Declaración de Fe

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Cardenal Gerhard Muller - Foto: Daniel Ibáñez (ACI Prensa)

“¡No se turbe vuestro corazón!” (Juan 14,1)

Ante la creciente confusión en la enseñanza de la doctrina de la fe, muchos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos de la Iglesia Católica, me han pedido dar testimonio público de la verdad de la Revelación. Es tarea de los pastores guiar a los que se les ha confiado por el camino de la salvación. Esto sólo puede tener éxito si se conoce este camino y ellos mismos siguen adelante. Acerca de esto la palabra del apóstol nos indica: “Porque sobretodo os he entregado lo que yo también recibí” (1 Co 15,3). Hoy en día muchos cristianos ya no son conscientes ni siquiera de las enseñanzas básicas de la fe, por lo que existe un peligro creciente de apartarse del camino que lleva a la vida eterna. Pero sigue siendo tarea propia de la Iglesia conducir a las personas a Jesucristo, luz de las naciones (cf. LG 1). En esta situación se plantea la cuestión de la orientación. Según Juan Pablo II, el Catecismo de la Iglesia Católica es una “norma segura para la doctrina de la fe” (Fidei Depositum IV). Fue escrito con el objetivo de fortalecer a los hermanos y hermanas en la fe, cuya fe es ampliamente cuestionada por la “dictadura del relativismo” 1.

1. El Dios uno y trino, revelado en Jesucristo

La personificación de la fe de todos los cristianos se encuentra en la confesión de la Santísima Trinidad. Nos hemos convertido en discípulos de Jesús, hijos y amigos de Dios por el bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La diferencia de las tres personas en la unidad divina (254) marca una diferencia fundamental con respecto a otras religiones en la creencia en Dios y en la imagen del hombre. En la confesión a Jesucristo los espíritus se dividen. Él es verdadero Dios y verdadero hombre, engendrado según su naturaleza humana por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen María. El Verbo hecho carne, el Hijo de Dios, es el único redentor del mundo (679) y el único mediador entre Dios y los hombres (846). En consecuencia, la Primera Carta de san Juan describe como Anticristo al que niega su divinidad (1 Juan 2,22), ya que Jesucristo, el Hijo de Dios, es desde la eternidad un ser con Dios, su Padre (663). La recaída en antiguas herejías, que veían en Jesucristo sólo a un buen hombre, a un hermano y amigo, a un profeta y a un moralista, debe ser combatida con clara determinación. Él es ante todo el Verbo que estaba con Dios y es Dios, el Hijo del Padre, que asumió nuestra naturaleza humana para redimirnos y que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Lo adoramos sólo a Él como el único y verdadero Dios en unidad con el Padre y el Espíritu Santo (691).

2. La Iglesia

Jesucristo fundó la Iglesia como signo visible e instrumento de salvación, que subsiste en la Iglesia Católica (816). Dio una constitución sacramental a su Iglesia, que surgió “del costado de Cristo dormido en la Cruz” (766), y que permanece hasta su consumación (765). Cristo Cabeza y los fieles como miembros del Cuerpo son una persona mística (795), por eso la Iglesia es santa, porque el único mediador la ha establecido y mantiene su estructura visible (771). A través de ellos, la obra de la redención de Cristo se hace presente en el tiempo y en el espacio en la celebración de los santos sacramentos, especialmente en el sacrificio eucarístico, la Santa Misa (1330).
La Iglesia transmite en Cristo la revelación divina que se extiende a todos los elementos de la doctrina, “incluida la doctrina moral, sin la cual las verdades de la salvación de la fe no pueden ser salvaguardas, expuestas u observadas” (2035).

3. El orden sacramental

La Iglesia en Jesucristo es el sacramento universal de salvación (776). Ella no se refleja a sí misma, sino a la luz de Cristo que brilla en su rostro. Esto sucede sólo cuando no la mayoría ni el espíritu de los tiempos sino la verdad revelada en Jesucristo se convierte en el punto de referencia, porque Cristo ha confiado a la Iglesia católica la plenitud de la gracia y de la verdad (819): Él mismo está presente en los sacramentos de la Iglesia.
La Iglesia no es una asociación fundada por el hombre cuya estructura es votada por sus miembros a voluntad. Es de origen divino. “El mismo Cristo es la fuente del ministerio en la Iglesia. Él lo ha instituido, le ha dado autoridad y misión, orientación y finalidad” (874). La amonestación del apóstol sigue siendo válida hoy en día para que cualquiera que predique otro evangelio sea maldecido, “aunque seamos nosotros mismos o un ángel del cielo” (Gal 1,8). La mediación de la fe está indisolublemente ligada a la credibilidad humana de sus mensajeros, que en algunos casos han abandonado a los que les fueron confiados, los han perturbado y han dañado gravemente su fe. Aquí la palabra de la Escritura va dirigida a aquellos que no escuchan la verdad y siguen sus propios deseos, que adulan a los oídos porque no pueden soportar la sana enseñanza (cf. 2 Tim 4,3-4).
La tarea del Magisterio de la Iglesia es “proteger al pueblo de las desviaciones y de las fallas y garantizarle la posibilidad objetiva de profesar sin error la fe auténtica” (890). Esto es especialmente cierto con respecto a los siete sacramentos. La Eucaristía es “fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (1324). El sacrificio eucarístico, en el que Cristo nos implica en su sacrificio de la cruz, apunta a la unión más íntima con Cristo (1382). Por eso, las Sagradas Escrituras, con respecto a la recepción de la Sagrada Comunión, advierten: “’El que come del pan y bebe de la copa del Señor indignamente, es reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor’ (1 Co 11,27). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar” (1385). De la lógica interna del sacramento se desprende que los fieles divorciados por lo civil, cuyo matrimonio sacramental existe ante Dios, los otros Cristianos, que no están en plena comunión con la fe católica como todos aquellos que no están propiamente dispuestos, no reciben la Sagrada Eucaristía de manera fructífera (1457) porque no les trae la salvación. Señalar esto corresponde a las obras espirituales de misericordia.
La confesión de los pecados en la confesión por lo menos una vez al año pertenece a los mandamientos de la iglesia (2042). Cuando los creyentes ya no confiesan sus pecados ni reciben la absolución, entonces la redención cae en el vacío, ya que ante todo Jesucristo se hizo hombre para redimirnos de nuestros pecados. El poder del perdón que el Señor Resucitado ha conferido a los apóstoles y a sus sucesores en el ministerio de los obispos y sacerdotes se aplica también a los pecados graves y veniales que cometemos después del bautismo. La práctica actual de la confesión deja claro que la conciencia de los fieles no está suficientemente formada. La misericordia de Dios nos es dada para cumplir sus mandamientos a fin de convertirnos en uno con su santa voluntad y no para evitar la llamada al arrepentimiento (1458).
“El sacerdote continúa la obra de redención en la tierra” (1589). La ordenación sacerdotal “le da un poder sagrado” (1592), que es insustituible, porque a través de él Jesucristo se hace sacramentalmente presente en su acción salvífica. Por lo tanto, los sacerdotes eligen voluntariamente el celibato como “signo de vida nueva” (1579). Se trata de la entrega en el servicio de Cristo y de su reino venidero. En cuanto a la recepción de la consagración en las tres etapas de este ministerio, la Iglesia se reconoce a sí misma “vinculada por esta decisión del Señor. Esta es la razón por la que las mujeres no reciben la ordenación” (1577). Asumir esto como una discriminación contra la mujer sólo muestra la falta de comprensión de este sacramento, que no se trata de un poder terrenal, sino de la representación de Cristo, el Esposo de la Iglesia.

4. La ley moral

La fe y la vida están inseparablemente unidas, porque la fe sin obras está muerta (1815). La ley moral es obra de la sabiduría divina y conduce al hombre a la bienaventuranza prometida (1950). En consecuencia, “el conocimiento de la ley moral divina y natural es necesario para hacer el bien y alcanzar su fin” (1955). Su observancia es necesaria para la salvación de todos los hombres de buena voluntad. Porque los que mueren en pecado mortal sin haberse arrepentido serán separados de Dios para siempre (1033). Esto lleva a consecuencias prácticas en la vida de los cristianos, entre las cuales deben mencionarse las que hoy se oscurecen con frecuencia: (cf. 2270-2283; 2350-2381). La ley moral no es una carga, sino parte de esa verdad liberadora (cf. Jn 8,32) por la que el cristiano recorre el camino de la salvación, que no debe ser relativizada.

5. La vida eterna

Muchos se preguntan hoy por qué la Iglesia está todavía allí, aunque los obispos prefieren desempeñar el papel de políticos en lugar de proclamar el Evangelio como maestros de la fe. La visión no debe ser diluida por trivialidades, pero el proprium de la Iglesia debe ser tematizado. Cada persona tiene un alma inmortal, que es separada del cuerpo en la muerte, esperando la resurrección de los muertos (366). La muerte hace definitiva la decisión del hombre a favor o en contra de Dios. Todo el mundo debe comparecer ante el tribunal inmediatamente después de su muerte (1021). O es necesaria una purificación o el hombre llega directamente a la bienaventuranza celestial y puede ver a Dios cara a cara. Existe también la terrible posibilidad de que un ser humano permanezca en contradicción con Dios hasta el final y, al rechazar definitivamente su amor, “condenarse inmediatamente para siempre” (1022). “Dios que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti” (1847). El castigo de la eternidad del infierno es una realidad terrible, que -según el testimonio de la Sagrada Escritura- atrae hacia sí a todos aquellos que “mueren en estado de pecado mortal” (1035). El cristiano pasa por la puerta estrecha, porque “ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella” (Mt 7,13).
Ocultar estas y otras verdades de fe y enseñar a la gente en consecuencia, es el peor engaño del que el Catecismo advierte enfáticamente. Representa la prueba final de la Iglesia y lleva a la gente a un engaño religioso de mentiras, al “precio de su apostasía de la verdad” (675); es el engaño del Anticristo. “Él engañará a los que se pierden por toda clase de injusticia, porque se han cerrado al amor de la verdad por la cual debían ser salvados” (2 Tesalonicenses 2,10).

Invocación

Como obreros de la viña del Señor, tenemos todos la responsabilidad de recordar estas verdades fundamentales adhiriéndonos a lo que nosotros mismos hemos recibido. Queremos animar a la gente a caminar por el camino de Jesucristo con decisión para alcanzar la vida eterna obedeciendo sus mandamientos (2075).
Pidamos al Señor que nos haga saber cuán grande es el don de la fe católica, que abre la puerta a la vida eterna. “Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Mc 8, 38). Por lo tanto, estamos comprometidos a fortalecer la fe, en la que confesamos la verdad, que es el mismo Jesucristo.
Estas palabras también se dirigen en particular a nosotros, obispos y sacerdotes, cuando Pablo, el apóstol de Jesucristo, da esta amonestación a su compañero de armas y sucesor Timoteo: “Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino: “Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio.” (2 Tim 4,1-5).
Que María, la Madre de Dios, nos implore la gracia de aferrarnos a la verdad de Jesucristo sin vacilar.
Unido en la fe y en la oración
Gerhard Cardenal Müller
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, desde 2012-2017
Nota:
1. Los números que aparecen en el texto corresponden al Catecismo de la Iglesia Católica.

ESCÁNDALO: Cardenal Barreto olvida que “al César lo que es del César”, y ataca a un partido político. ¿Qué dirá el nuncio?

Por Aaron Salomón-Político.pe
Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, les dijo Cristo a los fariseos y herodianos y el flamante cardenal Pedro Barreto parece no recordarlo pues, lejos de separar el ámbito terrenal del espiritual, manifestó que “Fuerza Popular nunca ha querido el bien para el Perú”.
Las declaraciones del religioso, cabe anotar, fueron dadas a Radio Cultivalú y han sido replicadas este domingo en la edición impresa del diario La República. “El partido que tenía mayoría en el Congreso, y que pudo hacer muchísimo por el país, por motivaciones subalternas u otros intereses, no lo ha hecho. Fuerza Popular nunca ha querido el bien del Perú, esto hay que decirlo con claridad porque si hubiese querido el bien del país hubiera hecho muchísimas cosas”, declaró Barreto para, posteriormente, señalar sentirse apenado por el rol de los parlamentarios fujimoristas, a quienes les pidió que reaccionen dejando de “trabajar bajo consignas”.
Esto me apena, pero hay que decirlo: me dirijo a aquellos que están dirigiendo este partido, ¡reaccionen! Porque hay personas buenas, pero eso de trabajar bajo consignas no es bueno para el país”, agregó.
El arzobispo de Huancayo comete, a todas luces, un tremendo error al entrometerse en asuntos políticos y dividir –de refilón– al país. ¿Acaso creyó que por estar a las antípodas ideológicas de Juan Luis Cipriani no iba a ser vapuleado por tirios y troyanos?
Desde la bancada de FP, como era de esperarse, ya han pedido hasta su renuncia. “Por respeto a Dios, el cardenal debe renunciar. Su función es eclesiástica, no política, más aún si nunca estuvo presente en los debates internos de nuestra bancada para opinar cosas que nunca conoció”, expresó el naranja Mario Mantilla. Pero el vituperio no llegó solo de tienda fujimorista. El legislador de Peruanos por el Kambio Juan Sheput publicó en Twitter: “¿Qué está pasando con la Iglesia? Por un lado el Vaticano se define neutral ante los crímenes de Maduro y por otro, en Perú, se abunda en declaraciones políticas que por extensión fomentan crispación y violencia”.
A ellos se le suman –incluso– varios coleguitas del sector doble moral que todos conocemos. ¿Quién lo diría, no?
Así mismo, en redes sociales y diversos espacios de debate han manifestado hallarse a la espera del pronunciamiento del nuncio Nicola Girasoli, representante del papa Francisco en el Perú.
¿Habrá aprendido la lección monseñor Barreto?

ANEMIA: ¡Trabaje, pues, ministra La Rosa!

Por Aaron Salomón– Político.pe
Anótelo bien, estimado lector: a la cuota aranista en el gobierno del presidente Martín Vizcarra, o sea a la ministra de Desarrollo e Inclusión Social (Midis), Liliana La Rosa, es a quien le corresponde liderar la lucha contra la anemia, sin lugar a dudas el principal problema de salud pública del país. Según el Instituto Nacional de Estadística (INEI), el 43.5% de niños menores de 3 años a nivel nacional padecen esta enfermedad al cierre del 2018. Las zonas más golpeadas están en Puno, Pasco y Loreto.
La deficiencia de hierro en la sangre, cabe advertir, provoca cansancio permanente en los infantes (por ello se quedan dormidos en las aulas de clases), disminución de sus defensas con el riesgo de adquirir alguna infección peligrosa y, lo más grave de todo, impacto negativo en su desarrollo cerebral. En cristiano –y con el perdón respectivo por la crudeza– un niño con anemia es un futuro adulto LIMITADO. ¿Queremos ser, acaso, un país de ciudadanos sin capacidad de discernimiento en el futuro?
Ante ello, me explican entendidos, es responsabilidad de la ministra izquierdista La Rosa comerse el pleito y hacer esfuerzos para reducir los niveles de anemia a través del Comité Intersectorial de Asuntos Sociales (CIAS). Como bien sabrán, la labor es multisectorial; así que tampoco se trata de que se hagan los locos los ministros de Agricultura, Producción, Educación y -principalmente- de Salud.
Precisamente el Minsa (a cargo de Zulema Torres, quien asumió la cartera en enero de este año tras la renuncia de Silvia Pessah) se encarga de repartir los micronutrientes (o “chispitas”). Sobre ello hay que trabajar de inmediato porque, de acuerdo con el ministro de Economía Carlos Oliva, de 100 unidades que se adquieren solo 30 niños las reciben. Me pregunto: ¿cuántos de estos 30 niños consumirán realmente los micronutrientes? Hay, repito, bastante chamba por delante si es que Vizcarra pretende que al 2021 el nivel de anemia se reduzca a 20%.
Por lo pronto, al magullado Congreso de la República le toca pedirle explicaciones a la titular del Midis frente a su inacción. ¿Acaso la exministra Pessah no dijo que para el 2018 la anemia infantil estaría en menos del 20%? Que no venga, pues, la (ex)frentenamplista con excusas porque en términos generales no se cumplió con la meta. Así se simple. Hay que estar muy atentos: La Rosa ha dicho a RPP que la anemia se reducirá a 39% al 2019. ¿Cómo lo hará? Ya antes la funcionaria pasó piola por la intoxicación de más de 600 niños por consumir desayunos podridos de Qali Warma y ni siquiera una interpelación mereció. ¡Que no pase esta vez lo mismo!
Otrosí digo: en su columna de este sábado publicada en el EC Fernando Rospigliosi hace referencia a un periodista que –con ayuda de su asistente– grabó subrepticiamente a Hamilton Castro, quien al darse cuenta de esto dio por terminada la reunión promovida por el exfiscal de la nación Pablo Sánchez. ¿Quién es este hombre de prensa? Pues nuestro fiscal de la Nación de facto. ¿Aún no lo adivinan?

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