Furia, rabia y pena

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Puerco rojo

Por Miguel E. Santillana- Diario Correo
La última vez que te vi con vida fue en la Casa Prado de la Avenida 28 de Julio en Miraflores. Resulta que Óscar Berkemeyer Prado -en algún momento, tu asesor parlamentario- grababa su programa “Punto de Equilibrio” (que se transmite en IRTP Canal 7, hoy con otros presentadores) en el ambiente que fue el escritorio de su abuelo. Un fondo de inversión en el cual Óscar participa, compró la casa que fue expropiada por el gobierno de Velasco y que por una década sirvió de local de la PCM. No recuerdo el tema de debate en el programa, lo que sí me llamó la atención fue tu ausencia. Al terminar la grabación, Óscar me pidió que me quedara para conversar otros temas. Luego de despedir a los otros invitados, me dirigió a otro ambiente de la casa. Abrió la puerta y tú estabas sentado.
La verdad es que no querías compartir la mesa de debate con el exministro de Justicia y excongresista Aurelio Pastor; no tenías estómago para soportarlo pues para ti era todo un corrupto (hoy la Fiscalía le sigue los pasos). Te cambié de tema; quería que me contaras anécdotas de tu experiencia durante la infancia y la adolescencia en la Casa Prado, pues tu padre fue gerente general del Banco Popular, buque insignia del imperio. Me contaste sobre los juegos, las fastuosas fiestas y sobre la sala de exhibición de películas, que viste sin censura previa (el Grupo Prado era dueño de una cadena de cines y de la distribución de películas). Me contaste sobre una época en que viviste en una burbuja privilegiada, tan bien descrita en “Un mundo para Julius”. Nunca más nos volvimos a ver, aunque conversamos por teléfono un par de veces.
El amor y respeto por tu persona se manifestó en distintos homenajes que se hicieron durante tu convalecencia. Propios y extraños manifestaban su preocupación por tu salud. Finalmente, tuviste que morir en una “Noche en Blanco” y mientras paseaba Barranco, derramé una lágrima.
Tenía una mezcla de sentimientos: furia, rabia y pena. Habiendo tan pocos individuos como tú en el Perú -líder, vehemente, decidido, formado, a veces temerario-, te sobreviven generacionalmente personajes políticos que nos deben más de una explicación de sus actos (por más prescripción legal) y su frondoso patrimonio reciente. ¡Y encima quieren volver a la presidencia! En el Congreso; te sobreviven “come oro”, “robacable”, proxenetas, falsificadores de títulos universitarios, contrabandistas, padres que desconocen a sus hijos… toda una fauna de impresentables.
Sin embargo, sabemos que no eras el santo laico que han querido crear luego de tu partida. La unidad de la izquierda no pudo con tu ego. Se te pasó la mano más de una vez persiguiendo “corruptos” y no pediste disculpas. Nunca rompiste tajantemente con Sendero Luminoso, hasta que se dio el enfrentamiento en Puno. Lo fatal es que atornillaste a una fe revolucionaria atemporal y nunca entendiste la globalización. Habiendo podido ser el gran personaje de la izquierda que acepta la democracia en sí misma y no como un atajo para llegar al poder, partiste guardando lealtad con los hermanos Castro y demás especimenes del Disneylandia de la izquierda latinoamericana. ¿Tan difícil era reconocer tu error?

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