Por Mariella Balbi- Diario EXPRESO.
El rumor del cierre del Congreso es fuerte. Esta semana se revisaron las mochilas de visitantes a la bancada de Perú Libre (no a un congresista) encontrándose volantes y banderolas con el eslogan: ‘Cierre del Congreso’. Insólito. Ya Vladimir Cerrón anunció que, de no aprobarse el mamarracho inconstitucional de proyecto de ley para decidir, por referéndum, una Constituyente, tenían un plan B. Léase: clausurar el Parlamento.
Pese a las críticas y a los “topos” (congresistas vendidos al régimen) el Congreso es un tapón para las tropelías y barbaridades que Castillo y su organización criminal quieren perpetuar. Han desmantelando el aparato del Estado, contratando a gente incapaz. Las FF.AA. parecen difíciles de maniatar, aunque nunca se sabe. La Fiscalía está copada, es un felpudo que limpia al gobierno, salvo honrosas excepciones. Pero el Parlamento, con sus luces y sombras, es una piedra en el zapato para el totalitarismo que vivimos.
La voracidad por clausurarlo es feroz. Maneras hay: si sale el Premier, sea porque renuncia o lo censuran, el cambio de gabinete plantea la cuestión de confianza. Si el nuevo equipo ministerial es peor aún que los cuatro anteriores, el camino está expedito. Forzar la figura de denegación de la confianza básica, como lo hizo el ‘Lagarto’ Vizcarra si no se aprueba el tal referéndum es improbable. La barrabasada vizcarrista, apoyada por los comandantes generales, es difícil de repetir.
Lo otro es cerrarlo “a la brutanté”, con violencia, como indican los intensos rumores, volantes y banderolas incautados en el Congreso. La dupla Castillo-Cerrón, la inteligencia cubano-venezolana son avezadas y no creen en las “pelotudeces democráticas” (Bermejo ‘dixit’). Vacar a Castillo sería lo más sano para el país, pero lo impiden los desvergonzados parlamentarios vendidos. Solo una tenaz crítica de la ciudadanía y de la prensa puede moverles el cuero de chancho que tienen.
Para las fuerzas democráticas el reto inmediato es continuar al frente de la mesa directiva; si no se unen como un puño, el futuro es incierto. Recordar que castillistas y cerronistas están en abierto enfrentamiento, jalándose los pelos. También en Palacio hay una purga fea. Parece que Lilia Paredes, esposa de Castillo, ha tomado el mando, rodeándose mayormente de sus paisanos. Colocó al secretario general de Palacio, Jorge Alva (Contraloría lo cuestiona); a Irma Rojas, profesora chotana; a la exfiscal Belisa Malásquez, que probablemente instruye sobre el teje y maneje de la Fiscalía para que Castillo pueda paliar su problemón judicial y maneja Essalud. Mujeres al mando que le dicen.
Fuentes de Palacio informan que Castillo solo quiere realizar eventos fuera de Lima, a los que suma consejos de ministros descentralizados. Busca adeptos entre los más humildes. Por eso cada día manda ‘equipos de avanzada’ que van preparando el terreno. Los hay de inteligencia, de protocolo de Palacio para inspeccionar ‘in situ’. En el lugar reúnen a los más necesitados, bonificándolos. Arman un enorme escenario y las leseras que Castillo lanza son transmitidas a nivel nacional. La última, decir que la “guerra entre Croacia y Rusia incrementó el COVID” es de mamey.
En esas actuaciones, la prensa no puede interrogar al mandatario. Qué pasaría si los medios acuerdan no transmitir semejantes sucesos farsescos y no informar nada de nada, salvo una ignorancia más de Castillo. Es un camino por explorar.
‘No me preocupa el Congreso porque yo lo cierro y punto’, le habría dicho Pedro Castillo a Pacheco según Karelim López
La empresaria señaló que Pedro Castillo le manifestó eso a Bruno Pacheco antes de que la Fiscalía realice investigaciones en su contra por presuntas presiones para ascensos irregulares en las Fuerzas Armadas.
La lobbista Karelim López reveló que el presidente de la República, Pedro Castillo, le habría dicho al exsecretario general de Palacio de Gobierno Bruno Pacheco que estaba dispuesto a cerrar el Congreso solo para que él se tranquilice, antes que se inicien las investigaciones en su contra por las presuntas presiones que habría ejercido en altos mandos de las Fuerzas Armadas para conseguir ascensos.
La también colaboradora eficaz de la Fiscalía mencionó que Pacheco encaró al jefe de Estado, pues él fue quien le habría pedido que realice estas presiones y no se quería hacer responsable de ello.
“Él (Bruno Pacheco) no tenía que ver, le decía (al presidente Pedro Castillo): ‘he cumplido órdenes, me has pasado las órdenes de tus amigos los chotanos’ (…) para pasárselas al general Vizcarra, de transportar el pedido’ y le decía: asúmelas tú. Qué va a pasar conmigo si renuncio, qué va a pasar con el Congreso”, señaló en una entrevista con Panorama.
Justo después de ello, López Arredondo aseguró que el mandatario le dijo a Pacheco que podría cerrar el Parlamento, ya que quería darle tranquilidad.
“Una de las cosas que el señor presidente muy ligero le dijo (a Pacheco): no me preocupa el Congreso porque yo lo cierro y punto”, manifestó Karelim López.
Tesis de Pedro Castillo
En otro momento, la empresaria también mencionó la tesis de maestría de Pedro Castillo, la cual, según un reportaje difundido este domingo por el mismo programa dominical, tendría un plagio del 54% del trabajo académico. Sin embargo, sostuvo que no podía decir más al respecto.
“Bruno Pacheco atribuyó el hecho de que el presidente lo que había obtenido de la Universidad César Vallejo no era legal. Es un tema que no puedo comentar porque es parte de la colaboración”, expresó Karelim López.
Fuente: Diario Perú21.
Miedo y asco en la oficina espiritual
Por Diego Molina– Revista COSAS.
El año debe ser 1991. Colegio San José de los jesuitas en Arequipa. Yo tenía 13 años. En plena clase de matemática, que detestaba, el sacerdote se acercó a la puerta abierta y dijo: “Molina”. Era mi momento obligatorio con el padre espiritual de segundo de media. A todos le tocaba. Y yo feliz, con tal de salir del curso en el que, si no estabas al nivel, te sacaban con carpeta del salón.
El padre “A”, que debe haber muerto hace mucho, era alto y sus pelos blancos se elevaban desde los bordes de su cabeza. Su voz era rasposa pero tranquila. Creo que tenía ojos claros. Había oficiado varios matrimonios. Yo lo vi en uno, donde demostró su elevado conocimiento de la teología. Hombre muy respetado.
Me condujo a su oficina: un espacio rectangular y angosto, con un sofá largo y un escritorio detrás del cual brillaba el seco y brutal sol serrano, a pesar de la cortina, en la única ventana. Nos sentamos, con él a espaldas de la luz. Lo primero, la confesión. “Ave María purísima”: “sin pecado concebida”. Entre mis pecados, le conté que me masturbaba. “¿En qué piensas cuando te masturbas?” preguntó con calma. Si le decía que en chicos, por un segundo entendí de que sería un punto de no retorno. “En nada”, respondí. “¿Cómo que en nada?, ¿no piensas en alguien?” increpó el teólogo. “En nada”. Hasta ahora agradezco mi respuesta insincera, porque habría sido un arma en mi contra.
El caballero sacó de algún cajón un libro gordo y azul y lo puso sobre sobre el escritorio. El título decía “yoga” en letras naranjas. “¿Qué opinas del yoga?” preguntó, y yo me mostré interesado sobre algo que sonaba arcano. “Pues mira, es una disciplina excelente” respondió a mi ignorancia. De ahí soltó una explicación que no recuerdo. Son más de 30 años. Yo confiaba en lo que sea que él diga. Un sacerdote es un enviado de Dios.
Me dijo que era muy importante la posición, la flor de loto. Entonces, nos sentamos frente a frente en el piso. Me fue informando cómo poner cada parte del cuerpo y cómo debía ser la respiración. Piernas cruzadas, mentón pegado al cuello, manos sobre las rodillas con el índice y el anular tocando el pulgar. Yo seguía cada mandato. Después de unas respiraciones profundas, me miró con fuerza e increpó: “no lo estás haciendo bien, te falta respirar mejor”. Súbitamente, se lanzó hacía mí y se dedicó a desabotonar mi camisa blanca del uniforme escolar.
A mitad de camino, sonó una alarma en mi cabeza y un temblor en mis vísceras. No tengo más palabras para informar sobre aquello que me hizo reaccionar inmediatamente. “Esto del yoga no me gusta tanto”, le dije mientras me levantaba y me abotonaba y él retrocedió a su pared. Luego se paró, hablamos algunas cosas que no recuerdo y me dejó ir. La sesión espiritual había acabado. Nunca más me volvió a llamar.
Años después, confesé el incidente a 2 amigos. Uno de ellos, respondió con su propia experiencia: “me pidió que me masturbara delante suyo”. El otro: “me hizo hipnosis echado en el sofá, no recuerdo nada”. Nunca lo sabremos.
Éramos 3 casos en una promoción de casi 100 estudiantes. Siempre me atormentó la duda ante qué les habría podido suceder a todos los demás, en la oficina espiritual.