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Cine y Espiritualidad

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La duda

La duda
La película se desarrolla en los años sesenta del siglo pasado, en una escuela en el Bronx neoyorquino, regentada por unas religiosas dirigidas por la hermana Aloysius, una mujer severa, a la que temen todos los chicos, e incluso sus compañeras de congregación, a las que trata de encauzar por la ortodoxia más rigurosa. La hermana James sabe que ella es joven y algo inexperta, pero no puede desaprobar tanto rigor, aunque querría estar más cerca de los alumnos. Por ello simpatiza con el capellán del colegio, el padre Flynn, que sabe congeniar con los muchachos, y ofrece homilías diferentes, que dan que pensar. En cambio, la hermana Aloysius desaprueba esa tendencia a contemporizar de Flynn, cuando una serie de extraños indicios apuntan a que podría haber abusado de Donald, un chico negro que no acaba de adaptarse.
La trama se inspira en los tristes escándalos de abusos sexuales de parte del clero católico en Estados Unidos, sacados a la luz en los últimos años. Alrededor de conceptos tan potentes como la duda, la presunción de inocencia, la inhibición a la hora de actuar, el miedo al escándalo, la rectitud de intención ante las propias acciones. Lo que permite el lucimiento de Meryl Streep, Philip Seymour Hoffman, Amy Adams y Viola Davis.
Yendo al meollo argumental, hay que decir que el cineasta sabe montar bien el mecanismo de dudas e intercambios verbales entre los personajes, y juega bien con el deseo de conocer la verdad del espectador, artificio que logra mantener el interés. El riesgo es que este espectador desea que le satisfagan las dudas creadas, y en este sentido la resolución puede desconcertar, aunque se intente explicar por una coherencia exigida por el tema central de la duda. El director subraya la imposibilidad de conocer lo que hay dentro del corazón de cada persona, allí sólo tienen acceso Dios y esa misma persona.
Late la vieja cuestión del sacerdocio femenino y la posición de inferioridad de la mujer en la Iglesia; y que algunos interpretan como síntoma de una organización patriarcal. Es significativo el momento en que el padre Flynn ocupa la silla de la hermana Aloysius en su mismo despacho, como subrayando su posición superior. La cuestión de la posición de la mujer en la sociedad también está bien presente en la terrible escena que comparten la hermana Aloysius y la madre del chico, donde sale a la luz la violencia doméstica. La película viene a demostrar que las mujeres mandan, de otra forma. En definitiva, lo que importa es la superioridad moral y no la del cargo, en el fondo unos y otras están para servir a todos los fieles.
Francois HoutartFrançois Houtart
Ha confesado haber abusado de un menor hace cuarenta años y ha pedido que se suspenda la campaña en favor de su candidatura al premio Nobel de la Paz 2011.
Houtart, de 85 años, ha reconocido los hechos en las páginas del diario “Le Soir” después de una denuncia anónima ante la comisión que estudia los casos de pederastia en la Iglesia belga. En ella, sin dar nombres, se señalaba a un sacerdote de la región de Lieja que en los años 70 habría abusado de un niño en dos ocasiones.
Según “Le Soir”, el denunciante es un primo de Houtart y la víctima su hermano, otro primo del religioso que entonces tenía 8 años de edad. En declaraciones al periódico, Houtart ha admitido haber “tocado las partes íntimas” del menor en dos ocasiones, algo que ha calificado como “irreflexivo e irresponsable”.
Según ha asegurado, entonces propuso a los padres de la víctima renunciar al sacerdocio y asumir las consecuencias de sus actos, pero ellos le pidieron que consultase a un profesor del seminario de Lieja que le habría aconsejado que continuase en la Iglesia y se centrase en sus estudios de sociología de las religiones.
Houtart, uno de los impulsores del Foro Social Mundial de Porto Alegre; fue profesor de sociología en la Universidad Católica de Lovaina la Nueva entre 1958 y 1990. Ha dimitido de su puesto en la ONG “Centro Tricontinental”, de la que fue fundador.

Rosa de Lima misionera laica

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Rosa de Lima

Rosa de Santa María, conocida en la Iglesia Universal como Santa Rosa de Lima, nace en la capital de Perú, denominada “Ciudad de los Reyes”, el 30 de Abril de 1586 y fallece en la misma el 24 de agosto de 1617.
“Es la primera santa que antes de ser canonizada en 1671, sería proclamada patrona del Perú en 1669, así como del Nuevo Mundo y de Filipinas en 1670”(1).
Ella es pues, la primera rosa que el continente americano ofrecía al Altísimo, el primer fruto de nuestra Iglesia que, nacida en Oriente, y extendida hacia Europa, recién llegaba a un territorio que le había permanecido oculto, pero que ya encerraba una riquísima historia y cultura que hasta hoy asombra al mundo entero.
En Lima se vivía la denominada “época dorada de la santidad”. Una constelación de santos en el denominado entonces “Nuevo Mundo” tuvieron como escenario de vida esta ciudad: Rosa conoció a San Martín de Porres, y San Juan Masías, dominicos, fue confirmada en 1597 en Quives, Canta, por el segundo arzobispo de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo y oyó las predicaciones de San Francisco Solano y San Juan Masías. En Lima se vivía en un ambiente propicio a la vivencia espiritual siendo que el continente americano hacía poco que había sido evangelizado.
¿Cómo era externamente?
Ya el poético nombre de Rosa nos habla de su singular belleza. Nuestra santa era hermosa espiritualmente y físicamente también. Era de rostro ovalado, cabello rubio, tez blanca y sonrosada como una rosa, estatura más bien alta. Su carácter fue apacible, desde niña fue mansísima, y mantenía como prioritario todo aquello que concernía a la fe católica.
Debido a su belleza fue pretendida por varios mozos de la aristocracia española y limeña, pero ella rechazaba la idea del matrimonio pues sabía que Dios la llamaba toda para sí.
Fervorosa familia
Nuestra santa fue hija de Gaspar Flores, natural de San Juan de Puerto Rico, arcabucero e hidalgo de segundo rango; y de la limeña María de Oliva.
Sabemos que este matrimonio tuvo 13 hijos, de los cuales conocemos los nombres de: Hernando (1584), quien declaró abundantemente en el proceso de canonización de su hermana, Bernardina (1581), otra que muere a los 14 años, Francisco (1590), Juana (1592), Andrés, Gaspar, Antonio y Matías.
Rosa nació a las 4 de la tarde aproximadamente y testifica su madre que su parto fue bueno y sin trabajo.
A los pocos años de la muerte de su bienaventurada hija, María de Oliva ingresaría al monasterio que Rosa había predicho. Tuvo el cargo de portera y murió santamente.
Su nombre ¿Rosa o Isabel?
Nuestra santa fue bautizada con el nombre de Isabel Herrera, su abuela, así consta en el registro de bautizos de la parroquia de San Sebastián, realizado por don Antonio Polanco:
“En Domingo día de Pascua del Espíritu Santo, 25 de Mayo de 1586, bauticé a Isabel, hija de Gaspar Flores y María de Oliva, fueron padrinos Hernández de Valdez y María Orosco”.
Pero un hecho singular provoca que su madre la empiece a llamar Rosa.
“A los tres meses- dice su madre en el testimonio de beatificación – estándola meciendo una india criada en la cuna, teniendo cubierto el rostro, la dicha india se le descubrió por ver si había tomado sueño y lo vio tan hermoso, que llamó a unas niñas que estaban labrando para que la viesen.
Y haciendo todas admiración; esta testigo desde el aposento donde estaba la vio hacer extremos y sin decirlas cosa alguna se fue derecha donde estaba la niña; y como la vio tan linda y hermosa y que le parecía que todo su rostro estaba hecha una rosa muy linda y en medio de ella veía las facciones de sus ojos, boca , nariz y orejas como si hubiese puesto su cabecita en una rosa grande de un color muy encendido…aquello fue en un repente sin pensar, y luego se desapareció aquella rosa, quedando el rostro muy hermoso y más lindo de lo que otras veces le había visto …quedó admirada de ver aquel prodigioso suceso; la tomó en las manos y empezó a hacer con ella mil alegrías y mostrar sumo gozo y contento diciendo con estas demostraciones: “Yo te prometo, hija y alma mía, que mientras viviré, de mi boca no has de oír otro nombre sino Rosa” (2).
Pero, según atestigua uno de sus confesores y prior de Santo Domingo en Lima, Fray Alonso Velásquez, Rosa “entristecíase de ver que la llamasen Rosa, por ser nombre célebre y de mucha hermosura y belleza”(3), ya que “en esa época no era usual ese nombre”(4).
El cambio definitivo a “Rosa de Santa María”
La santa tenía 25 años y vistiendo ya el hábito de terciaria dominica, aún seguía prefiriendo el nombre de bautizo.
Pero un día, cuenta su madre, llegó a casa Rosa radiante y le decía: “Madre mía, de aquí en adelante no hay sino llamarme Rosa de Santa María”
Esto le extrañó a su madre conociendo su repugnancia anterior a dicho nombre y quiso saber el motivo del cambio.
Resultaba que Fray Alonso Velásquez le había señalado “que no se desconsolase (entristeciese) de eso, sino que entendiese que su alma era una Rosa de Nuestra Señora, que la había depositado y puesto en su cuerpo como en un vaso o maceta, para que la guardase, y que así la procurase guardar y conservar con la frescura y hermosura de la gracia”(5).
Y entonces, puesta de rodillas delante de la imagen de Nuestra Señora del Rosario en la Basílica de Santo domingo le ofreció el nombre de Rosa y se consagró a ella, determinándose a llamar así en adelante, siendo este el nombre que usó y con el que Dios había dispuesto desde la eternidad que sea elevada a los altares y reconocida en el mundo entero.
Con lo que concluimos que fue la intervención divina la que guió las circunstancias históricas para dar a conocer cuál era su voluntad respecto al nombre de su hija predilecta.
“Pasados algunos años, el contador Gonzalo de la Maza halló en el convento de San Francisco la vida de Santa Rosa de Viterbo, y se la dio a leer a la sierva de Dios; la cual “mostró alegría en confirmación de que había santa de su nombre”(6).
¿Laica o monja?
Santa Rosa fue laica (no fue monja de clausura como a veces se cree). Vivió en casa de sus padres como terciaria dominica (usando el hábito dominico). Dedicaba la mitad de las horas del día al trabajo manual, tejiendo, bordando y cultivando flores en su jardín para aliviar en algo los gastos de su familia. Además auxiliaba a los pobres y más necesitados de Lima, acondicionando para ello una habitación de su hogar como enfermería. Vivió pues su anhelo de ser toda de Dios en la vida ordinaria. Ya en vida tuvo fama de santidad debido a esta incansable labor para con los menesterosos y olvidados de Lima y a la limpieza de su alma que irradiaba en todo el que le conocía. Esto explica que a su muerte fuese aclamada y llorada por toda la ciudad como “nuestra santa, la Madre de los pobres de Lima. Su santidad en medio del mundo fue fruto de su intensa vida espiritual ”.
Si Rosa llegó a la perfección en la caridad hacia el prójimo fue porque su vida espiritual fue muy intensa: la otra mitad de su jornada estaba destinaba a la vida de piedad, llegando por gracia de Dios a las cumbres de la contemplación y unión con Dios (matrimonio espiritual) dejándonos un legado de vida espiritual de la altura de los grandes doctores de nuestra Iglesia. Su escala espiritual la podemos apreciar en sus escritos. Su trato con la Iglesia celeste fue continuo, como veremos más adelante. Pero todo esto vino precedido de un período de 15 años de aridez espiritual (conocida en teología mística como la “noche oscura del alma”).
Sus penitencias, ayunos y mortificaciones continuadas aún hoy siguen asombrando al mundo pues nos preguntamos cómo una doncella tan frágil pudo tomar para si tales ofrecimientos, y nos respondemos que ella fue llevada por el encendido amor a Dios que le impulsaba a pedir perdón por sus hermanos.
Muchísimas anécdotas hacen ver que, cuando los medios materiales o humanos no eran suficientes, Dios intervenía en la vida ordinaria de su rosa para confirmarle su amor y ayuda.
Dios también la favoreció al concederle el don de leer en el interior de las personas. Muchas veces ponía en aviso de quien se confiaba a sus oraciones que conocía lo que pedía.
Predijo la fundación del Monasterio de Santa Catalina de Siena, llegando a vaticinar incluso el día de su fundación, las medidas del terreno, el número de monjas que lo conformarían y hasta el sacerdote que oficiaría la primera misa en el santo lugar (fray Luis de Bilbao, uno de sus confesores).
“… Como le sucedería a Santa Teresa de Jesús (m. 1582) en España, Santa Rosa de Lima también fue interrogada por la Inquisición. Dos de sus inquisidores, el padre Juan de Lorenzana y fray Luis de Bilbao -ambos catedráticos de Prima en la Universidad de San Marcos- quedaron pasmados ante la solidez doctrinal y la madurez espiritual de Santa Rosa. Se trataba de un ingenio que por medio de la oración había alcanzado mayores conocimientos de la Divina Esencia que el más docto y pulido de los teólogos… Sea como fuere, la Lima del siglo XVI vio en Santa Rosa un emblema acabado de todas las virtudes de la perfección cristiana”(7).
Su gloriosa muerte
Al saberse la noticia de su muerte, toda Lima se conmocionó y quería ver a la que ya aclamaban como “su santa”. Transcurrieron días sin poder sepultar el sagrado cuerpo como consecuencia de las interminables visitas de toda la población, y su cuerpo, lejos de manifestar señales de corrupción permanecía lozano y sereno como en el mismo instante de su partida al cielo.
Desde el Virrey, la Real Audiencia, el arzobispo, el clero, el cabildo, todas las familias religiosas y autoridades hasta el último de los limeños se hicieron presentes en las pompas fúnebres.
Entonces según consta en los archivos de su proceso de canonización, se sucedieron incontables curaciones milagrosas al sólo contacto con su bendito cuerpo o con sólo invocar su nombre. Milagros de todo tipo se sucedieron. Era la canonización anticipada.
Testifica fray Antonio Rodríguez: “Si el sumo Pontífice se hallara en la muerte de la dicha sierva de Dios… y viera el innumerable concurso de gente que iba a ver el cuerpo y venerarle por santa, sin más averiguación la canonizara, y que en esta opinión de santa está hoy y ha estado siempre”(8).
Recién el día 4 de setiembre se pudieron realizar las honras. Al coincidir este día con el de santa rosa de Viterbo, la gente se admiró y tomó este gesto como señal divina y anticipada de su elevación a los altares.
“Concluidos en 1632 los procesos ordinarios y apostólicos para la beatificación y canonización de la sierva de Dios… [y] con dispensa del tiempo que aún faltaba, concedida por Alejandro VII el 24 de setiembre de 1664, corrieron los despachos. Como que llegó el decreto de virtudes heroicas firmado por la Sagrada Congregación de Ritos el 03 de marzo de 1665; Clemente IX suscribió el de beatificación en Santa Sabina de Roma el 12 de marzo de 1668; y dos años después, el 11 de agosto de 1670, Clemente X la declaró patrona de América, Indias y Filipinas, al paso que le otorgaba los honores de la canonización el 12 de Abril de 1671” (9).
Muy pronto la fama de su santidad sería mundial y su testimonio de vida impulsaría a santos como San Antonio María Claret, la beata ecuatoriana Narcisa y la Santa Marianita de Quito. Aunque su figura tuvo una gran influencia para la identidad americana, desvirtuaríamos su portentosa huella y mensaje si intentamos poner hincapié en cuestiones sociales o políticas.
NOTAS:
1. Por Ramón Mújica Pinilla, del catálogo “Santa Rosa de Lima y su tiempo”. Edición Banco de Crédito del Perú. Fondo Pro Recuperación del Patrimonio Cultural de la Nación. Set.-Oct. 1995.
2. Proceso de beatificación, folio 254.
3. Proceso de beatificación, folio 143.
4. Ibid. Folio 321v.
5. Ibid, folio 143.
6. Rosa de Santa María. Cayetano Bruno. p.16.
7. Del catálogo “Santa Rosa de Lima y su tiempo”. Edición Banco de Crédito del Perú. Fondo Pro Recuperación del Patrimonio Cultural de la Nación. Set. -Oct. 1995. ibidem.
8. Rosa de Santa María. La sin igual historia de Santa Rosa de Lima, narrada por los testigos oculares del proceso de beatificación y canonización. Cayetano Bruno SDB. p.174.
9. Ibid. p. 186.

Historia de las Misiones de Santa Rosa de OcopaSanta Rosa de Ocopa, centro de espiritualidad misionera
El convento franciscano de Santa Rosa de Ocopa, en el valle del Mantaro ha sido siempre el punto de referencia para los misioneros de la evangelización del centro del país y de la selva peruana, primero españoles y luego peruanos.
Miles de personas participaron en la fiesta de los 285 años de la construcción del Convento y de la Iglesia, considerados por el historiador Raúl Porras Barrenechea, una “fuente perenne de espíritu peruano, una luz evangélica y milagrosa de los Andes del Perú”. La Misa por el aniversario, el 18 de abril, fue presidida por el Arzobispo de Huancayo, Monseñor Pedro Barreto Jimeno SJ; y concelebrada por el Superior de los Franciscanos en Perú, Fray Mauro Vallejo OFM, y por el Superior del Convento, Fray Jorge Cajo Rodríguez OFM.
Monseñor Barreto dijo, recordando las palabras de Aurelio Miró Quesada, historiador peruano de fama internacional, que el Convento de Santa Rosa de Ocopa no sólo es historia, sino un centro de espiritualidad franciscana que se irradia al mundo entero. Por su parte, Fray Vallejo recordó que Ocopa ha sido el centro de evangelización para Perú y la América entera, donde se han formado los misioneros que han ido hasta los confines del continente, y muchos de los cuales han muerto durante la misión en la obra de difusión de la fe cristiana.
Uno de los Franciscanos que habita actualmente en el convento, Fray Dante, refirió a la Agencia Fides que desde tiempos antiguos el Convento ha llamado especialmente la atención como centro espiritual. En 1943 uno de los periódicos peruanos, el “Mercurio Peruano” de Lima, publicó algunos artículos del historiador Raúl Porras Barrenechea, donde se demostraba con muchos ejemplos que “el más grande esfuerzo misionero del siglo XVIII y el de mayor importancia en el Perú fue realizado por los frailes misioneros del Convento de Ocopa”. José de la Riva Agüero (1885-1929), político e historiador, en su conferencia “los Franciscanos en el Perú y las Misiones de Ocopa”, realizada en Barcelona en 1929, dijo: “Ocopa, la Casa Madre de nuestras Misiones, representa para Perú el vivo recuerdo de lo mejor que ha tenido la colonización española: el entusiasmo catequético y civilizador así como el celo apostólico, que tanto han marcado a sus religiosos”.

Espiritualidad desde abajo

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Por Anselm Grün OSB y Meinrad Dufner.
Introducción
En la historia de la espiritualidad se pueden distinguir dos corrientes clasificatorias. Hay una espiritualidad desde arriba, que parte de los principios de arriba y desciende a las realidades de abajo. Y hay otra espiritualidad desde abajo, que parte de las realidades de abajo para elevarse a Dios. La espiritualidad desde abajo afirma que Dios habla en la Biblia y por la Iglesia pero también nos habla por nosotros mismos a través de nuestros pensamientos y sentimientos, por nuestro cuerpo, por nuestros sueños, hasta por nuestras mismas heridas y presuntas flaquezas. La espiritualidad desde abajo ha sido practicada principalmente dentro del monacato. Los monjes antiguos comenzaron a estudiar la posibilidad de llegar al conocimiento y trato con Dios partiendo del análisis de las propias pasiones y del autoconocimiento. Evagrio Póntico logró definir esta espiritualidad de abajo con una formulación ya clásica: si deseas conocer a Dios aprende primero a conocerte a ti mismo. El ascenso a Dios pasa por el descenso a la propia realidad, hasta lo más profundo del inconsciente. La espiritualidad de abajo contempla el camino hacia Dios no como una vía de dirección única que lleva directamente a Dios. El camino hacia Dios pasa generalmente por muchos cruces de errores, curvas y rodeos, pasa por fracasos y desengaños. Pero resulta que no son precisamente mis virtudes las que más me abren a Dios sino mis flaquezas, mi incapacidad, incluso mis pecados.
La espiritualidad desde arriba parte de las cumbres de un ideal prefijado. Arranca del ideal bien perfilado de un fin que el sujeto debería alcanzar mediante la oración y las prácticas espirituales. El ideal se diseña partiendo del estudio de la Sagrada Escritura, del magisterio de la Iglesia en materia moral y del autoconcepto. Las preguntas fundamentales de la espiritualidad de arriba son éstas: ¿Cómo tiene que ser un cristiano?, ¿Qué debe hacer?, ¿Qué tipo de conducta debería encarnar?
La espiritualidad de arriba brota de la aspiración humana a ser mejor, a superarse, a acercarse cada vez más a Dios. Esta espiritualidad tuvo su representación principal en las corrientes de la teología moral de los tres últimos siglos y en la ascética más común enseñada desde la Ilustración. La psicología moderna se muestra muy escéptica frente a esta forma de espiritualidad por considerarla como un peligro de desintegración interior del sujeto. El que se identifica con su ideal prescinde frecuentemente de su propia realidad si ésta no se acopla a aquél. El resultado es un sujeto interiormente dividido y enfermo. La psicología en cambio apoya una espiritualidad de abajo tal como la practicaron los antiguos monjes. Para la psicología es incuestionablemente claro que el hombre no puede llegar a su propia verdad si no es por el propio conocimiento.
En la espiritualidad desde abajo no se trata sólo de prestar atención a la voz de Dios que me habla por mis pensamientos, sentimientos, inclinaciones y enfermedades para llegar por su medio al descubrimiento de la imagen que Dios se ha formado de mí. Tampoco se trata sólo de la elevación a Dios por el descenso a mi realidad. En la espiritualidad desde abajo se trata sobre todo de conseguir abrirse a las relaciones personales con Dios en el punto preciso en que se agotan y cierran todas las posibilidades humanas. La auténtica oración, dicen los monjes, brota de las profundidades de nuestras miserias y no de las cumbres de nuestras virtudes. Jean Lafrance describe la auténtica oración cristiana como una oración que brota de lo profundo, pero él mismo necesitó largos años de fracasos para llegar a esta clase de oración. Escribe: “Los esfuerzos que hacemos en la oración y ejercicios ascéticos para llegar a la posesión de Dios van en dirección equivocada. Nos parecemos a Prometeo en su vano intento de robar el fuego del cielo. Tiene suma importancia comprobar en qué medida induce este esquema de perfección a entrar por un camino contrario al enseñado por Jesús en el evangelio. Jesús no puso una escala de perfección por la que se sube peldaño tras peldaño hasta llegar a Dios. No, Jesús enseñó un camino de descenso a los fondos de la humildad. Al encontrarnos en el cruce debemos, por tanto, elegir para ir a Dios entre el camino que sube y el que baja. Según mis experiencias desearía adelantar algo ya desde ahora: Si para ir a Dios elige usted el camino del heroísmo en la práctica de las virtudes, eso es cosa suya, tiene usted todo el derecho de hacerlo. Pero quisiera prevenirle del peligro de darse contra la pared. Si, por el contrario, prefiere usted el camino de la humildad, debe usted ser sincero en su deseo y no tiene por qué tener miedo de las profundidades de sus miserias”.
La espiritualidad desde abajo intenta responder a la pregunta sobre qué se debe hacer cuando parece que todo sale torcido y cómo se deben colocar los fragmentos de nuestra vida rota para formar con ellos una figura nueva.
La espiritualidad desde abajo prefiere el camino de la humildad aunque esta palabra nos resulte hoy un tanto incómoda. La humildad descrita por San Benito en su regla como el camino espiritual del monje, es evaluada por Drewermann como un típico ejemplo de imposición desde fuera. Sin embargo, si damos un repaso a la literatura espiritual del cristianismo y de otras religiones, constatamos que en todas ellas se considera la humildad como la actitud fundamental de toda auténtica religiosidad. Pero la humildad no debe entenderse como una virtud que el hombre consigue por el mero hecho de humillarse y hacerse pequeño ante los demás. La humildad no es fundamentalmente una virtud social sino religiosa. La palabra latina de humildad, humilitas, se relaciona con la palabra humus, tierra. La humildad es reconciliación con nuestra terrenalidad, con el lastre de lo terrenal, con el mundo de nuestros impulsos, con todo cuanto de negativo existe en nosotros. Humildad es valor para aceptar la propia verdad. Los griegos distinguen entre tapeinosis, disminución, envilecimiento, pobreza; y tapeinophrosyne, descripción de los comportamientos de los pobres, actitud de humildad y pobreza espiritual. La humildad designa nuestra conducta ante Dios y es virtud religiosa. Es en todas las religiones criterio de toda auténtica espiritualidad. Es el lugar profundo donde puedo encontrarme con el verdadero Dios y donde pueden comenzar a dejarse oír los gemidos de la verdadera oración.
En este libro desearíamos describir los dos polos de la espiritualidad de abajo: por una parte, el camino hacia nuestro yo y hacia Dios descendiendo a nuestra propia verdad y, por otra, la experiencia de impotencia y fracaso considera dos como lugar de oración auténtica y como oportunidad de crear un nuevo estilo de relaciones personales con Dios. La espiritualidad desde abajo describe los procedimientos terapéuticos que debe seguir el hombre hasta llegar al encuentro con la esencia de sí mismo. Es el camino religioso que lleva a la oración, al “grito desde lo profundo” y a la experiencia íntima de Dios a través de las experiencias de fracaso.
Espiritualidad desde arriba
No pretendemos establecer una oposición total entre la espiritualidad de abajo y la de arriba. Los exclusivismos nunca son positivos, pero existe una positiva tensión entre estos dos enunciados espirituales. La espiritualidad desde arriba nos pone ante la vista los ideales con los que debemos entusiasmarnos para finalmente realizarlos. Todo ideal libera en el hombre una especial energía. Sobre todo los jóvenes necesitan ideales para su vida. Sin ideales se limitarían a girar en torno a sí mismos sin llegar nunca a desarrollar todas las posibilidades que llevan ocultas. Tampoco podrían ponerse en contacto con esa energía que debe ser liberada. Los ideales sacan a los jóvenes de sí mismos hasta hacerles superarse para identificarse con el modelo, a controlarse y a descubrir nuevas posibilidades. Sin la fuerza provocativa de esos ideales muchos vivirían al borde de las propias posibilidades sin percatarse de ellas. Para poder crecer necesito modelos. La propia imagen se desarrolla mejor junto a otra imagen. Los santos pueden servir de modelo para los jóvenes a los que provocan, estimulan a trabajar y a descubrir la vocación propia. Lo que no podemos hacer es copiar. La contemplación de los santos no se orienta a crear remordimientos de con ciencia al descubrir que no somos tan grandes como ellos; lo que pretende es estimular a no infravalorarnos, a descubrir la vocación personal y a reconocer en nosotros la imagen única que Dios se ha formado de cada uno.
Nuestro abad ha dado a la comunidad esta consigna: “En ti hay muchas más posibilidades de lo que tú piensas, por no hablar de las posibilidades que tenéis Dios y tú juntos”. Los ideales ayudan precisamente a descubrir las posibilidades que existen en cada uno. La juventud ha tenido siempre una enorme capacidad de entusiasmo. Necesita elevados ideales para entusiasmarse. El entusiasmo es una fuerza que permite a uno superarse desarrollando y potenciando las aptitudes naturales. Cuando ya no existen ideales capaces de provocar entusiasmo, la juventud cae enferma y necesita otras cosas para sentir gusto por la vida; necesita destrozar violentamente algo para tener sensación de fuerza y crecimiento. Si se abusa de esa capacidad de entusiasmo en la juventud, como sucedió en el Tercer Reich alemán, todo puede terminar en catástrofe. En este campo, la Iglesia dispone de una inapreciable oportunidad de proponer de manera creíble los ideales del cristianismo, tal como han sido vividos por las grandes figuras de la Biblia y por los grandes santos de la Iglesia. Pero más importante que proponer ideales es vivirlos. Cuando los jóvenes se entusiasman con modelos, logran poner orden en su caos interior y organizar todas sus energías en torno al ideal encarnado en un personaje histórico que es el santo. Los modelos facilitan a los jóvenes estabilidad y orientación. Además les ponen en contacto con las energías y recursos que Dios ha depositado en ellos.
No podemos, por tanto, prescindir de la espiritualidad de arriba. Ejerce la función positiva de despertar vida en nosotros. Sólo actúa negativamente produciendo enfermedad cuando los idea les pierden contacto con nuestra realidad. Hay quienes se proponen unos ideales tan elevados que resultan inasequibles. Y para no renunciar a esos ideales prescinden de la propia realidad para poder identificarse con ellos. El resultado es una personalidad desdoblada. Cierran los ojos a la propia realidad, por ejemplo, a la agresividad que puede esconderse en sus devociones religiosas. La tensión producida por el desdoblamiento de la personalidad puede desembocar en una vida a dos niveles sin contacto de uno con otro y a la proyección sobre los demás de los instintos reprimidos. Para mantener erguido el ideal de perfección se desplazan los defectos propios proyectándolos sobre los demás contra los que se chilla y se maldice. El desplazamiento del mal del propio corazón lleva a inconsideración con los demás a los que se anatematiza y trata brutalmente en nombre de Dios. La espiritualidad de arriba se practica generalmente al comienzo del camino espiritual. Pero llega un momento en el que el individuo necesita poner en contacto la espiritualidad de arriba con la espiritualidad de abajo si desea subsistir en una vida normal. De no hacerlo así se originan tensiones internas y el sujeto enferma. Es entonces cuando debe tomar muy en serio la propia realidad y conectarla con el ideal. Es la única manera de lograr la trasformación. Más que de ideales bíblicos preferimos hablar de las promesas del Señor. Dios nos manifiesta en la Biblia de qué somos capaces si nos abrimos al Espíritu. Estas promesas son, por ejemplo, los ideales propuestos en el sermón del monte. La única manera de intentar hacer realidad esas promesas presupone una experiencia existencial de ser hijos e hijas de Dios. Si lo con seguimos, esas promesas nos introducen en un mundo libre y dilatado donde nos sentimos cómodos y esto nos hace mucho bien. Pero si en el sermón del monte vemos únicamente unos ideales que tenemos que realizar a toda costa, entonces nace la tensión interior al constatar que no siempre vamos a ser capaces de conseguirlo. El sermón del monte describe un modo de conducta a tono con la experiencia de la salvación en Jesucristo. Es, por lo tanto, un buen criterio para discernir si hemos comprendido o no la misericordia de Dios manifestada en Jesucristo.
El peligro de la espiritualidad desde arriba consiste en hacerse a la idea de que se puede llegar a Dios por el propio esfuerzo. Lafrance define este falso concepto de perfección con estas palabras: “Los hombres han imaginado en general la perfección como un continuo crecimiento o como un proceso de ascensión con más o menos dificultades, pero como un logro del esfuerzo humano. En consecuencia elaboran una determinada ascética o técnicas de oración que luego ofrecen a la magnanimidad espiritual de los otros como medio para ayudarlos a escalar los peldaños de la perfección. Si un dirigido habla con su director espiritual de la imposibilidad de lograr ese objetivo recibe muchas veces esta respuesta: basta con intentarlo. En el último peldaño de esta subida se trasforma automáticamente este intento en flor de libertad”.
Pero no. No podemos llegar a Dios por el propio esfuerzo. Lo paradójico consiste en que todo esfuerzo nos lleva a constatar que con él, solo nadie puede ni hacerse mejor ni llegar a Dios. No podemos lograr solos el ideal que amamos. En un momento dado llegamos a tocar techo en nuestras posibilidades y a comprobar allí que solos fracasaremos irremediablemente y que únicamente la gracia de Dios puede cambiarnos.
Justificación de una espiritualidad desde abajo.
Modelos bíblicos

Los modelos de fe que nos ofrece la Biblia no son nunca tipos humanamente perfectos, sin defectos. Son, por el contrario, hombres con terribles taras de graves culpas a la espalda y que han tenido que clamar a Dios desde lo más profundo del corazón. Por ejemplo Abrahán. En Egipto niega que Sara sea su esposa y la hace pasar por hermana para librarse de conflictos. Entonces el Faraón la mete en su harén. Y tiene que intervenir Dios para librar al “padre de la fe” de las consecuencias de su mentira (Génesis 12, 10-20). Así sucede también con Moisés, liberador de Israel de la cautividad de Egipto. Moisés es un asesino. Mató a un egipcio en un arrebato de cólera. Tiene que ser enfrentado a su ineptitud, reflejada en el signo de la zarza ardiendo, antes de ser aceptado como un fracasado al servicio de Dios. Luego viene David, el modélico rey de Israel y espejo de los reyes posteriores. David carga sobre su conciencia la grave culpa de acostarse con la mujer de Urías. Y cuando se entera de que está embarazada, da orden de dejar solo al hitita Urías en lo más fragoroso de la batalla para que muera. Las grandes figuras del Antiguo Testamento han necesitado primero pasar por la vaguada de la humillación ante sus faltas e insuficiencia para aprender de una vez a poner la confianza sólo en Dios y dejarse trasformar por él en personas ejemplares, modelos de obediencia y fe.
En el Nuevo Testamento elige Jesús a Simón como roca sólida para fundamento de su iglesia.
Pedro no comprende a Jesús. Desearía evitarle su camino a Jerusalén hacia una muerte segura. Jesús le llama Satanás y le ordena severamente apartarse de él (Mt 16, 23). Pedro termina por negar a Jesús en el prendimiento habiendo asegurado poco antes, camino del monte de los olivos: “Aunque fuera necesario morir por ti, nunca te negaré” (Mt 26, 35). Tiene que comprobar con amarga experiencia que no es capaz de cumplir nada de lo que tan fanfarronamente promete. Después de haber finalmente traicionado a Jesús se marchó a llorar amargamente a solas (Mt 26, 75). Los evangelistas no han disimulado la traición de Pedro. Evidentemente era muy importante para ellos dejar crudamente claro que Jesús no eligió para apóstoles a sujetos piadosos e impecables, sino a hombres con defectos y pecados. Fundó su iglesia exactamente sobre el fundamento de esos hombres. Con sus faltas eran sin duda testigos apropiados y argumentos concluyentes de la misericordia de Dios tal como la enseñó Jesús y la atestiguó con su muerte. La fragilidad de Pedro se convirtió en robustez de roca para los demás. Porque comprobó que la roca sólida no era él sino la fe a la que debía agarrarse para permanecer fiel a Cristo en medio de la adversidad.
Pablo, el fariseo, es un típico representante de la espiritualidad desde arriba. Afirma de sí mismo: “Hacía carrera en el judaísmo más que muchos compañeros de mi generación, por ser mucho más fanático de mis tradiciones ancestrales” (Gal. 1, 14). Valoraba mucho los ideales fariseos, había cumplido minuciosamente todos los preceptos y prescripciones de la ley pensando cumplir con ello la voluntad de Dios. Sin embargo, camino de Damasco cae a tierra y con la caída se derrumba al mismo tiempo todo el edificio de su vida. Es en esa postura yacente, caído en tierra, cuando se ve en confrontación con la espiritualidad de abajo. Yace en tierra solo e impotente. En esa situación cae en la cuenta de que es Cristo mismo el que está actuando sobre él y transformándolo. Su posterior doctrina sobre la justificación como obra exclusiva de la fe es un testimonio de esta experiencia. Demuestra la incapacidad de llegar a Dios por la práctica de las virtudes y el entrenamiento de la ascética; sólo se llega por el sincero reconocimiento de la propia impotencia. En esa impotencia llega a la experiencia de la gracia. Incluso después de su conversión no es Pablo un hombre totalmente nuevo, completamente sanado y trasformado. Padece una enfermedad que evidentemente le humilla y de la que dice: «Para que no me engría por mis revelaciones, me han metido una espina en la carne, un emisario de Satanás que me abofetea» (2 Cor. 12,7). Sin embargo, esta enfermedad no impide a Pablo anunciar el mensaje. El peso del dolor que tiene que soportar es, según la interpretación más común, una enfermedad que le humilla en su persona y le debilita en su dinamismo (Schókel). O tal vez se trate de una estructura neurótica que no desapareció con la conversión y de la cual Dios se sirvió para anunciar la doctrina de la liberación y salvación. Pablo, en efecto, se gloría en sus debilidades porque sabe que le basta la gracia de Dios. La humillación de su manifiesta y dolorosa enfermedad sirve para abrirse a la gracia de Dios, lo único de que se trata. El anuncia la salvación liberadora en Cristo como nadie lo ha hecho. Por eso no le libró Dios de esa enfermedad limitándose a responderle: «Te basta mi gracia; ella demuestra mejor su fuerza en la debilidad» (2 Cor. 12, 9).
Cuanto mayor sea la debilidad humana más queda de manifiesto la eficacia de la gracia. Nuestros deseos consisten y tienden a hacernos fuertes en Dios, ser más útiles a los hombres, crecer en perfección moral por el ejercicio de una vida según el Espíritu. Sin embargo y por extraña paradoja, es en medio de la desorientación de nuestras debilidades, en los momentos en que Satanás nos acosa y no sabemos qué determinación tomar, cuando más abiertos estamos a Dios y a los influjos de su gracia. Por eso acepta Pablo sus debilidades y flaqueza. Porque «cuando soy débil entonces soy fuerte». (2 Cor 12, 10). Cuando es consciente de su debilidad se siente más libre de orgullo y de pensar poder llegar a Dios por sus propias fuerzas. Entonces se pone en manos de Dios, seguro de ser sostenido y dirigido por su gracia.
Si consideramos la manera de hablar y proceder de Jesús, descubrimos siempre una espiritualidad desde abajo. Jesús se dirige intencionadamente a los pecadores y publicanos porque los encuentra abiertos a! amor de Dios. Por el contrario, los que se tienen por justos, reducen frecuentemente sus intentos de perfección a un monorrítmico girar en torno a sí mismos. Vemos a un Jesús tierno y misericordioso con los débiles y pecadores pero aceradamente duro en su crítica contra los fariseos. Estos, efectivamente, encarnan típicamente la espiritualidad desde arriba. Tienen indudablemente aspectos buenos y quieren agradar a Dios en todo lo que hacen: pero no caen en la cuenta de que en su intento por observar todos los preceptos se están buscando en realidad a sí mismos y no a Dios. Son voluntaristas, creen poder hacerlo todo y solos. Les importa mucho menos encontrarse con el amor de Dios que con el cumplimiento literal de la ley. Quieren hacerlo todo por Dios pero piensan que no necesitan de Dios. Lo único verdaderamente importante es el cumplimiento de los ideales y normas que se han prefijado. De tanto mirar a la letra de los preceptos se olvidan de la voluntad de Dios que en ellos se contiene. Dos veces se lo echa en cara Jesús en el evangelio de San Mateo: «Misericordia quiero y no sacrificios» (9, 13). Luego, en la parábola del fariseo y publicano, enseña Jesús que no quiere una espiritualidad de arriba sino de abajo porque ésta es la que abre los corazones de los hombres a Dios. El corazón contrito y roto es un corazón abierto. El publicano reconoce sus pecados, es perfectamente consciente de que no puede poner en orden todo el desorden causado. Por eso se golpea contrito el pecho mientras, en su perplejidad, se acoge a la misericordia de Dios. El comportamiento de un pecador así es lo que le justifica ante Dios (Lc 18, 9-14).
La espiritualidad desde abajo se pone de manifiesto principalmente en las parábolas de Jesús. Una vez habla Jesús, por ejemplo, de un tesoro escondido en un campo. Ese tesoro es nuestro propio yo, la imagen que Dios mismo se ha formado de nosotros y puede ser encontrada en el campo, bajo la suciedad de a tierra (Mt 13, 44 ss). Hay que cavar hondo y mancharse las manos si se quiere descubrir el tesoro bajo la tierra del corazón.
Otro aspecto de la espiritualidad de abajo se descubre en la parábola de la perla preciosa. La perla es signo de la presencia de Cristo en nosotros. La perla se forma en las llagas del molusco. Imposible descubrir el tesoro sin poner los dedos en nuestras heridas. Pero la herida es mucho más que el punto de contacto con algo nuestro. La herida, límite de nuestras posibilidades y momento final en que ya no queda más remedio que rendirse, es el punto y momento en que puede nacer una nueva relación con Cristo y sentir nuestra total dependencia de él. En ese momento surge la nostalgia del Salvador, se da la posibilidad de acercarnos al que puede tocar y curar nuestras heridas. Cristo es la verdadera realidad, dracma perdida en el desorden interior de nuestra propia casa donde debemos poner los muebles patas arriba para buscar hasta encontrarla (Lc. 15, 8ss). De nada sirve haberse instalado bien en el propio yo. Dios mismo provoca una crisis que revuelve todo nuestro interior para hacernos buscar la dracma perdida por falta de atención.
Jesús justifica la espiritualidad de abajo también con la parábola de la cizaña entre el trigo (Mt 13, 24-30). La espiritualidad desde arriba se afana por alcanzar los ideales distinguiendo bien y separando la cizaña que crece entre el trigo en el campo del corazón humano. El ideal es aquí el hombre puro y santo, sin defectos ni debilidades. Esto mismo se puede aplicar a la Iglesia. Pero este punto de vista lleva directamente a un rigorismo tal que excluiría de la Iglesia a todos los débiles y pecadores. Probablemente escribió Mateo esta parábola contra los rigoristas de su comunidad, pero se la puede leer con aplicación espiritual a las sombras e imperfecciones en el campo espiritual del corazón. En ella se prohíbe el rigorismo violento y drástico de uno consigo mismo. Jesús compara nuestra vida con un campo en el que Dios ha sembrado buena semilla de trigo. Llega de noche astutamente el enemigo y siembra cizaña. Los criados que preguntan si deben arrancar inmediatamente la cizaña son los idealistas rigurosos que desearían arrancar pronto y de raíz toda clase de imperfecciones. Pero el dueño responde: «No, no sea que al arrancar la cizaña arranquéis también el trigo. Dejad que crezca todo junto hasta el tiempo de la siega» (Mt 12, 28). La cizaña tiene raíces y están tan entrecruzadas con las del trigo que no se podrían erradicar unas sin arrancar al mismo tiempo las otras.
El que aspira a ser impecable arranca con sus pasiones todo su dinamismo, se vacía simultáneamente de su debilidad y de su fuerza. El que aspira a una corrección impecable y a cualquier precio no verá crecer en el campo de su corazón más que raquítico trigo. Muchos idealistas viven tan concentrados sobre la cizaña espiritual de sus faltas y sobre la manera y métodos de erradicar la que viven de hecho una vida incompleta. A fuerza de buscar perfección se vacían de dinamismo, de vitalidad, de cordialidad. La cizaña puede ser nuestras propias sombras, todo lo negativo con lo que hemos eliminado lo que nos resultaba incómodo y no rimaba con nuestros ideales prefijados. Así de sencillo.
La cizaña se sembró “durante la noche”, es decir, en la oscuridad del inconsciente. Podemos estar en vela todo el día prevenidos contra lo negativo y defectuoso y venir el enemigo a hacer su siembra de cizaña en la noche. Si logramos reconciliarnos, con la cizaña podrá crecer el buen trigo en el campo de nuestra vida. Al tiempo de la siega, con la muerte, vendrá Dios a hacer la separación para arrojar la cizaña al fuego. A nosotros no nos está permitido quemarla antes de tiempo porque anularíamos también una parte de nuestra vida.
En varios pasajes y con diversas comparaciones enseña Jesús que él ha preferido lo débil y pobre. A los ricos y poderosos les va bien en la vida y pueden permitírselo todo, pero serán excluidos del festín de bodas en el reino de los cielos. En cambio recibirán invitación los pobres, cojos, lisiados y ciegos (Lc. 14, 12 ss). El rico Epulón, el yo todopoderoso, que dispone de todo lo que quiere, es víctima de su hybris, de su inmoderación y caprichos, de una desmesurada autoestima que le lleva al infierno. El pobre Lázaro representa todo lo despreciado, herido, enfermizo, hambriento y sediento que hay en la persona. Lázaro va al cielo. Dios acepta lo perdido y marginado. Igual podríamos decir respecto a la parábola de la oveja y el hijo perdido. Porque cuando el hombre se encuentra sin nada, es cuando más necesidad siente de abrir se para llenarse de los dones de la gracia divina.
Jesús llama bienaventurados a los pobres, a los hambrientos y sedientos de justicia, a los que lloran, a los que no pueden pensar en construir sobre sí mismos y sobre lo que tienen y, en consecuencia, se ponen confiadamente en manos de Dios. Estos reciben el reino como herencia, tienen un especial sexto sentido para las cosas del reino de Dios.
Ya la encarnación del Hijo de Dios es un ejemplo de espiritualidad desde abajo. Jesús escoge para nacer un establo y no un palacio, en Belén y no en la capital del imperio. Es decir, quiere nacer en el corazón de los pobres y en la pobreza del corazón. C. G. Jung no se cansa de repetir que no somos más que el establo en el que Dios nace. Espiritualmente estamos tan sucios como un establo. Nada tenemos presentable al Señor pera él quiere habitar precisamente en nuestra pobreza.
Este mismo motivo se encuentra en el bautismo de Jesús. El cielo se abre sobre él mientras se encuentra metido en la corriente del Jordán. El agua está contaminada con los pecados de los hombres bautizados por Juan. Mientras está Jesús en medio de las culpas de los hombres se abre el cielo sobre él y se deja oír la voz del Padre: «Tú eres mi Hijo querido, en ti hallo mis complacencias» (Mc 1, 11).
Esto mismo sucederá en nosotros. Sólo cuando estemos dispuestos como Jesús a introducirnos en las aguas del Jordán y a hacer pie en medio de nuestras faltas, podrá abrirse el cielo y podrá pronunciar Dios sobre nosotros la palabra de su absoluta presencia habilitadora: tú eres mi hijo querido, mi hija querida; en ti tengo mis complacencias.
Después de morir en cruz, desciende Jesús al reino de la muerte. La Iglesia primitiva vio en este descenso de Jesús a las regiones inferiores una especie de prototipo de la redención. La Iglesia celebra el sábado santo este descenso a las regiones inferiores de la tierra. El infierno es el lugar al que ha ido a parar la persona aislada de toda comunicación, solitaria sin poder hacer nada. Y sin embargo, allí tiene lugar la conversión. Jesús toma a esa gente de la mano y emerge nuevamente a la vida. Desde los tiempos de Orígenes, el descenso al mundo inferior es una imagen del descenso de Cristo a las sombrías profundidades del alma. Macario el Grande escribe: “El abismo está en tu corazón, el infierno es tu alma”. El descenso de Cristo al reino de las profundidades del alma es para los Padres de la Iglesia un evento salvífico. Con él quedan iluminadas las sombrías regiones del alma y todo lo desplazado queda tocado por Cristo y es devuelto a la vida. Descenso y ascenso son imágenes que se encuentran en todas las religiones y en todas describen la trasformación operada en el hombre por obra de Dios.
Sirviéndose de estas dos palabras, «descenso» y «ascenso», puede Juan describir bien en su evangelio el misterio de la salvación en Cristo: “Nadie ha ascendido al cielo excepto aquel que ha descendido del cielo, el Hijo del hombre” (3, 13). Si queremos ascender al Padre con Cristo, debemos descender primero con él a la tierra, a lo terrenal, a nuestra propia terrenalidad. Así lo entiende también la carta a los Efesios citada en este sentido por la liturgia en la fiesta de la Ascensión: “Ese «subió» supone necesariamente que había bajado antes a lo profundo de la tierra; y fue el mismo que bajó quien subió por encima de los cielos para llenar el universo” (4, 9).
La clásica expresión de esta espiritualidad desde abajo es el antiquísimo himno citado por Pablo en la carta a los Filipenses: “Él, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos. Así, presentándose como simple hombre, se abajó, obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso Dios lo encumbró sobre todo” (2, 6-9).
En el descenso a nuestra condición humana y en el ascenso por encima de todos los cielos, vieron los primeros cristianos la esencia de la redención. Con expresiones de nuevos símbolos glorificaban la bajada de Dios a los hombres, su humillación en forma de esclavo. Y veían en ello la expresión del amor divino de manera irrepresentable en la imaginación humana en tiempos anteriores a Cristo. El descenso de Cristo, su kénosis o anonadamiento, alteró en nuestra mente todos los conceptos anteriores sobre Dios y sobre el hombre. Al mismo tiempo quedó fijado como prototipo ejemplar de nuestra vida. Pablo nos exhorta a llevar una vida tal como ejemplarmente se nos presenta en el descenso de Cristo: «Entre vosotros tened la misma actitud del Mesías Jesús» (Fil. 2, 5).
Tradición monástica
El camino hacia Dios de los antiguos monjes pasaba por la propia realidad. Encontrar a Dios suponía haberse encontrado previamente a sí mismos. Antes de aprender el monje a orar sin dividirse y a identificarse con Dios en la contemplación, necesita familiarizarse con sus propios sentimientos. Tiene que bajar primero a su propia realidad para subir después a Dios. Así lo expresa un viejo aforismo del abad Pimen.
“Vino una vez un famoso ermitaño a visitar al viejo abad Pimen, uno de los más renombrados padres del desierto en el siglo cuarto. Un monje se encargó de presentarle al abad diciendo:
– Es un hombre extraordinario, estimado y querido en todo este contorno. Yo le hablé una vez de ti y ahora ha venido personalmente a verte.
El anciano le recibió muy amable, se saludaron, se sentaron y el visitante inició la conversación disertando sobre la Escritura, sobre temas espirituales y celestiales. El abad volvió bruscamente a otra parte la cabeza sin responder palabra. Cuando el anacoreta se percató de que el anciano no le hacía caso se levantó y se fue decepcionado y triste. Luego dijo al monje que le había presentado:
– He hecho un largo viaje inútil. Vine a ver al ermitaño y, ya ves, no se ha dignado hablarme.
Entonces volvió el monje intermediario al abad Pimen y le dijo:
– Padre, ese hombre extraordinario y con enorme prestigio en toda esta comarca ha venido única y expresamente para verte. ¿Por qué no le has querido hablar?
Él respondió:
– Ese hombre vive sobre las nubes y habla de las nubes, yo en cambio vivo en la tierra y hablo de cosas de la tierra. Si hubiera hablado de las aspiraciones del alma le hubiera respondido con mucho gusto. Pero si habla de cosas intelectuales no lo entiendo.
El monje salió y dijo al ermitaño:
– Al padre no le gusta discutir sobre la Escritura, pero si alguien viene a hablar con él de las aspiraciones del alma responde y habla gustosamente cuanto sea necesario.
El otro reflexionó, volvió y comenzó preguntando:
– ¿Qué tengo que hacer cuando siento que me empiezan a dominar las pasiones?
Él le escuchó con atención y dijo:
– Ahora sí que empiezas bien. Abre la boca sobre estos temas y yo te la llenaré de bienes.
El huésped aprendió mucho en aquella conversación y dijo: sí, ciertamente éste es el camino.
Y regresó a su tierra dando gracias a Dios por el honor de haber tenido una entrevista con un santo”.
Sólo en diálogo abierto consigo y con las aspiraciones del corazón se llega a Dios en cuyo espíritu se unifica todo. Un sincero diálogo sobre la propia realidad desemboca en Dios como experiencia inmediata. Las aspiraciones del alma ponen en contacto con Dios porque ponen primero en contacto con la realidad de uno mismo. Pimen es representante de una espiritualidad desde abajo. Parte de las aspiraciones, sentimientos y necesidades deben ser analizados previamente si se quiere llegar a la verdad de Dios. De no hacerlo así lo que se encuentra no es Dios sino una subjetiva proyección de Dios. La vía espiritual de la contemplación y unión con Dios pasa por el análisis de nuestros pensamientos y deseos.
La conciencia de los pecados propios es un método para deducir la propia incapacidad de mejorarse a sí mismo. Las lágrimas por los pecados eran para los antiguos monjes expresión de una profunda experiencia de Dios. En este sentido escribe Isaac, el Sirio: “El que es capaz de reconocer sus pecados es más grande que el que por su oración resucita a un muerto; el que durante una hora es capaz de lamentarse y llorar los errores de su vida es más grande que el que imparte sabias lecciones sobre el universo; el que reconoce sus debilidades es mayor que el que tiene visiones de ángeles; el que sigue a Jesús en soledad y compunción es más admirable que el que provoca incendios de entusiasmo con su palabra en las iglesias”.
El starez Silvano del monte Athos, donde vivió con fama de santo según la tradición del monacato antiguo y donde murió en 1938, cuenta que una noche, mientras luchaba en vano contra los demonios, oraba así a Dios: “Los orgullosos sufren constante acoso de los demonios. Señor, tú eres misericordioso; dime qué debo hacer para conseguir la humildad del alma. Y el Señor respondió: piensa constantemente en el infierno sin desesperar”.
Con esta respuesta quedó Silvano purificado en el espíritu y con el alma en paz. ¿Pero qué puede significar este pensar constantemente en el infierno sin desesperar? El infierno es la absoluta separación de Dios, significa desgarramiento interior, endurecimiento, vacío. Ese infierno existe en nuestro interior. Si no nos evadimos de él con el pensamiento, si no borramos del pensamiento la imagen de este abismo del alma y lo hacemos sin desesperar, podemos comprender que solamente Dios puede librarnos de ese infierno, que la conversión tiene lugar en las profundidades interiores y que la salvación de Cristo nos llega en los momentos que nos parece de mayor necesidad y abandono. Olivier Clément vivió en su propio cuerpo la experiencia de Silvano. Vio claro que la salvación de Cristo llega hasta el infierno, tal como lo celebra la liturgia pascual: “A partir de hoy todo se llena de luz, el cielo, la tierra y el mismo infierno”. Tener conciencia de haber sido salvados del infierno, saber que la única elección posible consiste en identificarse con el mal ladrón o con el bueno, pero siempre ladrón, significa la entrada en una atmósfera de profunda humildad y de constante proceso de conversión, liberación de las cadenas que nos tienen cautivos en el mundo y abandono definitivo del culto al propio yo.
El abad Antonio habla inequívocamente de la espiritualidad desde abajo: Si alguna vez observas que un monje joven intenta subir al cielo poniendo él mismo la escalera, agárrale fuerte de los pies y tírale abajo porque lo que intenta es una cosa inútil. Son los jóvenes los que más peligro tienen de entusiasmarse con elevados ideales y de dedicar tiempos interminables a la oración para adquirir rápido el estado y condición de hombres de espíritu. Contra esas ansias de volar protesta Antonio: Es precisamente el joven el que más necesita ponerse primero en contacto consigo y con su realidad para llegar a Dios tomando la propia realidad como punto de partida. Si no lo hace así será un objeto volador sobre las nubes, como Ícaro en la fábula, y caerá precipitadamente por que sus alas son de cera. Es necesario pisar tierra firme para dar el salto a Dios.
John Wellwood americano maestro de meditación, habla del bypassing espiritual, es decir, de atajos en los recorridos del espíritu. Con este neologismo describe el intento de aplicar técnicas espirituales para eliminar o superar rápida mente las exigencias elementales de la naturaleza humana, sus sentimientos o naturales procesos de desarrollo. La espiritualidad desde abajo exige ante todo situarse en el propio camino espiritual partiendo siempre de la propia realidad; incluyendo necesariamente en ella la vitalidad y la sexualidad. Lo contrario significaría saltar por encima de lo negativo en el sujeto, utilizando el bypassing espiritual para llegar más rápidamente a Dios. Pero lo que se encuentra entonces no es el verdadero Dios sino una proyección de Dios.
Se atribuye a Isaac de Nínive este consejo: “Esfuérzate por penetrar en la sala de los tesoros de tu interior y te encontrarás en los salones del cielo. Aquélla y éstos son una misma cosa. Una sola entrada permite ver la una y los otros. La escala del cielo está oculta en el interior de tu alma. Salta desde el pecado para bucear en lo más profundo de tu alma y encontrarás una escalera para ascender. El camino hacia Dios es aquí bajada a la propia realidad. El salto para bucear en las profundidades se da desde el trampolín del pecado. Es él precisamente el que me puede lanzar al abandono de los ideales del espíritu forjados por mí mismo y lanzarme a las profundidades del alma. Allí están juntos mi corazón y Dios. Allí está también la escalera para ascender a él”.
La espiritualidad desde abajo se detecta también en unas palabras del abad Doroteo de Gaza: «Tu caída, dice el profeta, (Jer. 2, 19) se convertirá en tu educador». Exactamente la caída, la falta, el pecado, puede convertirse en pedagogo que enseña el camino hacia Dios. Doroteo cree que todas las dificultades con que tropezamos e incluso las mismas faltas y fracasos están siempre llenos de sentido. Dios sabía que todo eso podía ser positivo para mi alma. Por eso sucedió así. Nada de lo que Dios permite carece de sentido. Al contrario, todo tiene necesariamente un sentido y está ordenado a un fin. Por lo tanto, no hay razón alguna para dejarse deprimir y hundirse ante los graves errores cometidos porque todo sucede bajo la mirada providente de Dios como elemento cooperante de sus santos proyectos. Todos los dichos de los antiguos monjes sobre la humildad prueban igualmente que su espiritualidad era una espiritualidad de abajo: la espiritualidad que señala el camino hacia Dios partiendo de la realidad de sí mismo e incluyendo en esa realidad las faltas y fracasos.
La regla de San Benito
San Benito describe la espiritualidad desde abajo en el capítulo más extenso de su regla. Es el capítulo siete en que trata de la humildad. Probablemente el número siete no es aquí puramente fortuito. Este número significa simbólicamente la trasformación del hombre por Dios. Así, por ejemplo, hay siete sacramentos y siete son los dones del Espíritu Santo: todos penetran en el hombre y lo trasforman.
Muchas fricciones tuvieron los monjes al encontrarse frente a este capítulo porque la palabra humildad tiene connotaciones negativas en nuestros oídos. En la tradición bíblica lo mismo que en los santos padres, no se entiende nunca la humildad en sentido de virtud moral o social, sino como actitud religiosa. El capítulo sobre la humildad no describe, por tanto, el camino de las virtudes del monje sino sencillamente el camino espiritual, interior, el camino de la madurez humana, de la contemplación y de una creciente experiencia de Dios. Este camino de la humildad sube hasta Dios bajando hasta la terrenalidad y humanidad del hombre. Subida por la bajada, subir bajando, tal es la paradoja de la espiritualidad de abajo en la concepción benedictina. El pensamiento de Benito sobre la humildad se mueve dentro de la tradición de los Padres y del monacato primitivo. Basilio sintetiza el objetivo de la humildad en esta expresión lapidaria: conócete a ti mismo. Para Orígenes la humildad es la virtud por antonomasia, ella incluye en sí las demás virtudes y es en sí misma un don inapreciable hecho por Cristo a la humanidad y, por tanto, es también la auténtica fuente de energía de todos los cristianos. Sólo ella puede capacitar para la auténtica contemplación. Según Gregorio de Nisa el hombre sólo puede imitar a Dios en su humildad. Por lo tanto, es la humildad el único camino para asemejarse a Dios. Juan Crisóstomo contempla la humildad y la dignidad humana unidas y previene contra el peligro de una humildad mal entendida.
Agustín es el que ha desarrollado con más precisión la doctrina de la humildad. Según él, la humildad es valoración de la propia medida y conocimiento de uno mismo. En la humildad conoce la persona sus medidas, sus limitaciones inherentes a su esencia de criatura y no de Dios: “Dios se hizo hombre. Tú, hombre, reconoce que lo eres. Tu humildad consiste en aceptar lo que eres”. Pero nuestra humildad es también deseo de imitación de la humildad de Cristo, de su anonadamiento en su muerte que se convierte en vida nuestra. La humillación de Cristo (su humildad) es en primer lugar «acción salvífica de Dios». Por lo tanto, la humildad no es en primer lugar una virtud moral sino una actitud religiosa que une al hombre con Cristo. Agustín llega incluso a decir que el pecado con humildad es mejor que la virtud sin humildad. La humildad abre a Dios y es precisamente el pecado lo que puede obligarme a capitular. Yo no puedo dar garantías de nada sobre mí. No puedo dar garantías de no pecar más. Sé que dependo en todo de Dios. La virtud puede llevarnos a la falsa convicción de pensar que podemos llegar a Dios por el propio esfuerzo. El que quiere hacer solo el camino de la virtud para ir a Dios se dará de cabeza contra la pared. No será capaz de dar con la puerta de acceso porque esa puerta es la humildad o confesión de la incapacidad de llegar por propio esfuerzo a ser devoto y santo.
El filósofo O.E. Bollnow confirma la interpretación benedictina de la humildad como comportamiento religioso: “La humildad no hace relación en absoluto a una persona ante la que otra se siente inferior o superior; se refiere exclusivamente a la relación de distinta naturaleza entre la persona y a divinidad ante la cual ésta reconoce su insuficiencia inevitable.
La humildad se fundamenta en la conciencia de la limitación humana, no sólo en el sentido de la limitación de todas sus energías sino más profunda mente aún en el sentido de su total nulidad”.
La humildad, por lo tanto, brota de una experiencia de Dios, es inalcanzable por métodos humanos, viene como consecuencia de la experiencia de Dios en cuanto misterio infinito comparado con la experiencia que uno tiene de sí mismo como criatura limitada, creación humana del creador divino. En el capítulo sobre la humildad, por tanto, se hace una descripción de una experiencia creciente de Dios y de un conocimiento de sí mismo cada vez más claro. Benito señala la manera como puede el monje acercarse progresivamente a Dios y por el amoroso y curativo acercamiento a Dios transformarse a sí mismo más y más. La humildad no es para Benito una virtud alcanzable por el hombre sino una progresiva experiencia, es condición para la experiencia de Dios, es la experiencia de sí mismo dentro de la experiencia de Dios. Cuanto más me acerco a Dios tanto más dura descubro mi propia verdad; cuanto más conozco mi verdad en el fracaso tanto más me abro a la verdad de Dios. Bernardo de Claraval define la humildad como el más auténtico conocimiento que de sí mismo pueda tenerse (PL, 182, 942). Ese conocimiento nos llega en el encuentro con el verdadero Dios.
Para Benito la humildad es imitación de «Cristo que se vació de sí mismo y se hizo semejante a los hombres» (Fil. 2, 6). En la humildad profundizamos en el pensamiento de Cristo.
«Él no se aferró a sí y a su divinidad, al contrario se humilló y se hizo obediente hasta la muerte». La humildad es para los Padres de la Iglesia también una condición previa para la contemplación, para entrar en el camino espiritual. Benito ve en la práctica de la humildad una vía para llegar al amor perfecto y a la unión, en la contemplación. Este amor perfecto (caritas) va marcado por el amor a Cristo (amore Christi = el apasionado amor a Cristo, la íntima y personal relación con él) y por el gusto de las virtudes (delectatione virtutum), sin que deba entenderse la virtud en sentido moral sino como una fuerza dada por Dios al hombre. La humildad lleva por tanto al hombre a sentir gusto en su vitalidad, en su dinamismo, en su vida modelada según el espíritu divino. El término del camino de la humildad no es la humillación del hombre sino su exaltación, su trasformación por el espíritu de Dios que le impregna, y el gusto de la nueva calidad de su vida.
Nunca cita Benito tantos textos de la Escritura como en el capítulo sobre la humildad. Con ello está aconsejando a los monjes que asimilen con humildad las actitudes fundamentales expresadas en la Biblia y contrasten en ella todo cuanto Dios ha revelado como camino hacia la vida. Comienza el capítulo sobre la humildad con estas palabras: «Hermanos, la Sagrada Escritura nos grita: El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será enaltecido (Lc 12, 14)». Trata por tanto Benito en este capítulo del cumplimiento de la palabra de Jesús y de la asimilación creciente de su espíritu. No debemos entender la expresión «humillarse a sí mismo» en sentido moralizante como si tuviéramos que empequeñecernos y pensar bajamente de nosotros. La interpretación correcta tiene sentido psicológico, es decir, el que se identifica con ideales elevados o se eleva juntamente con ellos tendrá que verse confrontado inevitablemente con su propia pequeñez, se verá obligado a situarse ante la realidad de sus limitaciones, a su terrenalidad, a su humus. Se verá humillado, se caerá de bruces por elevarse demasiado. Los sueños con caídas nos hacer ver muchas veces hasta qué altura nos habíamos elevado. Un sueño en el que caigo y caigo me está exigiendo un descenso, una reconciliación con mi condición humana. El que se abaja, dice Jesús, será enaltecido. El que desciende hasta su propia realidad, al abismo de su inconsciente, a la oscuridad de sus sombras, hasta tocar la impotencia de sus propios esfuerzos, el que llega a ponerse en contacto con su humanidad y terrenalidad, se elevará y llegará hasta el verdadero Dios. La ascensión a Dios es el objetivo de toda espiritualidad y método espiritual. Desde los tiempos de Platón se expresa la primigenia aspiración de los humanos en conceptos y símbolos de ascensión a Dios. Lo paradójico de la espiritualidad de abajo, tal como la describe Benito en su capítulo sobre la humildad, consiste en que, por el descenso a nuestra realidad humana, ascendemos hasta Dios.
El fariseo que pone toda la confianza en sí y en sus logros morales es humillado por Dios, no ha comprendido nada. El fariseo instrumentaliza a Dios para acrecentar el sentimiento de complacencia en la contemplación de su propia imagen. En lugar de servir a Dios da culto a los ídolos. Necesita confrontarse primero con su propia indigencia antes de capitular ante Dios.
El publicano pone toda su confianza en Dios por que se conoce en humildad, se confía a la misericordia divina y queda ensalzado y justificado. Sabe bien que él ni puede mejorarse ni garantizar nada. Deposita toda su confianza en Dios, único capaz de infundirle ánimo y hacerle justo.
Benito compara el camino de los doce grados de humildad con la escala que vio Jacob en sueños. Por la escala de Jacob subían y bajaban los ángeles y en ella vieron los Padres de la Iglesia un símbolo de la contemplación en la que el cielo se nos abre. Para Agustín, Jesucristo es scala nostra, nuestra escalera. Cristo bajó hasta nosotros para que nosotros subamos por él como por una escalera. Los dos largueros significan para los Padres los dos Testamentos o el doble precepto del amor a Dios y al prójimo. Para Benito significan el cuerpo y el alma. Con ellos ha formado Dios una escalera para subir hasta él bajando primero a lo más profundo de nuestra humildad. Según Benito, el camino hacia Dios pasa por la tensión de alma y cuerpo. No es espiritualidad pura. Es un camino en el que se toma tan en serio el cuerpo como el alma y en el ascenso por él a Dios no es lícito saltar por encima de nada, hay que subir peldaño tras peldaño.
Jacob ve la escala por la que subían y bajaban los ángeles de Dios mientras dormía, es decir, en sueños (Génesis 28, 10 ss). El sueño abre su mirada a la realidad de Dios presente en medio de la vida. Jacob va de huida, se encuentra en situación de depresión profunda, de fracaso, en la que todos sus planes han quedado rotos. En esa situación se le da Dios a conocer. En el sueño le dice que el lugar que pisa es santo y le garantiza su asistencia y acompañamiento a lo largo de todos sus caminos hasta que se hayan cumplido todas sus promesas. El sueño le señala la meta de un camino que tiene que pasar primero por la decepción en casa de Labán. Tiene sentido compensatorio. Mirando hacia fuera, todo es desesperación. Pero en el sueño trasforma Dios la situación y hace comprender a Jacob que el momento en que se encuentra agotado, al borde de sus fuerzas y posibilidades, es el momento de la intervención de Dios para hacerse él mismo cargo del asunto. Jacob, en lugar de huir delante de Dios, se vuelve directamente hacía él. La piedra, en su camino por el desierto, en la que podría tropezar se convierte en lápida de recuerdo de la fidelidad y misericordia de Dios.
Si leemos la descripción de los doce grados de humildad de Benito a través del prisma de la escala de Jacob nos encontramos como en un callejón sin salida en el cual Dios se da necesariamente a conocer, o como en un embudo que nos abre por su salida necesariamente a Dios, o como ante piedras peligrosas del camino que se trasforman en piedras santas para formar un altar, signo de la presencia del Señor. Los doce grados de humildad son grados de contemplación, de maduración interior, de ascenso a Dios. El número doce es número de plenitud. Significa la llegada a la perfección individual lo mismo que podría significarla el número diez. Pero además es número de comunidad. Doce fueron las tribus de Israel y los apóstoles. Por los doce grados de la humildad llega el monje a su perfección dentro de la comunidad de sus hermanos. En esa comunidad se hace visible el reino de Dios.
El análisis de los doce grados de humildad necesitaría un estudio amplio dedicado a cada uno como trabajo especial. Ahora nos basta simplemente constatar que la espiritualidad de Benito es una espiritualidad desde abajo, que eleva a Dios descendiendo a las profundidades del hombre. Los doce grados o peldaños describen la progresiva transformación de todo el hombre:
— la transformación de su voluntad (peldaños 1-4);
— de sus pensamientos y afectos (5-8);
— del cuerpo (9-12).
El hombre entero y en su totalidad debe pasar por el embudo para abrirse a Dios.
Todos los afectos, aspiraciones, energías y representaciones de la imaginación deben ofrecerse a Dios para que las trasforme. Trasformación quiere decir apertura de nuestros pensamientos y deseos ante Dios al que manifiestan siempre en sus últimas consecuencias. El medio curativo de nuestros pensamientos y deseos es la presencia de Dios. Todo cuanto pensamos o sentimos sucede en su presencia y él mira complaciente las raíces de donde brota. Ante Dios y en Dios reconocemos que, en definitiva, es él en quien pensamos y a quien deseamos porque él es el único capaz de colmar nuestras aspiraciones más profundas.
En el primer grado de humildad nos remite Benito a nuestras relaciones con Dios. Los psicólogos diagnostican la carencia de relaciones como la enfermedad central de nuestro tiempo. La curación y la trasformación se dan solamente cuando relacionamos todo lo que nos pasa con Dios lleno de amor, que con su mirada amo rosa nos encamina a la verdad. La trasformación de la voluntad, de la que se habla en el segundo grado, no significa quebrantamiento de esa voluntad. Nuestra voluntad propia, nuestra terquedad se relaciona tal vez con nuestra estructura fundamental desarrollada desde niños como reacción a las primeras heridas. Esta estructura fundamental se convierte en recurso de supervivencia, es necesaria para sobrevivir. Pero reacciona negativamente ante otros impulsos vitales. Trasformación de la voluntad significa liberación de esta estrecha estructura funda mental para permitir el desarrollo de otros impulsos vitales.
En el pensamiento de Benito la trasformación de la voluntad se orienta a su purificación por el fuego, como la de Cristo, para crecer cada vez más en la identificación con él hasta el perfecto cumplimiento de los ideales de perfección expresados en el sermón de la montaña (4° grado). La trasformación de los afectos tiene lugar cuando se trata con el director espiritual de los pensamientos y afectos que nos mueven. En esa comunicación se ilumina nuestro pensar y sentir. La trasformación de los afectos no es represión ni evasión sino comunicación y análisis con un hermano experimentado. Si yo los comunico ya no me apartan de Dios. Lo único que hacen es descubrir las más profundas aspiraciones de mi corazón (5° grado).
Otro método de transformación pasa por la confrontación con la propia realidad. No puedo disimular mis debilidades e impotencias pero sí debo reconciliarme con mis apatías y vacíos presentándoselos a Dios en oración con el salmista: “Yo era un necio e ignorante, yo era un animal ante ti” (73, 23). Debo tener valor de mirar de frente a mi realidad renunciando a hacerme el interesante, a tenerme por un pequeño prodigio y a la inclinación de ocupar siempre el centro de las atenciones. No puedo negarme a mí mismo negando mi realidad. Por eso no pretende Benito en los grados 6° y 8° llegar a un buen acuerdo con mi realidad interior sino a una confrontación con ella. En el grado 7° me reconcilio con mis fracasos y hago este interesante descubrimiento: son los fallos vergonzantes y hasta las mismas faltas las que me ayudan a abrirme a Dios y a entrar por el buen camino. Entonces puedo confesar: «Me estuvo bien sufrir, así aprendí tus mandamientos» (Sal. 119, 71).
Los síntomas de la trasformación del cuerpo se advierten, según Benito, en los ademanes y compostura. Por el lenguaje del cuerpo se puede expresar si estamos abiertos a Dios o replegados sobre nosotros, si nos fiamos de nosotros o nos ponemos en sus manos; si nos hacemos permeables o permanecemos blindados a Dios y sólo aferrados a nosotros. La trasformación del cuerpo se relaciona mucho con nuestra manera de hablar, hasta con la propia voz (10° grado). La voz delata si la relación con Dios va bien, si somos permeables o si sólo pretendemos que se nos oiga. Se incluye también la risa (11° grado). Hay risas liberadoras y alegres, risas sinceras de los que se sienten seguros. Hay también risas cínicas que acusan complejos de superioridad cuando la realidad es tratada sin respeto y cuando ya no existe ni se considera nada sagrado. A una actitud así opone Benito el sentido de la presencia de Dios como medicina liberadora. La atención a la presencia de Dios se manifiesta en la compostura del cuerpo, en los gestos, en la moderación de los movimientos. La presencia de Dios debería dejarse sentir hasta en el interior del cuerpo (12° grado). Con la trasformación del cuerpo y sus ademanes, de la voz y de la risa, llega a su fin el camino de la trasformación que obra la humildad. Con ello se demuestra que todo el hombre, alma y cuerpo, está impregnado del Espíritu de Dios y se ha hecho permeable a su amor.
La meta de nuestro camino interior, tal como lo describe Benito en su capítulo sobre la humildad, es la plenitud del amor que expulsa todo temor. El camino de la pureza de corazón y de la plenitud del amor pasa por el descenso a las profundidades de a realidad en pensamientos y afectos, de las pasiones y energías, del cuerpo y del inconsciente. La espiritualidad benedictina arranca desde abajo, desde la verdad del hombre con sus aspiraciones, heridas y traumas, desde las adversidades de cada día y lleva en dirección ascensional a Dios, a la plenitud del amor. Con amor perfecto ya no se vive en espíritu de temor, ya no hay peligro de ser manipula dos desde fuera ni por las expectativas de los hombres ni por las imposiciones del superyo. Se llega a vivir en paz y armonía con lo más auténtico de lo que por naturaleza somos. El amor perfecto purifica el corazón para que vea a Dios. Benito describe el amor perfecto con tres expresiones:
— Amor Christi, el amor de Cristo, y significa el amor a Cristo apasionado y tierno, la relación personal con él en la que el monje actualmente vive.
— Consuetudo ipsa bona, la buena costumbre. Quiere decir que la observancia de los mandamientos ya no se considera como imposición desde fuera sino como exigencia interior del amor que hace crecer al monje identifica do con la voluntad de Dios y desde esa disposición interior vive y cumple lo que Dios quiere de él, lo que más se adapta a su verdadero ser.
— Dilectio virtutum, el amor a las virtudes. Describe el placer interior experimentado ante la fortaleza que Dios comunica. La naturaleza trasformada es un reflejo de la imagen que Dios se ha formado de nosotros y esa trasformación es obra de la acción permanente del Espíritu. El Espíritu Santo nos con vierte en un escaparate del amor de Dios. El nos acompaña en el descenso a las profundidades de nuestra humanidad, de nuestra terrenalidad, para transformarla toda desde sus cimientos y convertirla en exhibición suya.
Aspectos psicológicos de la espiritualidad desde abajo
C.G. Jung nos recuerda constantemente que el camino para una verdadera «hominización» pasa por las regiones inferiores del mundo interior y llega al inconsciente. En una ocasión llega a citar a Ef. 4, 9: «Si subió, supone necesariamente que había bajado antes a lo profundo de la tierra». Cree que la psicología, contra la que tanto despotrican muchos cristianos, tiene exactamente los mismos objetivos que el texto aludido. Se pinta la psicología con colores tan intensamente negros porque, en consenso total con la afirmación del símbolo cristiano, enseña que nadie puede subir si no ha bajado antes (t. 18, I 733). Jung admite el hecho de que Cristo fue ejecutado entre dos malhechores por ser un renovador. Nosotros no podemos asimilar la novedad de su mensaje si no estamos dispuestos a ser contados alguna vez, como él, entre los malhechores, si no nos reconciliamos con los malhechores existentes en nuestro interior. El camino a Dios va, según Jung, por el descenso a las oscuridades del sujeto, al inconsciente, al reino de las sombras en el Hades. Desde allí puede emerger nuevamente el yo ampliamente enriquecido, de la misma manera que Rosamaría en la fábula de La señora Holle. Rosamaría se cae a un pozo y al bucear en el fondo encuentra allí unos tesoros que recoge y sube a la superficie. Para Jung se trata de una ley de vida: no podemos encontrarnos con nuestro yo y con Dios si no tenemos la osadía de bajar a la región sombría de nuestras faltas y a las oscuridades del inconsciente.
Jung habla de la ampulosidad de los orgullosos hinchados de elevados ideales e identificados con modelos arquetípicos, por ejemplo con el modelo de un mártir, de un profeta o de un santo. La identificación con ese modelo arquetípico hace ciegos a la propia realidad. Humildad es para Jung el valor de mirar de frente a las propias sombras. El autoconocimiento exige amargas prácticas de humildad. Sin humildad se eliminan de la propia imagen los defectos y aspectos sombríos, pero sólo el reconocimiento de las debilidades propias puede proteger contra los mecanismos excluso nos de los que nos servimos para disimular nuestras sombras. Se necesita una gran dosis de humildad, según Jung, en relación con el inconsciente. El que pretende desentenderse del inconsciente queda ridículamente hinchado. El orgulloso identificado con símbolos arquetípicos, tiene como único medio de curación que el modelo le caiga en las narices, o sufrir un descalabro moral o sucumbir al pecado.
La humildad es para Jung condición previa para desarrollar sentimientos de confianza y aceptación en los otros. El orgullo, por el contrario, actúa como aislante, nos desconecta de la comunicación humana y del contacto con los hombres: “Parecen pecados contra la naturaleza tanto encubrir los defectos como vivir exclusivamente en un complejo de inferioridad. Parece existir algo así como una conciencia de humanidad, un saberse humano, que sanciona en sus sentimientos al que no renuncia alguna vez y en algún lugar al orgullo-virtud de la autoafirmación y del auto afianzamiento del propio yo y se niega a aceptar su condición humana defectuosa. Sin esta confesión de humildad queda el sujeto aislado, separado por un muro insuperable del sentimiento vivo de ser humano entre los humanos” (Jung, t. 16, 63).
Sólo me es posible vivir en comunidad con los demás humanos cuando estoy dispuesto a asociarme a ellos aceptándome como soy, con mis debilidades y limitaciones. Mientras persista en el intento de encubrir mis puntos débiles, mis sombras, lo negativo, jamás podré establecer con los otros más que contactos superficiales. El corazón quedará intacto. Por eso piensa Jung que la humildad es una condición previa e indispensable para las relaciones comunitarias humanas. A uno que le solícita una entrevista inaplazable escribe: “Si usted se siente aislado se debe a que usted mismo se aísla. Tenga un poco de humildad y sencillez y verá cómo nunca tendrá que lamentar su soledad. No hay cosa que más nos aísle y distancie de los demás que presentarnos ante ellos con ostentación de poder y prestigio. Intente usted inclinarse un poco, aprender un poco de sencillez y nunca estará solo” (Jung, Cartas III, 93).
Medard Boss, también psicólogo suizo, es de esta misma opinión: el camino ascensional a Dios se inicia con el descenso a las profundidades de uno mismo: “Mi experiencia personal, apoyada por la de otros psicoterapeutas, me demuestra que nuestros pacientes con deseos de llegar a tener experiencias de Dios, necesitan primero experiencias sensoriales, corporalmente sensoriales. De hecho, compruebo en muchos de mis clientes enfermos y en alumnos que analizan conmigo sus métodos de aprendizaje, que si aceptan ensayar nuevos métodos en el ámbito de lo sensorial, de lo natural o de lo animal, y esto de manera concreta hasta llegar incluso hasta lo sucio y fangoso, tienen de súbito experiencias de algo totalmente nuevo y diferente. Es el antimundo del espíritu, el reverso de lo religioso, que se les abre espontáneamente sin ninguna intervención mía”.

San Juan Diego Cuauhtlatoatzin

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San Juan Diego Cuauhtlatoatzin

Juan Diego Cuauhtlatoatzin (Juan Diego “El que habla como un águila“) o San Juan Diego fue el primer indígena de América Latina que, según la tradición católica en México, presenció la aparición de la Virgen de Guadalupe en 1531.
Juan Diego, de la etnia indígena de los chichimecas, nació el 9 de diciembre de 1474, en Cuautitlán, en el barrio de Tlayácac, región que pertenecía al reino de Texcoco; fue bautizado por los primeros franciscanos, en torno al año de 1524.
Juan Diego era un hombre considerado piadoso por los franciscanos asentados en Tlatelolco, donde aún no había convento, sino lo que se conoce como doctrina, donde se oficiaba misa y se catequizaba. Juan Diego hacía un gran esfuerzo al trasladarse cada semana saliendo “muy temprano del pueblo de Tulpetlac, que era donde en ese momento vivía, y caminar hacía el sur hasta bordear el cerro del Tepeyac“.
De acuerdo con la tradición, el día sábado 9 de diciembre de 1531, muy de mañana en el cerro del Tepeyac escuchó el cantar del pájaro mexicano tzinitzcan, anunciándole la aparición de la Virgen de Guadalupe. Ella se le apareció cuatro veces entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531 y le encomendó decir al entonces obispo, fray Juan de Zumárraga, que en ese lugar quería que se edificara un templo. La Virgen de Guadalupe le ordenó a Juan Diego que cortara unas rosas que misteriosamente acababan de florecer en lo alto del cerro para llevarlas al obispo Zumárraga en su ayate. La tradición refiere que cuando Juan Diego mostró al obispo las hermosas flores durante un helado invierno se apareció milagrosamente la imagen de la Virgen, llamada más tarde Guadalupe por los españoles, impresa en el ayate. El prelado -que en sus escritos no dejó constancia alguna de ninguno de los hechos- ordenó la construcción de una ermita donde Juan Diego Cuauhtlatoatzin viviría por el resto de sus días custodiando el ayate.
Según lo escrito por Luis Lasso de la Vega, fue así que en 1531, diez años después de la conquista de Tenochtitlan, Juan Diego presenció la aparición de la Virgen María, cuando tenía cerca de 60 años y narró los acontecimientos a don Antonio Valeriano de Azcapotzalco un indígena letrado por conventos jesuitas en la crónica del Nican Mopohua.
Murió en la ciudad de Mexico, el 30 de mayo de 1548, a la edad de 74 años. Fue beatificado junto a San Jose María Yermo y Parres, y los beatos Niños Mártires de Tlaxcala; en la Basílica de Guadalupe de la Ciudad de México el 6 de mayo de 1990, durante el segundo viaje apostólico a México del Papa Juan Pablo II. Canonizado en 2002 por el mismo Juan Pablo II.

Fuente: Wikipedia.

Pentecostés

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Pentecostes

Evangelio según San Juan 20, 19-23
19. Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
20. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor.
21. Jesús les volvió a decir: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también.»
22. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo:
23. a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.»
Tres cuartas partes de los mártires de toda la historia de la Iglesia son del siglo XX
Los 498 mártires de la persecución religiosa en España en 1934, 1936 y 1937 “no son fruto de una contienda en la que caen de uno y otro bando” y, por ello, “no son caídos de la guerra, sino mártires de Cristo” pues fueron asesinados por ser cristianos, precisó el Obispo de Tarazona, Monseñor Demetrio Fernández.
El Obispo aragonés señaló que “no son fruto de una contienda en la que caen de uno y otro bando. Son testigos de Cristo, que se han mantenido fieles a su fe y amor a Cristo hasta la muerte, y han muerto perdonando a sus verdugos, como hizo Jesucristo”.
Al respecto, el Prelado señala que “se trataba de una persecución religiosa” pues “no estaban en el frente luchando, sino que fueron buscados por ser cristianos, por ser curas o frailes o monjas, o seglares creyentes”.
“Se les pidió renunciar a su fe -sostiene el Obispo- y ellos se mantuvieron firmes en esa fe y en su amor a Cristo. Con ello se pretendía borrar la fe y toda huella religiosa, en aras de una ideología totalitaria llena de odio contra Dios y contra la religión. Ideas marxistas y laicistas, plasmadas en personas concretas, se proponían borrar a Dios del mapa. Y en medio de tanta destrucción y de tanto odio, prevaleció el amor más grande. La Iglesia, experta en humanidad, con dos mil años de historia, reconoce en ellos a sus mejores hijos”.
Monseñor Fernández recuerda que “ellos murieron perdonando. Al odio, respondieron con amor. En medio de la destrucción que se generaba en su entorno, ellos pusieron en el surco de la historia una semilla de amor, ellos sembraron la reconciliación. Los mártires no ofendieron a nadie, no impusieron a nadie sus creencias, querían vivir en libertad su religión. Algunos de ellos jovencísimos, muchos de edad joven, algunos ya ancianos. Su trabajo fue hacer el bien, pero el odio contra la religión no los soportaba. Fueron llevados al paredón, y ellos murieron perdonando y amando a quienes les mataban”.
Más adelante, el Prelado destaca que frente a los que “quieran desfigurar la grandeza de estos hombres y mujeres buenos, de todas las clases sociales, o quienes politicen el acontecimiento por intereses de su ideología, o quienes desfiguren la historia”, por el contrario, “la Iglesia quiere proponerlos hoy a los creyentes y a todos los hombres de buena voluntad, como ejemplo de amor, de perdón y de reconciliación”.
Antes de concluir su misiva, Mons. Fernández resalta que “durante el siglo XX, no sólo en España, sino en otros muchos lugares de la tierra, la Iglesia ha sufrido persecución, y seguirá padeciéndola hasta el fin del mundo. Tres cuartas partes del total de mártires de toda la historia de la Iglesia son mártires del siglo XX. Nunca la Iglesia ha sido tan perseguida como en la época contemporánea, también en nuestros días”.
“Nunca la Iglesia ha crecido tanto, como en nuestros días. Los mártires nos enseñan que sólo el amor triunfará, que sólo el amor será capaz de generar una nueva civilización del amor. Nunca como ahora la Iglesia puede tener la esperanza de una nueva primavera, porque la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”, concluye.
Fuente: ACI Prensa.
Iglesia en IrakViolencia contra los cristianos en Irak
“De nuevo, en estos días, se ha encendido la violencia contra los cristianos. Hace algún tiempo, tuve en mis manos panfletos con amenazas terribles que eran distribuidos sistemáticamente en Mosul, Irak, en las casas particulares de los cristianos invitándolos a dejar la ciudad. Los recientes brutales homicidios confirman la misma estrategia sistemática contra la cual, las autoridades parecieran no ser capaces de aportar soluciones eficaces. ¿Cómo podrán sobrevivir las comunidades cristianas en estas condiciones? Sin embargo, son comunidades autóctonas, perfectamente integradas en la cultura y en la historia local, de la cual constituyen un componente vital. No es odio contra el occidente o el extranjero, sino contra la comunidad cristiana”.
El director de la oficina de prensa de la Santa Sede, el padre Lombardi aclara en su editorial, que si bien Irak es hoy el caso más actual, en algunas regiones de India las violaciones continúan, al igual que en Pakistán y otros países de Asia y África. El fundamentalismo religioso -afirma- genera odio y violencia, y las minorías religiosas – considerando que el cristianismo es una minoría en muchas partes del mundo – son los que pagan.
“Con frecuencia se llama a la comunidad internacional para que se movilice. Pero en el panorama actual del mundo occidental muchas fuerzas están trabajando para contestar o demoler la presencia cristiana y su influencia en las áreas en las áreas donde es, o era, mayoritaria. ¿Es realista esperar una convencida defensa de parte de ellos, allí donde es minoritaria y no cuenta mucho desde el punto de vista de los intereses políticos o económicos? Los cristianos –conocedores del destino de su Maestro- no pueden asombrarse por ser perseguidos, pero la justicia y el derecho deberían valer en todas partes, también para ellos”.
Fuente: Revista Ecclesia.

Monseñor Juan Tomis Stack

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Padre Juan Tomis

Entrevista al Padre Ricardo Guerrero, Párroco de “Juan Maria Vianney” en Chiclayo:
¿Usted conoció al Monseñor Juan Tomis Stack?
Sí, fue un excelente párroco. Vino de la Diócesis Bridgeport EEUU y trabajó en la Parroquia Inmaculada de Santa Cruz junto con dos sacerdotes más.
¿Me puede comentar acerca de sus obras?
Fundó esta Parroquia “Juan Maria Vianney”. Me enorgullece poder decirles que es el fundador de esta Parroquia; también de la Biblioteca. Además las Capillas de José Olaya y la de 09 de Octubre. Fueron las obras más resaltantes que nos pudo dejar. Además el Padre Juan Tomis dictaba clases vacacionales a todos los niños más pobres. El siempre se identificó con la sociedad y con la humanidad.
También creó un consultorio odontológico con la ayuda del señor Juan Esquerre Allende que funciona en nuestra parroquia. El Padre Juan Tomis murió el 29 de junio de 1986, justamente un domingo de Resurrección y le rendimos el mejor homenaje porque para nosotros vive en nuestras mentes y en nuestro corazón.
En Año Sacerdotal, Cristo Morado recorre calles de Ciudad del Vaticano
Los domingos 11 y 18 de octubre, la imagen del Señor de los Milagros salió en procesión por las calles de Roma y Ciudad del Vaticano, acompañada de miles de peruanos residentes en Italia, que hicieron un alto a sus labores para sumarse a esa manifestación de fe católica, que ya se replica en muchas partes del mundo.
En esta oportunidad, las celebraciones en torno al Cristo Morado tuvieron un matiz especial por cuanto la Hermandad que promueve este culto cumple este año diez años de su fundación.
Su incansable labor de propagación de la fe en el Cristo de Pachacamilla le ha valido a la Hermandad el reconocimiento oficial por parte del Vaticano, que ya le asignó como sede dentro de la diócesis, a la iglesia Santa María de La Luce.
La efigie del Señor de los Milagros salió el domingo 11 de su iglesia ubicada en la Plaza de la República y recorrió diversas calles de Roma, la capital italiana, en hombros de los inmigrantes peruanos, pero también de otros fieles de diversas nacionalidades latinoamericanas que se han sumado a esta fe a lo largo de los años. Previa a la procesión se realizó un homenaje criollo a la estampa religiosa.
El domingo 18, la imagen fue sacada de su iglesia y llevada a El Vaticano. A las nueve de la mañana hubo un homenaje criollo y una hora después comenzó el recorrido procesional.
El Cristo Moreno estuvo presente en el Angelus que rezó el Papa Benedicto XVI al mediodía y una hora después se ofició una misa en su honor en la basílica San Pedro, con asistencia de los representantes diplomáticos peruanos de Roma y la Santa Sede.
Terminada la misa comenzó la procesión que como todos los años, además de la presencia de los fieles, estuvo acompañada del aroma y sabor de la comida peruana infaltable en estos festejos.
En estas celebraciones participaron las hermandades moradas de las ciudades de Firenze, Nápoli, Perugia.
Crimenes de Odio
Asesinan sacerdote responsable de la juventud
La Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB), condenó el asesinato del Asesor Nacional de la Sección de Juventud del Episcopado, Padre Gisley Azevedo Gomes, muerto el 15 de junio del 2009.
En un comunicado, la CNBB expresó su consternación por el hecho y manifestó su confianza de que “el crimen sea esclarecido con eficacia y se haga justicia con los culpables”.
La agencia Fides informó que los obispos recordaron la Campaña de Fraternidad de este año cuyo tema es precisamente la Seguridad Publica, por lo que reafirmaron “la urgencia de toda la sociedad de movilizarse por el fin de la violencia que rompe las vidas tan precozmente”. Indicaron que el sacerdote de 31 años “fue víctima de la violencia que deseaba combatir“.
Por su parte, la Pastoral de Juventud recordó la labor desempeñada por el Padre Gisley, “su empeño en la lucha por la juventud, de sus palabras valientes en defensa de la vida y sobre todo, de su compromiso con la bandera de la justicia y la paz”.
El sacerdote fue encontrado muerto el martes 16 de junio en las proximidades de Brazlândia, ciudad satélite de Brasilia. Natural de Morrinhos, entró en la Congregación de los Sagrados Estigmas de Nuestro Señor Jesucristo el 23 de enero del 2004. Fue ordenado en mayo del 2005 y era asesor de la Sección de Juventud de la CNBB.
Según las primeras investigaciones, el Padre Gisley fue víctima de un robo.
Obispos de Brasil condenan asesinato de joven sacerdote
La Conferencia Nacional de Obispos Católicos de Brasil (CNBB) lamentó y rechazó el homicidio del Padre Evaldo Martiol, de 33 años de edad, quien fue asesinado el pasado sábado 26 de septiembre. Este presbítero pertenecía a la diócesis de Caçador, en el estado sureño de Santa Catarina.
En su camino de regreso a casa, el Padre Martiol fue abaleado por un joven de 21 años y el sobrino de éste de 15, quienes primero le robaron y luego le dispararon tres veces. El domingo los asesinos fueron capturados y confesaron su crimen.
El Obispo de Caçador, Monseñor Luis Carlos Eccel, comentó el día de los funerales, visiblemente emocionado, que “la Catedral estaba abarrotada, las personas muy emocionadas porque el Padre Evaldo era un hijo querido que vivía de hacer amistados con todos. Su modo de evangelizar era a través de la amistad“.
El Prelado dijo además que la Iglesia perdona a los asesinos y que esta muerte puede ser comprendida como “un martirio para el mundo entero, por el Año Sacerdotal”, agrega la nota de la CNBB.
El Padre Martiol había sido ordenado sacerdote el 26 de abril de 2003 y sirvió en las Parroquias de Friburgo, Salto Veloso y en la Catedral, Parroquia São Francisco de Assis de Caçador.
Este sacerdote es el tercero que es asesinado en el lapso de tres meses. El primero fue el Padre Gisley Gomes Azevedo el pasado 15 de junio en Brasilia y el segundo fue el misionero italiano Ruggero Ruvoletto, en Manaos.
Muere apuñalado en su casa el Presidente de la Conferencia Episcopal turca
El Presidente de la Conferencia Episcopal de Turquía, Luigi Padovese OFM Cap., fue asesinado a puñaladas en su casa de la provincia de Hatay, cuando prestaba sus servicios en el Vicariato Apostólico de Anatolia. Ostentaba este cargo desde hacía una década y cubría casi la mitad del territorio turco, desde el Mar Negro al Mediterráneo.
Padovese fue hallado en estado agonizante en su propia residencia, sin que por ahora hayan trascendido muchos más detalles del asesinato, que está siendo investigado por las autoridades.
La cadena de noticias NTV sostiene que el prelado fue acuchillado por su chofer y que murió de las graves heridas de camino al hospital, tras ser hallado en el jardín de su residencia.
En 2006, el párroco católico Andrea Santoro también fue asesinado en la ciudad de Trabzon, en las inmediaciones del Mar Negro, en un ataque de grupos ultranacionalistas.
En relación a este hecho, acaecido en medio de la polémica por las caricaturas de Mahoma, Padovese declaró que “el hecho de que el asesinato se haya producido ahora no me parece una casualidad. Aquí hay un ambiente muy caliente y muchos islamistas fanáticos”.
Asimismo, en 2007 se produjo en Malatya (al este de Turquía) otro suceso extremadamente violento contra tres trabajadores de la editorial cristiana Zirve. Los cadáveres de las tres víctimas fueron encontrados degollados, maniatados de pies y manos.
Para los católicos el enclave de Hatay, en el que conviven una pequeña comunidad cristiana con la mayoría musulmana, es especialmente significativo porque en él se definió como cristianos a los seguidores de Jesucristo.
Por su parte, el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, ha manifestado en una entrevista en ‘Radio Vaticano’ que “se trata de un hecho horrible e increíble; estamos consternados”, en referencia al impacto que ha causado el crimen en El Vaticano.
Padovese tendría que haber participado en la visita del Papa a Chipre y, junto a los demás líderes de la Iglesia Católica en la región, el domingo habría recibido de manos del Pontífice el ‘Instrumentum Laboris’, que es el documento que servirá para preparar el Sínodo de Obispos sobre Oriente Próximo que se celebrará en El Vaticano.
“Monseñor Padovese ha sido una persona que ha tenido grandes méritos”, explicó Lombardi, que ha añadido que “su muerte nos hace pensar espontáneamente en la de don Andrea Santoro”.
Un grupo enmascarado asesina en Moscú a un sacerdote ortodoxo
Varios hombres enmascarados entraron el jueves por la noche en una iglesia del sur de Moscú y asesinaron a tiros a un sacerdote ortodoxo rusa bien conocido por sus actividades misioneras entre los jóvenes, según informaron este viernes fuentes de la Fiscalía General.
Los pistoleros se acercaron al sacerdote Daniil Sysoyev, de 34 años, en la iglesia de Santo Tomás, le preguntaron el nombre y abrieron fuego contra él con arma corta, según indicó un portavoz del comité de investigaciones de la Fiscalía General.
“La principal sospecha es que haya motivos religiosos detrás de este crimen”, precisó el portavoz, Anatoly Bagmet, en declaraciones a la cadena de televisión Rossiya, aunque, añadió, se están investigando otros posibles móviles. Sysoyev falleció a causa de sus heridas mientras lo trasladaban a un hospital. En el ataque también resultó herido el maestro del coro de la iglesia, indicó Bagmet.
Sysoyev estaba fuertemente implicado en actividades misioneras para atraer a la juventud a la Iglesia Ortodoxa rusa. Las agencias de noticias rusas han informado de que el sacerdote había recibido amenazas de muerte a través del correo electrónico. Aunque los obispos ortodoxos han acusado al Catolicismo romano de intentar expandirse por Rusia a costa de la Iglesia Ortodoxa, los sacerdotes rusos han advertido de que las principales amenazas proceden de pequeñas comunidades religiosas postcristianas, como los Adventistas del Séptimo Día y la Iglesia de la Unificación.
Fuente: Agencia de Noticias Andina, ACI Prensa y http://globedia.com/grupo-enmascarado-asesina-moscu-sacerdote-ortodoxo.Pedro Eduardo Dufau, sacerdote, nacido el 13 de octubre de 1908 en la ciudad de Mercedes (provincia de Buenos Aires); Alfredo Leaden, sacerdote, nacido el 23 de mayo de 1919 en la ciudad de Buenos Aires; Alfredo José Kelly, sacerdote, nacido el 5 de mayo de 1933 en la ciudad de Suipacha (provincia de Buenos Aires); Emilio José Barletti, seminarista, nacido el 22 de noviembre de 1952 en San Antonio de Areco (provincia de Buenos Aires). Salvador Barbeito Doval, seminarista, nacido el 1 de septiembre de 1951 en la ciudad de Pontevedra (España).
Juntos vivieron, juntos murieron: proceso de canonización de los cinco mártires palotinos en San Patricio
Los cadáveres acribillados a balazos estaban ordenadamente tendidos uno al lado del otro sobre la alfombra tinta en sangre de la sala de reuniones, según informó a La Opinión el Padre Juan Mannon, nuevo párroco de la Iglesia“.
El Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Jorge Bergoglio SJ, autorizó el inicio del proceso de canonización de tres sacerdotes y dos seminaristas palotinos asesinados durante la dictadura militar argentina. Se trata de los sacerdotes Pedro Duffau, Alfredo Leaden y Alfredo Kelly; así como los seminaristas Salvador Barbeito y Emilio Barletti, quienes fueron asesinados el 4 de julio de 1976 en el salón comunitario de la Iglesia San Patricio en el barrio porteño de Belgrano. Ahora se ha autorizado el inicio del proceso para determinar si los cinco religiosos serán declarados “mártires”, un camino que puede conducir a su beatificación y santificación de comprobarse que obran milagros.
Una alfombra con sangre seca y agujeros de bala que se guarda en la iglesia de San Patricio es el testimonio vivo del crimen. Los cinco religiosos se convertirían en las primeras víctimas de la represión ilegal que podrían ser declarados beatos y hasta santos una vez concluido el trámite autorizado por Bergoglio.
El proceso demandará varios años de prolongados estudios en Buenos Aires y en el Vaticano. La Arquidiócesis de Buenos Aires iniciará el proceso de canonización con el estudio de la vida y las circunstancias en que los religiosos fueron asesinados y para ello apelará a testimonios de quienes los conocieron. El proceso continuará en Roma, donde los plazos para la beatificación tendrán directa relación con la contundencia de las pruebas para comprobar que los sacerdotes palotinos fueron mártires. El juez eclesiástico estudiará si los religiosos “murieron por difundir la fe encarnada en una expresión evangélica como bregar por el respeto a la dignidad humana, la igualdad y el desarrollo de la paz”. En ese sentido, precisó que se cuenta con “muchos testimonios de la actitud siempre pacífica” de los religiosos.
Hugo EchegarayHugo Echegaray, miembro y asesor de UNEC
Fue un sacerdote católico y teólogo de la liberación. Estudió en la Facultad de Psicología de la UNMSM y en la Facultad de Educación de la PUCP. Fue miembro y dirigente de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos. Luego se graduó en filosofía en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica); y por último en teología en la Facultad de Teología de Lyon (Francia).
Ordenado sacerdote en Lima en 1973, fue asesor de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos y profesor de teología en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Al mismo tiempo se dedicó a acompañar la reflexión pastoral y teológica de muchas comunidades cristianas de base en el Perú, y particularmente las comunidades de Vitarte, en Lima. Dirigió también la revista Páginas, donde publicó varios artículos.
Falleció en Lima, luego de una breve enfermedad, el 6 de abril de 1979.
Publicaciones
Los siguientes artículos aparecieron todos en la revista Páginas, publicación bimensual del Centro de Estudios y Publicaciones (CEP):
«Conocer a Dios es practicar la justicia». Páginas (3). Julio 1976.
«Lutero y Munzer: Dos concepciones antitéticas del proceso de liberación». Páginas (5-6). Septiembre 1976.
«El leproso, Jesús y los médicos descalzos». Páginas (5-6). Septiembre 1976.
«Algunas reflexiones en torno al reciente mensaje del Episcopado». Páginas (7). Diciembre 1976.
«Tierra Nueva» y «Teología de la Liberación- Críticas desde el orden establecido». Páginas (9). Mayo 1977.
«Momentos en la historia de la Utopía». Páginas (10). Junio 1977.
«Derecho del Pobre- Derecho de Dios». Páginas (11-12). Setiembre 1977.
«Vamos Caminando- Un nuevo modo de hacer Teología». Páginas (15). Mayo 1978.
«La presencia de la Iglesia en el momento actual». Páginas (18). Octubre 1978.
Historia de la UNEC
Por Cecilia Tovar
Cuando en agosto de 1941 un grupo de estudiantes crearon el primer núcleo de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos, les guiaba una preocupación que es central a lo largo de toda la historia del movimiento: anunciar el Evangelio en el ambiente universitario y hacerlo desde una comunidad cristiana de personas comprometidas en la construcción de la justicia y la fraternidad.
Esta perspectiva es la que ha generado una historia, un proceso de búsqueda de lo que el mensaje de Jesucristo significa en cada circunstancia concreta, una verdadera aventura colectiva en la que han participado varias generaciones de estudiantes universitarios y que los ha marcado profundamente. Dar cuenta de esa historia, más precisamente del significado de ella, es el propósito de estas páginas.
Antecedentes
El primer brote intelectual laico católico en este siglo en la universidad surge en San Marcos entre 1923 y 1925; es el grupo Novecientos, que edita una revista del mismo nombre, y que se interesa en lo más avanzado de la cultura del momento. En 1925 es creada la Acción Social de la Juventud, que en su amplio local del jirón de la Unión realiza actividades culturales, religiosas y deportivas. En 1930, un grupo importante en el que se cuentan varios fundadores, se retira de la ASJ, descontento por el carácter superficial y masivo que habían adquirido sus actividades, y constituye el Centro Fides. Al mismo tiempo surge el Centro Católico de Estudiantes que funciona junto a la Universidad Católica, en la plaza Francia, y los centros de Juventud Católica de Barranco, Miraflores, Chorrillos, Callao y Magdalena.
Sobre la base de estos centros se constituye en 1931 la Federación Diocesana de la Juventud Católica que edita el semanario “Verdades” y junto con la organización de estudiantes católicos mexicanos, realizan en 1931 en México una Convención para preparar el I Congreso Iberoamericano de Estudiantes Católicos. Este iba a realizarse en Lima en 1933, pero la amenaza de guerra con Colombia motiva que se lleve a cabo en Roma. Allí se creó la Confederación Iberoamericana de Estudiantes Católicos CIDEC, que entró en contacto con Pax Romana, movimiento internacional de estudiantes e intelectuales católicos. El II Congreso de la CIDEC se realizó en Lima en 1939, y el III y último en Bogotá en 1941. Entretanto, en 1935, se crea la Acción Católica Peruana, que significa el reconocimiento oficial en la iglesia del papel del laico en la evangelización.
La creación del movimiento
El 25 de agosto de 1941 doce estudiantes universitarios constituyen en Lima el primer grupo de acción católica universitaria, que el año siguiente toma el nombre de Juventud Estudiantil Católica y se extiende a Arequipa, Cusco y Trujillo. En 1943 se realiza la Convención de Estudiantes Católicos, en la que estos grupos deciden asumir el nombre de Unión Nacional de Estudiantes Católicos, y organizarse en dos ramas, masculina y femenina, a semejanza de la Acción Católica.
Ese mismo año se realiza la Primera Comunión Pascual Universitaria, actividad que durante muchos años constituirá un eje central del movimiento en un ambiente universitario que era totalmente laico e incluso anticlerical. La comunión pascual se realizaba todos los años y en las cuatro ciudades donde había centros de UNEC. Era el momento culminante de una serie de actividades preparatorias que se realizaban en las universidades y consistían en charlas, jornadas de estudios, mesas redondas, en las que se procuraba que participaran estudiantes, catedráticos y sacerdotes; también se recurría a los medios de comunicación para ampliar la difusión del mensaje cristiano.
Simultáneamente la UNEC intenta afirmarse institucionalmente y encontrar su perfil propio dentro de la Acción Católica, en la que juega un papel dinámico y activo, como movimiento especializado en la evangelización en la Universidad. Una característica fundamental del movimiento es la vida comunitaria, pues los miembros se reúnen en grupos pequeños donde se reflexiona sobre la fe y sobre la manera de dar testimonio de ella; pronto se iniciarán, con la epístola a los Efesios, los comentarios bíblicos, que tuvieron mucho impacto en los estudiantes. UNEC se preocupa por la formación de sus miembros en doctrina social, filosofía y especialidades profesionales, así como por la profundización de la vida espiritual mediante retiros y misas. Realiza Semanas de Estudios o Convenciones de sus miembros a nivel nacional, la primera en Lima en 1945, y luego en Arequipa en 1947, Lima 1949, Cañete 1951, etc.
También participa en las reuniones internacionales de Pax Romana, como la semana de estudios realizada con la CICEC en Santiago de Chile en 1944, la II Asamblea Interamericana de Universitarios Católicos en Lima en 1946, en la que la UNEC tuvo destacada participación, y el XIX Congreso Mundial de Pax Romana en España en 1946, al que asistió también el Padre Juan Landázuri Ricketts OFM, quien luego sería arzobispo de Lima y cardenal, y entonces era asesor del movimiento. UNEC contó entre sus asesores en esos años al Padre Eduardo Picher, después arzobispo; al Padre José Dammert, luego obispo y Presidente de la Conferencia Episcopal, y al Padre Gerardo Alarco.
Desde 1946 existen los Consejos Nacionales tanto masculino como femenino. En 1947 comienzan a realizarse reuniones conjuntas de ambos consejos y a alternar entre ambas ramas el ejercicio de la presidencia. En 1948 se unifica la organización, aunque siempre nombrando dos presidentes que se alternan en sus funciones. Se crean centros de UNEC en Huamanga 1959 y en Huancayo en 1960.
La UNEC se preocupa también de una presencia a través de comunicados o pronunciamientos sobre materias o hechos que afectaban la vida universitaria. Sus miembros participan activamente en las actividades y problemas de la universidad, a título personal, y no en nombre del movimiento ni de la Iglesia, buscando evitar que el movimiento sea identificado con una opción política. La UNEC también se interesa en cuestiones que van más allá de los claustros, como por ejemplo la situación de los obreros, creando una escuela de capacitación para obreros que funcionará varios años.
La participación en la UNEC es una intensa experiencia espiritual para muchos estudiantes. El descubrimiento de una manera de vivir la fe, el contacto cercano con la Biblia, la vida comunitaria, dejan una marca que no se borra al salir de la universidad. La preocupación por seguir siendo cristianos los llevará a buscar formas nuevas de ejercicio de la profesión con un espíritu de servicio y se inicia un fecundo contacto con los sectores populares que suscita un continuo avance y va llevando también a un interés en la política como servicio y compromiso de los laicos.
La UNEC y la renovación conciliar
A fines de los años ’50 vientos nuevos y poderosos comienzan a suscitar cambios profundos en la Iglesia. Son los tiempos de Juan XXIII y pronto será los tiempos del Concilio Vaticano II. A la UNEC van llegando poco a poco esos aires de renovación, tanto en la reflexión teológica como en la metodología del movimiento. En esos años regresan al Perú varios sacerdotes surgidos de los grupos estudiantiles católicos y de la UNEC misma, y formados en Europa en las corrientes más avanzadas del pensamiento teológico, bíblico y litúrgico que están en el origen de la renovación conciliar. Al mismo tiempo profundos cambios están ocurriendo en la sociedad peruana y latinoamericana, con las luchas campesinas por la tierra, las migraciones del campo a la ciudad y la formación de barrios marginales, los procesos de industrialización, las luchas contra las dictaduras y las experiencias de transformación política en países como Guatemala y Cuba.
Un primer aspecto del proceso de renovación de UNEC en esos años está en la metodología. Se va introduciendo el método del VER-JUZGAR-ACTUAR, en 1958 con el nombre de método activo o Encuesta, como un método pedagógico eficaz para la acción, y luego en 1960 como Revisión de Vida o Revisión de Hechos de Vida. Como se dice la ya clásica definición, “la Revisión de Vida consiste en examinar en común nuestro ‘estar en el mundo’ (vida de todos los días: estudiante, hijo de familia, ciudadano) a la luz de nuestro ‘no ser del mundo’ (condición de hijos de Dios: la vida de fe, esperanza y caridad), con el fin de que toda nuestra vida esté consagrada a la extensión del Reino de Dios”.
La intuición que está en el origen de esta metodología es que la acción apostólica parte de la vida y vuelve a ella, intentando juzgarla a la luz de la fe; es una búsqueda de coherencia entre la fe y la vida, una manera de vivir la fe, una verdadera espiritualidad. La formación del cristiano se da en la acción y todo unecista debe asumir su compromiso como laico en el aspecto académico como en el gremial estudiantil, para que su participación en la comunidad tenga significado. La vida de la comunidad recibe con ello un nuevo impulso y contenidos apasionantes. Cada hecho concreto de la vida personal, estudiantil o nacional se vuelve una ocasión de conversión, contiene un mensaje del Señor que se trata de descubrir y poner práctica. La vida espiritual se ve dinamizada y ello se expresa en las reuniones de comunidad dedicadas a la oración, en la participación en los retiros mensuales y anuales, y en la eucaristía semanal que hasta ahora se acostumbra en el movimiento.
No es exagerado decir que quizá lo fundamental de la historia de UNEC se ha debido a esta metodología de la revisión de hechos de vida. Ella ha sido el dinamismo que ha empujado constantemente esa aventura espiritual colectiva hacia el corazón de los acontecimientos históricos y cotidianos, y hacia la Palabra de Dios que se allí vital e interpelante. El mismo efecto tuvo en conjunto de la Iglesia latinoamericana, que la asumió desde Medellín.
Al mismo tiempo tiene lugar una nueva reflexión teológica sobre el ser y la misión del movimiento. La reflexión, sobre todo teológica, ha tenido un papel central en la UNEC y junto con la pedagogía de la revisión de vida, respondiendo a las interrogantes que se encontraban allí alimenta el caminar de esta comunidad cristiana que intenta ser fiel al Evangelio en cada momento histórico.
El Padre Gustavo Gutiérrez dio en Lima en junio 1960 y luego en otros lugares del país, una charla titulada “Qué es UNEC” basada en la teología del apostolado laico elaborada por Congar, Rahner, Philips, Chavasse, Spiazzi y otros. Se trata de la teología de la “distinción de planos”, que señala que la voluntad salvífica de Dios de expresa en dos niveles o planos distintos aunque no separados: el plano natural humano o temporal en el que se sitúa la construcción de la sociedad, la política y la vida universitaria; y el plano sobrenatural, religioso o de la gracia, donde se ubica la evangelización, la Iglesia y UNEC. Se trataba de afirmar la autonomía de lo temporal y evitar confusiones entre lo cristiano y lo político.
La teología de la distinción de planos significa una ruptura con toda perspectiva de cristiandad o nueva cristiandad que pretenda deducir de la fe modelos de sociedad o planteamientos políticos; rechaza la confusión de la fe con una ideología política y la creación de partidos políticos o sindicatos cristianos, como los que impulsaba la corriente social cristiana. Por el contrario, concede mucha importancia a la formación de cristianos maduros y comprometidos, a la educación de una fe personal y libre, a la oración y celebración, a la autonomía de la Iglesia y del movimiento frente a lo político, y al compromiso que todo militante debe asumir como ser humano en la construcción de una sociedad justa, y dentro del que cabe un legítimo pluralismo. Desde esta perspectiva teológica UNEC estuvo entre los pocos grupos eclesiales peruanos que recibieron con interés el Concilio Vaticano II y se sintieron expresados por él en sus perspectivas y búsquedas.
Los años sesenta son un tiempo de mucho estudio en el movimiento. Comienza la serie de los Seminarios Nacionales, que reúnen por varios días unecistas delegados de diversas zonas del país. Entre los temas tratados están la realidad nacional (1962), la Universidad (1963), la política (1964), el movimiento a la luz del Concilio (1965 y 66). También se realizan campamentos durante una o dos semanas durantes las vacaciones de verano, donde se trabajan temas como la mujer en la Biblia (1964), Caridad y amor humano, un estudio bíblico (1965), la pobreza en la Biblia (1966); se llevan a cabo seminarios o cursos sobre las líneas pastorales existentes en la Iglesia y la reflexión teológica que iba surgiendo sobre ellas y jornadas de estudios sobre temas como la Iglesia en el mundo de hoy, la teología católica, la libertad, el psicoanálisis, el humanismo marxista, la separación de la Iglesia y el Estado.
En este contexto se da también una preocupación por brindar a los estudiantes universitarios un espacio de vivencia de la fe que no se reduzca a la actividad anual de la comunión pascual. En 1964 se crea en Lima, y más tarde en otros lugares del país, el Centro Parroquial Universitario, que los domingos ofrece a los estudiantes una bien preparada misa, seguida de desayuno y charlas sobre temas diversos. Luego se organizaron seminarios y ciclos de charlas durante la semana sobre temas como el cristiano y el desarrollo, o un ciclo básico de doctrina cristiana. También se publicaba un boletín semanal con comentarios bíblicos de los textos de la semana, noticias del concilio y la Iglesia peruana y temas de actualidad nacional y universitaria.
La segunda mitad de los ’60 es un momento de profundo cuestionamiento. El concilio ha abierto pistas y la realidad social plantea desafíos a la Iglesia en el Perú y en América Latina. La práctica y la reflexión teológica van llevando a la Iglesia, y dentro de ella a UNEC a preguntarse qué significa ser cristiano en una realidad de injusticia, pobreza y muerte y cómo anunciar allí el Evangelio. Así como sacerdotes y religiosas descubren a los pobres a través del trabajo pastoral en las nuevas parroquias creadas en los barrios marginales o en las zonas rurales alejadas, los estudiantes los encuentran en actividades de extensión social universitaria como la alfabetización o tareas de promoción durante las vacaciones. Así miran más allá de la universidad, hacia el país toman conciencia de la urgencia de los problemas sociales y de la necesidad de cambios estructurales y de una acción política en esa perspectiva.
La reflexión teológica acompaña ese proceso fortaleciendo la fe y evitando que pierda relevancia o se reduzca a la esfera privada. El movimiento trabaja con el Padre Gustavo Gutiérrez temas de los que surgirá la teología de la liberación: líneas pastorales de la Iglesia (1964 y 65), historia humana e historia de la salvación (1966), fe y compromiso y fe e ideología (1967); la pobreza en la Biblia (curso en el segundo semestre de 1967) planteando la distinción de tres tipos de pobreza: la pobreza material, que es un mal y produce sufrimiento y muerte a grandes mayoría de la humanidad, hoy conscientes y organizadas; la pobreza espiritual como disponibilidad ante Dios o infancia espiritual; y la pobreza como compromiso , como protesta contra la pobreza injusta y solidaridad con los pobres. Son los temas que llevarán a la opción por los pobres en Medellín.
La opción por los pobres
Es en este tiempo de intensa búsqueda que se da la verdadera preparación de Medellín. UNEC participó activamente en ella primero a través de su actividad evangelizadora, del compromiso de sus militantes y de la reflexión mencionada, y luego más directamente a través de las reuniones de discusión del documento de consulta, tanto a nivel de los movimientos laicos peruanos como en la reunión de nivel latinoamericano convocada en Lima por el Departamento de Laicos del CELAM, presidido entonces por Monseñor José Dammert. El seminario Nacional de 1968 estuvo dedicado al estudio de los documentos eclesiales peruanos y latinoamericanos que fueron jalando el camino hacia Medellín. La opción por los pobres allí asumida por la Iglesia latinoamericana fue también una opción vital para el movimiento, paso decisivo en esa aventura espiritual colectiva que esta reseña histórica trata de revivir.
Para UNEC un hito muy significativo es el seminario nacional del año 1970, realizado en Ica, donde toda la búsqueda de los años anteriores se expresa en la opción por los oprimidos y señalan algunas pistas de compromiso: la evangelización liberadora y la construcción de la Iglesia, que va a llevar a muchos unecistas a apoyar el trabajo pastoral con los pobres, sea a través de movimientos apostólicos o de parroquias; la participación personal como laicos en la política, solidaridad con los sectores populares, apoyando su concientización y organización. Esta opción significa un radical replanteamiento del sentido de los estudios, del ejercicio de la profesión que debe estar al servicio de los pobres, y del estilo de vida que conlleva el status profesional, buscando una mayor cercanía y amistad con los que una sociedad injusta como la peruana carece de lo más elemental. En el terreno de la espiritualidad esta opción es vivida como una verdadera ruptura, como una conversión.
Es el conjunto de este compromiso el que constituye el testimonio evangelizador del movimiento, que entiende que el Evangelio hay que comunicarlo no sólo con palabras sino también con gestos o acciones, con una vida entregada al servicio de los pobres. Que esto es asumido con radicalidad se refleja por ejemplo en un hecho ocurrido en Iquitos el 25 de marzo de 1974. Ese día murió ahogado en una laguna de la localidad de Orellana el unecista Luis Aguilar, cuando trataba de llegar a un caserío campesino en el que había emprendido un trabajo de evangelización liberadora.
Después de Medellín tiene lugar, en enero de 1969, la XXXVI Asamblea Episcopal Peruana que dará un gran impulso a la acción pastoral en la perspectiva de la opción por los pobres. También se abre a la participación de sacerdotes, religiosos y laicos, y allí están activamente presentes los unecistas. En este proceso encuentran a muchos grupos de cristianos, comunidades de base, parroquias, congregaciones religiosas, diócesis, en los que bullía la misma inquietud por la renovación de la Iglesia; con ellos compartirán en los años siguientes el compromiso y la reflexión revitalizando el sentido eclesial que siempre fue muy arraigado en UNEC.
En el aspecto de la metodología del movimiento, a partir de la opción por los pobres y de la plasmación de la teología de la liberación, la revisión de hechos de vida ya no es sólo un método de reunión comunitaria, sino el ritmo de la vida del movimiento, que está permanentemente volcado a discernir en los acontecimientos el llamado del Señor, que se trata de comprender a la luz de la fe. Los campamentos y seminarios nacionales adoptan ellos mismos la metodología de la revisión de vida; hay en ellos momentos de análisis de la realidad, de reflexión teológica, de oración y de decisiones, que van jalonando un itinerario colectivo. Temas significativos en la reflexión de esos años son fe y política, la evangelización, fe y hombre nuevo, la práctica de Jesús, la lectura militante de la Biblia, la espiritualidad.
Estos años significan una enriquecedora y no siempre fácil dialéctica entre la fe alimentada por una permanente profundización en la palabra de Dios, la eucaristía y la reflexión teológica, por una parte, y por otra, la búsqueda de un conocimiento de interpretación de la realidad del país y de los sectores populares a través de las ciencias sociales, así como el descubrimiento del pobre como sujeto, como protagonista de su propia historia de liberación y del anuncio del Evangelio, afirmación que adquiere una lugar central en la perspectiva del movimiento.
En las reuniones del movimiento en 1974 surge una frase que expresa esa experiencia: “fuimos a evangelizar a los pobres y resultamos siendo nosotros también evangelizados“. En la relación cercana con los pobres se ve que ellos no son destinatarios pasivos sino activos portadores del evangelio, desde sus sufrimientos y sus esperanzas; esta experiencia no la tienen solo los unecistas, sino muchos otros sectores eclesiales, y por eso que en Puebla se hablará del potencial evangelizador de los pobres.
En todo este proceso se va produciendo un verdadero descubrimiento de la complejidad y riqueza del mundo del pobre. La opción por los pobres no es una decisión abstracta, sino que implica acercarse a personas concretas y tejer con ellas lazos de amistad, compartiendo momentos de dolor y de alegría. Se encuentra a los pobres concretos que pertenecen a culturas marginadas, que sufren el desprecio de una sociedad profundamente racista; se encuentra a las mujeres que sufren una doble opresión, que no son valoradas como personas y muchas veces son maltratadas por sus maridos; a los jóvenes sin trabajo tentados por la delincuencia, la drogadicción o la violencia. Se comprende más profundamente el carácter teocéntrico de la opción por los pobres, es decir, que no se opta por ellos porque son buenos, sino porque Dios los prefiere. Se perciben poco a poco las múltiples dimensiones de la vida del pueblo, la familia y los lazos comunitarios, la fiesta, la religiosidad.
Todo ello lleva por una parte a una mayor profundidad en el conocimiento de la realidad popular, ver que la noción de clase social no basta para comprender a los pobres cada vez más que el proyecto de una nueva sociedad justa y fraterna debe enraizarse en nuestra realidad y no limitarse a repetir modelos dados. Y sobre todo, lleva a que el compromiso signifique no una tarea deducida de una comprensión racional de la historia, sino un vínculo que liga el propio destino al de los pobres y exige una fidelidad que está más acá de las claridades teóricas o de los éxitos y fracasos que en ese camino se puedan encontrar.
En los últimos años de vida del país ha estado marcada por la agudización de la pobreza de las mayorías y el desencadenamiento de la violencia política que ha ensangrentado nuestro país. En este contexto los unecistas han encontrado nuevos desafíos y nuevas formas de compromiso, como son la defensa de la vida y de los derechos humanos, la búsqueda de la paz enraizada en la justicia social, la solidaridad con la lucha de los sectores populares por la sobrevivencia, el acompañamiento a los esfuerzos del pueblo por lograr alimentación, salud, empleo y dignidad. Se produce una revalorización de la importancia de los estudios, que lleva a una verdad heroica tarea de reconstrucción de una Universidad cuya calidad académica se ha visto menguada por la postergación que ha sufrido. Se buscan formas de ejercicio profesional que permitan un aporte en esa perspectiva, por ejemplo en los centros de promoción. También se revitaliza fuertemente la tarea evangelizadora del movimiento en la Universidad.
Los unecistas buscan compartir todos estos descubrimientos y desafíos con sus compañeros universitarios, animando comunidades cristianas en las diversas universidades, promoviendo celebraciones eucarísticas y charlas. Actividades importantes de la UNEC en estos años son los Seminarios Universitarios Hugo Echegaray en Lima o Monseñor Luis Vallejos en Cusco; o, con otros nombres, en diversas ciudades, que hace varios años reúnen a cientos estudiantes ofreciéndoles un espacio de formación y reflexión cristiana. Es importante como parte de esa tarea evangelizadora la participación activa de UNEC en la pastoral juvenil.
La hondura de la opción cristiana asumida en UNEC la hace algo para toda la vida, y no sólo para la etapa universitaria. De allí la frase repetida en esos años como un lema provocador: de UNEC -es decir, del compromiso como cristianos- no se sale. Por eso surgen muchas formas de dar continuidad a esa vivencia eclesial de la fe. A comienzos de los años ’80 numerosos profesionales formados en UNEC deciden constituir el Movimiento de Profesionales Católicos, que en 1983 tiene su primer Encuentro. Otros deciden participar en movimientos como los equipos Docentes, o en comunidades de base en sus parroquias, o forman propias comunidades. El hecho es que la huella dejada por UNEC es fuerte y es un referente en los momentos decisivos.
Son muchas ya las generaciones que ha pasado por UNEC, y sin duda serán muchas las que en el futuro encontrarán allí un espacio para crecer en la vida cristiana. La gratitud hacia este movimiento que tanto nos ha dado se debe expresar en el compromiso cada vez más profundo con los dos referentes centrales de la comunidad cristiana: Dios y los pobres. Formar personas comprometidas con Dios y con el pueblo, ése es el aporte fundamental de UNEC. Que sepamos vivirlo con coherencia para que la fe sea significativa en la búsqueda de la justicia y la paz en nuestro país.
Jean Marie Mondet Isnard CRIC
Nació en Embrun, en la Diócesis de Gap (Francia) el 15 de agosto de 1922. Asistió a la Escuela en el Santuario de Notre-Dame du Laus, dirigida por los Canónigos Regulares de la Inmaculada Concepción (CRIC). En 1934 entró en la Escuela Apostólica de Avignon.
El 7 de septiembre de 1940 comenzó su noviciado en San José de l’Ecluse y después de la ocupación, continúa sus estudios de Filosofía y Teología, prestando trabajos de servicio comunitario.
Recibió la ordenación sacerdotal el 1 de abril de 1951. En su vida apostólica siente una particular predilección por los pobres y excluidos, tanto en la parroquia de San Vicente de Paul en Lyon como en Santa Teresita (Lima- Perú). Su opción para los pobres le llevó a crear el Centro Intercultural de Información, Documentación y Difusión. En 1982 se estableció en París, trabajando con los inmigrantes latinoamericanos, a través del Centre Interculturel Franco-Peruvien.
Falleció la tarde del 21 de octubre de 2004. Su cuerpo fue transportado a Charroux y después de la celebración de la Santa Misa descansa en espera de la Resurrección.
Que todos sean uno para que el mundo crea
Albert Marchon Clerc CSsR, como hijo de Suiza y sacerdote caminante, llegó sin dificultad de los Alpes a los Andes; se adaptó al contexto local y los paisanos lo adoptaron como un hermano más. Creó el Servicio a la Comunidad-SAC en Huancavelica, como institución de evangelización y de educación popular para muchachas y muchachos del campo. En el Totoral levantó el Centro de Capacitación Campesina donde se desarrollaban programas agropecuarios y artesanales, de salud y nutrición, para fomentar actividades, técnicas o sociales, difundidas por los mismos promotores al interior de sus comunidades.
Un Centro de Educación Básica Alternativa en Coracora (Parinacochas-Ayacucho) lleva su nombre.
Humberto CauweHumberto Cauwe
Fue un sacerdote diocesano, natural de la ciudad de Brujas, Bélgica.
Llegó a Lima (1969), estableciéndose en la Parroquia de Jesús Obrero de Surquillo, hasta el año 1972.
Se hizo cargo de la capilla de San Gabriel, jurisdicción de la Parroquia de Santa Catalina de Laboure, en José Carlos Mariátegui; remplazando a uno de los sacerdotes de la Parroquia de Villa María del Triunfo.
El Padre Humberto desde que se hizo cargo de la capilla de San Gabriel, vivió en un humilde cuarto en construcción, techado de material rústico. Desde entonces se preocupó en forma incansable de construir la capilla, con recursos provenientes de las comunidades cristianas de Bélgica, especialmente con la ayuda del Obispo de Brujas.
Se identificó con el pueblo conviviendo y compartiendo las mismas necesidades de los pobladores, entonces sin agua ni desagüe, sin alumbrado público, sin pistas ni veredas y comprando su agua de los camiones cisternas. Al igual que cualquier vecino del asentamiento humano, se movilizaba a pie, en medio del arenal polvoriento. Los pocos transportistas públicos que circulaban querían darse el honor de llevarlo, pero el Padre Humberto prefería hacer ejercicio; y cuando tomaba alguna vez movilidad, los conductores no le cobraban, pero el padre exigía que le cobren su pasaje.
Tomaba sus alimentos en los mercados, o en las casas de algunas familias que lo invitaban, pero siempre hacia la recomendación, de que él no aceptaba “especialidades”, sino lo que ellos comen de ordinario.
Siempre ha sido un sacerdote dispuesto a cualquier requerimiento de los pobladores. Cuando le solicitaban atención a un enfermo, iba a cualquier hora. Cuando los solicitantes de una misa o de cualquier acto litúrgico le decían ¿cuánto es?, el Padre Humberto le contestaba “dame tu voluntad de lo que tengas”. Hubo casos en que a veces sólo recibía S/1.00 ó 0.50 céntimos por una misa.
Fue un sacerdote humilde, muy servicial, amigo de todos que llegó a calar en lo más hondo de los corazones de los pobladores de José Carlos Mariátegui, que hasta ahora lo recuerdan con mucho cariño.
Entre sus principales obras están la actual Parroquia y capillas en diferentes sectores de José Carlos Mariátegui. Cuando la gente invadía algún terreno, él también estaba con ellos para reservar un pedazo de terreno para la iglesia o capilla. Hacía personalmente las gestiones de legalidad del terreno, ante las autoridades correspondientes.
Fundó el Colegio Secundario que ahora es el actual Colegio José Carlos Mariátegui, en el mismo local de la capilla de San Gabriel, donde funcionó dos años. Debido a la poca infraestructura y al rápido crecimiento en la demanda del alumnado, el mismo Padre Humberto hizo las gestiones para ubicarlo en el lugar donde actualmente funciona el colegio.
Fundó también los Centros Médico de San Gabriel y San José de Valle Bajo, construyendo la infraestructura con el apoyo de Bélgica y Holanda.
Entre los años 1986 y 1989, en vista de que las comunidades nacientes estaban expuestas al peligro de epidemias a falta de agua y desagüe, tuvo la idea de crear una Escuela de Capacitación para la Atención Primaria de Salud, con la participación de un grupo de jóvenes voluntarios de cada sector de José Carlos Mariátegui. Esta idea se concretiza con bastante entusiasmo, pero la necesidad de que los promotores de salud cuenten con una certificación oficial que garantice el servicio, da motivo a que dicha idea se convierta en la creación de un Instituto. En presencia del padre Juan Imberechts, y por acuerdo unánime con los agentes pastorales acuerdan que lleve el nombre del padre Humberto.
En el año 1989 el Padre Humberto, desapareció de José Carlos Mariátegui, sin decir a nadie su nuevo destino. Se trasladó al pueblo de San Antón, en la provincia de Azángaro (Puno), donde ejerció su misión como Párroco.
Falleció en la ciudad de Puno, el 06 de setiembre de 2004, casi a los 82 años de edad, habiendo perdido el habla y los movimientos de extremidades inferiores; a causa de un accidente, debido al cual se le había formado coágulos de sangre en el cerebro.

San Agustín de Hipona

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San Agustín de Hipona

Ama y haz lo que quieras
Nació en Tagaste (Numidia-África romana), el 13 de noviembre de 354. Patricio, su padre, no era religioso cuando nació Agustín. Su madre fue Santa Mónica, ejemplo de “mujer cristiana”, piadosa y bondadosa, madre preocupada y abnegada siempre por el bienestar de su familia, en las circunstancias adversas. Mónica le enseñó a Agustín, la religión cristiana y al ver cómo su hijo se separaba del cristianismo se entregó a la oración. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo “el hijo de las lágrimas de su madre”.
San Agustín estaba dotado de una gran imaginación y de una extraordinaria inteligencia. Se destacó en el estudio de las letras. Mostró un gran interés hacia la literatura, especialmente la griega clásica y poseía gran elocuencia. Sus primeros triunfos tuvieron como escenario Madaura y Cartago. Durante sus años de estudiante en Cartago desarrolló una irresistible atracción hacia el teatro. Al mismo tiempo, gustaba en gran medida de recibir halagos y la fama, que encontró fácilmente en aquellos primeros años de su juventud. Allí mismo en Cartago se destacó por su genio retórico y sobresalió en concursos poéticos y certámenes públicos. Aunque se dejaba llevar ciegamente por las pasiones humanas y mundanas, y seguía abiertamente los impulsos de su espíritu sensual y mujeriego, no abandonó sus estudios, especialmente los de filosofía. El propio Agustín hace una crítica muy dura y amarga de esta etapa de su juventud en sus Confesiones.
A los diecinueve años, la lectura de Hortensius de Cicerón despertó en la mente de Agustín el espíritu de especulación y así se dedica de lleno al estudio de la filosofía. Además, será en esta época cuando el joven Agustín conocerá a una mujer con la que mantendrá una relación estable de catorce años y con la cual tendrá un hijo: Adeodato.
En su búsqueda incansable de respuesta al problema de la verdad, Agustín pasa de una escuela filosófica a otra sin que encuentre en ninguna una verdadera respuesta a sus inquietudes. Finalmente abraza el maniqueísmo creyendo que en este sistema encontraría un modelo según el cual podría orientar su vida. Varios años siguió esta doctrina y solamente la abandonó después de hablar con el obispo Fausto. Ante tal decepción, se convenció de la imposibilidad de llegar a alcanzar la plena verdad, y por ello se hizo escéptico.
Un día San Agustín paseaba por la orilla del mar, dándole vueltas en su cabeza a muchas de las doctrinas sobre la realidad de Dios, una de ellas la doctrina de la Trinidad. De repente, alza la vista y ve a un hermoso niño, que está jugando en la arena, a la orilla del mar. Le observa más de cerca y ve que el niño corre hacia el mar, llena el cubo de agua del mar, y vuelve donde estaba antes y vacía el agua en un hoyo. Así el niño lo hace una y otra vez. Hasta que ya San Agustín, sumido en gran curiosidad se acerca al niño y le pregunta: “Oye, niño, ¿qué haces?” Y el niño le responde: ” Estoy sacando todo el agua del mar y la voy a poner en este hoyo”. Y San Agustín dice: “Pero, eso es imposible”. Y el niño responde: “Más imposible es tratar de hacer lo que tú estas haciendo: Tratar de comprender en tu mente pequeña el misterio de Dios”.
Sumido en una gran frustración personal, decide en 383 partir para Roma, la capital del Imperio. Su madre le acompaña en este viaje. En Roma enferma de gravedad y gracias a su amigo y protector Símaco, prefecto de Roma fue nombrado “magister rhetoricae” en Mediolanum (actual Milán).
Conversión al cristianismo
Fue en Milán donde se produjo la última etapa antes de su conversión: empezó a asistir como catecúmeno a las celebraciones litúrgicas del obispo Ambrosio, quedando admirado de sus predicaciones y su corazón. Entonces decidió romper definitivamente con el maniqueísmo. Esta noticia llenó de gozo a su madre que se encargó de buscarle un matrimonio acorde con su estado social y dirigirle hacia el bautismo. Se despidió de su compañera sentimental con gran dolor y en vez de optar por casarse con la mujer que Mónica le había buscado, decidió vivir en ascesis; decisión a la que llegó después de haber conocido los escritos neoplatónicos gracias al sacerdote Simpliciano. Los platónicos le ayudaron a resolver el problema del materialismo y el del mal. San Ambrosio le ofreció la clave para interpretar el Antiguo Testamento y encontrar en la escritura la fuente de la fe. Por último San Pablo le ayudó a solucionar el problema de la mediación y de la gracia. Ya sólo quedaba la crisis decisiva, estando en el jardín con su amigo Alipio, reflexionando sobre el ejemplo de Antonio, oyó la voz de un niño de una casa vecina que decía: toma y lee, y entendiéndolo como una invitación divina, cogió la Biblia, la abrió por las cartas de Pablo y leyó el pasaje Romanos 13, 13ss. Al llegar al final de esta frase se desvanecieron todas las sombras de duda.
En 386 se consagra al estudio formal y metódico de las ideas del cristianismo. Renuncia a su cátedra y se retira con su madre y unos compañeros a Casiciaco, cerca de Milán para dedicarse por completo al estudio y a la meditación. El 23 de abril de 387, a los treinta y tres años de edad, es bautizado en Milán por el santo obispo Ambrosio. Ya bautizado, regresa a África, pero antes de embarcarse, su madre Mónica muere en Ostia, el puerto cerca de Roma.
Monacato y episcopado
Cuando llegó a Tagaste vendió todos sus bienes y el producto de la venta lo repartió entre los pobres. Se retiró con unos compañeros a vivir en una pequeña propiedad para hacer allí vida monacal. Años después esta experiencia será la inspiración para su famosa Regla. A pesar de su búsqueda de la soledad y el aislamiento, la fama de Agustín se extiende por toda la comarca.
El 391 viajó a Hipona para buscar un lugar donde abrir un monasterio y vivir con sus hermanos, pero durante una celebración litúrgica fue elegido por la comunidad para que fuese ordenado sacerdote, a causa de las necesidades del obispo de Hipona, Valerio. Aceptó esta brusca elección con lágrimas en los ojos, pues al principio se negaba con gritos y lágrimas a aceptarla. Algo parecido sucedió al ser consagrado Obispo en el 395. Fue entonces cuando dejó el monasterio de laicos y se instaló en la casa del Obispo, que transformó en un monasterio de clérigos.
La actividad episcopal de Agustín es enorme y variada. Predica a todo tiempo y en muchos lugares, escribe incansablemente, polemiza con aquellos que van en contra de la ortodoxia de la doctrina cristiana de aquel entonces, preside concilios, resuelve los problemas más diversos que le presentan sus fieles. Se enfrentó a maniqueos, donatistas, arrianos, pelagianos, priscilianistas, académicos, etc.
Agustín murió en Hipona el 28 de agosto de 430 durante el sitio al que los vándalos de Genserico sometieron a la ciudad durante la invasión de la provincia romana de África. Su cuerpo, en fecha incierta, fue trasladado a Cerdeña y, hacia el 725, a Pavía, a la basílica de San Pietro in Ciel d’Oro, donde reposa hoy.
San Agustín comienza la búsqueda de la verdad de una manera casi desesperada. Ya a los diecinueve años se pasó al racionalismo y rechazó la fe en nombre de la razón. Sin embargo, poco a poco va descubriendo que la razón y la fe no se oponen, sino que su relación es de colaboración. La fe es un modo de pensar asistiendo, si no existiese el pensamiento, no existiría la fe. Por eso la inteligencia es la recompensa de la fe. La fe y la razón son dos campos que necesitan ser equilibrados y complementados.
Esta postura se sitúa entre el fideísmo y el racionalismo. A los racionalistas le responde: Crede ut intelligas (“cree para comprender”) y a los fideístas: Intellige ut credas (“comprende para creer”), pues es imposible creer sin razón. San Agustín quiere comprender el contenido de la fe, demostrar la credibilidad de la fe y profundizar en sus enseñanzas.
Filosofía
Leyó y conoció de memoria muchas obras de filósofos, entre ellas estaban las de Cicerón, Varrón, Séneca, Plotino y Porfirio. Sintió preferencia por los neoplatónicos que ejercieron una gran influencia en él, pero a los que corrigió. Esta predilección se basó en considerarles los filósofos clásicos más cercanos al cristianismo y por haber dado vida a una enseñanza común de la verdadera filosofía. Los principios que componen y en los que se inspira la filosofía de San Agustín son la interioridad, participación e inmutabilidad.
Con el primero hace una invitación al sujeto para que se vuelva a sí mismo, pero no para pararse en el sujeto, sino para que se dé cuenta de que en él hay algo más que lo trasciende. La mente humana está en relación con las realidades inteligibles e inmutables. Con este principio demuestra la existencia de Dios, prueba la espiritualidad del alma y su inmortalidad y además da una explicación psicológica de la Trinidad.
El segundo principio podemos enunciarlo así: todo bien o es bien por su misma naturaleza y esencia, o es bien por participación; en el primer caso es el Bien sumo, en el segundo caso es un bien limitado. Esta participación puede ser: la participación del ser, de la verdad y del amor.
En cuanto a la inmutabilidad, el ser verdadero, genuino y auténtico es sólo el ser inmutable. No existe de alguna forma o en cierta medida, sino que es el Ser. Este principio vale para distinguir al ser por esencia del ser por participación.
Dios y el hombre
La filosofía agustiniana se centra en dos temas esenciales: Dios y el hombre.
1. Dios. Para llegar de la mente a Dios primero tenemos que preguntar al mundo, después volverse hacia uno mismo y por último trascenderse. El mundo responde que él ha sido creado y el itinerario continua; se procede a la ascensión interior, y el hombre se reconoce a sí mismo intuyéndose como ser existente, pensante y amante. Puede por ello ascender a Dios por tres vías: la vía del ser, de la verdad y del amor. Se trata de trascenderse a uno mismo, de poner nuestros pasos “allí donde la luz de la razón se enciende”. Ahora bien, llegaremos a un Dios incomprensible, inefable. Este Dios es el ser sumo, la primera verdad y el eterno amor.
2. El hombre. Agustín explora su misterio, su naturaleza, su espiritualidad y su libertad. Es un grande profundum y una magna quaestio.
El compuesto humano está formado por el cuerpo y el espíritu. A pesar de lo que se dice de él, superó el espiritualismo helénico. La cárcel del alma no es el cuerpo humano, sino el cuerpo corruptible; el alma no puede ser sin él dichosa. Ésta fue creada de la nada.
La tesis fundamental que ayuda a entender el misterio del hombre es su creación a imagen de Dios, que es propia del hombre interior, de la mente. Pero ha sido deformada por el pecado y será la gracia la encargada de restaurarla.
El hombre sólo adhiriéndose al ser inmutable puede alcanzar su felicidad. En este encuentro de Dios y el hombre, Agustín examina la delicada cuestión de la gracia y la libertad.
Agustín defendió la libertad contra los maniqueos y la existencia de una sola alma y una sola voluntad: era yo mismo quien quería, yo quien no quería; yo era yo. Por último, también exploró el tema de las pasiones, reduciéndolas a la raíz común del amor. En las pasiones advierte tres posibilidades: ausencia de pasiones, orden en las pasiones y desorden o concupiscencia.
Ser, conocer, amar
A los grandes problemas del ser, conocer y amar, le da tres soluciones, que son la creación, la iluminación y la sabiduría o felicidad.
1. Creación. Explica el problema del origen de las cosas, diciendo que Dios creó todas las cosas de la nada. Existen tres maneras de proceder una cosa de otra: por generación, por fabricación o por creación. Esta última sólo es capaz de hacerla Dios.
La creación ha tenido lugar en el tiempo. Dios crea de la nada y crea según razones eternas (ideas ejemplares existentes en la mente Divina). Pero no todo es creado de la misma manera, Dios ha creado todo simultáneamente, pero unas cosas las ha creado en sí mismas y otras virtualmente, en sus gérmenes invisibles. Esta es la teoría de las rationes seminales.
Todas las cosas son buenas porque las ha creado Dios, y las ha creado porque ha querido. Por ello el mal no puede ser una sustancia sino que es defecto, privación. Hay dos especies de mal: el mal que el hombre sufre contra su voluntad y el mal que comete voluntariamente. El primero es el mal físico y el segundo es el mal moral. Los dos provienen de la deficiencia de la criatura. Sin embargo Dios no es la causa de ningún mal, solamente lo permite, ya que Él puede sacar bien del mal.
Otro tema es el del tiempo, éste es un “enigma intrincadísimo”. Podemos decir que es una distensión del alma que recuerda, intuye y aguarda.
2. Iluminación. Nuestra iluminación es una participación del Verbo, es decir, de la vida que es luz de los hombres. Dios, causa del ser, es también luz del conocer. Los hombres percibimos la verdad de nuestras afirmaciones en la verdad inmutable. El alma intelectiva es capaz de contemplar las cosas inteligibles en una luz incorpórea especial, la verdad inmutable. Así pues, la mente humana es iluminada divinamente y esto es el fundamento de la certeza de nuestros juicios.
Por último, podemos tener tres especies de conocimiento: el corporal, espiritual y el intelectual.
3. La felicidad. El hombre obtiene la felicidad de Dios y esta felicidad es Dios mismo. Para él la felicidad es el gozo de la verdad y no puede ser dichoso quien no posee lo que ama, pero dichoso es sólo quien posee todo lo que quiere y no quiere nada malo. No hay felicidad verdadera si no es eterna. Por eso sólo Dios, y no los bienes temporales, puede hacernos felices. Sin embargo aquí sólo poseemos la felicidad en esperanza.
San Agustín diferencia las cosas que deben ser amadas por sí mismas, como un fin al que llegar y del que gozar y las cosas que son medios para el fin y de las que solamente debemos servirnos. Si nos quedamos en los medios nunca llegaremos a poseer la verdadera felicidad. La historia será así el contraste dramático entre dos amores: de sí y de Dios. Dependiendo del amor que elijamos llegaremos a ser felices o no.
El tiempo y la eternidad
El tiempo es creación de Dios, antes de crear el cielo y la tierra no había tiempo. Este implica un pasado, un futuro y un presente. Pero el pasado ya no existe y el futuro aún no es. En cuanto al presente es un continuado dejar de ser, un continuo tender hacia el no ser.
Agustín acabará concluyendo que el tiempo existe en el espíritu del hombre, porque es donde se mantienen presentes el pasado, el presente y el futuro. Por ello los tiempos son tres: El presente del pasado, el presente del futuro y el presente del presente. No reside en el movimiento sino en el alma.
Teología
Estos son los principios en que San Agustín se ha inspirado para hacer progresar la ciencia teológica: adhesión plena a la autoridad de la fe, deseo ardiente de alcanzar la inteligencia de la fe, firme persuasión de la originalidad de la doctrina cristiana, sentido profundo del misterio, subordinación constante de la teología a la caridad y atención a la precisión del lenguaje.
Doctrina trinitaria
Comienza con la profesión de fe, expone las dificultades e interroga a las Escrituras para responder a aquellas. Estudia la unidad y propiedades de las tres personas divinas, las procesiones y misiones, las operaciones hacia fuera de la Trinidad (que son comunes a las tres personas divinas), propone la doctrina de las relaciones y recurriendo a la imagen de la Trinidad en el hombre, encaminando a éste al amor y a la contemplación de la Trinidad.
Nos explica la igualdad (misma naturaleza) y distinción (distintas relaciones) de las personas divinas y la simplicidad de Dios, por la cual las personas se identifican con la naturaleza divina.
También son suyas la teología del Espíritu Santo y la explicación psicológica de la Trinidad:
•El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, pero principalmente del Padre, pues el Padre, que es el principio de la deidad, concede al Hijo el expirar el Espíritu Santo, éste procede como Amor y, por tanto, no es engendrado.
•La explicación psicológica de la Trinidad permite, ilustrar, a la vez, el misterio del hombre, creado a imagen de Dios. Esta imagen sólo la encuentra en el hombre interior y la expresa con esta fórmula: memoria, inteligencia y voluntad.
Doctrina cristológica
Gran claridad en la formulación: una persona en dos naturalezas. Defiende la doctrina contra todas las herejías y presenta a Cristo como ejemplo diáfano de la gratuidad de la gracia.
Expresa la unidad de la persona y dualidad de las naturalezas en Cristo de la siguiente manera: Aquel que es Dios es también hombre, y aquel que es hombre es también Dios; no por la confusión de las naturalezas, sino por la unidad de la persona. Esta unión es admirable y la mejor analogía es la unión que se produce en el hombre, la del cuerpo y del alma en la unidad de la persona.
En virtud de la comunicación de idiomas Agustín defiende que Dios ha nacido, que Dios ha sido crucificado, que Dios ha muerto.
Por último Agustín aclara que la naturaleza humana fue asumida a la unión personal con el Verbo en el mismo instante en que fue creada.
Mariología
Cuatro puntos:
•Por la comunicación de idiomas defiende la maternidad divina: “Dios ha nacido de una mujer”.
•La virginidad perpetua: “Virgen concibió, Virgen dio a luz y Virgen permaneció”.
•La santidad de María. Es inmune a todo pecado.
•La relaciones entre María y la Iglesia. María es modelo de la Iglesia por el esplendor de sus virtudes y por la gracia de ser corporalmente lo que la iglesia debe ser espiritualmente.
Soteriología
Para defender la Iglesia contra los pelagianos y paganos profundizó en la soteriología y la gracia desarrollando los siguientes puntos:
•Cristo es el único mediador y en cuanto hombre Dios.
•Cristo es el mediador en cuanto redentor. Cristo se encarnó para redimir a los hombres del pecado. La redención es necesaria pues nadie puede salvarse sin Cristo; es objetiva (la redención), porque no consiste sólo en el ejemplo, sino que la reconciliación con Dios es universal ya que Cristo murió por todos los hombres. De esta teología de la redención, San Agustín, deduce la teología del pecado original: consiste en un alejamiento de Dios, precisamente porque Cristo nos ha reconciliado a todos los hombres con Dios.
•Cristo como sacerdote y sacrificio. Cristo quiso ser no sólo sacerdote, sino además sacrificio.
Antropología sobrenatural
La doctrina católica discurre entre los opuestos errores de los maniqueos y de los pelagianos. Defendió la existencia del pecado original, la bondad de las cosas, la remisión total y perfecta de los pecados en el bautismo, se opuso a la tesis pelagiana de impecancia, enseñó la necesidad de la gracia y la libre cooperación del hombre.
A continuación se tratarán las doctrinas del pecado original, la justificación, la gracia y la predestinación.
1.En el pecado original distingue entre existencia y naturaleza. Defendió su existencia con todos los argumentos de la teología, bíblicos, litúrgicos, artísticos y de razón: la finalidad soteriológica de la encarnación, Romanos 5,12-19, el bautismo de los niños, la tradición y el problema del mal. En cuanto a su naturaleza, reconoce su carácter misterioso. Afirma que se trasmite por propagación. Por último, es falso que san Agustín identificara pecado original y concupiscencia.
1.Para comprender la justificación, hay que distinguir entre remisión de los pecados y renovación interior: la remisión de los pecados es plena y total y la renovación interior es progresiva y alcanza su perfección sólo en la resurrección. La justificación cristiana comporta ya en esta vida la restauración de la imagen de Dios, aunque plenamente sólo se alcanza en el más allá. Antes del pecado, el hombre gozaba de la libertad menor, consistía en poder no pecar y poder no morir; después de la resurrección gozará de libertad mayor, que consiste en no poder pecar y no poder morir. Esta idea de justificación es escatológica.
2.La gracia adyuvante. La gracia no es la creación, ni la ley, ni la sola justificación. Su función es alejar los obstáculos que nos impiden hacer el bien. Es el Don gracioso de Dios, la inspiración de la caridad, es un don gratuito de la benevolencia divina. El doctor de la gracia, afirma la absoluta necesidad de esta gracia para poder evitar el pecado y para alcanzar la salvación. Esta gracia es eficaz, pero para explicarlo entramos en el tema delicadísimo de la libertad y el don divino. El libre albedrío no es aniquilado por la gracia, sino que es fortalecido. “Aquel no sucumbe porque es ayudado, sino que es ayudado para que no sucumba”. Hay una armonía entre la gracia y la libertad.
3.Agustín ha enseñado dos verdades contrarias en apariencia: la gratuita predilección de Dios por los elegidos y el amor de Dios por todos los hombres. Dios tiene siempre en su haber una gracia que ningún corazón, por puro que sea, podrá jamás rechazar, entonces ¿por qué no la usa con todos y permite que algunos perezcan? Agustín responde que no sabe. Esta doctrina también tiene un significado pastoral, pretende ayudar al cristiano a evitar la presunción y la desesperación.
La Iglesia
La Iglesia es uno de los temas centrales de San Agustín. La estudió como hecho histórico, los motivos de su credibilidad y como comunión y cuerpo místico de Cristo. Cuando habla de ella se puede referir a la comunidad de fieles, a la comunidad de los justos, o a la comunidad de los predestinados.
Defiende su unidad, catolicidad, apostolicidad y santidad. Asegura que el bautismo es válido también fuera de la iglesia aunque aproveche sólo en ella. La Iglesia se extiende más allá de sus confines institucionales y tiende hacia la eternidad. Es, aunque no exclusivamente, escatológica, pues sólo entonces los pecadores serán separados de los justos.
Soluciona el problema de la presencia de los pecadores en la iglesia diciendo que es un cuerpo mixto y que los pecadores no contaminan las virtudes de los buenos, por eso sigue santa aún a pesar de aquellos. Los pecadores forman parte de la iglesia sólo en apariencia, los justos poseen realmente la justicia, son hijos de Dios.
El núcleo central de la eclesiología es Cristo, que está siempre presente obrando en la Iglesia, el Espíritu Santo es el alma del cuerpo místico y por ello el principio de comunión. La Iglesia es también ahora reino de Cristo.
Escatología
Se opuso a la concepción platónica de la historia, defendió la resurrección de los cuerpos, cuerpos de verdad pero incorruptibles. Esclareció la eternidad de las penas. No admitió la apocatástasis de Orígenes.
Insistió en la dimensión social y cristológica para explicar la felicidad del cielo. El cielo es la “insaciable saciedad”. Antes de la resurrección no poseemos y esta felicidad plenamente, sino sólo una “consolación de la tardanza”.
Doctrina espiritual
La espiritualidad agustiniana se orienta al culto y amor de la Trinidad, tiene por centro a Cristo, se da dentro de la vida de la iglesia, su tarea es la restauración de la imagen de Dios en el hombre y se nutre de la sabiduría de las Escrituras.
Sus líneas esenciales son:
•La vocación universal a la santidad. Todos los cristianos pueden alcanzar la salvación.
•La Caridad, centro, alma y medida de la perfección cristiana. Esta es el contenido de las escrituras, el fin de la teología, la síntesis de la filosofía y la esencia y medida de la perfección cristiana. Pone en un juego el dinamismo cristiano y el único deseo que tiene es a Dios.
•La humildad, condición indispensable para el crecimiento de la caridad. Tenemos que reconocer lo que somos: criaturas, hemos de reconocer la gratuidad de la gracia.
•La purificación, ley de las ascensiones interiores. Necesitamos de la ascesis para crecer en la caridad.
•La necesidad de elaboración. El hombre ha de ser maestro o de oración y preparar su corazón para recibir lo que Dios quiera dar. Esta oración debe llevarnos a los demás, que es de índole social.
•La ascensión por los grados del alma hacia Dios. Describe cuatro grados: virtud, serenidad, entrada y morada o contemplación.

Fuente: Wikipedia.

Donde hay caridad y amor, ahí está Dios (y nosotros, su pueblo)

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Juan XXIII

Cincuenta años del Concilio Vaticano II 
Por Jorge Costadoat Carrasco SJ, Doctor en Teología- Pontificia Universidad Gregoriana, Profesor de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Director del Centro Teológico Manuel Larraín.
Hace cincuenta años, Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II. En 1959 el “papa bueno” encendió una fogata solo comparable a los Concilios de Jerusalén (siglo I), Nicea (siglo IV), Calcedonia (siglo V) y Trento (siglo XVI).
Su realización no fue fácil. Uno tras otro, los documentos preparados por la curia romana fueron descartados. La teología de que dependían no sirvió ya para comprender la época. El Papa abrió la ventana al pensamiento de una generación de teólogos que comenzaban a destacar por esos años. Los nuevos expertos profundizaron en el dogma del alcance universal de la salvación en Cristo y en la actuación histórica del Espíritu Santo. Se otorgó un estatuto positivo a la historia humana. El mundo, en principio salvado, debió considerarse lugar actual de la redención de Dios. Lo decisivo para la salvación, en esta óptica, pasó a ser el amor.
La Iglesia del Concilio Vaticano II miró el mundo con ojos nuevos. Por los rieles tendidos por el primer Concilio Vaticano (siglo XIX) que había declarado la compatibilidad entre la fe y la razón, este segundo concilio, en vez de condenar los cambios culturales y los resultados de las ciencias modernas, quiso comprenderlos. Y, yendo aún más lejos, en vez de fijarse en los errores de los no cristianos, miró a estos con simpatía y quiso dialogar con ellos.
Fue una revolución teológica que implicó una recomprensión de la Iglesia. Esta tomó mayor conciencia de ser “sacramento” y “pueblo de Dios”. Con lo primero se indicó que la Iglesia debía ser signo e instrumento de la unidad de los hombres con Dios y de los hombres entre sí. Con lo segundo, ella se ubicó en un plano de humildad, caminando con toda la humanidad hasta el final de la historia.
Desde entonces, el Vaticano II ha dividido las aguas entre quienes desean cambios en la Iglesia y los que no. Pero es difícil situar a unos aquí o allá. Los documentos del Concilio fueron aprobados por abrumadora mayoría. Su recepción entre los fieles también ha s ido muy mayoritaria. En cualquiera de los católicos, sin embargo, pueden aflorar actitudes pre-conciliares, dependiendo del asunto de que se trate. Pero cuando ellos deploran el mundo sin más, rechazan lo fundamental del Concilio.
Esta postura se evidencia en ideas intolerantes o sectarias. Así, algunos creen que si la Iglesia posee la verdadera salvación, a los otros -miembros de otras religiones o etnias, los agnósticos o los ateos, modernos o posmodernos- solo les cabe convertirse al cristianismo. Probablemente, muy pocos se identifiquen con esta postura. Pero, en línea con ella, se suele dar una concepción de la relación de la Iglesia con el mundo de tipo unidireccional de enseñanza-aprendizaje que, sin mala voluntad, los católicos traducen en exigencias de comportamientos o en acciones que los no católicos perciben como impositivas. Y, cuando no se trata de imposición sino de defensa, los mismos católicos enfrentan a la Iglesia con la época, como si la Iglesia tuviera a la época delante de ella y no dentro de ella. Los que piensan de este modo no reparan en el alto costo que tiene el repudio de la propia humanidad.

SIN MIRADA CONDENATORIA
La postura conciliar, en cambio, entiende que la Iglesia ha participado de la salvación del mundo. Ella, por tanto, debe discernir en la ambigüedad de las acciones humanas los signos de los tiempos inspirados por Dios o por el Mal. Esto, en el supuesto de que los católicos no tienen “la verdad”. Tienen a Cristo, pero como Evangelio que, vitalizando a la humanidad sin exclusión, obliga a explorar con todos las vías de la conversación y comunión universales.
A cincuenta años de la convocatoria del Vaticano II, hoy cabe discernir nuevos signos de los tiempos: la libertad y el pluralismo, la operación de los medios de comunicación, la informatización del conocimiento, los despliegues de la tecnociencia, la economía del crecimiento, el cambio de paradigma en la moral sexual, las metamorfosis de la religiosidad y la sustentabilidad ecológica de la Tierra.
La aceptación del Concilio exige -a diferencia de la mirada condenatoria- descubrir en estos acontecimientos la voluntad del Creador de unos y otros.
V Conferencia General del Episcopado de América Latina y El Caribe
1. Los obispos reunidos en la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y El Caribe quieren impulsar, con el acontecimiento celebrado junto a Nuestra Señora Aparecida en el espíritu de “un nuevo Pentecostés”, y con el documento final que resume las conclusiones de su diálogo, una renovación de la acción de la Iglesia. Todos sus miembros están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, para que nuestros pueblos tengan vida en Él. En la senda abierta por el Concilio Vaticano II y en continuidad creativa con las anteriores Conferencias de Río de Janeiro, 1955; Medellín, 1968; Puebla, 1979; y Santo Domingo, 1992, han reflexionado sobre el tema Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida. ‘Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida’ (Jn 14,6), y han procurado trazar en comunión líneas comunes para proseguir la nueva evangelización a nivel regional.
2. Ellos expresan, junto con el Papa Benedicto XVI, que el patrimonio más valioso de la cultura de nuestros pueblos es “la fe en Dios Amor”. Reconocen con humildad las luces y las sombras que hay en la vida cristiana y en la tarea eclesial. Quieren iniciar una nueva etapa pastoral, en las actuales circunstancias históricas, marcada por un fuerte ardor apostólico y un mayor compromiso misionero para proponer el Evangelio de Cristo como camino a la verdadera vida que Dios brinda a los hombres. En diálogo con todos los cristianos y al servicio de todos los hombres, asumen “la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del Pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este Continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo” (Benedicto XVI, Discurso Inaugural, 3). Se han propuesto renovar las comunidades eclesiales y estructuras pastorales para encontrar los cauces de la transmisión de la fe en Cristo como fuente de una vida plena y digna para todos, para que la fe, la esperanza y el amor renueven la existencia de las personas y transformen las culturas de los pueblos.
3. En ese contexto y con ese espíritu ofrecen sus conclusiones abiertas en el Documento final. El texto tiene tres grandes partes que sigue el método de reflexión teológico-pastoral “ver, juzgar y actuar”. Así se mira la realidad con ojos iluminados por la fe y un corazón lleno de amor, proclama con alegría el Evangelio de Jesucristo para iluminar la meta y el camino de la vida humana, y busca, mediante un discernimiento comunitario abierto al soplo del Espíritu Santo, líneas comunes de una acción realmente misionera, que ponga a todo el Pueblo de Dios en un estado permanente de misión. Ese esquema tripartito está hilvanado por un hilo conductor en torno a la vida, en especial la Vida en Cristo, y está recorrido transversalmente por las palabras de Jesús, el Buen Pastor: “Yo he venido para que las ovejas tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
4. La primera parte se titula La vida de nuestros pueblos. Allí se considera, brevemente, al sujeto que mira la realidad y que bendice a Dios por todos los dones recibidos, en especial, por la gracia de la fe que lo hace seguidor de Jesús y por el gozo de participar en la misión eclesial. Ese capítulo primero, que tiene el tono de un himno de alabanza y acción de gracia s, se denomina Los discípulos misioneros. Inmediatamente sigue el capítulo segundo, el más largo de esta parte, titulado Mirada de los discípulos misioneros hacia la realidad. Con una mirada teologal y pastoral considera, con cierto detenimiento, los grandes cambios que están sucediendo en nuestro continente y en el mundo, y que interpelan a la evangelización. Se analizan varios procesos históricos complejos y en curso en los niveles sociocultural, económico, sociopolítico, étnico y ecológico, y se disciernen grandes desafíos como la globalización, la injusticia estructural, la crisis en la transmisión de la fe y otros. Allí se plantean muchas realidades que afectan la vida cotidiana de nuestros pueblos. En ese contexto, considera la difícil situación de nuestra Iglesia en esta hora de desafíos, haciendo un balance de signos positivos y negativos.
5. La segunda parte, a partir de la mirada al hoy de América Latina y El Caribe, ingresa en el núcleo del tema. Su título es La Vida de Jesucristo en los discípulos misioneros. Indica la belleza de la fe en Jesucristo como fuente de Vida para los hombres y mujeres que se unen a Él y recorren el camino del discipulado misionero. Aquí, tomando como eje la Vida que Cristo nos ha traído, se tratan, en cuatro capítulos sucesivos, grandes dimensiones interrelacionadas que conciernen a los cristianos en cuanto discípulos misioneros de Cristo: la alegría de ser llamados a anunciar el Evangelio, con todas sus repercusiones como “buena noticia” en la persona y en la sociedad (capítulo tercero); la vocación a la santidad que hemos recibido los que seguimos a Jesús, al ser configurados con Él y estar animados por el Espíritu Santo (capítulo cuarto); la comunión de todo el Pueblo de Dios y de todos en el Pueblo de Dios, contemplando desde la perspectiva discipular y misionera los distintos miembros de la Iglesia con sus vocaciones específicas, y el diálogo ecuménico, el vínculo con el judaísmo y el diálogo interreligioso (capítulo cinco); por fin, se plantea un itinerario para los discípulos misioneros que considera la riqueza espiritual de la piedad popular católica, una espiritualidad trinitaria, cristocéntrica y mariana de estilo comunitario y misionero, y variados procesos formativos, con sus criterios y sus lugares según los diversos fieles cristianos, prestando especial atención a la iniciación cristiana, la catequesis permanente y la formación pastoral (capítulo sexto). Aquí está una de las novedades del Documento que busca revitalizar la vida de los bautizados para que permanezcan y avancen en el seguimiento de Jesús.
6. La tercera parte ingresa plenamente en la misión actual de la Iglesia latinoamericana y caribeña. Conforme al tema se la formula con el título La vida de Jesucristo para nuestros pueblos. Sin perder el discernimiento de la realidad ni los fundamentos teológicos, aquí se consideran las principales acciones pastorales con un dinamismo misionero. En un núcleo decisivo del Documento se presenta La misión de los discípulos misioneros al servicio de la vida plena, considerando la Vida nueva que Cristo nos comunica en el discipulado y nos llama a comunicar en la misión, porque el discipulado y la misión son como las dos caras de una misma medalla. Aquí se desarrolla una gran opción de la Conferencia: convertir a la Iglesia en una comunidad más misionera. Con este fin se fomenta la conversión pastoral y la renovación misionera de las iglesias particulares, las comunidades eclesiales y los organismos pastorales. Aquí se impulsa una misión continental que tendría por agentes a las diócesis y a los episcopados (capítulo siete).
Luego se analizan algunos ámbitos y algunas prioridades que se quieren impulsar en la misión de los discípulos entre nuestros pueblos al alba del tercer milenio. En El Reino de Dios y la promoción de la dignidad humana se confirma la opción preferencial por los pobres y excluidos que se remonta a Medellín, a partir del hecho de que en Cristo Dios se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, se reconocen nuevos rostros de los pobres (vg., los desempleados, migrantes, abandonados, enfermos, y otros) y se promueve la justicia y la solidaridad internacional (capítulo ocho). Bajo el título Familia, personas y vida , a partir del anuncio de la Buena Noticia de la dignidad infinita de todo ser humano, creado a imagen de Dios y recreado como hijo de Dios, se promueve una cultura del amor en el matrimonio y en la familia, y una cultura del respeto a la vida en la sociedad; al mismo tiempo se desea acompañar pastoralmente a las personas en sus diversas condiciones de niños, jóvenes y adultos mayores, de mujeres y varones, y se fomenta el cuidado del medio ambiente como casa común (capítulo nueve).
En el último capítulo, titulado Nuestros pueblos y la cultura, continuando y actualizando las opciones de Puebla y de Santo Domingo por la evangelización de la cultura y la evangelización inculturada, se tratan los desafíos pastorales de la educación y la comunicación, los nuevos areópagos y los centros de decisión, la pastoral de las grandes ciudades, la presencia de cristianos en la vida pública, especialmente el compromiso político de los laicos por una ciudadanía plena en la sociedad democrática, la solidaridad con los pueblos indígenas y afrodescendientes, y una acción evangelizadora que señale caminos de reconciliación, fraternidad e integración entre nuestros pueblos, para formar una comunidad regional de naciones en América Latina y El Caribe (capítulo diez).
7. Con un tono evangélico y pastoral, un lenguaje directo y propositivo, un espíritu interpelante y alentador, un entusiasmo misionero y esperanzado, una búsqueda creativa y realista, el Documento quiere renovar en todos los miembros de la Iglesia, convocados a ser discípulos misioneros de Cristo, “la dulce y confortadora alegría de evangelizar” (EN 80). Llevando las naves y echando las redes mar adentro, desea comunicar el amor del Padre que está en el cielo y la alegría de ser cristianos a todos los bautizados y bautizadas, para que proclamen con audacia a Jesucristo al servicio de una vida en plenitud para nuestros pueblos. Con las palabras de los discípulos de Emaús y con la plegaria del Papa en su Discurso inaugural, el Documento concluye con una oración dirigida a Jesucristo: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado” (Lc 24,29).
8. Con todos los miembros del Pueblo de Dios que peregrina por América Latina y El Caribe, los discípulos misioneros encuentran la ternura del amor de Dios reflejada en el rostro de la Virgen María. Nuestra Madre querida, desde el santuario de Guadalupe, hace sentir a sus hijos más pequeños que están cobijados por su manto, y desde aquí, en Aparecida, nos invita a echar las redes para acercar a todos a su Hijo, Jesús, porque Él es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6), sólo Él tiene “palabras de Vida eterna” (Jn 6,68) y Él vino para que todos “tengan Vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
Fuente: Revista Mensaje, www.mensaje.cl
La caridad empieza donde termina la justicia
a) Según el modelo expuesto en la parábola del buen Samaritano, la caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen, los prisioneros visitados, etc. Las organizaciones caritativas de la Iglesia, comenzando por Cáritas (diocesana, nacional, internacional), han de hacer lo posible para poner a disposición los medios necesarios y, sobre todo, los hombres y mujeres que desempeñan estos cometidos. Por lo que se refiere al servicio que se ofrece a los que sufren, es preciso que sean competentes profesionalmente: quienes prestan ayuda han de ser formados de manera que sepan hacer lo más apropiado y de la manera más adecuada, asumiendo el compromiso de que se continúe después las atenciones necesarias. Un primer requisito fundamental es la competencia profesional, pero por sí sola no basta. En efecto, se trata de seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial. Cuantos trabajan en las instituciones caritativas de la Iglesia deben distinguirse por no limitarse a realizar con destreza lo más conveniente en cada momento, sino por su dedicación al otro con una atención que sale del corazón, para que el otro experimente su riqueza de humanidad. Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una « formación del corazón»: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad (cf. Ga 5, 6).
b) La actividad caritativa cristiana ha de ser independiente de partidos e ideologías. No es un medio para transformar el mundo de manera ideológica y no está al servicio de estrategias mundanas, sino que es la actualización aquí y ahora del amor que el hombre siempre necesita. Los tiempos modernos, sobre todo desde el siglo XIX, están dominados por una filosofía del progreso con diversas variantes, cuya forma más radical es el marxismo. Una parte de la estrategia marxista es la teoría del empobrecimiento: quien en una situación de poder injusto ayuda al hombre con iniciativas de caridad —afirma— se pone de hecho al servicio de ese sistema injusto, haciéndolo aparecer soportable, al menos hasta cierto punto. Se frena así el potencial revolucionario y, por tanto, se paraliza la insurrección hacia un mundo mejor. De aquí el rechazo y el ataque a la caridad como un sistema conservador del statu quo. En realidad, ésta es una filosofía inhumana. El hombre que vive en el presente es sacrificado al Moloc del futuro, un futuro cuya efectiva realización resulta por lo menos dudosa. La verdad es que no se puede promover la humanización del mundo renunciando, por el momento, a comportarse de manera humana. A un mundo mejor se contribuye solamente haciendo el bien ahora y en primera persona, con pasión y donde sea posible, independientemente de estrategias y programas de partido. El programa del cristiano —el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús— es un « corazón que ve ». Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia. Obviamente, cuando la actividad caritativa es asumida por la Iglesia como iniciativa comunitaria, a la espontaneidad del individuo debe añadirse también la programación, la previsión, la colaboración con otras instituciones similares.
c) Además, la caridad no ha de ser un medio en función de lo que hoy se considera proselitismo. El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos. Pero esto no significa que la acción caritativa deba, por decirlo así, dejar de lado a Dios y a Cristo. Siempre está en juego todo el hombre. Con frecuencia, la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios. Quien ejerce la caridad en nombre de la Iglesia nunca tratará de imponer a los demás la fe de la Iglesia. Es consciente de que el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar. El cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuándo es oportuno callar sobre Él, dejando que hable sólo el amor. Sabe que Dios es amor (1 Jn 4, 8) y que se hace presente justo en los momentos en que no se hace más que amar. Y, sabe -volviendo a las preguntas de antes- que el desprecio del amor es vilipendio de Dios y del hombre, es el intento de prescindir de Dios. En consecuencia, la mejor defensa de Dios y del hombre consiste precisamente en el amor. Las organizaciones caritativas de la Iglesia tienen el cometido de reforzar esta conciencia en sus propios miembros, de modo que a través de su actuación -así como por su hablar, su silencio, su ejemplo- sean testigos creíbles de Cristo.
Fuente: Benedicto XVI, Deus Caritas Est Nº31.
Matices en la vida religiosa femenina de los EEUU
La vida religiosa entre las mujeres está sufriendo cambios evolutivos enormes que sólo pueden describirse como un cataclismo. La visita apostólica vaticana a diversas congregaciones femeninas en EEUU y la reciente investigación de la Conferencia de Liderazgos de Mujeres Religiosas indican que Roma no está contenta con las llamadas monjas post Vaticano II que se visten con ropas seculares y han abandonado la vida comunitaria tradicional. Las estadísticas actuales muestran una tendencia. En 1965, había cerca de 180,000 religiosas y monjas de claustro en los Estados Unidos. De acuerdo con el Centro de Investigación Aplicada al Apostolado de la Universidad de Georgetown, en 2009 son un poco más de 59,000. Una constante caída en el número de religiosas, junto con el hecho que su promedio de edad es de 75 años, dan la señal que la vida religiosa en los Estados Unidos es una institución moribunda. No obstante, han surgido nuevas comunidades en las cuales las religiosas visten hábito y siguen un esquema diario de oración y servicio. Estas comunidades están atrayendo vocaciones jóvenes y vibrantes. En la superficie, ese pareciera ser el futuro de la vida religiosa.
Aquéllas que han abandonado el hábito religioso y las que lo están usando, marcan dos caminos distintos en la vida religiosa hoy. ¿Qué está sucediendo? ¿Será que la mayoría de las religiosas interpretaron mal los documentos del Concilio Vaticano II? ¿Será que lo que algunos ven como una veta rebelde está teniendo sus consecuencias? ¿Las mujeres están desafiando a la Iglesia? Algunos interpretan los noviciados vacíos y el envejecimiento de las monjas como evidencia de que las religiosas han tomado la opción errónea –la secularización–. Otros sostienen que su intención era vivir su vida religiosa más auténticamente en un mundo que está cambiando.
El abismo entre la vida religiosa tradicional y la progresiva quedó en evidencia en 1992 con la publicación de The Transformation of the American Catholic Sisterhood, de Lora Ann Quiñonez CDP y Mary Daniel Turner SND de N. El libro urgía al Cardenal James Hickey, a la sazón Obispo de Washington DC, a que viajara a Roma a luchar por el establecimiento de una congregación de religiosas que sería más fiel a la Iglesia. De ahí surgió la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosas, y entre los requisitos que exigen está el uso del hábito, la oración comunitaria, la adoración eucarística y fidelidad a la Iglesia. Entretanto, la Conferencia de Liderazgos de Mujeres Religiosas continuó con el espíritu del Vaticano II de apertura ante el mundo, exploración de las avenidas de la teología de la liberación, la teología feminista y la apremiante situación de los pobres, entre otros. A pesar que se buscó el diálogo entre la L.C.W.R. (a la cual aún pertenecen la mayoría de las comunidades religiosas femeninas) y la C.M.S.W.R., este afán de diálogo no era compartido. Roma se ha puesto del lado de la C.M.S.W.R., otorgando a sus miembros posiciones eclesiásticas de alto rango.
Mientras los dos grupos de mujeres parecieran estar en lados opuestos, son parte de lo que Timothy Radcliffe OP, ex Maestro General de los Dominicos, denomina dos teologías diferentes basadas en diferentes interpretaciones del Vaticano II en su libro What is the Point of Christian Life? (¿Cuál es el objeto de la vida cristiana?) Los miembros de la Conferencia de Liderazgo adoptan la modernidad y ven en el trabajo del Concilio la nueva vida que el Espíritu Santo le insufla a la Iglesia. Ellas caen dentro de lo que el Padre Radcliffe identifica como el grupo Concilium, que se centran en la Encarnación como el punto central de renovación. En cambio, los miembros de la Conferencia de Superiores Mayores, católicas Communio, que enfatizan la comunión a través de la proclamación de la fe, una clara identidad católica y la centralidad de la cruz. Concilium y Communio eran los nombres de dos publicaciones periódicas fundadas en la era postconciliar. La primera se centraba en las reformas conciliares; la segunda daba importancia a la continuidad de los documentos del concilio con la comunión de los fieles a través de los siglos. Así, un grupo se basaba en la doxología y adoración (Communio), el otro en la práctica y la experiencia (Concilium). Una ve a Cristo como una reunión de gente en comunidad (Communio); la otra ve a Cristo como uno que cruza fronteras (Concilium) Recientemente el C.M.S.W.R. tuvo su congreso eucarístico bajo el título “El sacrificio del amor eterno”, mientras que la L.C.W.R. sigue trabajando en el cambio sistémico. Las primeras ven la vida religiosa como los esponsales divinos con Cristo; las segundas ven a Cristo solidario con los pobres y buscando justicia para los oprimidos.
Como dice el Padre Radcliffe, este no es un conflicto entre aquellos que son leales al concilio y los que quieren volver a la Iglesia pre-conciliar. Tampoco entre aquellos que son fieles a la tradición y los que han sucumbido al mundo moderno. En vez de ello, el conflicto radica en dos maneras diferentes de interpretar el concilio y de cómo llevar a cabo su trabajo. Si bien entiendo las diferencias planteadas por el Padre Radcliffe, mi propia experiencia con las religiosas me dice que la raíz de las diferencias entre estas dos asociaciones es el miedo al cambio. Digo esto no como un juicio, sino desde mi experiencia personal.
MI VIAJE A UNA NUEVA TEOLOGÍA
Cuando ingresé a la vida religiosa (1984), recién había obtenido un doctorado en farmacología y tenía la oportunidad de una beca de investigación post-doctoral en la Escuela de Medicina Johns Hopkins. Pero había descubierto The Seven Storey Mountain, de Thomas Merton y no podía abandonar mi deseo que renunciar al mundo y vivir para Cristo. Mis conocimientos de teología, la Iglesia y la vida religiosa eran bastante rudimentarios. En los años ’70 yo era una activa científica que publicaba manifiestos sobre la liberación. A pesar que iba a misa regularmente todas las semanas, no me entusiasmaban los cambios litúrgicos del Vaticano II. En vez de ello, añoraba el ritual místico de la misa en latín que conocí de niña, a pesar que jamás entendí una sola palabra de lo que decía el sacerdote. Cuando tomé la decisión de entrar a la vida religiosa, busqué una comunidad austera donde pudiese llevar a cabo el sacrificio de una vida dedicada enteramente a Dios. Usar el hábito era importante para mí porque éste representaba la santidad y la identidad religiosa. Ingresé a un claustro de monjas carmelitas que usaban el hábito largo tradicional y tenían un esquema establecido de oración diaria, silencio, adoración y el rosario.
Mi visión idealizada de la vida religiosa empezó a colapsar en el claustro. Día tras día me di cuenta de cuán lejos estaba yo de cualquier noble aspiración de santidad. Vivía con mujeres que padecían trastornos maníaco-depresivos, venían de familias de alcohólicos o habían enviudado a muy temprana edad. Se compartía poco en lo personal y había escaso contacto con el mundo. El Dios al cual en algún momento me había sentido tan cercana empezó a desvanecerse en la oscuridad. Me pregunté si acaso no había elegido el confinamiento solitario. Pedí una licencia para discernir mi camino y me enviaron a una comunidad Franciscana cerca de una universidad donde pude retomar mi investigación. La comunidad también vestía hábito y tenían un esquema diario similar, pero la apertura de las hermanas hacia el mundo era liberadora. Estudié teología en Fordham University usando el hábito y me sentí separada del resto de mis compañeros. En los días de semana vivía en el Bronx con hermanas Ursulinas.
Mi primera conversión en la vida religiosa se centró en el examen final en un curso sobre el Nuevo Testamento. Yo no tenía un computador o un lugar adonde trabajar hasta que una hermana Ursulina me ofreció su oficina y su computador, y comida casera. La preocupación de la hermana Jeanne por mis necesidades, que incluían esperarme en pie hasta pasada la medianoche, abrió mis ojos al significado de la Encarnación. Por primera vez vi a Dios humildemente presente en jeans y polera. Luego vi a Dios en la frágil hermana Catherine, encargada de las grandes instalaciones de ayuda a los pobres de la comunidad, y la hermana Lucy, cuyos 40 años como misionera en Alaska me brindaron mucho más que la diversión de sus fascinantes historias a la hora de comida. En la simple vida diaria de las hermanas Ursulinas, vi al Dios vivo. Vi al mismo Dios entre las Franciscanas de Allegany, las que me ofrecieron un hogar donde pude hacer mi tesis doctoral. Ellas me sacaron de mi celda de estudiante, me llevaron al parque y me llevaron a comer y escucharon mis penas. Al graduarme ya había vivido en tres diferentes casas generalicias entre hermanas cuyas congregaciones eran miembros de la Conferencia de Liderazgos de Mujeres Religiosas.
A través del estudio de la teología, comencé a reflexionar sobre la Encarnación y las dos formas diferentes de vida religiosa que había vivido. Me di cuenta que Jesús llevaba a cabo costumbres y rituales judíos, que vivió la vida de un humilde carpintero y sintió el llamado de su ministerio cuando tenía alrededor de 30 años, pero no se diferenció de los demás por sus ropas o sus costumbres. Comprometido con las luchas socio-políticas y económicas de su tiempo, se acercó a los pobres y mostró compasión por los enfermos y los moribundos. Jesús proclamó el reino de Dios y dio su vida como testimonio de la fidelidad del amor de Dios. Por ello sufrió públicamente la muerte de un criminal, sin honor ni gloria. Los primeros cristianos que fueron testigos de la elevación del Señor tenían el poder de proclamarlo. Tenía que ser así: hasta la conversión de Constantino, vivir como cristiano era el camino seguro al martirio. También hoy, la vida del evangelio significa dar testimonio de la bondad de Dios en Cristo. En el 2005, Dorothy Stang, de las Hermanas de Notre Dame de Namur, dio su vida como mártir por los pobres del Amazonas.
Los dos grupos contemporáneos de mujeres religiosas –la Conferencia de Superiores Mayores de Mujeres Religiosas y la Conferencia de Liderazgo de Religiosas– testimonian el Evangelio revelado en Jesucristo, pero sus trayectorias difieren. El primer grupo busca desposar a Cristo, su énfasis está en una unión nupcial divina. El segundo grupo principalmente sigue al Cristo liberador, testimoniando a Cristo entre las luchas de la historia. En ambos grupos podemos encontrar ídolos, secretos y disfunciones, así como santos, profetas y místicos. Ambos grupos son pecadores y redimidos. Ambos siguen el derecho canónigo, ambas tiene seguro médico, seguro automotriz, planes de retiro y sepulturas.
LA VISIÓN EVOLUTIVA DE TEILHARD
¿En qué influye la vida religiosa en el mundo? Teilhard de Chardin SJ, dio luz a esta pregunta al comprender el cristianismo dentro de un universo evolutivo. Lo que hagamos y las decisiones históricas que tomemos, dice él, tienen influencia en la génesis de Cristo. Cristo es el objetivo del universo, la nueva creación, el futuro de lo que llegaremos a ser. Los que somos bautizados en Cristo debemos abandonarnos en amor y descender hacia la solidaridad con la tierra. Chardin observó que no hay nada profano en el mundo para aquéllos que saben mirar. El universo es santo porque se basa en la Palabra de Dios. Es Cristo, el que vive, quien llegará a ser.
Durante muchos años me pregunté si las religiosas habrían leído mal los signos de los tiempos. Sin embargo, a medida que he reflexionado sobre el misterio de Dios, he llegado a creer que el universo evolutivo se mueve hacia adelante en parte porque las religiosas están trabajando en las trincheras de la humanidad, entre los pobres, los oprimidos, los marginados. Hoy en día las religiones del mundo están teniendo un rol más activo en la síntesis de una nueva conciencia religiosa. Las mujeres de la L.C.W.R. han arriesgado sus vidas en la consecución de la auténtica Encarnación y han proclamado proféticamente que el amor de Dios no puede exterminarse ni terminarse. Continúan luchando por el cambio de sistema en beneficio de los oprimidos. Las congregaciones podrán desaparecer, pero los caminos inscritos en la historia por las mujeres religiosas del Vaticano II son nada menos que los brotes evolucionarios de un nuevo futuro.
Tal como observó Teilhard, el sufrimiento y el sacrificio son partes del proceso de evolución. Las estructuras aisladas tienen que dar lugar a uniones más complejas. Vivir con un espíritu evolutivo significa renunciar a las viejas estructuras y comprometerse con nuevas estructuras cuando llegue el momento. La tierra y el cielo nuevos prometidos por Dios no vendrán a nosotros si nos aislamos del mundo o formamos guetos católicos. No se desplegará con el triunfo del poder eclesiástico. Llegará cuando sigamos las pisadas del Crucificado descendiendo hacia las oscuridades de la humanidad y elevándose al poder del amor. Este es el camino hacia una nueva creación, simbolizada por Cristo.
Creemos que lo que sucedió entre Dios y el mundo en Cristo apunta hacia el futuro del cosmos. Ese futuro conlleva una transformación radical de realidad creada a través del poder unificador del amor de Dios. Ser un portador de Cristo significa concentrarse en la profundidad interna del amor. Es el amor el que le pone carne a la cara de Dios, es el amor el que hace a Cristo vivir; el amor es el poder del futuro y el despliegue de Cristo. La Historia no recordará lo que Él escribió, dónde vivió o cómo rezó, si como un católico concilium o communio. En el atardecer de la vida seremos juzgados solamente por amor.

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Autora: Ilia Delio OSF, de las Hermanas Franciscanas de Washington, D.C., es profesora y decana del departamento de estudios espirituales en la Washington Theological Union. Publicado en revista America, www.americamagazine.org

Curso Espiritualidad Misionera CONAMIL

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CONAMILEspiritualidad Misionera del Vaticano II hasta hoy
Dra. Katherina Bosl von Papp
Las fuentes para una espiritualidad misionera:
La realidad (los signos del tiempos), la Biblia, la Tradición, la vivencia y el Magisterio de la Iglesia, las ciencias humanas, las religiones y corrientes espirituales del mundo.
El método: VER-JUZGAR-ACTUAR
EL VATICANO II: UN CAMBIO DE PARADIGMAS
EL REDESCUBRIMIENTO DEL JESÚS HISTÓRICO: PREDICAR Y CURAR (Lumen Gentium 5)
LA PREDICACIÓN DE JESÚS: ¿QUÉ ES EL REINO DE DIOS?
“Es indiscutible que el centro de la predicación de Jesús lo constituía el reinado de Dios (basileía tou theou). Jesús habló incesantemente de él sin dar una explicación y sin definirlo teóricamente. Lo explicó a través de parábolas”(J. Gnilka, Jesús de Nazaret, Mensaje e Historia, Barcelona 1993, p. 109). Por lo tanto, si pretendemos saber, qué era lo que Jesús mismo entendía por Reino de Dios o soberanía de Dios, es del todo necesario recurrir a sus parábolas.
Dios que es el acontecer mismo de toda la creación
-el sembrador (Mt 13,1-9; Mc 4,3-9; Lc 8,4-8)
-la semilla de mostaza (Mc 4,30-32; Mt 13,31s; Lc 13,18s)
-la mala hierba entre el trigo (Mt 13,24-30)
Dios trascendente e inmanente a la vida humana, Dios amador de las cosas sencillas
-la levadura (Lc 13,20s; Mt 13,33)
-los dos hijos (Mt 21,28-32)
LA PRESENCIA INMEDIATA Y SANADORA DE JESÚS CON LOS QUE SUFREN: INTEGRIDAD Y DIGNIDAD HUMANA
Jesús sana a la hija de una extranjera (Mc 7,26-30)
Jesús sana a un joven epiléptico (Mc 9,14-29)
Jesús sana a un mudo (Mt 9,32-34)
Jesús cura a la suegra de Simón tomándola de la mano (Mc 1,30s)
Sanación de un leproso extendiendole la mano (Mc 1,40ss)
Jesús sana a un paralítico de su pecado y de su enfermedad (Mc 2,1-12)
GAUDIUM ET SPES: LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS
… EL SENTIR ÍNTIMO Y LA SOLIDARIDAD CON TODO LO HUMANO
(1) Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. … La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia.
… LA IGLESIA AL SERVICIO DEL HOMBRE
Al proclamar el Concilio la altísima vocación del hombre y la divina semilla que en éste se oculta, ofrece al género humano la sincera colaboración de la Iglesia para lograr la fraternidad universal que responda a esa vocación.
AD GENTES: DE UNA IGLESIA QUE CONVIERTE A UNA IGLESIA EN CONVERSIÓN
(2) La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza
NUESTRA AETATE: TOLERANCIA Y DIÁLOGO
… LA SEMILLA DE DIOS EN LA RELIGIONES
(2) La Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en las religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres.
… LA FRATERNIDAD UNIVERSAL EXCLUYE TODA DISCRIMINACIÓN
(5) La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al espíritu de Cristo cualquier discriminación o vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o religión. Por esto, el sagrado Concilio, siguiendo las huellas de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, ruega ardientemente a los fieles que, “observando en medio de las naciones una conducta ejemplar”, si es posible, en cuanto de ellos depende, tengan paz con todos los hombres, para que sean verdaderamente hijos del Padre que está en los cielos.
LUMEN GENTIUM: LA EQUIDAD DE TODOS LOS BAUTIZADOS
… LA IGLESIA CUERPO MÍSTICO DE CRISTO
(7) La vida de Cristo en este cuerpo se comunica a los creyentes, que se unen misteriosa y realmente a Cristo, paciente y glorificado, por medio de los sacramentos. Por el bautismo nos configuramos con Cristo: “Porque también todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu” (1Cor., 12,13).
… LA IGLESIA PUEBLO DE DIOS
(9) … tiene por condición la dignidad y libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandato de amar, como el mismo Cristo nos amó (cf. Jn., 13,34). Tiene últimamente como fin la dilatación del Reino de Dios …

Encuentro Andino CONAMILRASGOS PRINCIPALES Y RECEPCIÓN DEL CONCILIO EN AMÉRICA LATINA
DEL ECLESIOCENTRISMO AL “REINOCENTRISMO”
Palabras claves del Concilio: La apertura al mundo (Juan XXIII: aggiornamiento), la dignidad humana, los hombres de buena voluntad, los signos de los tiempos, la semilla de Dios en las religiones, la fraternidad universal, la Iglesia como Pueblo de Dios a servicio del Reino de Dios, la Iglesia misionera por naturaleza
Se destaca también un cambio en el lenguaje de la Iglesia mas llegado al diálogo
La Iglesia en América Latina ha desarrollado con mas profundidad y creatividad la teología del Concilio: Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992), Aparecida (2007)
… Y DE VUELTA DEL REINOCENTRISMO AL ECLESIOCENTRISMO
Este cambio se sitúa dentro de una vuelta tradicionalista por sectores de la Iglesia que no quieren seguir el paso de renovación empezado por el Vaticano II.
REDEMPTORIS MISSIO (1990): ¿DE VUELTA A LA MISIÓN CLÁSICA?
El cambio en la teología de misión a partir del Concilio se podría resumir del “tener misiones hacia el ser una Iglesia misionera por dentro y por fuera”.
Medellín y Puebla no hablan de misión, si no de evangelización en un contexto de pobreza y injusticia; su perspectiva es la opción preferencial por los pobres.
Santo Domingo habla de una “nueva evangelización“ y inculturación; y Aparecida retoma el término misión.
Con el pontificado de Juan Pablo II podemos destacar una nueva iniciativa para la misión; fue el Papa que más viajó en toda la historia de la Iglesia; tenía un espíritu profundamente misionero marcado por su vivencia de dos dictaduras y el derrumbe de los países comunistas a partir del 1989.
REDEMPTORIS MISSIO (ENCÍCLICA JUAN PABLO II; 1990)
SOBRE LA PERMANENTE VALIDEZ DEL MANDATO MISIONERO
CAPÍTULO I: JESUCRISTO ÚNICO SALVADOR
(5) Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres: « Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos. … Los hombres, pues, no pueden entrar en comunión con Dios, si no es por medio de Cristo y bajo la acción del Espíritu.
CAPÍTULO V: LOS CAMINOS DE LA MISIÓN
Conversión y bautismo
(46) El anuncio de la Palabra de Dios tiende a la conversión cristiana, es decir, a la adhesión plena y sincera a Cristo y a su Evangelio mediante la fe.
Formación de Iglesias locales
(48) La misión ad gentes tiene este objetivo: fundar comunidades cristianas, hacer crecer las Iglesias hasta su completa madurez. Esta es una meta central y específica de la actividad misionera, hasta el punto de que ésta no puede considerarse desarrollada, mientras no consiga edificar una nueva Iglesia particular, que funcione normalmente en el ambiente local.
Tanto en lenguaje como en metodología Redemptoris Missio vuelve a una teología eclesiocéntrica y cristocéntrica cuyo objetivo es la conversión a la Iglesia católica y el bautismo
CAPÍTULO VIII: ESPIRITUALIDAD MISIONERA
Subcapítulos: Vivir el misterio de Cristo enviado
(88) Al misionero se le pide «renunciarse a sí mismo y a todo lo que tuvo hasta entonces y a hacerse todo para todos»: en la pobreza que lo deja libre para el Evangelio; en el desapego de personas y bienes del propio ambiente, para hacerse así hermano de aquellos a quienes es enviado y llevarles a Cristo Salvador. A esto se orienta la espiritualidad del misionero: «Me he hecho débil con los débiles … Me he hecho todo para todos, para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio » (1 Cor 9, 22-23). Precisamente porque es «enviado», el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. «No tengas miedo … porque yo estoy contigo» (Act 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre.
Amar a la Iglesia y a los hombres como Jesús los ha amado
(89) Por último, lo mismo que Cristo, él debe amar a la Iglesia: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a si mismo por ella» (Ef 5, 25). Este amor, hasta dar la vida, es para el misionero un punto de referencia. Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del misionero; su preocupación cotidiana —como dice San Pablo— es «la solicitud por todas las Iglesias» (2 Cor 11, 28). Para todo misionero y toda comunidad «la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia
El verdadero misionero es el santo
90. La llamada a la misión deriva de por sí de la llamada a la santidad. Cada misionero, lo es auténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad: «La santidad es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia».
La espiritualidad recorre a los conceptos clásicos de la vocación personal, de la unión con Cristo y del sentirse llamado como individuo.
Conceptos teológicos aplicados: cristología, Iglesia, vocación, santidad. La misión en el contexto de conquista y colonialismo. La teología de misión desde el Vaticano II en metodología (partiendo de la realidad; Ver-Juzgar-Actuar; misión como encuentro y diálogo) y en contenidos (opción por los pobres; justicia y paz; preservación de la creación; inculturación; la semilla divina en todas las religiones; la dignidad y libertad humana). El caminar con la humanidad y la Iglesia (con sus misioneros) luchando contra las fuerzas incrédulas y hostiles (87).
APARECIDA (CELAM 2007): ¿ DE VUELTA AL VATICANO II ?
COMO METODOLOGÍA APARECIDA RETOMA EL VER-JUZGAR-ACTUAR, PARTIENDO DE LAS REALIDADES DE AMÉRICA LATINA Y DEL CARIBE:
(19) En continuidad con las anteriores Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, este documento hace uso del método ver, juzgar y actuar.
SE RESCATA LA OPCIÓN PREFERENCIAL POR LOS POBRES COMO PERSPECTIVA CENTRAL DE LAS IGLESIAS EN AMERICA LATINA Y EL CARIBE
391. Dentro de esta amplia preocupación por la dignidad humana, se sitúa nuestra angustia por los millones de latinoamericanos y latinoamericanas que no pueden llevar una vida que responda a esa dignidad. La opción preferencial por los pobres es uno de los rasgos que marca la fisonomía de la Iglesia latinoamericana y caribeña.
SE ENFATIZA EL PAPEL DE LOS LAICOS CATÓLICOS
209. Los fieles laicos son los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el pueblo de Dios y participan de las funciones de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo. Son “hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia”
210. Su misión propia y específica se realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y su actividad, contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio. El ámbito propio de su actividad evangelizadora es el mismo mundo vasto y complejo de la política, de realidad social y de la economía, como también el de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los ‘mass media’, y otras realidades abiertas a la evangelización, como son el amor, la familia, la educación de los niños y adolescentes, el trabajo profesional y el sufrimiento
211. Los laicos también están llamados a participar en la acción pastoral de la Iglesia, primero con el testimonio de su vida y, en segundo lugar, con acciones en el campo de la evangelización, la vida litúrgica y otras formas de apostolado, según las necesidades locales bajo la guía de sus pastores. Ellos estarán dispuestos a abrirles espacios de participación y a confiarles ministerios y responsabilidades en una Iglesia donde todos vivan de manera responsable su compromiso cristiano. A los catequistas, delegados de la Palabra y animadores de comunidades, que cumplen una magnífica labor dentro de a Iglesia, les reconocemos y animamos a continuar el compromiso que adquirieron en el bautismo y en la confirmación.
SE HACE REFERENCIA AL PESO HISTÓRICO DE LA MISIÓN EN AMÉRICA LATINA:
(4) El Evangelio llegó a nuestras tierras en medio de un dramático y desigual encuentro de pueblos y culturas.
SE LANZA UNA NUEVA MISIÓN CONTINENTAL
(11) La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales. No puede replegarse frente a quienes sólo ven confusión, peligros y amenazas, o de quienes pretenden cubrir la variedad y complejidad de situaciones con una capa de ideologismos gastados o de agresiones irresponsables. Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva para una América Latina que quiere reconocerse con la luz y la fuerza del Espíritu.
SE INTRODUCE COMO TÉRMINO CENTRAL EL “DISCÍPULO MISIONERO
(28) En el encuentro con Cristo queremos expresar la alegría de ser discípulos del Señor y de haber sido enviados con el tesoro del Evangelio.
(30) La historia de la humanidad, a la que Dios nunca abandona, transcurre bajo su mirada compasiva. Dios ha amado tanto nuestro mundo que nos ha dado a su Hijo. Él anuncia la buena noticia del Reino a los pobres y a los pecadores. Por esto, nosotros, como discípulos de Jesús y misioneros, queremos y debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo.
ESPIRITUALIDAD MISIONERA A PARTIR DEL VATICANO II
ALGUNAS TESIS SOBRE LA MISIÓN
La misión es la naturaleza del cristianismo “ad intram” e “ad extram”
La misión tiene que tomar conciencia de su pecado histórico en el contexto de la conquista y del colonialismo (patronato, encomienda, esclavitud, genocidio, exterminio de culturas y religiones autóctonas …)
La misión promueve justicia y paz, su perspectiva es la opción preferencial por los pobres
La misión tiene una dimensión cosmológica (cuerpo cosmológico de Cristo) que nos recuerda la responsabilidad para toda la creación
La misión promueve el diálogo interreligioso y intercultural
La misión no está al servicio de la Iglesia, si no al servicio del Reino de Dios; el Reino de Dios es vida plena parar todos los pueblos
La misión no debe ser apologética, no se trata de conquistar almas en concurrencia con otras Iglesias
La misión es diálogo abierto, oferta libre que respeta la dignidad y libertad del otro
La misión es dinámica, abierta a aprender en el encuentro con el otro
ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA ESPIRITUALIDAD
·El ser humano es un ser espiritual, la espiritualidad no se limita al cristianismo
·Hay espiritualidades religiosas, es decir con un horizonte trascendente, y espiritualidades sin este horizonte
·La espiritualidad en un sentido amplio es el sentido integral que damos a nuestra vida y al mundo
·La espiritualidad religiosa busca formas de llevar al encuentro (inmediato) con las dimensiones más profundas de la vida (ZEN, Yoga)
·La espiritualidad tiene como experiencia profunda la unidad del cosmos, de todo el ser (experiencia mística)
·Su expresión vive en la tensión con lo “indecible”, su lenguaje tiene que dejar lugar para el silencio y el misterio (poesía, arte)
·Su experiencia de unidad se opone a estructuras de injusticia y muerte (monjes budistas en Tibet)
·La espiritualidad transforma la realidad, tiene como su lado exterior la ética práctica
La espiritualidad cristiana….
·en un sentido más estricto se refiere a diferentes tipos y escuelas de conversión de vida, ascesis cristiana, oración y mística
·como mística vive en tensión con el magisterio (elemento petrino) y la teología intelectual (elemento paulino) de la Iglesia
·necesita la reflexión teológica (Biblia; Cristología, Mariología, Eclesiología, Eucaristía…)
·necesita la comunidad de fe
·necesita la reflexión crítica a partir de la Ilustración, (las tres dudas según Paul Ricoeur): como “opio para el pueblo” (Karl Marx); como “platonismo para el pueblo” (Friedrich Nietzsche); como “neurosis colectiva” (Sigmund Freud).
·necesita la reflexión a partir de las ciencias humanas (psicología, sociología, medicina)
·es profética en anunciar la vida y denunciar estructuras de muerte
·lleva a una ética que transforma la realidad hacia una vida plena para todos.
III Encuentro Nacional Misioneros Laicos PeruCONCLUSIONES DEL CURSO
•Espiritualidad basada en el Magníficat de María, Madre de Dios.
•Ha sido una oportunidad de conocer la experiencia de misión, sentir asimismo la fuerza que esta se manifiesta en la unión, el compartir la fe y en la acción común.
•Anunciar el Reino de Dios, con la actitud sanadora de Jesús, dando vida plena, mostrando el acontecer de Dios en todo momento y en toda la creación. Significa asimismo sanar integralmente, que dignifique a la persona humana, de manera preferencial a los más pobres y excluidos.
•Ver-entender y vivenciar, asimismo compartir/jugar con el grupo y con un actuar positivo. Jesús que es solidario con todos, con sus enseñanza y vivencias, nos invita a vivir de buscando la integridad, la unión entre todos. La espiritualidad es el Amor incondicional por la vida (toda la creación).
•Es tener un amor preferencial por lo pobres, sabiendo que Dios nos ama; él nos invita a enseñar, a aprender, teniendo siempre presente la vida del Señor Jesús y la Biblia Ese amor que recibimos de Él; es para darlo a todos, de manera preferencial a los más humildes.
•Este curso me ayudó a conocer las experiencias de otras comunidades misioneras.
•Teniendo presente que somos santificados en la verdad, Jesús nos envía para comunicar la verdad, contemplarlo en la acción. Alimentando el encuentro personal con Jesucristo, en la vida cotidiana.
•Es una revisión de la experiencia misionera, vivir la práctica de Jesús, es él quien nos enciende la pasión misionera desde y con los más marginados.
•Es amor a los pobres, a los enfermos, a los encarcelados, es seguir y hacer nuestro el: “no vine a buscar a los sanos, sino a los enfermos”, la fuente está en la Biblia y la oración.
•Para ser un buen misionero, tengo que morir a actitudes que no permiten crecer, eso significa también comprender, en ciertos momentos aceptar, ver las realidades tanto positivas como las que son obstáculos, es también un encuentro personal y un renovarse constantemente.
•Este Curso permite abrirnos y hacernos comunidad de hermanos, es considerar siempre que Jesús Resucitado es el centro de la vida.
•Vivir la Espiritualidad misionera laical, es caminar con la humanidad, recurriendo de manera constante a las fuentes: la realidad, la Biblia, la tradición, la vivencia y el magisterio de la Iglesia, las ciencias humanas, las religiones y corrientes espirituales del mundo. Es impregnarse del Jesús histórico, dador de vida y estar en relación continua con la Iglesia, desde una mirada crítica positiva.

Trabajamos por la unidad de todos los cristianos

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Maria Teotokos

La Iglesia Católica Oriental: comunión y testimonio
El Consejo de los Patriarcas Católicos de Oriente, sucesores de los Apóstoles, reúne a los dirigentes de las Iglesias copta, maronita, melkita, siríaca, caldea y armenia, y al patriarca latino de Jerusalén.

Carácter e historia propia de los orientales
La Madre de Dios
14. Las Iglesias del Oriente y del Occidente, durante muchos siglos siguieron su propio camino unidas en la comunión fraterna de la fe y de la vida sacramental, siendo la Sede Romana, con el consentimiento común, árbitro si surgía entre ellas algún disentimiento en cuanto a la fe y a la disciplina. El Sacrosanto Concilio se complace en recordar, entre otras cosas importantes, que existen en Oriente muchas Iglesias particulares o locales, entre las cuales ocupan el primer lugar las Iglesias patriarcales, y de los cuales no pocas traen origen de los mismos Apóstoles.
Por este motivo han prevalecido y prevalece entre los orientales el empeño y el interés de conservar aquellas relaciones fraternas en la comunión de la fe y de la caridad, que deben observarse entre las Iglesias locales como entre hermanas.
No debe olvidarse tampoco que las Iglesias del Oriente tienen desde el principio un tesoro del que tomó la Iglesia del Occidente muchas cosas en la Liturgia, en la tradición espiritual y en el ordenamiento jurídico. Y es de sumo interés el que los dogmas fundamentales de la fe cristiana, el de la Trinidad, el del Hijo de Dios hecho carne de la Virgen Madre de Dios, quedaron definidos en concilio ecuménicos celebrados en el Oriente. Aquellas Iglesias han sufrido y sufren mucho por la conservación de esta fe.
La herencia transmitida por los Apóstoles fue recibida de diversas formas y maneras y, en consecuencia, desde los orígenes mismos de la Iglesia fue explicada diversamente en una y otra parte por la diversidad del carácter y de las condiciones de la vida. Todo ello, a más de las causas externas, por la falta de comprensión y de caridad, motivó las separaciones.
Por lo cual el Sacrosanto Concilio exhorta a todos, pero especialmente a quienes han de trabajar por restablecer la plena comunión entra las Iglesias orientales y la Iglesia católica, que tengan las debidas consideraciones a la especial condición de las Iglesias que nacen y se desarrollan en el Oriente, así como a la índole de las relaciones que existían entre ellas y la Sede Romana antes de la separación, y que se formen una opinión recta de todo ello; observar esto cuidadosamente servirá muchísimo para el pretendido diálogo.
La tradición litúrgica y espiritual de los orientales
15. Todos conocen con cuánto amor los cristianos orientales celebran el culto litúrgico, sobre todo la celebración eucarística, fuente de la vida de la Iglesia y prenda de la gloria futura, por la cual los fieles unidos a su Obispo, teniendo acogida ante Dios Padre por su Hijo el Verbo encarnado, muerto y glorificado en la efusión del Espíritu Santo, consiguen la comunión con la Santísima Trinidad, hechos “partícipes de la naturaleza divina”. Consiguientemente, por la celebración de la Eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios, y por la concelebración se manifiesta la comunión entre ellas.
En este culto litúrgico los orientales ensalzan con hermosos himnos a María, siempre Virgen, a quien el Concilio Ecuménico de Efeso, proclamó solemnemente Santísima Madre de Dios, para que Cristo fuera reconocido como Hijo de Dios e Hijo del hombre, según las Escrituras, y honran también a muchos santos, entre ellos a los Padres de la Iglesia universal. Puesto que estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos y, sobre todo por su sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, por los que se unen a nosotros con vínculos estrechísimos, no solamente es posible, sino que se aconseja, alguna comunicación con ellos en las funciones sagradas en circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad eclesiástica. También se encuentran en el Oriente las riquezas de aquellas tradiciones espirituales que creó, sobre todo, el monaquismo. Allí, pues, desde los primeros tiempos gloriosos de los santo Padres floreció la espiritualidad monástica, que se extendió luego a los pueblos occidentales. De ella procede, como de su fuente, la institución religiosa de los latinos, que aún después tomó nuevo vigor en el Oriente. Por lo cual se recomienda encarecidamente a los católicos que acudan con mayor frecuencia a estas riquezas espirituales de los Padres del Oriente, que levantan a todo hombre a la contemplación de lo divino.
Tengan todos presente que el conocer, venerar, conservar y favorecer el riquísimo patrimonio litúrgico y espiritual de los orientales es de una gran importancia para conservar fielmente la plenitud de la tradición cristiana y para conseguir la reconciliación de los cristianos orientales y occidentales.
Disciplina propia de los orientales
16. Las Iglesias del Oriente, además, desde los primeros tiempos seguían las disciplinas propias sancionadas por los santos Padres y por los concilios, incluso ecuménicos. No poniéndose a la unidad de la Iglesia una cierta variedad de ritos y costumbres, sino acrecentando más bien su hermosura y contribuyendo al más exacto cumplimiento de su misión como antes hemos dicho, el Sacrosanto Concilio, para disipar todo temor declara que las Iglesias orientales, conscientes de la necesaria unidad de toda la Iglesia, tienen el derecho y la obligación de regirse según sus propias ordenaciones, puesto que son más acomodadas a la idiosincrasia de sus fieles y más adecuadas para promover el bien de sus almas. No siempre, es verdad, se ha observado bien este principio tradicional, pero su observancia es una condición previa absolutamente necesaria para el restablecimiento de la unión.
Carácter propio de los orientales en la exposición de los misterios
17. Lo que antes hemos dicho acerca de la legítima diversidad, nos es grato repetirlo también de la diversa exposición de la doctrina teológica, puesto que en el Oriente y en el Occidente se han seguido diversos pasos y métodos en la investigación de la verdad revelada y en el reconocimiento y exposición de lo divino. No hay que sorprenderse, pues, de que algunos aspectos del misterio revelado a veces se hayan captado mejor y se hayan expuesto con más claridad por unos que por otros, de manera que hemos de declarar que las diversas fórmulas teológicas, más bien que oponerse entre sí, se completan y perfeccionan unas a otras. En cuanto a las auténticas tradiciones teológicas de los orientales, hay que reconocer que radican de una modo manifiesto en la Sagrada Escritura, se fomentan y se vigorizan con la vida litúrgica, se nutren de la viva tradición apostólica y de las enseñanzas de los Padres orientales y de los autores eclesiásticos hacia una recta ordenación de la vida; más aún, tienden hacia una contemplación cabal de la verdad cristiana. Este Sacrosanto Concilio declara que todo este patrimonio espiritual y litúrgico, disciplinar y teológico, en sus diversas tradiciones, pertenece a la plena catolicidad y apostolicidad de la Iglesia, dando gracias a Dios, porque muchos orientales, hijos de la Iglesia católica, que conservan esta herencia y ansían vivirla en su plena pureza e integridad, viven ya en comunión perfecta con los hermanos que practican la tradición occidental.
Conclusión
18. Bien considerado todo lo que precede, este Sacrosanto Concilio renueva solemnemente todo lo que han declarado los sacrosantos concilios anteriores y los Romanos Pontífices; a saber, que para el restablecimiento y mantenimiento de la comunión y de la unidad es preciso “no imponer ninguna otra carga más que la necesaria” (Act., 15,28). Desea, asimismo, vehementemente, que en adelante se dirijan todos los esfuerzos en los varios institutos y formas de vida de la Iglesia, sobre todo en la oración y en el diálogo fraterno acerca de la doctrina y de las necesidades más urgentes del cargo pastoral en nuestros días y se encaucen para lograr paulatinamente la comunión. De igual manera recomienda a los pastores y a los fieles de la Iglesia católica estrecha amistad con quienes pasan la vida no ya en Oriente, sino lejos de la patria para incrementar la colaboración fraterna con ellos con espíritu de caridad, dejando todo ánimo de controversia y de emulación. Si llega a ponerse toda el alma en esta empresa, este Sacrosanto Concilio espera que, derrocado todo muro que separa la Iglesia occidental y la oriental, se hará una sola morada, cuya piedra angular es Cristo Jesús, que hará de las dos una sola cosa.
Fuente: Decreto Unitatis Redintegratio.