Morris West

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Eminencia

En Las sandalias del pescador contó que un sacerdote de un país comunista sería Papa, mucho antes que Karol Wojtyla convirtiera el best-seller en historia. Igual pasó con el fracaso estadounidense en Vietnam.
Por Horacio Aizpeolea- Diario Clarín
Un paro cardíaco mientras estaba en su escritorio rodeado de libros puso fin a la vida de Morris West, acaso uno de los escritores más exitosos de los últimos cuarenta años. Murió serenamente mientras escribía, en mitad de una frase, fue el anuncio que hizo Chris O’Hanlon, uno de los seis hijos del escritor nacido en un suburbio de Melbourne, Australia. Morris West tenía 83 años y en su herencia se cuentan 27 novelas y las regalías por 60 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. Según su hijo, Morris West se encontraba trabajando en un libro que ya tenía título: La última confesión. Mi padre hubiese querido morir de ese modo, agregó. El funeral privado se celebrará en Sydney. Varias de las novelas de West giraron alrededor de la Iglesia Católica. No es un detalle caprichoso: su familia era de origen católico-irlandés y nadie se sorprendió cuando, tras concluir sus estudios secundarios, ingresó en la roman catholic order of Christian Brothers. Pero su visión crítica de la institución lo llevó a traicionar el mandato familiar cuando los West creían ya contar con sacerdote propio. A partir de ahí empezó a construir una biografía tan rica como desconcertante: fue secretario de un primer ministro australiano, en el ejército trabajó en las filas del servicio de inteligencia -donde germinó una idea un tanto conspirativa del mundo- y en la década del 40 y parte del 50 se convirtió en una suerte de niño prodigio de la radiofonía australiana, en calidad de productor, publicista, libretista y hasta director de una broadcasting. Transformado en una verdadera máquina de trabajar, sufrió un colapso que lo tuvo un año sin caminar, postrado en un hospital. De allí salió caminando y convencido de que había llegado la hora de convertirse en escritor, profesión que había ensayado en sus tiempos libres dentro del ejército (siendo soldado escribió su primer libro, La luna en mi bolsillo).
Al cobrar el cheque por su novela Kundu, abandonó Australia y se instaló en Europa. Las primeras novelas las escribió con seudónimo. ¿Si fue por vergüenza? No, fue por hambre, se justificó tiempo después, ya siendo famoso con su nombre de Morris West. El australiano recordó que por entonces los editores europeos sólo le compraban un libro por año. En consecuencia, debió multiplicarse en varios apellidos para ganar dinero. Michael East fue su seudónimo más batallador. En Nápoles, alumbró su primer éxito editorial con su verdadero nombre: Los hijos del Sol. Su gran golpe lo pegó en 1959, con El abogado del diablo. En veinte meses vendió tres millones de ejemplares. A partir de entonces empezó a forjar su prestigio de profeta. Su fórmula era simple: yo estoy comprometido con este mundo. Esta es la misión del escritor, pero también la del ingeniero, el músico o el pintor, se impuso. Dueño de un incomparable olfato para pronosticar posibles desenlaces de los hechos más trascendentes de la política mundial, hilvanó una impresionante seguidilla de éxitos editoriales: en El embajador pronosticó el desastre militar que le esperaba a la intervención estadounidense en Vietnam. En La torre de Babel escribió acerca del tumultuoso papel que jugaría Israel en Oriente Medio. En Arlequín se animó a una trama de fraudes y crímenes informáticos. Todo fue escrito a mediados de los sesenta. Su gran profecía fue escrita en 1963.
Las sandalias del pescador anticipaba la llegada al Vaticano de un sacerdote surgido del este (comunista) europeo. Quince años después, el polaco Karol Wojtyla era ungido Papa. Creía por entonces que un sacerdote que hubiese sufrido persecución ideológica, de llegar a ser Papa sería el más compasivo de todos. Pero me equivoqué. Juan Pablo II me desilusionó por su intolerancia, dijo a mediados de los ochenta. De físico fuerte y gran estatura, le gustaba el mar y era un pésimo jugador de golf. Colaboró con Amnesty International y militó contra la intervención australiana en Vietnam. Sus millones de libros vendidos no fueron suficientes para ganarse la simpatía en los círculos literarios de más prestigio. Sobre el Premio Nobel de literatura dijo con ostensible desgano: preocuparme por ese premio es algo tonto y más bien triste. Su última profecía literaria fue El ojo del samurai, donde se anticipó al fin de la era Gorbachov, en la ex URSS. Sobre sus profecías literarias, dijo: el hecho de que las profecías se cumplieran no me proporcionó ninguna satisfacción.
Eminencia
Cuando publicó Los amantes en 1992, Morris West anunció que esa sería su última novela. El prolífico novelista australiano no cumplió. En 1996 apareció Al final del camino. Ahora, acaba de publicar Eminencia. Con ella, vuelve a un ambiente en el que se desarrollaron muchos de sus libros, a partir de El abogado del diablo: el Vaticano y su entorno romano. También vuelve a una situación ya transitada por West: la muerte de un papa, y su sucesión.
West había producido, sobre ese tema, una trilogía interesante. Primero fue Las sandalias del pescador (1963), que además de ser una buena novela a la que la versión cinematográfica con Anthony Quinn no hizo mérito, le dio inesperada fama al autor cuando quince años después fue elegido Juan Pablo II: en efecto, en el libro el cónclave elige al primer papa no italiano en siglos que, además, viene de la Europa del este. Los bufones de Dios (1981), que narra la historia del sucesor francés del papa eslavo a partir de una abdicación forzada, es de lo mejor que ha escrito West, hasta con planteos teológicos atrapantes. El cierre de la trilogía, en cambio (Lázaro, 1989), protagonizada por el sucesor italiano del papa francés, se resiente en parte porque el autor se sintió obligado a volver a ser “profético”.
Eminencia se abre con la agonía y muerte de un papa al que nunca se nombra en el libro (lo que a veces produce diálogos muy forzados), pero en el que es fácil reconocer una versión algo caricaturesca de Juan Pablo II. Para los argentinos tiene un atractivo especial, porque su protagonista es un improbable cardenal argentino, que siendo cura de un pueblo de Tucumán al que se describe como al Los Ángeles de la serie “El Zorro”, fue torturado por los militares de la última dictadura. Para salvar su vida fue sacado del país (al que nunca volvió) y puesto bajo la protección del Papa, aunque previamente vivió una intensa experiencia pasional que va a tener su desenlace ahora, justo cuando ya cardenal debe ingresar al cónclave. De este modo, West reúne en un libro dos de sus temas favoritos: la sucesión papal y el drama de los desaparecidos en la Argentina, con Madres de Plaza de Mayo incluidas.
La novela, entonces, no es pura novela. Hay varios personajes fácilmente reconocibles, comenzando por el cardenal italiano, de la Curia, que fue nuncio apostólico en la Argentina y a quienes las Madres de Plaza de Mayo acosan por su presunta complacencia con los militares con quienes jugaba al tenis. No es el único. Hay también una crítica bastante explícita, apenas medio tono más baja que la que suelen emplear las agencias noticiosas internacionales, sobre ciertas políticas, estilos y énfasis doctrinarios de la Curia Romana, que merece una descripción entre cínica y resignada donde cuesta hallar virtudes y, en particular, fe. Este libro no será recordado entre los mejores del autor. Su desarrollo es pesado, con muchas reiteraciones y situaciones previsibles y algunos golpes bajos. Solamente al final gana en ritmo e interés, aunque aquí y allá presenta rasgos del mejor West.
Fuente: Revista Criterio.

Puntuación: 5 / Votos: 40

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