Carta del Papa Francisco
Al Señor Cardenal Giuseppe Versaldi
Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica del Perú
Vaticano, 19 de marzo de 2017
Querido hermano:
Me es grato saludarlo y a través suyo a cuántos conforman la Pontificia Universidad Católica del Perú, con motivo del primer centenario de esa Institución. Me uno a ustedes en acción de gracias al Señor por todos los beneficios recibidos de su infinita bondad durante estos años dedicados al servicio de la Iglesia y de la sociedad de ese querido País.
Esta grata efeméride, nos ofrece la posibilidad de reflexionar sobre la naturaleza en la finalidad de esa Universidad. En sus Estatutos se define como una “comunidad de maestros, alumnos y graduados dedicada a los fines esenciales de una institución universitaria católica” (Art. 1°). En esta formulación ya se encuentra sintetizado todo un proyecto, no sólo educativo sino también de vida.
Se trata, ante todo, de una comunidad, porque supone reconocerse miembros de una misma familia, que comparten una historia común fundada en unos mismos principios que la originaron y que la mueven. La comunidad se forma y se consolida cuando se camina juntos y unidos, valorando el legado que han recibido y que deben custodiar, haciéndolo vida en el mundo presente y transmitiéndolo a las nuevas generaciones. Es innegable que los fundadores de ese Centro educativo lanzaron una propuesta valiente al servicio de la sociedad peruana y de la Iglesia. Es una llamada a la apertura hacia otras culturas y realidades; si se encierra en sí mismo, contemplando sólo su saber y logros, estará abocado al fracaso. Sin embargo, conocer el pensamiento y las costumbres de otros nos enriquece, y nos estimula a su vez a profundizar en nosotros mismos para poder entablar un diálogo serio y fructuoso con el medio que nos rodea.
Asimismo, es una comunidad que está formada por maestros, alumnos y graduados. Los roles son diferentes pero todos ellos necesitan del otro para ejercerlos auténticamente. El Maestro es uno, nuestro Señor (cf. Mt 23,8; Jn 13,13); y quien está llamado a enseñar tiene que hacerlo desde la imitación de Jesús, buen Maestro, que salía a sembrar cada día con su palabra, y era paciente con los que le seguían y humilde en el trato con ellos. Si contemplamos su ejemplo, caemos en la cuenta de que para enseñar se tiene antes que aprender, siendo discípulo. Este último es el que sigue el ejemplo de su maestro y está atento a sus enseñanzas para poder superarse y ser mejor. Esta tensión interior ayuda a reconocerse humildes y necesitados de la gracia divina para poder fructificar los talentos recibidos. Enseñar y aprender es un proceso lento y minucioso, que necesita atención y un amor constante, pues está colaborando con el Creador a dar forma a la obra de sus manos. A través de esta tarea “sagrada”, se fomenta el conocimiento y la fructificación de la perfección y bondad que hay en toda criatura querida por Dios y que es un reflejo de la sabiduría y bondad infinita de Dios (cf. Laudato si’, 69). En esto cometido, todos -profesores, alumnos y egresados- son necesarios. Cada uno aporta a la competencia de su saber y lo específico de su vocación y vida, para que ese centro de estudios brille no sólo en su excelente académica, sino también como escuela de humanidad.
Por último, esta comunidad tiene el desafío de buscar y anhelar los fines esenciales de una institución universitaria católica; es decir, ser evangelizados para evangelizar. Todo cristiano ha sido conquistado por el Señor y de ese encuentro se transforma en testigo. El aprendizaje de conocimientos no basta, se requiere llevarlos a la vida, siendo fermento en medio de la masa. Somos discípulos misioneros y estamos llamados a convertirnos en un evangelio viviente. A través del ejemplo de nuestra vida y de nuestras buenas obras, estaremos testimoniando a Cristo, para que el corazón del hombre pueda cambiar y transformarse en una criatura nueva. Esa Institución, con todos sus miembros, tiene que afrontar el reto de salir al encuentro del hombre y la mujer de hoy, llevando una palabra auténtica y segura. Para lograr este fin se debe buscar ardientemente con rigor la verdad, así como su adecuada transmisión, colaborando de ese modo a la promoción de la persona humana y a la construcción de la sociedad (cf. Juan Pablo ii, Const. Ap. Ex corde Ecclesiae, 2). Esa Universidad, que en conformidad con su origen, historia y misión, tiene un vínculo especial con el Sucesor de Pedro y, en comunión con él con la Iglesia Universal, habrá logrado sus objetivos si puede llevar al tejido social esas dosis de profesionalismo y humanidad, que son propias del cristiano que ha sabido buscar con pasión esa síntesis entre la fe y la razón.
Encomiendo a Nuestra Madre la Virgen María, Trono de la Sabiduría, los proyectos y desafíos que tiene esa Pontificia Universidad Católica del Perú, como también ruego al Señor por cuantos forman esa Comunidad educativa, sus familias y sus seres queridos; les pido que no se olviden de rezar por mí, y les imparto la Bendición Apostólica.
Francisco
Centenario de la Pontificia Universidad Católica
Hace 100 años, un sacerdote y cinco laicos fundaron la universidad que hoy ocupa un importante lugar en el país. Anótese que, durante varias décadas, Lima solo tenía dos facultades de Derecho, pertenecientes a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y a la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP).
Por Carmen Meza Ingar- Diario El Peruano.
La antigua Escuela de Ingenieros también nació con profesores de la PUCP, y hoy es la importante Universidad Nacional de Ingeniería.
En los antiguos huertos en los que Martín de Porres y Juan Macías dialogaban en el siglo XVII se construyó, en el siglo XIX, los colegios de Sagrados Corazones. El de varones fue sede por 25 años de la PUCP, que inició sus actividades con dos facultades: la de Letras y la de Derecho y Ciencias Políticas, gracias a la resolución suprema del 24 de marzo de 1917, suscrita por el presidente José Pardo y Barreda y el ministro de Instrucción, Wenceslao Valera.
Su primer rector fue el padre Jorge Dintilhac, graduado en San Marcos y quien había observado que la única universidad en la capital no podía acoger a toda la juventud. Los estudiantes iban a otros países con tristeza de sus familiares, pero lo grave fue el conflicto de 1914, que separó a muchas familias con estudiantes que debían participar en la guerra, o que tenían dificultad para volver de inmediato a Lima.
Fue un trabajo de varios intelectuales, entre ellos José de la Riva Agüero, que había presentado un libro de historiografía en 1910, y que posteriormente fue el gran benefactor que cedió su casa de jirón Camaná, donde hoy funciona el instituto con su nombre. Además, legó su fortuna, que debía entregarse a la universidad 20 años después de su muerte, que ocurrió en 1944.
El rector fundador dedicó 40 años de trabajo intelectual a la universidad. Su proyecto, gestión y rectorado se prolongaron desde 1917 hasta 1947, con la sola interrupción en junio de 1924, cuando el consejo superior eligió rector a monseñor Pedro Pablo Drinot y Piérola, quien por enfermedad renunció en enero de 1925, volviendo a ser rector el padre Jorge Dintilhac.
Otra breve interrupción fue la nominación pro tempore de Víctor Andrés Belaunde en 1946, pero el titular continuaba siendo el padre Jorge, quien ejerció el cargo hasta 1947. La historia de la universidad reconoce como segundo rector a monseñor Drinot, así como al tercero a Rubén Vargas Ugarte, quien ejerció el cargo hasta 1953 y fue sucedido por monseñor Fidel Tubino Mongilardi, graduado de abogado en Italia, con revalidación en San Marcos y quien había sido alumno de monseñor Montini, después Pablo VI.
En 1963 asumió el rectorado el padre Felipe Mac Gregor hasta 1977, fecha en la que fue elegido rector el primer laico, José Tola Pasquel; y en 1989 el ingeniero Hugo Sarabia Swett, a quien sucedió Salomón Lerner Febres y luego Luis Guzmán Barrón. Todos ellos dignísimos predecesores del actual titular.
Fuente: Letras al Mango.
Rubén Vargas Ugarte SJ
El padre Vargas, tercer rector de la Pontificia Universidad Católica del Perú, nació en Lima el 22 de octubre del 1886, y se ordenó sacerdote de la Compañía de Jesús en 1921.
Se incorporó como docente a la Universidad en 1931, tras un período enseñando a nivel secundario en España, Bolivia y el Perú. Historiador, llegó a ser decano de la Facultad de Letras en 1935, y fue elegido rector tras la muerte del padre Dintilhac en 1947. Permaneció en este cargo hasta 1953.
Como historiador, sus obras incluyen la monumental Historia General del Perú, escrita por él hasta el volumen X, además de varias obras sobre la historia de la religión en el Perú y sobre el período colonial. Indiscutiblemente uno de los principales historiadores peruanos. Fue también director de la Biblioteca Nacional del Perú durante el segundo gobierno de Manuel Prado. En 1955 la Universidad de San Marcos publicó un folleto de treinta páginas dedicadas únicamente a listar sus publicaciones. Esa producción siguió siendo incrementada hasta su muerte, ocurrida en 1975.
Sacerdote, docente, rector de la Pontificia Universidad Católica del Perú, la memoria del padre Rubén Vargas Ugarte SJ perdura en la que fue una de sus casas.
Fuente: http://www.pucp.edu.pe