Mente, corazón y espíritu

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Evangelio según San Mateo 18,15-20.
Jesús dijo a sus discipulos: Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.
Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos.
Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.
Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.
También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá.
Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.

Homilía del Padre Paul Voisin de la Congregación de la Resurrección:

Edmund Burke, el gran estadista Británico, dijo una vez: “Todo lo que se necesita para que el mal prospere es que la gente buena permanezca en silencio“. Sin embargo, no es fácil hablar y expresar la verdad. En 1915, el Senador La Follette, de Wisconsin, se jugó su reputación y su carrera al afirmar que el buque de pasajeros Lusitania, hundido por los alemanes frente a las costas de Irlanda, transportaba municiones estadounidenses a Europa. Los oficiales militares lo negaron rotundamente. Muchos advirtieron al senador que mantuviera la boca cerrada. Al fin y al cabo, este hundimiento había dado más fuelle a Estados Unidos para levantar a la opinión pública contra Alemania, lo que a la postre conduciría a su entrada en la Primera Guerra Mundial. Una vez más, muchos de sus antiguos partidarios y aliados empezaron a ponerse en su contra y a llamarle alborotador. El Senado amenazó con expulsar a La Follette. Finalmente, encontró un testigo de confianza, de la Autoridad Aduanera de Nueva York. Admitieron que el Lusitania transportaba municiones a Europa, y el Senado retiró discretamente sus cargos contra él, y su reputación se restableció, incluso mejoró.*
Esta historia me vino a la mente cuando leí por primera vez el Evangelio (Mateo 18:15-20) a principios de esta semana. Una de las reacciones humanas ante posibles conflictos es el silencio, pero Jesús nos dice que debemos tratar activamente de tender la mano y corregir a los demás. De lo contrario, se hacen realidad las palabras de Edmund Burke: “Todo lo que se necesita para que prospere el mal es que la gente buena permanezca en silencio“.
Jesús no se quedó callado cuando vio injusticia o hipocresía, cuando vio división e infidelidad. No permitió que el mal prosperara. Y nosotros tampoco. Estoy seguro de que a ninguno de nosotros, o al menos a muy pocos, nos gusta la confrontación. Jesús nos dice que, como hermanos y hermanas, tenemos la responsabilidad de ayudarnos mutuamente a identificar, articular y superar nuestras faltas. Muy a menudo podemos encontrarnos en la situación “¿Digo algo o no?” y luego “¿Cómo lo digo? ¿Cómo comunico mi preocupación, mi queja y mi crítica?“. Parece que Jesús tiene un plan de tres puntos: primero hablamos con la otra persona; segundo, pedimos la ayuda de otro (u otros). Estoy seguro de que todos hemos tenido la experiencia de intentar expresar cosas difíciles a alguien a solas, pero a veces por personalidades, o por el pasado, por muy sinceros que seamos hay un obstáculo automático para que la persona escuche y acepte nuestra corrección. Por último, Jesús dice que “se lo digan a la Iglesia“. ¿Qué podría significar eso? Podría tomar la forma de depender más directamente de la oración para encontrar las palabras adecuadas, o incluso pedir a otros creyentes que ayuden a intervenir en la situación. Tal vez alguien tenga las palabras adecuadas para tocar la mente, el corazón y el espíritu de la persona.
En la Primera Lectura del Profeta Ezequiel (33:7-9) se nos dice que “advirtamos al impío, tratando de apartarle de su camino“. Ezequiel nos dice que puede ser una cuestión de vida o muerte, tanto espiritual como física. Si no hablamos claro, verdaderamente “el mal prosperará“. Después de todo, es lo suficientemente importante como para que nos arriesguemos y hablemos, como hizo el Senador La Follette. Vale la pena hablar claro, como hicieron Jesús y los profetas para rescatar a alguien del pecado, de cometer errores y arruinar su vida.
Como dijo hoy el salmista: “¡No endurezcáis vuestros corazones!” Sabemos, por experiencia, que nuestro esfuerzo por corregir a alguien no sólo puede caer en saco roto, sino que la persona puede empeñarse más en su pecado, en su desobediencia o en su error.
Hay un dicho: “Se atraen más moscas con azúcar que con vinagre“. En este ámbito de la corrección de unos a otros esto es muy cierto. A veces el tono de nuestra voz, o las palabras que usamos para expresarnos pueden deshacer nuestras buenas intenciones y nuestro amor sincero por la persona. En nuestra condición humana a veces no expresamos suficientemente bien la esperanza que tenemos en ellos, el amor que les tenemos y la confianza en que pueden cambiar.
Jesús vino a darnos vida, y vida en plenitud. Esto puede significar que seamos agentes activos de conversión y reconciliación en la vida de los demás. No podemos quedarnos de brazos cruzados y pensar: “Ya lo hará otro“, o “No es MI responsabilidad“. A través de nuestras palabras de corrección, Jesús quiere extender nueva vida, la plenitud de la vida a otros. Su gracia y su poder pueden apoyarse en nuestro amor y en nuestra propia experiencia para encontrar las palabras que lleguen y marquen esa diferencia, ayudando a alguien a elegir -no nuestro camino, sino- el camino del Señor. En nuestra propia peregrinación podemos reconocer que la gente nos ha tendido la mano y ha encontrado las palabras justas y el momento justo que han marcado la diferencia en nuestras vidas. En fidelidad al Señor debemos hacer lo mismo. De lo contrario, “el mal prosperará“.
*Esta historia no procede de una de mis dos fuentes habituales.

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