Por Miguel Santillana- Semana Económica
Jaysuño Abramovich Schwatzberg nació en la Maternidad de Lima en 1945. Sus padres, Isaac y Ruti, son refugiados en el Perú por acontecimientos que sucedieron en Europa. Viven en un callejón de un solo caño en la Calle Ascope 543 (Cercado), a espaldas de la fábrica de fideos Nicolini y al costado del depósito de tranvías. Vinieron a afincarse a Lima y procrear una familia luego de ser comerciantes ambulantes en Morococha, Casapalca y La Oroya. Abrieron una zapatería en Jr. Cuzco 1164 (cerca al mercado Buenos Aires) que siempre abrió sus puertas a las 8 a.m. “por respeto a los clientes”, entre los que se cuentan Tatán y La Rayo, quienes le prometieron: “gringo, nosotros te cuidamos”. Nadie nunca le robó nada.
Isaac no había terminado el cuarto grado de primaria cuando se unió a otros campesinos en la fracasada revolución (bunt) de 1905. Se exilió de la Madre Rusia para nunca más volver; sin embargo, mantendría por siempre “una visión revolucionaria que dignifique al ser humano”.
Ruti vino al Perú por una leyenda que surgió en su pueblo, Novatzulitsa (entonces parte del Imperio Austro Húngaro, hoy Rumanía): el Sr. Gleiser (padre del actual presidente de la CCL) mandó una foto suya en la plaza de armas de Lima mostrando un billete de un dólar americano (símbolo de la bonanza de esta tierra lejana). El viaje de Ruti fue un cuidadoso análisis familiar: solo alcanzaba dinero para sacar a un hijo(a) en el último vapor, que zarpó en 1937 de una convulsionada Europa ad portas de la guerra. Llegó a Paita, donde la recibió un hermano que era campesino en Sullana. Los que se quedaron en Europa murieron en los campos de concentración.
A Jaysuño le enseñaron desde niño a agradecer a la sociedad que los recibió. Una vez, paseando con su madre por la avenida Alfonso Ugarte, observando la fachada del local central del APRA (en lo que había sido el Colegio Hipólito Unánue), su madre le dijo, “estos son los judíos del Perú, los persiguen igual que a nosotros”. Recordó esas palabras cuando Alfonso Ramos Alva lo llevó a conocer “al Jefe” en persona. Fue Víctor Raúl quien lo bautizó como el “búfalo blanco”. Era 1962 y el mensaje de “pan con libertad” caló en él. Se inscribió en el partido pero nunca vivió de él, recalca y subraya. Asumió cargos partidarios durante la época dura del fujimorismo. “Armando se llevó mi alma”, me confiesa con tristeza.
Lo suyo es la academia: Doctor en Letras por UNMSM y post doctorado en Economía en la Universidad de Nuevo México; profesor de políticas públicas y modelos de desarrollo en la Universidad Federico Villareal, Ricardo Palma, Linz (Austria) y Kaiserlautern (Alemania). En esta universidad le dio un paro cardiaco fulminante. Lo salvaron con el uso de drogas experimentales. Hoy le funciona 40% del corazón al 24% de su capacidad. Entiende que su vida ya no le pertenece y que es un elegido para divulgar una escala de valores, a pesar de la preocupación de sus cinco hijos.
Es por ello que sin miedo arremete contra un par de bribones de su colonia: Salomón Lerner Ghitis y Josep Maiman. No solo los conoce de los años juveniles, sino que los ha gozado viviendo del Estado peruano. Para él no son empresarios, pues siempre obtienen alguna prebenda del poder de turno, de preferencia de gobiernos no democráticos. “Es un asco ver a Xiomi con el puño levantado, fingiendo ser de izquierda y que los otros se la crean. Los tiene en su planilla”.
El “búfalo blanco” morirá con su libro de cabecera, “La sociedad decente” de Avishail Margalite.
Conversando con el “Búfalo Blanco”
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