Misioneros

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Evangelio según San Lucas 2,41-52:
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.
Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre,
y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.
Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos.
Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.
Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados”.
Jesús les respondió: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?”.
Ellos no entendieron lo que les decía.
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.
Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.

Kagawa: el apóstol japonés de los obreros

Es una alegría dar a conocer desde solidaridad.net a personas que la historia oficial desearía olvidar y que son un testimonio para un mundo más justo y fraterno
Entre ellos está el japonés Toyohiko Kagawa que sufrió persecución y cárcel por la defensa de los obreros empobrecidos, por su conversión al cristianismo y por su trabajo noviolento por la Paz, la Justicia y la Fraternidad de los pueblos. También llamado “el poeta del sol naciente” se hizo cristiano en una época y en un país especialmente difícil para seguir a Jesús. El decía “Para trabajar entre los pobres tengo que ser pobre”. El nos recuerda las figuras de Luther King, Tolstoi y Guillermo Rovirosa. Recogemos este interesante artículo del filósofo e historiador Alfonso Ropero:
Toyohiko Kagawa (1888-1960). Como tantos otros personajes llamados a causar una honda impresión en su gente y en su tiempo, Toyohiko Kagawa tiene una infancia difícil, falto de atención y cariño, lo que le lleva a desarrollar una vida interior propia, formándose a sí mismo en atenta observación de todo cuanto ocurre a su alrededor, sin dejarse engañar por las apariencias.
Kagawa nació el 10 de julio de 1888 en Kobe (Japón), hijo de los amores extramaritales de un samurai y una geisha. Por algún motivo, el niño llamó la atención del padre y éste le adoptó como hijo. El padre era una figura política de alto relieve de la época, contándose entre los hombres más poderosos del Imperio, aquellos que fundaron la Era Meiji, la “Era del Reinado Ilustrado”.
Sin embargo, el pequeño Kagawa no disfrutó mucho de sus padres. Ambos murieron en su tierna infancia. Él y una hermana mayor fueron llevados al hogar de sus antepasados en Awa, y confiado al cuidado de la esposa que su padre había abandonado y al de la abuela. En aquel viejo caserón señorial pasó su infancia, triste, solitario, desprovisto de cariño, maltratado a causa de cualquier insignificancia, contemplando la hipocresía de las clases altas de Japón y el sufrimiento intenso de los desheredados y de los trabajadores del campo.
De allí paso a una casa de estudios en Tokushima, donde entró en contacto con misioneros cristianos, los doctores Harry W. Myers y Charles A. Logan. De ellos aprendió el idioma inglés y la fe cristiana, que ganó su corazón. La vida de Cristo en los Evangelios le cautivó. Su oración fue: “Oh Dios, hazme semejante a Cristo.”
La oración fue respondida de inmediato. Su familia le desheredó. Toyohiko estudió en la Universidad Presbiteriana de Tokio. Posteriormente en el Seminario Teológico Kobe. Descontento con el enfoque doctrinal de las verdades cristianas, Toyohiko creía, acertadamente, que el Evangelio no sólo tiene que ver con la doctrina y el intelecto, sino también con la práctica y la acción en pro de los hombres, como se desprendía de la lectura de la parábola del Buen Samaritano.
En los barrios bajos
Un día de la Navidad de 1909, excluido de los privilegios de la aristocracia nipona por causa de su fe cristiana extranjera, recibió el llamamiento que iba a ser su revelación personal, su consagración a la acción que buscaba. La luz le vino de la penumbra doliente de los tugurios de los barrios bajos de Shinkawa de la ciudad Kobe. Allí donde nadie bien considerado en la sociedad se atrevía a poner los pies, recinto de criminales y prostitutas, lugar maldito de casas de juego y corrupción, marchó Toyohiko abandonando su cómoda residencia en el seminario.
Cogió sus pocas pertenencias e hizo entrada solo y silencioso en los barrios bajos de Shinkawa. Se estableció en un cuartucho cuyas paredes estaban manchadas de sangre; se había cometido un crimen en aquel lugar y las gentes supersticiosas huían de allí. Su plan era hospedar a los leprosos, a las pobres mujeres de la calle, a los tahúres de conciencia entenebrecida, a las madres abandonadas y a los niños desnudos y hambrientos. Allí quiso escribir con los propios actos de su vida abnegada y vibrante una versión del Sermón del Monte. Así es como llegó a ser conocido como el “santo de Shinkawa”.
Comenzó su empresa contando únicamente con el ingreso mensual de cinco dólares y medio. Su tarea fue agobiadora. Carecía de amigos influyentes. Por otra parte, debía luchar contra la sólida muralla de la inercia y de la indiferencia. Pero no se limitó a su trabajo personal en favor de los necesitados sino que inició un movimiento popular cuyas consecuencias han sido aún mayores de lo que él podía imaginar.
Recorrió el Imperio y desde la tribuna defendió su causa; bombardeó la prensa con artículos que describían gráficamente casos concretos, exhibiendo los resultados de sus estudios de primera mano y demostrando que la sordidez moral de los barrios bajos era fruto de su espantosa situación de desamparo y consecuencia del pecado social de la nación.
Fue a los Estados Unidos para mejorar su formación. Estudió en el afamado Princeton Theologcial Seminary (1914-16). A su regreso, prosiguió su batalla sin cuartel contra aquel estado de cosas. Sus novelas y sus libros sobre temas sociológicos, así como sus poemas, inundaron el país, alcanzando gran popularidad.
Toyohiko Kagawa: “El ministerio de Jesús ofrece esta nota peculiar: Limitó su misión religiosa a los enfermos, a los débiles, a los pobres, a los abandonados y a los pecadores. Esto es, Jesús penetró en la esencia del universo desde su lado patológico”.
Finalmente, en 1926 el Gobierno, movido por la obra y acción de Kagawa, se decidió a eliminar los barrios bajos de las más grandes ciudades del Imperio. Diez millones de dólares se dedicaron a este fin. Las viviendas horrorosas de Shinkawa ya no existen; los barrios incubadores de crímenes desaparecieron. Las celdas fueron reemplazadas por casitas construidas de acuerdo a los cánones de arquitectura moderna. Los niños pudieron asistir a la escuela y personal preparado se encargó de su educación.
Lucha por la paz
En 1904 Japón atacó la flota rusa amarrada en Port Arthur y destruyó toda su flota báltica. La nación celebró la acción como un gran triunfo sobre la política expansionista rusa. Kagawa, que era un pacifista hasta los tuétanos, se atrevió a hablar contra este acto de guerra -glorificado por los nacionalistas-, y sus mismos compañeros de estudio en el seminario le agredieron como a un loco peligroso; aviso de lo que estaba por llegar. Pero no por eso se arredró, al revés, cuando fue necesario se puso en cabeza de la oposición al espíritu militarista. Protestó contra la invasión de China en 1936 y contra la entrada en la II Guerra Mundial. Fue encarcelado en varias ocasiones y se le ordenó guardar silencio sobre el tema de la guerra.
En 1928 organizó de La Liga Nacional de Japón contra la Guerra, que incluía un amplio espectro de intereses. El primero, la oposición a la guerra y a toda preparación de la misma, también la oposición al espíritu agresivo del imperialismo político y económico; a los discursos incendiarios y a la opresión de los pueblos y grupos más débiles. Es el único japonés que aparece en el manifiesto contra el espíritu militarista presentado a la Liga de Naciones (1926), que lleva la firma de Mahatma Gandhi, Rabindranath Tagore, Romain Rolland, H.G.Wells, Bertrand Russell, George Lansbury, Martin Buber, Albert Einstein y otras personalidades contrarias a la guerra.
En 1940 Kagawa fue arrestado por pedir perdón públicamente a China por la invasión japonesa de este país. Téngase en cuenta que todavía hoy, casi setenta años después, la sociedad japonesa encuentra enojosa esta cuestión y es bastante renuente a hablar de ello, aunque las autoridades se hayan atrevido a dar algunos pasos en esa dirección.
En el verano de 1941 visitó Estados Unidos en un intento de impedir la guerra se avecinaba entre ambos países. Después de guerra, y a pesar de su delicado estado de salud, Kagawa dedicó todos sus esfuerzos a reconciliar los ideales democráticos con la tradicional cultura japonesa.
La Justicia Social
A principios de los años veinte, Kagawa se vuelve más activo socialmente, tomando parte en la organización de la Federación Japonesa Obrera. Organizó la primera huelga de trabajadores del Japón y ayudó en la formación de los primeros sindicatos obreros de esta nación. Mejoró la condiciones de la vida rural y del trabajo del campo enseñando nuevos métodos de agricultura mediante la plantación de árboles que impidieran la erosión del suelo.
Ideó el plan de “agricultura perpendicular o tridimensional”. Consistía en mostrar que un agricultor sin capital podía cultivar una hectárea, o media, y vivir decentemente de ella. Para ello tenía que sembrar arroz en los lugares mejores, plantar una huerta de hortalizas y un estanque para carpas; un cerdo o una cabra, y, de ser posible, árboles frutales en las laderas menos fértiles, así como otros árboles de crecimiento rápido para madera blanda, y nogales para madera dura. Con este plan, hasta las nueces o bellotas servían para alimentar a los cerdos, y las ramas se podían aprovechar para tener colmenas de abejas para obtener miel. “Por donde uno vaya en Japón, si ve una cabra puede tener la seguridad de que se encontrará con un discípulo de Kagawa” (C.H. Iglehart).
El pueblo le aclamó como uno de sus líderes. Los obreros de las ciudades y los campesinos le hicieron su jefe y su héroe. Pero la autoridades desconfiaba de él y durante muchos años fue objeto de la más rígida vigilancia por parte de la policía. La clase capitalista, los nacionalistas radicales y los militares le odiaban y temían por igual.
Con todo, fue requerido para ayudar en la tarea de reconstrucción de Tokio que siguió al terrible terremoto de 1923, uno de los mayores desastres de la historia de Japón, que destruyó las dos terceras partes de la capital, así como el puerto de Yokohama. Millones de personas perdieron su hogar, sus pertenencias y medios de vida. La enfermedad y la anarquía que siguieron desbordaron las previsiones del gobierno.
En ese momento, Toyohiko estaba en la cárcel, pero todos sabían que era el único hombre indicado para hacer frente a la situación. Había ido a parar allí como resultado de la convocatoria de una huelga no violenta en los muelles. Los obreros consiguieron sus reclamaciones, pero él fue encerrado en la prisión por haber encabezado la protesta.
Allí fue requerido por su carceleros para que se pusiera al frente de la reconstrucción de la nación. Para ello contaría, no sólo con el apoyo del gobierno, sino con el presupuesto y todos los privilegios asociados a esta tarea. Toyohiko rechazó los honores, pero no el trabajo. “Para trabajar entre los pobres tengo que ser pobre”, dijo.
La experiencia de la crisis financiera mundial llamada la Gran Depresión, Kagawa vio la salida en la promoción de cooperativas de producción y consumo que contrarrestaran los males de la destructiva competición capitalista. Sus ideas sociales las expuso en su obra Brotherhood Economics (Economía Fraternal. Harper & Brothers, New York 1936), resultado de las conferencias Rauschenbusch dadas en Estados Unidos, en las que defiende la creación de cooperativas de producción, consumo y crédito, como parte central de su propio programa de cristianismo social para acabar con la gran depresión que asolaba el mundo de entonces -como ocurre en nuestros días- y promoción de una sociedad más justa.
“La política del laissez-faire nos ha llevado al infierno”, declaró. “Hay que construir puentes que salven la brecha existente entre los productores y los consumidores con amor fraterno. De otro modo, la sociedad nunca será salva, sino que la depresión, el pánico y el desempleo continuarán para siempre» (Brotherhood Economics, p. 3). No se equivocó nuestro gran hermano japonés.
Evangelizador
Entre 1926 y 1934 se dedicó a la misión evangelizadora de llevar el conocimiento del Evangelio de Cristo a la sociedad japonesa, bastante poco receptiva al mismo, mediante el proyecto Movimiento Reino de Dios. Como él mismo había comprobado personalmente, un individuo y un puñado de cristianos eran capaces de realizar grandes cosas, por tanto, si más personas siguieran la senda de Cristo se podrían llevar a cabo muchas más cosas.
El Reino de Dios significa, para Kagawa, la esfera donde se encuentran el discipulado personal y la acción social. La predicación del Evangelio debe tener por meta la renovación del individuo así como la transformación de la sociedad. El Reino de Dios debe ir creciendo de dentro a fuera, hasta convertirse en una rica y amplia variedad que de cobijo a los múltiples intereses de las gentes puestos al servicio de Dios y de los hombres. “La santidad es el pozo profundo que Dios va cavando en el espíritu del hombre”.
Escritor
Escritor de éxito, Kagawa noveló su vida en Across the Death Line (Cruzando la línea de la muerte), y en Before the Dawn (Antes del amanecer), que junto a otros muchos escritos se vendieron en todo el mundo. Las ganancias obtenidas por derechos de autor los invirtió en ayuda a los pobres, reservando para sí una pequeña cantidad mensual, justo la necesaria para el sustento de su familia. “Sus vastas labores han sido financiadas durante años en gran parte con sus libros, escritos de madrugada, después de un período de oración de las cuatro de la mañana en el que aguarda la dirección de Dios para la labor de la jornada. Es autor de ciento noventa libros sobre los más diversos temas. Ha leído una enormidad” (C.H. Iglehart).
Para Kagawa, la cruz simbolizaba el poder del amor de Cristo y el poder de sufrir por causa de la justicia, tema recurrente en el pensamiento y la teología cristiana de Japón. De hecho, la primera teología rigurosa del dolor de Dios revelado en Cristo nace de la pluma de autor japonés, Kazoh Kitamori, publicada en español hace años: Teología del dolor de Dios (Sígueme, Salamanca 1975).
Por esta razón, Kagawa escogió los barrios bajos como su campo de trabajo y vivió entre los pobres de los pobres. Su teología no estaba en la cabeza, sino en los pies. “Hay teólogos, predicadores y maestros religiosos, no pocos, que consideran que lo esencial del cristianismo es revestir a Cristo con formas y fórmulas -escribe Kagawa-. Miran con desprecio a los que siguen a Cristo en el trabajo y la fatiga, motivados por el amor y pasión de servir… Conciben la religión del púlpito mucho más refinada que movimientos en pro de la fraternidad entre los hombres… La religión que Jesús predicó fue diametralmente opuesta a esto. No dejó ninguna definición de Dios, pero enseñó la práctica real del amor”.
En castellano sólo disponemos de la traducción de dos de sus obras, Cantos de los barrios bajos, traducida por Gonzalo Báez-Camargo (Ediciones Alba, México 1938), y El amor, ley de vida (México 1939).
En EEUU contra el racismo
A finales de 1935, Kagawa va a EE.UU. para un gira de conferencias que se prolongó más de seis meses. Aprovechó la ocasión para estar con Francis Grimké (1850–1937), ministro presbiteriano y defensor de la justicia racial. Hijo de una madre esclava y su dueño, Grimké tuvo la oportunidad de estudiar en Lincoln University, Howard University, y Princeton Theological Seminary antes de ser nombrado pastor (1878) de la Fifteenth Street Presbyterian Church en Washington, D.C.
Para Grimké, Kagawa no era nada menos que “el cristiano más grande de nuestros días y generación”. Ambos hombres disfrutaron uno de otro. Kagawa, preocupado por la justicia social, no podía menos de simpatizar con la justicia racial defendida por sus hermanos negros de Estados Unidos.
Así que propuso la creación de cooperativa agrícola interracial, que se hizo realidad en Bolivar County, Mississippi. Conservadores como el bautista J. Frank Norris, le acusaron de promover el comunismo, puntualizando que las cooperativas de Kagawa eran más peligrosas que el bolchevismo ruso.
El líder fundamentalista William Bell Riley organizó una protesta para denunciar a Kagawa como “profeta del Anticristo”. Por contra, el predicador liberal Harry Emerson Fosdick, llamó la atención sobre la extraordinaria fuerza moral mostrada por Kagawa (The Living of These Days: An Autobiography, p. 211. Harper & Brothers, New York 1956). En una ocasión, se negó a predicar en un iglesia americana cuando supo que practicaba la segregación racial.
Profeta póstumamente laureado
En 1954 y 1955 fue nominado para el Premio Nobel de la Paz. Después de su muerte, el emperador de Japón, premio su labor póstumamente con la Orden del Tesoro Sagrado, una de las distinciones mayores del país. Aunque muerto, sus obras siguen vivas y el eco de su pensamiento no se ha apagado. Basta una leve chispa para encender el siempre viejo y nuevo fuego del amor cristiano, el “poder de la vida”.
Fuente: www.es.aleteia.org

Takashi Sasaki, el católico japonés que desafió la catástrofe nuclear

El pasado jueves 20 de diciembre, murió a los 79 años de edad, el intelectual japonés Takashi Sasaki en su pueblo de Minamisoma (Japón), ubicado a solo 25 kilómetros de la central de Fukushima, epicentro de la crisis nuclear sufrida después del terremoto y el tsunami que golpearon al país asiático el 11 de marzo de 2011.
Sasaki era un católico practicante, en un país donde los católicos no suman más de 0,5% de la población total. Estudió en la universidad jesuita de Sofía (Tokio), y quiso ser sacerdote antes de tomar la decisión de casarse con su esposa Yoshiko, a quien nunca abandonó, sin importar las circunstancias.
Gran apasionado del español y de la cultura hispana, tradujo al japonés importantes libros de Miguel de Unamuno, como *Del sentimiento trágico de la vida* y *El Cristo de Velázquez*. En sus últimos años de vida, se dedicó a luchar por la paz y la erradicación de la energía nuclear, todo desde el amor a su esposa, y fiel al mensaje del Papa Francisco.

Valentía con sentido humano

El 11 de marzo de 2011, Japón vivió uno de los desastres naturales más catastróficos de su historia. A las 14:46 hora local, la costa oriental de Japón fue sacudida por un terremoto de magnitud 9.0 en la escala de Richter, que duró seis minutos. Se trató del terremoto más potente de la historia de Japón y el cuarto más potente de la historia a nivel mundial, desde que hay mediciones. Como consecuencia del terremoto, se crearon olas de maremoto, de hasta cuarenta metros de altura, que golpearon con fuerza la costa del Pacífico japonés.
Entre los muchos daños que dejó el terremoto y el posterior tsunami, el más grave fue el causado a la central nuclear de Fukushima. La central sufrió fallos en el sistema de refrigeración y múltiples explosiones, que pusieron en peligro a cientos de miles de japoneses. Fue el peor accidente nuclear desde el ocurrido en Chernóbil (Ucrania) en 1986.
En medio de la tragedia, destaca el testimonio de Takashi Sasaki. Cuando el gobierno japonés ordenó la evacuación de las zonas cercanas a la central de Fukushima, Sasaki decidió quedarse en su casa a cuidar de su esposa, quien sufría demencia senil. Argumentó, con Unamuno como bandera, que las autoridades “solo se preocupan de la vida biológica y no respetan nuestra vida biográfica”.
El motivo para no abandonar su hogar era que tanto su madre, a quien cuidaba desde hace tiempo, como su esposa, Yoshiko, no podrían soportar las condiciones de los albergues instalados por el gobierno. En los hechos, gran cantidad de los ancianos y enfermos que fueron trasladados a albergues murieron en una situación de extrema precariedad.
Con el riesgo que esto implicaba para su propia vida, decidió quedarse a procurar el cuidado y el cariño de su familia, con el conocimiento de que a partir de ese momento, de ese instante, el mundo exterior le daba la espalda.

Una voz que clama en el desierto

Desde su pueblo de Minamisoma, que se convirtió en parte de la zona de exclusión –donde los pocos habitantes que quedaban fueron abandonadas a su suerte–, Takashi se volvió una voz crítica y tenaz contra el abuso de los poderosos y la insensibilidad humana.
En su desierto nuclear, Sasaki comenzó a escribir un blog de evocación unamuniana, llamado “Monodiálogos” bajo el seudónimo de Fuji Teivo. Al poco tiempo, la publicación adquirió un profundo significado, por ser la única voz que denunciaba –desde el abandono– la desinformación de la prensa, la ineptitud del gobierno y los graves estragos que causa la energía nuclear, tanto en términos de generación de energía –con énfasis en la contaminación que causan los desechos nucleares y los desastres como los de Fukushima y Chernóbil–, como en el componente bélico de las armas nucleares, una herida abierta en el corazón de todos los japoneses.
Con el paso del tiempo, su voz fue cada vez más escuchada en Japón y en el mundo, y sus relatos fueron recopilados en un libro llamada *Fukushima: vivir el desastre* (traducido al español por editorial Satori). En el Papa Francisco encontró un gran aliado en su denuncia contra las armas nucleares, y dedicó todas sus fuerzas para que el mundo fuera consciente de que lo que pasó en Fukushima se puede –y se debe– evitar en el futuro.

Un legado hispanófilo

A su muerte, víctima de un cáncer de pulmón, Sasaki deja, además de su lucha contra la energía nuclear y el testimonio de entrega a su familia, un legado de amor y respeto por la cultura y las letras hispanas. Además de Unamuno, tradujo a otros importantes filósofos españoles como José Ortega y Gasset.
Gracias a Sasaki, los japoneses pueden conocer y estudiar en su propia lengua el pensamiento hispano, y sobre todo el pensamiento hispana católico. Un puente que une a dos tradiciones milenarias y un testimonio de vida que abre las puertas para que más japonenses sigan su camino intelectual, espiritual y humano.
En medio de los desiertos del mundo actual, brotan flores raras que demuestran que no todo está perdido. La imagen de Takashi, en su desierto nuclear, cuidando a su madre y a su esposa enferma, abandonado por el mundo, escribiendo en la más terrible soledad, traduciendo a Unamuno, luchando por devolver la esperanza al mundo, es una imagen poderosa.
Una imagen que vale la pena recordar.
Fuente: www.es.aleteia.org

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