares, ni tabernáculos tengan, a excepción de una mesa, en que se celebra el Santo Sacrificio con un nicho de madera, o palo de balsa en que está colocado el Santo tutelar. En Pinches, Muniches, Omaguas, Napeanos, Cuchiquina, Camuchiro y Loreto tienen semejantes altares, y aunque en los demás los hay de madera labrada toscamente por los mismos indios no se halla en ellos más dorado, ni pinturas que algunos borrones que les han hecho de diversas tierras que hay en la Provincia. En Xeveros, que es el pueblo que tiene su iglesia con más aseo se encuentran poquísimas piezas de plata; en la Laguna, otras pocas; pero en las demás a excepción de una corona, o diadema de la Imagen, cáliz y patena, no se halla otra cosa.
Los ornamentos, sobre ser pocos, están muy deteriorados, y en los pueblos de la Misión baja, desde Napeanos hasta Loreto me consta que apenas hay 1 ó 2 con que decir misa, sucediendo en alguno de estos que se celebran las de Pasión sin Paramentos morados, y las de requiem sin negros. Camuchiro y Cuchiquina, tienen ningunos, y con la misma escasez y miseria están los demás adornos Sagrados.
En tiempo de los Padres Ex-jesuitas, las iglesias se adornaban con el resto de los 6 ó 7,000 pesos que el Rey les daba anualmente para el fomento de esta Misión, quedando pagados los misioneros, y con parte del producto de los frutos de las haciendas que tenían para esto destinadas.
Esto mismo pudiera verificarse ahora si se destinase un Procurador con el encargo de satisfacer los estipendios y todo el residuo, de aquellos propios 6,000 pesos, se emplease en beneficio de las iglesias, mandando en todos los despacho según instruyera el superior las imágenes, alhajas, y ropas que se necesitan, pudiéndose desde luego remediar la actual escasez, si fuere del Real agrado de Su Majestad con lo que existe en la sacristía del colegio que fue de los Ex-Jesuitas en Quito, en donde creo ha de haber para socorrer enteramente estas Misiones. En las sacristías de ellas no hay llave, ni cerradura en que depositan los Vasos Sagrados, y demás alhajas, careciendo también las puertas de cerradura; por lo que sucede que los cuadrúpedos domésticos se están paseando en los templos.
Los gastos que se impenden en el culto son ningunos. Los indios dan la cera de lo que cojen en el País, y el vino y harina para las celebridades y domingos costea el Misionero. Los Santos Oleos vienen también por cuenta del estipendio. Para las festividades, del Corpus, Nuestra Señora, Patrón y Navidad concurren los Priostes y Mayordomos que llaman Fiesteros, que son en número desde 3 hasta 16, según los pueblos; los primeros con 2 ó 3 libras de cera cada uno, y los segundos con otras tantas. Es cierto que hay ofrenda en cada una de estas festividades como también en el Viernes Santo, Reyes, y finados; en esta última siguen la costumbre antigua de la Iglesia, y ponen (los que quieren) los frutos del País; en las demás que llaman besar el manipulo, fuera de Reyes, que adoran al Niño Dios, y el Viernes Santo a la Santísima Cruz, ofrecen los indios mayores una pasta de cera negra, pequeña cada uno; las mujeres, ollas, cántaros y platos de barro, huevos, raíces, gallinas, etc. En los pueblos donde se saca chambira, un cadejillo sin torcer, y las indiecitas, unos ovillitos de hilo de algodón; en la Misión Alta las esportulas que se hacen en semejantes días son también de cera blanca según la devoción de los indios, llegando la cantidad que se junta a montar algunas libras, siendo esto lo único que contribuyen los fieles, pues en todas las Misiones no hay hermandades, o cofradías, ni fundos destinados con este objeto.
Entre las misiones de Maynas desde el año próximo pasado, se comprehende la nueva establecida en el Río Putumayo que está servida por dos Religiosos Mercedarios del Convento de la Recolección de la ciudad de Quito, varones verdaderamente apostólicos, por su celo, virtud, e instrucción, y por quienes se espera desde luego grande beneficio en la salud espiritual de los gentiles de aquel Río, y particularmente, en los de la Nación Yuri: un capitán de ella en diferentes ocasiones hizo viaje a Maynas pidiendo instantemente a varios Gobernadores de aquella Provincia les dieran sacerdotes para que en su propio terreno predicasen el Evangelio, y los pusiesen en carrera de salvación; su última petición la hizo, cuando yo bajaba con la Expedición de Límites el año de 1781 saliendo a encontrarme para este efecto al pueblo de Pevas: como esperaba que los portugueses cumpliesen con fidelidad lo estipulado en el último Tratado de 1777, y entregasen sin oposición inmediatamente la Costa Septentrional del Marañón, que debían ceder a la Corona de España en virtud del Artículo XI de dicho Tratado, y en que se comprehende la boca del Putumayo le prometí al referido capitán indio gentil, que haría se verificasen sus deseos, luego que posesionado en aquel terreno, pudiese hacer entrar por la boca del expresado Río los Misioneros que deseaba acompañados de algunos soldados que les sirviesen de escolta. Como los Comisarlos de Su Majestad Fidelísima con la misma mala fé que han eludido la entrega de aquella costa, han estado al mismo tiempo sin cesar transmigrando indios gentiles de aquel Río, y del Yapurá para sus pueblos del Marañón, ya fuese porque temió el Capitán de los Yuries, que a los de su Nación los extrajesen con la misma violencia que habían practicado con los de otras, o ya porque sus vivos deseos de ser cristianos fuesen efecto de una especial gracia, sin reparar en las extorsiones que los portugueses podían hacer en sus terrenos, celosos del afecto, y amor a nuestro Augusto Monarca, vino por 2 ocasiones a vista de ellos a este cuartel de la reunión de las partidas de las 2 Coronas a reconvenirme por el cumplimiento de la oferta. Hallábame entonces también imposibilitado de verificarla, porque los mismos Comisarios Portugueses, cautelosamente, situaron un grueso destacamento en la boca del Putumayo, que siempre anteriormente la habían tenido sin custodia, y sólo me quedó el recurso de aviar al mismo Capitán con otros compañeros a Quito, para que allí reiterasen sus instancias, como lo hicieron, emprendiendo aquel largo viaje, así de su perfecta vocación como de su fidelidad a la Corona. De aquella ciudad volvieron después de haber recibido los Sacramentos del Baptismo, Confirmación, Penitencia, y Sagrada Eucaristía, y los regalos, socorros, y atenciones del grande celo, y providentísimo Gobierno del Sr. Don Juan José de Villalengua y Marfil, actual Presidente de aquella Real Audiencia, acompañado de los 2 idóneos Religiosos de Nuestra Señora de la Merced que les sirven de Párrocos, los cuales han tenido que atravesar desde la población de Pevas en el Marañón por un camino trabajosísimo de tierra al Río Putumayo, y por este mismo transito les he mandado los subsidios que me han pedido pero por lo difícil que es esta comunicación, jamás se podrán fomentar estas nuevas Misiones, entretanto que no esté unida, según lo acordado en el Tratado de Límites citado, la Costa Septentrional del Marañón hasta la boca más occidental del Yapurá, a la Corona de España, pues en este caso, será fácil su aumento por la fácil navegación que así a ellas se puede hacer, como a las demás que se logran establecer entonces entre las numerosas Naciones que pueblan por los dilatados referidos pueblos y ríos, Putumayo y Yapurá, formándose de esta suerte un cordón de poblaciones por sus orillas que las una con las Misiones Franciscanas del Obispado de Popayán situadas en donde principian estos mismos Ríos a ser navegables por su cabeceras.
El Gobierno temporal de Maynas lo sirve un Gobernador Militar nombrado por Su Majestad y en esta calidad tiene subordinados a él como Comandante General, los Gobiernos de Quito (Quixos) y Macas. Para que le ayuden a ejercer la Jurisdicción Real en su particular Provincia de Maynas nombra el mismo Gobernador otros Tenientes / a quienes destina algunos pueblos que están más inmediatos, pero con la desgracia que siendo un País en que no hay personas blancas establecidas, se ve en la forzosa necesidad de hacer elección de unos sujetos en quienes no concurren requisitos algunos para estos encargos, y regularmente son de muy mala conducta por cuya razón les coharta, y limita el mismo Gobernador aquellas facultades con que pudieran estar caracterizadas, no sirviendo los más para oirá cosa, sino para dar por escrito aviso de algún acontecimiento, las más veces poco exacto. Es verdad que hay algunos blancos de Borja y Barranca oriundos de los antiguos Conquistadores, y encomenderos // de esta Provincia, pero estos se han envilecido de tal suerte, que son casi todos enteramente inútiles para encargarles el cuidado y policía de los pueblos, pues además de no saber escribir, son por lo regular más viciosos que los indios.
La ciudad de Borja en la que reside la mayor parte de esta especie de blancos tenía antiguamente cabildo, y era la iglesia matriz de 21 anexos en otros tantos pueblos, y encomiendas de los vecinos españoles, pero su deterioro, y menoscabo ha llegado a tal extremo, que en el día esta misma ciudad es aneja del Pueblo de Barranca, y viven sus pocos moradores sin cultura alguna, y con la mayor libertad, gobernados / en primera instancia por un Teniente elegido entre los menos malos por el Gobernador de la Provincia. A excepción de esta población, en todas las demás que son de indios, hay en cada una un cacique con título de Gobernador del pueblo (empleo vitalicio) que tiene el mando de él, y un Cabildo compuesto de Alcaldes, Alguaciles, Regidores que se eligen anualmente por ellos mismos, y por los Capitanes, y demás Oficiales de cada Partido, que son perpetuos, y sirven también de Justicia por Derecho inmemorial desde el tiempo de las reducciones sin que haga en ningún Pueblo renta alguna para su entretenimiento ni propios, o fondos de comunidad.
En Omaguas donde reside el gobernador por el Rey a estas elecciones de año nuevo, y después conforme vienen a darle parte de los nuevos alcaldes y demás electos de las otras poblaciones los va confirmando en sus empleos, y cuando vaca el de Cacique o Gobernador promueve él a su heredero, si lo considera acreedor dándole Despacho de tal, sucediendo lo mismo en las vacantes de los Oficiales de cada Partido, debiéndose a muchos de estos Justicias la conservación de sus pueblos. Por su providad, y entereza gobiernan con bastante juicio y acierto a los de su Nación, de quienes se hacen obedecer; ellos rondan, castigan a los delincuentes que encuentran en sus pesquizas, con cepo, azotes, y componen las diferencias y pequeñas querellas que suceden entre los vecinos. Cuando el delito es de mayor gravedad aseguran al reo, y lo remiten al Gobernador de la Provincia, que substanciado la causa, ante sí, y testigos, condena al agresor y remite a la Real Audiencia de Quito los Autos para la confirmación de la sentencia: todas las demás demandas las determina el mismo Gobernador verbalmente e inflije los castigos que no son capitales, según la entidad de la falta, por que no hay en toda la Provincia actuación alguna. Los indios no saben escribir, no se conoce el Papel sellado, no hay Asesor, ni Letrado alguno, ni escribano, y por consiguiente no se exige derecho alguno por la Administración de Justicia.
El carácter de los indios aún siendo de tantas diferentes Naciones como va dicho, no da tampoco mucho que hacer a los Gobernadores, ni a los Misioneros a excepción de algunos vicios que son más comunes entre ellos. No cometen aquel cúmulo de desórdenes que eran conocidos en los Imperios de los Incas y Motezumas, ni los que practican muchos blancos, y aun hay especie de pecados que, o los ignoran, o los han aprendido de estos últimos. La inverecundia y la embriaguez, son los más dominantes entre estas gentes, y sólo se acuerdan de las ofensas que les han hecho, cuando sus borracheras les incitan a las venganzas, pidiendo con la mayor sumisión y sencillez perdón a los agraviados, con quienes se reconcilian fácilmente luego que se les acaba el efecto de las bebidas. Los plátanos y casi todas las frutas, granos, y raíces con que se mantienen, todo es fermentado materialmente que saben disponer para hacer sus Chichas; y como criados con estos brebages, sin ellos se debilitan porque les llega a faltar su natural alimento, no debe enteramente prohibirseles, y debe sólo el Justicia, o Misiones donde no lo hay procurar la usen cuando estén dulces y suaves, estorbándoles beban aquellas que han llegado ya aún grande grado de fortaleza, por ser sólo en este en que les priva la razón, y en el que más las apetecen. También cometen algunos pequeños hurtos, o más bien ser unas especies de rapiñas que las executen cuando se ven necesitados de algún cuchillo, u otra cualesquiera herramienta, y no en otro caso; siendo por otra parte tan poco ambiciosos ni avaros que saben partir lo que tienen con sus compañeros con desinteresada liberalidad.
Entre los indios infieles que habitan por los pueblos y sus cercanías no se halla vestigio alguno de idolatría formal, ni material, ni menos se conoce esta infame adoración entre las diferentes Naciones que están situadas por las quebradas, y ríos que desaguan en el Marañón, y abrazan un espacio dilatadísimo, por esta parte de la América Meridional: sin observar ritos algunos, ceremonias, ni culto de religión, y viven entre los bosques dirigidos a la voluntad de sus Principales, siendo los preceptos de su bárbara Jurisprudencia en cada parcialidad diferente, según la especie de Gobierno Político que han impuesto sus jefes; como unos infieles negativos sin conocida creencia, ofuscadas las luces intelectuales de sus almas por sus vicios, y por la ignorancia en que existen de la verdadera religión, están con más disposición por este motivo que las naciones idólatras y por no prácticar el uso de la poligamia para recibir la instrucción cristiana, y ponerlos en el gremio de nuestra Santa Iglesia, siendo bien doloroso no se cultiven estas bellas plantas que prometen sazonados frutos.
Sus errores no pasan de ciertas supersticiones, las cuales han conservado los mismos indios cristianos del tiempo de su gentilidad, u han adoptado después por la comunicación con otros todavía no reducidos, y estas son las que dan el mayor ejercicio a los Misioneros celosos, no siendo de extrañar las observen los naturales, cuando los pocos blancos hijos del País, y tal cual de Quito, que se ha avecindado después les confirman con su más pecaminosa credulidad en las mismas patrañas supersticiosas. Pero es digno de advertirse que algunas operaciones que hacen, ya para alivio de sus males, y precaverse de otros a que están sujetos, ya por evitar que el fuego nutritivo de un volumen o aumento disforme a ciertas partes del cuerpo en el sexo femenino para el mejor de su parecer adorno, y otras prácticas semejantes a estas, cuyo conocimiento han adquirido por la tradición de una remota antiguedad, verificándoles la experiencia cada día la virtud eficacia, y efectos de los simples que apliquen, las han graduado por vanas creencias algunos misioneros que no han tenido la más pequeña inteligencia de la Física, de que se infiere ser necesario pongan éstos en el examen de estas propias operaciones el mayor cuidado y estudio para sin privarles de algunos remedios, y usos que les son útiles, sepan distinguirles, lo que es en sí verdaderamente malo, por no tener conexión alguna con las obras de la naturaleza.
Tal es el llevar consigo como lo acostumbran los hombres en la pretina del calzón, y las mujeres en la pampanilla la planta de una hoja menuda llamada Guayanchi para hacerse amar, y con la que se untan también por el propio impudio objeto, como asimismo con el zumo de otra planta que llaman Piripiri untándose con ella los brazos y boca y sus instrumentos de cazar y pescar, persuadidos que así han de tener más acierto. Distinguen tantas especies de Piripiri como son los diferentes usos a que los aplican, de suerte que es este un nombre genérico de aquellos vegetables, que consideran les sirven para lograr sus varios deseos. Creen que arrojándolos al aire después de mascado pueden hacer con él uso de unos mal, y con otros bien a aquellos que no tienen contacto físico con ellos; que ha de formarse una tempestad; que han de lograr su sementeras; que no las de inundar el Río, y así de otras varias persuasiones que la casualidad no prevenida alguna vez los confirma en su error, y les hace persuadir que obra dicho Piripiri irremisiblemente.
Para curarse de sus enfermedades llaman al Hechicero cuya denominación dan a todo aquel que sabe aplicar medicamentos; y en este concepto tienen por su imbelicidad, hasta el cirujano de la Partida de expedición de mi mando cuando han sido curados por él. Con todo hay entre los indios algunos curadores en que sobresaliendo la malicia, les hacen creer que sienten el dolor que el enfermo padecía, cuando para extraerle el accidente les chupan la parte dolorida después de perfumada con tabaco, aparentado para comprobarlo, varios movimientos y visages, tan fingidos como extraordinarios. Verdaderamente no hay hechiceros, ni aún el General de los Indios podrá definir lo que comprende por este significado, y sólo por ser en el pueblo regalados, por tener aceptación, y conciliarle el respeto, o lo que es más común por satisfacer sus inhonestos deseos, es porque se fingen algunos serlo, ejecutando sus acciones sin algún pacto diabólico, y con perfecto conocimiento de que engañan. No sucede esto cuando aplican algunos venenos que quitan la vida en un año poco mas o menos insensiblemente, y quieren con hierbas hacer abortar algunas mujeres, o por el contrario que se haga fecunda; pues entonces propinan las drogas de que saben bien sus poderosas virtudes, y que rara vez dejan de producir los efectos que se prometen.
Estos países no son tan sangrientos como lo suponen. Cuando ingresa alguna epidemia de los vecinos es cuando hay estrago en ellos. Tabardillos, y otros males de síntomas violentos son raros. Las enfermedades regulares que oprimen a estas gentes, son las calenturas intermitentes, y empachos. De éste les viene fiebre, sucediendo que uno y otro les infunda inedia. Los naturales son tan indolentes, que al enfermo le dan un poquito de pexe, ú otro alimento sin instarle lo coma. El como tiene tedio al alimento no lo toma, ni hay quién le suplique a que esforzándose venza a la inedia. De esto se sigue, que una tan rigurosa dieta si es bien robusta sane, pues apenas tomaran en todo el día unas pocas onzas de un género de masa roja de Yuca, o majoto chirle; o que de flaqueza mueren, siendo las más de las muertes por esta última causa, que por la eficacia del mal. Con que si el misionero fuera caritativo que de lo que le sobra en su cocina, o mesa repartiera é instara al enfermo que se alimente e instara a los parientes más cercanos lo hagan comer, pocos fueran, respecto a los que en la presente fallecen. No para aquí. Afirmo que los más mueren de necesidad. Si el enfermo no tiene mujer, hijos grandes, o padres, los cuales sólo por no ser notados (tal es su indolencia) se hacen los que cuidan al paciente mueren sin duda; pues enfermar, y abandonarlo es todo uno, y por consiguiente por falta de alimento, respecto a no poderlo ir a buscar, expira. Mientras el cadáver se mantiene en el aretro fingen los más inmediatos parientes sentimientos. Pero al instante que los sepultan se olvidan de él, como si tal individuo hubiese habitado entre ellos. Me parece imposible que en todo el Globo Terráqueo haya gente de más frágil memoria. Ni un punto conservan en ella ni el bien, ni el mal. Tan presto se olvidan de uno, como de otro excepto aquellos que con el continuo roce con nosotros tal cual civilizando se van conociendo el beneficio y agravio.
Los más que han descrito las costumbres de los indios han querido darlos a conocer por sus vicios, y no por las virtudes, llevados de una preocupación de desprecio con que les han hecho injusticia: como se nota en ellos defectos que los caracterizan brutales también propiedades dignas de estimación cuanto nos producen utilidad. Los de Maynas son nimiamente sencillos, cándidos, o con muy poca malicia, de bella índole, de buenas inclinaciones, y de la mayor frugalidad: son bastante humildes, obedientes, y leales, constantes en las calamidades, sufridos en la miseria, y de una extraordinaria fortaleza para tolerar con resignación toda especie de trabajos, pero demasiadamente embusteros, lo que les viene de no conocer el honor, y nada reconocidos a los beneficios. Entierran a los difuntos con toda la ropa de uso que tuvo, y algunos entran en la sepultura también sus bienes. Queman la casa en que habitaba; rompen ollas, tiesto, y demás utensilios con el objeto de no tener presente memoria alguna del finado, siendo cosa que debe irritar la risa, pues no es preciso lo que ejecutan, respecto que acaban de enterrar al cuerpo y olvidarse de él, aún los parientes más inmediatos, es todo uno. El duelo es de ambos sexos; cortanse el pelo hasta cierta altura. En la Nación Iquito es celebérrimo. Rodean al difunto todos los parientes, y demás asistentes, y cuanto dura el cuerpo insepulto se mantienen arrancando lágrimas forzadas no pudiéndose tener la carcajada al ver, principalmente a los viejos, los gestos que hacen por exprimirlas. Limpiándolas con la parte exterior de las manos, las que inmediatamente van a rozarse con la tierra, y subiéndolas prontamente, tornan a limpiarse los ojos, con cuyo ejercicio hace la tierra cierta custratura en el círculo del ojo que los pone disformes, y dignos de irrisión, siendo esta la gala, cuyas / anteojeras no se las lavan hasta pasados algunos días. Es poco menos célebre el duelo de la Nación Chamicura. Como los Iquitos rodean al finado. El indio, o india de más circunspección lo toma en brazos si es infante, o adulto no pesado. Suspende el cuerpo, y da un gentil grito, al que responden todos los circunstantes, haciéndo una melodía desagradabilísima como se puede considerar de tantos, y tan diferentes de los principios sin consonancia, lo que hace que la membrana del oído corrugándose, y extendiéndose sin método por las vibraciones de aire tumultuante fatigue aquel sentido. Dura esta función también todo el tiempo que existe el cuerpo insepulto, haciendo aquellas ceremonias por no poderlo suspender con los brazos, y piernas del adulto.
Hubieran sido más creídos algunos escritores, si en lugar de dudar si eran hombres, por los defectos que supusieron en sus entendimientos, cuyo error tuvo que condenar un concilio mexicano en consecuencia de la Bula de la Santidad de Paulo III expedida en 2 de junio de 1537 en que los declaró verdaderos racionales, los hubieran considerado como bestias, reflexionando su grande sufrimiento, y la serenidad con que hacen frente a los mayores desdichas, no porque sean insensibles, sino por que son fuertes. Los viajes a la expedición de Límites en que me han acompañado, me han dado motivo para admirar su constancia, al mismo tiempo, que me han excitado a compasión. Una continuada navegación de 5 meses y medio con el remo en la mano, sin descansar desde antes de rayar el día, hasta las 8, o 9 de la noche, expuestos sin alguna cubierta a los ardientes rayos del Sol, o los repetidos aguaceros, venciendo muchas veces arrojados al agua las rápidas corrientes, y raudales de los ríos para salvar las canoas, y siempre con semblante alegre, y risueño, sin prorrumpir la más pequeña murmuración, sólo la hubiera sufrido esta especie de gente. Aunque no estaban ejercitados en el manejo de unas canoas de cubierta para ellos extrañas, llevaban siempre la mía delante bogando emulados de los portugueses que de su uso tienen una anticuada práctica y sin ella se presentaban los primeros con la mayor intrepidez a los peligros; su descanso las pocas horas de la noche en los bosques era la tierra mojada, y en las playas, un hoyo en que se sepultaban en la arena para librarse de los aguijones de los mosquitos, su alimento una corta ración de harina de Yucas, que por la escasez no pasaba de una libra y media, y en más de 2 meses porque esta se acabó, sólo les servían de sustento las frutas, y raíces silvestres, que se encontraban, y hacía recojer, y su alivio y consolación un vasito de aguardiente, y un pedazo de tabaco tal cual vez, que les convidaba, lo que recibían por finezas, sin conocer todavía, que era muy poca dádiva respecto a su inmenso trabajo.
Tal es la vida que tuvieron en esta expedición, semejante a la que observan en sus demás caminatas y peregrinaciones, por lo que con ellos se pueden emprender acciones para las que no tendrían resistencia los europeos, ni aún los negros africanos; pero no es esto lo que les debe hacer más acreedores a nuestro aprecio. La facilidad de gobernarlos es aún más admirable, ni en las marchas ni en los cuarteles por los dominios de Portugal se vieron en los indios tantos excesos y desórdenes como en los pocos soldados blancos de escolta, no llegando estos a 25, y siendo aquellos 250 rara vez a los unos tenía que reprender, cuando los otros me obligaban repetidamente a aplicarlos proporcionados castigos a sus delitos para contenerlos, y esto mismo sucedía en los pueblos de Maynas, como lo experimenté el tiempo que allí estuve, pues los indios no daban tanto ejercicio a la Jurisdicción Real, como los pocos blancos, viéndose en muchos de los primeros más fervor para los actos de nuestra sacrosanta religión que en los segundos.
Distinguen por ociosos y holgazanes a los indios en los pueblos aquellos Tenientes blancos o soldados más poltrones que ellos, que los mandan a las faenas del servicio sin querer tomarse siquiera la mortificación de estar al pie del trabajo para autorizarlo inspeccionándolo después con el mayor rigor y aspereza. Cuando aquellos naturales ven a quienes los gobiernan activos y celosos, y que tratándolos con dulzura y buen modo, no se excusan a tener alguna parte en las ocupaciones, son capaces de ejecutar las más rudas y continuadas fatigas. Para el alivio de sus casas, así los hombres como las mujeres trabajan las rozas, que les son precisas, talando los bosques que eligen por más propios, para que después de quemados, sus cenizas fecundicen los granos, y raíces que siembran en aquellas nuevas tierras, no teniendo estas en propiedad, o repartimiento por los campos dilatados llenos de arboledas, y el corto vecindario de las poblaciones les da bastante terreno, y permite que pueda extenderse cada uno a su arbritrio. Después de emplear aquel tiempo que consideran necesario y propio para estas labores, se ocupan lo restante del año, los hombres en la diaria pesca y cacería que llevan a su familia y las mujeres en tejer sus ropas, y demás entretenimientos ordinarios de una casa.
En unos pueblos, sus armas belicosas son el arco y la flecha, y en otros esta misma proyectada por la estólica, y en todas regularmente la lanza de chonta, y otros palos de mucha resistencia. Usan también de macanas, gruesos bastones esquinados de fuerte madera, redondo por la parte de la empuñadura para poderlos manejar. La pesca la hacen de varios modos, con anzuelos más o menos grandes, según la calidad de pescados que quieren coger con agudas puyas de fierro que encaban en unas astas por su cubo redondo las que enclaban en los cascos de las Charapas, y así las aseguran; con arportes de varios tamaños para las bocas marinas, y otros cetáceos, y animales anfibios de extraordinaria grandeza de que abundan los ríos, y con barbasco, raíces, y bejucos que emborrachan al pexe de la quebradas, y lagunas, logrando con esta última especie de pesca, proveerse abundantemente en pocas horas de entretenimiento todo el vecindario de una población. 
Para sus monterías y caza, aunque algunas veces las hacen con la flecha y dardo, lo más común que se usa en toda la provincia es la bodoguera, o cerbatana, por cuyo largo cañón despiden con bastante alcance los virotes (varita muy delgada puntiaguda) llevando en el parte más gruesa un poco de algodón para fijar la dirección, y envenenando el otro extremo que remata inmediatamente el ave o cuadrúpedo a quien la dispararon. Pólvora sorda, que asegura los tiros sin espantar los demás animales que están inmediatos y los que sucesivamente van siendo objeto, y víctima de la destreza de estos cazadores.
No son menos diestros, e industriosos para hacer los instrumentos, así de guerra, como preciosos para buscar el sustento: con una hacha un machete, y un cuclillo hacen cuanto necesitan, y a veces dejan admirados a los europeos de sus obras fabricadas sin todo aquel aparato de herramientas que tienen los artesanos. A sus canoas, remos, arcos, flechas, arpones, estólicas, cerbatanas, etc. les dan la forma con los referidos tres fierros, y los pulen, y perfeccionan con algún pedazo de vidrio que les es de mucho socorro si llega a sus manos por casualidad, o con arena que sólo la paciencia de ellos pudiera lograr después de mucho tiempo y afán la conclusión de las obras, supliendo su empeño y trabajo la falta de otros auxilios.
Para conseguir estas cortas herramientas que llevo referido, algún lienzo de algodón, espejo, agujas, azulejos, u otras bujerías con las que se consideran ricos, extraen de los bosques cera, cacao, aceite de copauba; y de María, sangre de drago, zarza-parrilla, vainilla y varias gomas, y resinas apreciadas en las boticas que venden a algunos pocos blancos tratantes, pero lo más es para satisfacer al Gobernador y Misioneros, quienes les reparten efectos, recompensándose estos la dilación de la paga con las dobles, o triples ganancias que aseguran. Pocas veces logran estos infelices lo que les hace falta en / premio de su servicio personal, siempre suelen lograrlo a costa de pagarlo en permuta de efectos por subido precio.
También con algunas facturas del país comercian estos pueblos de Misiones entre sí, y entretienen un pequeño tráfico cuyo mayor lucro redunda en aquellos blancos que extraen fuera de la provincia las producciones de ella. En el Marañón bajo los Pevas, Ticunas, y Camucheros fabrican el veneno que es la munición con que buscan por los montes la carne, y de aquel partido se derrama y extiende por todos los demás, y aun a otros Gobiernos distantes. Por el Río Napo hacen hamacas que son apreciables en todas las poblaciones del Marañón, en Urarinas tejen con unos hilos que sacan de las palmas Cachiguango las telas que tienen este nombre con que los indios de aquellas inmediaciones se visten, y venden aquellas sobrantes a otras naciones, siendo agunas tan buenas, particularmente cuando les ponen la trama de algodón, que toda persona de buen gusto puede lisongearse de llevar un vestido de palma bastante fino. En los pueblos de la Misión alta, por la abundancia de varias plumas, hacen cosidas en lienzo, y enceradas algunas delicadas obras como frontales, quitasoles, colchas, y sombreros, por lo raras, extrañas, dignas de mucha estimación, hermosas por la diversidad y viveza de los colores y de poca utilidad para los indios porque no conocen todo el mérito de ellas; cuando tienen quien los dirige en el dibujo y modo de matizar las labores salen de especial gusto, y dignas de colocarse en un Gabinete. Las indias tejen también, pero sin más telar que un par de palos por todos los pueblos de la Misión las mantas de su uso y ropas de sus maridos con hilos fuertes y delgados de algodón, que duplicando la trama y el estambre, a lo que llaman paños de macana por lo mucho que las comapactan con la vara lanzadera de este nombre, quedan muy suaves y de bastante duración. Estas pequeñas piezas de 2, 3, ó 4 varas, o las pintan después de hechas, o las hacen a listas de diferentes colores, o forman en el tejido en blanco varias labores. Del mismo modo en todos los pueblos hacen las mujeres las botijas, tinajas, cántaros y demás loza que han de menester para el uso de su casa las que embarnizan con resinas y pintan, como también las cuyas, totamas, o mates con aquellas mismas tierras, hierbas y frutas, que les sirven para ponerse en los días festivos, con estudiada prolijidad, a su modo galanas y en la realidad monstruosamente feas. La necesidad creo les enseñaría este uso, que la práctica y costumbre les hizo después conceptuarlo por preciso adorno, pues es cierto que bañadas las caras y demás partes descubiertas del cuerpo de aquellos colores como lo hacen para asistir a sus rozas así hombres como mujeres, les liberta del mayor ardor de los rayos del Sol, les conserva la piel limpia, y se libran de las picadas de los muchos mosquitos, tábanos, y moscas que les estorbarían el ejercicio de sus labranzas.
Últimamente unos pueblos trafican con pescados salados que tienen dispendio en aquellos que son más escasos, y con mantecas de charapas que se saca en las bolteaduras de estos anfibios cuando salen en la estación de la ovación a las playas: en otros con chambira suelta, o torcida en sogas de algodón, y lino es en forma de red para guardar sus utensilios, en algunos con pastas, frutas de un árbol que encendidas tiene en su misma materia el Pavilo, y la cera con que se alumbran es un poderoso astringente. En Xeveros fabrican petacas de bejuco, y hojas que conservan los muebles en los viajes. En Borja cosechan tabaco, aunque no le saben dar aquel beneficio de que es subsceptible por la buena calidad de terreno para que tuviera más valor: por Yurimaguas y Muniches extraen del cerro de la Sal que está en el Río de Cachiyacu, y sigue hasta las orillas del Luallaga donde también, y con más abundancia la extraen toda la que se consume por las misiones, y no hay nación alguna de las establecidas en la poblaciones que no tengan su ramo / peculiar que le es propia, y a la que con particularidad se dedican.
Más harían los indios de Maynas si hubieran tenido maestros que les hubiesen enseñado útiles ocupaciones pudiendo decirse que los pocos conocimientos que han adquirido, los han merecido a su experiencia, pues después de tantos años de conquista se ha descuidado mucho su policía, y cultura. Aunque yo no permanecí en aquella provincia más de 9 meses, en que estuve apurando los preparativos para las Demarcaciones a que se me había por Su Majestad destinado, desde luego que entré al Gobierno conocí eran capaces los indios de dar más utilidad sabiéndolos dirigir que la que hasta entonces otros se prometían de ellos, inmediatamente licencié los serradores, hacheros, calafates y oficiales de herrero, que extraídos de la maestranza de Guayaquil en el mar del Sur, se habían con mucho costo de la Real Hacienda entretenido, lo mismo hice con los oficiales y maestro de carpintería después que concluyeron los 3 botes que tenían en astilleros los que me sirvieron con otras canoas del país, y balsas para empezar mi comisión, pero aquellos 3 propios botes, los hicieron tan pesados, que era imposible manejarlos contra la corriente, y de tan malas maderas que al año quedaron enteramente inútiles, por haber despreciado las advertencias reiteradas de los indios, con los cuales hallándome ya sin embarcaciones se hicieron en mayor número otras, y de más manejo, duración y utilidad, en cuyo ejercicio se han entretenido, con notables ahorros por el espacio de 5 años, pues en lugar de 8, 12, y 16 reales diarios que ganaban los de la Maestranza de Guayaquil, éstos se han contentado con 12 ó 16 reales de salario al mes, y han adquirido en los oficios que han trabajado, una práctica con la cual volverán a su Patria acabada la Expedición, y que será ventajosa así para la provincia de Maynas, como para las urgencias subsecuentes del Estado.
En tiempo de los Regulares Expulsos procuraron que algunos aprendiesen los oficios de herreros, carpinteros y tejedores, dedicaron otros a que se adiestrasen en la práctica de la música, y tenían cuidado de que en los más pueblos hubiese un pequeño almacén de herramientas, y otros utensilios, pero desde entonces acá han ido a menos aquellos pocos adelantamientos que había adquirido la provincia. Los artífices los más han muerto, y los pocos que han quedado de ellos son muy viejos, los telares se han perdido, y las fraguas, herramientas grandes, calderas de cobre, y otros muebles que dejaron en las casas de sus residencias, o se han inutilizado, o desparecido no sin poca culpa de muchos posteriores Misioneros, que en lugar del aumento de sus pueblos, parece hicieron estudio unos por indolencia, y otros sin estorbar las deserciones, y apostasías de que se destruyesen para cohonestar su apetecida retirada, hallándose sin feligreses a quienes socorren con el Pasto Espiritual. Del mismo modo no se ven por la Misión, aquellas librerías que ahora menos de 20 años dejaron los propios ex-jesuitas en cada convento para entretenimiento, alivio, y enseñanza de los Misioneros; los pocos que existen como he visto en algunos pueblos están arrojados por el suelo, o a la merced de los ratones e insectos en algún cajón sin tapa, descuadernados, destruidos y mezclados confusamente las pocas hojas que han quedado de cada libro, con los de los demás. No sólo no han tenido amor a la lectura, a la ocupación del estudio, y a la necesidad de repasar las obligaciones, é instrucción de su Ministerio, sino que hasta su desidia y abandono, no les ha inspirado ni permitido el corto trabajo de limpiarlos, y tenerlos con aseo.
Fuente: Descripción de Francisco de Requena y Herrera del Gobierno de Maynas y misiones en él establecidas, en que se satisface a las preguntas que se hacen en la Real Orden del 31 de enero de 1784.

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