Una higuera culpable de respetar las estaciones

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Evangelios molestos

Por Alessandro Pronzato- Evangelios molestos
Al día siguiente, cuando salieron de Betania, sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella; acercándose a ella, no encontró mas que hojas; es que no era tiempo de higos. Entonces dijo a la higuera: ¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti! Y sus discípulos oyeron esto…Al pasar muy de mañana, vieron la higuera que estaba seca hasta la raíz.
Pedro, recordándolo, le dice: Rabbi, mira, la higuera que maldijiste está seca. Jesús le respondió: Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: quítate y arrójate al mar y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá (Marcos 11:12-14 y 20-23).
Varias veces, lo confieso, he intentado evitar, regatear, diríamos en argot futbolístico, el episodio de la higuera estéril. Me daba un poco de fastidio.
El empeño de Jesús de tomar sus frutos cuando todavía no era la estación de los higos, me parecía absurdo, además de ingenuo. Es difícil encontrarle una justificación “razonable”.
Más vale arrinconarla. Más vale separar esta página de los evangelios molestos. La molestia es una cosa, y lo ridículo es otra muy distinta.
Voltaire se rió de ella a mandíbula batiente. Los teólogos han buscado mil recursos para eludir la dificultad, con modestos resultados. Algunos intérpretes han llegado incluso a insinuar la duda de que este hecho se derivaría de una tradición espúrea.
Pero al final siempre se imponía una conclusión: Precisamente su “falta de razonabilidad” es la mejor garantía de su autenticidad.
Por tanto no nos queda más remedio que hacer también las cuentas con esta higuera que no tiene más pecado que el de respetar las estaciones. Podríamos definirla: una planta culpable de observar escrupulosamente el reglamento.
Si al menos fuese una parábola… Siempre podríamos descubrir una aplicación que no repugnase a nuestra lógica.
Pero se trata de un episodio acaecido realmente. De un episodio que se convierte en una parábola. La parábola que sirve para documentar las absurdas pretensiones de Dios en relación con nosotros.
Y ahora, para “entender”, para no escandalizarme, tengo que prescindir de mi sentido común, tengo que desarraigar mis exigencias racionales.
¡Cuántos intentos para reducir a ” dimensiones razonables” las pretensiones de Cristo! ¡Cuántas seguridades se nos han dado para ello! ¡Cuántas veces hemos oído cómo labios devotos sentenciaban: Dios no exige tanto…!
Evidentemente, para todos estos tranquilizadores de oficio, el episodio de la higuera que es maldecida tiene que reducirse a un vulgar despiste del Señor, a una fatal equivocación en cuestión de calendario. Cristo no nos pide mucho. Ni tampoco muchísimo. Nos pide sencillamente lo imposible. Exige un milagro. Como si dijera: el amor tiene que hacer milagros.
“Tengo un profesor muy exigente”, se lamentan los estudiantes. Pero Dios es “peor” todavía. Cuando vas a examinarte en latín, se le ocurre preguntarte de trigonometría. “Mi patrón no entiende nada”, murmura el obrero. “Quinientos tornillos al día. Y ahora nos exige seiscientos. No sabe lo que dice…” Pero el Señor es “peor” todavía. Espera de ti los tornillos incluso en vacaciones.
…Jesús sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella.
Veo cómo se acerca a mí. Tiene hambre. Me dirige su mirada y me hurga por dentro en busca de “algo”. Un fruto, aunque sea uno sólo, entre las hojas. Hace el inventario de mi mercancía, para descubrir “algo” que le interesa.
Creía que no se iba a ocupar de mí, que no me iba a localizar. Que se iba a contentar con pasar a mi lado. Uno de tantos árboles a lo largo del camino. ¿Por qué concentra su mirada precisamente en mí? ¿Por qué me traspasa con esos ojos implacables?
Tiene hambre. Y yo soy un árbol destinado a dar fruto. No una planta ornamental. Acercándose a ella, no encontró más que hojas… Mi nombre inscrito en el registro de bautizos. Mi tarjeta de Acción Católica. Mi estampa en la cartera. La medalla de San Cristóbal junto al volante del coche. “Tengo un tío canónigo”. Mi charlatanería. Estuve en Londres de peregrinación. He hecho ejercicios espirituales. Hasta estoy suscrito a la hoja parroquial, leo el boletín diocesano y recibo “el pan de los pobres”. No voy a ver películas obscenas. No hago mal a nadie.
Nada mas que hojas…. ¿Es ése todo tu cristianismo? Lo que yo quiero son frutos, no hojas. Tengo hambre y tu sombra no me llena el estómago.
Es que no era tiempo de higos.
Alessandro Pronzato

Señor, piensa un poco. No es aún tiempo de higos. Todavía no he tenido tiempo. ¿A qué tanta prisa? Un poco de comprensión. Yo no soy un santo, en definitiva. Hasta el sacerdote, a quien he pedido consejo, me ha dicho que puedo estar tranquilo, que no tengo obligación…
¿Tenía que haber hablado? ¿Tenía que haber tomado posición? Pero si no era oportuno…; hay que tener prudencia, no hay que precipitar las cosas, se corre el peligro de comprometerlo todo. Y luego se saca lo mismo, en el fondo. No es tiempo, Señor, haz el favor de controlar un poco tu calendario. Debe haber un error. Iguálalo con el mío y déjame en paz.
Entonces dijo a la higuera: Que nunca jamás coma nadie fruto de ti ! y sus discípulos oyeron esto.
Lo oyeron. ¿Comprenderían quizá que la fe tiene que superar las falsas necesidades? ¿Que el amor tiene la obligación de realizar milagros?
Tengo una agenda en mi mesa. Cada día señalo allí mis compromisos, mis citas, el final de mis plazos. En resumen, todo lo que tengo que hacer.
Algunas hojas cuajadas de notas, de compromisos. Al verlas, no tengo mas remedio que admitir que “hago demasiado”. Algunos días, cuando estoy literalmente hasta el cuello de trabajo, le robo horas al sueño. Para respetar la agenda. Y me engaño al pensar que soy tremendamente exigente conmigo mismo.
Si dejase esa agenda en manos del Señor… Escribiría allí cosas jamás pensadas, exigencias locas, plazos imposibles, cifras desproporcionadas.
Y yo, al leer aquellas absurdas exigencias, abriré unos ojos de espanto y tendré la impresión de que me vuelvo loco.
Y sin embargo, debería verme ebrio de alegría. Porque Dios me considera capaz de cosas imposibles. Si busca higos fuera de tiempo, quiere decir que ama y estima aquella planta hasta considerarla capaz de hacer milagros.
El que no ama, pide tonterías. Los hombres les piden muy poco a las criaturas. Un poco de tiempo, el cuerpo, la belleza, un segundo de placer, un poco de consideración, una propina de dinero, algún aplauso, alguna inclinación más o menos espontánea de cabeza.
Los hombres no aman a sus semejantes. No los estiman. Por eso se limitan a pedirles una miseria.
Dios me ama. Me estima inmensamente. Por eso me lo pide todo. Exige de mí lo imposible.
Cristo no ha muerto en la cruz para que yo “no hiciera mal a nadie”. Sino para que me hiciese capaz de realizar milagros.

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