Instituciones totales: Sendero, Fuerzas Armadas y Universidad
¿Puede la autobiografía de un hombre mostrar la complejidad de la violencia que asoló a nuestro país en las últimas décadas? El testimonio de una persona que militó en Sendero Luminoso, combatió en las Fuerzas Armadas, se unió al sacerdocio y luego fue profesor universitario, es plasmado en el libro Memorias de un soldado desconocido: autobiografía y antropología de la violencia, la más reciente publicación del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) y la Universidad Iberoamericana de México.
El texto, de carácter autobiográfico, narra las experiencias de vida de su autor, el antropólogo ayacuchano Lurgio Gavilán, quien a principios de los ochenta, cuando tenía 12 años, se unió voluntariamente a Sendero Luminoso como niño-soldado y, posteriormente, tras ser capturado por el Ejército peruano (su captor le perdonó la vida), se enroló en sus filas para combatir, esta vez, a la organización terrorista, sindicada como la principal responsable de la ola de violencia que cobró cerca de 70 mil víctimas, según la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
En los recintos castrenses, Lurgio encontraría oportunidades para incorporarse a la escuela y terminar sus estudios. Sin embargo, años después, su vida daría un nuevo giro: de soldado raso del cuartel Los Cabitos, en Ayacucho, pasó a ser aspirante a sacerdote en el convento franciscano de la Alameda de los Descalzos, en Lima.
Luego de unos años, abandonó la carrera sacerdotal y terminó estudiando Antropología en la Universidad San Cristóbal de Humanga, donde tras destacar como alumno fue nombrado profesor auxiliar. Tiempo después ganaría una de las becas que ofrece la Fundación Ford a través del IEP, la cual lo llevaría a México, país donde actualmente cursa un posgrado en la Universidad Iberoamericana.
La publicación se divide en cuatro partes. Cada una describe su paso por las tres “instituciones totales” del Perú y la vuelta al lugar donde empezó todo, mientras busca el camino a la reconciliación consigo mismo.
El texto también ofrece un prólogo inédito de Carlos Iván Degregori, reconocido antropólogo e investigador de nuestro Instituto, el cual fue escrito poco antes de su sensible fallecimiento. Asimismo, incluye un ensayo de investigación sobre la narración del autor, elaborado por el antropólogo mexicano Yerko Castro Neira, su director de tesis en la universidad mexicana.
Lurgio Gavilán
Por Jacqueline Fowks
El antropólogo peruano Lurgio Gavilán, de 39 años, presentó en México su autobiografía, Memorias de un soldado desconocido: autobiografía y antropología de la violencia, una historia que comenzó a escribir en 1996 y que se ha demorado en publicar en su país por las sensibilidades contrapuestas en torno al conflicto armado que enfrentó al Ejército con el grupo terrorista Sendero Luminoso entre 1980 y 2000.
El autor nació en una comunidad campesina de Ayacucho, departamento de la sierra sur donde surgió Sendero Luminoso en 1980. Esta región concentra las mayores secuelas de la violencia. En la actualidad, Gavilán realiza un doctorado en Antropología en la Universidad Iberoamericana de México, becado por la Fundación Ford. Uno de los antropólogos peruanos más prominentes —y que investigó la violencia de Sendero Luminoso—, Carlos Iván Degregori, leyó el borrador inicial de su libro y recomendó su publicación. Cuando éste falleció en 2011, la edición peruana quedó en suspenso. En México ha habido gran interés por esta historia, explica el autor, quien ha vivido más de la mitad de su vida en tres espacios clave de la historia contemporánea de su país: Sendero Luminoso, el Ejército y la Iglesia Católica.
El autor ha cambiado el nombre de su comunidad y de algunas personas
Siendo niño, en 1983, entró en Sendero Luminoso, tras los pasos de su hermano mayor; dos años después, fue el único superviviente tras un combate con el Ejército: “Me perdonaron la vida porque era un niño, escuálido, desnutrido”, relató en una entrevista por Skype con EL PAÍS. Estos hechos ocurrieron durante el Gobierno de Fernando Belaúnde, el período más mortífero a causa del conflicto, según el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Los militares lo llevaron a un cuartel: detenido primero, acogido, después; al cumplir la mayoría de edad hizo el servicio militar y se “reenganchó” dos años hasta convertirse en sargento. Entonces combatió desde el otro flanco: “Antes buscaba militares, luego buscaba a Sendero Luminoso”.
A la pregunta de si fue difícil adaptarse al cambio, responde: “Poco a poco comenzó a educarme el Ejército, por eso me gustó. Lo he tomado como parte de mi vida, nunca sentí que fuera tan difícil. No me obligaron a entrar en Sendero Luminoso. Caí prisionero en el Ejército y me quedé. Siempre he vivido con mucho gusto, tal vez los quechuas, los campesinos, vivimos de esa manera. En ese momento era tan natural, y un poco mejor, porque cuando llegué al Ejército, eran pobres pero había una taza de quáker (avena), había ropa, en el fondo estaba agradecido”, explica con voz sosegada.
Mientras realizaba patrullas, unas religiosas que los acompañaban llevando la comunión a las comunidades, lo animaron a ser sacerdote “para hacer el bien”. Dejó el Ejército y se formó como fraile franciscano: “No me hicieron preguntas sobre dónde había estado antes”, comentó. Estudió en el instituto de los franciscanos en Lima y pasó un año en el convento de su orden en Puerto Ocopa (Junín, selva central), una zona en la que Sendero Luminoso diezmó a la etnia asháninka. “En el convento teníamos muchos momentos de silencio. Entre 1996 y 1998 empecé a escribir mi historia de vida para mí, por sugerencia de una tutora”, refiere.
La obra no se ha publicado aún en Perú por la sensibilidad ante el conflicto
Cuatro años después de iniciado este nuevo camino, y habiendo aceptado ya los hábitos de fraile, abandonó. “Es un poco difícil de contar, tuve problemas familiares, terminé criando a mi hijo”. En el año 2000 empezó a estudiar Antropología en la Universidad San Cristóbal de Huamanga, en Ayacucho. Después ganó un concurso para ser profesor, y allí enseñó durante dos años. Gavilán cuenta que sus exalumnos le preguntan cuándo va a dictar clases de nuevo, “pero no conocen esta historia”. “Uno de mis miedos es que me estigmaticen como Sendero Luminoso. Mis familiares no conocen mucho de esto, con mi hijo hablé poco, pero ya salió el libro”.
Una de las precauciones que ha tomado el autor ha sido cambiar el nombre de su comunidad y de algunas personas, dado que referirse a los actores del conflicto en Perú es delicado, no solo por las dificultades de diálogo sobre el tema, sino por la imputación fácil de “terrorista” a quien no lo es.
Perú vive las disputas de la memoria histórica acerca de la violencia de Sendero Luminoso y del Estado entre 1980 y 2000, pero además, un remanente del grupo terrorista fundado por Abimael Guzmán, en asociación con el narcotráfico, sigue provocando muertes en una zona de la sierra sur. Por otro lado, expresos de Sendero hacen propaganda y reclaman la amnistía de Guzmán a través de un grupo que quisieron inscribir como partido político, el Movimiento por la Amnistía y Derechos Fundamentales (MOVADEF).
“Este libro no defiende a Sendero Luminoso, no defiende al Ejército, no defiende al convento, es un poco imparcial. No sé cómo lo interpretarán en el Perú, pero en México ha caído muy bien, les causa curiosidad que haya sobrevivido a ese tipo de guerra, y preguntan cómo es posible que un quechua venga a estudiar acá”, agrega. Gavilán cuenta que uno de los líderes del movimiento político prosenderista MOVADEF, Alfredo Crespo, dio una conferencia en una institución académica de México donde él acude a un curso. “Hablaba como fanático, pedía la liberación de Guzmán. Muchas personas hicieron preguntas”. Él tenía su versión: “Conté que una vez en Aranguay, Sendero Luminoso ató una soga al cuello de una campesina, la arrastraron hasta la plaza de armas, llegó muerta. Dicen que luchan por los más pobres ¿y los atan hasta matarlos?. Ni los animales se comportan así con sus semejantes”.
Gavilán hizo su tesis de maestría sobre las formas en que la comunidad de Aranguay (Ayacucho) ha intentado recuperar su salud física y mental después de las secuelas del conflicto.
Fuente: Instituto de Estudios Peruanos, Diario El País.
Memorias de un soldado desconocido
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