La vid y los sarmientos

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Cristo vive en mi

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
La parábola de “la vid y los sarmientos” (Jn 15,1-8) es muy rica en contenido y en enseñanzas. En varios aspectos, bastante más rica que la comparación paulina del cuerpo (1 Cor 12, 1-31). En especial, en lo que se refiere a la igualdad esencial de sus miembros, que fue sin duda lo que llevó a Juan Pablo II a preferirla al presentar y desarrollar su exhortación sobre los laicos cristianos (CHFL,1989). El otro aspecto se refiere a la vitalidad e intimidad de la unión entre el tronco de la vid y los sarmientos. La savia corre desde la cepa a todos los sarmientos (desde Cristo a todos los cristianos). San Pablo llamó a esto “vivir en Cristo”, expresión que repite más de cincuenta veces y que se traduce en lo que fue su vida: “vivo yo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20)
Esta especial unión entre Jesucristo y los cristianos (la vid y los sarmientos), se entiende mejor teniendo en cuenta la relación madre-hijos (en su primera etapa, sobre todo). Son sangre de mi sangre, vida de mi vida, dice la madre refiriéndose a sus hijos, los que a su vez dependen totalmente de la madre. Jesús plantea esta misma unión-relación entre Él y sus discípulos: “el que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada” (Jn 15, 5). Y hasta se pone orgulloso cuando los discípulos son creativos y producen abundantes frutos (Jn 15, 8).
La unión y permanencia en Cristo, que llega a su plenitud en la comunión de la santa misa, es del todo necesaria para el discípulo. Y es causa de muchas bendiciones, algunas de las cuales las veremos en el próximo domingo, que continúa el evangelio de hoy (Jn 15, 9-17). Aquí quiero mencionar sólo dos, que están en el testo del evangelio de hoy. La primera tiene que ver con las buenas obras (de justicia, caridad y santidad), que sólo si estamos unidos a El podremos hacer (Jn 15, 4). Si no seremos rama seca, que sólo sirve para ir al fuego… La segunda tiene que ver con la oración: “si ustedes permanecen en mí pidan lo que quieran y lo conseguirán” (Jn 15, 7).
Antes me referí a la igualdad esencial de todos los miembros de la iglesia, significada por el hecho de ser todos igualmente ramas. Es la gran diferencia con la comparación del cuerpo humano y del cuerpo de Cristo, que es la iglesia, donde hay unos miembros que son “menos honorables” y otros “más nobles” que otros (1 Cor 12, 21-24). O cuando se dice que “en primer lugar están los apóstoles, en segundo lugar los profetas, en tercer lugar los maestros…” (1 Cor 12, 28). La iglesia es ciertamente jerárquica y sus miembros tienen vocaciones y funciones distintas unos de otros, pero básicamente, en cuanto fieles cristianos, todos somos igualmente ramas (sarmientos), igualmente llamados a ser cristianos y a ser santos.

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