Espionaje de correspondencia

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Benedicto XVI
El Vaticano tiene que dotarse de sistemas “antileaks”
La necesidad de hacer frente a casos y problemas manejando la presión mediática con absoluta transparencia.
Por Marco Tosatti- Vatican Insider Diario La Stampa
Los medios de comunicación de masa rebosan –comprensiblemente- de noticias sobre fugas de documentos vaticanos por parte de fuentes, quizás únicas o quizás no. Y otras noticias, menos llamativas, pero ciertamente más significativas para la vida de la Iglesia pasan a ocupar un segundo plano. Pero no están desvinculadas de las primeras, todo lo contrario: son el testimonio, en ambos casos, de una situación que Benedicto XVI se está empeñando en enderezar, modificar y corregir. En la última semana hemos destacado tres. Estas son:
Un obispo católico ha sido reducido al estado laical por haber sido acusado de haber importado a Canadá material pedopornográfico. Raymond Lahey, exobispo de Antagonish, ya no puede actuar como presbítero, presidir ceremonias religiosas, ni administrar los sacramentos. En tiempos recientes, es la primera vez que se inflige una pena de este tipo a un prelado al final de un proceso canónico. En enero Lahey fue condenado a 15 meses de prisión, porque en el aeropuerto de Ottawa, la policía había encontrado en su ordenador cientos de fotografías pornográficas de adolescentes. Lahey fue dejado en libertad bajo palabra al final del proceso.
En otro continente, la cúpula de la Conferencia Episcopal ha sido decapitada y sustituida. Se trata de la República Centroaficana, donde Benedicto XVI, el pasado 14 de mayo nombró nuevos obispos, tres años después de la investigación que condujo a la dimisión anticipada en mayo de 2009, del arzobispo Paulin Pomodino de Bangui, 54 años, y del arzobispo François-Xavier Yombandje, retirado a la edad de 52 años. Una investigación dirigida por el entonces obispo, ahora cardenal, Robert Sarah, concluyó que Pomodino adoptaba “una actitud moral no siempre conforme con su compromiso de seguir a Cristo en castidad, pobreza y obediencia”. La investigación también reveló que muchos miembros del clero local tenían hijos. El 14 de mayo pasado Benedicto XVI nombró al padre Dieudonné Nzapalainga, 45 años, arzobispo de Bangui. El sacerdote ha trabajado hasta este momento como Administrador Apostólico. El padre Nestor -Désiré Nongo-Aziagbia, de 42 años de edad, superior de la Society of African Missions en Strasburgo, Francia, fue nombrado obispo de Bossango.
Al otro lado del mundo, un obispo australiano disidente, Williams Morris, ha sido sustituido concluyendo de este modo una batalla decenal entre el prelado y el Vaticano. El prelado, cuya dimisión había sido ya solicitada, antes de su destitución tenía y expresaba ideas opuestas a las expresadas por el magisterio respecto a la confesión, la absolución general de los pecados y la ordenación femenina. Cuando fue requerida su presencia en Roma para hablar de la situación, el obispo, que seguramente parece un poco excéntrico (entre otras cosas viste de laico, llevando una corbata con su escudo episcopal) respondió que tenía compromisos pastorales que se lo impedían. Una investigación guiada por el obispo americano Charles Chaput llevo a solicitar su dimisión. A la cual parece que Morris había consentido tras un encuentro con el Papa en Australia; pero algún tiempo más tarde escribió una carta diciendo que no presentaba la dimisión porque no estaba convencido. Los pasados días ha sido nombrado su sucesor: monseñor Robert McGuckin, expresidente de la Canon Law Society of Australia and New Zealand.
Los pasados años también se dieron episodios análogos a estos, también ignorados por los medios de comunicación, incluso a veces por los locales. Dimisiones prematuras, acordadas, salidas de escena discretas. Benedicto XVI trabaja lento, quizás, pero seguro. Toca la sensibilidad, las amistades, los vínculos y el amor propio; o frustra esperanzas y ambiciones, quizás legítimas, pero que deberían dejar paso a sentimientos muy diversos y más elevados.
Quizás es este el motivo por el cual asistimos a fugas de documentos. Que desgraciadamente no parecen provenir de lugares desconocidos, sino de despachos muy cercanos- quizás en el mismo corredor- al apartamento del Pontífice. La respuesta de los miembros de la cúpula de la Secretaría de Estado hasta ahora se ha mostrado débil, usando un eufemismo. Por ello, es la opinión reservada de expertos en materia, sería el caso, vista la situación, de aceptar el hecho de que no todos los que trabajan al lado del Papa son personas fieles; y adoptar procedimientos y sistemas, incluso tecnológicos, usados en todos los países para proteger zonas y documentos “sensibles”. En realidad hemos observado una cierta sorpresa por parte de los especialistas por la ausencia de precauciones de este tipo para defenderse de los enemigos internos, además de los externos, ciertamente, en estos casos menos peligrosos. El Papa y mil doscientos millones de católicos tienen derecho a ello. Antes la fe era suficiente. Ahora ya no.

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