Voy a tu casa

[Visto: 1426 veces]

El Señor de los Milagros, por Rafael Sánchez-Concha

Evangelio según San Lucas 19,1-10:
Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.

Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos.
El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura.
Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.
Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa“.
Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: “Se ha ido a alojar en casa de un pecador“.
Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: “Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más“.
Y Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido“.

El Señor de los Milagros

Rafael Sánchez-Concha

Por Rafael Sánchez-Concha– Diario El Comercio.
Una de las devociones cristológicas más populares y profundas de América es la del Señor de los Milagros o Cristo de las Maravillas, iniciada a mediados del siglo XVII en la capital del Virreinato del Perú. La historia registra sus orígenes en el barrio de Pachacamilla, ubicado en la zona oeste de Lima, y llamado así por haber sido habitado por algunos indígenas procedentes del entorno del adoratorio prehispánico de Pachacámac. En ese mismo espacio, hacia 1650, unos negros de casta Angola, que habían conformado una cofradía en un rústico galpón, mandaron a pintar en una de las paredes de adobe una imagen de Jesús crucificado.
Se sabe que en 1651 el fresco ya había sido estampado en el muro. El pincel del pintor anónimo no logró ninguna obra maestra, pero tampoco una figura esperpéntica, pues desde el principio motivó respeto y compasión, que fue realzada posteriormente con la presencia de María Santísima y María Magdalena (aunque algunos identifican a esta última con San Juan Evangelista).
El 13 de noviembre de 1655 la capital peruana sufrió un terremoto que produjo gran ruina y miedo, y el recinto en el que los negros reunían a su hermandad fue destruido, salvo la pared que exhibía al Mártir del Calvario. Tal suceso fue asumido como una manifestación sobrenatural y dio inicio a la fama y culto del Señor de los Milagros entre los limeños. Y ante tan grande y creciente fervor, casi dieciséis años después del cataclismo, el 14 de setiembre de 1671, se celebró la primera misa a los pies del crucificado. Aquel día coincidió con la fiesta de la Exaltación de la Cruz.
El 20 de octubre de 1687, otro gran sismo asoló Lima y el pánico ante el castigo divino volvió a apresar a sus moradores. Fue entonces que un peninsular caritativo y devoto de dicha advocación, Sebastián de Antuñano, propuso a los adoradores del Cristo copiar su efigie en un lienzo y sacarlo en procesión para pedir perdón por los pecados cometidos. Esa fue la primera vez en la que esta representación de Jesús recorrió las calles limeñas. Antuñano, que había nacido en Vizcaya, inicialmente se dedicó al comercio y llegó a ostentar el rango de capitán de milicias. Tras un proceso de conversión interior dijo haber oído la voz del mismo Nazareno, que le pidió: “Sebastián, ven a hacerme compañía y a cuidar del esplendor de mi culto”. Ello fue lo que le llevó a decidirse a custodiar la sagrada imagen de forma perpetua.
La iglesia y monasterio que acogen al Cristo, que es el de Las Nazarenas, fue iniciativa de Antonia Lucía del Espíritu Santo, fundadora del Instituto Nazareno. Ella nació en Guayaquil en 1646, y hacia los 11 años llegó al Callao. Desde muy temprano sintió vocación religiosa; sin embargo, sus padres concertaron su matrimonio con el hidalgo Alonso de Quintanilla, quien falleció poco tiempo después de la boda.
Según su biógrafa, sor Josefa de la Providencia, Antonia Lucía fue testigo de una aparición del Salvador vestido con una túnica morada, quien se le acercó y la vistió exactamente igual a él, colocándole una soga al cuello y una corona de espinas en la cabeza. A partir de ese momento se resolvió por la ejecución de un proyecto: la fundación de un beaterio. Con la ayuda de personas acaudaladas se instaló provisionalmente en el barrio de Monserrate, donde permaneció catorce años, hasta que un benefactor, el mencionado Antuñano, consiguió para ella y sus religiosas un espacio adecuado en el terreno que actualmente ocupa el convento y templo de Las Nazarenas.
Casi a mediados del siglo XVIII, Lima registró uno de sus peores terremotos. El 28 de octubre de 1746, un movimiento telúrico destruyó gran parte de la Ciudad de los Reyes y fue seguido por un maremoto que inundó el Callao. Ese mismo día se recurrió a la protección del Señor de los Milagros y se le sacó en procesión. Desde entonces recorre las calles de Lima todos los años en ese mes y toma distintos caminos. Por su atributo como defensor ante los frecuentes sismos que sufre la capital peruana, el cabildo limeño lo declaró “patrono jurado por la Ciudad de los Reyes contra los temblores que azotan la tierra”.
En cuanto a su descripción iconográfica, se trata de un crucificado muerto de aspecto pálido, macilento y sangrante. A su derecha se ubica María Dolorosa, y a su izquierda María Magdalena. En la parte superior destaca Dios Creador del Cielo y de la Tierra, y debajo de él el Espíritu Santo representado como una paloma. El fondo muestra un cielo tenebroso que contrasta con la luminosidad emanada del Padre. Sobre la Cruz, a la diestra aparece un sol radiante, y a la siniestra una media luna, lo que hace semejante a esta advocación con la representación del Señor de Malta.
El anda, que conduce el lienzo del Cristo, suele ser cargada por 36 miembros de su hermandad, y tiene un peso de aproximadamente 450 kilogramos. El Redentor aparece aquí coronado. El cuadro luce enmarcado por un arco de plata, y delante de este se colocan cirios encendidos y arreglos florales que ofrecen sus fieles, las comunidades y las instituciones de la ciudad. Es importante mencionar que al reverso de la imagen ubicamos a Nuestra Señora de la Nube, devoción procedente de Quito, que se inicia en 1696 y que se muestra con los atributos de reina y madre de la pureza: el cetro, la azucena y el olivo.
En torno del Señor de los Milagros se han escrito innumerables trabajos de orden histórico, artístico, social y costumbrista. Sin embargo, son pocos los que explican el porqué del gran apego de los peruanos, en su propia patria y en el extranjero, a esta forma de comprender al crucificado.

San José Sánchez del Río

Beato Alejo Zarycky, presbítero y mártir

En un régimen contrario a Dios fue deportado a un campo de concentración, y en el combate por la fe alcanzó la vida eterna.
Sacerdote de la archieparquía de Lvov de los ucranios (1912-1963).
Nació el 17 de octubre de 1912 en Bilche (región de Lvov). Recibió la ordenación sacerdotal en la archieparquía de Lvov el 7 de junio de 1936.
Fue párroco en Strutyn y en Zarvanytsia.
El año 1948 las autoridades lo detuvieron en Riasna Ruska (Lvov), ciudad adonde se había trasladado durante la segunda guerra mundial. Lo condenaron a ocho años de exilio en Karaganda (Kazajstán). Excarcelado el 10 de abril de 1956 gracias a una amnistía general, volvió primero a Halychyna y después a Karaganda, con el propósito de organizar las comunidades católicas clandestinas. El 9 de mayo de 1962 lo arrestaron de nuevo y lo condenaron por “vagabundo” a dos años de cárcel. Tenía 51 años cuando murió el 30 de octubre de 1963 en el hospital del campo de concentración de Dolinka, cerca de Karaganda, en el Kazajstán.
Fuente: www.evangeliodeldia.orgCamino a la santidad: siervos y beatos en el Perú

Camino a la santidad: siervos y beatos en el Perú

Por Jorge Paredes Laos– Diario El Comercio.
En el ala derecha del templo de La Merced hay una cruz inmensa totalmente cubierta por pequeñas placas doradas. Cada una de ellas representa un milagro. Cada una de ellas ha sido dejada ahí por algún agradecido fiel que asegura haber sido bendecido, sanado de un mal incurable, o salvado del suicidio o del divorcio por la intervención milagrosa de un religioso que vivió en Lima en el siglo XVII, un mercedario que solía torturar su cuerpo con pesados cilicios y que alguna vez -cuentan sus hagiógrafos- hizo que se abrieran las paredes del templo para pasar por ahí y escapar del acecho del demonio. Cada día siete -en recuerdo de su muerte ocurrida el 7 de agosto de 1657-, las colas en La Merced son interminables. Ese día, todos quieren tocar la cruz del padre Urraca o llegar hasta su tumba, ubicada al fondo del templo, y alcanzar algún tipo de favor celestial. Dejan cartas, fotografías de sus hijos, buqués de boda y regalos. Ese día se canta y se reza también por su canonización. Fray Pedro Urraca de la Santísima Trinidad, a pesar de la fama de santo que tuvo en la mística Lima de su tiempo, lleva ya esperando cuatro siglos para ser aceptado en el santoral católico. Alguien que se sentía indigno de ser sacerdote, ha llegado a la condición de venerable siervo de Dios; es decir, le faltan dos peldaños más -ser beato y luego santo- para alcanzar la gloria. Como él existen otros 36 aspirantes a santos en el Perú, siete beatos y 29 siervos. Sus causas de beatificación y canonización están abiertas, y aunque unos son más populares que otros, podría decirse que en esta larga lista de espera están representadas todas las sangres.
Entre los candidatos al santoral peruano hay desde extranjeros que han paseado sus virtudes y milagros por nuestro país, como el mencionado padre Urraca, que era de Jadraque, España; el religioso italiano Luis Tezza, que impulsó hospicios para pobres en el siglo XIX; o los más contemporáneos mártires de Chimbote, los sacerdotes polacos Miguel Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski y el italiano Sandro Dordi, asesinados por Sendero Luminoso en 1991 y beatificados en diciembre del 2015. También hay mujeres humildes como las iqueñas Melchora Saravia Tasayco, llamada Melchorita por sus fieles; y Luisa de la Torre, conocida como la Beatita de Humay, quien daba de comer a los pobres de una pequeña olla de barro de la que nunca se acababa la comida; así como religiosas de alcurnia, como la madre Teresa Candamo -hija de Manuel Candamo, presidente de la República-, fundadora de la peruanísima orden de las Canonesas de la Cruz. En este grupo sobresale, además, un sastre chiclayano de origen indígena llamado Nicolás Ayllón, que aunque era un hombre casado y tenía un hijo, a su muerte se le inició un expediente por su vida caritativa -devoto de la Inmaculada Concepción, abrió un hospicio para mujeres españolas pobres que más tarde se convertiría en convento.. Por lo visto, algunos cronistas españoles no se equivocaron cuando dijeron que el Paraíso estaba en el Perú.
Camino a la santidad: siervos y beatos en el PerúSer santo no es fácil. Aunque siempre hay excepciones -como las sumarísimas canonizaciones de Juan Pablo II y la madre Teresa de Calcuta-, el camino al cielo está casi siempre lleno de obstáculos. El Vaticano exige que todo proceso de beatificación sea iniciado como mínimo cinco años después de la muerte del candidato. Entonces el obispo de la diócesis donde falleció el piadoso comunica a Roma que se ha iniciado la causa. Desde ese instante, el personaje será llamado siervo de Dios. Se nombra a un promotor (generalmente un religioso) para que recoja testimonios e indague en la vida y milagros del postulante. Si luego de este proceso se reconoce que, efectivamente, este ha llevado una existencia heroica y de sacrificio, y que sus actos han reflejado la fe y la caridad cristianas, se le pasa a la condición de venerable. Antes, debe sortear a un fiscal conocido como el ‘abogado del diablo’, quien verifica con gran celo la documentación presentada y, en palabras sencillas, trata de hacerle difícil el camino al futuro consagrado.
La etapa más complicada del proceso es el paso de venerable a beato, pues se debe probar un hecho milagroso (para ser considerado santo se requiere de otro milagro más). Todo es más rápido si el candidato murió como mártir -como ocurrió con los tres sacerdotes europeos en Chimbote-, pero normalmente lo que se exige es la realización de un evento sobrenatural, ya sea una curación inexplicable para la ciencia o un acto extraordinario, como ocurrió con el padre italiano Luis Tezza. En su caso, el milagro se concretó siglo y medio después de su muerte. La mañana del 5 de enero de 1994, frente a la clínica que lleva su nombre, en Surco, el albañil Domingo Nieves se encontraba trabajando en un foso de cinco metros cuando se le vinieron encima varias toneladas de piedras. En su desesperación, el hombre invocó al padre Tezza y para sorpresa de todos los presentes no solo salió vivo del percance sino que su cuerpo no presentó ningún rasguño. El papa Juan Pablo II no puso más objeciones y beatificó al sacerdote italiano que pasó sus últimos 23 años de vida en el Perú, dedicado a sanar moribundos y a expandir la congregación benéfica de las Hijas de San Camilo.
El padre e historiador jesuita Armando Nieto resume así las tres cualidades que debe presentar todo candidato a santo: “Debe tener como característica el amor a Dios, exhibir una virtud heroica y haber dedicado su vida al servicio del prójimo”. En su oficina, en la parroquia Nuestra Señora de Fátima, en Miraflores, el religioso muestra el “Index ac Status Causarum”, un voluminoso libro del Vaticano en el que están compendiados todos los postulantes a santos, más de un millar de casos, de los cuales una treintena pertenece al Perú.
El padre Nieto ha sido propulsor de la beatificación de Francisco del Castillo, un religioso conocido como el apóstol de Lima, quien allá por el siglo XVII se dedicó a predicar el Evangelio a los esclavos en los extramuros de la ciudad, en el antiguo mercado de Baratillo. Era un hombre que utilizaba métodos histriónicos para celebrar la liturgia y así atraer al culto a la población de origen africano. Es probable que en medio de esas intensas jornadas se le haya ocurrido crear un sermón que narrara el dramático momento de Jesús en la cruz. Conocido hoy como el ‘Sermón de las siete palabras’, esta prédica se expandió por el mundo católico y cuatro siglos después representa el momento cumbre de la Semana Santa, cuando se interpreta lo expresado por Cristo en el calvario. El expediente del padre Del Castillo se encuentra en Roma y solo falta comprobarle dos milagros para elevarlo a los altares. “Se han registrado curaciones prodigiosas pero hasta ahora no califican como milagros”, agrega con cierta desazón el padre Nieto.
Un estudioso de las vidas y prodigios de los santos, beatos y siervos peruanos es el historiador y americanista español José Antonio Benito, quien ha publicado un libro titulado “Peruanos ejemplares” (Paulinas, Lima, 2006), en el que compila las biografías de estos seres tocados por la gracia, donde lo imposible se confunde con lo normal. Por él nos enteramos de la existencia de un mártir español que tuvo horrible muerte a manos de los incas, en Vilcabamba, durante la época de la Conquista. Su nombre era fray Diego Ruiz Ortiz y podemos decir que fue el primer candidato a santo en estas tierras. Su expediente de beatificación se inició a mitad del siglo XVII cuando se publicó su biografía y se conoció su martirio. Benito lo cuenta con lujo de detalles. Ruiz Ortiz llegó al Perú en 1548. Tenía 16 años y acababa de ordenarse como sacerdote. Con el tiempo, aprendió el quechua y el aimara, y con un grupo de misioneros llegó hasta los pueblos de Vilcabamba, una región controlada por el inca Tito Cusi Yupanqui. Según narra el investigador, los religiosos se ganaron la confianza del inca y, con su permiso, fray Diego edificó una iglesia, predicó el Evangelio y sanó a los enfermos en un pequeño hospital levantado por él. “Sin embargo -narra Benito-, un día predicó contra el adulterio de Tito Cusi, quien se había separado de su esposa Evangelina para unirse con Angelina Polanquilaco. Esto mismo se daba entre sus militares y capitanes”. La paz se rompió y los religiosos comenzaron a ser hostigados.
Un día el inca invitó a fray Diego a un banquete y este se negó a asistir pues sospechaba que se iba a beber en demasía. “La gente se embriagó. Tito Cusi cogió tamaña borrachera y apoplejía”, cuenta Benito. Entonces, fray Diego le pidió que se arrepintiera de sus pecados y en represalia fue apresado. “Los capitanes comenzaron a insultarlo y golpearlo, le sacaron al campo y lo molieron a palos, le quitaron la ropa, ataron sus manos con sogas que cortaban la piel como cuchillo y lo dejaron a la intemperie desnudo y casi muerto de frío”, relata el autor español. El martirio siguió por un día más hasta que le descoyuntaron los huesos, le clavaron espinas, lo azotaron y lo arrastraron por varios pueblos. El cadáver de fray Diego, pisoteado y sin cabeza, fue puesto en un peñasco para que lo devoraran las fieras. Era 1571 y a su muerte el religioso tenía 39 años. Con el tiempo, Vilcabamba pasó a dominio español y en el lugar se levantó una iglesia, donde permanecieron sus restos hasta 1595. Después fueron llevados a un convento del Cusco, donde se perdieron a inicios del siglo XIX.
Otros casos legendarios recogidos en “Peruanos ejemplares” se refieren al español Francisco Camacho, quien deja la carrera militar para ponerse los hábitos de los hermanos de San Juan de Dios, atraído justamente por uno de los sermones del ya aludido Francisco del Castillo. El padre Camacho se somete a humillaciones, se hace pasar por loco, y es internado en un hospital. Termina sus días predicando el Evangelio y pidiendo limosna para los pobres y menesterosos. Y no menos sorprendente es lo que se cuenta de Luisa de la Torre, la Beatita de Humay, quien también castigaba su cuerpo con cilicios y disciplinas, y curaba enfermos con solo ponerles las manos encima. A su muerte, a los 50 años, su rostro “se conservó fresco y rosado y su cadáver despidió un dulce olor”.
En el silencio de la casa Riva-Agüero, en el Centro de Lima, el historiador José de la Puente Brunke recuerda con cariño a su tía abuela Teresa Candamo. “Siempre se habló de ella en la casa, existían retratos suyos en la sala y en los cuartos”, dice. Era una mujer bella, de ojos grandes y vivaces. En su niñez y juventud nadie imaginó que iba a ser religiosa. Había recibido una educación inusual para las mujeres de su época, hablaba francés e inglés, gustaba de la lectura y escribía poesía. Sus cualidades poéticas quedan reflejadas en la siguiente anécdota contada por De la Puente: “Después de la muerte de su padre [el presidente Candamo], ella viajó a Europa y en el barco en el que iba se realizaron unos juegos florales. Teresa participó y ganó el concurso. En el jurado estaba el poeta José Santos Chocano”.
Aunque no provenían de un hogar singularmente piadoso, dos de las cuatro hijas del presidente Candamo se convirtieron en monjas: Teresa y María. Al parecer en algún momento de su estadía europea, Teresa decidió dedicarse a la vida religiosa y fundar una orden nueva. “Eso no fue bien comprendido en un inicio por el arzobispo de Lima, quien pensaba que ella tenía algún sentido de figuración”, dice De la Puente. Después de meses de espera, por fin el 14 de setiembre de 1919 Teresa Candamo recibió el permiso papal para crear la nueva orden. Así nacieron las hermanas Canonesas de la Cruz, que llenaron un vacío en la vida pastoral limeña, se dedicaron a asistir a los sacerdotes en las liturgias y con el tiempo impulsaron la educación. El presidente Leguía, antiguo amigo de Manuel Candamo, le donó a Teresa un terreno en Santa Beatriz donde las canonesas construyeron su convento. “A ese lugar iba mi padre cada semana a visitar a su tía, pues con el tiempo ella ya no salía de ahí”, recuerda el historiador.
La orden se extendió por el Perú, luego por Sudamérica y ahora tiene una casa en Roma, donde se impulsa la beatificación de la madre Teresa Candamo, iniciada en 1980. “En aquellos años -cuenta De la Puente- se produjo un gran revuelo en la familia. De Roma llegó el padre Tarsicio Piccari para entrevistar a todos los parientes y a quienes habían conocido a mi tía abuela. Eran unos cuestionarios muy largos que todos debían responder”. Finalmente, fue entronizada como venerable sierva de Dios. “Por todo lo que he escuchado, por su bondad natural y por su vocación, merece ser santa”, dice su sobrino nieto con un suspiro. “Pero faltan los milagros”, le decimos. “Ah, esas son ya palabras mayores”, agrega.
Los mismos milagros que también le faltan a Pedro Urraca, a pesar de las decenas de placas que adornan su cruz. Por teléfono, la voz del padre Milko García Valladares suena tranquila. Es el vicepostulador de la causa y cuenta que el proceso después de haberse truncado en varias ocasiones a lo largo de los siglos, recién rindió sus frutos en 1981, cuando Juan Pablo II aceptó las virtudes heroicas del mercedario y lo declaró venerable. Por eso lo único que falta es conseguir un milagro. Algo que no es poca cosa. “Cuando les comento a los padres romanos que alguna vez una señora se presentó y dijo que gracias al padre Urraca había obtenido su jubilación en la ONP en un mes (presentó sus papeles un 7 de julio en su honor y el 7 de agosto la llamaron para decirle que el trámite había concluido), ellos creen que es algo normal. Solo los peruanos sabemos que eso es un milagro”, asegura García.
En cuestiones celestiales nunca se sabe. Por ahora, el padre Urraca, el religioso que curaba enfermos y se sometía a severos ayunos tras largas horas de oración, y que solía hablar con la Virgen ‘continuamente’ y espantar al demonio con su pesada cruz, debe seguir esperando el milagro final que lo lleve al cielo. No por gusto -dicen- otro de sus grandes dones era la paciencia.

Premio Campodónico 2016

Monseñor ‘Pachi’ fue premiado en la categoría Servicios Directos a la Sociedad. La ceremonia tuvo lugar en el Teatro Pirandello del Instituto Italiano de Cultura.
El obispo auxiliar de Lima, monseñor Adriano Tomasi, recibió el premio Campodónico por “su denodada defensa de la vida dando preferente atención a la dignidad de la mujer y el niño, a través de una silenciosa labor diaria y de la generación de eventos multitudinarios en defensa de las causas justas”.
Lo indicó la oficina de prensa del arzobispado de Lima, precisando que Monseñor Tomasi, más conocido como “Monseñor Pachi”, expresó su agradecimiento y dedicó el premio a quienes le ayudaron: “Todos ellos son los verdaderos merecedores del Premio; yo he sido y soy solamente ese lápiz con el cual el Señor escribe sus planes, conforme amaba decir Santa Teresa de Calcuta”.
La ceremonia de entrega del Premio se realizó este martes 25 de octubre en presencia de Sergio Balarezo Saldaña, rector de la Universidad de Piura; Robert Moniot, vicepresidente de la Fundación Clover de Nueva York; y Mario Weber, presidente de Empower Perú, entidad proponente del Premio Campodónico 2016. Asimismo, asistieron a la actividad Juan Luis Cipriani -cardenal del Perú y arzobispo de Lima- y otras personas destacadas.
El rector Balarezo expresó que el tiempo y las palabras siempre serán insuficientes para mostrar la figura y la labor de monseñor Tomasi, quien, dijo, se une a un selecto grupo de personas e instituciones de alto talante y profundo humanismo, premiadas a lo largo de estos 22 años de historia del Premio.
En su discurso, Mario Weber destacó que “sus obras y su labor pastoral oportuna, silenciosa y prolongada durante 48 años, manifiestan un interés siempre genuino y desinteresado por los más desfavorecidos. Él es la esperanza renovada para todos ellos, y la mano generosa que se ofrece a los demás siguiendo fielmente el carisma franciscano que lleva en el alma”.
El Premio Esteban Campodónico otorgado a monseñor Adriano Tomasi consiste en una medalla, un diploma de honor y un cheque por un valor monetario de 25 mil dólares, fruto del legado del doctor Esteban Campodónico Figallo.
Fuente: ZENIT.

Puntuación: 5 / Votos: 43

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *