Quinto domingo de Pascua 2021

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Evangelio según San Juan 15,1-8.
Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador.
El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié.
Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer.
Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos».

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

En la película “La Sombra del Halcón” hay una pareja joven y un guía nativo que están escalando una montaña. Al cabo de un rato, la mujer se desploma en el suelo y dice que no puede dar un paso más. Está totalmente agotada. El joven la levanta, pero ella sigue diciendo que no puede seguir. El guía le dice: “Acércala a tu corazón. Deja que tu fuerza y tu valor fluyan de tu cuerpo al de ella”. Así lo hizo y, al cabo de unos minutos, la mujer sonrió y dijo que ahora podía seguir adelante.*
Vi el tema de esta historia reflejado en nuestro evangelio de hoy (Juan 15:1-8). Jesús nos dice “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”. Al igual que los sarmientos reciben su vida de la vid, también nosotros -los seguidores de Jesús- recibimos nuestra “vida” de Jesús, el Señor. Sin él no podemos hacer nada. Qué bella imagen nos presenta Jesús para ayudarnos a reconocer lo mucho que le necesitamos. En nuestra vida con Cristo sólo podemos dar el fruto que nos pide en la medida en que participamos de su vida. Esa vida comenzó en nuestro bautismo, pero necesita ser alimentada y crecer cada día. Los sarmientos reciben su vida de la vid constantemente, sin interrupción. El desafío para nosotros, como discípulos de Cristo, es permitir que esa vida de Jesús fluya en y a través de nosotros todos los días. No podemos limitarla a la hora que pasamos juntos aquí en la Eucaristía, o a nuestros momentos de oración personal y de lectura de la Escritura. No podemos limitarlo a los momentos que identificamos como nuestro servicio a Dios y a los demás. Debe ser siempre y para siempre.
En el evangelio Jesús habla de la “poda”. Dice que somos “podados” por él para que “demos más fruto”. No sé mucho sobre el cuidado de los árboles, pero sé que normalmente los árboles se podan con regularidad. A veces recuerdo haber visto árboles podados tan radicalmente que dudaba que volvieran a florecer y producir. Pero lo hacían. ¿Qué es esta poda de la que habla Jesús? Esta poda es un acto de la mente, del corazón y de la voluntad que corrige nuestras faltas y nos une más a Jesús. Digo la mente, porque Jesús nos ilumina para que reconozcamos su llamada al cambio y a la conversión. El cambio nunca es fácil, y a nadie le gusta que le corrijan, pero para que Jesús nos pode tenemos que reconocer nuestra necesidad de él y de su gracia. Digo el corazón, porque se suele hablar del corazón como el centro de nuestra existencia. Esta poda no puede ser un ejercicio intelectual, sino que debe estar arraigada en nuestras palabras y acciones, en todo lo que hacemos y somos. Digo la voluntad porque esta poda implicará la determinación y la decisión de dejar que el Señor haga su obra en nosotros. Él no puede obligarnos, debe ser un acto libre de la voluntad. Esta poda de Jesús, para unirnos más estrechamente a “la vid”, puede ser dolorosa y difícil, pero el resultado valdrá la pena: “dar mucho fruto”, el “fruto” del reino de Dios. La vida de Cristo en nosotros -como la vid y los sarmientos- dará testimonio de nuestro amor a Dios y de nuestro seguimiento fiel a él.
La Segunda Lectura de la Primera Carta de Juan (3:18-24) habla de manera tan hermosa sobre esta vida en Cristo. Juan nos dice que debemos amar “no (sólo) de palabra o de palabra, sino de obra y de verdad”. Nuestro amor debe ser sincero y reflejar verdaderamente el amor de Dios por nosotros. Sólo ese amor puede curar y salvar. Sólo ese amor puede transformar y darnos una nueva vida. Juan retoma el tema del corazón, al igual que en mi historia del principio. Dice que “pertenecemos a la verdad y tranquiliza nuestros corazones ante él”. Al igual que el hombre de la historia compartió su fuerza y su valor con la mujer al tenerla cerca de su corazón, Jesús el Señor comparte su fuerza y su valor con nosotros al tenernos cerca de su corazón. De hecho, “asegura a nuestro corazón” que está con nosotros. Juan continúa diciendo que “tenemos confianza en Dios y recibimos de él todo lo que pedimos, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada”. Esto habla directamente de nuestro tema de la vid y los sarmientos, porque no dudamos -no deberíamos dudar- de que si buscamos seriamente la gracia de Dios, él nos dará su gracia y su vida. Esa vida para nosotros, los sarmientos, es una vida abundante, generosa y plena. Si “guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada” esa vida fluirá abundantemente a través de nosotros. Nuestra unión con él será real y tangible, “en hechos y en verdad”, y no sólo de “palabra”. Esa es la voluntad de Dios para nosotros, y se cumplirá si nos dirigimos sinceramente a él y nos abrimos al “Espíritu que nos ha dado”. Dios espera nuestro movimiento de la mente, del corazón y de la voluntad, para que su vida fluya en y a través de nosotros.
La imagen que utiliza Jesús se vuelve más dramática hacia el final de este evangelio, cuando nos dice lo que ocurre con los sarmientos que no toman su vida de la vid. Serán “arrojados… y se marchitarán”. Los “echarán al fuego”. Es bastante aterrador. Fuera de la vid, los sarmientos no tienen vida. Son inútiles. Sin Jesús, el Señor, no podemos “dar mucho fruto y ser sus discípulos”.
Nuestra presencia aquí hoy da testimonio de que reconocemos nuestra necesidad de Dios, de “la vid”. Con amor, Jesús nos recuerda que para que esa vida crezca será necesario podarla. Todavía no ha terminado con nosotros. Dejemos que Jesús nos lleve a su corazón, que “tranquilice nuestro corazón” -que nos dé fuerza y valor- para que nos convirtamos en “sarmientos” más fieles de la “vid” -Jesucristo- y que realmente “demos mucho fruto y seamos sus discípulos”.
*Desconozco de dónde procede esta historia, ya que no es de una de mis dos fuentes habituales.

De África a Asia crece el número de vocaciones sacerdotales

El florecimiento de las vocaciones sacerdotales en África, Asia, Oceanía, América Latina es un hecho constante registrado en los últimos años: los sacerdotes africanos apoyan y fortalecen a las Iglesias europeas.
Según un informe publicado por L’Osservatore Romano, en medio de la crisis creada por la pandemia del coronavirus, en muchas Iglesias de Asia, África, América Latina y Oceanía hay un verdadero boom de vocaciones al sacerdocio y de jóvenes que piden ingresar a los seminarios y seguir una vida consagrada.
Un fenómeno que llega a varios continentes
En Latinoamérica, Venezuela cuenta con 804 seminaristas, entre jóvenes que se encuentran en fase propedéutica o cursando filosofía y teología, en los 21 seminarios que existen en el país sudamericano.
Al otro lado del mundo, en Papúa Nueva Guinea y el archipiélago de las Islas Salomón, 286 jóvenes de las remotas islas del Pacífico se enfrentan a largos viajes en embarcaciones improvisadas para pedir iniciar el proceso de su formación para el sacerdocio.
Bangladesh, una nación con una gran mayoría musulmana, donde los católicos no son más de 500,000 en un país de 165 millones de habitantes, el año en que estalló la pandemia (2020) fue un año récord para las ordenaciones presbiterales: veintiséis sacerdotes católicos fueron ordenado en ese país asiático.
Florecimiento de vocaciones en África, un hecho constante
En África, el florecimiento de las vocaciones sacerdotales ha sido un récord constante en los últimos años.
Y tanto es así que, a nivel global, se ha advertido lo que se ha llamado “circularidad misionera”, es decir, hoy, el don de los sacerdotes africanos que están surgiendo, sustenta y dinamiza las Iglesias europeas.
Esto significa que se supera definitivamente la distinción geográfica entre “Iglesias que envían” e “Iglesias que reciben”.
Entre los muchos ejemplos que podrían citarse, destaca la Iglesia católica en Tanzania: Los cinco seminarios más grandes del país se han saturado.
La solución fue inaugurar en el último mes de diciembre un nuevo seminario mayor, el Seminario Mayor Nazaré, en Kahama, que ya cuenta con 106 alumnos matriculados en el primer año y debería llegar a 480 seminaristas en tres años.
El testimonio evangélico de tantos consagrados
Cuando el Papa Pablo VI participó en la clausura del Simposio de los Obispos de África, el 31 de julio de 1969, en Kampala, capital de Uganda, afirmó: “Ustedes los africanos son ahora sus propios misioneros. La Iglesia de Cristo está verdaderamente plantada en esta tierra bendita ”.
Hoy, después de más de cincuenta años, la declaración del Papa se ha hecho realidad.
El florecimiento vocacional de la Iglesia africana, en el continente africano y en el contexto de la Iglesia en todo el mundo, se observa desde hace años, y ha ido acompañado de estudios sobre las razones que subyacen al aumento de vocaciones que, además de ser un hecho originario de la fe, toca ámbitos sociales y antropológicos.

El testimonio evangélico de las personas consagradas es contagioso y las anima a tomar decisiones radicales de vida

El padre Elías Essognimam Sindjalim, sacerdote togolés, secretario general para la formación de los misioneros combonianos, explicó a la Agencia Fides que “los jóvenes africanos que quieren convertirse en sacerdotes católicos proceden de Iglesias donde el testimonio evangélico de tantas personas consagradas les anima a tomar decisiones radicales de vida”.
“Creo –continuó el sacerdote– que el verdadero humus de las vocaciones es la vivacidad y vitalidad de las Iglesias africanas locales que acompañan a los jóvenes en un camino de crecimiento en su fe. Si bien el deseo de salir de la pobreza puede existir en algunos candidatos, se purifica en el largo camino formativo que está previsto hasta la ordenación sacerdotal. Donde hay una vida de fe –observa– el Espíritu actúa, y solo un joven inmerso en esta vida de fe puede escuchar la voz de Dios llamándolo a ponerse en un camino vocacional”.
Fuente: Gaudium Press.

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