Evangelio según San Mateo 17,1-9.
Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.
Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.
De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías“.
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo“.
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.
Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo“.
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos“.
Imagen de la Virgen de Fátima. Cada año, miles de devotos realizan un recorrido de penitencia de rodillas hasta el Santuario donde tres niños vieron a la Virgen en 1917. EFE/Paulo Cunha.
Homilía del Padre Paul Voisin de la Congregación de la Resurrección:
Siempre he sentido que tengo buen sentido del humor. Por ejemplo, durante años he “atormentado” a personas, en particular a mis secretarias de la siguiente manera. Me recordarían algo, tal vez una cita, o algo que hacer ese día, y yo respondía “¿Ja?” “Pensarán que no los escuché y luego lo repetirán a lo que voy a decir otra vez, ¿Ja?” Por lo general, a la tercera vez se dan cuenta de que les estoy burlando. Aunque estoy dando la impresión de que no los escuché, en realidad sí.
Esto me vino a la mente cuando leí el evangelio de la Transfiguración (Mateo 17:1-9). En el dramático evangelio del Monte Tabor los tres discípulos oyeron la voz del Padre diciendo: “Este es mi amado Hijo, con quien estoy muy contento. Escúchalo. “Siempre me gusta hacer la distinción entre ‘oír’ y escuchar’. ‘Audición’ es una función fisiológica. Escuchamos muchas cosas, sonidos bienvenidos y ruidos molestos. Sin embargo ‘escuchar’ es algo diferente, refleja una toma del mensaje y reconocerlo, como lo hago bromeando con mi ¿Ja?” Significa que estoy escuchando.
Las personas que acompañaron a Jesús en la visión milagrosa del Monte Tabor son significativas – Moisés y Elías. Moisés representa la ley, y Elijah la tradición profética. Su presencia con Jesús proclama que la revelación del Antiguo Testamento -la Ley y los Profetas- están en armonía con la revelación de Jesús, Dios hizo al hombre. La transfiguración revela la gloria de Jesús como el Hijo de Dios, y la voz del Padre lo confirma: “Este es mi Hijo amado, con quien estoy bien complacido. Escúchalo“. El Padre dice: “Escúchalo”. Si somos seguidores de Jesús esto significa obediencia a la Palabra de Dios y aceptación de la revelación de Jesús de quiénes somos delante de Dios, y cómo vamos a vivir.
Nuestra primera lectura del libro del Profeta Daniel (7:9-10, 13-14) refleja la transfiguración – la “ropa nieve brillante” – como la ropa de Jesús estaba en el Monte Tabor, ante los ojos de Pedro, Santiago y Juan. La voz del Padre refleja la referencia a “uno como el Hijo del Hombre” que “recibió dominio, gloria y reyes”. Jesús es el cumplimiento de esta profecía.
En la Segunda Lectura de la Segunda Carta de San Pedro (1:16-19) San Pedro da testimonio de Jesús, y de su transfiguración – de la que fue testigo – cuando dice que “hemos sido testigos oculares de su majestad”. Repite las palabras del Padre: “Este es mi Hijo, mi amado, con quien estoy bien complacido”. Él compara la presencia de Jesús como “una lámpara que brilla en un lugar oscuro”.
Todos podemos ‘oír’ (en varios grados), pero siguiendo mi historia al comienzo de la homilía, ¿estamos ‘escuchando’? Escuchar implica que tomemos en serio las palabras y enseñanzas de Jesucristo, y que queremos cumplir lo que dice y pide.
Desafortunadamente vivimos en un mundo rampante de relativismo. El relativismo implica que lo que Jesús dice es igual a lo que decimos, o nuestro prójimo, o nuestro compañero de trabajo o amigo. El relativismo nos lleva a creer que no hay ‘jerarquía’ en la revelación, la sabiduría o la verdad. Eso sería “correcto” para mí es “correcto”, para mí, y lo que es “de acuerdo” para ti es “bien” para ti, aunque nuestras opiniones puedan ser contrarias las unas a las otras. ¿Confuso? ¡Por supuesto! El relativismo me permite justificar mi “verdad” – aunque pueda ser algo contra la caridad y la justicia, o incluso ilegal. Así, un trabajador podría decir “Me tomo mi tiempo con mi trabajo, o a veces simplemente soy lax, porque no me pagan lo que valgo”, o un amigo podría decir: “No te dije la verdad, porque no quería herir tus sentimientos”. Estas justificaciones pueden conducir a efectos desastrosos, especialmente en el área de nuestra moralidad.
Hoy Dios Padre nos pide “escuchemos a Jesús”. No sólo para ‘oírle’, sino para tomarlo en serio, reflexionar, abrazar, vivir y compartir lo que Jesús dice y enseña. Si decimos al Señor, nuestro “¿Ja? “Espero que no sea que no estemos ‘oyendo’ o ‘escuchando’, pero estamos reconociendo al Señor, “estoy escuchando, Señor”. Nuestras vidas darán testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios, con quien el Padre está satisfecho.
Lucía, Francisco y Jacinta, los tres pastorcillos de Fátima EFE
¿Qué dicen y por qué inquietaron tanto los tres secretos de las apariciones de Fátima?
Lo que vieron o escucharon tres pastorcillos analfabetos a principios de siglo XX impactó en las decisiones de los pontífices venideros
Por JAVIER MARTÍNEZ-BROCAL– Diario ABC de España.
Lo que vieron o escucharon tres pastorcillos analfabetos a principios de siglo XX, mientras cuidaban de su rebaño junto a una encina en Fátima (Portugal), impactó en las decisiones de los pontífices del siglo XX y XXI, incluido el Papa Francisco. Un milagro del sol, que según la prensa anticlerical de la época «bailó» el 13 de octubre de 1917 en el lugar de las apariciones, de alguna forma avaló ese mensaje, que incluía «tres secretos».
Los videntes se llamaban Lucia, de 10 años, Francisco, de 8, y Jacinta, de 7. Los «secretos de Fátima» les fueron mostrados por la Virgen el 13 de julio de 1917. Los pastores más pequeños fallecieron tres años más tarde sin revelarlos. Pasaron otros 21 antes de que Lucia empezara a hablar de esas visiones al entonces obispo de Leiría- Fátima.
Lo hizo a través de un «memorial» redactado en 1941. Ahí detalló que el primer «secreto» era una visión del infierno, «un gran mar de fuego que parecía estar debajo de la tierra». «Hundidos en este fuego vimos demonios y almas, (…) entre gritos y gemidos de dolor y desesperación. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes y negros», escribió.
Una extraña aurora boreal
También ahí explicó que el segundo «secreto» era un intento de tranquilizarlos ante el pavor que les había creado la primera visión. En su relato, Lucía explica que «Nuestra Señora nos dijo con bondad y tristeza: ‘Visteis el infierno, para donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón. Si hicieran lo que digo, se salvarán muchas almas y tendrán paz’».
Luego les aseguró que «la guerra va a acabar, pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor’». Se refería a la futura II Guerra Mundial, y les dio una señal para prevenirles de cuándo estallaría. «Cuando veáis una noche alumbrada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que da Dios de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, el hambre y las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre». Años más tarde, cuando en enero de 1938, el cielo de Europa occidental se tiñó de rojo por una extraña aurora boreal, algunos lo interpretaron como un aviso sobre la cercanía del conflicto mundial.
Según el relato de la visión, la Virgen María añadió que «para impedir (la guerra), vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón, y la comunión reparadora en los primeros sábados. Si hacen caso a lo que pido, Rusia se convertirá y habrá paz. Si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia, los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas».
«Si hicieran lo que digo, se salvarán muchas almas y tendrán paz»
El mensaje terminaba con una nota de esperanza. «Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz». Curiosamente, los niños se interrogaban sobre quién sería esa tal «Rusia», y suponían que sería quizá una señora de malas costumbres.
Entonces la vidente no reveló el «tercer secreto» ni siquiera a su obispo. Como a finales de 1943 cayó gravemente enferma, el prelado la convenció de ponerlo por escrito para no llevárselo a la tumba. Ella lo redactó el 3 de enero de 1944, y se lo entregó en un sobre lacrado. El obispo lo entregó al patriarca de Lisboa, y llegó al Vaticano en 1957.
Pío XII no llegó a leerlo, pero aceptó consagrar el mundo a la Virgen, sin mencionar a Rusia para no herir la sensibilidad de la URSS. Sí lo leyeron sus sucesores Juan XXIII y Pablo VI, pero optaron por no revelar su contenido.
Juan Pablo II, mientras se recuperaba del atentado del 13 de mayo de 1981 que casi acabó con su vida, solicitó que le llevaran al hospital el texto del «tercer secreto», para leerlo con calma. Una vez visto, lo devolvió a su sobre original y decidió mantenerlo escondido. Además, envió a Portugal una de las balas que le habían herido, como exvoto para la corona de la imagen de Fátima.
Durante décadas se especuló sobre el contenido supuestamente apocalíptico que la Virgen habría revelado a los pastorcillos y que los pontífices se empeñaban en ocultar.
La publicación del secreto
Pasaron otros 19 años. El domingo 13 de mayo de 2000 Juan Pablo II regresó a Fátima para beatificar a Jacinta y Francisco y en primera fila asistió a la ceremonia Sor Lucía, la tercera vidente, que entonces tenía ya 93 años. Cuando concluyó la misa, en lugar de retirarse a la sacristía, el Papa se sentó de nuevo y el cardenal Angelo Sodano, entonces Secretario de Estado del Vaticano, se acercó al micrófono, tomó la palabra y comunicó la sorpresa: anunció que por decisión del pontífice en unos días sería revelado el «tercer secreto».
En el mismo lugar en el que la Virgen lo confió a los pastorcillos, Sodano adelantó que éste hacía referencia a un Papa que «cae a tierra como muerto por disparos de arma de fuego». «La visión de Fátima tiene que ver sobre todo con la lucha de los sistemas ateos contra la Iglesia y los cristianos, y describe el inmenso sufrimiento de los testigos de la fe del último siglo del segundo milenio. Es un interminable viacrucis dirigido por los papas del siglo XX», adelantó.
Juan Pablo II solicitó al cardenal Joseph Ratzinger que preparara un comentario al texto original, pues el entonces portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro Valls, había sugerido que no lo revelara directamente el Papa, porque al tratarse de una «revelación privada» era más oportuno que no se pronunciara él mismo.
El misterio desvelado
El 26 de junio del año 2000, Ratzinger explicó el texto completo. Sor Lucia había escrito que primero vieron un ángel «con una espada de fuego que parecía que iba a incendiar el mundo; pero que se apagaba al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba». Para Ratzinger era una metáfora de que el mal no tiene la última palabra.
A continuación, vieron una escena inquietante, «un Obispo vestido de Blanco», identificado con el Papa, que junto «a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas sube una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz».
Sor Lucía narró que «el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones».
«Vimos un ángel con una espada de fuego que parecía que iba a incendiar el mundo; pero que se apagaba al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba»
«Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios», concluía el relato.
El entonces prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe explicó que se trataba de una visión de la «misericordia» de la Virgen María, y del valor del sacrificio de los mártires del siglo XX, incluido Juan Pablo II, que estuvo a punto de ser martirizado en el atentado del 13 de mayo de 1981. El pontífice estaba convencido de que «una mano materna desvió la trayectoria de la bala», en referencia a la intervención directa de la Virgen María.
«No existe un destino inmutable»
Ratzinger aclaró por qué, aunque en la visión de 1917 el Papa moría ejecutado, Juan Pablo II se salvó tras el atentado. Según dijo, muestra que «no existe un destino inmutable, pues la fe y la oración pueden influir en la historia, y al final la oración es más fuerte».
El entonces cardenal recordó además que la Iglesia no obliga a creer en «revelaciones privadas» como esta, pues no son «materia de fe», pero que pueden ser de ayuda para devociones personales. En el caso de Fátima, se trata de una llamada a la oración, la conversión personal y la reparación de los pecados.
No tengan miedo
Con la celebración de la Santa Misa de la Transfiguración en el Parque de Tejo -Campo de la Gracia-, concluyen los actos de la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Lisboa.
El Papa Francisco invitó a los jóvenes a resplandecer, escuchar y no tener miedo. A continuación, les ofrecemos el texto completo de su homilía:
“Señor, ¡qué bien estamos aquí!” (Mt 17,4). Estas palabras, le dijo el apóstol Pedro a Jesús en el monte de la Transfiguración, y también las queremos hacer nuestras después de estos días intensos. Es hermoso lo que estamos experimentado con Jesús, lo que hemos vivido juntos y es hermoso cómo hemos rezado, con tanta alegría de corazón. Y entonces nos podemos preguntar: ¿qué nos llevamos con nosotros volviendo a la vida cotidiana?
Quisiera responder a este interrogante con tres verbos, siguiendo el Evangelio que hemos escuchado: ¿qué nos llevamos? Resplandecer, escuchar y no tener miedo. ¿Qué nos llevamos? Respondo con estas tres palabras: resplandecer, escuchar y no tener miedo.
Primera: Resplandecer. Jesús se transfigura. El Evangelio dice que “su rostro resplandecía como el sol” (Mt 17,2). Hacía poco que había anunciado su pasión y su muerte en la cruz, y con esto rompía la imagen de un Mesías poderoso, mundano, y frustra las expectativas de los discípulos. Ahora, para ayudarlos a recoger el proyecto de Dios sobre cada uno de nosotros, Jesús toma a tres de ellos -Pedro, Santiago y Juan-, los conduce a un monte y se transfigura y este baño de luz los prepara para la noche de la pasión.
Amigos, queridos jóvenes, también hoy nosotros necesitamos algo de luz, un destello de luz que sea esperanza para afrontar tantas oscuridades que nos asaltan en la vida, tantas derrotas cotidianas, para afrontarlas con la luz de la resurrección de Jesús. Porque Él es la luz que no se apaga, es la luz que brilla aun de noche. Nuestro Dios ha iluminado nuestros ojos, dice el sacerdote Esdras. Nuestro Dios ilumina: Ilumina nuestra mirada, ilumina nuestro corazón, ilumina nuestra mente, ilumina nuestras ganas de hacer algo en la vida, siempre con la luz del Señor. Pero quisiera decirles que no nos volvemos luminosos cuando nos ponemos debajo de los reflectores. No, eso encandila. No nos volvemos luminosos. No nos volvemos luminosos cuando mostramos una imagen perfecta, bien prolijitos, bien terminaditos, no, no. Aunque nos sintamos fuertes y exitosos. Fuertes, exitosos pero no luminosos. Nos volvemos luminosos, brillamos, cuando acogiendo a Jesús aprendemos a amar como Él. Amar como Jesús, eso nos hace luminosos, eso nos lleva a hacer obras de amor. No te engañes, amiga, amigo: vas a ser luz el día que hagas obras de amor. Pero cuando en vez de hacer obras de amor hacia afuera, mirás a vos mismo como un egoísta, ahí la luz se apaga.
El segundo verbo es escuchar. En el monte, una nube luminosa cubrió a los discípulos, y qué, esa nube desde la cual habla el Padre, ¿qué dice? Escúchenlo, este es mi Hijo amado, escúchenlo.
Y está todo aquí, y todo eso que hay que hacer en la vida está en esta palabra: Escúchenlo. Escuchar a Jesús. Todo el secreto está ahí. Escuchá qué te dice Jesús. Yo no sé qué me dice, agarrá el Evangelio y lee lo que dice Jesús y lo que dice en tu corazón, porque Él tiene palabras de vida eterna para nosotros, Él revela que Dios es Padre, es amor. Él nos enseña el camino del amor, escuchalo a Jesús porque por ahí nosotros con buena voluntad emprendemos caminos que parecen ser del amor pero en definitiva son egoísmo disfrazado de amor. Tener cuidado con los egoísmos disfrazados de amor. Escuchalo, porque Él te va a decir cuál es el camino del amor. Escuchalo.
Resplandecer, la primera palabra, sean luminosos, escuchar para no equivocarse el camino y al final la tercera palabra: No tener miedo. No tengan miedo.
Una palabra que en la Biblia se repite tanto, en los Evangelios: no tengan miedo.
Estas fueron las últimas palabras que en ese momento de la Transfiguración, Jesús le dijo a los discípulos “no tengan miedo”.
Fuente: ACI Prensa.
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