Archivo de la categoría: Espiritualidad

No se dejaron manipular

[Visto: 1069 veces]

No se dejaron manipular

Por Manuel Bru
Siempre que reconocemos el testimonio de los mártires, y esta es una oportunísima y acertadísima hora de hacerlo en el día en que desde Tarragona la Iglesia celebra las “Beatificaciones de los mártires del Año de la fe”, reconocemos una gran lista de “virtudes heroicas” que el martirio lleva consigo por si mismo, y que hace que no sea necesario indagar a lo largo de la vida de los mártires la realización de esas mismas “virtudes heroicas”, pues las vivieron todas en el desenlace de su martirio. Entre estas virtudes solemos reconocer la de la firmeza, y casi siempre decimos, sin equivocarnos, la firmeza en la fe, de la que tanto nos alentó San Pablo en sus epístolas.
Resulta interesante destacar que los obispos españoles, con los relatos escalofriantes y al mismo tiempo emocionantes de las actas martiriales de estos cientos de españoles, hayan hablado no sólo de la firmeza en la fe, sino también de la firmeza en la lucidez de la verdad, en la humildad, en la entereza ante la adulación y ante el intento de manipulación. Dicen así: “Los mártires no se dejaron engañar con teorías y con vanas seducciones de tradición humana, fundadas en los elementos del mundo y no en Cristo (Col 2, 8). Por el contrario, fueron cristianos de fe madura, sólida, firme. Rechazaron, en muchos casos, los halagos o las propuestas que se les hacían para arrancarles un signo de apostasía o simplemente de minusvaloración de su identidad cristiana”.
A mí no me cabe duda de que, a pesar de la secularización interna y externa que sufrimos, también hoy el catolicismo español daría prueba de una fe firme y de una fidelidad inquebrantable ante una eventual campaña martirial como la sufrida el pasado siglo. Pero no sé si, víctimas de tanta manipulación y relativismo, estaríamos tan mentalmente preparados para no dejarnos seducir y engañar por las artimañas de los verdugos, que a la poste no son sino las del enemigo de siempre que se sirve de ellos como peones de su perversión.
Para defender la fe, y más aún para defenderla con la vida, no hace falta sólo valentía y arrojo, ni siquiera solo convencimiento. Hace falta criterio, certidumbre, y sobre todo amor, porque el amor supera toda duda y enseña que siempre es mejor entregarse sin medida que calcular mucho las posibilidades de mantenerla.
Siglo XXLa persecución religiosa en el siglo XX
Por José Ignacio Munilla Aguirre
Supongo que el siguiente dato contrastado, sorprenderá a más de un lector: El siglo XX ha generado el doble de mártires que los diecinueve siglos precedentes. Tras la Revolución Bolchevique del año 1917, el martirio pasó a extenderse a muchos países de los estados más dispares de los cinco continentes. De una forma especial, destaca la persecución religiosa acontecida en Rusia, donde fueron martirizados más de doscientos veinte mil sacerdotes, religiosos y religiosas, además de varios millones de seglares. En total, Andrea Riccardi, en su libro “El siglo de los mártires”, calcula que el siglo XX fue testigo del martirio de unos 29 millones de cristianos.
La historia va tan deprisa, que hoy tal vez nos falte la perspectiva necesaria para enmarcar y comprender la profusión del martirio en el siglo XX. Fue Carlos Marx (1818-1883) quien acuñó la expresión: “la religión es el opio del pueblo”. Se trataba ciertamente, de un pensamiento; no de una agresión. Pero es obvio que la violencia es generada por el odio, y que el odio es generado por determinadas ideas. Y según el pensamiento de Carlos Marx, la religión sería una invención de los ricos para que los pobres se resignen a un destino injusto en esta vida, remitiéndoles a una falsa esperanza en la salvación eterna. Al igual que los trabajadores están esclavizados por el “capital”, también el ser humano estaría dominado por el producto de su propio cerebro (sus creencias religiosas).En consecuencia, el hombre necesitaría deshacerse de la religión para alcanzar la libertad.
Dado que para el marxismo no cabe la conversión del hombre, porque cada uno somos un mero producto de la clase social en la que hemos nacido, la única salida posible sería la revolución violenta. Es un ejemplo claro de cómo las ideas erróneas pueden llegar a convertirse en ideologías fratricidas, haciéndose cómplices del asesinato de inocentes.
Ciertamente, en el siglo XX se dieron otros muchos tipos de persecuciones, además de la estrictamente religiosa: persecuciones por motivos raciales, coloniales, totalitarismos políticos, etc. Pero entre tantos episodios de violencia (algunos de ellos por motivos múltiples o combinados) destacan de forma especial los mártires de la persecución religiosa: ellos se negaron a responder al mal con el mal. Es más, hicieron frente al mal con el bien. En efecto, los mártires no fueron contendientes en guerra alguna; no tomaron las armas en sus manos; prefirieron padecer injustamente como corderos llevados al matadero, que salvar su pellejo haciéndose cómplices del mal. En otras palabras: en la definición católica del término, los mártires son aquellos que fueron asesinados por “odium fidei” (odio a la fe) y que murieron testimoniando su fe en Cristo.
En mi opinión, una de las principales aportaciones de los mártires de la persecución religiosa en el siglo XX, es la forma en que testimoniaron la doctrina evangélica del perdón al enemigo. Imitando a Cristo en su muerte, ellos también murieron rezando por sus verdugos, y expresándoles abiertamente su perdón. Más aún, conocemos el testimonio de mártires que antes de ser fusilados repartieron sus últimas monedas entre quienes se disponían a ejecutarlos. Su testimonio tiene un especialísimo valor en cuanto a que ilumina e inspira nuestro particular momento histórico. ¡Cuánto nos cuesta pedir perdón! ¡Cuánto nos cuesta perdonar las ofensas! La segunda de las grandes aportaciones de la espiritualidad martirial en nuestros días, es el amor a la Verdad, tanto frente al relativismo como frente a los fundamentalismos. En efecto, la beata Madre Teresa de Calcuta decía que el mal principal de Occidente es la indiferencia… Frente al ‘todo vale’ y frente al ‘nada importa’, nuestros mártires nos recuerdan que hay ideales que son demasiado grandes como para regatearles el precio… Y, por otra parte, frente al fundamentalismo de quienes piensan que el amor a la verdad justifica quitar la vida al prójimo, los mártires creen que el amor a la Verdad bien merece sacrificar la propia vida.
Nuestra Diócesis de San Sebastián se viste de fiesta este domingo 13 de octubre, porque entre los 522 mártires beatificados en Tarragona, contamos con tres guipuzcoanos, que desde hoy pasan a formar parte del santoral diocesano de San Sebastián: Patricio Beobide Cendoya (Hno. de La Salle, natural de Azpeitia), Alberto José Larrazabal Michelena (Hno. de La Salle, natural de Irún) y José Erausquin Aramburu (Monje benedictino, natural de Lazkao). Los tres fueron fusilados en el contexto de la Guerra Civil española, junto a unos 6,832 obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas (muy difícil contabilizar el número de los seglares martirizados por causa de su fe). Las tres parroquias de los nuevos beatos celebrarán en los próximos días una Misa de Acción de Gracias por la beatificación de sus hijos. Si ‘entonces’ doblaron las campanas en señal de duelo, ‘hoy’ repican las campanas como signo de gloria.

Nuestro hermanos mártires

[Visto: 842 veces]

Beato Felipe de Jesús Munárriz y compañeros claretianos

Por Antonio Barrero
Hoy vamos a escribir sobre uno de los grupos de mártires más numeroso de la guerra civil española; nos estamos refiriendo a los cincuenta y un claretianos martirizados en Barbastro (Huesca) y que, en su gran mayoría, eran jóvenes estudiantes de teología de la Congregación, además de sus superiores.
Barbastro es una mediana localidad del Pirineo oscense, que en el año 1936 vivía de manera tensa los primeros días del levantamiento militar, pues las tropas acuarteladas no aclaraban cómo iban a actuar. Sin embargo, se convirtió en uno de los focos más intensos de la persecución religiosa en España, llegando a ser llamada la “capital trágica de Aragón”.
Los misioneros claretianos estaban presentes en Barbastro desde el año 1869; y el 1 de julio de 1936, a su Colegio de Misioneros habían traído desde Cervera (Lleida) a treinta seminaristas estudiantes del último curso de teología por creer que este Colegio era un lugar mucho más seguro, pensando que allí encontrarían un poco de tranquilidad en aquellos momentos difíciles por los que atravesaba el país. Estos seminaristas estaban a punto de ser ordenados, aunque tenían el problema legal de la realización del servicio militar, y como en Barbastro funcionaba un servicio de adiestramiento previo, podrían acogerse a una reducción de la permanencia en filas, aquellos que pudiesen demostrar haber tenido al menos alguna instrucción teórica. Así que, en cuanto comenzaron las prácticas de estos jóvenes teólogos, se corrió malintencionadamente el rumor de que los claretianos se estaban preparando militarmente y tenían armas.
El 18 de julio de 1936 la comunidad estaba compuesta por nueve sacerdotes, treinta y nueve estudiantes y doce hermanos; de ellos, cincuenta y uno fueron martirizados. Los otros nueve religiosos se salvaron: dos por ser argentinos, seis por estar muy enfermos o ser muy ancianos y el hermano cocinero, que al no llevar puesta la sotana, fue considerado como un simple seglar. Más adelante daremos otros detalles sobre ellos.
Como consecuencias de estas calumnias, el 20 de julio por la tarde, medio centenar de milicianos registraron el seminario de los claretianos buscando armas. Pusieron a los religiosos en fila, los cachearon y rebuscaron por todos los recovecos de la casa unas armas que no existían. Un pelotón se llevó a los tres sacerdotes de mayor responsabilidad en el Colegio – el superior, el prefecto y el ecónomo – a la cárcel municipal y al resto de los religiosos los trasladaron en fila india por las calles de la localidad, hasta el salón de actos del colegio de los escolapios, que sería su prisión. El padre Luís Masferrer aprovechó un momento de confusión para salvar la Eucaristía, que posteriormente utilizaron como comunión.
El padre Pedro Cunill consiguió que los seis religiosos más ancianos y enfermos fueran llevados a la Casa de las Hermanitas de los Pobres, por lo que pudieron sobrevivir a la matanza que posteriormente se desencadenaría. Los escolapios atendieron con suma delicadeza a los claretianos, les dieron de comer y les facilitaron algunas camas, colchones y almohadas, intentando darles esperanzas, pero estas duraron bien poco, pues aunque los milicianos les decían que no tenían nada contra ellos como personas, si odiaban todo aquello que oliera a sotana y ellos, la llevaban puesta y no se la quitaban ni para dormir. Guardaron la Eucaristía en un maletín que escondieron dentro de una máquina de proyecciones en el laboratorio de física y consiguieron que al hermano cocinero, que tenía callos en las manos y olía a grasa de cocina, lo dejaran libre al ser considerado como un trabajador explotado por los religiosos; así, se salvó de la matanza, aunque curiosamente permitieron que se quedara con ellos a fin de prepararles la comida.
En la cárcel municipal interrogaron a los tres superiores para que declararan donde escondían las armas y ellos, sacando sus rosarios les dijeron que esas eran sus armas. El día 25 de julio, los tres claretianos y otros sacerdotes y seglares presos, fueron trasladados al viejo convento de las capuchinas y desde ese convento, en la madrugada del 2 de agosto, atados de dos en dos, fueron llevados a las tapias del cementerio donde cayeron acribillados a balazos. Entre ellos estaba el Beato Ceferino Jiménez Malla, el Pelé, primer gitano mártir beatificado por la Iglesia Católica. Los que estaban en el salón de actos del colegio de los escolapios oyeron las descargas y los lamentos de las víctimas, que quedaron tiradas desangrándose en la entrada del cementerio.
Los seminaristas, aunque eran jóvenes y alegres, como el miedo es libre, hasta cuatro veces recibieron la absolución por parte de los sacerdotes encerrados con ellos, porque veían inminente la muerte. Fueron sometidos a todo objeto de escarnio y hostigamiento, se burlaban de ellos diciéndoles que no entendían cómo siendo muchachos tan jóvenes e inteligentes, a la vez eran tan fanáticos e incluso amenazando a los dos argentinos de que no se librarían por muy extranjeros que fueran. En su encierro, rezaban diariamente el oficio de los mártires del breviario y en la medida en que podían seguían haciendo vida comunitaria incluso comulgando a escondidas con las formas que les bajaban los escolapios escondidas entre el pan y el chocolate del desayuno, aunque sin poder celebrar la santa misa, pues estaban constantemente vigilados y lo tenían prohibido. Metían la forma consagrada dentro del pan y se lo comían. Con el paso de los días, como también prohibieron a los escolapios la celebración de la misa, tuvieron que partir las formas en trocitos pequeños para poder seguir gozando diariamente de la Sagrada Comunión.
Como era un verano muy caluroso, el agua la tenían racionada y solo para beber por lo que no podían ni lavarse ni cambiarse de ropa, como les obligaban a hacer sus necesidades por grupos sin poder siquiera lavarse las manos, el sudor y el hacinamiento de todos ellos en veinticinco metros cuadrados, con el paso de los días, las condiciones higiénicas fueron realmente deplorables, llegaron incluso a tener piojos y llagas infectadas en el cuerpo por falta de limpieza y de hecho, cuando todos ellos fueron fusilados, tuvieron que desinfectar el salón donde estaban.
Existe mucha información sobre las brutalidades a las que fueron sometidos: tenerlos firmes contra la pared hasta que cayeran desfallecidos, hacerles correr y saltar cuando urgentemente tenían que ir al servicio, llevarles prostitutas con la intención de excitarlos sexualmente mientras dormían… Ellos, como sabían que los milicianos no soportaban el que dijeran “Viva Cristo Rey, estuvieron varias veces a punto de decirlo a fin de provocarlos y que les disparasen ya de una vez.
La noche del día 8 de agosto, después de torturarlo vilmente, asesinaron al obispo de Barbastro, el Beato Florentino Asensio y esto, de alguna manera, precipitó la suerte de los jóvenes claretianos porque algunos miembros del comité local dieron las quejas al rector de los escolapios echándole en cara el que los seminaristas “gozaban de cierta libertad” en su colegio.
El día 11 de agosto recibieron la visita de un miembro del comité revolucionario local, acusándolos nuevamente de que tenían armas escondidas; les prohibió hablar entre ellos y los separó de dos en dos para que no pudieran organizarse. Los escolapios intentaron consolarles facilitándoles algunos libros y dándoles ánimos. De poco serviría pues a las tres de la madrugada del día 12, se presentaron y se llevaron a los seis religiosos de mayor edad que allí estaban encerrados, los ataron, montaron en un camión y fusilaron a las puertas del cementerio. A las siete de la mañana, nuevamente recibieron la visita de otro miliciano pidiéndoles que se identificaran con sus nombres de pila, confeccionando una lista con ellos. Aquel día, todos se confesaron por última vez y entre lágrimas de miedo mezcladas con una cierta alegría interior pasaron el día rezando y escribiendo donde podían lo que podríamos llamar “sus últimos deseos”. Los tres estudiantes no profesos, hicieron la profesión perpetua “sub conditione” de manos del padre Secundino Ortega.
<div style=En la envoltura de una tableta de chocolate escribieron sus últimas palabras dirigidas a su amada Congregación:
“Agosto, 12 de 1936, en Barbastro. Seis de nuestros compañeros son ya mártires y pronto esperamos serlo nosotros también. Pero antes queremos hacer constar que morimos perdonando a los que nos quitan la vida y ofreciéndola por la ordenación cristiana del mundo obrero, el reinado definitivo de la Iglesia Católica, por nuestra querida Congregación y por nuestras queridas familias. Vive inmortal, Congregación querida, porque mientras tengas en las cárceles hijos como los que tienes en Barbastro, no dudes de que tus destinos son eternos. ¡Quisiera haber luchado en tus filas: Bendito sea Dios!”. El texto llevaba la firma de cuarenta de ellos.
Aquella noche del 12 al 13 de agosto sería la última para algunos de ellos, pues a medianoche irrumpieron un grupo de milicianos ordenando que se presentasen los mayores de veintiséis años de edad. Como ninguno los tenía, no se movieron y encendiendo las luces leyeron los nombre de veinte, los pusieron en fila contra la pared, les ataron las manos a las espaldas y los codos de dos en dos. Los que no habían sido nombrados no salían de su asombro y miedo sobre todo cuando escuchaban a sus compañeros perdonar a sus verdugos y despedirse hasta el cielo. En tono de sorna, a los que allí quedaron les dijeron que aprovecharan la noche y el día divirtiéndose porque al día siguiente volverían: “Mañana volveremos a la misma hora para buscaros y daros un paseíto a la fresquita hasta el cementerio; ahora, apagad las luces y dormid”. Allí, mientras ellos rezaban, escucharon a lo lejos los disparos que acababan con las vidas de sus compañeros, que murieron gritando“Viva Cristo Rey”. Era la una y veinte de la madrugada. A la mañana siguiente, los cadáveres fueron llevados al cementerio y enterrados en una fosa común que se obligó a abrir a unos gitanos del pueblo.
A las dos de la madrugada, los milicianos volvieron al salón para decirles a los dos seminaristas argentinos que se preparasen porque se los llevaban a Barcelona. Con lágrimas en los ojos y envidia santa por no poder morir como mártires, se despidieron de sus compañeros. Ellos fueron testigos que contaron con detalle a la Congregación los dramáticos sucesos, las vivencias de aquellos días y los últimos deseos de los mártires. Ellos fueron quienes se llevaron los textos escritos por el Beato Faustino Pérez y en Barcelona se los entregaron al padre Carlos Catá.
Nuevamente, el Beato Faustino Pérez, uno de los más atrevidos y valientes, había escrito: “Querida Congregación. Anteayer, día 11, murieron, con la generosidad con que mueren los mártires, seis de nuestros hermanos; hoy, 13, han alcanzado la palma de la victoria veinte, y mañana, 14, esperamos morir los veintiuno restantes. ¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios! ¡Y qué nobles y heroicos se están mostrando tus hijos, Congregación querida! Pasamos el día animándonos para el martirio y rezando por nuestros enemigos y por nuestro querido Instituto; cuando llega el momento de designar las víctimas hay en todos serenidad santa y ansia de oír el nombre para adelantarse y ponerse en las filas de los elegidos; esperamos el momento con generosa impaciencia, y cuando ha llegado, hemos visto a unos besar los cordeles con que les ataban, y a otros dirigir palabras de perdón a la turba armada; cuando van en el camión hacia el cementerio, les oímos gritar ¡Viva Cristo Rey! El populacho responde ¡Muera! ¡Muera! Pero nada los intimida. ¡Son tus hijos, Congregación querida, estos que entre pistolas y fusiles se atreven a gritar serenos cuando van a la muerte ¡Viva Cristo Rey! Mañana iremos los restantes y ya tenemos la consigna de aclamar, aunque suenen los disparos, al Corazón de nuestra Madre, a Cristo Rey, a la Iglesia Católica y a Ti, Madre común de todos nosotros. Me dicen mis compañeros que yo inicie los vivas y que ellos responderán. Yo gritaré con toda la fuerza de mis pulmones y en nuestros clamores entusiastas adivina tú, Congregación querida, el amor que te tenemos, pues te llevamos en nuestros recuerdos hasta estas regiones de dolor y muerte. Morimos todos contentos sin que nadie sienta desmayos ni pesares; morimos todos rogando a Dios que la sangre que caiga de nuestras heridas no sea sangre vengadora, sino sangre que entrando roja y viva por tus venas, estimule su desarrollo y expansión por todo el mundo. ¡Adiós, querida Congregación! Tus hijos, mártires de Barbastro, te saludan desde la prisión y te ofrecen sus dolorosas angustias en holocausto expiatorio por nuestras deficiencias y en testimonio de nuestro amor fiel, generoso y perpetuo. Los mártires de mañana, día 14, recuerdan que mueren en vísperas de la Asunción; ¡y qué recuerdo éste! Morimos por llevar la sotana y morimos precisamente en el mismo día en que nos la impusieron. Los mártires de Barbastro, y en nombre de todos, el último y el más indigno, Faustino Pérez, cmf. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el Corazón de María! ¡Viva la Congregación! Adiós, querido Instituto. Vamos al cielo a rogar por ti. ¡Adiós! ¡Adiós!”.
Pero los días 13 y 14 de agosto transcurrieron con absoluta normalidad, aunque los jóvenes seminaristas estaban sobresaltados y con los nervios a flor de piel. Pasaron el tiempo rezando y cuando dormían durante la noche del 14 al 15, fueron despertados por un griterío en la plaza y vinieron a por ellos; los ataron con las cuerdas ensangrentadas de sus compañeros que le precedieron en el martirio, los golpearon y los subieron al camión mientras cantaban; con ellos llevaron también a tres sacerdotes diocesanos. El Beato Faustino Pérez gritó “Viva Cristo Rey” y un miliciano le destrozó el cráneo muriendo en el mismo camión a causa de los golpes. Los demás fueron fusilados mientras gritaban “Viva Cristo Rey”“Viva el Corazón Inmaculado de María”. Era la festividad de la Asunción de María.
El día 18 fusilaron a los dos que quedaban: Jaime Falgarona y Atanasio Vidaurreta, pues al caer enfermos, habían sido trasladados el 20 de julio al hospital y aunque los médicos, con la intención de salvarlos, hicieron todo lo posible por tenerlos ingresados, el 15 de agosto se vieron forzados a darles el alta.
Ésta es la relación de los cincuenta y un mártires:
Sacerdotes: Felipe de Jesús Munárriz (superior), Juan Díaz (prefecto), Leoncio Pérez (ecónomo), Sebastián Calvo, Pedro Cunill, Luís Masferrer, Secundino Ortega, José Pavón y Nicasio Sierra.
Hermanos legos: Manuel Buil, Francisco Castán, Gregorio Chirivás, Manuel Martínez y Alfonso Miquel.
Estudiantes de teología: José Amorós, José Maria Badía, Juan Baixeras, Javier Bandrés, José María Blasco, José Brengaret, Rafael Briega, Antolín Calvo, Tomás Capdevila, Esteban Casadeval, Wenceslao Claris, Eusebio Codina, Juan Codinach, Antonio Dalmau, Juan Echarri, Luís Escalé, Santiago Falgarona, José Figuero, Pedro Garcia, Ramón Illa, Luís Lladó, Hilario Llorente, Miguel Masip, Ramón Novich, José Maria Ormo, Faustino Pérez, Salvador Pigem, Sebastián Riera, Eduardo Ripoll, José Ros, Francisco Roura, Teodoro Ruiz de Larrinaga, Juan Sánchez, Alfonso Sorribes, Manuel Torras, Atanasio Vidaurreta y Agustín Viela.
Terminada la guerra, los mártires fueron exhumados e identificados uno a uno. Fueron beatificados por el Beato Papa Juan Pablo II el día 25 de octubre del año 1992. Sus reliquias se encuentran actualmente en la casa que la Congregación sigue teniendo en Barbastro. Son conmemorados el día 13 de agosto.

Señor, aumenta mi fe

[Visto: 711 veces]

Beatos de Tarragona

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
A dos meses escasos del término del Año de la Fe, es un buen regalo el Evangelio de hoy con los apóstoles pidiéndole al Señor que les dé más fe (Lc 17, 1-4). Ante las propuestas de Jesús  y las exigencias de su apostolado, sienten de repente que va a faltarles fe (ya les falta fe), que van a necesitar de más fe (ya la necesitan). Y se la piden a Jesús: “auméntanos la fe”, le dicen. Siento que me falta fe, que necesito más fe…, es lo que dicen muchos cuando se dan cuenta de que ya no rezan como antes, que sin razón ninguna faltan a la misa los domingos, que critican más que antes, que se despreocupan de sus deberes… Es lo que también les pasó a los apóstoles, según nos cuenta el evangelio. Al respecto siempre me he preguntado qué idea tenían de la fe los apóstoles cuando le pidieron a Jesús que se la aumentase.
Uno tiene la impresión de que para los apóstoles la fe era algo así como un poder divino automanejable, como la varita mágica con la que podrían hacer y conseguir las cosas buenas más increíbles y librarse de las malas. Pero la fe, viene a decirles Jesús, no es eso ni es una cosa que aumente en gramos y/o centímetros, no es nada que tenga peso y/o tamaño. La fe es un puro don de Dios, una gracia muy especial, que cabe en… un granito de mostaza, es decir, que para desempeñar cualquier cargo, incluido el de apóstoles, para enfrentar cualquier situación, basta con un poquito de fe, siempre que esta sea viva, capaz de crecer y de multiplicarse (Mt 13, 31-32). Nosotros decimos que quien tiene fe viva “ve lo invisible”, “espera contra toda esperanza”, “hace y logra lo imposible”, “tiene motivos que ni el corazón ni la razón entienden”.
Para Jesús, aunque sólo tuviéramos como “un granito de mostaza de fe viva”, podríamos hacer milagros (Mc 11,22; Lc 17,6). También el milagro de superar cerros de dificultades o dificultades tan grandes como cerros y el milagro de desenraizarse de los vicios como un sicomoro de su hábitat. Pero la fe tiene que ser viva y lo será si produce obras, pues la fe sin obras es muerta. Sólo por las obras la fe llega a la madurez  (Sant, 2, 14-26). Por lo tanto, ¿quieres que tu fe aumente? Haz obras buenas. No importa que no sientas nada o que estés pasando la noche oscura del alma, haz lo bueno que tienes que hacer: tus oraciones, la misa dominical, la reunión de tu comunidad, el ir a trabajar, el compartir con los tuyos, etc. La fe es una virtud teologal y, como todas las virtudes, madura a fuerza de repetir actos, de hacer buenas obras.
Entra aquí la breve parábola de la última parte del evangelio de hoy (Lc 17, 7-10), que en esencia viene a decirnos que somos de Dios y que le pertenecemos, con mucha mayor razón y fuerza que lo que un ser humano puede pertenecer a otro. Es bueno recordarlo en estos tiempos de negación de Dios. Yo lo traigo aquí, más bien, en el contexto de lo que vengo diciendo: que la fe aumenta y madura haciendo obras buenas. Pero, atención sobre todo, a estas dos cosas que nos enseña la parábola: una, que la justificación viene por la misericordia de Dios y no por nuestras buenas obras. Y dos, que después de haber hecho cuanto teníamos que hacer, no pidamos nada  a cambio sino que nos consideremos simples servidores de Dios. Seguros de que Él sabrá recompensarnos con creces.

Los 522 mártires que serán beatificados

El domingo 13 del próximo mes de octubre, serán beatificados en Tarragona 522 mártires. Hacemos pública a continuación la lista general definitiva (por orden alfabético de las diócesis de las causas y por estado eclesial):
Por orden alfabético de las diócesis de las causas:
Ávila
 — 5 Sacerdotes diocesanos
Barbastro
 — 18 Benedictinos, de El Pueyo
Barcelona
 — 19 Hijos de la Sagrada Familia y 1 laico
 — 9 Mínimas y 1 laica
 — 1 Sacerdote diocesano (José Guardiet i Pujol)
Barcelona, Madrid, Valencia y Málaga
 — 24 Hermanos de San Juan de Dios
Bilbao
 — 2 Dominicos
Cartagena
 — 2 Franciscanos
 — 2 Sacerdotes diocesanos
Ciudad Real
 — 6 Trinitarios
Córdoba
 — 10 Carmelitas de la antigua observancia
Cuenca
 — 6 Redentoristas
Jaén
 — El Obispo Manuel Basulto, 3 sacerdotes diocesanos, 1 seminarista y 1 laico.
 — 1 Calasancia
Lérida
 — 2 Sacerdotes diocesanos (“Los Curetas de Monzón”)
 — El obispo Salvio Huix Mirapleix
 — 19 Mercedarios de la Provincia de Aragón
 — 4 Carmelitas descalzos y 1 sacerdote diocesano
 — 66 Hermanos maristas y 2 laicos
Madrid
 — 19 Hermanos de las Escuelas Cristianas, 1 sacerdote diocesano y 1 laico
 — 9 Carmelitas de la antigua observancia y 16 Hermanos de las Escuelas Cristianas
 — 15 Hijas de la Caridad
 — El restaurador de los jerónimos (Manuel de la SF Sanz Domínguez)
 — 4 Siervas de María
 — 32 Capuchinos, de los conventos de Jesús de Medinaceli y de El Pardo.
 — 3 Franciscanas misioneras de la Madre del Divino Pastor
Madrid-Alcalá
— 5 Religiosos de los Sagrados Corazones

Menorca
 — 1 Sacerdote diocesano (Juan Huguet Cardona)
Sigüenza-Guadalajara y Ciudad Real
 — 16 Claretianos
Tarragona
 — El Obispo auxiliar, Manuel Borrás, 66 sacerdotes diocesanos,
2 seminaristas, 7 carmelitas descalzos, 20 benedictinos (de Montserrat),
1 capuchino, 7 claretianos, 39 hermanos de las escuelas cristianas
y 4 Hermanos Carmelitas de la Enseñanza
Teruel
 — 14 Paúles
Tortosa
 — 15 Sacerdotes Operarios Diocesanos
Valencia
 — 12 Hijas de la caridad y 1 laica
 — 2 Hijos de la Divina Providencia (orionistas) 

Por estado eclesial

a) Diocesanos: 88 mártires
3 obispos (Lérida, Jaén y Tarragona)
82 sacerdotes (Avila, Barcelona, Cartagena, Jaén, Lérida, Madrid, Menorca y Tarragona)
3 seminaristas (Tarragona y Jaén)
b) Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos: 15 mártires
c) Consagrados: 412 mártires
74 hermanos de las escuelas cristianas
66 hermanos maristas
38 benedictinos
33 capuchinos
27 hijas de la caridad
24 hermanos de San Juan de Dios
23 claretianos
19 carmelitas de la antigua observancia
19 hijos de la Sagrada Familia
19 mercedarios
14 paúles
11 carmelitas descalzos
9 mínimas
6 redentoristas
6 trinitarios
5 religiosos de los Sagrados Corazones
4 siervas de María
4 hermanos carmelitas de la enseñanza
3 franciscanas misioneras de la Madre del Divino Pastor
2 dominicos
2 franciscanos
2 hijos de la Divina Providencia (orionistas)
1 calasancia
1 jerónimo
d) Laicos: 7 mártires
5 laicos (Barcelona, Lérida, Madrid y Jaén)
2 laicas (Barcelona y Valencia).

Castillo de Olite (Navarra, España)

Instrucción Secreta Continere

Normas sobre el secreto pontificio
Aparece evidente cuánto concuerda con la naturaleza de los hombres el respeto de los secretos, sobre todo por el hecho de que muchas cosas, aunque se deban tratar externamente, traen origen sin embargo y son meditadas en lo íntimo del corazón y solo son expuestas prudentemente después de madura reflexión.
Por ello, callar, cosa verdaderamente bastante difícil, como también hablar públicamente con reflexión, son dotes del hombre perfecto: de hecho hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar (cf. Ecclo 3, 7) y es un hombre perfecto quien sabe mantener frenada la propia lengua (cf. St 3, 2).
Esto ocurre también en la Iglesia, que es la comunidad de los creyentes, los cuales, habiendo recibido la misión de predicar y testimoniar el Evangelio de Cristo (cf. Mc 16, 15; Hch 10, 42), tienen sin embargo el deber de mantener escondido el sacramento y de custodiar en su corazón las palabras, a fin de que las obras de Dios se manifiesten en modo justo y amplio, y su palabra se difunda y sea glorificada (cf. 2 Tes 3, 1).
De forma correcta, por ello, les son confiadas a aquellos que son llamados al servicio del pueblo de Dios algunas cosas que han de custodiar bajo secreto, y que si son reveladas o difundidas en tiempo o modo inoportuno, dañan el edificio de la Iglesia o trastornan el bien público o en fin ofenden los derechos inviolables de particulares y de la comunidad (cf. Communio et progressio, 121).
Todo esto obliga siempre a la conciencia, y ante todo debe ser severamente custodiado el secreto para la disciplina del sacramento de la penitencia, y también el secreto de oficio o secreto confiado, sobre todo el secreto pontificio, objeto de la presente instrucción. Es claro de hecho que tratándose del ámbito público, que se refiere al bien de toda la comunidad, corresponde no a cualquiera según el dictamen de la propia conciencia, sino aquel que tiene legítimamente el cuidado de la comunidad, establecer cuándo en qué modo y en cuánta gravedad se deba imponer tal secreto.
Aquellos que están obligados a tal secreto se deben considerar como ligados no por una ley externa, sino más bien por una exigencia de su dignidad humana: deben considerar un honor el compromiso de custodiar los secretos debidos por el bien público.
Por lo que se refiere a la Curia Romana, los asuntos tratados por ella al servicio de la Iglesia universal, están cubiertos de oficio por el secreto ordinario, cuya obligación moral debe ser establecida bien por una prescripción superior o por la naturaleza e importancia de la cuestión. Pero en ciertos asuntos de mayor importancia se requiere un secreto particular, que es llamado secreto pontificio y que debe ser custodiado con obligación grave.
La Secretaría de Estado ha emanado una instrucción sobre el secreto pontificio con fecha 24 de juno de 1968; pero después de un examen de esta cuestión por la asamblea de los cardenales presidentes de dicasterios de la Curia Romana, ha parecido oportuno modificar algunas normas de aquella instrucción, a fin de que, con una más cuidada definición de la materia y de la obligación de tal secreto, se pueda conseguir el respeto del mismo en modo más conveniente.
He aquí, por lo tanto, las normas.
Artículo I
Estás cubiertos por el secreto pontificio:
1) La preparación y la composición de los documentos pontificios para los cuales tal secreto sea pedido expresamente.
2) Las informaciones obtenidas en razón del oficio, que se refieren a asuntos que son tratados en la Secretaría de Estado o en el Consejo para los asuntos públicos de la Iglesia, y que deben ser tratados bajo el secreto pontificio;
3) Las notificaciones y las denuncias de doctrinas y publicaciones hechas a la Congregación para la Doctrina de la fe, así como también el examen de las mismas, efectuado por disposición del mismo dicasterio;
4) Las denuncias extrajudiciarias de delitos contra la fe y las costumbres, y de delitos perpetrados contra el sacramento de la penitencia, así como también el proceso y las decisiones que se refieren a tales denuncias, haciendo siempre salvedad el derecho de aquel que ha sido denunciado a la autoridad de conocer la denuncia, si ello fuese necesario para su defensa. El nombre del denunciante será lícito hacerlo conocer solo cuando a la autoridad parezca oportuno que el denunciado y el denunciante comparezcan juntos;
5) Los informes redactados por los legados de la Santa Sede sobre asuntos cubiertos por el secreto pontificio;
6) Las informaciones tenidas en razón del oficio, acerca de la creación de cardenales;
7) Las informaciones tenidas en razón del oficio, acerca del nombramiento de obispos, de administradores apostólicos y de otros ordinarios revestidos de la dignidad episcopal, de legados pontificios, así como también las investigaciones relativas;
8) Las informaciones habidas en razón del oficio, que se refieren al nombramiento de prelados superiores y de oficiales mayores de la Curia Romana;
9) Todo aquello que se refiere a las notas cifradas y a los mensajes transmitidos en nota cifrada;
10) Los asuntos o las causas que el Sumo Pontífice, el cardenal presidente de un dicasterio y los legados de la Santa Sede consideren de importancia tan grave como para pedir el respeto del secreto pontificio.
Artículo II
Tienen la obligación de custodiar el secreto pontificio:
1) Los cardenales, los obispos, los prelados superiores, los oficiales mayores y menores, los consultores, los expertos y el personal de rango inferior, a los que compete tratar cuestiones cubiertas por el secreto pontificio;
2) Los legados de la Santa Sede y sus subalternos que tratan las antedichas cuestiones, como también todos aquellos que son llamados por ellos para consulta de tales causas;
3) Todos aquellos a los cuales viene impuesto la custodia del secreto pontificio en asunto particulares;
4) Todos aquellos que en modo culpable hayan tenido conocimiento de documentos y asuntos cubiertos por el secreto pontificio, o que, aun habiendo tenido tal información sin culpa de su parte, saben con certeza que están cubiertos por el secreto pontificio.
Artículo III
1) Quien está obligado al secreto pontificio tiene siempre la obligación grave de respetarlo.
2) Si la violación se refiere al fuero externo, aquel que es acusado de violación del secreto pontificio será juzgado por una comisión especial, que será constituida por el cardenal presidente del dicasterio competente, a en su ausencia, por el presidente de la oficina competente; esta comisión infligirá penas proporcionadas a la gravedad del delito y al daño causado.
3) Si aquel que ha violado el secreto presta servicio ante la Curia Romana, incurre en las sanciones establecidas en el Reglamento General (1).
Artículo IV
Aquellos que son admitidos al secreto pontificio en razón de su oficio deben prestar juramento con la fórmula siguiente:
«Yo… en la presencia de…, tocando con mi mano los sacrosantos evangelios de Dios, prometo custodiar fielmente el secreto pontificio en las causas y en los asuntos que deben ser tratados bajo tal secreto (2), de modo que de ninguna manera, bajo pretexto alguno, sea de un bien mayor, sea por causa urgentísima y gravísima, me será lícito violar dicho secreto.
Prometo custodiar el secreto, como ha quedado dicho, también después de la conclusión de las causas y de los asuntos para los cuales fue expresamente impuesto tal secreto. Si en algún caso me viniese la duda de la obligación del antedicho secreto, me atendré a la interpretación a favor del mismo secreto.
Igualmente soy consciente que el transgresor de tal secreto comete un pecado grave.
Que Dios me ayude y me ayuden estos santos evangelios que toco con mi mano».
El Sumo Pontífice Pablo VI, en la audiencia concedida el 4 de febrero de 1974 al infrascrito, ha aprobado esta instrucción y ha mandado que sea publicada, ordenando que entre en vigor a partir del 14 de marzo del mismo año, no obstante cualquier disposición contraria.
Ioannes Card. Villot
Secretario de Estado
Fuente: AAS 66 (1974), pp. 89-92 (original en latín, traducción no oficial)
Notas
1 Cf. Ibid. art. 39, § 2, art. 61, n. 5 y art. 65, § 1, n. 3.
2 Para aquellos que son admitidos al secreto pontificio en alguna causa peculiar: que debo observar en la causa que se me ha encomendado.

Humildad espiritual

[Visto: 2375 veces]

Humildad espiritual

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
“De ricos y pobres” viene a ser el otro título de la parábola de “el rico epulón”, que nos cuenta Jesús (Lc 16, 19-31). De ricos y pobres,  no porque nos presenta su ideario sobre los ricos y los pobres o sobre la riqueza y la pobreza, ni menos porque condene a unos y alabe a otros o enfrente a pobres y ricos en una anacrónica lucha de clases. Sino porque, en su estilo parabólico, quiere insistir una vez más en la malicia que encierra la riqueza (como el poder) y en la bondad que encierra la pobreza (como la humildad). Con las consiguientes consecuencias sociales y religiosas, que pueden derivarse y casi siempre se derivan en  quienes son ricos y quienes son pobres.
Llama la atención ver cómo Jesús carga las tintas al describir a los dos personajes: al rico, a quien llama “tragón” (epulón en griego) y al Lázaro, a quien presenta como un pobrecillo. Sin duda para acentuar su enseñanza de que los pobres de espíritu, los anawin como Lázaro, responden y corresponden mejor al Plan de Dios que los ricos como el epulón. En el caso de la parábola, Jesús no llama hombre malo al rico sino epulón (que en latín quiere decir “hombre rico”). ¿Será aquel rico labrador de Lucas (12, 13-21), que se ha dedicado a comer, a beber y a pasarlo bien? Tampoco llama hombre bueno al pobre sino Lázaro, que en hebreo significa “Dios ayuda”. El final del relato nos hace ver que el epulón no ignora sino que conoce muy bien a Lázaro, pero no basta. No basta el fácil expediente dar una limosna al pobre, como sin duda la da el epulón a Lázaro, para sentirse en paz con Dios, consigo mismo y con los demás. Dios quiere que los ricos den a la riqueza una función social, como decimos hoy. Lo que difícilmente hacen.
La gran lección de la parábola está en hacernos ver que de por sí  -y más allá del mal uso que podamos hacer de ellas-, la riqueza tiende a separar de Dios mientras la pobreza acerca a Él. “Un hombre con abundancia de bienes materiales corre el gran peligro de  hacerse avaro, acaparador y opresor, así como de aislarse de la vida y de su sentido, y de creer que los pobres tienen que estar siempre pobres y echados fuera de su puerta y de su pensamiento”. Es el caso del epulón. La pobreza, por el contrario, tiende a acercar a Dios. Es el caso de Lázaro. “A pesar de su pobreza, de sus sufrimientos físicos y de su abyección, tanto que hasta los mismos perros (animales impuros) le lamían sus úlceras, no muestra ningún resentimiento, odio o desesperación, sino que se siente un “pobre de Yaveh” (Mt 5, 3-12)”.
A los fariseos no les gusta lo que Jesús dice de la riqueza y del “sucio dinero”, como Él lo llama, y de que tengan que gastarlo en hacerse de amigos (Lc 16, 9-12), lo que hoy llamamos su función social. Hasta se ríen de Él (Lc 16,14). Pero a Jesús le gusta aún menos que se dejen atrapar por Mamonn (nombre e imagen que personifica las riquezas y el dinero) y que terminen adorándolo: no se puede servir a Dios y a Mammon (Lc 16,13). Estamos advertidos para que no soñemos con grandes riquezas sino con tener lo suficiente para vivir con dignidad, como decía y hacía San Pablo (1 Tim 6, 8).
LA MUERTE DE UN SANTO: VICENTE DE PAUL
En la vida de los santos, celebramos su muerte como el nacimiento al cielo. La muerte o nacimiento al cielo de Vicente de Paul fue un 27 de septiembre de 1660, a las cinco menos cuarto de la madrugada. Su última palabra antes de entrar en la agonía fue “Jesús”. Sin convulsiones ni dolores, exhaló el último suspiro y partió al encuentro del Dios de los pobres, al que tan esforzadamente había servido. Murió completamente vestido, sentado en un sillón, junto a la chimenea, y permaneció bello y más majestuoso y venerable que nunca. Antes y a instancias del Padre Dehorgny, bendijo una por una todas las asociaciones y obras que fundara a lo largo de su vida: Cofradías y Damas de la Caridad, Misioneros, Hijas de la Caridad, Conferencias de los Martes, Niños Expósitos, Ancianos del Nombre de Jesús, bienhechores y amigos.
El misionero vicentino Padre Gicquel llevó un detallado diario de los últimos días de Vicente de Paul. Veamos lo que con sobria emoción dice del último día: “Al anochecer del domingo 26 de setiembre se le preguntó si quería recibir los últimos sacramentos. Contestó sencillamente “Sí”. Se los administró el Padre Dehorgny. Pasó la noche entera velado por sus misioneros, que se turnaban, sugiriéndole de cuando en cuando piadosas jaculatorias o sentencias evangélicas. Manifestaba alegría repitiéndolas, incluso somnoliento. Rezaba o musitaba antífonas, notando los presentes que gustaba especialmente de recitar la invocación con que se abre el oficio divino: “Dios mío, ven en mi auxilio”.
En un tiempo en el que el promedio de vida no llegaba a 50 años, Vicente de Paul vivió casi 80, aunque con graves y muy frecuentes enfermedades, tres de ellas crónicas. Estuvo al borde la muerte hasta tres veces (1644, 1649 y 1656), pero fue en 1660 cuando empezó a sentir que su vida se acababa. Los males se le iban agravando y sus mejores amigos y colaboradores partían, a veces inesperadamente. Los tres últimos (el buen Padre Portail, Luisa de Marillac, su santa amiga y colaboradora, y el abad Luis de Chandenier), en los primeros meses de 1660. El próximo sería él, pensó, y empezó a tomar las precauciones del caso: despedirse de sus bienhechores y amigos, empezando por el Felipe M. Gondí y su hijo el Cardenal de Retz; disponer lo necesario para sucederle en el cargo de Superior de la Congregación de la Misión, según las Constituciones; y prepararse a bien morir, si bien esto lo vino haciendo cada día de su vida, según propia confesión.
Su biógrafo Padre José María Román, a quien sigo en el relato, concluye diciendo: “Había sido la suya una existencia plenamente realizada. Nada le quedaba ya por hacer. Todas sus obras podían afrontar con garantías de éxito la prueba del futuro”. Añadamos que su muerte fue sentida por todos como la de un santo. Cardenales, Obispos, aristócratas y gentes sencillas del pueblo, rivalizaron en dar testimonio de sus extraordinarias virtudes y obras. Y allí estuvieron participando en sus exequias al día siguiente, y en los días subsiguientes, como cuando el obispo Monseñor Maupas du Tour habló por más de dos horas, para terminar diciendo que no había hablado ni la mitad de lo que tenía preparado.
La inscripción en su ataúd decía simplemente: Sacerdote, Fundador y Primer Superior General de la Congregación de la Misión. Hoy la lista de sus títulos no cabría en el sarcófago que guarda sus restos mortales sobre el altar mayor de la Iglesia de la Casa Madre de San Lázaro en Paris. Son muchos y muy grandes,  pero los mayores serán siempre los que le dio la Iglesia: Santo (1737)  y Patrono Celestial de todas las Obras de Caridad (1885).

Caridad y misericordia

[Visto: 1214 veces]

Misericordia

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Uno no sabe por qué, pero Dios, que es tan justo como misericordioso, ha querido mostrársenos en esta vida, más misericordioso que justo. Así es y así lo ha venido manifestando, para nuestro bien, con palabras y hechos, a lo largo de nuestra historia. Al respecto, la Palabra de Dios es terminante, tanto en el Antiguo Testamento como, sobre todo, en el Nuevo, con Jesucristo. Lo prueba, por ejemplo, el evangelio de este domingo (Lc 15, 1-32), que, con sus tres parábolas, nos muestra la primacía de la misericordia de Dios y de Jesucristo para con nosotros. De su misericordia y de las características de esta misericordia, tantas y tales que si no fuera el mismo Jesús quien nos las cuenta, no lo creeríamos. Pero a Dios gracias, ahí está lo que Él nos dice, identificándose con un pastor que perdió una oveja, con una mujer que perdió una moneda y con un padre que perdió un hijo…
En términos diferentes, cada una de estas parábolas contiene los mismos elementos. Hay una pérdida (de una oveja, una moneda, un hijo, que nos representan a nosotros); hay una búsqueda (acuciosa y esperanzada); hay el encuentro (tranquilizador y gozoso); y hay un compartir (con los amigos, la alegría del hallazgo y de la recuperación). Dicho así, tan esquemáticamente, la cosa suena fría, por eso les invito a releer las tres parábolas para sentir la pena y la angustia (de la pérdida y la búsqueda), y la emoción y el alborozo (del encuentro y la ulterior celebración). Por otro lado, cada uno de estos aspectos es importante en sí mismo y contiene muy buenas enseñanzas. Tanto que se los usa mucho en Retiros Espirituales y Jornadas, sobre todo la parábola llamada del Hijo Pródigo, invitando a la reconciliación y la confesión.
Ciertamente son muchas las enseñanzas que podemos sacar de estas parábolas, pero habrá que resaltar y retener ante todo las que Jesús quiso darnos: 1. que Dios Padre y el mismo Jesucristo nos aman entrañable e incondicionalmente, más allá de nuestros méritos y deméritos; y 2. que Su misericordia se inclina a favor de “los alejados” y “los pecadores”, aunque nos quieran a todos. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores (Mt 9,13; Mc 2,17; Lc 5,32), fue la respuesta en parábolas que dio Jesús a quienes le criticaban que se juntaba y comía con los pecadores. “Parábolas de la misericordia” las llamamos, y será bueno recordar que la palabra misericordia quiere decir “corazón compasivo” e incluye las dos palabras más hermosas de la lengua: amor y perdón. Justamente las dos palabras clave de la parábola del Hijo y del Padre Pródigos.
Entre las otras enseñanzas que se desprenden de la parábola del Padre Pródigo, quiero destacar estas dos: 1. el valor y la importancia de la persona humana, más allá de las circunstancias naturales, económicosociales, espirituales y aún morales, que pudieran rodearle. Dios ama a la persona por sí misma y hace lo imposible para mostrarle su amor misericordioso. 2. El valor y la importancia de la reconciliación, que supone la conversión, y del perdón, que termina en abrazo y fiesta.
Misericordia
El cardenal peruano Juan Luis Cipriani calificó de “ingenuo” al prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Gerhard Müller, por intentar propiciar un acercamiento entre el Vaticano y la Teología de la Liberación.
Müller es “un buen alemán, buen teólogo, un tanto ingenuo”, estimó el arzobispo de Lima, primer purpurado del Opus Dei en América Latina y crítico de la Teología de la Liberación.
El arzobispo alemán propició la reunión entre el Papa Francisco y el sacerdote dominico peruano Gustavo Gutiérrez, considerado el padre de la Teología de a Liberación.
“Mi lectura (de esa reunión) es que (Müller) ha querido acercarse a su amigo (Gutiérrez), a quien le tiene cariño, a quien quiere de alguna manera ayudar a rectificar e insertarse en la iglesia católica”, señaló Cipriani durante su programa semanal “Diálogos de Fe” en Radio Programas del Perú.
La reunión, revelada el jueves por el Vaticano, “está siendo utilizada” para describir un acercamiento con una corriente teológica que hizo “daño a la iglesia”, afirmó Cipriani, cabeza visible del ala más dura de la iglesia católica en la región.
Según Cipriani, mientras Joseph Ratzinger era prefecto de la Fe, es decir el guardián de la ortodoxia del Vaticano, le exigió a Gutiérrez en 1984 y 1986 “rectificar dos de sus libros: ‘Teología de la Liberación’ y ‘La Fuerza de los Pobres’, que hicieron daño a la iglesia”.
“Si ahora se ha rectificado no lo sé”, dijo el cardenal peruano.
Sin embargo, según Müller, aunque Ratzinger criticó la Teología de la Liberación en sus documentos doctrinales, también reconoció intuiciones justas, principalmente la preferencia por los pobres.
El profesor estadounidense Jeffrey Klaiber, historiador de religiones en la Universidad Católica de Perú, dijo a la AFP que la reunión “es un nuevo y gran paso para recuperar de las sombras a la Teología de la Liberación”.
Klaiber destacó que “esta teología fue revisada y aprobada por Benedicto XVI pero luego fue marginada”.
La reunión del Papa con Gutiérrez marca el punto más alto de lo que se considera la rehabilitación de la Teología de la Liberación, corriente nacida en América Latina en los años 1970 y combatida por el Vaticano.
El enfrentamiento entre el Vaticano y la Teología de la Liberación data del pontificado de Juan Pablo II, quien en 1979 declaró que “una concepción de Cristo como político, revolucionario, como el subversivo de Nazaret no corresponde a la catequesis de la Iglesia“.
El papa Francisco, defensor de una Iglesia de los pobres, siempre ha sido crítico con estos teólogos por las mismas razones que su predecesor.
Gutiérrez dijo esta semana que las acciones del “Papa Francisco le recuerdan mucho al papa Juan XXII”, quien convocó al Concilio Vaticano II que impulsó cambios y la modernización de la iglesia en la década de 1960.
Gutiérrez nunca ha sido censurado ni sancionado por el Vaticano a diferencia de lo que pasó con teólogos brasileños, como Leonardo Boff.
Fuente: AFP.
Koinonía Eclesial
Por María Elena Castillo- Diario La República
El encuentro producido esta semana en Roma entre el papa Francisco y el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, considerado el padre de la Teología de la Liberación, es un símbolo importante de una Iglesia inclusiva, que escucha las voces de todos y está cada vez más preocupada por los pobres.
No fue un encuentro casual. El padre Gutiérrez estuvo invitado a concelebrar primero la misa a la que asiste el Sumo Pontífice, en la residencia de Santa Marta. No muchos han podido compartir este ámbito tan personal.
Al finalizar la celebración eucarística, el Papa se reunió con el sacerdote peruano en privado, lejos de las cámaras, como lo harían dos buenos amigos.
Días antes, el padre Gutiérrez había presentado la edición en italiano del libro De parte de los pobres. Teología de la liberación, teología de la Iglesia, que hace casi una década escribió con el hoy prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano, Monseñor Gerhard Ludwig Müller.
Con ese motivo, el sacerdote peruano dijo en una entrevista al diario La Stampa, de Milán: “La Teología de la Liberación no hace más que hablar del Evangelio: la preocupación de la Iglesia por los más pobres”.
Precisamente, desde que el papa Francisco asumió el pontificado ha tenido un insistente discurso sobre la necesidad de acercar la Iglesia a los pobres como parte de las enseñanzas de Jesucristo.
Asimismo, tres días antes de la presentación del libro de Gutiérrez y Müller, el diario L’Osservatore Romano, órgano oficial del Vaticano, publicó en su página central las reflexiones que contiene el documento.
Una cobertura de esta magnitud sobre un tema que ha sido polémico no puede hacerse sin la autorización o sugerencia del mismo Sumo Pontífice, lo que muestra la política de apertura del pontificado.
Importante aclaración
El ex presidente de la Conferencia Episcopal del Perú monseñor Miguel Cabrejos ha calificado el encuentro entre el papa Francisco y el padre Gutiérrez como una muestra de la coincidencia que existe en el mensaje de ambos, en su preocupación por la gente más humilde y necesitada.
Sostuvo que en el 2006 quedó zanjada cualquier duda que tuvo la jerarquía eclesiástica con respecto al pensamiento de la Teología de la Liberación.
Refirió que ese año, el secretario de entonces de la Congregación para la Doctrina de la Fe, monseñor Angelo Amato, le envió una carta señalando que mediante el artículo “Koinonía Eclesial” el padre Gutiérrez aclaró “los puntos problemáticos en algunas de sus obras” y pidió que sea ampliamente difundido.
De acuerdo con la nota adicional que envió monseñor Amato, en octubre de 1995 la Congregación  que dirige solicitó al sacerdote peruano un artículo sobre la eclesiología de sus obras debido a ciertos “abusos pastorales” que aparecieron a partir de “una Teología de la Liberación mal entendida“.
El documento señala que –tras varias idas y venidas– el examen al que fue sometido el artículo resolvió, en el 2004, que “no había objeción teológico-pastoral” al trabajo del padre Gutiérrez.
“Se hizo el pedido para que el padre pudiera explicar su trabajo, pues él es el fundador de la Teología de la Liberación, pero ha tenido seguidores, algunos de los cuales no entendieron bien sus postulados“, dijo Cabrejos, quien recordó que en esa oportunidad se imprimieron 5 mil ejemplares que fueron distribuidos entre obispos y congregaciones religiosas en todo el país.
Críticas del cardenal
Por su lado, el cardenal Juan Luis Cipriani aprovechó su programa radial “Diálogo de Fé” para criticar la Teología de la Liberación, la que, en su opinión, ha hecho mucho daño.
Indicó que parece que hay una “nueva primavera de Gustavo Gutiérrez“.
Comentó que “su amigo”, monseñor Müller –actual prefecto de la Doctrina de la Fe y a quien calificó de “buen teólogo, un tanto ingenuo”– motivó el encuentro con el Papa para ayudarlo.
Sin embargo, hay que recordar que monseñor Muller fue nombrado por el papa Benedicto XVI como editor de sus obras y luego ratificado por el papa Francisco como la primera autoridad para vigilar la pureza de la Doctrina de la Fe en la Iglesia universal.
Cipriani hizo referencia a dos “instrucciones” enviadas en los años 80 por monseñor Joseph Ratzinger, mucho antes de ser Papa, pero no mencionó que posteriormente se reunió personalmente con el padre Gutierréz y reconoció el valor de su trabajo, encuentro que no se difundió en el Perú.
Una Iglesia pobre y para los pobres
Poco después de la elección del cardenal argentino Jorge Bergoglio como nuevo Papa, el padre Gustavo Gutiérrez exhortó a los católicos a hacer realidad el sueño del Sumo Pontífice de tener una “Iglesia pobre y para los pobres”:
“¿Estamos, como cristianos y como Iglesia, dispuestos a morir a nuestras propias ventajas y a ciertas consideraciones sociales por solidaridad con los más pobres, en los que encontramos a Jesucristo, muerto y resucitado por todos?”, escribió en su artículo por Semana Santa.
“Si no es así, aunque hayamos pasado por la Semana Santa, ella no habrá pasado por nosotros”, sentenció.

Antonio Elduayen CM celebra 62 años de sacerdocio

[Visto: 2646 veces]

Antonio Elduayen CM

El 9 de octubre de 1951 fue ordenado sacerdote el Padre Antonio Elduayen Jiménez CM, quién desarrolla su misión pastoral en la Parroquia de la Virgen Milagrosa (Vicaría VIII – Arquidiócesis de Lima), ubicada en el parque de Miraflores. El Padre Antonio nació el 4 de agosto de 1927 y es el inspirador de miles de jóvenes egresados de los colegios de la Congregación de la Misión en el Perú, así como de las parroquias que bajo su responsabilidad ha tenido que gestionar.
La Congregación ha sido el crisol en el cual se han forjado extraordinarios miembros del episcopado peruano como Monseñor Emilio Trinidad Lissón Chávez CM, XXVII Arzobispo de Lima; Valentín Ampuero CM, Obispo de Puno; Juan José Guillén CM, Obispo de Cajamarca; Federico Pérez Silva CM, Obispo de Piura y Arzobispo de Trujillo; y Raimundo Revoredo Ruiz CM, Obispo Prelado emérito de Juli.
Emilio Lisson CMPRIMEROS HERMANOS BEATOS
Catorce vicentinos y 30 Hijas de la Caridad más, serán beatificados en España el 13 de octubre de 2013. La ocasión marca algunos hitos.
El hermano Luis Aguirre, el hermano Narciso Pascual y el hermano Salustiano González serán los  primeros hermanos en ser beatificados en la Congregación de la Misión. Estos hermanos serán beatificados junto con otros 11 misioneros.
El mismo día, Dolores Broseta Bonet, laica vicenciana, miembro de las Hijas de María de la Medalla Milagrosa, que socorrió a las Hijas de la Caridad durante el tiempo que estaban viviendo una pensión, también será beatificada.
Fuente: Misioneros Paules Mártires de la Revolución Religiosa en España 1934-1936 Antonio Orcajo CM.

Ayuno y oración

[Visto: 1051 veces]

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Ustedes y yo somos cristianos, discípulos misioneros de Jesucristo. Pero ¿nos hemos detenido alguna vez a pensar en serio lo que eso significa? Jesús se lo dijo al gran gentío que le seguía, tal como lo leemos en el evangelio de hoy (Lc 14, 25-33). Bajo el epígrafe de “lo que cuesta seguir a Jesús”, el evangelio nos dice tres cosas muy importantes y que hemos de tener en cuenta: 1. La grandeza de la propuesta que Jesús nos hace; 2. la opción que hemos de hacer por Él hasta las últimas consecuencias; y 3. la necesidad de sopesar los términos de su propuesta así como el compromiso de cumplirlos exitosamente.
Ante todo la grandeza de la propuesta de Jesús, que es su invitación a ser sus discípulos. Todo un honor y un privilegio. Para Jesús ser su discípulo es seguirle con un amor incondicional y sobre todas las cosas, lo que, aparte de las renuncias que implica, ennoblece y sublima el amor. Lo hace divino. El amor del cristiano a Jesús no excluye otros amores legítimos (padres, familia, etc.), como algunos le hacen decir a Lucas (14,26) y aún más, a Mateo (10,37). Se trata simplemente de aplicar a Jesucristo, puesto que es Dios, lo que nos dice el Primer Mandamiento de la Ley de Dios: que hay que amarlo sobre todas las cosas, sin interferencias de ninguna clase. Digamos también que el amor de entrega a Jesús, al hacernos sus discípulos, nos realiza como personas y como cristianos. Sencillamente, porque siendo Jesús el ser humano más perfecto, imitarlo y seguirlo es realizarnos como hombres y mujeres perfectos.
Añadamos lo que añade Jesús: que la condición sine qua non, indispensable, para ser sus discípulos es llevar la cruz detrás de Él. No queda otra. Como Él tenemos que asumir el destino de nuestras vidas y llevarlas adelante, cueste lo cueste, hasta las últimas consecuencias, que, en Su caso, fue la misma muerte en el patíbulo de la cruz. Esperando que nuestra muerte no tenga un final así, siempre queda en pie lo de cargar nuestra cruz, es decir, asumir esa suma de circunstancias y decisiones, que, a lo largo de la vida, nos irán realizando como personas y discípulos de Jesús. Como vemos, la cruz del discípulo va más allá de las enfermedades, los accidentes, el cese laboral, etc. Y desde luego, más allá de todas esas cruces que nos hacemos para cargarlas en las procesiones.
La tercera cosa que el evangelio nos pide tener en cuenta es objeto de dos parábolas (Lc 14,28-33), que apuntan a lo mismo: a tener un final feliz. No basta tener un buen comienzo (empezar a seguir a Jesús), sino que es necesario terminar bien (seguirle hasta el final). Contra lo que pueda parecer, el objetivo de las dos parábolas no es -ni puede ser- el aceptar o no ser discípulos del Señor o el aceptar o no entrar en el Reino de Dios. El objetivo es advertirnos sobre la necesidad de conocer las exigencias de la propuesta del Señor y, consecuentemente, de nuestra entrega a Él. La necesidad de conocerlas, pero, también y sobre todo, de estar preparados para afrontarlas y superarlas. ¿Nos sentimos sanamente orgullosos de ser cristianos discípulos del Señor?
¿Lo amamos por sobre todas las cosas? ¿Hasta saber cargar la cruz de cada día?

En homenaje al Padre Segundo Arana CM

[Visto: 1534 veces]

Segundo Arana CM

Carta del Padre Pedro Guillén, Provincial de la Congregación de la Misión:
Damos gracias a Dios por habernos complacido con la presencia del Padre Segundo tantos años en el Perú y entre nosotros. Su abnegación y tenacidad en el trabajo, su fidelidad en el cumplimiento del deber en todas las funciones que se le asignaron tanto en el colegio “Manuel Pardo” como en la parroquia “San Vicente de Paúl” de Chiclayo, su capacidad en las tareas organizativas especialmente en la economía, su sencillez de trato para la relación con los externos -alumnos, profesores, padres de familia, grupos parroquiales- y en el ambiente comunitario, su sinceridad y espontaneidad para afrontar la vida con alegría, su espíritu de integración, de corresponsabilidad y subsidiaridad en el ámbito de la comunidad, hasta su gusto pòr la música… en una palabra su amor a la Congregación y a nuestra Provincia manifestado en Chiclayo, son algunas de las actitudes y virtudes que desarrolló en profundidad y que nos exhortan y compromenten a cada uno de nosotros a seguir su testimonio y ejemplo.
Ahora el Padre Segundo descansa en paz en compañía del Señor y desde su presencia nos anima a cada uno a seguir instaurando el Reino de Dios. Sirva nuestra oración y nuestro recuerdo como una ofrenda agradecida al Señor que lo llamó a vivir la vocación sacerdotal desde el carisma de San Vicente y ahora lo invita a partir a la eternidad.
El Evangelio de hoy
Por Antonio Elduayen Jiménez CM
En el banquete de la vida Jesús nos pide ser humildes y generosos. Difícil, sobre todo, cuando todos quieren figurar y sacar provecho para sí. Cuando “el parecer” y “el tener” priman sobre “el ser”. Pero es lo que Jesús nos pide en el evangelio de hoy (Lc 14,1. 7-14). Eso y optar siempre por los pobres y sencillos y vivir “la distinción de ser cristianos”, lo que muy pocas veces tenemos en cuenta. Invitado a comer en la casa de uno de los principales fariseos de la ciudad, a Jesús no le agradó lo que estaba viendo y así lo hizo notar al anfitrión y a los comensales por medio de una parábola. No le agradó que los invitados, pagados de sí mismos, escogieran (¿y se pelearan por?) los primeros puestos. Y no le agradó que el fariseo anfitrión hubiera invitado al banquete sólo a gente de posición social y de su círculo familiar y de amigos. ¡Ni un pobre…!
No era lo que Jesús enseñaba y practicaba. Había nacido pobre y quienes le seguían eran pobres, empezando por sus discípulos. Más aún, había declarado bienaventurados a los pobres, los pobres de espíritu en la línea de los anawin, que recomendaban los profetas. Humildes y sencillos, pero con dignidad y hombría, con espíritu de lucha y de superación, y poniendo toda su confianza en Dios y no en las riquezas ni en el poder. A muchos kilómetros luz de la vanidad y de la huachafería que estaba viendo en el banquete (y que vemos nosotros en la vida). Decididamente, el mundo de Jesús no era ese y, de seguro, había aceptado la invitación con la esperanza de hacer entrar la salvación en esa casa (Lc 19, 9). Es lo que hizo, al ayudar a cambiar de mentalidad a toda aquella gente (y a nosotros), y al intentar poner las cosas según el Proyecto del Reino.
Jesús insistió en la humildad, pero la humildad que propuso (y nos propone) no es la baja estima de sí mismo ni el dejarse pisar, sino el vivir en la verdad. Vivir reconociendo los valores y las limitaciones personales, para saber hasta dónde uno podrá llegar y exigirse, dar de sí o quedarse. Y vivir reconociendo los valores y las limitaciones de los demás, para felicitar y aplaudir o para ser comprensivos y disculpar. Un falso concepto de la humildad ha hecho y sigue haciendo mucho daño. Todo lo contrario a lo que una verdadera humildad hace y puede hacer, como lo vemos en la Virgen María (Lc 1,48), en Jesús (Mt 11,29) y en todos los hombres y mujeres grandes de la historia.
“La distinción”, como estilo de vida, es la otra cosa importante que Jesús nos enseña y pide en el evangelio de hoy (Lc 14, 12-14). Sus discípulos, nosotros los cristianos, no podemos ser como “los paganos”, que sólo aman a quienes les aman y sólo saludan a quienes les saludan (Mt 5,4). Tenemos que ser distintos, diferentes: invitar también a quienes no podrán correspondernos, invitar a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. Muy difícil ¿no? Aún así, bien entendido, debe ser lo que nos distinga como cristianos.

Nadine y Ugo de Censi SDBOrganización de voluntarios dirigida por el párroco italiano promueve actividades para jóvenes como la carpintería, tallado y vitrales.
La organización del padre italiano Ugo de Censi es muy valiosa y estimada por los jóvenes de la zona de Chacas (Áncash). En sus talleres ellos aprenden carpintería, tallado, vitrales y albañilería al estilo de los oratorios de Don Bosco. Acceden de esa manera a un mejor futuro gracias a la formación laboral que les otorga Operación Mato Grosso (OMG), organización no gubernamental ubicada en esa zona.
Uno de los ejes importantes de OMG es la educación de niños pobres y huérfanos, así como el aprendizaje de un oficio como las labores en madera, la pintura, la cerámica, el tejido, entre otros.
Fue el padre italiano Ugo de Censi quien fundó esta organización. Él es párroco de Chacas (Áncash) desde 1976, fecha en que empezó a movilizar a miles de  voluntarios para   trabajar en Perú, Bolivia, Brasil y Ecuador en actividades educativas, laborales, religiosas, sociales y sanitarias.
Precisamente el pasado jueves llegó al distrito de Yanama, región Áncash, la primera dama Nadine Heredia para apoyar la labor del padre Ugo de Censi y por el aniversario del distrito de Yanama.
Heredia estuvo acompañada de la ministra de Comercio Exterior y Turismo (Mincetur), Magali Silva y el presidente del Congreso, Fredy Otárola.
La comitiva visitó la Catedral de Yanama, construida por los propios pobladores. También acudieron a los talleres de carpintería y tallado en madera, donde se producen piezas para comercializarse en Lima y ser exportadas.
Apoyarán la artesanía
La titular del Mincetur, Magali Silva, anunció que su sector impulsará la actividad artesanal de esta ciudad, a fin de promover el turismo y mejorar el trabajo formativo – productivo.
Señaló que algunos de los productos artesanales se promoverán en la vitrina de Perú Home en la feria ‘Perú Gift Show el 2014’, que busca apoyar la comercialización de productos peruanos “enmarcados en un concepto de decoración 100% peruano que responde a las tendencias del mercado, mostrando su utilidad en todos los ambientes de una casa”.
Comentó que se brindará asistencia técnica en la ruta exportadora conformada por las localidades de Chacas, San Luis, Yanama, Llamellín y Jangas, mediante una serie de cursos orientado al apoyo de las micro, pequeñas y medianas empresas. Dicho apoyo se dará a través de la Asociación de Artesanos de Don Bosco, impulsado por OMG.
MAYOR SEGURIDAD
La ciudad de Yanama se ubica en una zona donde se han producido una serie de actos delictivos que atentan contra la seguridad ciudadana y ponen en riesgo la obra del Padre Ugo de Censi (quien recibió amenazas)  y la Operación Mato Grosso.
Ante ello, el Ministerio del Interior reportó que se desarrollaron una serie de reformas. Entre ellos, el cambio del Alférez PNP Miguel Chávez Meléndez y de 10 suboficiales de la Comisaría Sectorial de San Luis. Se nombró en su reemplazo al Alférez PNP Wagner Valdiglesias Mamani al mando de 16 efectivos.
Fuente: Diario La República.

Beato Justo Takayama Ukon

[Visto: 1890 veces]

<div style=

Guerrero valiente, político honrado y gran evangelizador
Por Pablo Ginés
Dirigió ejércitos, pero intentó limitar la pérdida de vidas; se trató con los más poderosos, pero se mantuvo siempre independiente a las presiones y fiel a su conciencia. Fue un señor feudal, que prefirió abandonar su feudo a abandonar a su Señor. Recibió un funeral español con honores militares. Y la Iglesia en Japón lo quiere beatificar.

Un samurai para Cristo
Los obispos japoneses han enviado a Roma el informe de 400 páginas que presenta la figura del samurai y daimio (señor feudal) Takayama Ukon, bautizado a los 12 años, fiel servidor de los shogun Obunaga e Hideyoshi, que unificaron el Japón, y exiliado a los 62 años con otros 300 cristianos en Filipinas, durante la persecución de Tokugawa. 
La Iglesia japonesa querría verlo beatificado en 2015, cuando se cumplen 400 años de su muerte en Filipinas. 
Sería un caso muy especial: hay muchos santos japoneses (42 santos y 393 beatos, incluyendo misioneros europeos), pero son todos mártires que murieron en grupos en distintas persecuciones. Takayama Ukon es distinto porque es un laico, un político, un militar, que llegaría a los altares por la vía de sus virtudes heroicas, no del martirio. 
Murió en 1615 en Manila, de una enfermedad, 10 meses después de llevar a 300 compañeros cristianos perseguidos a la seguridad de Filipinas, que era territorio español. 
“Consideración especial” en el Vaticano
Según el arzobispo de Osaka, Leo Jun Ikenaga, en 2012 escribió a Benedicto XVI presentando esta causa de canonización y asegura que en el Vaticano le prometieron una “consideración especial”. 
Para el postulador de la causa, el padre Kawamura, este daimio puede ser un modelo para los políticos actuales, porque vivió en un entorno hostil, de políticas siempre cambiantes, pero “nunca se dejó extraviar por los que le rodeaban y vivió una vida según su conciencia, de forma persistente, una vida adecuada para un santo, que sigue dando ejemplo a muchos hoy”.
Un padre con inquietudes profundas
Takayama tenía 12 años cuando trajo al castillo de Sawa a un sacerdote católico, por petición de su padre, el señor Tomoteru, un hombre con inquietudes religiosas, que quería debatir las virtudes del budismo con un sabio cristiano. Era 1564, y habían pasado ya 15 años desde que un barco portugués atracara por primera vez en Japón.
Tomoteru analizó en profundidad y con detenimiento la propuesta cristiana y le gustó, por lo que se bautizó él y su casa: su hijo, el joven Takayama (su nombre real era Hikogoro Shigetomo) recibió como nombre de bautismo el de “Justo”.
Eran tiempos muy turbulentos. Los Takayama fueron fieles a los que resultaron ser los triunfadores de esa época: Oda Nobunaga primero; y cuando éste fue asesinado, Toyotomi Hideyoshi, el gran unificador de Japón. 
Funerales honrosos para vasallos
Al ganar nuevas tierras y vasallos, asombraban a éstos por conceder elaborados funerales con ataúdes, banderas y procesiones a personas que no eran nobles. 
En 1576, con el sacerdote italiano Gnecchi Soldo, Ukon Takayama hizo construir la primera iglesia de Kyoto, que durante 11 años sería un centro misionero de Japón. De ella hoy sólo queda la campana. 

Se entregó como rehén y salvó vidas
En 1578, con 26 años, siendo señor del castillo Takasuki, el joven samurai cristiano dio ejemplo de su temple al encontrarse en una complicada encrucijada. Su hermana era rehén del señor Murashige, que había disgustado al poderoso Nobunaga. Murashige era invitado de Ukon Takayama, pero un ejército de Nobunaga acudió al castillo pidiendo que le entregasen a Murashige. Hiciese lo que hiciese, mucha gente podía morir. 
El joven samurai se afeitó la cabeza, se vistió de monje budista –rituales para expresar humildad y rechazo a la violencia- y se entregó como rehén a Nobunaga. Así evitó el derramamiento de sangre. A éste le impresionó la salida del joven y le premió con su confianza y con títulos. 
Tres años después, Nobunaga era asesinado, y los Takayama apoyaron a su general y heredero, Hideyoshi, con gran valor en combate. Éste premió a Ukon con el feudo de Akashi, donde en poco tiempo 2,000 personas se convirtieron al cristianismo, la fe de su nuevo daimio.
El tirano y la concubina cristiana
Pero en 1587 acabó la tolerancia para el cristianismo en Japón. Hideyoshi no sólo quería un Japón unido, sino absolutamente dominado bajo su poder. Al parecer, una noble chica cristiana se negó a ser una más de sus concubinas, debido a su fe, y eso le enfadó mucho. 
Por esas mismas fechas, un comerciante portugués cuyo barco había sido apresado por los japoneses habló con palabras altaneras a Hideyoshi, asegurando que la flota de guerra portuguesa algún día llegaría a Japón, lo que acabó de enfurecerlo.
El nuevo señor de las islas no quería resistencia alguna, ordenó la expulsión de los misioneros y de todos los extranjeros y presionó a los señores japoneses para que renunciasen a la fe cristiana. Algunos nobles, como Ukon Takayama, podían maniobrar, más o menos, para demorar o esquivar las presiones y proteger a sus vasallos cristianos. 
Prohibición total, paciencia y fe
Pero menos de 30 años después, en 1614, el nuevo shogun Ieyasu Tokugawa lanzó la prohibición total del cristianismo. A los cristianos se les pedía pisotear o escupir a un crucifijo como signo de su abandono de la fe. 
Ukon, con más de 60 años, respondió al shogun: “No voy a luchar con armas o espadas, sólo tendré paciencia y fe de acuerdo con las enseñanzas de mi Señor y Salvador, Jesucristo”. 
Ese año 3 barcos dejaron Japón con cristianos japoneses. Dos iban a la portuguesa Macao. Otro, en el que viajaban Ukon Takayama, su esposa, hija y nietos, y unos 100 laicos japoneses, fue a Manila. 
“Dios dice que quien toma la espada se arruina con ella. Formad familias en Filipinas y regresad a Japón como enviados para la paz”, dijo el daimio en el puerto de Nagasaki a su pueblo que se exiliaba con él. 
Su esperanza es que aquellos cristianos volverían a Japón, más numerosos, como un puente entre culturas. Ya no pensaba en ejércitos, sino en algo más poderoso, que vive de generación en generación: pensaba en familias. 
No podía saber que Japón se iba a cerrar a toda influencia extranjera durante más de 250 años, un fenómeno cultural y político realmente singular en la historia.
Un samurái entre españoles
En Manila le recibió una multitud de curiosos y los españoles le trataron con todo respeto. Incluso se habló de preparar una expedición militar española a Japón bajo su mando o consejo, pero él se negó.
Murió el 3 de febrero, 40 días después de su llegada a Filipinas, por una enfermedad. Los españoles le honraron con una gran funeral lleno de honores militares. Aquellos exiliados japoneses se fundieron con la población católica filipina rápidamente.

Un legado vivo
En una plaza de Manila se levanta una escultura que recuerda a Ukon Takayama, el “samurai de Dios”, con la cruz en sus manos. 
En Japón los católicos celebran peregrinaciones a los lugares en los que vivió, luchó y rezó. Como sucedió con Cristo y suele suceder con los santos cristianos, su mayores victorias las cosechará después de muerto.

Iglesia, sacramento de salvación

[Visto: 2221 veces]

Predicar el Evangelio

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
¿Me salvaré yo?, es el interrogante que va implícito en la pregunta que aquel hombre del evangelio le hizo a Jesús (Lc 13,22-30). ¿Nos salvaremos nosotros?, es la tremenda pregunta, existencial y escatológica, que alguna vez nos habremos hecho y le habremos hecho al Señor. Porque si se salvan muchos, es posible que yo esté entre ellos, pero si se salvan pocos… Prudentemente Jesús no quiso responder la pregunta diciendo que son muchos o que son pocos. Hombre práctico y conocedor del corazón humano, prefirió decirnos qué tenemos que hacer para salvarnos. Por eso, su respuesta es una invitación a poner cuanto esté de nuestra parte para salvarnos. Y una advertencia a no creer a la ligera que vamos a salvarnos porque hemos rezado a Dios, hemos escuchado su palabra y hemos comido y bebido con Él (la eucaristía). Podría pasarnos lo que a los judíos, que, por ser los primeros depositarios de la Alianza, se creían seguros y salvados. “Miren, dice el Señor: los primeros serán últimos, y los últimos serán primeros” (Lc 13,30).
Jesús les pudo haber dicho que la voluntad de su Padre, su designio y decisión, es que todos se salven (Jn 6, 39-40). Que el Padre Dios lo había enviado a Él para la salvación del mundo (Jn 3,17) y que haciendo honor a su nombre de Jesús = salvador (Mt 1,21), habría de dar su vida por nosotros para salvarnos (Rom 5, 8-11). Les pudo haber dicho también que la condición para salvarse es tener fe en Él (Jn 3, 18; 6, 40). Que la esperanza conlleva la salvación (Rom 8,24. El famoso “spe salvi” de San Pablo, al que Benedicto XVI dedica su Carta Encíclica sobre la esperanza cristiana. (¿La han leído o al menos la tienen en casa?) Y que la caridad, el hacer obras de caridad con los pobres y necesitados, lleva a la salvación (Mt 25, 46). Pero no, lo que Jesús les dijo (y nos dice) es que nos esforcemos por entrar (al Reino de Dios) por la puerta estrecha (Lc 13,24)
Mateo (7, 13-14) nos habla de dos caminos y dos puertas, y comenta: ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación, y qué pocos son los que los encuentran! La salvación, siendo puro don de Dios, exige nuestra colaboración, que es lo que Jesús llama entrar por la puerta estrecha. Es decir, hay que colaborar haciendo todas aquellas cosas que conducen a la salvación y hasta la anticipan: practicar la justicia, construir y vivir la paz, amar y ayudar al prójimo, etc. Haciendo todas esas cosas no sólo nos preparamos para la salvación sino que vamos  haciendo que nuestra historia sea Historia de Salvación. Hay que esforzarse como si todo dependiese de nosotros y hay que confiar en la gracia de Dios como si todo dependiese de Él, lo que es la pura verdad (Ef 2, 8-9). Al respecto, es famosa y acertada la frase de San Agustín: quien te hizo sin contar contigo, no puede salvarte sin ti.
Para el evangelista Juan, la puerta angosta por la que hay que entrar para salvarse es Jesús el Buen Pastor: “Yo soy la puerta, dice Jesús, el que entre por mí estará a salvo…” (Jn 10, 9). Ahora bien, entrar por Jesús es creer en Él, dejarse seducir por Él, hacerlo el centro de nuestras vidas, cumplir sus enseñanzas, arriesgarlo y dejarlo todo por Él, darlo a conocer… Es seguirle y hacer nuestra su causa… hasta dar la vida por los hermanos, como lo hizo Jesús (Jn 10,15; 17, 19).
Isabel Flores de OlivaRosa de Lima, Rosa amor
Santa Rosa de Lima fue puro amor y sólo partiendo de esto es posible entender su persona, su vida y obras, cuanto hizo por Dios y por los hombres. Vivió de amor, un amor más fuerte que la misma muerte, que le llegó cuando apenas tenía 31 años. Si no se la ve desde el amor, la Rosa dulce y frágil, cercana y amorosa, se nos torna rara e inaccesible. Una gran santa, pero no a nuestro alcance, diríamos. Y sin embargo, el pueblo la quiso y la quiere. La hizo su santa mucho antes de que, en 1471, el Papa Clemente X la declarara santa, a los 54 años de su muerte.
En un tiempo que ya no hacía mártires  -amigos y testigos de Jesús hasta dar su vida por El- , Rosa quiso serlo de la única manera en que entonces era posible: a través de la mortificación. Su penitencia o ascesis la llevó a ir muriendo poco a poco de amor por El y por los hermanos, a dar testimonio de su gran amor al Señor y ayudar a completar lo que falta a Su pasión redentora. La clave de la entrega de su vida por amor la encontró Rosa en Jn 15,13 y Col 1,24. Decía: “Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor”.
Se mortificó mucho y oro aún más, por puro amor a Jesús, que fue siempre su gran amor: el Jesús niño, que acunó en sus brazos, el Jesús sufriente, cuya cruz cargó, y el Jesús Eucaristía, que alimentó su vida. Lo amó y se donó a Él como en un matrimonio místico, pero lo amó también visto en los indios, los pobres, los enfermos… “Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús…”, decía. Y quería que todos ardiesen en su amor al Señor y hasta ir de misionera: “darme toda a las misiones y a la predicación del evangelio…, acudir con salud y remedio a los indios…” La caridad de Rosa no fue sólo corporal y efectiva sino también espiritual y afectiva, pues sentía un vivo deseo por la salvación de las almas.
Con una sonrisa permanente amó las flores, los pajarillos, los zancudos (con quienes hizo un pacto), la lluvia (esa lluvia que hoy llamamos de Santa Rosa), el trabajo y el sudor, el silencio y la oración…, a sus padres y hermanos, a los pobres, a los enfermos… Pero sobre todo amó a María  -Rosa de Santa María fue el nombre con el que la misma Virgen María quiso llamarla y que se llamase.
Nacida en Lima el 30 de abril de 1586, su vida se desarrolló dentro del ambiente simple y religioso de la naciente sociedad limeña (que contaba con apenas 51 años). En la llamada “Ciudad de los Reyes”, ella pudo haber sido una reina por su belleza y fina estampa, por su calidad humana…, pero prefirió serlo del Reino de Dios por la pureza de su amor, sus virtudes y su santidad. Patrona de Lima, de América, España y Filipinas, Patrona de las Enfermeras y Patrona de la Policía Nacional, su nombre de Rosa lo llevan aún hoy millones de mujeres y cientos de ciudades, pueblos, calles, plazas, iglesias, capillas, escuelas, instituciones en todo el mundo. El nombre de una bella y santa mujer joven, que vivió y murió de amor.
Madre CovadongaMadre Covadonga
En vísperas de cumplirse 10 años de la publicación del “Informe final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación”, la religiosa María Estrella del Carmen Valcárcel, la madre Covadonga, símbolo de la lucha contra Sendero Luminoso en Ayacucho, pidió que cesen las calumnias contra la labor que cumplió la Iglesia Católica en la época del terrorismo.
“Eso que dicen que la Iglesia en Ayacucho estuvo en silencio es una calumnia de la más grande. La Iglesia en Ayacucho son nuestras autoridades, nuestros sacerdotes, las religiosas, los laicos, que hemos estado con el pueblo, ayudándoles en todo. ¿Quién lo ayudó? ¿Quién le dio esperanza al pueblo? ¿No fue la Iglesia? ¿Entonces, por qué dicen que la Iglesia no hizo nada?”, manifestó en diálogo telefónico con este Diario.
Precisamente, en el informe final de la CVR se señala que “se ha constatado que en ciertos lugares algunas autoridades eclesiásticas mantuvieron un deplorable silencio sobre las violaciones de los derechos humanos cometidas por las fuerzas del orden”.
“Creo que este es un error porque la Iglesia estuvo con el pueblo para defender sus derechos”, manifestó la religiosa.
Mentiras sobre Cipriani
La madre Covadonga expresó también que se han dicho muchas mentiras sobre la labor que cumplió el hoy arzobispo de Lima, Juan Luis Cipriani, cuando fue arzobispo de Ayacucho; una de ellas, que el prelado no apoyó los derechos humanos.
“Por supuesto es una calumnia. ¿Cómo a él, como pastor y católico, no le iban a importar los derechos humanos? Otra cosa es algo que él pudo decir en una circunstancia o en un contexto especial”, sostuvo.
La monja, natural de España pero que tiene nacionalidad peruana desde 1974, añadió que Cipriani nunca interfirió con su labor. “Nunca me puso obstáculos, ni a mí ni a mis hermanas. Él sabía que yo trabajaba en las cárceles, que iba a la corte, a la PIP, a la comisaría, y él estaba contento y siempre me ayudaba. Nunca me puso dificultades”, manifestó.
Fuente: Diario El Comercio.