Sagrada Familia

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Sagrada Familia

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Todavía con la mirada (de los ojos y del corazón) en el Niño Dios, que está en la cuna del belén, el evangelio de hoy (Mt 2,13-15.19-23) nos pide fijar la atención en la familia. Desde luego, la sagrada Familia de Nazareth, pero también la familia en general, la tuya y la mía. Evidentemente en el llamado Misterio de Navidad, sus tres personajes son parte del Misterio, pero el principal es Jesús, que acapara nuestro interés por ser el Hijo de Dios hecho hombre. En la misa de Noche Buena lo vimos como un bebé inerme y vulnerable, ¡Él que es el Hijo de Dios!; en la misa de Navidad, lo contemplamos como el Hijo de Dios, ¡Él que es un bebé! Hoy, la iglesia quiere que lo veamos en el seno de una familia y como parte de la misma. Con todo lo que esto entrañó de fácil y difícil, y de lo que entraña para todas nuestras familias.
Reflejo de la Familia de Dios, que es una comunidad de tres Personas divinas, la Familia de Nazaret es, debe ser, modelo para toda familia humana. Lamentablemente muy pocas veces nos la proponemos como modelo o la tenemos en cuenta. Quizá porque sólo pensamos en ella cuando llega la Navidad o la Fiesta de la Sagrada Familia o el día del Niño por Nacer. O porque, siendo ellos santos, pensamos que todo les era fácil y como caído del cielo. Pero no fue así, y por donde se la mire, en lo divino y en lo humano o social, tuvo tantos y más problemas que la mayoría de nuestras familias. Si no, díganme cuál de nuestras familias ha sido por un buen tiempo “familia sin techo”, perseguida, emigrante en país extraño (Egipto), refugiada en Nazareth, pobre… Es por ello que la Sagrada Familia puede enseñarnos a ser y vivir felices en medio de las adversidades y puede mostrarnos cómo surgir de la nada o teniendo muy poco.
En otro orden de cosas, la sagrada familia de Nazareth vive y nos enseña a vivir los principios fundamentales y las virtudes propias de la familia que se construye sobre el matrimonio de un hombre con una mujer, como el de María con José. Hoy son muchas las circunstancias, de todo género y origen, que atentan contra su comunión feliz, pero no voy a referirme a ellas. Considero más importante referirme a los principios sólidos que fundamentan la vida en familia y a las virtudes humanocristianas que la facilitan y santifican. Entre los principios enumero los sgtes. : el de la unidad en la diversidad y viceversa, por el que la familia se convierte en icono o retrato vivo de Dios (Uno y Trino); el de la reciprocidad corresponsable, y los de ser santuario de la vida, casa de Dios, formadora de personas, transmisora de valores (empezando por el de la fe) y  promotora del bien común (célula del tejido social).
Entre las virtudes familiares: ante todo el amor recíproco, con todas las características que, según la Escritura debe tener el amor (1 Cor 13, 4-6). La autoridad, que es compartida por los esposos-papás y que ha de ser ejercitada siempre en diálogo, corresponsabilidad y bondad, sobre todo con los hijos. Hay que ser firmes, pero siempre con bondad. Así la obediencia no les caerá pesada y será como la expresión de su amor y respeto a los papás y de su aporte a la felicidad del hogar.
FAMILIA Y EVANGELIZACIÓN
Como deben saberlo, hace ya un mes la Santa Sede  presentó el documento preparatorio de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar en el Vaticano del 5 al 19 de octubre de 2014. Su tema: “Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización”, el que se dará en dos asambleas y dos años: en el 2014, la Asamblea General Extraordinaria, que recogerá testimonios y propuestas de los obispos para anunciar y vivir el Evangelio visto desde la familia; y en el 2015, la Asamblea General Ordinaria, cuyo fin será dar las líneas operativas para la pastoral de la persona humana y de la familia”.
En una evangelización que compromete a todos, ¿cómo compromete a las familias cristianas, que tienen su modelo en la Sagrada Familia, que hoy celebramos? Digamos que, en relación con la evangelización, la familia tiene una doble tarea: pasiva una, abriéndose a la misión y a los misioneros y acogiéndolos; y activa la otra, asumiendo su rol de agente activo y de protagonista de la evangelización. Dicho de otro modo, las familias deben ser evangelizadas y evangelizadoras. Lo que obliga por igual a todas, si bien algunas podrán ser más evangelizadoras por estar más evangelizadas al haber iniciado antes y/o con mayor empeño el camino de la conversión y de la renovación.
En ambos casos, la tarea evangelizadora principal de la familia tendrá que consistir en ser cada vez más una familia cristiana: más familia y más cristiana. “¡Familia, sé lo que eres!”, gritaba el Papa Juan Pablo II. Además deberá convertirse en “escuela de fe”, en “comunidad discípula misionera”, donde se vive y se transmite el amor de Cristo que está en la base de su mutua relación. Y donde, desde el amor de Cristo y en Iglesia, se transmite y educa la fe de los hijos y, si es el caso, la de los esposos. Todo esto, a base de oración en común, de creación de un ambiente sano en el hogar, del testimonio de vida de los padres y la introducción de los hijos en la iniciación cristiana, preferentemente a través de la “catequesis familiar”.
“Animada por el espíritu evangelizador en su propio interior, la familia, en cuanto Iglesia doméstica, está llamada a ser un signo luminoso de la presencia de Cristo y de su amor incluso para los «alejados», para las familias que no creen todavía y para las familias cristianas que no viven coherentemente la fe recibida. Está llamada «con su ejemplo y testimonio» a iluminar «a los que buscan la verdad»” (Familiares Consorcio de Juan pablo II, 54). En relación con el entorno, ¡qué hermosos gesto y lección evangelizadores el de la familia que sale de casa y va a la misa dominical, vestida de fiesta y con alegría en el corazón! Aún sin proponérselo, ese ejemplo llama la atención y cunde misioneramente.
Los siguientes son también gestos y hechos evangelizadores, que las familias pueden llevar a cabo con sencillez. A lo mejor participar en algún “Cenáculo Misionero”, en el que los vecinos se reúnen rotativamente para orar (el Santo Rosario, por ejemplo), y ofrecer eventualmente su casa para ello. Acoger y pasar a otras familias la Capilla Misionera de la Medalla Milagrosa. Servir de enlace en el sector o en el edificio en el que viven, dando oportunidad al ingreso de misioneros. Formar parte de la Pastoral Familiar de la parroquia o integrar algún movimiento (como el de Encuentro Matrimonial). Participar en el Equipo o Movimiento Misionero parroquial. Propiciar que los enfermos, los niños y los jóvenes de la casa integren algún Grupo Misionero o Parroquial.

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