Nuestros Charlies criollos

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Charlies criollos

Por Aldo Mariátegui- Diario El Comercio
Lamento profundamente lo ocurrido en París y rindo homenaje a los colegas que fueron bárbaramente asesinados por el terrorismo integrista. Pero a mí no me gusta seguir la corriente; me gusta ser abogado del diablo o, por lo menos, explorar otras perspectivas más difíciles, porque lo fácil ahora es ser 100% políticamente correcto en cuanto a la masacre de los caricaturistas franceses, y ese camino me aburre.
¿Qué dirían ustedes de una revista muy ideologizada (esta es de extrema izquierda) que continua y sistemáticamente se esté burlando de los negros en sus portadas, con caricaturas sumamente crudas? ¿Que pongan a Mandela desnudo y con una estrella entrando por su ano, como con Mahoma? ¿A Luther King sodomizando a Pelé, como Jesús a Dios, según “Charlie Hebdo”? O también imaginen ese mismo escenario con los gays: ¿Que saquen caricaturas con pedazos de excremento representando a ese colectivo, como también hacía “Charlie Hebdo” con la derecha gala? ¿Hasta dónde algo es libertad de expresión y hasta dónde ya es un insulto? Les dejo esa duda.
Esa matanza es execrable, pero tampoco ahora, como algunos, voy a festejar esas portadas, que simplemente hay que aceptar con una sonrisa porque la libertad de expresión es un valor máximo, aun cuando se bordeen el insulto, la intolerancia y la provocación.
A mí aquí me crucificó la izquierda por cuestionar años atrás en una portada el hecho de que una congresista no tuviera el manejo elemental del español, que el diario “Correo” opinaba –como era su derecho y como se decidió en un consejo de redacción– era un requisito mínimo para desempeñar un cargo. ¿Se defendió nuestra libertad de expresión? ¡Noooo! Se nos acusó de “racistas” (por más que se dejaba claro que aquí no importaba si era rubia o indígena, sino sus capacidades en castellano), y hasta el Congreso –jalado de las narices por el entonces radical humalismo– demagógicamente votó una moción de condena, salvo las intervenciones valientes de Martha Hildebrandt, que los dejó calladitos a todos, y del ahora tan satanizado Aurelio Pastor, a quien su “pluralista” partido obligó a callar. ¿Acaso no teníamos la absoluta libertad de opinar –y de graficar con una dura foto– que considerábamos que para ser congresista se necesita por lo menos dominar el idioma mayoritario del país, que cuando menos se debería exigir secundaria completa, o mejor aun, estudios universitarios (que, es cierto, no garantiza nada, pero por los menos alguna valla pone)?
Es repelente ahora ver a todos esos hipócritas de entonces rasgarse las vestiduras por la indudable libertad de expresión de estos franceses para vejar sistemáticamente a una religión y de provocar así a un colectivo de creyentes con unos valores muy distintos a los occidentales (pero no por eso no respetables). Les apuesto que un grupo de extremistas indigenistas entraba a “Correo” y nos masacraba por esa portada y más de uno de estos hipócritas rojos, caviares, fujicaviares y sus tontos útiles hubieran relativizado el ataque, incluso aduciendo que “nos lo merecíamos” (con aplausos y sonrisas, ya entre sus amigos).
Je ne suis pas Charlie Hebdo
Por Salvador Aragonés- Blog “El ojo crítico”
“Yo no soy Charlie Hebdo” -o dicho en francés “Je ne suis pas Charlie Hebdo”- puede ser provocativo, y no lo es. Desde esta columna condenamos el vil asesinato múltiple de la bandas de Al Qaeda en Francia. Es una condena sin fisuras, porque es una afirmación firme e inquebrantable de la libertad, de todas las libertades, y por eso también de la libertad de expresión.
Pero no soy Charlie Hebdo, porque no me puedo identificar con un semanario que no he leído ni leeré, porque está en las antípodas de mis ideas. Defiendo su existencia pero no me coloquen eslóganes confusos como “Yo soy Charlie Hebdo” porque no me identifico con el semanario. Ha sido un eslogan acuñado por la izquierda francesa para condenar el atentado del día 7 en París. En París esta semana, como ha dicho el presidente de Francia, François Hollande, hubo tres atentados terroristas, uno también en un supermercado judío y no por eso me tengo que identificar con este supermercado.
Hacer seguidismo de eslóganes siempre me ha chirriado, porque antes de adoptar para mí un eslogan me gusta pensarlo antes para ver si va con mi  modo de pensar. Los eslóganes son siempre reductivos y necesariamente no pueden expresar exactamente un pensamiento. Sin embargo, el eslogan francés contra el terrorismo de Al Qaeda y del Estado Islámico se ha llegado a identificar con un semanario cuyo contenido es una sátira y una mofa de las religiones. Defiendo que existan estos semanarios, de la misma manera que rechazo la hipocresía de quienes hoy dicen una cosa y mañana hacen lo contrario en su país, en su universidad, en su tierra o en su municipio.En Estados Unidos, por ejemplo, no se toleraría este semanario, como no se toleran muchas cosas, como cuando un profesor fue despedido de una universidad porque explicaba la doctrina de la Iglesia católica sobre la homosexualidad o como en Catalunya o en el País Vasco no se permitiría un semanario que hiciera sátira y befa del catalán o a las instituciones vascas. En Italia no sería posible publicar “Charlie Hebdo” porque va contra la Constitución que exige el respeto para todas las religiones. Y un largo etcétera.
Los franceses y el mundo en general han condenado sin paliativos un atentado contra un medio de comunicación y más en general se condenan los atentados o el uso de la violencia contra quienes utilizan el Islam para acometer actos violentos o para quienes matan en nombre de Alá.
El terrorismo de origen islámico va a dar que hablar todavía, pues en Francia se ha visto que hay grupos organizados y preparados sin ser controlados por las fuerzas de seguridad. Lo mismo ocurre en cualquier país de Europa, a excepción tal vez de Gran Bretaña. España lleva más de medio siglo luchando contra el terrorismo doméstico y diez años en la lucha contras el terrorismo islámico. Por eso las fuerzas de seguridad españolas tienen una formación y una experiencia no solo en el terrorismo, tanto propio como islámico sobre todo desde el 11-M.
El terrorismo de origen islámico ¿puede combatirse con el solo uso de las fuerzas de seguridad o del ejército como en Francia? Rotundamente no. Y hago otra pregunta ¿qué dijeron los imanes en sus prédicas en las numerosas mezquitas españolas el viernes de oración siguiente a los atentados? Según mis informaciones, no todos entonaron la condena de estos atentados como lo hicieron las voces oficiales de las organizaciones islámicas españolas. Tampoco todos los estados islámicos condenaron los atentados de París, aunque  Hezbollah, considerada organización terrorista, e Irán afirmaron que la violencia no está en la religión islámica. Este terrorismo hay que combatirlo también con armas políticas.
El Gobierno de España, que quiere ser un poco portavoz de los países árabes dentro del Consejo de Seguridad, de la ONU, debería preocuparse que “todos” los estados árabes condenaran –y no solo de palabra, solo con hechos—el terrorismo de Al Qaeda y el Estado Islámico. O conseguir que algunos clubes como el F.C. Barcelona dejaran de hacer publicidad de un Estado como Qatar, financiador de este terrorismo, o que el gobierno español mirara mejor sus relaciones con Qatar que son importantes.
Podríamos seguir desgranando uno a uno ciertos apoyos indirectos que se dan a quienes financian el terrorismo. Por esta vez solo apuntamos que la lucha contra el terrorismo de origen islamista no se derrota solo con medidas policiales, sino también con medidas políticas que lógicamente afectan el bolsillo de estados y organizaciones internacionales. Es el momento de la transparencia y de limpiar de hipocresías las políticas internacionales de muchos estados.
¿Daría mi vida para que tú te rías?
Por Fernando Vivas Sabroso- Diario El Comercio
Cuando recién empezaba en esta chamba, imberbe e impune, me gustaba citar a Voltaire: “No estoy de acuerdo con tus ideas pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlas”. Entonces, mi entusiasmo libertario era puro y principista.
Ahora no puedo pensar así. No tengo pasta de kamikaze de la libertad de expresión absoluta. Si en alusión a “Charlie Hebdo” me preguntaran, “¿darías tu vida para que otro se ría de lo que quiera?”, con franqueza y con miedo diría que no. Y, a la vez, estoy asqueado y conmovido por la masacre del humor. Suscribo todas las condenas. Me aterra que compatriotas de Voltaire, como el par de policías abatidos en la fuga de los terroristas, mueran sin saber por qué. Y que Charb, el director del semanario, y los periodistas humoristas que lo acompañaban, murieran sabiendo por qué, aunque no por eso menos devastados. 
Todos los que ejercitamos la pluma, el teclado y la mente en Occidente, somos hijos de la Revolución Francesa. Ella cortó cabezas y entronizó principios que todavía nos seducen con el brillo de lo absoluto. Pero, repito, no lo son. Son relativos. Como la libertad de expresión, sublime derivado de la libertad a secas. Los derechos humanos, las guerras y armisticios, las migraciones masivas, la globalización, nos han llevado a relativizarla.
 El pacto social global nos ha ido llenando, en los últimos tiempos -y no por exquisitez o gazmoñería, sino por instinto de supervivencia- de límites, regulaciones, vallas. No debemos meternos allí donde la privacidad y la dignidad ajena se vea mellada, allí donde la tranquilidad se vea seriamente perturbada, allí donde choquemos con el principio de no discriminar. Y, en las zonas grises y fronterizas, nos autorregulamos para evitar que se nos regule.
Y, nos preguntamos, en serio y en broma, si tanta corrección política podría llegar a dejarnos sin temas para picotear; si la libertad de expresión aguda, la que punza y quema, la que denuncia y mueve conciencias, no acabaría tan arrinconada que se asfixie. Aunque no estoy seguro, yo creo que no podría pasar eso por más correctos que pretendamos ser, pues el área de la libertad de expresión frente a la cosa pública es tan vasta, que compensa otras parcelas vedadas. Y algunas de esas parcelas podrían dejar de estar vedadas si nos aproximamos a ellas por otros puntos de abordaje.
Por todo esto, acicateados por la masacre del humor, estamos obligados a debatir esta pregunta:¿tenemos que proscribir la representación, seria o cómica, de elementos del islam pues para esa religión iconoclasta el solo intento de visualizar sus fundamentos es un crimen? Esta pregunta engloba a otra, mayor: ¿debemos (auto) regularnos para no herir sensibilidades con la risa y con la mofa o, por el contrario, debemos seguir luchando para imponer la tolerancia? Si la respuesta es por la regulación, ¿cómo premunirse para que otros grupos humanos y hasta poderes instituidos no pretendan usar las mismas prerrogativas para esquivar la crítica y la fiscalización? ¿Cómo dejar establecido que la inhibición de graficar o mofarse de la religión, no puede de ninguna manera inhibir el análisis y la crítica textual hacia ella?
No tengo las respuestas, no quiero tenerlas todavía, porque el debate debe madurar; porque tenemos que llegar a conclusiones que trasciendan el miedo y el horror ante la violencia terrorista.  Las respuestas no deben estar dirigidas a bandas criminales que son expresiones ultraradicales del problema. Tenemos, primero, que procesarlas nosotros mismos, negociando entre nuestro espíritu libertario y nuestro afán de vivir en paz; y luego dirigirlas a una religión y a varias nacionalidades, en esencia pacíficas, con las que vamos a convivir por los siglos de los siglos.
¿Una nueva guerra santa?
Por Guillermo Niño de Guzmán- Diario Perú21
La escalada terrorista ocurrida esta semana en Francia ha causado la muerte de 20 personas y suscitado una conmoción de la que no será fácil recuperarse. El impacto es grande porque se ha producido en el corazón de Occidente, aunque, ciertamente, las manifestaciones del horror han recrudecido en los últimos tiempos y se han convertido en moneda corriente. Prueba de ello son los infames videos de los degollamientos de cautivos indefensos perpetrados por el Estado Islámico y que transmiten los noticieros. De cualquier modo, para la mayoría de los ciudadanos, eso es algo que sucede en un lugar remoto y en televisión. Hasta que, de repente, el terror invade tu calle y llega a tu puerta.
Más que un atentado contra la libertad de expresión, el ataque a la revista de humor Charlie Hebdo significa una brutal amenaza al mundo civilizado. Los ejecutores de la matanza son fanáticos que, desquiciados por una perversa inversión de valores, pretenden regresar a aquellas épocas siniestras en las que, en nombre de la religión, se cometían las peores tropelías.
A la humanidad le costó muchísimas penurias librarse de la barbarie y el oscurantismo. ¡Cuántos atropellos se consumaron antes de que Occidente fuese capaz de separar la fe y la razón! Hubo un tiempo en que la cristiandad emprendió la loca aventura de las cruzadas, obsesionada por acabar con los infieles que ocupaban Tierra Santa. Ahora, varios siglos después, los roles se intercambian. Los musulmanes fundamentalistas han lanzado su yihad contra aquellos que no comulgan con sus creencias. Es decir, los infieles somos nosotros.
Algunos piensan que la irracionalidad de los terroristas no les permite advertir que, con su intolerancia y violencia, solo consiguen generar un fuerte rechazo al islam. Sin embargo, eso es justamente lo que quieren. Su idea es polarizar las tendencias, agudizar la confrontación, incitar al odio y el repudio, de modo que los musulmanes que viven en Occidente sufran el desprecio y la exclusión, lo que facilitaría su progresiva radicalización.
La situación se torna muy delicada, pues el vulgo no distingue matices y tenderá a identificar a todo musulmán como posible terrorista. Las crecientes reacciones en contra de la inmigración revelan que el racismo y la xenofobia están a la orden del día en Europa. A estas alturas, ¿cómo convencer a la sociedad de que el islam es una religión de paz? Después de todo, ¿cómo entender esa fe que persuade a sus seguidores de que irán directo al paraíso si se inmolan para matar a los que no creen en ella?

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