Jueves Santo

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Secretario del Acuerdo Nacional

Entrevista a Javier Iguiñiz Echeverría, Secretario Técnico del Acuerdo Nacional y Presidente Mundial del MIIC Pax Romana.
Por Diana Tantaleán y María Rosa Lorbés- Diario La República
Javier es un reconocido economista y, al mismo tiempo, un creyente, convicto y confeso, enfatiza él. Hoy le hemos puesto delante la grabadora para hablar de la Semana Santa, del Papa, del Acuerdo Nacional y del Movimiento Internacional de Intelectuales Católicos que hace años preside.
Este año el Papa va a celebrar Jueves Santo lavando los pies a doce ancianos y discapacitados. El año pasado lo hizo con jóvenes encarcelados, entre ellos dos mujeres, una católica y otra musulmana. ¿Qué significado tiene este lavado de pies de Jesús para nosotros como hijos de la Iglesia y como miembros de esta sociedad?
Yo diría que el lavado de pies expresa la comunión humana, “compartir el pan”; en este caso, aliviar el cansancio entre quienes caminaban con sandalias, es decir, con los pies trajinados. El hecho de que el Papa Francisco esté optando ahora por ancianos y discapacitados me trae a la mente que está limpiando los pies –y por tanto haciendo comunidad– justamente con dos tipos de personas que, para muchos efectos de tipo económico, son mucho más “carga” que “beneficio productivo”. Es una manera de decir que el mensaje evangélico se fija mucho en ellos, en quienes para la economía son un peso descartable.
En los distritos populares de Lima, y en provincias, se acostumbra representar la pasión de Jesús. Algunos comentan que los más pobres y humildes del pueblo peruano viven mucho el sentido doliente de la Semana Santa y que les resulta más lejana la Resurrección, ¿qué piensas de eso?
En Semana Santa los católicos nos concentramos, por un lado, en Cristo sufriente, torturado y muerto bajo tortura; muchos consideraban que era conveniente que fuera así, por el bien de esa sociedad; ellos no creyeron en la Resurrección. Solo los apenados por su muerte creyeron en la Resurrección.
La población siente el dolor fuertemente porque es componente también de que sienta y crea en la Resurrección; no es “sufrir por el sufrimiento mismo”, si eso se acompaña con el mensaje de vida, nos pone sobre la mesa un tema central: Cristo no vino a sufrir, vino a decirnos que tenemos que querernos, que respetarnos.
Esto me lleva a la Exhortación Apostólica del Papa Francisco, llamada la Alegría del Evangelio. Esa vinculación entre Dios y la alegría es un aire fresco, otra manera de descubrir la esencia del Evangelio: una Buena Noticia.
Sabemos que la vida es sacrificio, y que la alegría proviene de un sacrificio hecho para otros, no por el gusto del sufrimiento. Es un documento que manda ir hacia afuera, en un salir alegre, prometedor y positivo.
Sin embargo, también dice que en esa salida las cosas son difíciles porque, en varios sentidos, la economía excluyente mata porque desampara, el perdedor de la competencia queda demasiado desamparado.
Como laico, ¿cuál es tu motivación para estar en el Acuerdo Nacional?
En un mundo como el nuestro –donde hay tantos factores posibles de conflicto– el Acuerdo Nacional es una propuesta de diálogo y consenso para llegar a acuerdos sobre el rumbo del país. Creo que esto es una expresión de una sociedad que tiene voluntad de permanecer mínimamente unidos y con dirección.
Buscar consensos tiene ventajas y desventajas, no hay que idealizarlos, pero el Acuerdo Nacional piensa para adelante; no descalifica a nadie que los ciudadanos hayan elegido en responsabilidades públicas, o que gremios hayan nombrado como sus dirigentes. Ese es un ámbito privilegiado, donde se piensa en el conjunto sin dejar de pensar en cosas particulares, pero incluyendo una visión colectiva de país.
Tú también eres presidente del Movimiento Internacional de Intelectuales Católicos, ¿cuáles crees que son los desafíos que tienen hoy día?
El Movimiento Internacional de Intelectuales Católicos- MIIC, también llamado Pax Romana, históricamente ha tenido un papel vinculado a la paz, a cuidar y proteger intelectuales de algunos países, como Alemania luego de la Segunda Guerra, o profesionales dedicados a los Derechos Humanos en sus respectivos países. En general, somos profesionales dedicados a servir, en favor de los indefensos, de los pobres y discriminados.
La labor de los miembros de distintos países me permite hacer lo que hago con más alegría, hacerlo con inspiración comunitaria, con ejemplos increíbles de otros lugares que son una interpelación para mí. Uno querría evitar estas interpelaciones porque son muy duras, pero también son afectuosas; esa combinación me parece esencial. Las interpelaciones frías, reglamentistas, son las que ahuyentan de la Iglesia a la gente más inteligente y capaz.

El viejo cristianismo y su actualidad

Rolando Ames Cobián- Diario La República
Conocer mejor la vida de Jesús como hecho humano y las reflexiones más sólidas, y también polémicas, sobre su significado como respuesta al misterio de la vida, debiera ser un ejercicio muy frecuente y amplio sobre todo en países como el Perú. Y eso, precisamente, porque la fe cristiana es aquí, para creyentes o no, un hecho cultural antiguo, generalmente la fuente primera de explicación del mundo que recibimos de nuestros padres y nos marca consciente e inconscientemente. Revisitar la historia precisa de esa vida desde Belén al Gólgota tiene por eso algo de revisar el itinerario de nuestras propias vidas y es, entonces, muy sano según los que mejor estudian la psicología humana.
Es bueno además, cotejar la fe infantil y adolescente con la discusión contemporánea sobre el cristianismo y el porqué de la vitalidad de las religiones en una época que se jacta con ligereza de su racionalidad y sus certezas. Y, para el tema que quiero tratar, sería crucial conocer mejor la relación directa que Jesús estableció entre el Dios que anunciaba y la necesidad y gusto de practicar la fraternidad hacia los otros seres humanos, los que nos son cercanos y también los distantes y distintos. Un cristianismo convencido y a la vez adulto sería encontrado como factible y como presente a veces silencioso, invitante, no impositivo, cerca de nosotros.
UNO
Esta introducción tiene que ver con el escepticismo que crece en el mundo, y especialmente en el Perú, sobre cuán factible y real es el interés de una persona en apoyar a otra, si no le es muy próxima o si no es de su conveniencia directa. Somos, como país, campeones en desconfianza cívica según las encuestas.
La extrema falta de honestidad y calidad humana en la política ha contribuido a ello. La democracia aparece falsa cuando no tiene como componente una voluntad ética real preocupada por el bienestar común. Ser escéptico ante esta política entronizada en las últimas décadas es, por supuesto, un positivo signo de lucidez. Y muestra cómo las generaciones jóvenes piensan con independencia y sentido crítico. Pero miremos más a fondo hasta dónde está llegando el escepticismo y la consiguiente común pasividad ante los asuntos públicos.
Las carencias morales de la política me parecen ser parte de un fenómeno cultural más complejo y grave. Se ha generado una decepción en la factibilidad de la ética. Por eso, muchas voces emotivas animan a la imposible desaparición de la política misma. Pero de este ambiente que tiene mucho, insisto, de fundada reacción ante la corrupción y la ineficacia estatal, aprovechan elites privilegiadas y sin escrúpulos que tienen canales propios para influir sobre las decisiones públicas y ellas sí, no necesitarían ni de democracia ni de política.
DOS
Es en este contexto que el mensaje del Jesús histórico puede ser, a mi juicio, tan decisivo; porque la práctica de la fraternidad es un fundamento – no indispensable pero sí radical- de la democracia. El evento contemporáneo que más contribuyó a que el mundo actual pudiera redescubrir la hondura del mensaje del Evangelio fue el Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII y ocurrido entre 1962 y 1965. La reflexión y las propuestas de ese Concilio fueron demasiado ricas y cuestionadoras para que fueran puestas en práctica rápida y sostenidamente en toda la Iglesia. Se abrió, sin embargo, un camino marcado por esa vocación por la fraternidad, especialmente dentro del catolicismo latinoamericano. Ese camino es hoy visible de muchas maneras y lo es de modo llamativo en los gestos y palabras del argentino Jorge Mario Bergoglio, el, por eso, sorprendente Papa Francisco.
De allí que hay que alentar el diálogo entre la experiencia de seguimiento a Jesús y la actualidad de nuestros países. El cristianismo latinoamericano puede apoyar no solo una renovación de la Iglesia sino que significa, ya en parte, un aliento a las nuevas búsquedas de una sociedad más humana, más personalmente libre y más socialmente acogedora. Ellas requieren del espacio de la política en la que las dirigencias de sectores diversos y aún opuestos aprenden a escucharse y respetarse.

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