Señor de la Divina Misericordia

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Divina Misericordia

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Según el Diario de Santa Faustina Kowalska, vidente del Señor de la Divina Misericordia, fue el mismo Señor quien pidió que su Fiesta fuera celebrada en el Primer Domingo después de Pascua. “En ese día, las profundidades de mi misericordia estarán abiertas para todos… En ese día, “quien se confiese y comulgue obtendrá el completo perdón de sus pecados y del castigo merecido” (Diario 699). Devoto del Señor de la Divina Misericordia fue el Papa y hoy Beato Juan Pablo II quien, el 17 de agosto del 2002, instituyó la fiesta para toda la Iglesia, deviniendo rápido en una de las devociones más queridas y extendidas. Puesta la Fiesta en la Octava de la Resurrección del Señor, el Señor Resucitado se nos presenta como el Señor de la Misericordia, el que encarna y derrama la misericordia de Dios.
El 2º Domingo de Pascua fue siempre en la Iglesia un Día Grande, ante todo por ser la octava de la Resurrección del Señor. “Como si ahora hubiéramos nacido…” (1 Pe 2,2), es la obertura de la liturgia de ese día, que hace referencia a cuantos por el bautismo hemos muerto y resucitado con Jesucristo. Por su parte, el evangelio nos relata cómo en ese día, Jesús instituyó el Sacramento del Perdón (Jn 20, 19-31), que es la inclinación más profunda de Dios al hombre caído (para levantarlo), como dijo Juan Pablo II.  Al Señor Resucitado le cae perfecto el sobrenombre de Señor de la Divina Misericordia, pues es como se muestra después de su Resurrección: Todo Misericordia.
“Rico en Misericordia”, 1º con los apóstoles, al desearles repetidamente la paz. ¡El Shalom (saludo judío de paz y bien), debió sonarles a música celestial! No había reproche (por su huida en el Viernes Santo), sino los sentimientos y los buenos deseos del amigo y Maestro, que les tendía las manos, mientras ellos se iban llenando de alegría, de valor, de ganas de ser verdaderos apóstoles y testigos de su Resurrección. 2º con todos los hombres y mujeres del mundo, al dar a los apóstoles el poder de perdonar, instituyendo para siempre, el Sacramento del Perdón. Memoricemos el texto (Jn 20, 23). 3º con la Iglesia, comunidad de apóstoles y fieles, al enviarles el Espíritu Santo, “don de todo consuelo”.
Fue el Espíritu Santo, quien resucitó a Jesús (Rom 8,11), dejando una cruz y un sepulcro vacíos. Él lo devolvió a la vida para ser “el Señor”, pero también para ser, cara a nosotros, “el Señor de la Misericordia”, de modo que atraídos por su amor, no vivamos ya para nosotros sino para Él. Es lo más importante del hecho histórico de la Resurrección y es lo que más conmovió a los apóstoles. Les emocionó tocar a Jesús y saber que era real, pero les emocionó aún más la experiencia de fe que los envolvió y los sedujo. La convicción de que Jesús estaba vivo y, por su amor misericordioso, de nuevo con ellos. ¡¿Quién o qué los podría apartar ya del amor de Cristo?! (Rom 8,35). Es la clase de experiencia de fe que tenemos que hacer nosotros: para no tener miedo y para cambiar a mejor las cosas.
El amor hecho misericordia, la compasión, fue el alma de la vida de Jesús, como lo fue también del Papa Juan Pablo II, quien sintomáticamente fuera beatificado un día como hoy. Y como lo fue de Benedicto XVI, cuya primera Carta Encíclica como Papa fue Dios es Amor (2005). Y como lo está siendo para el Papa Francisco, quien en los 25 días de su Pontificado (13.03.2013) no ha cesado de insistir en la misericordia del Señor, pidiéndola para él y para nosotros, e invitándonos a confiar en Su misericordia.
Nuevo párroco de la Medalla Milagrosa
A todos los feligreses de nuestra Parroquia:
Monseñor Juan Luis Cipriani, Cardenal y Pastor de la Arquidiócesis de Lima, se ha dignado darme el nombramiento de párroco de esta Parroquia de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, a la que considero mi Alma Mater, porque fue en ella donde viví y trabajé durante los diez años (1960 – 1969), que duró mi formación sacerdotal. Mi primer deseo es saludarlos a todos Ustedes con afecto fraterno, adicionando un saludo y felicitación pascuales: ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!
Mi nombre es José Antonio Ubillús Lamadrid y voy a cumplir 71 años de edad y 43 de sacerdote. Nací en Olmos, Lambayeque. Hice mis estudios primarios y secundarios en el colegio “Manuel Pardo” de Chiclayo, donde fue profesor y director el P. Antonio Elduayen Jiménez; mi formación sacerdotal la realicé en Lima, Bogotá y Roma y me ordené de sacerdote el 27 de Diciembre de 1969. He trabajado en las parroquias Medalla Milagrosa, San Isidro; Virgen Milagrosa, Miraflores; Corpus Christi, San Juan de Miraflores; Santa Catalina Labouré, Villa María del Triunfo. He sido formador de nuestros estudiantes vicentinos y profesor de teología en la Pontificia Universidad Católica y en el Instituto Superior de Estudios Teológicos Juan XXIII de Lima.
Considero que para que una parroquia sea de verdad una comunidad, necesita un párroco. ¿Quién es el párroco?, es un maestro que enseña prioritariamente, con la palabra y el testimonio de vida, a conocer y amar a Jesús de Nazaret; que enseña las verdades esenciales del evangelio, que les recuerda a todos el camino de la conversión, de la fe y de la santidad; que invita a tiempo y destiempo a un seguimiento fiel, libre y gozoso de Cristo; que motiva al amor de los hermanos, especialmente de los más pobres y necesitados. El párroco es un sacerdote que preside la liturgia, el culto público, la adoración, la alabanza, la acción de gracias y las súplicas que toda la comunidad le eleva a Dios, especialmente a través de la celebración eucarística; es quien intercede por su comunidad, quien la acompaña en la oración y quien promueve la unidad dentro de ella llamándola a estar cada día más operante, más viva, más fiel al evangelio y a los caminos del Señor. ¡Qué tarea! Solamente con la ayuda del Señor y la de todos los feligreses será posible hacerla realidad.
Por mi parte, reconociendo mis fragilidades y limitaciones, estoy disponible para trabajar como pastor y guía por el bien de toda la comunidad. Quisiera compartir con ustedes las alegrías, los éxitos y fracasos, las tristezas y dolores; vengo a acompañarlos a todos ustedes en su vida cristiana, a decirles que Dios los ama y que vamos a compartir en comunidad ese amor de Dios.
Deseo vivamente continuar promoviendo la devoción que esta comunidad parroquial tiene a la Santísima Virgen María, para que nos cubra con su manto maternal, para que ella nos defienda de tantos males y peligros  y  sea la salud de los enfermos, refugio de los pecadores, consuelo de los tristes, amparo de los pobres y abandonados, auxilio de los cristianos.
No quisiera terminar esta carta sin dejar de agradecer sinceramente al Padre Antonio Elduayen. Sé que él ha sido para todos ustedes un pastor bueno, inteligente y sabio. ¡Qué difícil será sustituirlo! Les agradezco anticipadamente su colaboración y suplico para todos ustedes  abundantes bendiciones de Nuestro Señor Jesucristo.
P.  José Antonio Ubillús Lamadrid CM  Párroco

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