Archivo por meses: septiembre 2013

Contraloría en acción

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Fina Capriata

Cirugía plástica
La presidenta de la Sociedad de Beneficencia de Lima Metropolitana (SBLM), Fina Capriata y el titular de la Empresa Municipal Inmobiliaria de Lima (EMILIMA), Carlos Castillo Sánchez, firmaron un Convenio Marco de Cooperación Interinstitucional.
Gracias a este acuerdo, ambas entidades se comprometen a ejecutar actividades y proyectos que contribuyan al cumplimiento de sus objetivos y en beneficio de la población de Lima, dando prioridad a niños, niñas, adolescentes y adultos mayores.
En la ceremonia, Fina Capriata, presidenta de la SBLM, sostuvo que uno de los primeros proyectos en ejecutarse estará destinado a mejorar los servicios funerarios de los cementerios de la SBLM y resaltó que la institución tiene a su cargo, además, varios centros asistenciales como el Puericultorio Pérez Araníbar, el albergue Canevaro, Centros Residenciales Gerontológicos, entre otros.
Por su parte, Carlos Castillo, presidente de EMILIMA, precisó que el plazo de duración del convenio es de tres años, periodo durante el cual apoyarán a nuestra institución para que pueda cumplir con su labor de atención a la población en situación de riesgo por abandono o precariedad económica.
De esta manera ambas instituciones colaborarán en forma complementaria con los fines sociales y tutelares que brinda el Estado.
Fuente: Oficina de Comunicaciones- Sociedad de Beneficencia de Lima Metropolitana.
Gestión de Susana Villarán
Por Karem Barboza- Diario Correo
La Contraloría General de la República viene realizando una auditoría a la gestión de la alcaldesa capitalina, Susana Villarán, tras el escándalo por el millonario servicio que pretende cobrar la empresa Relima por la recolección y limpieza de residuos sólidos del Mercado Mayorista de Santa Anita (de EMMSA).
Como se recuerda, la Municipalidad de Lima rescindió el contrato de la empresa M&F, que cobraba S/88 por tonelada de residuos en La Parada, y decidió contratar a Relima, que quiere cobrar S/157.87 por tonelada entre los meses de setiembre del 2012 y abril del 2013.
Bajo este contrato, la gestión de Villarán está a punto de pagarle S/3.7 millones por solo seis meses de servicio.
Ante esto, la Contraloría, a través del Órgano de Control Institucional de la Municipalidad Metropolitana de Lima (OCI), viene revisando los procesos de selección y contratación de estos servicios durante el 2012 y 2013, con el fin de determinar si se realizaron según la normatividad vigente.
AL MILÍMETRO. Según se explicó, la investigación comprende la adjudicación a la empresa Relima por los servicios de recolección, transporte y disposición final de residuos sólidos en el Mercado de Santa Anita.
Ello debido a que, en lo que va de la adjudicación, se han originado dos exoneraciones continuas a los procesos de selección, cada una por un monto de S/639,373.
La auditoría también incluye la licitación pública para la “Ejecución de la obra, adecuación de pabellones A-Etapa II del Mercado Mayorista de Santa Anita”, cuya buena pro fue otorgada al Consorcio Virgen de la Puerta por S/. 22 millones.
Sin embargo, a las pocas semanas se declaró nula y no se sustentó el motivo.
Por este último caso, la Fiscalía Anticorrupción también viene realizando una investigación.
De otro lado, el fiscal José Pérez Gómez, del sexto despacho de la Primera Fiscalía Corporativa Anticorrupción, solicitó a la MML que le remita toda la documentación sobre la contratación de Relima, así como de la empresa M&F.
Fue luego de realizar una inspección a las oficinas de EMMSA, tras abrir su investigación.

Comunidad de Kashap otorga licencia social

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Kashap

Organizaciones de base, Apus y las comunidades ubicadas en la provincia Condorcanqui, departamento de Amazonas, están de acuerdo con la exploración y explotación en el pozo de hidrocarburos ubicado en el Lote 116. Ismael Jempets, presidente de la comunidad nativa amazonense de Kashap, distrito de Nieva, provincia de Condorcanqui, indicó que dichos trabajos no afectan los derechos colectivos ancestrales de los pueblos awajún y wampis. “Tenemos el respaldo de todas las comunidades del área de influencia directa e indirecta. Hemos suscrito un acuerdo con los operadores (la empresa francesa Maurel Et Prom Perú SAC y la canadiense Pacific Rubiales Energy) del citado lote”, precisó.
Fuente: Diario La República.
Madre de DiosMadre de Dios
El Gobierno ha reforzado los operativos de interdicción contra la minería ilegal en Madre de Dios, mediante acciones conjuntas donde intervienen las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional, el Ministerio Público y el Ministerio de Energía y Minas (MEM) con el fin de erradicar este acto ilícito, así como promover el control  en la venta de insumos y suministros (mercurio y combustible) necesarios para este acto, afirmó hoy el viceministro de Minas, Ing. Guillermo Shinno Huamaní.
El funcionario detalló que en cuanto al proceso de formalización, el Ejecutivo tiene dos grandes objetivos: el primero es facilitar el camino hacia la formalización de alrededor de 30 mil mineros que han manifestado su interés en legalizarse de un total de 70 mil. Con los otros 40 mil, se evaluará cuáles son las trabas que tienen para poder acogerse a la legalidad y ver en qué se les puede ayudar.
El segundo objetivo es ser fuertes y firmes con aquellas organizaciones ilegales que desarrollan paralelamente actividades ilícitas. “A estas, el gobierno nacional las va a combatir desde todos los ángulos, tanto en el control del maquinaria, uso de combustibles y mercurio. Se les va a erradicar porque ellos están desforestando el ambiente”, enfatizó.
Shinno indicó también se está identificando casos como el la familia Baca Casas, a la que se le están cancelando las declaraciones de compromiso y a la vez Osinergmin está cancelando el registro del consumidor directo. “Con ello pasan totalmente a la ilegalidad, y no solamente no pueden hacer actividad minera, sino que tampoco pueden adquirir combustible de manera formal”, precisó.
Explicó que hay normativas que tienen que cambiar, “por ejemplo en Madre de Dios es conocido el consumo de combustible por unidad de vehículo es largamente superior a lo que se consume en Lima. Entonces ahí se tiene una propuesta normativa para suspender mayor otorgamiento de licencia de los grifos o estaciones de servicios. Estamos procediendo a depurar la lista”, refirió.
Fiscalización tarea conjunta
El viceministro de Minas explicó que las acciones de control de la minería ilegal es una tarea conjunta con las Fuerzas Armadas, el Ministerio Público, la Policía, y la Capitanía de Puertos de Puerto Maldonado. “Adicionalmente, el MEM y las direcciones regionales de Energía y Minas, proveen de información de quiénes son formales y quiénes son los sujetos de formalización, damos las coordenadas y las ubicaciones de los casos que tenemos”, indicó Shinno. Agregó que el Ministerio Público actúa decididamente en las denuncias respetivas para caerle con todo el peso de la ley a los que se mantienen en la ilegalidad.
Agregó, que en este grupo se encuentran mineros ilegales dedicados a la actividad aluvial que es básicamente en la Amazonía, así como lo que se dedican a la actividad filoniana, en vetas y socavones, como existen en Apurímac, principalmente, además de Puno, Arequipa, Nasca y Chala.
Finalmente, dijo que detrás de los mineros ilegales existen grupos organizados con lo cual el combate no solo es a través de las interdicciones. “Hay grupos de distintas nacionalidades en el cual el Ministerio del Interior está trabajando a través de la Dirección de Migraciones para verificar el tipo de permiso de ingreso de estos extranjeros es solo como turistas o tienen permiso de trabajo”, explicó.
En cuanto al movimiento financiero, informó que la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) está recibiendo toda la información de los ministerios de Energía y Minas y Ambiente, así como de las direcciones regionales y de la Fiscalía para verificar si la producción de oro coincide con lo que tributan y los movimientos financieros que realizan estas personas, labor que también es reforzada por la SUNAT.
Fuente: www.minem.gob.pe

A Plea for Caution From Russia

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What Putin Has to Say to Americans About Syria
By VLADIMIR V. PUTIN
RECENT events surrounding Syria have prompted me to speak directly to the American people and their political leaders. It is important to do so at a time of insufficient communication between our societies.
Relations between us have passed through different stages. We stood against each other during the cold war. But we were also allies once, and defeated the Nazis together. The universal international organization -the United Nations- was then established to prevent such devastation from ever happening again.
The United Nations’ founders understood that decisions affecting war and peace should happen only by consensus, and with America’s consent the veto by Security Council permanent members was enshrined in the United Nations Charter. The profound wisdom of this has underpinned the stability of international relations for decades.
No one wants the United Nations to suffer the fate of the League of Nations, which collapsed because it lacked real leverage. This is possible if influential countries bypass the United Nations and take military action without Security Council authorization.
The potential strike by the United States against Syria, despite strong opposition from many countries and major political and religious leaders, including the pope, will result in more innocent victims and escalation, potentially spreading the conflict far beyond Syria’s borders. A strike would increase violence and unleash a new wave of terrorism. It could undermine multilateral efforts to resolve the Iranian nuclear problem and the Israeli-Palestinian conflict and further destabilize the Middle East and North Africa. It could throw the entire system of international law and order out of balance.
Syria is not witnessing a battle for democracy, but an armed conflict between government and opposition in a multireligious country. There are few champions of democracy in Syria. But there are more than enough Qaeda fighters and extremists of all stripes battling the government. The United States State Department has designated Al Nusra Front and the Islamic State of Iraq and the Levant, fighting with the opposition, as terrorist organizations. This internal conflict, fueled by foreign weapons supplied to the opposition, is one of the bloodiest in the world.
Mercenaries from Arab countries fighting there, and hundreds of militants from Western countries and even Russia, are an issue of our deep concern. Might they not return to our countries with experience acquired in Syria? After all, after fighting in Libya, extremists moved on to Mali. This threatens us all.
From the outset, Russia has advocated peaceful dialogue enabling Syrians to develop a compromise plan for their own future. We are not protecting the Syrian government, but international law. We need to use the United Nations Security Council and believe that preserving law and order in today’s complex and turbulent world is one of the few ways to keep international relations from sliding into chaos. The law is still the law, and we must follow it whether we like it or not. Under current international law, force is permitted only in self-defense or by the decision of the Security Council. Anything else is unacceptable under the United Nations Charter and would constitute an act of aggression.
No one doubts that poison gas was used in Syria. But there is every reason to believe it was used not by the Syrian Army, but by opposition forces, to provoke intervention by their powerful foreign patrons, who would be siding with the fundamentalists. Reports that militants are preparing another attack -this time against Israel- cannot be ignored.
It is alarming that military intervention in internal conflicts in foreign countries has become commonplace for the United States. Is it in America’s long-term interest? I doubt it. Millions around the world increasingly see America not as a model of democracy but as relying solely on brute force, cobbling coalitions together under the slogan “you’re either with us or against us”.
But force has proved ineffective and pointless. Afghanistan is reeling, and no one can say what will happen after international forces withdraw. Libya is divided into tribes and clans. In Iraq the civil war continues, with dozens killed each day. In the United States, many draw an analogy between Iraq and Syria, and ask why their government would want to repeat recent mistakes.
No matter how targeted the strikes or how sophisticated the weapons, civilian casualties are inevitable, including the elderly and children, whom the strikes are meant to protect.
The world reacts by asking: if you cannot count on international law, then you must find other ways to ensure your security. Thus a growing number of countries seek to acquire weapons of mass destruction. This is logical: if you have the bomb, no one will touch you. We are left with talk of the need to strengthen nonproliferation, when in reality this is being eroded.
We must stop using the language of force and return to the path of civilized diplomatic and political settlement.
A new opportunity to avoid military action has emerged in the past few days. The United States, Russia and all members of the international community must take advantage of the Syrian government’s willingness to place its chemical arsenal under international control for subsequent destruction. Judging by the statements of President Obama, the United States sees this as an alternative to military action.
I welcome the president’s interest in continuing the dialogue with Russia on Syria. We must work together to keep this hope alive, as we agreed to at the Group of 8 meeting in Lough Erne in Northern Ireland in June, and steer the discussion back toward negotiations.
If we can avoid force against Syria, this will improve the atmosphere in international affairs and strengthen mutual trust. It will be our shared success and open the door to cooperation on other critical issues.
My working and personal relationship with President Obama is marked by growing trust. I appreciate this. I carefully studied his address to the nation on Tuesday. And I would rather disagree with a case he made on American exceptionalism, stating that the United States’ policy is “what makes America different. It’s what makes us exceptional.” It is extremely dangerous to encourage people to see themselves as exceptional, whatever the motivation. There are big countries and small countries, rich and poor, those with long democratic traditions and those still finding their way to democracy. Their policies differ, too. We are all different, but when we ask for the Lord’s blessings, we must not forget that God created us equal.Vladimir V. Putin is the president of Russia.
Fuente: The New York Times.

Papa Francisco recibe a Gustavo Gutiérrez OP

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Por JUAN VICENTE BOO
Tal y como se esperaba desde hace unos días, el Papa Francisco ha recibido en audiencia privada al dominico peruano Gustavo Gutiérrez, uno de los padres de la teología de la liberación, quien se encuentra desde hace algunos días en Italia presentando la edición italiana de un libro escrito a medias con el actual prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Gustavo Gutiérrez, de 85 años, ha evitado caer en los errores de otras corrientes y autores dentro de la teología de la liberación a las que tuvieron que hacer frente durante décadas Juan Pablo II y su principal colaborador, el cardenal Joseph Ratzinger. Los aspectos más graves eran el uso del análisis marxista y la justificación de la violencia. A diferencia de otros autores, como el ex-franciscano brasileño Leonardo Boff, Gutiérrez no ha sufrido censuras del Vaticano.
El Vaticano se limitó a confirmar la audiencia privada, la primera al teólogo peruano, amigo desde hace mucho tiempo de un joven teólogo alemán que acudía a sus seminarios y que hacía trabajo pastoral con los pobres en Perú: el bávaro Gerhard Ludwig Müller, arzobispo de Múnich hasta su nombramiento como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe por Benedicto XVI.
Müller, coautor junto con Gutiérrez del libro «De la parte de los pobres, teología de la liberación, teología de la Iglesia», ha explicado en muchas ocasiones que ni Juan Pablo II ni el cardenal Ratzinger condenaron «en bloque» la teología de la liberación sino sólo sus aspectos erróneos, dejando claro que contiene muchos elementos positivos como la opción preferencial por los pobres, que ahora es un rasgo del pontificado del Papa Francisco.
El pensamiento teológico de Jorge Bergoglio a lo largo de las últimas dos décadas comparte elementos de la «teología del pueblo» y otros de la «teología de la pobreza», dos corrientes de las muchas que se dan en la teología de la liberación.
Guía de la evangelización
Ambas están muy presentes en el documento final de la conferencia de los obispos latinoamericanos en Aparecida en el 2007, aprobado por Benedicto XVI, y que constituye la guía de la evangelización en el continente donde viven más de la mitad de los católicos del planeta.
Con el desplome de la Unión Soviética y la implosión intelectual del comunismo, el análisis marxista y la apología de la violencia fueron perdiendo peso no sólo en la teología de la liberación sino en la política de América Latina en general.
El fenómeno de los curas revolucionarios que predicaban la lucha armada y a veces participaban en ella como guerrilleros se fue desvaneciendo a medida que los interesados morían o envejecían.
La pasada semana, «L’Osservatore Romano» dedicó amplio espacio a comentar el libro de Gutiérrez y Müller, con varios análisis sobre los elementos positivos de la teología de la liberación. No se trataba de un cambio en la posición del Vaticano sino la constatación de que las «enfermedades de adolescencia» de esa corriente teológica se han vuelto marginales y han pasado en buena parte a la historia.
Fuente: EFE y www.abc.esIntervista a Gustavo Gutiérrez OP
Siamo stati liberati per restare liberi
«Credo che oggi la teologia della liberazione sia piena di risorse e non abbia perso di mordente, non fosse altro per il fatto che il tema della povertà è sempre lì, sempre più urgente. La povertà è un tema biblico, eterno».
Così dice Gustavo Gutiérrez -il teologo peruviano padre della teologia della liberazione, che con l’arcivescovo Ludwig Gerhard Müller, prefetto della Congregazione per la Dottrina della Fede, ha appena pubblicato Dalla parte dei poveri. Teologia della liberazione, teologia della Chiesa (Padova-Bologna, Edizioni Messaggero-Editrice Missionaria Italiana, 2013)- a Ugo Sartorio, che lo intervista sull’Osservatore Romano.

Un aspetto che ritorna spesso è, chiaramente, quello della povertà. «Bisogna chiarire – spiega Gutiérrez- che il termine povertà è complesso, poiché c’è la povertà reale, che riguarda la situazione di chi non conta niente, di chi è insignificante, per ragioni economiche ma anche per cultura, lingua, colore della pelle, o perché appartenente al mondo femminile che è tra i più penalizzati. Noi siamo chiari nell’affermare che la povertà non è mai una sola e soprattutto che non è mai buona».
Che cosa predica -gli chiede Sartorio- la Chiesa quando, partendo dal vangelo, chiede ai cristiani di essere poveri? «Dopo Medellín (1968) è stata fatta, dalla teologia della liberazione, una distinzione. C’è prima di tutto, lo ripeto, la povertà reale o materiale, io preferisco dire reale; poi la povertà spirituale, come diceva Hannah Arendt quella di chi non ha diritto di avere diritti; infine la povertà come solidarietà con i poveri e contro la povertà. La povertà spirituale è una metafora, nel senso che si prende la parola povertà, che appartiene a un preciso contesto semantico, e la si trasferisce in un altro. Povertà spirituale, espressione che è stata compresa nella storia in maniera strana e riduttiva, significa precisamente mettere la propria vita nelle mani di Dio, riconoscere la propria condizione di bisogno e piccolezza. Da ultima c’è la povertà come condivisione, di cui il vescovo Romero, da tutti conosciuto, è un grande esempio: egli non era certamente povero, nel senso di insignificante, ma è entrato in solidarietà con i poveri contro la povertà».
«La teologia della liberazione -conclude Gutiérrez- non è teologia della liberazione sociale, anche se la liberazione ha un aspetto sociale; c’è anche una liberazione personale, che riguarda la mentalità, e poi c’è la liberazione dal peccato. Questo insieme si chiama salvezza, che è quindi salvezza non soltanto dal peccato. Che la liberazione di Cristo non è unicamente questo lo dice la lettera ai Galati, al capitolo quinto, dove all’inizio leggiamo: “Cristo ci ha liberati perché restassimo liberi“, e non si tratta di un pleonasmo. La teologia della liberazione cerca la libertà delle persone, dell’umanità, libertà dall’ingiustizia, dalla mentalità sbagliata e infine dal peccato».
Fuente: www.osservatoreromano.va

Comunicore 2: Castro y Gómez

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RELIMA

Relima exige deuda a Emmsa
En el mercado de Santa Anita los negocios funcionan a pesar de servicios que podrían ser irregulares.
Por Gustavo Kanashiro Fonken- Diario El Comercio
Hay una deuda millonaria de por medio pero todavía no hay quién asuma la responsabilidad. Que Relima quiera cobrar una cuenta pendiente de S/3,7 millones a la Empresa Municipal de Mercados (Emmsa) por no haber pagado el servicio de limpieza del mercado mayorista de Santa Anita es grave, pero más preocupante es que ni la empresa ni la Municipalidad de Lima hayan hecho algo en cuatro meses a pesar de estar al tanto de la deuda.
Desde mediados de enero, la gestión de Susana Villarán estuvo al tanto de que Relima estaba cobrando el servicio de limpieza en el nuevo mercado desde el 18 de setiembre, según el entonces presidente del directorio de la Emmsa, Ricardo Giesecke. Sin embargo, poco se hizo al respecto, hasta que la deuda se elevó a un total de S/3,7 millones.
“Relima hizo llegar a la administración de Emmsa facturas, órdenes de servicio, y demás, pero no eran cosas que había mandado a hacer la empresa (…) Todo se remitió entre la primera y segunda semana de enero a la Municipalidad de Lima. Yo he visto el cargo de recepción”, dijo al ser contactado por elcomercio.pe.
Giesecke señaló que la Municipalidad fue la que le informó a Emmsa que Relima se encargaría del servicio de limpieza y, por eso, le remitió estos documentos al gerente municipal, José Miguel Castro, a la espera de que la comuna se haga cargo.
“La municipalidad es la dueña de todo lo que hay en el mercado. Nos mandó también el servicio de Serenazgo, de Policía. ¿Quién rinde cuentas de esos contratos? No tengo idea”, dijo Giesecke.
PROCESO IRREGULAR
Las cuentas de los servicios que recibe Emmsa, en teoría, debería rendirlas la misma Emmsa. Sin embargo, la irregularidad pasó desapercibida por casi cuatro meses sin que dos gestiones hagan algo hasta abril, cuando recién se regularizó el contrato entre ambas partes.
El problema es que, para Relima, los casi siete meses previos de servicio deberían costarle varios millones al tesoro público. Específicamente S/3’721.463 en total, monto que supera largamente los S/.1,5 millones que originalmente deberían pagarse según la licitación pública de Emmsa.
“A partir de abril detectamos esta irregularidad. Por acuerdo con el directorio se dio una exoneración para formalizar esa relación con Relima y tenemos un contrato vigente hasta que hagamos una licitación general”, dijo el actual gerente general de Emmsa, Rafael Gómez, a elcomercio.pe. Ese contrato implica un cobro de S/.157 por tonelada de recolección.
Actualmente, Emmsa y Relima están en un proceso de negociación para evitar que estas “irregularidades” sean tan caras para Lima. De por medio está el Cuerpo Nacional de Tasaciones, que ha establecido una suma que todavía mantienen en secreto ambas partes.
¿Y LOS RESPONSABLES?
“La responsabilidad la va a señalar el informe de la comisión que yo formé. Hemos establecido que se inicie el proceso administrativo contra los funcionarios, pero todavía son presuntos responsables”, detalló Gómez.
El informe, cuya aprobación todavía está pendiente, pediría sanciones administrativas contra el gerente general, el gerente de administración, el gerente de operaciones y el jefe de logística, todos responsables de no haber formalizado el contrato desde Emmsa con Relima o con alguna otra empresa de limpieza.
¿Cuándo se sabrá lo que costará esta irregularidad y quiénes fueron los culpables? Muy pronto, promete Gómez. Mientras tanto, cabe solo especular si es que han ocurrido negligencias similares en otros servicios y si los limeños terminarán pagando por las mismas.
El pontificado de la moralina caviar
Por Martín Santiváñez- Diario Correo
Dos mitos han sido destruidos desde que la izquierda decidió apoyar a Ollanta Humala y legitimar los potoaudios durante la campaña a la alcaldía de Lima. El primer mito es el de la tecnocracia caviar. Los cuadros de izquierda que asumieron el poder y se treparon al carro de Humala han demostrado una incapacidad profunda para la gestión. Qali Warma es el emblema de la inoperancia a nivel estatal. En teoría, los programas sociales, en manos de la izquierda tecnocrática, iban a convertirse en el gran legado humalista, a imagen y semejanza del lulismo. Pero el fracaso de Trivelli y con ella, de la crema y nata de la tecnocracia caviar, demuestra que el paso de intelectual a gestor no ha sido consumado. En la izquierda peruana sobran pensadores y faltan gerentes. Esto es preocupante y muy malo para el Perú.
La cosa se profundiza a nivel municipal. A nadie se le olvida que Susana Villarán sostuvo durante la campaña que un grupo de tecnócratas del “más alto nivel” la respaldaban, hasta el punto de garantizar a sus votantes una gestión de primer nivel (“no la voy a cagar”, llegó a prometer cuando era candidata). Sin embargo, la realidad ha demostrado que la izquierda también es inoperante a nivel municipal. Si en el Estado repartieron arena y coliformes, en la Municipalidad destruyeron puentes y generaron anarquía. Por eso, los que piden la salida de Castilla carecen de obras para respaldar sus argumentos. No tienen nada que mostrar.
Destruido el primer mito, el de la tecnocracia caviar, el segundo, el de las manos limpias, va cayendo por su propio peso. Sabemos que el marxismo es un sucedáneo, una triste copia, la margarina de la religión. Pero allí donde la religión reconoce la fragilidad de la naturaleza humana, los pontífices caviares, falsos profetas sin obras, son incapaces de admitir la debilidad de su pensamiento y, por tanto, la inconsecuencia de sus acciones. Se niegan a sí mismos al traicionar el juramento de San Marcos, y a esta bajeza la llaman “estrategia”. Habría que recordarle a la reserva moral del país que las personas decentes no rompen sus juramentos. Pero esta es una empresa imposible. Capturados por una soberbia maniquea, proclamando la infalibilidad de su activismo, nuestros pequeños heresiarcas disfrazan la venganza de “lucha contra la corrupción”, mientras buscan desestabilizar al gobierno. No soportan que Humala sobreviva sin ellos.
Con el escándalo de RELIMA y la agresión a los regidores del PPC el pontificado de la moralina caviar acaba de sufrir otro golpe en su línea de flotación. Que no son tecnócratas ya es bastante obvio. Pero que permanezcan callados ante la incapacidad y el abuso denota su auténtica catadura moral.

Koinonía eclesial

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Gustavo Gutierrez

Por Gustavo Gutiérrez Merino OP
El año pasado se cumplieron veinticinco años de la realización de la Conferencia episcopal de Puebla. Un acontecimiento que marcó la vida de la Iglesia católica en el continente y que, visto en perspectiva, acrecienta su importancia pastoral y teológica. Especialmente en estos días en que comienza a planearse una nueva Conferencia episcopal latinoamericana cuyo tema será y en que el plan global del CELAM para el periodo 2003-2007 incluye el tema de la comunión en el contexto de un mundo globalizado.
COMUNIÓN Y PARTICIPACIÓN
En función de los retos que se presentan a la tarea evangelizadora en América Latina, y después de un largo proceso de consulta, se optó por una “línea conductora” (Puebla, Presentación) para entrar en el tema, sintetizada en dos términos: ‘comunión y participación’.
Con ellos Puebla buscaba precisar la identidad de la Iglesia en relación al anuncio del Reino, como lo sugería ya Paulo VI al decir: “pensamos que es obligatorio hoy para la Iglesia profundizar en la conciencia que debe tener de sí misma, del tesoro de verdad del que es heredera y depositaria y de la misión que debe cumplir en el mundo” (Ecclesiam Suam 18). Por su parte, Juan Pablo II, al subrayar la vigencia del Concilio en su carta Tertio millennio adveniente, señala que se trató de “un Concilio centrado en el misterio de Cristo y de su Iglesia, y al mismo tiempo abierto al mundo”; en él, continúa, “la Iglesia se planteó su propia identidad” (n. 19). Esa doble vertiente, el ser y el hacer de la Iglesia, es capital para comprender la eclesiología conciliar y la de las conferencias episcopales latinoamericanas. Ese es el punto.
Impulsada por el Espíritu y por los documentos conciliares se ha desarrollado en los últimos tiempos lo que se ha dado en llamar una eclesiología de comunión. En ese itinerario, el sínodo extraordinario de obispos, convocado a los veinte años de la clausura del Concilio (1985), constituye un jalón importante. Considera que “la eclesiología de comunión es una idea central y fundamental en los documentos conciliares” y recuerda que la “koinonía/comunión, fundada en la Sagrada Escritura, son tenidas en gran honor en la Iglesia antigua y en las Iglesias orientales hasta nuestros días” (II,C,1) .
La koinonía es una noción de rancio abolengo bíblico y de sólidas raíces en la tradición eclesial; ponerla sobre el tapete hace ver la actualidad y el interés de un tema que, desde hace mucho tiempo, acompaña el modo de entender la Iglesia. Diversos y valiosos trabajos lo recordaron ya desde mediados del siglo XIX , y del siglo XX, pero la eclesiología del Concilio le dio un nuevo vigor. Vaticano II destacó, como se sabe, el enfoque del Pueblo de Dios para hablar de la Iglesia (cf. LG cap. II); pero empleó también, en lugares centrales de sus reflexiones, la idea de la comunión, tomada en sus diferentes dimensiones.
No se trata, por lo tanto, de oponer una eclesiología de comunión a una eclesiología del Pueblo de Dios. Ambas tienen mucho que aportar. Es clásico, además, en teología, decir que la realidad eclesial, escatológica e histórica al mismo tiempo, no puede ser definida a través de una sola noción; estamos, en efecto, ante lo que el Concilio evoca como un misterio (cf. LG cap. I). Las distintas nociones e imágenes para hablar de la Iglesia son, por consiguiente, necesarias y complementarias. Es una perspectiva capital para toda reflexión en esta materia.
Pero, precisémoslo, lo complementario sólo se da bajo una condición: que cada una de ellas tenga en cuenta, a su modo y manera, las dos dimensiones básicas de la comunidad eclesial (trascendencia e historia o invisibilidad y visibilidad); es decir, que no se limite a afirmar sólo uno de esos aspectos, soslayando el otro, porque en ese caso no habría una auténtica complementariedad. Es una cuestión de acentos, no de llenar vacíos. Es verdad que los énfasis, cualesquiera que ellos sean, pueden correr el riesgo de ser interpretados unilateralmente –ha sucedido muchas veces–; pero es allí donde la diversidad de enfoques, en tanto respeta una realidad que se niega a ser encasillada, resulta fecunda y equilibrada.
Algunos años antes del surgimiento con fuerza de la eclesiología de comunión, Puebla presentó el tema de la comunión y la participación. Ambas palabras traducen bien el sentido de koinonía (tal vez la segunda más literalmente que la primera). Con esto no pretendemos que la conferencia sea portadora de una presentación sistemática del tema eclesial de la comunión, pero creemos que proporciona interesantes perspectivas al respecto en el contexto de la tarea evangelizadora de la Iglesia en América Latina. En estas páginas nos limitaremos a resaltar esos elementos. Tendremos en mente, además, la conferencia episcopal de Medellín, en cuya línea Puebla, en repetidas ocasiones, declara situarse; así como la asamblea de Santo Domingo, que lleva la impronta de Puebla. Para ese cometido nos serviremos, igualmente, de los tres sentidos que Y. Congar distingue en la rica noción bíblica de koinonía, central en la eclesiología de comunión: en la raíz se halla la comunión con las personas trinitarias, a ella se llega a través de la comunión con la vida, muerte y resurrección de Cristo, lo que se traduce, tercera nota, en la comunión fraterna .
Partiremos de un texto de Puebla que habla de “una Iglesia misionera”, “una Iglesia servidora” y “una Iglesia-sacramento de comunión” . Eco y profundización de una propuesta que Medellín expresa en una bella frase: “Que se presente cada vez más nítido en Latinoamérica el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual” (Juventud 15) . A fin de comprender el sentido de esta proposición, hay que situarla en el horizonte de una afirmación que hunde sus raíces en el mensaje conciliar: “La Iglesia es ante todo un misterio de comunión católica” (Medellín, Pastoral de conjunto 6; cf. Santo Domingo 37).
Por sucintas que sean estas consideraciones, esperamos que nos den la oportunidad de precisar algunos puntos que se derivan de las consideraciones eclesiológicas presentadas en los documentos mencionados y en la reflexión teológica latinoamericana. Ellas nos permitirán, además, contribuir a despejar ciertos malentendidos e interpretaciones unilaterales.
EL MISTERIO DE LA EVANGELIZACIÓN
La Iglesia “existe para evangelizar”, decía Pablo VI (Evangelii nuntiandi 14) . Anunciar el Reino es la vocación de la Iglesia y por consiguiente “su identidad más profunda” (ibid., cf. Santo Domingo 12), a eso alude Medellín cuando se refiere a una “Iglesia misionera” y reitera Puebla al hablar del “misterio de la evangelización” (n. 348). Expresiones que deben ser entendidas dentro del pleno y amplio sentido de la palabra misión recordada por Vaticano II y en cuya línea se ha situado la reflexión eclesiológica de estos años en América Latina. La misión de la Iglesia no es otra cosa que hablar de Dios, es lo que el mundo quiere oír y lo que, a veces, parecemos olvidar.
Efectivamente, las conferencias episcopales latinoamericanas, en continuidad con los enfoques conciliares, han ido perfilando, precisando y depurando un vasto proyecto evangelizador y liberador para América Latina. En esa elaboración ellas se han alimentado con nuevos textos del Magisterio universal de la Iglesia, así como con los logros, las dificultades y las posibilidades que vienen de la puesta en marcha de esas perspectivas.
La iniciativa de amor del Padre
En efecto, en uno de sus mejores textos teológicos, el primer capítulo del decreto Ad Gentes, el Concilio presenta la tarea de la Iglesia como una prolongación de las misiones del Hijo y del Espíritu: “La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que procede de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo según el designio de Dios Padre” (n. 2). La comunión entre las personas trinitarias es la fuente de la koinonía eclesial, de la vida trinitaria, brota la misión de la Iglesia. Por ello esta tarea no puede tener sino una dimensión universal.
Estamos convocados a ser “partícipes (koinonoi) de la naturaleza divina” (2 Pe 1,4). En el punto de origen, por consiguiente, de la comunión se encuentra el amor gratuito de Dios. Comunión con el Padre: “Si decimos que estamos en comunión con Él y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos la verdad” (1 Jn 1,6). Con el Hijo: “pues fiel es Dios, por quien han sido llamados a la comunión con su Hijo” (1Cor. 1,9; cf. 1 Jn.1,3). Y con el Espíritu: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes” (2 Cor. 13, 13; cf. Fil. 2,1).
A esa comunión estamos llamados, vocación que es una gracia, un don que ha de ser acogido. Respondemos positivamente a ese llamado cuando lo hacemos nuestro y “estamos en comunión unos con otros” (1 Jn 1,7). Comunicando la Buena Nueva del amor de Dios por toda persona creamos comunidad y anunciamos la comunión con el Dios trino. Juan en su primera carta, capital para este tema, liga los dos aspectos en un texto preciso, repitiendo el término koinonía: “Lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos para que también ustedes estén en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo” (1 Jn 1,3). Ese anuncio es la tarea propia de la Iglesia.
La misión de la Iglesia entronca con la vida trinitaria y con las misiones del Hijo y del Espíritu. Todo lo que se pueda decir de su cometido en medio de la historia humana deriva de la comunión trinitaria. Ese vínculo le da a la tarea eclesial su más profundo sentido y alcance; sólo una vez entendido esto se puede hablar de las diversas actividades misioneras de la Iglesia. La comunión con la Trinidad es, a la vez, el fundamento y la meta del anuncio del Evangelio. A través de esa proclamación “se manifiesta toda la Iglesia como un pueblo reunido por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4).
Más adelante, el documento misionero precisa el sentido de lo que la Lumen Gentium llama el peregrinar histórico de la Iglesia, “pueblo mesiánico (…) germen (…) de salvación para todo el género humano” (n. 9). “Siendo así –dice Ad Gentes– que esta misión continúa, y desarrolla a lo largo de la historia la misión del mismo Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres, la Iglesia debe caminar, por moción del Espíritu Santo, por el mismo camino de Cristo, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio, y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que salió victorioso por su resurrección” (n. 5). La perspectiva trinitaria diseñada por el Concilio es asumida por las conferencias episcopales latinoamericanas. Puebla lo dice en forma neta y concisa, en una feliz fórmula: “La evangelización da a conocer a Jesús como el Señor, que nos revela al Padre y nos comunica su Espíritu” (n. 352).
Todo esto significa que la Iglesia no nace de un simple deseo humano de asociación religiosa, en su punto de partida está la autocomunicación del Dios trino. La koinonía con la vida trinitaria da densidad y aliento a la misión evangelizadora de la Iglesia. Esa comunión, que es unidad en la diversidad, proporciona, además, el marco apropiado para la inculturación del evangelio en la enorme variedad cultural existente en la humanidad (cf. Santo Domingo).
La comunión desemboca en misión
La comunicación del evangelio es expresión de la voluntad de comunión, creadora por ende de comunidad. Los contenidos de estos tres términos (comunicación, comunión, comunidad) se entrecruzan y tejen el telón de fondo en el que se inscribe la misión de la Iglesia. De acuerdo con lo recordado líneas arriba sobre el papel fontanal de la vida trinitaria, Puebla afirma que “La evangelización es un llamado a la participación en la comunión trinitaria” (n. 218).
En otro lugar, en un importante texto sobre la libertad humana y la liberación integral (a propósito de Gal 5,1: “para la libertad, Cristo nos ha liberado”), se dice que hay que construir “una comunión y una participación que han de plasmarse en realidades definitivas, sobre tres planos inseparables: la relación del hombre con el mundo, como señor; con las personas, como hermano; y con Dios, como hijo” (n. 322). Tres aspectos que no deben confundirse, pero que están unidos estrechamente en la tarea evangelizadora. Por ello, un poco más lejos, después de indicar que el pecado es “la ruptura con Dios que envilece al hombre (n. 328)”, se precisa: “Tenemos que liberarnos de este pecado; del pecado, destructor de la dignidad humana. Nos liberamos por la participación en la vida nueva que nos trae Jesucristo y por la comunión con Él, en el misterio de su muerte y de su resurrección, a condición de que vivamos ese misterio en los tres planos ya expuestos, sin hacer exclusivo ninguno de ellos (n. 329)”.
Ese modo de enfocar las cosas evitará interpretaciones empobrecedores del mensaje evangélico y que deforman el sentido de la liberación en Jesucristo. El texto concluye con esa advertencia precisa: “Así no lo reduciremos ni al verticalismo de una desencarnada unión espiritual con Dios, ni a un simple personalismo existencial de lazos entre individuos o pequeños grupos, ni mucho menos al horizontalismo socio-económico-político” (n. 329) .
Medellín enfatiza la universalidad de la Iglesia, ella es “ante todo un misterio de comunión católica, pues en el seno de su comunidad visible, por el llamamiento de la Palabra de Dios y por la gracia de sus sacramentos, particularmente de la Eucaristía, todos los hombres pueden participar fraternalmente de la común dignidad de hijos de Dios”. Y así “compartir la responsabilidad y el trabajo para realizar la común misión de dar testimonio del Dios que los salvó y los hizo hermanos de Cristo” (Pastoral de conjunto 6).
Puebla retoma ese punto de vista al afirmar: “La Iglesia misionera tiene esta misión: predicar la conversión, liberar al hombre e impulsarlo hacia el misterio de comunión con la Trinidad y de comunión con todos los hermanos” (n. 563), “misterio escondido –dirá Pablo– desde siglos y generaciones, y revelado ahora” (Col 1,26). La creación de fraternidad es una exigencia del don de la filiación, dos dimensiones inseparables de la liberación total en Cristo, la comunión plena . Ambas nos hablan de la presencia del amor de Dios en nuestras vidas, que aleja y elimina las sombras del pecado, ellas forman el contenido de la evangelización. La fidelidad al testimonio de Jesús exige que no se mutile ninguna de sus notas centrales; pretender reducirlo a uno solo de los dos aspectos mencionados no es, ni siquiera, guardar uno en detrimento del otro, es perder los dos, quedarse con las manos vacías.
“Una Iglesia misionera” proclama el don de la filiación: “anuncia gozosamente al hombre de hoy que es hijo de Dios en Cristo”; y, por eso mismo, “se compromete en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres (el servicio de la paz y de la justicia es un ministerio esencial de la Iglesia)” , como precisa Puebla. Por otra parte, la tarea misionera no es un cometido puramente personal, corresponde al conjunto de la comunidad eclesial porque “se inserta solidaria en la actividad apostólica de la Iglesia universal, en íntima comunión con el sucesor de Pedro”. Comunión coextensiva a una misión de la que nadie está exento: “Ser misionero y apóstol es condición del cristiano” (Puebla 1304).
Subrayemos una palabra importante en el texto que acabamos de citar: “gozosamnente”. Efectivamente, evangelizar es compartir la alegría que produce en nosotros sabernos amados gratuitamente por Dios. La misión de la Iglesia crea y manifiesta lo que Pablo llama, con precisión, “la koinonía en el evangelio” (Fil 1,5), comunión en el gozo que se vive participando en la tarea evangelizadora. Comprobarlo en el caso de los Filipenses es para el Apóstol motivo de acción de gracias a Dios (id. 1,1). El término koinonía expresa muy bien una idea clave de la antropología y la eclesiología de Puebla: comunión y participación . Una Iglesia misionera es una Iglesia “evangelizada y evangelizadora”, como decía Paulo VI (Evangelii nuntiandi 13).
UNA IGLESIA SERVIDORA
El servicio de la Iglesia es anunciar el evangelio. Un segundo sentido del término koinonía, en la Escritura y dentro de una unidad profunda, nos permite ahondar el asunto: con él se dice, también, la comunión con la vida, muerte y resurrección de Jesús, por medio de la cual, precisamente, alcanzamos la comunión con la vida trinitaria. En relación con ello se designa, asimismo, como koinonía el acto central de la comunidad eclesial: la celebración eucarística. Por ello “la primera tarea de la Iglesia es celebrar con alegría el don de la acción salvífica de Dios en la humanidad, realizada a través de la muerte y la resurrección de Cristo. Eso es la eucaristía: memorial y acción de gracias” . Memoria que es, ante todo, presentada confiadamente al amor permanente y gratuito del Padre que motiva la acción de gracias.
En ese orden de ideas, Puebla llama a la Iglesia “servidora”, en la medida en que “prolonga a través de los tiempos al Cristo-Siervo de Yahvé, por diversos ministerios y carismas” (n. 1203). La alusión al célebre pasaje de Isaías subraya el extremo al que llegó la entrega de Jesús en su anuncio del amor gratuito del Padre. En relación con el sentido, y las demandas, de ese testimonio, Medellín hablaba de una Iglesia pascual, recordando que la cruz es expresión de un amor que en el Resucitado vence la muerte y da vida.
Celebrar la gratuidad
La fracción del pan es a la vez punto de partida y punto de llegada de la comunidad cristiana. Como lo dice un viejo tema de resonancia patrística: la Iglesia hace la eucaristía y la eucaristía hace a la Iglesia. En ella se expresa la comunión profunda con el dolor humano, se reconoce, en la alegría, al Resucitado que da vida y levanta la esperanza de un pueblo convocado en “ecclesia” por los gestos y las palabras de Jesús. Citando el Concilio, Medellín recuerda que “no se edifica ninguna comunidad cristiana si ella no tiene por raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía” (Pastoral Popular 9).
En la celebración eucarística confluyen la memoria amorosa y gratuita de Dios, expresada en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, amor por todos y prioritario por los más insignificantes y olvidados; y la memoria, también, de los caminos que los creyentes deben tomar para anunciar la buena nueva y ser fieles al designio de vida de Dios y a la solidaridad con los demás. La eucaristía es una fiesta de reconciliación, acción de gracias y comunión fraterna. Ella significa la unidad de la Iglesia, “pues congrega al Pueblo de Dios, como familia que participa de una sola mesa donde la vida de Cristo, sacrificialmente entregada, se hace única vida de todos” (Puebla 246).
En tanto acción de gracias a Dios expresa la confianza de que es realizable, en Cristo, la comunión de vida que nos pide el Evangelio, a la que debemos aspirar y que aún no existe plenamente entre nosotros. Eso denota su dimensión escatológica, rasgo fundamental de la celebración eucarística. No es una evasión; da, más bien, un impulso que depura constantemente los compromisos que asumimos como seguidores de Jesús: es el reconocimiento de que no hay momento ni sector de la existencia humana que no esté concernido por el don del amor y de la vida del Cristo resucitado. Por eso, los cristianos deben “hacer de la celebración eucarística la expresión de su compromiso personal y comunitario con el Señor” (Santo Domingo 43).
La fraternidad, la comunión, que anuncia el Evangelio, lo hemos mencionado ya, tiene su raíz y su inspiración en la comunión con las personas trinitarias. Precisamente el nexo entre esas dos realidades es celebrado, vale decir, recordado y anunciado eficazmente en la eucaristía. Seguir el mandato del Señor, “Hagan esto en memoria mía”, es recordar su vida y su muerte y aceptar vivir bajo el signo de la cruz y en la esperanza de la resurrección.
El Reino de vida
El Hijo de Dios “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14), vino a este mundo a anunciar el Reino de vida, expresión del amor del Padre, esa fue su misión. La llevó a cabo por medio de “obras y palabras intrínsicamente ligadas” (Dei Verbum 2), mostrando que “el Reino anunciado ya está presente, que Él es el signo eficaz de la nueva presencia de Dios en la historia” (Puebla 191).
Desde un comienzo, la proclamación del Reino, cuya “naturaleza (…) es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios” (Juan Pablo II, Rico in misericordia 15), encuentra resistencias y provoca hostilidades en un mundo en el que pesan gravemente el pecado y la muerte. Pero también halla acogida y levanta esperanzas. La Pascua es el paso definitivo hacia la vida. Dios nos llama a la “comunión con su Hijo Jesucristo, Señor nuestro” (1 Cor 1,9). Koinonía que asume un hondo sentido pascual, de tránsito del pecado a la gracia, de la muerte a la vida. Pablo habla de lo que experimenta en su fe y en su vida cuando declara que el conocimiento de Cristo le hace “sentir el poder de la resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte” (Fil 3,10).
Es la fuerza de la vida que vence la muerte y nos hace reconocer que la última palabra de la existencia humana no es la muerte sino la vida, don del Señor. Acogerlo pasa por amar como Jesús amó, “ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15,12). La comunión en sus padecimientos, ser “compañeros (koinonoi) en los sufrimientos” de Cristo (2 Cor 1,7), es el camino del servicio al Reino y hacia la vida plena, en la medida en que es expresión de amor, de entrega total. De un amor redentor que nos hace reconocernos a nosotros mismos como pecadores, pero que nos recuerda también que estamos llamados a la gracia del perdón y de la vida.
La vivencia de la Iglesia en América Latina es ilustrativa. La inmensa pobreza que se vive en el continente manifiesta condiciones de muerte temprana e injusta para una gran parte de su población. Cuando en Medellín se dice que ese estado de cosas constituye “una situación de pecado” (Paz 1), no se desconoce que la pobreza tenga entre sus causas factores de orden socio-económico, político y cultural; simplemente se señala con el dedo donde está la raíz de ella, la causa más importante: el egoísmo, el pecado, que cierra el corazón y la mano al hermano (cf. Deut 15, 4-11). Sólo el perdón de Dios libera del pecado.
En la Eucaristía hacemos memoria del testimonio pascual de Jesucristo. En ella no recordamos un hecho encerrado en los muros del pasado, hacemos presente la obra salvadora del Señor en el hoy de nuestras vidas. Celebrar la Eucaristía es entrar hoy en comunión con la vida, la muerte y la resurrección de Jesús. “El cáliz de bendición –dice Pablo– que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?” (1 Cor 10,16). Comulgar en el cuerpo y la sangre de Cristo implica hacer nuestro el sentido redentor que dio a la donación de su vida y que el Padre ratificó resucitándolo.
Al mismo tiempo, el contexto eucarístico del versículo citado, así como un pasaje del siguiente capítulo de la misma epístola, hacen ver el lazo estrecho que Pablo establece entre Eucaristía y relación fraterna entre quienes participan en ella . Ese vínculo se halla ya en el hecho de que la Eucaristía fue instituida en el curso de una cena, la cena pascual. El pan y el vino, dones de Dios, al convertirse en el cuerpo y la sangre del Señor, significan su entrega de amor que redime a toda persona del pecado y la muerte. Por ello, la cena crea una comunidad, de hijos y hermanos, miembros de la familia de Dios, entre los que participan en ella, recuerda que la creación, que proporciona la materia de la Eucaristía, es una expresión del amor de Dios e invita a construir un mundo de paz y fraternidad. Como es sabido, el evangelio de Juan no nos trae el relato de la institución de la Eucaristía, allí donde esperábamos encontrarlo está el gesto servicial y fraterno del lavado de pies. El hecho es significativo.
Hace unos años, en Haití, Juan Pablo II se preguntaba por la razón de colocar ese gesto “en el lugar del relato de la institución de la Eucaristía”. Considera que el evangelista mismo nos da la clave al encuadrar la presentación del lavado de pies entre “una referencia al amor supremo de Jesús: ‘Los amó hasta el extremo’ (Jn 13.1) (…) y la exhortación a seguir el ejemplo que les acababa de dar: ‘Si yo, el Señor y Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros” (Jn 13,14)”. El Papa comenta: “Quien participa en la Eucaristía (…) está llamado a imitar su amor y a servir a su prójimo hasta lavarle los pies”, esto vale para la Iglesia entera: ella “debe comprometerse a fondo para el bien de los hermanos y hermanas, de todos, pero sobre todo de los más pobres”, precisamente porque ella “ha celebrado un Congreso eucarístico”, y añade inmediatamente: “La Eucaristía es el sacramento del amor y del servicio”.
Un servicio que puede resultar muy costoso, la mención de Cristo-Siervo de Yahvé que ya hemos hecho notar, revela la conciencia que se tiene acerca del camino de sufrimiento y hostilidad que la Iglesia deberá tomar en fidelidad a su servicio al Evangelio. Conociendo lo que ha ocurrido en América Latina en estas décadas, el texto de Puebla adquiere carne histórica, carne herida. Son muchos los cristianos (obispos, laicos, religiosas, sacerdotes) que han dado su vida por testimoniar el amor de Dios por toda persona y, de modo particular, por los más olvidados.
La Iglesia encuentra la cruz en su ruta. Pero la “sangre de los cristianos es como semilla” de una nueva vida y esperanza (Ad Gentes 5; cf. también n. 25). Juan Pablo II comprueba en su carta sobre el Jubileo el doloroso hecho de que “en nuestro siglo han vuelto los mártires con frecuencia desconocidos, casi militi ignoti, de la gran causa de Dios”. Pide por eso que las iglesias locales no pierdan “el recuerdo de quienes han sufrido el martirio” (Tertio millennio 37). Mucho nos queda por hacer en América Latina acerca de esta memoria. Se trata sin duda de una experiencia, una dolorosa experiencia que enriquece a toda la Iglesia y que da testimonio –para decirlo parafraseando a Pablo– de la sinceridad de la fe de quienes dieron sus vidas en diferentes lugares del mundo.
SACRAMENTO DE COMUNIÓN EN UN MUNDO DIVIDIDO
El Concilio insistió en la necesidad de la presencia de la Iglesia en el mundo. En América Latina ello significa dar un testimonio de comunión en una realidad compleja, en la cual hay valores humanos y religiosos de gran alcance, pero en la que se encuentra también “una historia marcada por los conflictos” (Puebla 1302) , conflictos de distintos tipos que dividen a las personas . La postura de la Iglesia supondrá, previamente, un necesario momento de análisis social y cultural para dibujar mejor el reto que esa realidad representa para una sana convivencia social y para su tarea evangelizadora. Pero su aporte propio será “promover la reconciliación y la unidad solidaria de nuestros pueblos” (ibíd.), en tanto “sacramento de comunión”. O, como dice el Concilio, “signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1).
El testimonio de pobreza
La pobreza espiritual, en tanto infancia espiritual, significa poner nuestras vidas en manos de Dios. Es, como lo dice Jesús, alimentarse de la voluntad del Padre (cf. Jn 4,34). A la vez, ella da al compromiso de una vida pobre y solidaria con los pobres e insignificantes de este mundo su sentido de amor y de fraternidad. La comunión en la fe en el Dios del Reino “opera por la caridad”, como dice San Pablo (Col 5,6). Escribiéndole a Filemón, Pablo le pide un trato fraterno para con Onésimo, de modo “que la comunión (koinonía) en la fe se haga eficiente mediante el conocimiento perfecto de todo el bien que hay en nosotros en orden a Cristo” (v. 6). La comunión en el don de la fe implica una traducción en gestos de amor y hermandad, propios de un discípulo de Jesús.
El seguimiento de Cristo es, en efecto, el fundamento del testimonio de pobreza que han de dar los cristianos en su anuncio del Reino. Vaticano II lo sostuvo en términos inolvidables: “Como Cristo cumplió la redención en la pobreza y en la persecución, así la Iglesia es llamada a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación” (LG 8). De modo semejante, se dice en Ad Gentes: “La Iglesia debe caminar, por moción del Espíritu Santo, por el mismo camino de Cristo, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte” (n. 5).
Caminar en “el espíritu del Evangelio” exige, dicen los obispos en Medellín, “vivir una verdadera pobreza bíblica que se exprese en manifestaciones auténticas, signos claros para nuestros pueblos”; la razón última es –como en el Concilio– cristológica: “Sólo una pobreza así transparentará a Cristo, Salvador de los hombres” (Mensaje). La luz de Cristo ilumina, siguiendo la pauta de la Lumen gentium, el sentido del testimonio de pobreza al que la Iglesia y cada cristiano están convocados.
Jesucristo “fundó su Iglesia como signo de esa pobreza entre los hombres” (Medellín, Pobreza 7). En las condiciones actuales de América Latina, “la pobreza de tantos hermanos clama justicia, solidaridad, testimonio, compromiso, esfuerzo y superación para el cumplimiento pleno de la misión salvífica encomendada por Cristo” (ibid). Compromisos que deben estar orientados por la obra redentora de Cristo. Rechazar la pobreza inhumana presente en nuestro tiempo y asumir la solidaridad con los pobres es una manifestación del meollo del cometido de la Iglesia: “predica[r] y viv[ir] la pobreza espiritual, como actitud de infancia espiritual y apertura al Señor” (Pobreza 5). Solidaridad, dirá Juan Pablo II, que es “fruto de la comunión que se funda en el misterio de Dios uno y trino, y en el Hijo de Dios encarnado y muerto por todos” (La Iglesia en América 52).
Ese es el norte y no hay que perderlo de vista. En esta perspectiva, para un cristiano, el compromiso con los pobres no está motivado, en primer lugar, por razones de orden social –por importantes que ellas sean– sino por la fe en un Dios amor ante quien debemos reconocernos como hijas e hijos y por lo tanto como hermanos entre nosotros. Así entendido, el testimonio de pobreza resulta “un acto de amor y de liberación. Tiene un valor redentor”. Apunta a una liberación plena, a la que no escapa ninguna dimensión humana (cf. Medellín, Catequesis 6).
La koinonía implica una relación mutua, un dar y un recibir (cf. Fil 4,15 y Rom 15,27). Reciprocidad en cuanto a los valores evangélicos y que vale, asimismo, para los bienes materiales. Al respecto, es emblemático el texto de Hechos: “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común (koinos)” (2,44). En un pasaje en el que resuenan viejos textos proféticos, se dice en Hebreos: “Hacer el bien y la ayuda mutua (koinonía) son los sacrificios que agradan a Dios” (13,16). La comunión entre los fieles no es algo estático, es un dinamismo, implica permanentemente comunicación de bienes espirituales y de bienes materiales. En esa comunicación hay carismas y responsabilidades diferentes dentro de la Iglesia, pero a todos sus miembros incumbe la tarea de levantar el signo de unión de Dios y de la unidad de todo el género humano.
Puebla da decisivos e innovadores pasos para profundizar la cercanía y la solidaridad con los pobres de nuestro continente. Santo Domingo, por su parte, reflexionando sobre la nueva evangelización y la inculturación, ve en el ejemplo de Cristo una interpelación para “dar un testimonio auténtico de pobreza evangélica en nuestro estilo de vida y en nuestras estructuras eclesiales, tal cual como Él lo dio” (n. 178).
Acordarse de los pobres
Pablo, que tiene un rico uso del término, llama también koinonía a la colecta que promueve a favor de la Iglesia de Jerusalén (cf. 2 Cor 8,4 y Rom 15,26). No se trata de “una orden”, precisa Pablo, “pero ella deberá probar –dice a los destinatarios de la carta– la sinceridad de su caridad” (2 Cor 8,8).
La colecta está ligada a un momento y una decisión de la mayor importancia en la vida de la Iglesia naciente. Nos referimos al encuentro de Pablo con quienes eran “considerados como columnas” de la Iglesia (Santiago, Cefas y Juan). Ellos le extendieron a Pablo y a Bernabé “la mano de comunión (koinonía)” (Gal 2,9). Trazados los campos respectivos de su misión, sólo les dijeron que “se acordaran de los pobres” (v. 10). Pablo comenta: “Cosa que he procurado cumplir con todo esmero” (ibíd.). Si bien hay en este episodio una referencia precisa a los cristianos de Jerusalén, la sugerencia tiene al mismo tiempo un alcance mayor. Hacer memoria de las necesidades de los pobres forma parte del testimonio de comunión.
En esa óptica, en uno de los famosos sumarios del libro de los Hechos, que nos habla de la Iglesia primitiva, se dice que “la multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma” y, como consecuencia, “nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo lo tenían en común”, de modo tal que “no había entre ellos ningún necesitado” (4.32 y 34). Son aspectos inseparables . Compartir es una manifestación de la caridad.
En el anuncio del Evangelio –dice Medellín– habrá que dar una “preferencia efectiva a los sectores más pobres y necesitados y a los segregados por cualquier causa” (Pobreza 9). Preferencia que debe entenderse no en oposición, sino en relación fecunda con la universalidad del amor de Dios. Nadie está marginado fuera de él. Esto hace a la Iglesia “humilde servidora de todos los hombres de nuestros pueblos” (id 8). En consecuencia, tanto excluir personas de ese servicio como simplemente afirmar su universalidad no corresponden a la totalidad del mensaje cristiano. El reto consiste en vivir al mismo tiempo la universalidad y la preferencia por el pobre, ambas expresan el amor de Dios; no es algo fácil, pero es lo que toca hacer si queremos ser fieles al Evangelio de Jesús.
Una Iglesia pobre debe ser una Iglesia solidaria y creadora de comunión en todos los niveles . Diferentes intervenciones de Juan Pablo II son claras al respecto. La Iglesia, dice en su encíclica Sobre el trabajo humano, está “vivamente comprometida” con la causa de aquellos que sufren degradación social “porque la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo para poder ser verdaderamente la Iglesia de los pobres” (n. 8). Está en cuestión la dignidad de los hijos de Dios, tema central en esta encíclica. Frente a una globalización que, en muchas circunstancias, divide y separa a las personas y a los pueblos en el mundo de hoy, el Papa ha llamado, varias veces, a una “globalización de la solidaridad” en la que la Iglesia tiene un importante papel que jugar.
Puebla reitera “con renovada esperanza en la fuerza vivificante del Espíritu, la posición de la II Conferencia general que hizo una clara y profética opción preferencial y solidaria por los pobres”, pero, al mismo tiempo, llama la atención sobre “las desviaciones e interpretaciones con que algunos desvirtuaron el espíritu de Medellín, el desconocimiento y aun la hostilidad de otros” (n. 1134). Saliendo, por eso, al paso de interpretaciones eventualmente simplificadoras, precisa el sentido de esa opción: su objetivo es “el anuncio de Cristo Salvador que los iluminará sobre su dignidad, los ayudará en sus esfuerzos de liberación de todas sus carencias y los llevará a la comunión con el Padre y los hermanos, mediante la vivencia de la pobreza evangélica” (n. 1153). Ella apunta a la comunión con Cristo (cf. Medellín, Paz 14; Puebla, Mensaje 3). Puebla sugiere, por esa razón, ver en los rostros de los pobres “los rasgos sufrientes de Cristo” (n. 31), texto que Santo Domingo retoma (cf. n. 179). El encuentro con el Señor es la meta y los medios para alcanzarla tienen que ser adecuados a ella.
La Iglesia está llamada a ser un “sacramento de comunión, que en una historia marcada por los conflictos, aporta energías irremplazables para promover la reconciliación y la unidad solidaria de nuestros pueblos” (Puebla 1302). Santo Domingo se refiere a la Iglesia como “sacramento de comunión evangelizadora” (n. 123). Sacramento de salvación, signo eficaz de comunión, portador de una Buena Nueva de filiación y fraternidad, de paz y justicia en medio, muchas veces, de situaciones contrarias a la voluntad de vida del Dios amor.
Ciertamente otros alcances tiene la eclesiología de comunión que mencionábamos al comienzo; entre ellos, la relación entre Iglesia universal e iglesias locales y la relación y el diálogo con otras confesiones cristianas, presentes, además, en varios de los textos del Magisterio que hemos citado. Pero, como lo indicamos, nuestra intención en estas páginas se limitaba, partiendo del tratamiento temprano dado al tema de la comunión por la Conferencia de Puebla, a considerar el asunto desde la noción bíblica de koinonía. Procuramos hacerlo en relación con la preocupación dominante en los documentos de dicha Conferencia: el anuncio del Evangelio en la realidad latinoamericana. De modo a no “olvidar que la primera forma de evangelización es el testimonio (cf. Redentoris missio, 42-43), es decir, la proclamación del mensaje de salvación mediante las obras y la coherencia de vida, llevando a cabo así su encarnación en la historia cotidiana de los hombres” (Juan Pablo II, Discurso inaugural, en Santo Domingo n. 29). Coherencia exigente que da fuerza y mordiente a la “nueva evangelización” de una Iglesia pobre, misionera, y pascual.

Papa Francisco y el ‘padre’ de la teología de la liberación

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Papa Francisco

Según lo que ha anunciado el prefecto para la Doctrina de la fe, Müller, los dos latinoamericanos se reunirán dentro de poco.
Por Andrés Beltramo Álvarez-Vatican Insider
El Papa Francisco recibirá pronto a Gustavo Gutiérrez. Así lo anunció el amigo y más importante pupilo del “padre” de la teología de la liberación, Gerhard Ludwig Müller. El prefecto para la Doctrina de la Fe de la Santa Sede parece empeñado en lograr una “rehabilitación” definitiva para el teólogo sudamericano, tras décadas de polarización en torno a su figura y pensamiento.
Gutiérrez se encuentra en Italia, donde presentó el domingo pasado su libro “De la parte de los pobres. Teología de la liberación, teología de la Iglesia” (Ed. San Paolo-Emi) en la Basílica de Santa Bárbara de Mantova. El texto, escrito a cuatro manos con el propio Müller, fue publicado por primera vez en Alemania en el año 2004 y ahora salió a la venta en Italia.
Por ese motivo el diario del Vaticano, L’Osservatore Romano, dedicó al volumen varias páginas de su edición del 4 de septiembre. Reprodujo dos artículos de los autores y un comentario del franciscano Ugo Sartorio. Este último artículo sugirió que la llegada de Jorge Mario Bergoglio al papado debe marcar forzosamente un “rescate” de la teología de la liberación. Pero algunos de sus argumentos resultaron, cuanto menos, contradictorios.
“Con un Papa latinoamericano, la teología de la liberación no podía permanecer, por largo tiempo, en el cono de sombra en el cual ha sido relegada desde hace algunos años, al menos en Europa”, escribió Sartorio. Pero más abajo se contradijo, al recordar que el libro más importante de Gutiérrez, titulado “Teología de la liberación” y editado por primera vez en Lima (Perú) en 1971, para 1992 ya contaba con 10 ediciones.
No obstante la hostilidad de algunos sectores, incluso de la misma Curia Romana, en realidad el pensamiento del religioso peruano y la teología de la liberación han gozado de una gran atención, no sólo en América Latina sino también en Europa. El interés y el constante apoyo brindado por Müller son un ejemplo tangible.
En otro pasaje Sartorio (citando al padre Juan Carlos Scannone, jesuita y maestro de Bergoglio) sugiere que el Papa Francisco, “comparte” la corriente de la teología de la liberación argentina que “utiliza el método de ‘ver-actuar-juzgar’ y vincula la praxis histórica y la reflexión teológica, recurriendo a la mediación de las ciencias sociales y humanas”.
Pero, durante la conferencia de los obispos latinoamericanos en Aparecida (2007), el entonces arzobispo de Buenos Aires se mostró crítico con los límites de ese método. Una crítica que repitió en julio pasado, al reunirse con la comisión permanente del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) en Brasil. En ese discurso advirtió sobre la tentación de “ideologizar el mensaje evangélico”.
Francisco puso como ejemplo a Aparecida y sostuvo: “En un momento (la cumbre de obispos) sufrió esta tentación bajo la forma de asepsia. Se utilizó, y está bien, el método de ‘ver, juzgar, actuar’ . La tentación estaría en optar por un ‘ver’ totalmente aséptico, un ‘ver’ neutro, lo cual es inviable. Siempre el ver está afectado por la mirada. No existe una hermenéutica aséptica. La pregunta era, entonces: ¿con qué mirada vamos a ver la realidad? Aparecida respondió: Con mirada de discípulo”.
Los esfuerzos del prefecto Müller por destacar la propuesta de Gutiérrez fueron interpretados como un intento por “rehabilitar” a su amigo. Es verdad que el religioso peruano nunca fue “condenado” por El Vaticano, pero sí es cierto que su pensamiento original provocó “ciertos abusos pastorales” producto de una “teología de la liberación mal entendida”, como lo constató la Congregación para la Doctrina de la Fe el 27 de octubre de 1995.
Roma pidió al autor corregir varios de los errores en sus obras con un artículo titulado “La Koinonía eclesial”, que se envió a Roma en 1998 pero se publicó en 2004. Con esa reproducción El Vaticano dio por terminado el caso. Así las cosas, hoy por hoy Gustavo Gutiérrez no necesita rehabilitación alguna. Aunque pareciera. Tal vez se trate de un intento por “lavarle la cara” y permitir que sea incluido en la Comisión Teológica Internacional, ese organismo de la Santa Sede que reúne a los teólogos más destacados del mundo.

Antonio Elduayen CM celebra 62 años de sacerdocio

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Antonio Elduayen CM

El 9 de octubre de 1951 fue ordenado sacerdote el Padre Antonio Elduayen Jiménez CM, quién desarrolla su misión pastoral en la Parroquia de la Virgen Milagrosa (Vicaría VIII – Arquidiócesis de Lima), ubicada en el parque de Miraflores. El Padre Antonio nació el 4 de agosto de 1927 y es el inspirador de miles de jóvenes egresados de los colegios de la Congregación de la Misión en el Perú, así como de las parroquias que bajo su responsabilidad ha tenido que gestionar.
La Congregación ha sido el crisol en el cual se han forjado extraordinarios miembros del episcopado peruano como Monseñor Emilio Trinidad Lissón Chávez CM, XXVII Arzobispo de Lima; Valentín Ampuero CM, Obispo de Puno; Juan José Guillén CM, Obispo de Cajamarca; Federico Pérez Silva CM, Obispo de Piura y Arzobispo de Trujillo; y Raimundo Revoredo Ruiz CM, Obispo Prelado emérito de Juli.
Emilio Lisson CMPRIMEROS HERMANOS BEATOS
Catorce vicentinos y 30 Hijas de la Caridad más, serán beatificados en España el 13 de octubre de 2013. La ocasión marca algunos hitos.
El hermano Luis Aguirre, el hermano Narciso Pascual y el hermano Salustiano González serán los  primeros hermanos en ser beatificados en la Congregación de la Misión. Estos hermanos serán beatificados junto con otros 11 misioneros.
El mismo día, Dolores Broseta Bonet, laica vicenciana, miembro de las Hijas de María de la Medalla Milagrosa, que socorrió a las Hijas de la Caridad durante el tiempo que estaban viviendo una pensión, también será beatificada.
Fuente: Misioneros Paules Mártires de la Revolución Religiosa en España 1934-1936 Antonio Orcajo CM.

Una apuesta por América Latina

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Una apuesta por America Latina

Resulta muy estimulante presentar este libro del Dr. Guzmán Carriquiry, Una apuesta por América Latina, que la Editorial Sudamericana tiene el mérito de publicar y proponer para la lectura y el estudio.
Considero el libro del Dr. Carriquiry la primera gran obra de conjunto,recapituladora, sintética y proyectual, sobre la realidad latinoamericana en la nueva fase histórica que se ha abierto hacia finales del siglo XX y que se está desplegando en la actualidad. En efecto, la vasta producción bibliográfica sobre América Latina (desde la “sociología comprometida” a la teoría de la dependencia, desde la teología de la liberación a cristianos para el socialismo, desde los tintes fuertes de literaturas de denuncia a los debates sobre estrategias revolucionarias) fue agotándose ya desde los años ochenta. Ofreció ciertamente dispares y significativos aportes, pero finalmente terminaron pesando más sus fuertes impregnaciones ideológicas, reductoras de la realidad. Sobre todo con el derrumbe del imperio totalitario del “socialismo real”, esas corrientes quedaron sumidas en el desconcierto, incapaces de un replanteamiento radical y de una nueva creatividad, sobrevivientes por inercias, aunque haya todavía hoy quienes las propongan anacrónicamente. Poco tiempo después el resurgido recetario neoliberal del capitalismo vencedor, alimentado por la utopía del mercado autorregulador, demostraba también todas sus contradicciones y limitaciones. La obra del Dr. Carriquiry intenta dar una renovada visión de conjunto, más allá de visiones ideológicas inadecuadas, incapaces de abrazar toda la realidad de nuestros pueblos y de responder a sus deseos, necesidades y esperanzas. El libro lleva bien, pues, el subtítulo de Memoria y destino históricos de un continente.
Ésta es una hora para educadores y constructores. No podemos seguir empantanados en el lamento, las letanías de denuncias, los círculos viciosos de resentimientos y crispaciones y la confrontación permanente. Este libro, de amplio respiro, vibra de pasión por la vida y el destino de los pueblos latinoamericanos, una pasión que alimenta la inteligencia serena para afrontar las cuestiones cruciales del presente, en camino hacia su próximo futuro. En las próximas dos décadas América Latina se jugará el protagonismo en las grandes batallas que se perfilan en el siglo XXI y su lugar en el nuevo orden mundial en ciernes. Carezco de la competencia política y técnica para entrar en la consideración de muchos problemas –no es ésa la tarea de un Pastor de la Iglesia–, pero en el libro se condensan con clarividencia, sabiduría y determinación los desafíos ineludibles para la educación y la construcción de un camino de esperanza.
Ante todo, se trata de recorrer las vías de la integración hacia la configuración de la Unión Sudamericana y la Patria Grande Latinoamericana. Solos, separados, contamos muy poco y no iremos a ninguna parte. Sería callejón sin salida que nos condenaría como segmentos marginales, empobrecidos y dependientes de los grandes poderes mundiales. “Es grave responsabilidad –afirmaba el Papa Juan Pablo II en el discurso de inauguración de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Santo Domingo (l2-X-1992)– favorecer el ya iniciado proceso de integración de unos pueblos a quienes la misma geografía, la fe cristiana, la lengua y la cultura han unido definitivamente en el camino de la historia.” Sobre esta vía maestra, y además por ser “extremo Occidente”, por católica, por región emergente y por constituir como una “clase media” entre las naciones en el orden mundial, América Latina puede y tiene que confrontarse, desde sus propios intereses e ideales, con las exigencias y retos de la globalización y los nuevos escenarios de la dramática convivencia mundial.
A la vez, América Latina necesita explorar, con buena dosis de realismo pragmático –impuesto también por la propia vulnerabilidad y escasos márgenes de maniobra– nuevos paradigmas de desarrollo que sean capaces de suscitar una gama programática de acciones: un crecimiento económico autosostenido, significativo y persistente; un combate contra la pobreza y por mayor equidad en una región que cuenta con el lamentable primado de las mayores desigualdades sociales en todo el planeta; una reforma del Estado y la política para que estén efectivamente al servicio del bien común. Todo ello está bien expuesto y desarrollado en el texto como hilos conductores. Sin embargo, Carriquiry advierte con lucidez los cuellos de botella en que se trancan las perspectivas meramente economicistas o las pujas y proyectos políticos auto referenciales. Nada de sólido y duradero podrá obtenerse si no viene forjado a través de una vasta tarea de educación, movilización y participación constructiva de los pueblos -o sea, de las personas y de las familias, de las más diversas comunidades y asociaciones, de una comunidad organizada que ponga en movimiento los mejores recursos de humanidad que vienen de nuestra tradición y que sumen las grandes convergencias populares y nacionales en torno a contenidos ideales y metas estratégicas para el bien común. Ello conlleva ampliar las perspectivas analíticas y proyectuales para abrazar todos los factores en juego en la realidad de esa “originalidad histórico-cultural, que llamamos América Latina”. Así lo escribían y proponían los obispos reunidos en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Puebla de los Ángeles (1979) esbozando ya, en forma entrelazada, una autoconciencia católica y latinoamericana, de la que el autor se nutre y a la que alimenta con aportes fundamentales de nuestra actualidad.
En el libro del Dr. Carriquiry veo el intento lúcido y “adelantado” de una inteligencia católica del desarrollo latinoamericano, reasumiendo, reformulando y relanzando la tradición de sus pueblos como hipótesis de construcción de su futuro. Sin embargo, el lector no se encontrará para nada con un libro “eclesiástico”. El texto sorprende por su capacidad sintética de abundantes lecturas e informaciones, está lleno de datos, desarrolla densos análisis económicos, políticos, culturales y religiosos; perspectivas históricas lo recorren desde el principio hasta el fin.  Está destinado al más amplio interés y abierto al debate público, más allá de confines estrechos y de etiquetas prejuiciadas. El Dr. Carriquiry sabe dar razón -¡y buenas razones!- de sus dichos. A la vez, ilustra una confianza en la potencia de la fe católica de nuestros pueblos tanto en clave de inteligencia y transformación de la realidad, como en respuesta a los anhelos de verdad, justicia y felicidad que laten en el corazón de los latinoamericanos y en la auténtica cultura de sus pueblos desde las huellas impresas por la evangelización. Aquí se da un germen de nueva creación en un mundo desgarrado.
Leyendo el libro con atención, no cabe duda de que el autor percibe en qué medida el destino de los pueblos latinoamericanos y el destino de la catolicidad estén íntimamente vinculados, al menos para este siglo XXI. La singularidad católica latinoamericana arraiga en su evangelización constituyente, se manifiesta aún en los muy altos porcentajes de bautizados, es tradición viva de sus pueblos, alimenta su sabiduría ante la vida, permea toda la realidad, y llega a constituir -al comienzo del tercer milenio- casi el 50% de los católicos de todo el mundo. Evidentes son sus muchas deficiencias y, por otro lado, es un patrimonio sujeto a fuerte agresión y erosión. Dilapidar este patrimonio constituiría una gravísima responsabilidad. Hay que “recomenzar desde Cristo”, como indica S. S. Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo Millennio  Ineunte. Estamos llamados a una “nueva evangelización” para que Cristo se haga más carne en la vida de las personas, de las familias y de los pueblos. Se desatará así su potencia de unidad, de caridad que alimenta toda auténtica solidaridad, de crecimiento en humanidad, de liberación y esperanza.
Los ingentes problemas y desafíos de la realidad latinoamericana no se pueden afrontar ni resolver reproponiendo viejas actitudes ideológicas tan anacrónicas como dañinas o propagando decadentes subproductos culturales del ultraliberalismo individualista y del hedonismo consumista de la sociedad del espectáculo. Llama la atención constatar cómo la solidez de la cultura de los pueblos americanos está amenazada y debilitada fundamentalmente por dos corrientes del pensamiento débil. Una, que podríamos llamar la concepción imperial de la globalización: se la concibe como una esfera perfecta, pulida. Todos los pueblos se fusionan en una uniformidad que anula la tensión entre las particularidades. Benson previó esto en su famosa novela El Señor del mundo. Esta globalización constituye el totalitarismo más peligroso de la posmodernidad. La verdadera globalización hay que concebirla no como una esfera sino como un poliedro: las facetas (la idiosincrasia de los pueblos) conservan su identidad y particularidad, pero se unen tensionadas armoniosamente buscando el bien común. La otra corriente amenazante es la que, en jerga cotidiana, podríamos llamar el “progresismo adolescente”: una suerte de entusiasmo por el progreso que se agota en las mediaciones, abortando la posibilidad de un progreso sensato y fundante relacionado con las raíces de los pueblos. Este “progresismo adolescente” configura el colonialismo cultural de los imperios y tiene relación con una concepción de la laicidad del Estado que más bien es laicismo militante. Estas dos posturas constituyen insidias antipopulares, antinacionales, anti latinoamericanas, aunque se disfracen a veces con máscaras “progresistas”. Si menguan las energías evangelizadoras, quienes pierden son nuestros pueblos. Y si nuestros pueblos quedan sumidos en ciclos periódicos de mera modernización, resabio de anacronismo ideológico y violencia, devienen cada vez más marginales porque pierden su identidad y, por ende, la catolicidad.
Quizá tenía que ser alguien corno el autor, que aúna su condición y pasión de rioplatense y merco sureño, de sudamericano y latinoamericano, junto con su vasta experiencia desde el centro de la catolicidad, en el Vaticano, quien pudiera ofrecer actualmente una visión a la vez realista, razonable y llena de esperanza, que invita a una renovada “apuesta por América Latina”. Me permito, pues, recomendar al más vasto público posible la lectura de esta obra original y valiosa, auténtico evento editorial.
Buenos Aires, 4 de abril de 2005
Solemnidad de la Anunciación
Cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ
Imprecisiones mediáticas sobre la supuesta rehabilitación de la teología de la liberación
Factores que contribuyen al equívoco del libro publicado originariamente en el 2004. ¿Es posible una teología de la liberación católica?
Por Jorge Enrique Mújica- Zenit
La aparición de un libro en Italia, cuyo argumento central es la teología de la liberación («Dalla parte dei poveri. La teología della liberazione»), ha dado pie a algunos titulares más bien equívocos por parte de cierto sector de la prensa que se ocupa de cuestiones eclesiales (por ejemplo La Repubblica o La Stampa en Italia).
Dos factores han contribuido a las tergiversaciones sobre una supuesta rehabilitación o camino despejado para la teología de la liberación por parte del Vaticano: 1) el nombre de los autores firmantes (el actual prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y el sacerdote dominico y «padre» de la teología de la liberación, Gustavo Gutiérrez) y 2) el presentarlo con una amplia reseña publicada en el periódico de la Santa Sede, L´Osservatore Romano. Todo esto en el contexto del pontificado de un Papa latinoamericano bajo el cual, según la misma reseña, «la teología de la liberación no podía quedarse por largo tiempo en la sombra». La realidad, sin embargo, es más bien distinta.
El libro reseñado fue originalmente publicado en 2004, en lengua alemana, cuando el arzobispo Gerhard Ludwin Müller todavía no había sido nombrado prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe (fue nombrado el 2 de julio de 2012, es decir, ocho años después de la aparición del texto). El autor de la reseña publicada en L´Osservatore Romano lo presenta como un libro escrito a «cuatro manos» entre Müller y Gutiérrez. La realidad detrás de la expresión –que pudo haber sido más afortunada– no supone, sin embargo, que un autor asuma las ideas del otro. De hecho, la misma distribución del libro hace notar cómo las ideas expresadas (que al ser personales no son necesariamente las ideas del magisterio de la Iglesia, si bien tampoco parecen contraponerse) son más bien opiniones respecto a un tema que suscita algún interés entre algunos teólogos: de las 183 páginas del libro, 117 son de Gutiérrez y 76 del entonces obispo de Ratisbona, Alemania. O en otras palabras, que cada cual trató el argumento central según su propio pensar.
Comprensible también el esmero con que el autor de la reseña presenta la obra en italiano: se trata del director de Il Messaggero di Sant´Antonio, Ugo Sartorio, publicación vinculada a la editorial Edizioni Messaggero Padova, la cual es, junto a la Editrice Missionaria Italiana, coeditora de la traducción de la obra que ahora se presenta en Italia.
Sobre el tema central de la obra, a grandes rasgos puede decirse que trata disquisiciones acerca del estatuto epistemológico de la «teología de la liberación», una supuesta consonancia con el sentir de la Iglesia y algunos datos históricos. En este contexto, en algunos momentos se presenta y alude a pronunciamientos pontificios que mostrarían el «lado bueno» y la justificación para la existencia de la teología de la liberación. ¿Pero es posible una teología de la liberación auténticamente católica?
El Magisterio de la Iglesia ha sido muy claro en los dos pronunciamientos oficiales que sobre este particular ha emitido: la «Instrucción  Libertatis nuntius sobre algunos aspectos de la teología de la liberación» (Congregación para la Doctrina de la Fe, 6 de agosto de 1984) y la «Instrucción Libertatis conscientia sobre la libertad cristiana y liberación» (Congregación para la Doctrina de la Fe, 22 de marzo de 1986) y que sí son vinculantes para un católico.Sustancialmente se puede decir que ya en aquellos documentos se presenta una visión efectivamente católica de la misma teología de la liberación: la que entiende la libertad humana no como política y, en consecuencia, no abraza la ideología marxista, su lucha de clases, ni convierte la fe en política, sino que entiende la libertad humana como libertad del mayor de los males, el pecado, y a Cristo como liberador. O en palabras del documento del 86: «La liberación, en su primordial significación que es soteriológica, se prolonga de este modo en tarea liberadora y exigencia ética. En este contexto se sitúa la doctrina social de la Iglesia que ilumina la praxis a nivel de la sociedad».
Quizá bastaba releer la novedad que en 1984 y 1986 supusieron aquellos documentos para no presentar como novedoso algo que lo fue hace casi 30 años.

Ayuno y oración

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Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Ustedes y yo somos cristianos, discípulos misioneros de Jesucristo. Pero ¿nos hemos detenido alguna vez a pensar en serio lo que eso significa? Jesús se lo dijo al gran gentío que le seguía, tal como lo leemos en el evangelio de hoy (Lc 14, 25-33). Bajo el epígrafe de “lo que cuesta seguir a Jesús”, el evangelio nos dice tres cosas muy importantes y que hemos de tener en cuenta: 1. La grandeza de la propuesta que Jesús nos hace; 2. la opción que hemos de hacer por Él hasta las últimas consecuencias; y 3. la necesidad de sopesar los términos de su propuesta así como el compromiso de cumplirlos exitosamente.
Ante todo la grandeza de la propuesta de Jesús, que es su invitación a ser sus discípulos. Todo un honor y un privilegio. Para Jesús ser su discípulo es seguirle con un amor incondicional y sobre todas las cosas, lo que, aparte de las renuncias que implica, ennoblece y sublima el amor. Lo hace divino. El amor del cristiano a Jesús no excluye otros amores legítimos (padres, familia, etc.), como algunos le hacen decir a Lucas (14,26) y aún más, a Mateo (10,37). Se trata simplemente de aplicar a Jesucristo, puesto que es Dios, lo que nos dice el Primer Mandamiento de la Ley de Dios: que hay que amarlo sobre todas las cosas, sin interferencias de ninguna clase. Digamos también que el amor de entrega a Jesús, al hacernos sus discípulos, nos realiza como personas y como cristianos. Sencillamente, porque siendo Jesús el ser humano más perfecto, imitarlo y seguirlo es realizarnos como hombres y mujeres perfectos.
Añadamos lo que añade Jesús: que la condición sine qua non, indispensable, para ser sus discípulos es llevar la cruz detrás de Él. No queda otra. Como Él tenemos que asumir el destino de nuestras vidas y llevarlas adelante, cueste lo cueste, hasta las últimas consecuencias, que, en Su caso, fue la misma muerte en el patíbulo de la cruz. Esperando que nuestra muerte no tenga un final así, siempre queda en pie lo de cargar nuestra cruz, es decir, asumir esa suma de circunstancias y decisiones, que, a lo largo de la vida, nos irán realizando como personas y discípulos de Jesús. Como vemos, la cruz del discípulo va más allá de las enfermedades, los accidentes, el cese laboral, etc. Y desde luego, más allá de todas esas cruces que nos hacemos para cargarlas en las procesiones.
La tercera cosa que el evangelio nos pide tener en cuenta es objeto de dos parábolas (Lc 14,28-33), que apuntan a lo mismo: a tener un final feliz. No basta tener un buen comienzo (empezar a seguir a Jesús), sino que es necesario terminar bien (seguirle hasta el final). Contra lo que pueda parecer, el objetivo de las dos parábolas no es -ni puede ser- el aceptar o no ser discípulos del Señor o el aceptar o no entrar en el Reino de Dios. El objetivo es advertirnos sobre la necesidad de conocer las exigencias de la propuesta del Señor y, consecuentemente, de nuestra entrega a Él. La necesidad de conocerlas, pero, también y sobre todo, de estar preparados para afrontarlas y superarlas. ¿Nos sentimos sanamente orgullosos de ser cristianos discípulos del Señor?
¿Lo amamos por sobre todas las cosas? ¿Hasta saber cargar la cruz de cada día?