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Por JULIO NÚÑEZ– Diario El País de España.
Durante el que sería su último viaje, a finales de agosto de 2009, el jesuita español Alfonso Pedrajas, de 62 años, obligó a su novio a que le prometiera algo: “Tú vas a hacer lo que sea y como sea para quedarte con mi computadora. No quiero que nadie la tenga”. La pareja del sacerdote hizo la promesa a bordo de un Toyota gris, mientras atravesaban las carreteras polvorientas que conducen al balneario de Urmiri, en el oeste de Bolivia, donde iban de vacaciones.
“Eso fue lo que me dijo”, recuerda por teléfono, 14 años después, quien fue pareja del religioso durante los últimos cuatro años de su vida. “No me imaginaba qué podía ser eso de ‘lo que sea’. ¿Significaría persuadir a alguien? ¿Robarla? Realmente no lo sé”, dice, sin revelar su nombre por miedo.
-¿Pero usted conocía, antes de ver lo que había en ese ordenador, que Alfonso agredió sexualmente a decenas de menores y que los jesuitas taparon las denuncias?
-Sí, dice consternado desde Bolivia, me manifestaba su preocupación, su miedo. Sin embargo, también me expresó que la Iglesia como institución lo respaldaba.
Pocas semanas después, el 5 de septiembre, el sacerdote falleció de un cáncer en un hospital de Cochabamba (Bolivia). Cuando su novio llegó al funeral, un hermano que había venido desde España ya había recogido las cosas del jesuita: fotos, libros y una guitarra. A él le entregó el ordenador ACER de Alfonso, al entender que era un objeto muy personal.
Ya en casa, el novio del jesuita encendió el ordenador. Solo él sabía la contraseña. Una vez dentro, se entretuvo entre los archivos y encontró un documento que dos años antes Alfonso le insinuó que estaba escribiendo. Se llamaba Historia. Una especie de memorias de 383 páginas mecanografiadas a ordenador, compuestas por reflexiones, relatos de episodios de su vida, así como unas decenas de cartas. En total, 350 entradas encabezadas, en negrita, por el lugar y la fecha donde las escribió. Como si fuera un camino sinuoso, su lectura permite recorrer su vida desde 1960, cuando ingresa como novicio, hasta 2008, año en el que, ya cansado y enfermo, deja de escribir.
Por primera vez desde que EL PAÍS iniciara en 2018 la investigación sobre la pederastia en la iglesia católica española, este periódico accede a un documento que muestra la mirada de los abusos y su encubrimiento desde el otro lado, el del religioso agresor.
En las páginas del diario, el sacerdote admite que abusó de decenas de niños mientras fue profesor de varios colegios de América Latina, especialmente en uno de Cochabamba. Y relata también cómo la orden (al menos siete superiores provinciales y una decena de clérigos bolivianos y españoles) encubrió sus delitos y las denuncias de algunas víctimas. Cuenta que siente miedo de ser descubierto y chantajeado. Se avergüenza de sus delitos, aunque siempre se refiere a ellos como “pecados”, “meteduras de pata” o “enfermedad”. Confunde las relaciones homosexuales consentidas con las agresiones a menores. Abusos que nunca describe en detalle, pero que hoy sus víctimas, cinco de ellas contactadas por EL PAÍS, recuerdan con pavor.
El novio del sacerdote vio negro sobre blanco confesiones como esta: “El mayor fracaso personal: sin duda, la pederastia”.
El jesuita Alfonso Pedrajas, en una de sus visitas al balneario de Urmiri, en Bolivia.
Sin pensar en las consecuencias, envió al hermano, por Courier Express, un DVD en el que grabó decenas de fotografías y las memorias. “Nunca pensé que acabaría en la prensa”, reconoce ahora a este periódico. Alguien de la familia imprimió el documento en España, lo guardó en un archivador verde de anillas y lo metió en una caja de cartón. Allí descansó, en una buhardilla madrileña.
Hasta diciembre de 2021. Cuando Fernando Pedrajas, un sobrino del jesuita, subió a limpiar ese trastero y se topó con el legajo secreto cubierto por un fino velo de polvo. Fernando lo ojeó fugazmente y se lo llevó a casa para leerlo. “Las primeras páginas eran bonitas. Algunas eran cartas a mi abuela donde le contaba con ilusión que quería ser un buen sacerdote. Conforme fui leyendo, me di cuenta de la realidad: mi tío fue un pederasta”, recuerda Fernando. Leyó con pavor el número de niños de los que su tío calculaba haber abusado:
“Hice daño a mucha gente (¿a 85?), a demasiados”
Fernando era consciente de que lo que tenía entre manos era mucho más que un caso de pederastia en la Iglesia. Decidió denunciarlo todo a la Compañía de Jesús en Bolivia. “Lo primero son las víctimas, que encuentren algún tipo de justicia”, argumenta.
Mantuvo, en el verano de 2022, una breve correspondencia por correo electrónico con el actual director del colegio de Cochabamba donde su tío cometió la mayoría de los abusos, pero este rehuyó cualquier tipo de responsabilidad. Presentó el diario ante la Fiscalía española, que ha desestimado el caso por estar prescrito. Finalmente, lo denunció al ex provincial jesuita Osvaldo Chirveches, encargado de investigar los abusos en la orden. Desde octubre, Fernando no ha recibido una respuesta sobre el estado de la investigación canónica. La única comunicación insistente de Chirveches ha sido: “Envíanos el diario”.
Chirveches asegura que la orden solo ha recibido una denuncia y que ha abierto una investigación canónica previa al respecto. No informa sobre si la orden ya tenía constancia de estos abusos. Tampoco ha interrogado a los provinciales que aparecen acusados de encubrimiento en las memorias. “Nosotros, al no tener el diario, no podemos ampliar de oficio esta investigación”, defiende.
Ante la posibilidad de que la orden silenciase el caso, el sobrino decidió escribir a EL PAÍS y entregarle el diario. Este periódico lo ha estudiado, ha encontrado fotografías de la época y otros documentos que contextualizan las descripciones del jesuita. Ha contactado con algunos de los religiosos que supuestamente encubrieron sus crímenes y también ha hablado con cinco de sus víctimas -varias aparecen citadas en el diario-, que relatan lo que el jesuita no se atrevió a escribir: cómo abusaba de ellas y las secuelas que les causó. Este relato contiene fragmentos literales extraídos del diario que no siguen un orden estrictamente cronológico.
Aquí comienza la Historia:
PARTE 1
“No soy tan culpable” Si entré en la Compañía, me vine a América e hice los votos perpetuos es para ser santo.
Lima [Perú], 2 marzo 1963
Alfonso Pedrajas Moreno nació el 10 de junio de 1943 en Valencia, en el seno de una familia extremadamente religiosa. Con 17 años, entusiasmado, viajó hasta Raimat (Lleida) para ingresar en la Compañía de Jesús como novicio. Solo unos meses después, convencido de que su destino obedecía a un designio de Dios, escribe a sus padres para anunciarles la noticia que cambiaría su vida: se hace misionero y se marcha a Latinoamérica.
Alfonso describe esta aventura con la ilusión de ayudar a los más pobres. Durante su primera década allí, entre 1961 y 1971, residió a caballo entre varios centros de la orden en Bolivia, Perú y Ecuador. Tiempo que dedicó a formarse como sacerdote y en el que comenzó a dar sus primeras clases. Pasó por los centros bolivianos de San Calixto, el Colegio Nacional Ayacucho y el Correccional de Menores, los tres en La Paz. También por el Colegio Colombia, en Lima, y por el seminario San Antonio Abad, en Quito. Fue en estos años en los que el jesuita, entonces en la veintena, escribe sobre su primera agresión sexual en un barrio limeño.
Tras este periplo de formación, y seis años después de su primer abuso reconocido, Alfonso, al que por entonces empezaron a llamar Pica, se asentó finalmente en Bolivia. Era octubre de 1971, cuando la orden lo nombró subdirector del Colegio Juan XXIII, un internado que en esos años rescataba a niños de la pobreza para que tuvieran un futuro. El jesuita era uno de los encargados de recorrer Bolivia en busca de estos chavales.
A los tres años de llegar, el religioso ascendió a director y transformó el colegio en un pequeño estado. Los internos mayores trabajaban la mitad del día para que el centro pudiese autoabastecerse: tenían una panadería, cerdos, vacas, un huerto. Fabricaban tapas para alcantarillado que luego vendían al ayuntamiento de la localidad.
Se hacían llamar Pequeña Nueva Bolivia y el poder último lo ostentaba Pica. El jesuita dirigía el centro y las vidas de cientos de alumnos. Muchos antiguos alumnos, nacidos en familias pobres, recuerdan en sus redes sociales aquellos años con cariño.
Otros tantos, sus decenas de víctimas, con pavor.
Pica, a la izquierda, durante su estancia como profesor en el colegio San Calixto, La Paz, Bolivia.
PARTE 2
“He soñado que se descubría el pastel”
Recuento de estos últimos 17 años: fracaso, vergüenza, hipocresía, pequeñez, desorientación total. Me siento muy empequeñecido. He hecho mucho mal. Le pido una recreación: si vuelvo, que sea nuevo. Veo todo claro: mi vaciedad, un Dios lejano que se esconde… No soy tan culpable.
Caracas [Venezuela], 21 junio 1978
Pica viajó a España en 1978 para la tercera probación de sus votos, etapa final de la formación de un jesuita. Allí, en un centro de la compañía en Alcalá de Henares, habló sobre los abusos sexuales con su instructor, el sacerdote ya fallecido José Arroyo, el mismo que unos años antes también dirigió para ese mismo examen a Jorge Bergoglio, actual papa Francisco.
En el diario no hay constancia de cómo fueron esas conversaciones que ambos mantuvieron, pero Pica sí escribe las opiniones del instructor al respecto, en las que despoja las agresiones de la dimensión moral, y también sus recomendaciones. No debe nombrarlo en las confesiones y no considera que tenga que abandonar la docencia. En ningún momento le aconseja que deje de agredir a los menores. Algunas de las anotaciones sobre esto son: “No sentirme pecador arrepentido”, “en el futuro no pasará nada”, “[son] casos aislados”.
PARTE 3
“Lo he contado tantas veces…”
Pica pasó el examen eclesiástico y volvió a Cochabamba para dar clase. Pese a su confesión, no se le abrió ningún proceso ni se le apartó. En Bolivia siguió abusando de sus alumnos.
Pedro Pérez, nombre ficticio, es uno de ellos.
Esta víctima, ahora con 58 años, explica en una videollamada que la pobreza en sus primeros años de vida era tan cruda que le costaba imaginarse un futuro donde no sintiera hambre. Todo cambió cuando, una tarde lluviosa, un pequeño ómnibus le llevó al colegio Juan XXIII. “Era una maravilla: cómodos dormitorios, comedores espléndidos, canchas de fútbol. Y la comida, excelente. Imagínate, pasar de una familia con carestías a un espacio donde te aseguraban todas las comidas”, cuenta por teléfono. El primer año fue feliz.
Hasta que una noche llegó el miedo. Como de costumbre, Pica cortó la luz a las 22.30, puso en marcha su tocadiscos y por los altavoces comenzó a sonar la música de Mercedes Sosa, Violeta Parra o Quilapayún.
Mientras los vinilos giraban en la oscuridad, esta víctima sintió los pasos del jesuita, recorriendo el gran dormitorio comunitario y visitando las literas de algunos de los niños. Con esas melodías de fondo, acabó quedándose dormido. Y le llegó su turno: “Me desperté y me estaba tocando los genitales. Tenía 15 años. Me quedé congelado, petrificado. Él me decía, con voz baja: ‘Tranquilo, no pasa nada’. Fue terrible”.
Pica volvió. La segunda vez fue más “feroz”.
“Me masturbó. No podía defenderme. Y el tipo, mientras me masturbaba, me decía: ‘¿Quién te gusta? Imagínate tocándole sus tetas, su culo, su poto [culo]’. Eyaculé y recuerdo que hasta me limpió y me quedé dormido”.
Tras esa noche, esta víctima empezó a escuchar comentarios que quizá hasta ese momento le habían pasado inadvertidos. Una mañana, en los baños del colegio, un amigo suyo entró enfurecido. Pérez le preguntó:
—Oye, hermano, ¿qué pasa?
—El hijo de puta de El Chapa [Pica] ha venido anoche a hurgarme.
Pérez entendió lo que eso significaba. Al poco tiempo, ese alumno abandonó el centro. Pero Pérez no podía permitirse “ese lujo”. Tenía que soportar las agresiones del jesuita si quería seguir teniendo un plato de comida y un futuro. “Para mí, dejar el Juan XXIII significaba volver a la pobreza”, lamenta.
“Un año después, a finales de 1982, Pérez pasó a uno de los cursos superiores, donde los dormitorios ya eran privados y Pica no podía entrar libremente. Pensaba que podía vivir tranquilo. Pero una noche, después de la cena, una compañera llegó alterada al comedor y le gritó: El Pica te busca. Te espera en su dormitorio. Está muy enfermo y dice que solo tú puedes ayudarle”.
Pérez subió hasta la habitación del jesuita. Cuenta que se lo encontró allí, tumbado en su lecho, “fuera de sí”. Le pidió que se echase junto a él y, en un instante, se abalanzó sobre el muchacho, lo redujo y lo desnudó. Aún recuerda el olor desagradable que Pica desprendía. Le forzó a que se tumbara boca abajo.
“Sacó su falo y me obligó a darme la vuelta. Me resistía, pero él era más fuerte. No me penetró, rozó su pene sobre mí, aunque a veces pienso que mi mente intenta engañarme”.
Al rato, le soltó, se vistió y la víctima salió del cuarto avergonzada.
EPÍLOGO.
Por las mismas fechas en las que Pica agredió sexualmente a Pérez, el interno Roberto Peña, de 12 años, intentaba reunir a varios compañeros para pedir ayuda al superior de los jesuitas. Era una primera rebelión para frenar los abusos. Sus intenciones llegaron a oídos del director, Pica, y le hizo llamar a su despacho. Dentro, recuerda Peña, el pederasta le advirtió: “Me he enterado de lo que andas contando. Te dije que eso no se podía contar y tú sabes que, si sigues en ese plan, para el año que viene no vienes al colegio”.
“Eso” que Pica no quería que se supiese comenzó, en el caso de este alumno, a inicios de ese año.
Manuel López (nombre ficticio) llegó al colegio el mismo año en el que Pica trabajaba en las minas.
Ya por entonces, sus compañeros comentaban que el famoso padre Pica tocaba a los niños. López cuenta que no prestó atención a las advertencias.
Un año después, en 1984, el jesuita abandonó Oruro y regresó al Juan XXIII. Un día, López le paró en uno de los pasillos para pedirle ayuda.
“Con una confianza plena, le dije que tenía molestias en mi pene. Tiempo después supe que era fimosis. Y él me dijo que fuera a su cuarto”.
Cuando traspasó la puerta, el jesuita le bajó los pantalones y comenzó a hacerle una felación.
“Me di cuenta de que eso no me iba a curar y atiné a apartar su cabeza. Le pregunté qué diría de eso la Iglesia”.
El chico también fue víctima de las visitas nocturnas de Pica. Una noche, se despertó y pilló al pederasta tocándole los genitales:
“Se acercó el dedo índice a los labios y dijo en voz baja: Shhh, aquí tienes tu aspirina para el dolor de cabeza; pero yo no había pedido nada”.
Al día siguiente, se armó de valor y fue al despacho de Pica para increparle por lo que le estaba haciendo:
-Lo que estás haciendo es un asco y resulta que es verdad lo que todos dicen: eres maricón.
-¿Quién lo dice?
-Todos.
Provincial de la Compañía de Jesús, Bernardo Mercado. ANF
Compañía de Jesús en Bolivia suspende a sacerdotes por caso Pedrajas y pide perdón
La Compañía de Jesús en Bolivia repudió y condenó el caso de pederastia denunciado en contra del sacerdote fallecido Alfonso Pedrajas, y suspendió a los jesuitas que fueron provinciales durante la época que datan los abusos y a quienes ejercieron posteriormente, con el objetivo de investigar el caso.
El provincial de la Compañía de Jesús, Bernardo Mercado, en rueda de prensa repudió y condenó los hechos de pederastia denunciados públicamente y que están relacionados con el sacerdote español Alfonso Pedrajas, fallecido en 2009.
“La Compañía de Jesús comunica a propósito de las denuncias ha decidido de manera inmediata suspender de sus actividades pastorales y otras responsabilidades institucionales a los jesuitas que fueron provinciales de la época de la que datan los abusos para realizar una investigación sobre sus actuaciones en el caso“, señaló Mercado.
Asimismo, la orden de la Iglesia católica ha resuelto suspender de sus actividades a otros jesuitas que ejercieron como provinciales en los años posteriores al fallecimiento del padre Pedrajas para investigar sobre si hubo denuncias públicas no atendidas.
“La Compañía de Jesús de Bolivia quiere subrayar su política de ‘tolerancia cero’ ante los abusos, como varias veces ha reclamado al respecto el papa Francisco en sus repetidas exhortaciones“, añadió.
Ha expresado su total disposición a colaborar con las autoridades competentes que lo requieran sobre estas investigaciones y este caso.
“Los abusos han provocado una herida profunda en las víctimas y las denuncias no pueden ser ignoradas, aunque el sacerdote involucrado en los hechos haya fallecido“, sostuvo.
Este domingo, el periódico El País de España publicó un reportaje con base en el diario del sacerdote Pedrajas en el que revela los abusos que cometía cuando era director del colegio Juan XXIII, entidad que funciona en la ciudad de Cochabamba.
En el documento se hace mención a una serie de sacerdotes, en ese contexto el Provincial de la Compañía resolvió la suspensión de quienes fueron provinciales para iniciar las indagaciones a través de una comisión de peritos independientes.
“Reiteramos nuestra decisión de investigar los casos con una comisión de peritos que está actuando desde el 2022, lo que puede crear una esperanza de Justicia para las víctimas, cuya situación nos ha avergonzado y causa indignación y tristeza. Pedimos perdón por el dolor causado“, manifestó Mercado.
Precisó que cada investigación tiene un carácter propio porque son víctimas que merecen un tratamiento particular de acuerdo a los daños. “Expertos y externos a la Compañía de Jesús psicólogos, abogados y forenses hacen el estudio y se determina el daño“, precisó.
Reiteró que esta orden sacerdotal tiene un canal abierto para verificar los avances de las indagaciones, es decir, existe una instancia de denuncia permanente.
Insistió que las investigaciones determinarán lo que corresponde y prefirió no anticipar criterio respecto a medidas sancionatorias. “Estamos en etapa preliminar, lo que corresponde es suspenderlos hasta que las investigaciones progresen y que las indagaciones nos ayuden a decidir en justicia“.
COMUNICADO COMPLETO
La Compañía de Jesús de Bolivia repudia y condena estos hechos de pederastia denunciados públicamente, relacionados con el caso del sacerdote español Alfonso Pedrajas, fallecido en 2009.
La Compañía de Jesús comunica que a propósito de las denuncias ha decidido de manera inmediata suspender de sus actividades pastorales y otras responsabilidades institucionales a los jesuitas que fueron Provinciales de la época de la que datan los abusos para realizar una investigación sobre sus actuaciones en el caso.
Asimismo, la Compañía de Jesús ha resuelto suspender de sus actividades a otros jesuitas que ejercieron como Provinciales en los años posteriores al fallecimiento del padre Pedrajas para investigar sobre si hubo denuncias públicas no atendidas.
La Compañía de Jesús de Bolivia quiere subrayar su política de “tolerancia cero” ante los abusos, como varias veces ha reclamado al respecto el Papa Francisco en sus repetidas exhortaciones.
La Compañía ratifica su disposición a colaborar con las autoridades competentes que lo requieran sobre estas investigaciones.
Los abusos han provocado una herida profunda en las víctimas y las denuncias no pueden ser ignoradas, aunque el sacerdote involucrado en los hechos haya fallecido.
Reiteramos nuestra decisión de investigar los casos con una comisión de peritos que está actuando desde el 2022, lo que puede crear una esperanza de Justicia para las víctimas, cuya situación nos ha avergonzado y causa indignación y tristeza. Pedimos perdón por el dolor causado.
Algunos antecedentes
La Compañía instruyó abrir un proceso investigativo en agosto de 2022, luego de recibir una denuncia, esta concluyó en abril de 2023. “Señalando la verosimilitud del hecho“.
El 5 de abril de este año, la Delegación de Ambientes Sanos y Seguros abrió una segunda investigación que se encuentra en curso, tras una denuncia de otra víctima.
La Compañía de Jesús una vez conocidos los casos ha procedido mediante “decreto” del provincial la investigación de los hechos. El procedimiento establece una investigación previa o preliminar con la participación de peritos independientes.
Asimismo, en el proceso se ha tomado contacto con las víctimas.
Fuente: www.lostiempos.com
El fallecido sacerdote español jesuita, Alfonso Pedrajas, uno de los denunciados. Foto: La Razón.
‘Entre jesuitas se disputaban niños’; había muchos celos y discordias
Una víctima de cinco sacerdotes cuenta su testimonio en La Razón.
Por RUBÉN ATAHUICHI– Diario La Razón.
El testimonio es crudo. Cada palabra causa estupor. Dice que entre sacerdotes se disputaban, hasta con celos y discordias frecuentes, los niños que abusarían después en Cochabamba. En su vida sufrió las secuelas de los abusos sexuales, que las padeció luego en sus relaciones de pareja.
Se presenta como “una víctima” de cinco sacerdotes jesuitas: Alfonso Pedrajas, Carlos Villamil, Luis Roma Padrosa, Eduardo Cabanac y Jorge Vila. “Yo sé bien que no soy la única víctima”, dice en un testimonio al ex jesuita Pedro Lima, al que accedió La Razón.
Su suplicio comenzó en 1975, cuando quedó huérfano de padre y madre. Había llegado al colegio-internado Juan XXIII, en Cochabamba, a los ocho años de edad, por recomendación de unas monjas que trabajaban cerca de una escuela de Fe y Alegría.
El hombre radicado ahora en el extranjero cuenta con detalles cómo transcurrió su vida en medio de una situación “normal” de abusos sexuales en ese colegio y en el hogar de niños en Tacata, también en Cochabamba.
No se explica cómo fue aceptado a esa edad en el colegio. “Los responsables del colegio pensaron que yo tenía 14 años; aún no sé cómo, pero me dejaron ingresar”.
JESUITAS
Recuerda que entonces Pedrajas fue su primer agresor, al mes mismo de ingresar al “Juancho”, como llama al Juan XXIII. El sacerdote “hacía que le masturbara y le haga sexo oral. Me hacía dormir en una cama muy cerca de él. Fue muy traumante ese mes”.
El nombre del jesuita Pedrajas, envuelto en vida en escándalos de pederastia clerical, apareció el 30 de abril en el reportaje Diario de un cura pederasta, que publicó el periódico español El País.
“Hice daño a mucha gente (¿85?), demasiada”, admite en sus memorias, Historia, que su sobrino Fernando descubrió y compartió con el rotativo madrileño.
Inesperadamente, luego fue trasladado al hogar de niños de Tacata, cerca de Quillacollo, en Cochabamba. Allí trató de olvidar el trauma que le causó Pedrajas y se hizo “chanchero”, el oficio de la crianza de cerdos en el hogar.
Sin embargo, se encontró con la misma situación de la que supuso que salía: Eduardo Cabanac y Carlos Villamil, de los que dijo -para sorpresa suya- eran también otros sacerdotes que “abusaban de los niños y tenían los mismos fetichismos”.
ABUSOS
“Se acostaban con uno o dos niños a veces toda la noche, especialmente el jesuita Eduardo, que tenía sus niños elegidos para abusar”, cuenta la víctima.
“Una vez me hizo quedar a mí en su cama y me hizo lo mismo que me hacía ‘Pica’”, recuerda.
Cuenta que era común entre los abusos que los niños se quedaran toda la noche en la cama de sus abusadores.
Hasta que llegó el sacerdote Luis Roma Padrosa, quien fue denunciado de abusar niños y niñas en su misión pastoral en Charagua, Santa Cruz. La víctima dice que “ahí hubo una discordia por los niños, pues Lucho sacaba fotos a los niños que abusaba, después de abusarlos les daba algunos pequeños privilegios”.
Cuenta que “entre jesuitas se disputaban a los niños y por esos celos y discordias había luchas frecuentes entre ellos”.
Afirma con énfasis que “en las noches los curas tenían peleas por la Dirección y el mando del hogar (Tacata); también se disputaban a los niños”.
Un día, otro sacerdote apareció en su “rescate”: Jorge Vila. Le dijo que tenía vocación jesuita, que debía tener una oportunidad en un “noviciado” en Santa Cruz. “Era otro manipulador”, afirma.
Se lo llevó sin autorización de Cabanac, entonces director del hogar. Cuenta que Vila sufría el “fetichismo” de verlo desnudo al salir de la ducha. “¿Qué carajo te pasa? Tienes lo mismo que tengo yo. Si necesitas mujer, ¿por qué no dejas el sacerdocio y te casas?”, dice que increpó al sacerdote.
“Esto le molestó, ya no me hostigó, creo que buscaba deshacerse de mí”, cuenta la víctima.
Pudo escapar y buscar trabajo y estudios. Años más tarde, se encontró con Cabanac. “No puedes regresar al hogar, otro niño tomó tu lugar, ya que te fuiste sin mi autorización y te fuiste para ser la novia, la mujer de padre Vila”, relata que le reclamó.
La víctima vive hoy en extranjero, adonde se fue con US$1,000 que le dio ‘Pica”. Dice que le pidió que se vaya “lejos con ese dinero”.
“Lo lograrás, eres un hombre muy fuerte y sé que lo lograrás; cuida ese dinero, hazlo crecer y sal del país”, fue la recomendación de Pedrajas, según el relato.
NIÑOS
“Creo que se sintió muy mal por todo lo que me hizo cuando era muy pequeño”, dice el hombre.
Más tarde se dio cuenta de las secuelas, especialmente en la relación con sus parejas. “Era un hombre muy complicado en la relación con mis parejas. Nunca pude mantener una relación estable y duradera”, se lamenta.
Conocido el caso Pedrajas y sus tentáculos que investiga el Ministerio Público en Bolivia, la víctima de cinco sacerdotes piensa en el retorno. “Ahora es tiempo de regresar, aunque me siento como un pez fuera del agua por no tener a nadie en Bolivia”.
Sin embargo, su propósito es trabajar por quienes sufrieron los abusos clericales en el hogar y el colegio Juan XXIII. “No sé cómo, pero trataré de evitar otras tragedias como las que vivieron tantos niños huérfanos”, promete. Es otro testimonio que alimenta la indignación en el país.