Delitos ocultos

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Las campanas de los acusadores

Por Padre Manuel Tamayo Pinto Bazurco-  www.adeamus.blogspot.com
Las víctimas de los abusos merecen respeto, comprensión, cariño y las ayudas que sean necesarias para curar las heridas y restablecer la salud. Así han procedido los Papas de los últimos tiempos y la Iglesia en general: pedir perdón  por los  hijos de la Iglesia que se portaron mal.
Las máscaras de los acusadores
En estos lamentables sucesos hay denunciantes que son personas coherentes que tienen la valentía de dar la cara, arriesgando tal vez el propio honor y poniéndose en la posibilidad de perder algún derecho, para señalar el mal poniendo en evidencia el hecho delictivo y así conseguir que se haga justicia y que se limpie el camino para avanzar de acuerdo con la verdad.
Sin embargo es preciso señalar que en estos asuntos espinosos siempre aparecen lobos con máscara de oveja. Hay que advertir, aunque ellos se defiendan con furia, que los enemigos de la Iglesia se aprovechan de estas desgracias para hacer leña del árbol caído, además parecen que disfrutan acusando y procurando extender el escándalo por todas partes. Se valen de un hecho real para adquirir la patente de corso y atacar a como de lugar. No les importa el honor y la fama del acusado ni las repercusiones que pueda tener el griterío que arman, justificando sus denuncias.
La multiplicidad de las calumnias
Por otro lado es bueno saber que junto a los hechos reales y lamentables de abusos de algunos miembros de la Iglesia, aparecen miles de denuncias falsas tejidas con difamaciones y calumnias de personas que quieren hacer daño porque odian a la Iglesia y la persiguen. El número de víctimas inocentes perseguidos por difamaciones es mayor que el de las víctimas de los hechos reales, pero estas no salen en los medios, como no salen tampoco abusos sexuales que cometen a diario miles de personas que no tienen relación con la Iglesia.
Aunque los acusadores no lo hagan con rectitud de intención la Iglesia agradece a todos los que han contribuido al esclarecimiento de los hechos, porque ayudan a poner medidas para que las personas mejoren y sean fieles a sus compromisos; está claro que muchos de los que han contribuido a esos esclarecimientos no quieren a la Iglesia y la persiguen, utilizan a las víctimas como caballo de batalla y luego las abandonan. La Iglesia no abandona a sus fieles. Los miles de testimonios que hay en el mundo lo confirman.
Las persecuciones contra la Iglesia
Las persecuciones contra la Iglesia han existido en todos los tiempos y en esta época la modalidad son las acusaciones. Cualquiera puede ser acusado, hasta por una nimiedad y enredado por ese huayco agresivo que maltrata a las personas y las declara culpables sin más, haciendo cargamontón con testigos que, por protagonismo u otros beneficios, se prestan a un ataque donde todo vale, con tal de hacer caer en desgracia al acusado. Esta es la cruda realidad. Además se da la casualidad que los acusadores no suelen ser personas de Misa y comunión; habría que poner un pequeño reflector para ver sus vidas y entenderíamos el porqué de esas actitudes agresivas y nada cristianas de muchos esos “angelitos” que se rasgan las vestiduras.
Como lo hemos expresado ya en los párrafos anteriores, hacemos la salvedad de las personas que aman a la Iglesia y sufren por los abusos cometidos denunciando los hechos para que no se repitan y hacen lo posible para conseguir que los agresores sean separados de inmediato. También estamos con aquellos que protestan cuando se quiere encubrir un delito infame. En los temas de pedofilia, que son gravísimos, el Santo Padre ha dicho: Tolerancia 0.
Las campanas de los que acusan
Las campanas de los que acusan suenan distintas porque son muy diferentes las situaciones, sin embargo cuando se hace una reflexión en frío, serenamente, el sentido común alcanza una serie de preguntas que pueden aclarar las distintas situaciones para resolver los conflictos.
Se debe tener en cuenta que en los abusos con menores hay grandes diferencias en cuanto a la edad. No es lo mismo tener 10 años que 15.
Cuando la víctima, ya mayor, acusa un hecho del pasado y dice que a los 15 años era inocente y no sabía nada, es difícil creerle. Un adolescente de 15 años sabe bien lo que está pasando y si colabora con acciones impropias tiene también culpabilidad.
En el momento del hecho no era una “mansa paloma” inocente que no sabía nada. Estamos de acuerdo en que puede haber engaño y una imposición de la parte abusiva y que eso debe castigarse porque es una falta grave, que además podría calificarse como delincuencial;  pero hay que tener en cuenta que a los 15 años la mayoría de los chicos sabe perfectamente lo que está ocurriendo en los aspectos sexuales. Otra cosa sería si la víctima tuviera un retardo mental.
La segunda pregunta es sobre la familia: ¿dónde están los papás? Si el hijo está sufriendo por unas acciones impropias y por un acoso ¿los papás no se dieron cuenta?, ¿no hay acaso una responsabilidad de los padres? ¿no hay la suficiente confianza en el hijo para que exista una comunicación y lo cuente todo? En estos casos parece que los papás no aparecen en escena. Y esos chicos, que son víctimas, ¿no tendrían un tío o un hermano mayor de confianza?  ¿podían guardar tanto tiempo algo tan grave?, ¿les ha afectado realmente?
Y los amigos ¿dónde están?, ¿tampoco se enteraron? No hubo ninguno que contara algún suceso de estos a los amigos, ¿se pudo guardar el secreto tantos años? Conociendo a los jóvenes es difícil que el tema no se haya ventilado de alguna manera.
Las otras preguntas que quedan tampoco tienen una respuesta clara: si los métodos fueron tan malos y perniciosos como dicen algunos ¿cómo se explica que existan personas muy bien formadas que continúan fieles haciendo labores apostólicas de gran calidad?, ¿cómo se pueden extender, y con prestigio, por muchas ciudades difundiendo obras de apostolado encomiables y admirables?  acaso la falta de una o dos personas, aunque sean de gran jerarquía ¿puede manchar a todos?

¿Católica o no católica?

Por Alfredo Gildemeister- Diario La Razón.
Como exalumno de la Facultad de Derecho de la PUCP he podido ser testigo de cómo la currícula de mi Facultad se iba empobreciendo con cada “reforma”, perdiendo contenido humanístico, con una formación cada vez más técnica o “codiguera”, de un contenido meramente positivista e inclusive anticatólica y así hasta el día de hoy en donde lo católico es satirizado, el cardenal Cipriani es objeto de burlas, promocionándose inclusive irónicamente ideologías contrarias a la religión católica en una universidad católica.
Como estudiante tanto en Estudios Generales- Letras como en la Facultad de Derecho y en la de Filosofía, pude constatar como diversas asignaturas carecían de contenido, tratándose más de cursos superficiales en donde no existía una formación humanística y jurídica de fondo. En la facultad de Filosofía, la formación era claramente de una orientación anticatólica, imponiéndonos el estudio exclusivo de ciertos filósofos y descartándose otros. En los cursos de “teología” la teología de la liberación, de orientación marxista, era claramente impuesta y difundida bajo la luz de Boff y Gutiérrez, entre otros.
El querer hoy disfrazar a la PUCP de “católica” manteniendo ciertas formalidades, no engaña a nadie y menos a la Iglesia Católica. En todo caso, si la actual administración desea no brindar una formación católica u ofrecer otras “alternativas” inclusive contrarias a la formación católica, está en la libertad de fundar una universidad de acuerdo con su visión y seguir su camino. Pero la PUCP nació para brindar una formación católica. De esto no hay duda y no caben términos medios.Juramentacion

La Iglesia y la PUCP

Por Padre Manuel Tamayo Pinto Bazurco- Doctor en Ciencias de la Educación y Sagrada Teología
El mes pasado, leyendo el periódico, alabé un magistral artículo de Gonzalo Portocarrero en El Comercio sobre el espejismo de las rentas y me identifiqué con él. Pero hace unos días, en cambio, al leer otro artículo suyo: –“¿Pura Obstinación?”– discrepé con su enfoque, a pesar de que dejara en interrogante algunos puntos de la controversia.
Seguramente a Gonzalo le parecerá lógica mi defensa a la Iglesia, como él defiende a la PUCP que estuvo siempre a su lado y le dio grandes oportunidades.
Gonzalo y yo estudiamos en La Recoleta, entre 1955 y 1965. Los padres de los Sagrados Corazones nos educaron con las enseñanzas de la Iglesia. Ambos reconocemos hoy la buena formación que recibimos en las mismas aulas. Sin embargo, cuando egresamos en 1965 ya había empezado una fuerte crisis en la Iglesia (seminarios cerrados, sacerdotes secularizados, ideología, etc.), cuyas consecuencias podemos ver en los tiempos actuales.
Pienso que, al margen de los aciertos o errores de los seres humanos, existe en la Iglesia, gracias a Dios, una doctrina que marca un rumbo y crea al mismo tiempo una sólida unidad. Una sólida unidad no solo de pareceres sino de una vida reflejada en una salud espiritual de comunión: “Una misma fe, un mismo bautismo, una sola Iglesia”. Algo que podemos apreciar también en la respuesta de las grandes mayorías católicas, en la misma actividad de la Iglesia (movimientos, devociones, jornadas, misiones, catequesis, etc.). Nadie llena más plazas y calles que la Iglesia. Esto no se puede negar.
Traigo a colación estas apreciaciones para poder explicar lo que está ocurriendo entre la Iglesia y la PUCP: lo que Gonzalo llama la “obstinación” del cardenal Cipriani en su artículo, al no entender qué es lo que este busca.
Al poco tiempo de llegar al Perú, recién ordenado en 1974, visité al cardenal Landázuri, que era arzobispo de Lima. Fui a presentarme como un sacerdote que iba a trabajar en Lima. Al final de la reunión me dijo que tenía dos preocupaciones: los sacerdotes y la Universidad Católica.
De los sacerdotes decía que algunos no lo querían obedecer porque se habían apartado del camino por influjo de las ideas marxistas que estaban presentes en la, ahora trasnochada, Teología de la Liberación, y de la Universidad Católica le preocupaba su “apertura” hacia ideologías anticristianas que estaban haciendo daño a los estudiantes. El cardenal se había retirado de la Junta de la Universidad por discrepar con los criterios de quienes estaban dirigiendo esa casa de estudios (había de por medio un asunto grave que no quisiera mencionar por respeto a las personas que todavía están relacionadas con la universidad).
Gonzalo afirma que la PUCP tuvo una fluida relación con los arzobispos anteriores y con la Iglesia Peruana, pero no es así. También el cardenal Vargas Alzamora intentó que la universidad respetara su identidad católica ajustándose a las normas de la Iglesia, y no lo consiguió. Las cosas están claras. El arzobispo de Lima es la cabeza de la Iglesia en Lima y la PUCP se llama así porque es una universidad de la Iglesia. Por la misma razón, el arzobispo de Lima es el gran canciller de esa universidad. Lo que desean el cardenal y la Iglesia es que haya sinceridad y se reconozcan las cosas como son. Por eso son las intervenciones.
Finalmente, Gonzalo sostiene en su artículo que la espiritualidad del Opus Dei está basada en la glorificación indiscriminada del sacrificio y en el ciego acatamiento del poder. Con ello, transmite que nosotros somos unos sumisos asustados y prácticamente resignados a aceptar un sacrificio que nos quita la libertad. Supongo que será consciente de que el Opus Dei es una Prelatura de la Iglesia y que su fundador, Monseñor Escrivá de Balaguer, fue canonizado por el Papa. No entiendo cómo un profesor de la Universidad Católica pueda decir algo así de una institución de la misma Iglesia.
En el Opus Dei y en la Iglesia, rezamos para que este conflicto se solucione. Si Gonzalo busca la verdad, continuará en ese camino. Él me diría lo mismo, por eso nos tendremos que encontrar en la misma vereda.
Creo que en la Iglesia y en la PUCP, lo que nos separa no puede ser más fuerte que lo que nos une y si somos honrados y leales, nuestros caminos no serán divergentes sino convergentes.

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