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Evangelio según San Lucas 9,51-62.
Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento.
Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén.
Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: “Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?”.
Pero él se dio vuelta y los reprendió.
Y se fueron a otro pueblo.
Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: “¡Te seguiré adonde vayas!”.
Jesús le respondió: “Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”.
Y dijo a otro: “Sígueme”. El respondió: “Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre”.
Pero Jesús le respondió: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios”.
Otro le dijo: “Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos”.
Jesús le respondió: “El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Hace muchos años, cuando fui seminarista, he empezado a leer un libro, El Precio de Ser Discípulo (The Cost of Discipleship), escrito por Dietrich Bonhoeffer. Fue un teólogo y Pastor luterano alemán. Ha nacido en 1906, y después de los estudios en los Estados Unidos, fue ordenado en la Iglesia Luterana en 1931. Su interés en el ecumenismo le ha traído en contacto con varias Iglesias y personalidades. A pesar de rumores de una futura guerra en Europa, el ha vuelto a Alemania para continuar su ministerio allá. El ha objetado mucho al crecimiento del Partido Nacional Socialista y fue activo en la resistencia contra los nazi. Pero, en abril de 1943 el fue arrestado por sus homilías contra el gobierno, sus escritos, y actividades; y en abril de 1945, algunas semanas antes de terminar la guerra el fue ahorcado. Después de su muerte sus escritos tuvieron un sentido diferente, habiendo pagado el precio supremo de su vida por sus creencias, formadas en su fe Cristiana. En verdad, esto lo fue el precio de su vida: el precio de ser discípulo.
He pensado en Dietrich Bonhoeffer al leer el evangelio (Lucas 9:51-62) de este fin de semana. Vemos el testimonio de Jesús llamando a algunos para seguirlo. Pero, parece que ellos que el estaba llamando no fueron dispuestos de para ‘el precio de ser discípulo’: uno ha querido enterrar a su padre, y otro para despedirse de su familia. Ellos tuvieron excusas para no responder a Jesús. Tal vez no han sabido tanto de Jesús para confiar en él con sus vidas, o que tuvieron miedo como iban a cambiar sus vidas por las cosas milagrosas que Él ha hecho. Ya Jesús tuvo un reputación. Ha sanado a mucha gente y hasta ha resucitado a alguien de la muerte, ha predicado la verdad, en particular en el Sermón sobre la Montaña y la parábola de las bienaventuranzas, ha calmado la tormenta del mar, y ha alimentado a cinco mil personas. Nadie más, excepto Pedro, Santiago y Juan, ha sabido que Jesús fue transfigurado frente a ellos sobre el Monte Tabor. No han querido tomar un riesgo y seguirlo.
En nuestra primera lectura del Primer Libro de Reyes (19:16ª, 19-21) vemos el profeta Elías hacer la voluntad de Dios y ungir a Eliseo como un profeta. Estoy seguro que Elías ha sorprendido a Eliseo, al estar arando. El ha puesto su manto sobre él, como una señal de compartir su ministerio de profeta con él. Desde este momento, su vida ha cambiado.
En nuestra Segunda Lectura de la Carta de San Pablo a los Gálatas (5:1, 13-18) Pablo habla sobre la libertad y la esclavitud. Los que siguen a Cristo son libres de la esclavitud del pecado y de la carne. Ahora son libres para vivir en el Espíritu y hacer la voluntad de Dios, como el la ha revelado. San Pablo reconoce, por su propia vida, que tenemos elecciones para hacer en la vida, y que tenemos que enfrentar la libertad y la esclavitud. Nadie, con buena razón, va a elegir de ser un esclavo, sino cuando permitimos que la tentación nos seduce, y caemos en el pecado, nos volvemos esclavos al pecado y la muerte. La resurrección de Jesús, en que compartimos por nuestro Bautismo, nos llama a la vida y la libertad en el Espíritu.
Hoy Jesús nos llama: “Síganme”. Como en otros evangelios también nosotros hacemos nuestras excusas, o tal vez pensamos y decimos que estamos siguiendo a Jesús, sino estamos en control. Queremos hacer la voluntad de Dios, solamente si conforme a nuestra voluntad. Queremos seguir a Jesús, solamente si podemos seguir adelante como somos, y no cambiarnos. ¡Esto no es seguir a Jesús! Esto nos muestra que no estamos dispuestos a pagar ‘el precio de ser discípulo’.
Un discípulo es uno que escucha. La imagen clásica del discípulo es uno sentado a los pies del Maestro. El discípulo está dispuesto de seguir una cierta ‘disciplina’ (de la misma palabra) para poder pensar, sentir, hablar y actuar como el Maestro. El discípulo es como una esponja que quiere captar cada palabra que sale de la boca del Maestro.
Para la mayoría de nosotros, esta imagen es un desafío. En primer lugar, quiere decir que estamos tranquilos y atentos a la vez del Señor. En el mundo en que estamos rodeados de tantos ruidos fácilmente no tenemos tiempo para reflexionar, para pensar, para decidir ni para actuar. Al contrario, a veces saltamos a actuar sin escuchar, a veces con resultados negativos. Podemos llamarlo algo espontaneo o impulsivo, sino el discípulo debe creer en escuchar y aprender, y luego puede decidir y actuar.
En segundo lugar, no es fácil para nosotros, a veces, a mostrar la disciplina en nuestra vida. Vivimos en un mundo en que tanto es tan automático e instantáneo que no tenemos que pasar mucho tiempo sobre las cosas. Muchos piensan que es malgastar el tiempo si tomamos demasiado para hacer algo. Queremos la gratificación instantánea. Pero el discípulo debe aprender la disciplina del Maestro, y debe negarse y elegir a hacer lo que el Maestro dice, lo que el Maestro hace. La vida de un discípulo quiere decir tener una nueva ‘persona’, siendo una nueva persona; para pensar y sentir, y hablar y actuar de una nueva manera. He mencionado esto antes en una homilía que he visto en un dibujo animado dos dibujos. En el primero, alguien está parado en un podio y pregunta a la gente, “¿Quién quiere el cambio?”, y cada brazo está levantado. En el segundo muestra la persona preguntando, “¿Quién quiere cambiar?”, y ningún brazo está levantado. Un discípulo quiere cambiar porque se da cuenta que el Maestro tiene una manera mejor.
En tercer lugar, el discípulo necesita el coraje –como Elías, y Eliseo, y Pablo– para hacer la voluntad de Dios y para ser fiel. En este momento en el evangelio Jesús ya ha llamado a sus doce apóstoles, y una multitud de discípulos. No fueron los primeros en ser llamados. No estaría los últimos en ser llamados. Pero, si temor y su duda no les ha dejado tener el coraje y avanzar en la fe y seguir a Jesús quien les ha llamado. Sus excusas reflejan esto. Ellos han querido más tiempo, más pruebas, y más seguridad.
Nuestra lecturas nos invita este fin de semana a reflexionar sobre ‘el costo de ser discípulo’ que tenemos que pagar para ser verdaderos discípulos de Jesús. Dietrich Bonhoeffer ha pagado con su vida. Dudo que nosotros vamos a dar nuestra vida en seguir a Jesús, al menos no por la muerte. Pero, si somos sus seguidores vamos a dar nuestra vida por el amor y el servicio, como verdaderos hijos de Dios, como verdaderos discípulos del Maestro, y como los tocados por el Espíritu Santo.

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